Mi cruel realidad
La excitante vida de una mujer que aprendió el sexo admirando a sus padres.
Mi primera regla no vino sola. Además de los miedos, dolores y molestias me trajo una insaciable curiosidad sobre el sexo. También me llenó de ansiedad, pasión y calenturas tan violentas que me resultaron imposibles de dominar a mis escasos trece años. En realidad no comprendía lo que me sucedía pero lejos de asustarme o rechazarlas, al darme tanto placer, decidí disfrutar.
Para esa época habitábamos con papá, mamá y mi hermano apenas mayor una precaria casilla de madera ubicada sobre un terreno aledaño a la selva Misionera. Nuestra humilde situación no nos impedía componer un sólido núcleo familiar, nos llevábamos muy bien y en casa reinaba el respeto, la armonía y el amor. Podría decir sin temor a equivocarme que, aunque pobres, éramos felices. Las actividades de la vida se hacían casi siempre en el terreno, fuera de la casilla, a la cual solamente regresábamos por las noches para dormir.
El día de mi primera menstruación me acosté temprano. Mamá me acompañó en todo momento dándome todo su cariño y no se alejó de mi lado hasta que me dormí. Hizo lo propio con mi hermano, por eso de los celos, y una vez segura de que su intimidad estaba preservada se dirigió al encuentro de mi padre sin preocuparse por mi nueva situación. A los pocos minutos de dormirme un fuerte retorcijón en el bajo vientre me despertó. Para no molestar y por sentir algo de pudor me quedé quieta, sin hacer ruido pero despierta, convirtiéndome en testigo presencial de la actividad sexual de mis padres.
La casilla era muy pequeña y apenas entrábamos los cuatro. Yo dormía sobre un catre ubicado al costado de la cama de mis padres del lado de mi mamá; papá y mamá en su cama y mi hermano se tendía a sus pies sobre una confortable hamaca paraguaya. Desde mi lugar yo podía observar todo lo que le sucediera a cada uno, no se me escapaba ningún detalle ni de sus cuerpos ni de sus expresiones; ni que decir de lo que hablasen que llegaba a mis oídos amplificado gracias al silencio de la noche. Me resultó curioso tomar conciencia por primera vez de mi situación privilegiada como espectadora de lujo y, presintiendo que hacía algo prohibido, de inmediato me excité.
Todavía no había pasado nada y menos aún había visto algo pero tenía tanta conciencia sobre la situación que sentí que mis mejillas se tiñeron de rojo, mis manos se humedecieron de tal forma que parecían mojadas, recién salidas del lavabo, mi piel se erizó, los ojos se me llenaron de lágrimas. Instintivamente mis piernas se tensaron obligándome a colocar mis manos entre ellas buscando una crispación que me relajara y para hacerme sentir el fuego que emergía desde mi interior. Al observarme muy mojada pensé que me estaba desangrando pero sentía tanto placer que preferí morir antes que interrumpir semejante sensación.
Papá estaba tendido boca arriba dando la última pitada a un cigarrillo. Mamá se acercó despacio, le acarició la cabeza, lo besó tiernamente en los labios al tiempo que con una de sus delicadas manos frotaba muy suave su pecho. A medida que el beso aumentaba de intensidad sus uñas comenzaron a hundirse contra la piel de mi padre que se quejó sin enojo obligándola a disminuir la presión y a dirigirse más abajo en dirección al calzoncillo. Mi sorpresa fue total cuando vi que mamá sacó de entre las ropas de mi padre una barra de carne enorme y comenzó a lamerla. No solo la lamía por su extremo sino que además le pasaba la lengua por los costados en toda su extensión y luego se ponía dentro de la boca toda la superficie que en forma de bolsa restaba en la base sin importarle que estuviera cubierta de pelos. Mi padre emitía sonidos que indudablemente reflejaban placer y yo abría tanto los ojos que de haber habido luz hubiera denunciado mi indiscreta percepción de la situación.
Si bien no estaban desnudos pude apreciar por primera vez sus cuerpos con ojos de mujer y no de hija dándome cuenta de lo hermosos que eran. Mamá, descendiente de alemanes, es una formidable rubia de pelo largo ojos verdes y piel muy blanca, portadora de un majestuoso cuerpo que impone presencia. De un metro setenta y cinco con largas y bien torneadas piernas, firmes caderas, fina cintura y unas hermosas tetas, erguidas y bien formadas a pesar de habernos amamantado, con grandes pezones color púrpura, su aspecto general irradia sensualidad y fortaleza. Su discreción y gran femineidad suplen con éxito su escasa formación. Papá, a pesar de ser un fornido morocho acostumbrado a los duros trabajos del monte, de cuerpo muy atlético, es un hombre muy delicado, suave y educado con un rostro aniñado demasiado lindo para ser varón. Son una espléndida pareja muy difícil de ignorar.
En ese momento pensé que si mis padres se enteraban que los estaba espiando me matarían, pero mi calentura pudo más y me arriesgué a seguir mirando. Me quedé lo más quieta que pude aunque no logré dejar de mover las piernas apretándolas lo más fuerte posible para llevar aunque más no fuera un poco de consuelo a mi desesperada entrepierna.
Mamá siguió con su entretenimiento cambiando luego de un rato de extremo. Se metió entonces esa barra carnea dentro de la boca siguiendo un camino lento pero continuo, empujando con decisión, se notaba que le costaba un gran esfuerzo, llegando a meterla por completo. Fue evidente, aun para mí que no entendía nada, que a pesar del considerable tamaño se la tragó completa. Ese pedazo de carne llegó a traspasarle la garganta haciendo que sus ojos parecieran salirse de sus orbitas. Mientras la tragaba friccionaba violentamente con su mano libre el espacio comprendido entre la separación de sus muslos, el mismo por donde yo sangraba, jadeando sonoramente a pesar del evidente esfuerzo que hacía para no perturbar el silencio de la noche.
También se notaba en su rostro el gran placer que el trozo de palpitante carne le provocaba así como una triunfal expresión por haberlo logrado tragar. Cuando por fin lo sacó de su boca salió muy impregnado en abundantes cantidades de saliva, tantas que creí que estaba vomitando. Papá se retorcía, estaba muy rojo, sudoroso y temblaba. Le dijo entonces: _ dale, seguí que acabo, e inmediatamente comenzó a expulsar chorros de un líquido blanquecino que salía a borbotones y que mamá se apresuró a tragar sin desperdiciar ni una gota.
Luego se abrazaron, se hicieron mimos y se besaron. Mamá me dio la espalda, se apretujó contra papá y se dispusieron a dormir. Yo quedé alterada, sudaba mucho y temblaba y el calor que sentía entre las piernas se me hacía insoportable, me quemaba. Imitando a mi madre froté bien fuerte mi entrepierna. Gracias a la presencia de sangre y a un líquido viscoso que hasta ese día jamás había expulsado mis dedos se deslizaron con facilidad haciéndome tener un fuerte espasmo que me ayudó a sentirme liberada, pudiendo por fin dormir.
A la mañana siguiente, cuando desperté y vi mis sabanas me asusté. Todo estaba manchado de rojo, especialmente mis muslos y manos lo que denunciaba con claridad mis impúdicos toqueteos. Mamá se dio cuenta pero por suerte pensó que por mi inexperiencia me había descuidado. Me ayudó a limpiar los rastros que quedaban en la cama y en mi cuerpo y me habló mucho explicándome todo lo mejor que pudo. Me contó que ella también estaba indispuesta en ese momento y me alentó a copiar su comportamiento. Pobre mamá, no creo que con eso de que la imitara se estuviera refiriendo a su degustación de la pasada noche.
A partir de esa experiencia esperé ansiosa cada día la llegada de la noche para acostarme, simular que dormía y presenciar nuevamente las sesiones de amor entre mis padres. El momento llegó unos cuatro días después. Esta vez su comportamiento fue diferente. Una vez que comprobaron que dormíamos se acostaron se abrazaron y papá tomó la iniciativa. Besó insistentemente a mamá en la boca, el cuello, las orejas, cosa que a ella le hacía cosquillas, mientras le acariciaba los senos, los muslos, la cola y entre las piernas. Besó con vehemencia sus pechos y luego ubicó su cabeza entre sus piernas y lamió insistentemente entre ellas hasta arrancar fuertes quejidos que mamá apenas si podía reprimir. A continuación se montó sobre ella que abrió inmediatamente las piernas, liberó su gran pedazo de carne y lo empujó dentro de mamá de un solo golpe, esperó un ratito y enseguida empezó a moverse, primero lentamente y luego con mucha rapidez hasta que por fin, tras un quejido se dejó caer sobre ella, la besó y se separó, dándole la espalda y aprestándose a dormir. Fue todo muy rápido, en total no habrían pasado ni diez minutos.
Esta vez yo quedé insatisfecha. Esperaba más. Me había gustado mucho más ver cómo mamá se tragaba con la boca el enorme pedazo que esta vez, que por haber estado guardado en su interior apenas si lo pude ver un momento antes de que se lo metiera. Volví a frotarme frenéticamente la conchita pero mi mano no resbalaba como antes. Queriendo sentir más me metí un dedo y me lastimé. El sangrado facilitó la fricción y entonces, apretando bien fuerte las piernas logré sentir nuevamente aquel maravilloso espasmo aliviador.
Con el paso del tiempo un inesperado condimento se agregó para mi mejor entretenimiento. Una mañana un trueno, muy común en estas regiones tropicales, me despertó. Miré enseguida a mamá y papá con la esperanza de ver algo pero dormían placidamente. Me fijé entonces en mi hermano, que también dormía y vi que debajo de la tela de su slip aparecía un bulto que seguramente ocultaba un pedazo de carne parecido al de papá. Me quedé mirando atentamente hasta que luego de un rato lo tomó con su mano derecha y liberándolo de su encierro lo frotó repetidas veces hasta que logró expulsar el para mí ya conocido liquido blanco. En ese momento su cara demostraba satisfacción y con una gran sonrisa se dio vuelta y siguió durmiendo. Por mi parte yo había encontrado un nuevo entretenimiento. A partir de ahora no solo tendría las noches de mis padres sino que también podría disfrutar de las mañanas de mi hermano.
Así pasaron tres años. Mis padres tenían relaciones sexuales unas tres veces por semana y mi hermano se masturbaba día por medio lo que a mí me garantizaba casi una paja diaria. Debido a mi gran interés por el sexo, en la escuela, con mis amigas, aprendí todo lo que una chica de dieciséis años debía saber por lo que cada vez me sentí menos sorprendida. Pude ver en esos tres años a mi papá penetrando a mamá por delante y por detrás, lamiéndole todo el cuerpo, manoseándola sin contemplaciones. Lo escuché decirle de todo, desde amor hasta puta y re puta, pero lo que siempre más me gustó fue ver a mamá tragarse la pija entera hasta sentirla en la garganta. También comprobé que mi hermano fue perdiendo el pudor y se masturbaba despierto sabiendo que yo lo veía. Resultaba evidente que disfrutaba bastante pero para mí era mucho más excitante ver a mi papá, o para mejor decir, ver su maravillosa verga.
A pesar de que me convertí en una maestra en el arte de fingir que dormía poco a poco me di cuenta de que a papá no lo engañaba. Él sabía perfectamente que yo los observaba y a su vez me miraba a mí. Al principio pensé que sólo eran ideas mías pero como cada vez se hizo más evidente lo terminé aceptando. Mamá en cambio vivía en otro mundo, seguía creyendo que su ingenua nena se mantenía al margen de todo y que dormía como un angelito.
Una calurosa noche de verano que dejamos la ventana abierta para que corriera algo de aire la luz de la luna iluminó la habitación, especialmente los cuerpos de mis padres que se disponían a mantener una de sus relaciones. Papá se arrodilló sobre la cama, me miró insistentemente a los ojos hasta conseguir que los abriera y cuando estuvo seguro de que lo estaba mirando se quitó los calzoncillos dejando su verga expuesta en toda su dimensión. Iluminada por aquel resplandor se veía majestuosa, húmeda, brillante; él la acariciaba lentamente ofreciéndomela y yo sentí deseos de comerla. Desde ese día comprendí que papá no pudo tener nunca más relaciones normales. Necesitaba que yo lo mirase para poder excitarse. Jamás hablamos del tema pero fuimos cómplices de todo lo que sucedió a partir de ese momento.
Las cosas cambiaron. Papá le exigía a mamá tener sexo casi a diario, ella, si bien no se resistía ya que lo disfrutaba mucho, no comprendía los motivos de tanta demanda, mi hermano, que algo intuía se masturbaba cada vez con mayor desparpajo y yo dejando de lado la vergüenza y el pudor me destapaba mientras me hacía la dormida para que alguno de ellos me observara. Mi cuerpo cambió tomando forma de mujer. Me volví osada y cada día quise más. Llegué a masturbarme descaradamente frente a mi padre, mientras él le rompía el culo a mamá, abriendo las piernas a más no poder con la perversa intención de que me viera hasta en el más mínimo detalle.
Mi audacia llegó al máximo un día que fingiendo estar enferma me instalé en la cama de mis padres y haciéndome una vez más la dormida apoyé mis nalgas contra mi papá pudiendo sentir por fin su más que deseada pija apoyarse contra los hambrientos cachetes de mi culo. Su erección fue instantánea y sin poder evitarlo comenzó unos tímidos movimientos de cadera refregándose contra mí. Noté que temblaba como una hoja, vibraba compulsivamente y disfrutó a más no poder hasta que en un instante me abrazó con tanta fuerza que me dejó sin aliento y eyaculó contra mi camisón haciéndome sentir unas palpitaciones de su miembro tan violentas que temí que explotase. El pobre sufrió tanto, se sintió tan culpable que en un determinado momento se separó de mí, se levantó, salió de la casilla y pude oír cómo afuera, solo, lloró desconsoladamente.
Pasó un mes en el que extrañamente, en mi casa no hubo más sexo. Papá modificó su carácter volviéndose callado y taciturno, a mamá le pareció normal que después de tanto fuego llegara algo de calma, mi hermano siguió como si nada y yo sufrí mucho al comprobar que papá me evitaba.
Unos días después llegó mi tío Enrique. Vino convocado por mi padre con el pretexto de que necesitaba ayuda para unos trabajos en el campo. La realidad es que no sabiendo qué hacer papá acudió a su hermano buscando ayuda para resolver su difícil situación con su hija. Valientemente le contó todo con lujo de detalles, sin ocultar ni tergiversar nada. Lloró mientras lo hacía, lo sé porqué los escuché escondida detrás de un árbol mientras charlaban, y juntos encontraron lo que creyeron sería la solución.
Por la noche, mientras cenábamos, tío Enrique habló con papá y mamá explicándoles que había un matrimonio en la Capital que necesitaba una chica para quehaceres domésticos. Les dijo que se trataba de gente muy buena, muy adinerada, gentil y amable y que ofrecían un muy buen sueldo que seguramente no nos vendría nada mal. Insistió argumentando que se trataba de una excelente oportunidad y que seguramente amparada por ellos no solo trabajaría sino que además podría estudiar. Luego de discutirlo bastante papá y mamá aceptaron sin consultarme y me comunicaron que dos días después partiría con mi tío rumbo a la gran ciudad.
Aunque me sentí muy triste por la decisión la acepté de buena gana comprendiendo que era la mejor solución. A mí también me mortificaba bastante ese deseo desmedido que se había apoderado de mí. Dos días después, un martes, luego de los llantos y consejos lógicos, mi tío y yo subimos al tren. Papá y yo solamente nos miramos, no necesitamos decirnos nada. Con mamá y mi hermano nos abrazamos muy fuerte y nos prometimos volver a vernos a la brevedad.
Tres horas después que el tren partió tío Enrique me informó que bajaríamos en la siguiente estación porque se sentía muy cansado, quería pasar la noche durmiendo sobre una cama y que retomaríamos el viaje al día siguiente. Así lo hicimos hospedándonos en una pequeña habitación de un hotelucho ubicado frente a la estación. El tío me explicó que dormiríamos en el mismo cuarto para gastar menos y a mí me pareció lo más normal del mundo.
Una vez instalados el tío me dijo que me quitara toda la ropa para que no se arrugara. Obedecí sumisamente observando que su mirada dejaba traslucir cierta malicia. Haciéndome la tonta le pregunté si también me debería quitar la ropa interior. Me dijo que sí y que aprovechara para darle una lavadita. _ Y me quedo así desnudita? Pregunté. _ Claro, respondió. Te da vergüenza? _ Un poquito, mentí. _ Andá tranquila que yo no te miro.
El, no sé si para darme el ejemplo, hizo lo mismo, se quitó todo y se dirigió al lavatorio a enjuagar su slip. Mientras estábamos en el baño nuestros cuerpos se rozaron. Su miembro tocó mi nalga y adquirió una consistencia que me hizo recordar mucho al de papá. Después de todo son hermanos, pensé. Durante todo ese tiempo no pudo quitar sus ojos de mí a pesar de que intentó dominarse y su verga se levantó al máximo mostrando un tamaño muy apetecible, tal vez algo mayor todavía que el de papá. Así nos fuimos a la cama única que no nos quedó más remedio que compartir.
Querida sobrina, me dijo, he notado que mientras estábamos en el baño mirabas con mucha atención mi pija. Es verdad?
Sinceramente no sabía qué pensar. Estaba segura que el tío como hombre me deseaba pero un resto de ingenuidad me llevaba a dudar. Para mí cabía la posibilidad de que esa pregunta y todo su comportamiento desde que ingresamos a la habitación fuese producto de lo que habían hablado con mi padre. Entonces respondí lo que me pareció más sincero:
Sí. Me gustó mucho mirártelo y ver cómo crecía.
Te parece grande?
Ahora sí. Antes estaba chiquito.
Alguna vez viste otro como este?
Sí, el de papá y el de mi hermano.
Alguna vez se los tocaste?
No. Como se lo voy a tocar a mi papá o a mi hermano?
Claro. Y a tu novio, no se lo tocaste?
Nunca tuve novio.
Te gustaría tocarlo? Digo, para saber cómo es.
No sé. Puedo?
Claro que puedes.
No está mal?
No mhija. No está mal. Podés tocarlo.
Solo tocarlo puedo?
Por qué? Qué te gustaría hacer?
Me gustaría hacer como mamá le hace a papá.
Date el gusto querida.
Esa conversación me pareció absurda, ridícula e hipócrita pero necesaria. Sirvió para romper el hielo. Mi tío encontró la manera de proponerme sexo sin asustarme y yo encontré lo que buscaba sin evidenciar mi calentura y desesperación.
Al tomar esa pija entre mis manos me estremecí. Sentí que por fin tenía lo que quería. La acaricié alternativamente con una mano primero y después con la otra. Luego la tomé con ambas manos y la apreté bien fuerte. Me encantaba su consistencia, su humedad, su delicadeza, su piel suave parecida a la de un bebé. Me enloqueció sentir que palpitaba. Cuando la cabeza se hinchaba me parecía que me quería hablar. Me enternecía y me daban ganas de mimarla apoyándola contra mi pecho para darle todo mi amor. No aguanté más y la llevé a mi boca. La lamí como mamá y como ella deslicé mi lengua hasta la base y me metí las bolas dentro de la boca chupándolas hasta que mi tío se quejó. Igual que ella cambié el rumbo y dirigiéndome hasta la punta me la metí en la boca intentándola tragar toda y comprobé que para hacer lo mismo que mi mamá había que ser una experta. Ella lo era y yo, recién empezaba.
No la pude tragar pero la chupé con frenesí hasta que mi tío Enrique no pudo más y eyaculó dentro de mi boca pidiéndome que me tragara todo igual que papá le pedía a mamá. Y me tragué todo, que era mucho, pero antes lo saboreé. Fue delicioso. En cuanto lo tragué quise más, entonces le pedí al tío que me lamiera la conchita como papá le hacía a mamá. El aceptó gustoso diciéndome que las nenitas como yo tenían un sabor especial que a él le resultaba delicioso. Definitivamente con su lengua sentía más y mejor que con mis dedos. Expulsé un montón de líquidos que dejaron toda la superficie bien resbaladiza y entonces le pedí que me la metiera. Cuando lo hizo creí morir de placer y comprendí entonces los jadeos de mamá y la compadecí por tener que reprimirlos.
Después de acabar por segunda vez el tío no podía más y quería dormir pero a mí todo me resultaba insuficiente. Recién comenzaba a vivir y necesitaba hacerlo intensamente, sin parar. Me explicó que ya no se le pararía por lo menos hasta la mañana siguiente. Entonces le supliqué que aunque más no fuera por lo menos me mirara. Aceptó incrédulo.
Me paré delante de la cama y manoseé mi cuerpo detalladamente, sin dejar de tocar ni un solo centímetro. Abrí muy bien mis piernas y con mis dedos separé los labios externos de mi conchita para que pudiera mirar en su interior. Luego giré y le di un espectáculo monumental de mi culo, separando los cachetes y metiendo bien adentro un dedo ensalivado. Al comprobar que su verga comenzaba a reaccionar me metí otro y otro más al tiempo que con mi mejor cara y voz de puta le pregunté si le gustaría metérmela por ahí. Se le paró de inmediato. Me colocó en cuatro y me la metió de un solo golpe haciéndome gritar de dolor y bombeó sin parar hasta llenarme el culo de su deliciosa e hirviente leche. Después de eso cayo como muerto y no hubo manera de que lo pudiera despertar. Le lamí la pija y las bolas por más de media hora pero no se la logré hacer parar.
Dos días después llegamos a la capital y nos instalamos en una pieza de una pensión barata del barrio de Constitución. Estuvimos encerrados más de una semana cogiendo todo el tiempo. Para no salir comíamos en la habitación y para aquellos momentos en que yo quería y él no podía me compró un kilo de pepinos de distintos tamaños y me los metía por adelante, por atrás o simultáneamente uno en cada lugar. Un día que lo puse especialmente loco me metió dos de los más grandes juntos en la concha, luego quiso hacer lo mismo en mi cola pero no lo dejé. Se rió mucho y me dijo que por fin había encontrado un límite.
Como todo en la vida luego de varios días de locura sexual lo nuestro comenzó a ser rutina. Ambos fuimos enfriándonos y comenzamos a dar por terminada la aventura. Le pregunté si lo de la familia que me iba a contratar era verdad y respondió que sí. Me explicó que cuando habló con papá él no sabía lo que luego ocurriría entre nosotros y que en cuanto se lo pidiese me llevaría y me dejaría con ellos pero que antes quería pedirme un favor.
Intrigada y curiosa como de costumbre pregunté a que se refería quedándome helada y sin saber que responder ante su propuesta. Me contó que estaba bastante endeudado y que se le había ocurrido, ya que a mi me gustaba tanto coger, si aceptaría tener sexo con sus amigos a cambio de que le perdonaran sus deudas. Primero me ofendí pero a medida que empezó a pasar el tiempo comprobé que mi concha se había inundado como nunca.
Cuantos son?
Unos cuantos.
Tanto debes?
No es tanto, pero tampoco me van a perdonar las deudas por dos o tres polvos.
Y para mi qué?
Te prometo la misma cantidad que yo debo.
Donde los recibiría?
En el departamento de uno de ellos.
Ya lo hablaste?
Si. Estaba seguro de que no te opondrías.
Al día siguiente me llevó al departamento, me dejó sola y me dijo que esperara y que solo abriera cuando escuchase que decían mi nombre. Me dijo que me bañara y que usara toda la ropa que se me ocurriese. Cuando me fijé en el placard encontré cantidades de ropa interior, unas pocas mini faldas y algunas blusas casi todas transparentes.
Me sentía feliz. No me molestaba en lo más mínimo lo que estaba a punto de hacer.
El primero que golpeó la puerta y dijo mi nombre fue un hombre mayor, de unos sesenta años. Me encontró muy bien pintada, con los labios bien rojos, una mini falda bien corta que dejaba ver los cachetes de mi cola y una blusa transparente que dejaba ver un corpiño también transparente mostrando impúdicamente los pezones. Cuando me vio quedó deslumbrado, me besó en la mejilla y yo, actuando como si no hubiera hecho otra cosa en la vida lo invité a pasar y me pegué a su cuerpo besándolo calidamente detrás de la oreja mientras le agarraba la verga con mi mano más libre. Me abrazó muy fuerte y me pidió que no me detuviera. Liberé la pija y lo masturbé por un poco más de un minuto y acabó en mi mano poniéndose colorado, no sé si por la calentura o por la vergüenza de haber terminado tan rápido. Me agradeció, se despidió y me dijo que pronto volvería por más.
Con el segundo y los siguientes no tuve tanta suerte. Eran mucho más jóvenes y me cogieron sin piedad por cada uno de mis agujeros, a los que, después supe, mi tío les ponía diferentes precios. El primer día vinieron cuatro, entre el segundo y el quinto seis y a partir de ahí nos estabilizamos en diez por día. Puedo afirmar que salvo con los borrachos y los muy sucios mal olientes con todos los demás disfruté mucho y llegué a gozar de infinidad de orgasmos. Calculo que en dos meses me cogí a por lo menos quinientos hombres, muchas veces a varios juntos llegando a tener que atender a seis en una sola sesión, uno metiéndola en mi concha, otro en el culo, una pija en cada mano y dos, alternativamente, en mi boca. Aprendí a tragarla como mamá, ya no sentía arcadas cuando traspasaban la barrera de la garganta y hubiera seguido de no ser porque mi tío jamás me dio un peso y yo quería mandar algo de dinero a casa. Entonces me puse firme y lo obligué a que me llevara con la familia que me había prometido.
Fue muy amoroso mi tío al despedirse. Me dio una tarjeta con su número y me dijo: cuando necesites pijas llamame. Tengo que reconocer que al final también me dio unos pocos pesos que le pude enviar a mis padres lo que ayudó a limpiar un poco mi conciencia.
El matrimonio que me recibió era muy agradable. Gente muy delicada que vivían en una casa hermosa en la cual yo tendría mi propio dormitorio y baño preservando de esa manera mi intimidad. Eran bastante jóvenes, ninguno superaba los cuarenta años y me hacían acordar mucho a mamá y papá. Los primeros tiempos transcurrieron sin problemas, yo me desempeñaba muy bien, hacía todo lo mejor posible y lo que no sabía me lo enseñaban de buena manera y yo aprendía con mucha dedicación, pero pasados quince días volví a sentir urgencias entre mis piernas. La ansiedad me llevó a fijarme en mis patrones cada vez que se hacían arrumacos y el señor se dio cuenta que los observaba. Muy discretamente comenzó a fijarse en mí.
A esta altura de la vida yo estaba, modestia aparte, muy linda. Era muy parecida a mamá, rubia y alta como ella con un cuerpo realmente exuberante, muy buenas piernas y caderas, buena cintura y un busto, aunque todavía no muy desarrollado, hermoso de contemplar.
La señora también me observó y sentí que me derretía cuando me di cuanta que lo hacía con deseo. Empecé a espiarlos, como hacía con papá y mamá, no haciéndome la dormida pero sí detrás de las puertas de la habitación o del baño. Pensando en ellos me masturbaba varias veces por día.
Y pasaron dos cosas.
Un día el señor me pescó detrás de la puerta de su habitación masturbándome. Ellos habían tenido una muy buena sesión de sexo y yo había visto y escuchado todo y me quedé recostada contra la pared con casi toda la mano dentro de mi jugosa concha. Al verlo me sobresalté pero él acercó un dedo a sus labios imponiéndome silencio, se acercó, reemplazó mi mano por la suya y no me soltó hasta que me hizo acabar. Luego me beso tiernamente e hizo marchar. Desde ese día lo espere ansiosamente cada noche en mi habitación pero todavía no vino.
En cambio la señora me llamó un día cuando estaba en el baño. Se encontraba desnuda tomando un hidromasaje y me pidió que me acercara y le frotase la espalda con una esponja. Así lo hice y empezó a disfrutar. Luego de un rato le pedí permiso para frotar su espalda con mis manos, dejando de lado la esponja. Me autorizó a condición de que usara una crema muy suave para el cuerpo para que mis manos se deslizaran mejor. Así lo hice y lentamente ella fue girando hasta que mis manos quedaron sujetando sus pechos. Y los acaricié con pasión. Ya no me importaba que se enojara. Tampoco creía que eso sucediera. Deslicé mis manos resbaladizas por su cuello, brazos, axilas, pechos, abdomen y espalda. Cuando creí que lo esperaba bajé con mis manos a buscar su vagina y la acaricié tan suavemente que tuvo una convulsión que me hizo asustar. Se irguió frente a mí, me quitó el delantal y quedamos las dos desnudas. Tomó mi cara con ambas manos, acercó sus labios a los míos y me besó con tanta ternura que casi me hace llorar. Luego de un hermoso beso que duró una eternidad nos metimos juntas en el hidro, jugamos un rato, nos reímos, nos paramos, nos secamos mutuamente y tomándome de la mano me llevó a su habitación.
Pero no estaríamos solas, recostado en la inmensa cama el señor nos esperaba desnudo, con tres copas de champán.
Hoy, después de seis años de "trabajar" con la misma familia soy inmensamente feliz y no quisiera cambiar mi trabajo por nada del mundo. Muchas veces los señores invitan amigos o amigas y me piden que los atienda especialmente y ellos siempre me premian con jugosas propinas. La señora me lleva al mismo salón de belleza donde ella se atiende y me han llevado de vacaciones por todo el mundo. Les gusta mucho practicar el nudismo y siempre me dicen que los hago quedar muy bien ya que a todos les gusta mucho mi cuerpo.
Mis padres saben que estoy bien. Los visito dos veces por año y no dejo que les falte nada. Papá pudo volver a abrazarme sin culpas, mamá sigue siendo hermosa y estoy segura que siempre mantienen sexo del mejor.
Al tío no volví a verlo ni pregunté por él pero siempre le agradeceré el trabajo que me consiguió. Lo demás se lo perdono ya que contó con mi complicidad.
Mi hermano se casó y tiene una nena a quien le encanta fingir que está dormida
Queridos lectores: me gustaría saber, si no les molesta, su opinión acerca de "mi cruel realidad".