Mi cuñada (1)

Primera entrega en la que se narra la relación incestuosa entre el protagonista y su cuñada mediana, con la que soñó y a la que deseó desde hace mucho tiempo.

MI CUÑADA (I)

No recuerdo desde cuando me sentí atraído por ella, seguramente desde el primer día que la vi. Inaccesible es como siempre la vi y posteriormente como una mujer prohibida desde que empecé a salir con su hermana menor. Quizá esta situación de resignación y de renuncia fue la causa que hizo que mi relación con ella jamás hay sido muy fluída, especialmente después de haberme convertido en su cuñado.

En la actualidad ella tiene 46 años, 5 más que yo, está casada al igual que yo, y a mí me parece la mujer más linda de la tierra. Si algo he de señalar que me atraiga de forma especial de ella, sin dudarlo son sus pechos. Dos preciosas tetas de talla más bien pequeña pero que siempre han sido motivo de devoción y deseo para mí.

Los años que llevo casado con su hermana han sido años difíciles y complicados, de dolor silencioso, de rabia e impotencia contenida, de excitación y deseo reprimido e insatisfecho. Con el paso del tiempo la situación se hacía más complicada ya que mi deseo por ella en lugar de ir disminuyendo iba paulatinamente aumentando hasta el punto que la situación se me hacía terriblemente insoportable.

Decidido a poner fin a todo aquello y dispuesto a hacer cualquier cosa para lograr mi propósito acudí el día de Reyes del presente año a comer a su casa junto con mi esposa, mi hijo y el resto de familia por parte de mi mujer.

Como siempre los regalos fueron entregados en el garaje situado en el sótano de la casa. Tras la entrega de los regalos subimos al comedor. Ya sabéis, comida, café, sobremesa, más café, etc...

A la noche, mientras mi mujer y mi hijo se preparaban para irnos y se despedían de toda a familia, dije que me iba al garaje para ir cargando los paquetes y regalos en el coche. Mi cuñada como anfitriona de la casa y como persona atenta se ofreció a acompañarme y ayudarme. Mientras descendíamos al garaje en mi mente solo existía un pensamiento: aquella era la oportunidad y tenía que aprovecharla. Había decidido jugármela y ese era el momento. Entramos al garaje, yo delante, ella tras de mí. Armándome de toda la valentía del mundo me giré hacia ella, la tomé por la cintura, la empujé hacia la puerta que acabábamos de cruzar apoyándola de espaldas contra ella y asegurándome de esta manera que nadie pudiera entrar y sorprendernos, y sin encomendarme a ningún Dios concreto acerqué mi boca a la suya y la besé al tiempo que colocaba mis manos sobre sus pechos y se los acariciaba por encima de la camiseta que vestía. Ella tras la sorpresa y el susto empezó a empujarme con sus manos y brazos en un intento desesperado de deshacerse del beso y las caricias. Finalmente y tras un fuerte empujón logró separarme de ella. Me miró a los ojos, su mirada era un cóctel de diferentes sensaciones, rabia, impotencia, sorpresa, enojo, pero también había silencio. Y fue ese silencio el que me dio fuerzas para decirle:

-Mañana por la mañana estaré solo en casa, te espero-

No sabía como iba a reaccionar pero la suerte ya estaba echada. Me di media vuelta, abrí la puerta del garaje y empecé a cargar los paquetes en el coche. Esperaba oír la voz de mi cuñada chillándome y recriminándome mi actitud, o tal vez amenazándome con contárselo a mi esposa y al resto de la familia. Pero no fue nada de eso. A mi espalda oí como mi cuñada cerraba la puerta tras ella y como arrancaba corriendo escaleras arriba como alma que lleva el diablo.

Cuando llegué a casa junto con mi esposa e hijo todavía me temblaba la totalidad del cuerpo!.

Al día siguiente me desperté temprano. Tras la ducha y el desayuno me vestí. Estaba recogiendo el dormitorio del niño cuando sonó el timbre, abrí, era ella. Me aparté a un lado de la puerta invitándola en silencio a pasar. Vestía camisa y pantalón. Cruzó el umbral sin decir nada y se detuvo en medio del recibidor. Cerré la puerta y me giré hacia ella quedando justo a su espalda. No sé cuanto tiempo transcurrió. Finalmente y en silencio acerqué mi rostro a su cuello y se lo besé. Sentí el aroma de su perfume habitual. Volví a besar su cuello suavemente, rozando su piel con mis labios. Coloqué mis manos a cada uno de los lados de su cintura y la atraje hacia mí hasta que su espalda topó con mi cuerpo quedando ambos pegados. Volví a besar su cuello. Para entonces el bulto que formaba mi miembro debajo de la ropa empezaba a ser considerable. Ella seguía quieta y en silencio, simplemente entornaba los ojos y se dejaba hacer. Mis manos abandonaron su cadera y empezaron a ascender por los laterales de su cuerpo hasta llegar a sus pechos, en los cuales, a pesar del sujetador y fruto de su excitación, se marcaban unos pequeños pezones puntiagudos. ¡Cuantas veces había soñado con acariciar esos pechos!. Pasé mis manos una y otra vez por encima de ellos, sintiendo el pequeño abultamiento que producían los excitados pezones. A la vez que mis manos le prodigaban dichas caricias mis labios seguían besando su cuellos y mi polla se restregaba por debajo de la ropa contra su precioso culo.

Excitado y ansioso de avanzar un poco más mis manos abandonaron las caricias para pasar a desabrochar su camisa. Uno a uno fui desabotonando cada uno de los botones. Tras hacer lo propio con el último tomé cada lado de la camisa y se la abrí ligeramente pero lo suficiente para que sus pechos, protegidos por un lindo sujetador de color blanco, quedaran al descubierto. Retomé nuevamente las caricias en sus tetas, las cuales me parecieron aún más estupendas si cabe. Ella seguía de espaldas, quieta, con los ojos cerrados, y de tanto en tanto, levantando un poco la cabeza hacia atrás dejando que mis labios pudieran besar el lateral de su cuello y en alguna ocasión sus mejillas.

Me separé de su cuerpo un poco, mis manos tomaron su camisa por las mangas y con un suave movimiento hacia atrás le ayudé a desprenderse de ella. La dejé caer al suelo. Decidido a seguir avanzando tomé con mis manos el cierre del sujetador y con un ligero movimiento lo abrí. Ella lo tomó por los tirantes y se lo acabó de sacar. ¡Por fin iba a poder acariciar aquellos preciosos pechos con los que tantas y tantas veces había soñado!, ¡aquellos preciosos pechos que habían sido protagonistas de tantas y tantas fantasías y pajas!.

Volví a tomarla por la cadera y volví a atraerla a mi cuerpo hasta que ambos quedaron pegados. La excitación del momento era enorme. Mis manos decididas se dirigieron raudas a sus pechos. ¡La sensación del contacto fue magnífica!. Los abarqué con las palmas de la mano y los empecé a acariciar y a masajear suavemente con ligeros movimientos circulares. De tanto en tanto los presionaba un poco apreciando su turgencia y la dureza de sus excitados pezones. La excitación que nos embargaba era máxima. Ella de tanto en tanto dejaba escapar entre sus labios pequeños gemidos de placer producidos por mis caricias. No sé cuanto tiempo estuvimos así, quizá solo unos instantes o tal vez varios minutos, pero fuera lo que fuera a mí me pareció una eternidad.

Pero las caricias solo eran el principio, había que seguir adelante, así es que abandoné las caricias sobre sus pechos, me separé un poco de ella y colocando ambas manos sobre sus hombros y con una ligera presión le indiqué que se girara. Ella poco a poco fue girándose sobre sí misma hasta quedar de cara frente a mí. Nuestros ojos se buscaron y por primera vez nuestras miradas se encontraron. No hubo palabras, solo esa mirada de excitación y de deseo que ambos sentíamos. Me invadieron unas enormes ganas de besarla y no lo dudé. Poco a poco y sin apartar mis ojos de los suyos fui acercando mis labios a los suyos. Nos besamos. Tras este primer beso hubo otro, y otro, y otro, y otro más. Nuestros labios y nuestras lenguas se fundían una y otra vez en una sola. Mientras nos besábamos ella había desabotonado mi camisa y la había hecho caer al suelo. Ahora sentía como sus pezones duros y excitados se frotaban contra mi pecho consecuencia de los tiernos abrazos que nos regalábamos mientras nuestras bocas seguían en ese intercambio de besos apasionados. Tras la pasión volvió la calma, volvía a besar el lateral de su cuello, una, dos, tres veces, a continuación y bajando mi cabeza besé su escote, el siguiente beso se lo di en uno de sus pechos. Volví a besarlo. Saqué la lengua ligeramente y con suavidad la pasé sobre el pezón, ¡hummmmmm!, lo noté duro, volví a repetirlo en varias ocasiones. Ella a cada caricia emitía un jadeo. Finalmente atrapé el pezón con los labios y empecé a succionarlo. Mientras mi lengua y mis labios jugaban con ese pecho mi mano buscó el otro y empezó a acariciarlo. Sus jadeos eran cada vez más seguidos y profundos señal de la gran excitación a la que estaba siendo sometida. Excitación que se manifestó plenamente cuando tras recibir en sus pechos durante un buen rato mis caricias bucales y manuales ella se decidió a colocar su mano sobre mi paquete y a acariciar mi miembro por encima del pantalón. ¡La sensación fue magnífica!. Mientras yo seguía con mis caricias ella fue desabrochando el cinturón de mi tejano, abriendo el botón y bajando la cremallera. Esto hizo que la presión sobre mi polla disminuyera ligeramente, la cual cosa agradecí profundamente. Introdujo su mano por el hueco de la cremallera y empezó a acariciar mi pene por encima del slip. ¡Hummmmmmm!, me excita el solo hecho de recordarlo. Así estuvimos un rato, ella acariciando mi pene y yo sus pechos, y de tanto en tanto intercambiando un beso largo y apasionado. De pronto, para sorpresa mía y sin mediar palabra alguna, se agachó colocándose de rodillas ante mí. Ayudándose de ambas manos bajó mi tejano y el slip hasta media pierna liberando así totalmente mi pene de su prisión. Acercó sus manos a mi miembro y lo empezó a acariciar con suaves movimientos a lo largo de su talle. Así estuvimos un rato, ella acariciando con sus manos mi polla y yo pasando mis manos y acariciando sus mejillas. Finalmente y como no podía ser de otra manera, abrió la boca y se introdujo mi miembro en ella. ¡Fue maravilloso!. Era una verdadera experta en el arte de mamar o por lo menos eso es lo que me parecía a mí. Se la introducía y se la sacaba de su boca provocándome una gran sensación de placer como jamás antes nadie me había hecho sentir. Sus labios y su lengua eran verdaderas herramientas de placer. Mientras tanto con sus dedos acariciaba mis huevos provocándome agradables sensaciones complementarias al placer de la mamada. Le comenté que sentía que la explosión de gozo estaba cerca, ella seguía y seguía lamiendo, chupando, besando mi pene y haciendo caso omiso a mis palabras. Finalmente y tras unos minutos de intensa, placentera y frenética mamada empecé a eyacular dentro de su boca tal y como ella deseaba. La sensación que experimenté fue tan fuerte que por unos instantes sentí que mis piernas se aflojaban. Poco a poco fue rebajando el ritmo de sus lamidas hasta que finalmente abrió la boca dejando escapar mi polla.

Me agaché, la tomé de la cintura y la ayudé a incorporarse. Ya de pie la abracé y mis labios se fueron en busca de los suyos. Nos besamos varias veces. Ya no eran besos de pasión sino de ternura. Era como la calma que viene tras la tormenta. Tras varios besos se separó de mí. Me miró a los ojos y dijo:

-Creo que no debería de haber venido-

Vi como una lágrima brotaba de uno de sus ojos y descendía rauda por su mejilla. Se deshizo de mi abrazo. Tomó su camisa que se hallaba en el suelo, se la puso, se la abotonó y se giró hacias la puerta mientras que su mno buscaba la cerradura. Antes que pudiera abrir le dije:

-Mañana por la mañana vuelvo a estar solo. Te espero-

No dijo nada. Abrió la puerta y salió sin girarse. Tras su paso cerré la puerta.

Agradecería vuestras opiniones y comentarios, especialmente si son de mujeres.

Continuará

TheIncestMan

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