Mi culito para mi hijastro

Después de una primera relación con el hijo de mi marido, accedo con tal de volver a verle que tome por primera vez mi culito.

Después que Justo, mi marido apareciera sin avisar, y entrase en la habitación en la que su hijo Alex y yo, habíamos pasado la noche juntos (Ver relato “Con el hijo de mi marido”), a pesar de estar nuestras ropas revueltas, no le dio demasiada importancia. Habría que ser retorcido para pensar que su hijo y yo pudiésemos tener algo más que una relación de amistad, y mucho menos pensar que habríamos tenido una sesión de sexo poco antes que él llegara.

Su tono era conciliador, halagándome y agradeciendo a Alex el haberme ayudado en un momento difícil en mi vida. Jamás hubiera imaginado lo que había sucedido dentro de la habitación de aquel hotel.

Justo quiso que pasáramos el día juntos, paseamos, tomamos el aperitivo y después nos invitó a comer a un prestigioso restaurante de la ciudad. Después acompañamos a Alex a su casa y nos marchamos. Mi marido me pidió volver a casa, pero hasta yo mismo me sorprendí de la respuesta, al negarme a que volviese a entrar en mi cama.

La esporádica relación que había tenido con mi hijastro de tan sólo 19 años frente a mis 42, me había elevado la autoestima. Podía gustar a un muchacho joven, y eso me enorgullecía. Esa misma noche llamé a Alex, para darle las gracias por todo lo que había hecho por mi en ausencia de su padre y ambos decidimos que no volvería a suceder y que sería un secreto entre ambos y un tabú para los demás.

A la mañana siguiente iba rompiendo la monotonía del trabajo con los pensamientos obscenos que me llegaban a la piel después de aquella noche loca. Le llamé varias veces por teléfono, pero sólo conseguí hablar con él las dos primeras veces. Según iban pasando las horas, mi deseo se iba haciendo más fuerte, convirtiéndose casi en obsesión. Por ello, le llamaba con cualquier excusa, aunque raramente conseguía que descolgase el teléfono.

Justo, por su parte, me mandaba continuamente mensajes e intentaba que nos viéramos. Para mi era desagradable la situación. Quería apartarle de mi vida. Lo que hasta hace unos días era lo que más deseaba en el mundo, ahora se había transformado en desidia en continuar con la relación.

El miércoles por la noche, y ante su insistencia, accedí a la invitación a cenar de mi marido. Me resultó desagradable y patético, aquel interés por volver a casa. Ahí supe, que aquella noche en la que me dejó sola en el hotel, había ido a ver a su amiguita y ésta no estaba sola. Por eso, a primera hora del domingo, volvió a buscarme. Ahora me prometía y juraba que no volvería a suceder más, que sólo me quería a mi.

Eso me indignó aún más, rechazando todas las proposiciones de pasar un fin de semana romántico en distintos lugares con encanto. Cuando volví a casa llamé de nuevo a Alex y aunque no me contestó, le dejé el mensaje en el contestador, explicándole lo que me había contado su padre, y le pedí que me llamase.

No pude dormir por la noche. Quería volver a verle. Sabía que era un acto casi incestuoso, pero deseaba volver a estar con él, así que en cuanto me levanté, le llamé para intentar verle el fin de semana. Una vez más no obtuve respuesta. A mediodía y por la tarde, volví a intentarlo, pero Alex no cogía el teléfono. Estaba claro que no estaba muy interesado en mi, así que decidí mandarle un sms a su móvil.

Tuve que insistir varias veces hasta que ante mi insistencia contestó.

  • Este fin de semana estoy liado. Ya nos veremos.

Ahí comenzaron una serie de mensajes, en el que casi, como una perra en celo, casi llegué a suplicar.

  • Seguro que tienes algún rato libre – Contesté
  • Tengo cena viernes y sábado.
  • ¿El sábado por la mañana?
  • He quedado también para tomar el brunch.
  • ¿Y por la tarde?

Estaba dispuesta a todo. Pero este último mensaje no lo contestó. Pasé el resto de la noche hasta que me acosté mirando el móvil y lo mismo por la mañana. Estábamos ya a viernes, así que por la mañana volví a insistir.

  • ¿Reservo un hotel y nos vemos el sábado por la tarde?

Evidentemente, era yo quien iría a visitarle. No sabía si sólo era sexo lo que buscaba o algo más, pero quería estar con él a cualquier precio. Aún así, tuve que mandarle otro mensaje.

  • Contéstame. ¿Reservo el hotel? No te arrepentirás.
  • Si quedamos, quiero disfrutar de ti al completo.
  • Ya lo has hecho, pero esta vez será mejor.
  • Quiero todo, incluido tu culito.
  • Soy virgen por detrás, pero todo lo demás será tuyo.

Pensé que diría que aceptaba, pero ahí se quedaron los mensajes por su parte. Así que seguí insistiendo.

  • ¿ No quieres verme?
  • Si me prometes que tendré tu culito, quedaremos.
  • Ni a tu padre le dejé nunca hacerlo y eso que muchas veces insistió.

Estaba indignada. Estaba entregada a él y sólo quería tener sexo anal conmigo. No pensaba concedérselo, pero a medida que pasaban las horas y no llegaba un sms aceptando mi propuesta, comencé a plantearme la posibilidad de acceder. En esos momentos fui consciente de lo enganchada que estaba a Alex, a pesar de haber estado sólo una vez juntos.

A última hora del viernes le mandé un sms. Estaba rendida a sus pies. Mi marido, por su parte, intentaba en un último esfuerzo pasar el fin de semana conmigo, pero le dejé clara mi negativa, y de seguido, mi conformidad a Alex.

  • Acepto. Disfrutarás de mi lo que quieras. Reservo la habitación.
  • Me pasaré sobre las cuatro.

Decidí cambiar de hotel. Cogí el más lujoso de la ciudad. Por la mañana fui a la peluquería y a comprar lencería. Quería sorprenderle. Deseaba que fuese todo aún más intenso que la semana anterior.

Cogí el coche, y tan nerviosa como una niña que busca a su primer amor me dirigí a su ciudad. Tomé un tentempié por el camino y sobre las tres recepcionaba mi reserva en el hotel. Nada más llegar me duché y me vestí para la ocasión.

Un sujetador abierto, de esos que sólo cubren parcialmente la parte baja de los senos, medias, un liguero y un tanga de hilo, que por delante tapaba algo menos de dos dedos. Me cubrí con una fina bata transparente y me calcé unos zapatos de tacón, todo ello de color negro.

Faltaban quince minutos para las cuatro. Llamé al servicio de habitaciones y pedí que subieran una botella de champán con dos copas. Me coloqué un albornoz para recibir al camarero que dejó sobre la mesa la champanera. Instantes después sonó el teléfono de la habitación, en el que me indicaban que tenía una visita. Unas gotas de perfume y me dirigí a la puerta esperando que llamase.

Por fin llegó el ansiado momento. Volví al espejo a mirarme por última vez y golpeó la puerta con los nudillos. Ansiosa, me dirigí a abrir.

Allí estaba. Con unos jeans negros y una camiseta blanca. Delgado, fuerte, alto. Pasó dentro y cerré la puerta.

  • Hola cariño. No veía el momento de volver a verte. ¿Te gusto?
  • Estás preciosa. Como siempre.

Hechas las presentaciones me dirigí de manera inmediata a sus labios y le besé, llevando mi lengua a su garganta. Él me correspondió y comenzó a besarme en el cuello.

Le pedí que abriese la botella de champán y sirvió dos copas. Brindamos por nosotros y nos sentamos sobre la cama.

Le acaricié la cara mientras le miraba a los ojos. Me gustaba muchísimo. Sabía y reconocía que estaba muy enganchada. Me derretía con sólo acariciar su piel.

  • ¿Te gusta como voy vestida? Es todo para ti. A ver si sabes como quitarle lo que llevo.

Directamente me desabrochó la bata, que cayó al suelo. Sus labios se turnaban en mis pechos. Después me abrazó y soltó el sujetador, cayendo también al suelo. Pensaba que lo mantendría durante toda la tarde, pero prefirió desnudar mi torso.

Yo, excitada, le agarré la camiseta y la saqué por encima de su cabeza. Tomé su cinturón, lo solté. Hice lo mismo con los botones hasta bajarle los pantalones y dejarle tan sólo con su calzón.

Pasé la mano por su entrepierna. Notaba la dureza de su miembro. Iba a bajarlo pero hizo que me colocase de nuevo de pie.

Quería que mirase mis pechos descubiertos. Me situó frente a él y comenzó a palpar mi cuerpo, comenzando por los pechos, pero poco a poco fue bajando sus manos por mis caderas hasta llegar al liguero. Tocó los cordones y su mano se dirigió a mi tanga. Su dedo marcaba mis labios y prácticamente la diminuta tela se introducía en ellos. Después se dirigió a mi trasero, tocando mis cachetes y tocando el fino hilo del tanga que se metía en mi culito.

  • Mila. Me encanta esta ropa interior que llevas. Me gustaría que te quitases tú las medias mientras yo te miro.

Quería complacerle en todo. De manera insinuante comencé a quitarme de manera muy lenta, una a una las pinzas que sujetaban el liguero. Después, subí la pierna en una silla, y lentamente fui enrollando, primero una y luego otra media, hasta quedarme con tan sólo el diminuto tanga y el liguero.

Me movía insinuante, de manera sexy, atractiva. Era muy cariñosa con él. Sensualmente, me coloqué de rodillas y tomé su miembro erecto para llevármelo a la boca.

Ya estaba muy duro, pero aún así, seguí manejándolo. Mi golosa lengua se movía entre su pene, jugando con él, disfrutando cada segundo. Fue ahí, cuando me sorprendió y me pidió lo que intentaba evitar oír.

  • Mila. Quiero tener sexo anal contigo.

Me dejó helada. Estaba haciendo lo imposible para que no necesitase aquello, pero estaba claro que era el cebo que yo había utilizado para volver a verle.

  • Luego, cariño. Vamos a hacer el amor primero. Juguemos¡¡¡ Quiero hacerte cariñitos, tenerte para mi. Hazme disfrutar.¡¡¡
  • No. Quiero hacerlo ahora. Después haremos otras cosas.

Sin duda, la posibilidad de sodomizarme había sido la causa por la que ante la vida tan agitada que llevaba mi hijastro, había aceptado en verme y pasar conmigo unas horas.

  • Mi amor¡¡¡¡ Soy virgen por detrás. Me va a doler.
  • No te preocupes. Lo dilataré un poco antes.

Me dejó sin argumentos. Tenía que aceptar. Sólo quería pasar la tarde con la persona con quien me apetecía tener sexo.

Alex se levantó y se dirigió al baño. Volvió con un vaso de agua y una pastilla de jabón. La mojó abundantemente y la frotó para que comenzase a salir espuma. Después, arrimó el pico a mi ano y lo movió. Lo mojaba y lo pasaba por él hasta que estuvo bien enjabonado.

Comenzó a pasar su dedo, moviéndolo en círculo. Me resultaba agradable y lo era hasta que traspasó la piel y se introdujo en mi ano. Estuvo metiéndolo y sacándolo, hasta que paró. Supe que había llegado el momento en que mi ano perdería la virginidad y sería estrenado por el hijo de mi marido, que cada vez, se estaba convirtiendo más en exmarido.

Lo iba a hacer. Había dado mi palabra aunque me molestaba que se hubiera empeñado en hacerlo tan pronto. Me di la vuelta, le besé y le pregunté.

  • ¿Cómo quieres que me sitúe?
  • De momento túmbate sobre la cama. Después iremos viendo sobre la marcha.

Me situé de rodillas, pero me pidió que me tumbase totalmente sobre la cama. Él lo hizo sobre mi y noté como colocaba con su mano el pene en la entrada de mi ano.

Lo hacía despacio. Era consciente que me iba a doler. Jamás permití a Justo, ni a ningún amigo con quien mantuve relaciones antes de conocerle, tener sexo anal, por el dolor que sabía que me produciría y hoy, un chico de diecinueve años me iba a desvirgar por detrás. No podía dar crédito, pero habría hecho todo lo que él me pidiese.

Agarré la almohada de la cama y situé mi boca sobre ella. La mordí a la vez que notaba como mi ano se abría violentamente a pesar del cuidado de Alex, que se esforzaba en no hacerme daño.

Las primeras envestidas fueron lentas y dolorosas. Después de unos instantes desapareció gran parte del dolor, aunque mis sensaciones distaban mucho de ser agradables.

Continuaba moviéndose y penetrando mi ano, que se iba dilatando, y le permitía penetrarme con mayor facilidad. De repente paró. Pensé que ya habría terminado, o se daba por satisfecho, pero sólo me hizo cambiar de posición.

  • Date la vuelta, Mila. Lo haremos igual que cuando follamos.

Era impresionante la experiencia sexual que tenía a pesar de su juventud. Me subió las piernas por encima de sus hombros y me colocó una almohada al inicio de la rabadilla. Volvió a penetrarme. En esta ocasión me dolió menos, aunque yo no disfrutaba nada, él parecía estar manteniendo la mejor relación de su vida.

Sólo fueron unos minutos más, pero me parecieron eternos. Al final, llegó al orgasmo. Consiguió llegar al clímáx con mi culito de protagonista.

Descansamos unos momentos. Estaba un poco molesta anímicamente, pero enseguida me alegró con sus chistes y comentarios divertidos. Quería seguir jugando con él. Al fin y al cabo, ya había pagado el peaje de sexo anal que quería, por lo que ahora sería mío el resto de las horas que nos quedaban y lucharía para que anulase sus compromisos, y pasara la noche conmigo.

  • Dime. ¿Has tenido muchas veces relaciones anales?
  • Tan sólo una vez. Normalmente las mujeres no queréis
  • No me extraña – Pensé sin pronunciar palabra.

Le convencí para ducharme. No me apetecía tocar aquello que había entrado dentro de mi trasero. Nos continuamos tocando y conseguí volver a excitarle. Ahora me tocaba a mi.

Llevó su dedo a mi vagina y la acarició. Ahora con la mano rebosante de espuma por el jabón líquido, recorrió todo mi cuerpo, consiguiendo de nuevo excitarme.

Le miré a la cara, y noté como mi cuerpo temblaba. Aunque no quería aceptarlo, me daba cuenta que la aventura que mantenía con Alex era algo más una simple sesión de sexo.

Le masajeé su miembro y lo limpié para mientras el agua caía sobre mi espalda, llevármelo de nuevo a la boca. Mi hijastro era un joven fuerte, alto y bien parecido, lo que seguro le permitiría tener todas las chicas que quisiera para mantener relaciones con ellas.

Nos secamos de forma rápida y nos dirigimos a la cama. Con el aire acondicionado fuerte, y estando mojada, sentía frío.

Me revolví en el colchón y me aferré a mi chico. Le volví a besar y sin esperar demasiado me situé encima de él. Estaba muy caliente y deseaba a toda costa tenerle conmigo, besarle disfrutarle. Era mi turno y quería aprovecharlo.

Llevé su mano a mi pecho. Después hice lo propio con su boca y llevé sus dedos a mi vagina. Sabía lo que tenía que hacer y me acarició suavemente. Sabía que sus dedos estarían impregnados de mi, y eso me gustaba.

Deseaba que su boca llegara a mi sexo pero no me atrevía a pedírselo. Quería que me comiera el clítolis. Me tumbé boca arriba y él hizo ademán de penetrarme pero le paré.

  • Antes de volver a follarme hazme disfrutar como sólo tú sabes. Hazme gozar con otras partes de tu cuerpo.

Comenzó a besarme y sus labios se dirigieron a mis pechos de nuevo. Con su lengua fue bajando hasta mi estómago. Sus manos ya habían llegado a mi sexo. Estaba muy mojada y sabía que si seguía así, tendría un orgasmo monumental.

Aún con mi calentura deseaba esperar. Quería seguir disfrutando. Separé su mano, y aparté su cara para llevar sus labios hacia los míos. Nos fundimos en un fuerte beso.

Le besé hasta que me serené un poco. Después le permití, o casi obligué a llevar su lengua a mi sexo. Separé mis piernas para que tuviera a su total disposición mi depilada vagina.

Me sentía muy guapa y sexy. Quería entregarme y a la vez que disfrutaba de Alex, también hiciera lo propio conmigo.

Al fin su lengua comenzó a jugar con mi clítolis. Recorría la raja de mi sexo de arriba a abajo. En seguida me fui excitando. Tuve que hacerle parar.

  • Fóllame¡¡¡¡ Fóllame como a una puta¡¡¡¡¡

No me reconocía. Estaba como loca. Quería tenerle. Sin darme cuenta habían pasado ya varias horas desde que el hijo de mi marido había entrado en la habitación del hotel, pero se me había pasado en minutos.

Me quedé tumbada en la cama y le dejé hacer a él. Se situó sobre mi y fui yo quien agarró su miembro y lo dirigí hacia mi sexo. Me gustaba notar la dureza y comprobar que podía excitar muchísimo a un joven más de veinte años más joven que yo.

Comenzó la penetración y enseguida noté como él también disfrutaba tanto como yo. Empecé a pronunciar guarrerías, impropias en mi, y él me correspondía.

  • ¿Te gusta, verdad? Soy la más puta de todas las tías a las que te has tirado.
  • Si, eres una zorra, y me gusta. El próximo día haremos un trío, no te basta un hombre sólo.
  • Si es contigo, haré todo lo que quieras. Te quiero¡¡¡¡

Esas palabras, minutos después supe que habían sido el error de mi vida. ¿Cómo podía haber dicho al hijo de mi marido que le quería? Una cosa era tener una sesión de sexo, que ya habría sido difícil de explicar ante la sociedad, y que por supuesto, era un secreto, pero decirle que le quería fue la mayor estupidez que cometí aquella tarde.

Seguimos haciendo el amor. Me movía muchísimo, entregándole mis pechos para que a la vez que se metía en mi los pudiese besar, lamer y morder.

Tuve un orgasmo monumental. Mucho antes que Alex se corriera. Quedé exhausta sobre la cama, con las piernas abiertas para que como a una muñeca me siguiera penetrando hasta que por fin llegó al éxtasis también.

Eran ya las nueve de la noche. Quería que se quedara. Salir a cenar como cualquier pareja y después volver a la habitación para volver a hacer el amor. Sin embargo, vi como se dirigía a la ducha y se lamentaba de haberse entretenido tanto y llegar tarde a su cita.

  • ¿Por qué no anulas tu cita y te quedas conmigo? No te arrepentirás.
  • Lo siento. Tengo una cena, y ya llego tarde.

Sabía que no tenía opción. No iba a conseguir que se quedara. Me puse un albornoz y le acompañé al baño.

Le tocaba y acariciaba sin hacerme caso. Me daba cuenta pero quería estar con él. Antes de irse le propuse volver a vernos la semana siguiente.

  • No lo sé, Mila. Ya hablaremos. Iré a ver a mis padres.
  • Bien. Si quieres, pon alguna excusa y duerme en mi casa.
  • Ya hablaremos. – Dijo mientras abría la puerta y se marchaba.