MI CONSUEGRA - Una encerrona me trajo la felicidad
Tras conocer a mi consuegra, la madre de mi nuera, todo fue un cúmulo de acontecimientos, hasta llegar a convertirme en el protagonista de una inesperada encerrona que cambió mi vida para siempre.
Cuando menos lo esperaba, mi tranquila y anodina vida dio un giro inesperado.
Soy Víctor, tengo en la actualidad 53 años, más cerca de los 54 y trabajo como jefe de administración en una compañía de seguros.
Iba a añadir, divorciado, pero no, solo separado y ni siquiera legalmente. Mi ex, cuando nuestro hijo Iván tenía dos años decidió, sin ni siquiera pensar que ya habían pasado los años de paquitoferrolano y que en este país existía una cosa llamada "divorcio", decidió acabar nuestra relación a la manera de antaño y usando el "ahí te quedas" , abandonó nuestro hogar, eso sí, teniendo la delicadeza de dejarme una escueta nota: VOY A EMPRENDER UNA NUEVA VIDA CON OTRA PERSONA. POR FAVOR, NO TRATES DE LOCALIZARME. CUIDA DE IVÁN, SÉ QUE LO HARÁS BIEN.
Así, sin más, me quedé al cuidado de nuestro hijo, con los placeres e inconvenientes que supone trabajar y a la vez sacar adelante y solo, por entonces, a un bebé.
Ni yo traté de localizarla ni ella me contactó en estos últimos 26 años para, al menos, legalizar formalmente nuestra separación, si es que se le puede llamar así al hecho de romper un matrimonio, de la noche a la mañana, con nocturnidad y alevosía y sin sospecharlo ni tan siquiera.
Lo último que supe de mi ex, de manera casual y de eso fue hace ya 5 años, es que se había ido a vivir a Brasil con la última y enésima pareja que había tenido. Poco más había sabido de ella en todo este tiempo y nada me importaba.
Por supuesto, a Iván, el hecho de quedarse sin madre siendo tan pequeño le benefició en el sentido de que no sufrió su ausencia.
Por mi parte, debo reconocer que, salvo los lógicos inconvenientes de tener poca ayuda, ya que mis padres y mis hermanas vivían lejos, pude superarlos y ayudó mucho el que el niño, después el adolescente y más tarde el joven que había criado, me hicieran enorgullecerme como padre en todos los sentidos. Siempre fue responsable, quizás en exceso. Formal y educado.
Iván terminó su carrera de ingeniero informático y entró a trabajar en la filial barcelonesa de la compañía francesa Norbasoft, una empresa puntera en el mundo de la investigación y desarrollos informáticos.
Dos años después, mi hijo empezó a prosperar y a ganarse la confianza de la dirección de Barcelona y su nombre y sus logros profesionales llegaron a la central española de Madrid donde no dudaron en reclamarlo a la sede principal para, ofrecerle y pedirle, que aceptara el cargo de responsable de Intrasoftings European Projects. Para mí un auténtico rollo de nombre. Para él, un gran reto profesional que potenciaría su valía y su capacitación.
Así que, a sus 25 años, dejó el hogar familiar, suyo y nuestro y me dejó en la única compañía de "Bicho", un negro rottweiler, de cuatro años y 70 kgs de músculo y fuerza, que se empeñó en adoptar años atrás, a pesar de mi inicial negativa y siendo solo un cachorro.
- "Papa, no me lo puedo llevar de momento. Al menos hasta que no esté instalado" - me dijo, para seguir convenciéndome - "De verdad, papito, que en cuanto esté instalado, vengo a por él. Aunque sé que no me lo querrás devolver". Con un pellizco en mi mejilla dio por sentado que aceptaba quedarme con su mascota.
A mis 50 años, me volvía a quedar solo, esta vez, del todo. Bueno, exceptuando la compañía de mi perro, pero con la enorme satisfacción de haber hecho un buen trabajo como padre.
"Bicho" me miraba continuamente y yo, en las ausencias de mis pensamientos, le devolvía esa mirada asegurándole que ni Iván ni nadie lo iba a arrancar de mi lado.
El contacto con Iván era casi diario. Su videollamada, mientras preparaba la cena, era una costumbre cotidiana. Seguía siendo el mismo chico cariñoso que, sin decírmelo de manera expresa, agradecía que hubiera sido yo el que no lo abandonara de pequeño.
Prosperó en todos los sentidos.
Profesionalmente, agrandó el reconocimiento y la confianza que sus jefes le habían otorgado cuando le encomendaron ese puesto en Madrid.
Personalmente, se había adaptado a la vida madrileña, algo que me generaba dudas al principio, debido a su carácter introvertido y austero e incluso, había iniciado una relación con una chica de su empresa.
Lidia era un año mayor que él, pero, al poco tiempo de entrar Iván en esa central, habían sucumbido mutuamente a los gustos y anhelos de cada uno.
Tras tres meses de conocerse ya eran novios y otros tres después ya vivían juntos. A partir de ahí, la videollamada diaria de whatsapp era conjunta desde su apartamento o incluso, a veces, era Lidia quien la iniciaba. Su "hola suegroooo" , me arrancaba una sincera sonrisa.
Iván venía por casa, a Barcelona, a menudo. Incluso, en ocasiones, para un solo día si lo requerían sus obligaciones profesionales. Lo veía feliz. Muy feliz y él a mí, orgulloso como padre. Si de algo no dudaba y me lo demostraba a diario, es que no me iba a abandonar, en el sentido paternal.
Lidia también encajó muy bien en medio de los dos. A veces venía con él, si coincidía en fin de semana y desde el primer día tomó mi casa como suya.
Por supuesto, no hubo presentaciones formales y para nada rechazó mi ofrecimiento de que ocuparan mi cama de matrimonio cada vez que vinieran a Barcelona.
Lidia era cariñosa, familiar, entrañable conmigo y amorosa con Iván. Eso saltaba tan a la vista como las partes más atrayentes de su anatomía. Era realmente guapa. Su pelo rubio teñido, liso pero con volumen, en forma de media melena, que incrementaba la expresividad de sus facciones entre suaves y sensuales. Un cuerpo conjuntado desde sus pechos; sus grandes y generosos pechos; pasando por su cintura y terminándolo con unas caderas y piernas de las que es imposible abstraer la mirada.
Y, como tantas veces pasa, un viaje de ida viene acompañado por uno de retorno.
A Iván, en su empresa, le propusieron dos años después, con poca opción de rechazo, volver a la sede de Barcelona, en calidad de Manager General Projects, no solo para relanzar esta sede, que empezaba a tener pocas opciones de supervivencia, sino para que demostrara su capacidad de liderazgo.
La aceptación de esta posición, que por jugosa, profesional y económicamente, no podía rechazar, suponía asumir ciertos daños colaterales. En la política interna de muchas empresas francesas de un cierto nivel, por supuesto, está prohibida la relación entre empleados, llegando incluso a no admitir, como trabajadores a familiares de un trabajador, sea en el puesto que sea.
Iván y Lidia trataron de ocultar su relación, pero cuando esta ya fue muy evidente, no tuvieron más remedio que hacerla pública sin más remedio.
La dirección general de la central, de manera sosegada y tras comunicarle a Iván su ascenso y traslado a Barcelona, buscaron suavizar la situación y de manera velada le ofrecieron a Lidia una compensación económica, lo suficientemente jugosa, como para que no fuera rechazada y de esta manera, evitar también que Iván se implicara aún más en la compañía.
Iván y Lidia deseaban vivir en nuestro barrio. Es el que él había conocido desde siempre y al que ella se había adaptado en sus visitas y afortunadamente, en esos días previos al traslado de la pareja a Barcelona, una tarde al regresar del trabajo, un cartel de fincas Expo-Building, anunciaba en mi mismo bloque el alquiler de un piso. Hablé con los chicos y ellos mismos me autorizaron a, confiando en mi gusto, tramitar el alquiler de ese piso, si todo me cuadraba. Teniendo en cuenta que era en la misma finca, dos plantas por encima de la mía, solo era cuestión de comprobar en qué situación de habitabilidad se encontraba. El precio era lo de menos, ya que iba a ser asumido por la empresa y seguramente, tratándose de la zona y del edificio, encajaría en el presupuesto acordado para el alquiler.
El piso no es que estuviera bien. Estaba, pero que muy bien. La pareja gay que lo había tenido en alquiler los últimos años lo había cuidado con todo esmero, por lo que, tras enviarles a Lidia e Iván algunas fotos, firmé en su nombre el contrato de alquiler para ser ocupado en unos días.
Para los dos fue fácil comenzar su vida aquí.
Iván estaba encantado con su nueva osadía profesional. Le gustaba su trabajo y se le veía feliz con el reto que le habían propuesto y que aceptó sin reparos, eso sí, con las lógicas negociaciones para seguir desarrollando su futuro en la empresa. A Lidia le encantaba esta ciudad. Estaba claro que, por razones obvias, no podía regresar a la empresa, pero el salario de Iván tampoco hacía necesario precipitarse en buscar un trabajo a no ser que éste cumpliera todas sus expectativas, tanto a nivel profesional como de salario. Realmente, no se le veía con prisa en ese aspecto.
Su relación conmigo era de máxima confianza en todos los sentidos y eso hacía que, como en esa manida frase que se usa en tantas ocasiones, muchas veces cargada de falsedad, para mí, Lidia era ya como una hija, pero en este caso era así.
Los horarios de Iván eran, casi siempre, desorbitados. Salía de casa temprano y regresaba tarde y eso si no tenía que viajar a la central de Madrid o a la principal de París.
Lidia no se quejaba para nada. Su actitud, más que de resignación, era de tranquilidad. Muchas veces, al llegar yo del trabajo, ya estaba ella en casa o había venido a buscar a "Bicho" para sacarlo a pasear. Incluso veía la cena medio preparada.
Desde que vinieron a vivir a Barcelona, no había perdido la costumbre de darme dos besos en cualquier situación. Si llegaba a casa, si se iba, si me venía a pedir algo, siempre me saludaba con dos besos en la cara y jamás sospeché que con ese gesto buscara algo más de mí. Era una chica extremadamente cariñosa, pero nunca pensé en ella como algo más de lo que era: mi nuera. La pareja de mi hijo.
Si, reconozco que en ocasiones la vista se me iba a ciertas partes de su anatomía, pero eso era inevitable.
Esos grandes pechos, sin llegar a ser enormes o exagerados, provocaban que, sobre todo si tenían como compañeros un generoso escote, mis ojos desviaran su atención y se volcaran hacia ellos en una mirada furtiva y prohibida.
Sus muslos, cuando quedaban patentes ante mí, gracias a sus cortas camisolas con las que en ocasiones se presentaba en casa, ejercían el mismo efecto que sus escotes y no podía evitar pensar ciertas obscenidades al tenerlos tan cerca en ocasiones.
Todo quedaba en eso y nuestras conversaciones, cada vez más asiduas y cotidianas eran de lo más normal, sin ningún atisbo de intencionalidad por parte de ninguno de los dos.
- "Víctor, de verdad, - me preguntó, como en más de una ocasión y tomando café sentados en mi sofá- como a tus cincuenta y pocos años, con un físico agradable ¿no has rehecho tu vida?. Es que no lo entiendo".
Mi respuesta siempre era la misma, con pocas variaciones: - "Ya ves, nena, te dedicas toda una vida a criar a un hijo, de la mejor manera que se puede y no te creas más inquietudes y lo que es peor, si eres feliz, como yo lo soy ¿para qué embarcarse en nuevas aventuras?" .
- "Pero, papito guapo, - me encantaban esas confianzas por su parte- hace muchos años que Iván ya no te necesita e incluso te dejó solo durante dos años..." . Vio como mi mirada se lanzaba hacia "Bicho", adormilado en su rincón del comedor - "... si vale, que has tenido que cuidar de "Bicho" y que ya sé eres su dueño, pero no creo que ese sea un gran impedimento para congeniar con una mujer".
Sin ningún reparo, devolviéndole la confianza que mutuamente nos teníamos, le puse una mano sobre su muslo, cruzado sobre su otra pierna y totalmente expuesto a mí y sabiendo perfectamente que se lo decía en broma, la reté: - "Venga, listilla, a ver si me presentas a alguna que sea capaz de soportar mis manías y... a mi perro".
Con una risa me soltó: - "Anda, bobo, ya me voy a comprar para la cena, que hoy Iván me ha dicho que viene pronto".
Ya en la puerta, donde la acompañé para despedirme y tras los dos besos de rigor, se acercó a mí y me preguntó: - "Al menos, querido suegro, si no es amoroso, algún escarceo sexual sí que te permitirás de vez en cuando ¿verdad?".
Abrí la palma de mi mano y al ver cómo le dirigía una lastimosa mirada, ella misma me respondió: - "¡Venga, no me jodas!" . Y tras soltar una sonora carcajada que seguro escucharon los vecinos del rellano, añadió: - "¡Te voy a apuntar al First Dates!".
Una videollamada me sacó de mi sopor un viernes por la noche, cuando ya estaba medio adormilado delante de la tele. Iván había tenido ese día una reunión en la central europea de la empresa, en París y en esta ocasión Lidia decidió acompañarlo para pasar juntos todo el fin de semana en la capital francesa.
- "Papa... ¿estabas durmiendo?" - me preguntó mi hijo.
En tono de broma le respondí: - "No, que va. Me he despertado porque estaba sonando el móvil. ¿Cómo estáis por ahí?"
A su lado y saludándome con la mano, Lidia se apuntaba a la conversación: - "Hola, suegri" - y fue ella la que la continuó - "¿Te podemos pedir un favor, verdad?".
- "Si claro. - le respondí, sabiendo ella de antemano que no me iba a negar - ¿Qué tengo que hacer?".
- "Verás, mañana viene mi madre a pasar unos días a casa y ella no sabía que íbamos a estar fuera" - me informó de manera escueta
Casi adivinando lo que me iba a pedir, solo solté un: - "!Ajá! - al que ella respondió: - "¿Podrás ir a buscarla a las 9 de la mañana a Sants y luego la dejas en nuestro piso?".
- "Si, claro. - para añadir a continuación, ya despejado del todo - Pero solo la he visto una vez en una foto y de eso hace mucho".
Lidia me tranquilizó: - "No te preocupes. Le paso a mi madre tu móvil y quedáis y de paso le ves la cara en su foto del perfil de whatsapp"
Con un: - "Chaíto, guapo" - y un saludo de los dos con las manos, cortaron la conversación.
No habían pasado ni cinco minutos cuando recibí una llamada.
- "Hola Víctor, ¿sabes quién soy?" - escuché una voz, de lo más agradable, desde el otro lado de mi móvil.
- "Déjame adivinar.... ¿Marina?, ¿mi consuegra?" - le respondí sabiendo que era una pregunta sin ningún sentido adivinatorio.
- "¡Jajaja, bingo!. - me tranquilizó siguiendo mi mismo juego antes de continuar - Pues sí, consuegro, soy Marina. Me han dicho Iván y Lidia que puedes venir a buscarme mañana a Sants".
- "Sí, claro, - le corroboré yo también - a las 9 en punto estoy ahí. Pásame todos los datos por whatsapp".
- "Ahora mismo te los mando" - y cortó la comunicación.
Un rato después me llegaba un aviso de mensaje de whatsapp. Lo abrí, pero antes de leerlo y como el cotilleo no es exclusivo de las mujeres, lo primero que hice fue abrir la foto del perfil de Marina.
Un: "¡Coño!" - salió de mi boca de manera real y sin dejar de mirarla, ya interiormente, sí que pensé - "¡Hostia puta, que suegra más guapa tiene mi niño!".
Pasé entonces, a leer su mensaje: "Víctor, a las 9, si no hay retraso, llega mi AVE. Como no puedes bajar al andén me esperas arriba, cerca de la rampa de subida. Si no me reconoces por la foto yo creo que si sabré quien eres por la tuya. Hasta mañana, consuegri guapo".
Le respondí con un "OK" y el emoticono correspondiente de la mano y el pulgar hacia arriba.
Me fui a dormir enseguida. Por educación y por mi forma de ser, no quería dormirme y llegar tarde y puse la alarma de mi móvil para una hora prudencial.
Por supuesto, con una puntualidad más que inglesa, ya estaba en la estación y me dirigí al punto más cercano desde donde la podría ver subir. Y la vi. Y tanto que la vi. De frente, con su americana de color gris claro, aparentemente, sin nada debajo, supongo que solo su sujetador y con un generoso escote y a juego, una falda, una muy corta falda, estaba impresionante. Por detrás y viendo el repaso que le estaba dando el hombre que la precedía, supuse que también llamaba la atención.
Mientras subía por la rampa mecánica me saludó con una enorme sonrisa. No podía hacerlo con las manos ya que estaban ocupadas por una gran maleta ' trolley' en una de ella y lo que se suponía era el maletín de un portátil en la otra. Lo primero que pensé es que para que necesitaría una maleta tan grande.
Antes de llegar arriba ya había podido comprobar que excepto por el color del pelo, ya que Marina lo tenía negro del todo mientras que el de Lidia, sin saber su color real, era rubio teñido y por el volumen de las tetas, las de Lidia eran o parecían, ligeramente más grandes, posiblemente por la diferencia de edad, en cuanto a los demás aspectos de sus anatomías no se podía negar que eran madre e hija.
Antes de que me depositara dos besos ya había pensado varias veces: "¡Pero qué buena está la tía!".
Para nada quería que durante el viaje de regreso a casa quisiera que pensara que no estaba atento al tráfico y que mis distracciones, más que lógicas, se debían a que no podía apartar mi mirada de sus piernas o su escote, por lo que opté por concentrarme en la conducción y en la conversación.
- "Menuda maleta traes, ¡eh!" - le pregunté de manera curiosa sin dejar de mirar, muy a mi pesar, de frente.
- "Pues sí, Víctor, que remedio. - soltó con cierto disgusto - Espero tener ropa suficiente para quince días y si no, algo compraré aquí".
- "¿Quince días?" - le pregunté a modo de sorpresa, eso sí, aprovechando que estaba el semáforo en rojo, para girarme y pasear disimuladamente mi vista desde sus muslos a sus ojos, entreteniéndome un instante en su escote.
- "Sí, rey. - me respondió cariñosamente - Son los días que he cogido de vacaciones y es el plazo que le he dado al cabrón de mi marido para que recoja todo y se vaya a tomar por culo con su amante".
- "¡Vaya con el perla! - le respondí de manera improvisada, para continuar - "Y no me digas que además se la ha buscado jovencita, que es lo que suele pasar a según qué edades".
Me miró arrugando la frente en señal de total hastío y solo me dijo: - "Jovencito, cariño, muy jovencito y al parecer con una proporción increíble de rabo" - y noté como quería zanjar la explicación con un: - "Tan macho que parecía".
Preferí no seguir indagando en intimidades que no me correspondían.
Marina era casada de segundas. Tenía, en estos momentos, como me confesó sin preguntárselo, 52 años, los mismos que yo. Su primer marido falleció en un accidente de moto cuando Lidia tenía 10 años.
La dejé en casa de mi hijo y mi nuera para que se instalara, pero con la promesa de no dejarla a solas hasta que los chicos regresaran de sus mini vacaciones en París. Marina no puso ninguna pega y el hecho, de estar pasando por ese momento de apuro, le vino muy bien el no quedarse escudriñando sus pensamientos, quizás algunos con tintes asesinos.
Ese sábado comimos juntos en casa. Paseamos por Barcelona. Una ciudad prácticamente desconocida para ella. Cenamos en uno de los muchos restaurantes del barrio del Born y espectacular como estaba, me sentí muy confortado caminando y hablando animosamente y con su brazo colgado del mío.
La dejé en la puerta de los chicos y esta vez, a modo de despedida, solo me dio un beso en mi mejilla.
"¡Dios, qué tetas y que piernas tiene la consuegra!" , balbuceaba en mi interior mientras bajaba pausadamente las escaleras de los dos pisos que nos separaban.
Por supuesto, el domingo y hasta que llegaron su hija y el mío, también me dediqué a dedicarle todo mi tiempo. Subí con unos croissants y café con leche a desayunar con ella y pasamos la mañana recorriendo el barrio para acabar comiendo en uno de mis restaurantes favoritos y a pocos metros de casa.
Ya por la tarde, a última hora más relajados y mientras esperábamos que llegaran los chicos, en el sofá del piso donde iba a pasar las próximas dos semanas y ante una tele encendida pero sin ser vista, nos dedicamos a transmitirnos nuestras mutuas confidencias. Se había puesto cómoda, pero no por ello menos atractiva. Es más, a mi vista estaba más exuberante, con un pantalón muy corto y una camiseta escotada que exponía ante mí sus atributos superiores.
- "¿Por qué no has vuelto a tener pareja, Víctor?" - me hizo recordar con esa pregunta a la conversación que su hija y yo habíamos tenido recientemente, para continuar con un: - "No estás nada mal, de verdad, es más, tienes un buen polvo" , añadiendo una leve sonrisa a su afirmación y en pleno momento de confianza tras las horas que habíamos pasado juntos en esos casi dos días.
Mi ego se subió por las nubes con ese comentario y solo, casi ruborizado, le añadí: -"Falta de ganas, falta de tiempo, momentos de poca autoestima, también, pero ante y sobre todo el estar a gusto con mi hijo y con mi vida".
Se me quedó mirando a los ojos, muy fijamente y poniendo sus dedos en mi hombro, de manera pícara me preguntó: - "¿Me vas a decir que llevas meses o años sin follar?".
Usé la respuesta de un chiste que me había llegado hacía pocos días por whatsapp y que me vino como anillo al dedo para zanjar la cuestión: - "¡Uf, ojalá!".
- "¡Ya te vale! - fue la que utilizó ella, para terminar con un: "Bueno, siempre se le puede poner remedio a eso" - y un cómplice guiño de ojo.
No sé si fue real o imaginación mía, pero me pareció que con la punta de su lengua mojaba su labio superior.
Cuando mejor se estaba poniendo la conversación notamos que se abría la puerta del piso de Lidia e Iván y no nos dio tiempo a levantarnos para saludarlos. Llegaron directos al salón y mientras se acercaban y ya levantándonos del sofá, mi nuera, con su habitual chispa, mirando a mi hijo, solo dijo: - "¡Huy, huy, huy! Iván, qué me parece que no hemos llegado en el momento más oportuno" - y con una sonrisa por parte ambos se dirigieron a besar y a abrazar a mi consuegra de manera efusiva, pero casi con el tratamiento de un pésame, ante los motivos por los que había venido a casa de ellos.
Marina, al ver que yo me despedía, solo me dijo, buscando la aprobación de los chicos: - "¡Víctor! No me digas que no te quedas a cenar. He preparado suficiente para los cuatro".
- "Va suegro, - me dijo Lidia, apoyando la petición de su madre - no seas soso, te quedas a cenar con nosotros y cuando terminemos te vas".
- "No cielo, de verdad, que os lo agradezco. - añadiendo como burda excusa - Tengo que sacar al pobre "Bicho", que no ha hecho sus cosas desde antes de la comida y además yo llevo ya muchas horas sentado aquí" . Y tratando de dar un último empuje más convincente: - "Además, seguro que os tenéis que contar muchas cosas e intimidades y yo no soy quien para escucharlas".
No quisieron insistir más y Marina, se acercó a despedirse. Ya delante de mí, apoyando una mano en mi pecho y moviendo ante mi cara el dedo índice de la otra, solo me dijo, sabiendo que lo iban a escuchar su hija y el mío: - "Porque han llegado estos dos, que si no, no te libras de acabar con esos, meses o años sin....".
Los chicos, sin saber a qué venía esa frase, se miraron uno a otro arrugando las narices y las frentes en señal de: "¿Qué habrá querido decir?".
Con una generosa sonrisa, Marina me depositó dos besos en las mejillas reduciendo y además mucho, la distancia con mis labios, sobre los besos que me dio en el encuentro en la estación cuando fui a buscarla.
Durante las dos siguientes semanas nos vimos a menudo y no solo el fin de semana que quedó por medio.
Cenamos varias veces los cuatro, ya fuera en mi piso o en el Iván y Lidia o en plan tapeo en algún bar del barrio.
El sábado y el domingo siguientes fuimos todos a hacer excursiones para que Marina y en algún caso los chicos, conocieran algunos pueblos. Unos de interior y cercanos a Barcelona, como Vic y Rupit o más alejados como, Olot y Santa Pau y otros en la Costa Brava, como Pals, Peratallada, Monells, Begur o Calella de Palafrugell. En esas fechas de finales de septiembre era una delicia caminar por esos lugares ya apenas sin turismo.
Me pareció muy extraño que Lidia e Iván en ningún momento se cogieran de la mano mientras paseábamos por esas calles. Sin embargo, Marina siempre, nada más salir del coche, me tomaba del brazo e incluso, si las adoquinadas calles medievales de esos pueblos eran un poco empinadas, me cogía de la mano sin ningún tipo de rubor e incluso, guiñándose un ojo, mutuamente madre e hija, en tono de sana complicidad.
La verdad es que, después de tantos años sin la cercanía de una mujer, salvo las compañeras de trabajo y esas por una razón estrictamente laboral o los momentos junto a Lidia, sin que con ella hubiera una razón más allá de la familiar, el tener últimamente a Marina al lado y más con esa confianza de tomarme del brazo o de la mano, me hacían sentir bien. Mucho más que bien y por las noches, a solas en mi cama, notaba el efecto que en mí provocaba.
Las conversaciones algo picantes que Marina buscaba, cuando los chicos estaban un poco alejados, detalles como el pasar un dedo por la comisura de mis labios para quitarme algo que yo no me había percatado que tenía mientras estábamos comiendo o el apretarse extremadamente junto a mí para hacerse ' selfies ' conmigo de manera continua y acercando su cara a la mía empezaron a provocar en mi un sentimiento de sentir la necesidad de que había llegado el momento de desear compartir mi vida ya con una mujer. ¿Quizás con Marina?. Por supuesto, enseguida tenía que desechar esa idea, al menos ese nombre, ya que era consciente de que en pocos días ella volvería a Madrid, pero no descartaba el que otra persona pudiera ocupar mi corazón y compartir mi tiempo.
Fue un más que agradable fin de semana. No solo me sacó de mi rutinaria vida sino que me sentí, como hacía mucho no lo percibía, vivo. Mi única preocupación era ver que los chicos, sin que hubiera disgustos o enfados de por medio, no lo estaban disfrutando igual que Marina o yo. No se les veía enfadados, pero si raros. Incluso, aprovechaban que "Bicho" se colocaba entre los dos mientras paseaban para, lo que a mí me parecía, tener la excusa de ni tan siquiera buscarse las manos. Se hablaban solo lo justo y en los ratos que estábamos más juntos, en los restaurantes éramos mi consuegra y yo los que llevábamos la mayor parte de la conversación.
El sábado siguiente, tras haber sacado a "Bicho" a hacer sus cosas y ya habiendo desayunado, me puse a hacer algo de limpieza en casa. No sabía si había algún plan con la familia o si, siendo el último día de Marina en Barcelona, preferían pasar el día a solas con ella y no involucrarme a mí, pero sobre las 12, Lidia entró en casa y tras encontrarme en limpiando en la cocina, me dio los dos besos de rigor, que nunca faltaban, para advertirme enseguida: - "¡Papi-suegri! Como esta noche es la última de mi madre aquí nos vamos a ir todos a hacerle una celebración de despedida ¿eh?".
- "Hija, - le dije cariñosamente, como siempre - no es necesario que vaya yo. Mejor lo celebráis Iván y tú con ella".
Lidia, payasita como era siempre, se llevó las manos a la cara, imitando al personaje de "El grito" de Munch y me dijo, falsamente ofendida: - "¿Me dices que vas a dejar a mi mamá, a mi pobre mamá, sin la compañía de su "novio" en su última noche aquí?". Reconozco que me empezaba a salir ya la risa, pero ella continuó con su teatral actuación: - "¿No te importa, de verdad que no te importa, que mi mami regrese a Madrid con el corazón destrozado?".
- "Venga, siii, tendré que ir, mi amor. - le dije acompañándola en su graciosa farsa - Si es por eso, ahí estaré, porque, últimamente Iván y tú no sois muy divertidos como acompañantes" - le solté, a modo de puya, para que se diera cuento de que algo extraño estaba notando en sus comportamientos como pareja.
Lidia, sin apercibirse del significado de mi comentario o tratando de no pronunciarse, solo se acercó a mi ya en la puerta y dándome un solo beso esta vez, me lo agradeció con un: - "Gracias, papi-chulo" . Ya en el rellano, antes de que cerrara, me dijo mientras hacía un movimiento de caderas: - "¡Ahh! y después de cenar... nos iremos a mover el 'body' ¡guapetón!".
La cena, en el restaurante Mirabé, en el Tibidabo, que Iván y Lidia habían elegido, fue increíble. Por la carta y por la ubicación, con una fantástica vista nocturna de Barcelona. Marina estaba espectacular, bellísima. Con su vestido dorado, súper ajustado, muy corto y sin mangas llamaba la atención y en mi caso me resultaba imposible apartarle la mirada desde el momento en que los dos íbamos sentados en el asiento trasero del coche de Iván.
- "Me lo he comprado esta tarde para la ocasión" - me confesó acercando su boca a mi oreja para que solo yo lo pudiera escuchar mientras el camarero tomaba nota de la comanda.
- "Pues estás radiante, Marina" - no tuve más remedio que sincerarme y sin ningún atisbo de falsedad para quedar bien.
- "Gracias cielo. - me respondió de manera sugerente - No quería irme sin dejarte un buen sabor de boca y... de miradas" - terminó diciendo antes de empezar a probar el vino que nos acababan de servir.
La cena fue amena para mí, pero lo fue gracias a Marina. Iván y Lidia se hablaban lo justo y casi usaban más sus móviles para distraerse que participar de una conversación a cuatro o de dos, entre ellos.
Una vez acabamos de cenar yo ya hubiera preferido despedirme y irme a casa, pero Lidia, como me advirtió por la mañana, me recordó que íbamos a ir a algún sitio a tomar algo y a bailar. Por supuesto, eso último no lo iba a conseguir de mi, pero por deferencia a Marina principalmente, accedí a esa copa.
Los chicos nos llevaron a un disco-bar por la zona de Aribau-Montaner con una pequeña pista que, nada más entrar, vimos que estaba ya abarrotada. Por suerte, había en un rincón unos sillones libres y allí nos aposentamos.
Enseguida vino una camarera y en cuanto nos sirvieron los 'gin-tonics' que los cuatro pedimos, Lidia tomó de la mano a Iván y haciendo hueco como pudo, se lo llevó a la pista. Fue el primer acto de cariño entre ambos en los últimos días y me hizo sentir más tranquilo. Si había algún problema entre ellos, al menos por parte de mi nuera, se estaba buscando solventar.
Marina, al quedarnos solos, también me lo hizo notar.
- "¿Cómo ves a los chicos?" - me lanzó me manera directa tras dar el primer sorbo al combinado.
- "¿Sinceramente? - le respondí - Pues, si están bien, realmente no lo parece ¿verdad?".
- "Lidia es muy discreta y ha rehusado hablarme del tema cuando le he preguntado. - me confesó - Pero, Víctor es más transparente. Ojalá me equivoque y solo sea una crisis momentánea y pasajera. Aunque tengo mis dudas".
Su percepción coincidía con la mía, era evidente.
Los chicos seguían en la pista. Solo vinieron en algún momento y no juntos a dar algún sorbo a la bebida. Bailaban pero ni se acercaban. Es más, en alguna ocasión, tanto Iván como Lidia, desviaban la mirada para observar a algún chico o chica cercanos.
Marina y yo pedimos otros dos 'gin-tonics' y casi a terminándolos, la conversación, sobre todo por parte de ella, empezó a tomar otro cariz.
- "¿Me vas a echar de menos, mi amor?" - me preguntó de manera directa y poniendo su mano sobre mi pierna.
Evitando usar palabras muy cariñosas, para mantener una cierta distancia dialéctica, le respondí, casi con un tono de cierta frialdad, pero lejos de lo que me apetecía en ese momento: - "¡Cómo no! Me lo he pasado muy bien contigo y reconozco que ha sido muy motivador conocerte. Eres muy agradable".
- "¿Sólo te parezco agradable, Víctor?" - me preguntó clavando su mirada en la mía.
No quise ser descortés y ni mucho menos, falso, por lo que no tuve más remedio que sincerarme: - "No solo agradable. - sin apartarle ya mi mirada de la suya, casi retándola continué - Eres tremendamente atractiva y reconozco que, no solo por tu físico, me he sentido terriblemente alterado internamente, a tu lado".
Tras unos segundos, mirándonos fijamente los dos, Marina se giró para alcanzar su bolso y tras buscar en su cartera sacó una tarjeta que, me puso en la mano. La miré para comprobar que era la llave de una habitación y era del hotel Arts.
Volvía a dirigir la mirada a Marina y sin decirle nada, pero frunciendo el ceño a modo de pregunta, me respondió enseguida: - "Los chicos, bueno Iván, me ha regalado, aprovechando los puntos de su tarjeta VIP, como cliente asiduo de la cadena Marriott, la noche final en este hotel".
Alcé la tarjeta para preguntarle: - "¿Y para que me das a mi esta tarjeta de tu habitación?".
- "La reserva es para una habitación... doble. En mi cartera tengo otra tarjeta. - hizo una pausa para continuar - ¿Te tengo que suplicar o quieres ya abandonar ese record de meses o años de...?".
Sabía perfectamente que significaba todo y para nada pensaba rechazar una invitación tan sugerente de alguien como mi consuegra.
Guardé la tarjeta en el bolsillo de mi americana y le dije al oído: - "Creo que me voy a adelantar y a calentar la cama. Te esperaré en esa habitación. Despídeme de los chicos. Los veo mañana en la estación cuando te lleve".
- "Si. Ya les digo que me acercas tú y ellos me llevan el equipaje. Iván y Lidia me llevarán dentro de un rato al hotel" - me dijo con total complacencia.
Cuando vi que los dos estaban distraídos, le di un beso suave en los labios y le pregunté sutilmente: - "¿Cómo te gusta hacer el amor?".
No me podía imaginar en ese momento, que con esa pregunta se me presentaba ante mí un futuro totalmente inimaginable.
- "Me gusta follar, - me respondió desde muy cerca, casi como un susurro y de manera más directa - en silencio, sin palabras y totalmente a oscuras".
Un taxi me llevó al hotel Arts, pidiéndole que primero me dejara unos minutos en casa para sacar a "Bicho" a hacer sus necesidades y ya en mi destino final, sin pasar por la recepción, fui directo a la habitación 712. Contemplé la vista del Puerto Olímpico y los reflejos que llegaban del mar, antes de correr meticulosamente las cortinas del ventanal para cumplir con uno de los requisitos de Marina: "Totalmente a oscuras".
Aunque me había duchado antes de salir de casa, no iba a desperdiciar la ocasión de volver a hacerlo en el majestuoso cuarto de baño que me brindaba la habitación y una vez terminado de asearme, me dirigí a la cama, totalmente desnudo y apagué la luz de mi mesita para cerciorarme, tras unos segundos que, efectivamente, la oscuridad era total y permanente y únicamente estaba iluminada por el reflejo de la televisión.
Minutos después, el pasillo que daba acceso a la habitación, se empezó a iluminar levemente, al darme cuenta que Marina abría la puerta de la misma, por lo que, para volver de nuevo a la penumbra más absoluta, apagué el aparato de TV.
Aunque teníamos puesta la tele, no nos fijábamos en el programa que se estaba retransmitiendo. Estábamos sentados en el sofá, embelesados viendo como Berta, gateaba buscando a "Bicho" para hacerle alguna de sus habituales perrerías y que éste soportaba estoica y pacientemente, a pesar de saberse definitivamente destronado.
A sus 4 meses la cría derrochaba vida y sus padres, babas de puro orgullo al contemplarla.
- "Dime que no estás arrepentido de haber sido padre" - me pidió como respuesta.
- "No es eso, pero ¿cómo iba yo a pensar que aquella noche iba a tener que tomar precauciones?" - le respondí con una pregunta.
- "¡Vaya! - se hizo la sorprendida, cruzando los brazos delante de sus pechos, antes de continuar - Resulta que para ti hubiera sido más valioso un condón que esta cosita nuestra".
- "Si lo hubiera sabido en su momento, hace trece meses, pues si" - le confesé medio en broma sacándole la lengua.
El ruido de la sonora bofetada que recibí hizo que Berta se olvidara de perseguir a "Bicho" y mirándome fijamente, con mi mano posada en la mejilla afectada, provocó que una chirriante carcajada saliera de la garganta de la pequeña, de nuestra hija y que yo, por enésima vez en estos últimos meses, volviera a recordar como transcurrió la noche en el hotel Arts.
... Sentí como ella, acompañada por el taconeo de sus zapatos, se dirigía a la cama. En ese momento no pensé como podía la saber la ubicación y posición exacta de la misma al no haber en la habitación la más mínima claridad.
Identifiqué el nuevo sonido con que su vestido de color dorado estaba deslizándose por su cuerpo y como éste, al final casi del mismo caía al suelo. Un leve 'clic' supuse que era el broche de su sujetador liberando sus pechos, que sin verlos ya imaginaba como preciosos.
Marina tomó las sábanas que protegían mi desnudez y en lugar de hacerlo para entrar ella también entre ellas, lo que hizo fue apartarlas del todo. Sabía que no me podía ver, pero me sentía expuesto de manera definitiva a lo que presumía iban a ser sus antojos.
Subió a la cama y se colocó de rodillas sobre mí a la altura de mi pecho. Llevé mis manos a su cintura y la acaricié hasta que las bajé, ansioso a sus nalgas. Seguía con sus bragas puestas y al tocarlas supuse que era un 'culotte' , uno de los diseños en lencería más atrayentes, siempre que quien lo use tenga un cuerpo como el que estaba descubriendo en Marina.
Ella acariciaba mi pecho, mis brazos, palpaba mi cara y mi pelo. En un momento dado, no me pude resistir y mis manos alcanzaron sus pechos. No pude evitarlo y de manera inconsciente emití un: - " ¡Dios! ¡Qué tetas!".
Su respuesta fue un: - "Shssss" - al que acompañó poniendo la yema de uno de sus dedos suavemente sobre mis labios, recordándome mi segunda obligación de la noche: " En silencio, sin palabras".
Seguidamente, sus manos buscaron las mías, posadas en esas maravillosas tetas y apretándolas con cierto miedo a hacerle daño y cuando creía que buscaría apartarlas, lo que hizo fue acompañar también mis movimientos moldeando juntos, a cuatro manos todo el grosor y el perímetro de esos atributos.
Cuando la conocí, pensé que en eso Lidia la superaba, pero ahora presentía, sin haber visto nunca al desnudo y menos aún tocar las de mi nuera, que madre e hija rivalizaban, al menos en tamaño.
Sus pezones empezaron a tomar un evidente grosor, señal de que la excitación, por su parte había empezado.
Ella, separó una de sus manos de la mía y la dirigió a mi entrepierna, comprobando que, al igual que ella el efecto del primer momento también se evidenciaba en la prueba que el tamaño que mi pene ya había cogido.
Marina ascendió aún más hasta colocar sus rodillas en la almohada y su pubis y su vagina, aún cubiertos con su 'culotte' sobre mi boca. Sin que ella se hiciera rogar, no pude evitar sacar mi lengua y empapar con mi saliva esa zona de la prenda, comprobando que, ya estaba ciertamente húmeda. Mis dedos pulgares entraron por los laterales de la misma y estirando ligera y suavemente a los lados para abrir los labios de su coño, mi lengua apretó más profundamente y su braga se empapó aún más de un flujo que ya no disimulaba la excitación que le estaba sobreviniendo y con el cuerpo más arqueado hacia atrás, buscaba con un suave, pero contundente movimiento de subida y bajada sobre mi pene, que su mano provocara el mismo efecto en mi.
Me contenía y no con poco esfuerzo, para no gritarle: - "Sigue así, sigue zorra" , más por cumplir su deseo de silencio que por no faltarle al respeto, pero internamente deseaba demostrarle que me estaba haciendo estar vivo, de nuevo, después de tantos meses o años.
Un leve, pero seco gemido, acompañado de la presión que su zona genital arremetió contra mi boca me hizo sospechar que Marina había llegado al orgasmo. A un primer orgasmo. En ese momento y suponiendo que ella no quería provocar el mío, abandonó mi pene y sutilmente se desprendió del 'culotte' , pero su sexo se siguió paseando por mi boca donde ya sin la prenda pude seguir saboreando esa humedad viscosa y notando como solo una leve capa de pelitos deberían adornar su pubis, estando totalmente desierto en los alrededores de su coño.
Poco a poco, fue bajando. Me besó la boca para que compartiera con ella los restos que aún quedaban de la expulsión interna de su coño en mis labios y mi lengua. Siguió bajando, deslizándose por mi cuerpo. Buscó mis pezones y uso sus dientes para, de manera algo agresiva, mordisquearlos y elevarlos hasta casi arrancarlos. El dolor que eso me provocó quedó ninguneado a sabiendas y deseando lo que me vendría después.
Jugó con mi ombligo de tal manera que nunca pude imaginar que ese agujero, para mí insignificante, pudiera esconder, siendo cómplice de sus dedos, tal cúmulo de placer.
Por fin llegó a mi zona baja, la que estaba deseando ya que la alcanzara con cierto grado de impaciencia, pero en lugar de atacar fieramente, algo que erróneamente presentía, lo hizo de una manera relajante, tranquila, casi sumisamente. Sus manos le pasaron el protagonismo a los dedos. La boca a su lengua y a la punta de sus dientes y todo ese equipo se alineó para que mi cuerpo no sucumbiera de manera precipitada al placer con el que Marina, sabía que me pensaba precipitar, pero no de manera desbocada. Internamente, sin emitir palabra, le suplicaba que acabara ya, que deseaba correrme en su boca, pero magistralmente, ella se separó de mí y sentándose sobre mi zona más erógena, se fue penetrando, lenta, muy lentamente, apoyando sus manos sobre mi vientre. Yo presumía que si este era su segundo momento, el mío ya estaba a punto de llegar, pero fue mi error. En tres certeros y acompasados movimientos, con mi pene totalmente ocupando su coño, expelió su garganta otro gemido más fulminante y drástico que el anterior.
Pensé que había sido una muestra de egoísmo por su parte, pero estaba totalmente equivocado. Solo pretendía retardar al máximo mi explosión en forma de un orgasmo más prolongando en el tiempo y en el momento.
Salió enseguida de mí y se mantuvo recostada sobre mi cuerpo, con la respiración totalmente agitada. Una vez estuvo ya sosegada, se separó y boca abajo se colocó sobre la cama esta vez. No tuvo que decir nada. Al separar sus piernas totalmente intuí su invitación. Bajé a su culo, separé sus nalgas, ligeramente elevadas y me deleité lamiéndolas internamente y como no, haciendo partícipe de mi saliva la entrada de su ano y su coño. Fui ascendiendo por ella y mi lengua marcó un recorrido sinuoso y curvilíneo de humedad por toda su espalda, para acabar atacando su nuca, de la que previamente Marina, había apartado el pelo.
Sin poder resistirme más, ni tampoco desearlo, con sus muslos abiertos en todo su esplendor, coloqué mi polla sobre la flor que me estaba ofreciendo y entrando poco a poco, al principio, mi polla ocupó toda esa cueva de nuevo, pero siendo esta vez yo quien manejaba la situación. Ella era participe de mis movimientos uniendo los suyos. Le besaba el cuello, el pelo, la cara y ella me lo agradecía con sinuosos quejidos que elevaban la excitación que me estaba llevando, como así ocurrió, al momento final cuando de manera inmisericorde clavé mi pene en lo más profundo de su coño y no lo moví ni siquiera al sentir como un más que generoso chorro de semen inundaba toda su cavidad. Solo pequeños movimientos espasmódicos acompañaron la salida de ese líquido y solo escuché, por su parte, la nueva prueba de su nueva corrida, casi en forma de alarido.
En ningún momento pensé que debí haber tomado alguna precaución y al no pedírmela Marina, supuse que a su edad ya se encontraba en la menopausia.
Salí de ella y continuando en silencio, principalmente porque en ese momento me era difícil articular una sola palabra, me coloqué a su lado, boca abajo y con el único movimiento de mi mano acariciando su cercano muslo.
Ella se giró y como muestra de agradecimiento, sus dedos acariciaban mi espalda, mientras sus labios besaban suavemente mi nuca y mi pelo.
Estaba sumido en el más absoluto reposo, cuando sonó el móvil que Marina había dejado en la mesita.
Se sentó en la cama, con su espalda recostada sobre el cabezal y respondió. Por el sonido supuse que era una videollamada, ya que no era el mismo que tenía para las llamadas de voz.
- "¡Mama! ¡Jajaja! ¿Cómo lo has pasado?" - le preguntó Lidia sospechando, al ver la cara de Marina, que la respuesta sería muy positiva.
- "Genial, hija, genial " - le respondió Marina, para continuar - "Pero veo que tú también has disfrutado de lo lindo, cariño".
En ese momento, fui dejando a un lado mi momento placentero y mi somnolencia y empecé a percatarme de una cosa: la voz de Marina no la estaba escuchando a mi lado.
Me giré muy pausadamente y me elevé hasta la posición de la mujer con la que acababa de tener uno de los mejores momentos sexuales de mi vida. Sin mirarla, aunque ya la oscuridad absoluta no era tan protagonista, dirigí mi vista a la pantalla del móvil y... ¡era Marina la que estaba al otro lado de la pantalla y la que me saludaba con la mano! a la vez que lo hacía con un: - "¡Hola, consuegri guapo!".
Entonces sí que giré la vista y vi a Lidia, sonriéndome, irradiando felicidad, mientras me depositaba un cariñoso beso en los labios, para a continuación preguntarle a su madre: - "¿Dónde tienes a tu chico?".
Pude ver mientras Marina separaba el móvil y lo giraba que, donde se encontraba era en otra habitación del hotel Arts y como alguien totalmente desnudo, salía del baño y se dirigía a la cama donde estaba ella. Al tumbarse el sujeto y colocar su cara junto a la de ella, para ocupar también protagonismo en la pantalla, lo pude ver: ¡Iván!.
Esta vez fue él quien me saludó con la mano y con un: - "¡Papa! ¿Cómo lo estás pasando? ¿Te gusta la habitación?".
Evidentemente, yo seguía mudo del todo. No entendía nada. ¡Lo que se dice, nada!
Solo fui capaz de reaccionar para decirle a mi hijo, pero para ser escuchado por todos: - "La habitación preciosa, pero en cuando colguéis la llamada, alguien que ahora está a mi lado, me va a tener que dar explicaciones de a qué ha venido esta encerrona que me habéis preparado".
Lidia me dio un beso teniendo a su madre y a mi hijo como testigos y con un: - "Nos vemos a las 10 directamente en la Sants. No desayunamos con vosotros. Ya dejé pedido que nos trajeran el desayuno a nuestra habitación" - y cortó la videollamada.
Lidia se me quedó mirando, pero bajó enseguida la vista para preguntarme mimosamente pero temiendo una dura respuesta por mi parte: - "¿Verdad que me perdonas, suegri?".
Externamente, mi cara era de total enfado, pero en mi interior y viendo que entre mi hijo, mi nuera y mi consuegra todo delataba una complicidad evidente, me sentía tranquilo y porque negarlo, feliz.
Lidia, sin demorarlo más y tomando mi mano, me ofreció la explicación que ya sí que ansiaba recibir
- "Sé que te has dado cuenta en las últimas semanas que entre Iván y yo hay ya poco más que una simple amistad. - me miraba haciendo una pausa y sin esperar un asentimiento por mi parte - El viaje a París fue la última oportunidad que nos dimos para intentar salvar nuestra relación, pero ni a solas todo un fin de semana en esa ciudad, conseguimos mejorar la cosa. La frialdad entre nosotros era la misma".
- "Es una pena, - le respondí, añadiendo - con la buena pareja que hacéis".
- "Sí, - asintió ella - una pareja muy fría, sin complicidad y sin anhelos. Tanto que cuando en el viaje de regreso de París le dije, con total frialdad y serenidad que era muy triste que me llevara mejor con mi suegro y que me sentía más unida a ti que a él, solo me respondió con un: "por mí puedes cambiarme por mi padre"y respiré con satisfacción porque supe que no lo dijo con resquemor ni con odio".
- "¡Vaya! - fue lo único que pude decir con una cara de evidente sorpresa para continuar con un: - ¡ Y de qué manera me he tenido que enterar!" , mientras la atraía hacia mí con mi manos en su hombro y le depositaba un beso en la cabeza.
- "Prefiero terminar esta noche durmiendo muy apretada a ti y si consideras que es mejor terminar aquí, lo entenderé, Víctor. - me dijo con cierto pesar temiendo que esa fuera mi respuesta - De todos modos, mañana en la estación, que sean Iván y mi madre los que te cuenten su parte de esta historia".
A las 8 en punto ya nos habíamos duchado y estábamos degustando el suculento desayuno que nos habían subido a nuestra habitación. No comentábamos nada de todo lo ocurrido horas antes. Nos dedicábamos a no precipitar ningún acontecimiento y a disfrutar de manera serena del momento actual. Solo y sin muchas explicaciones, Lidia rescató por un instante lo acontecido y únicamente me dijo, con la vista sobre el desayuno que tenía ante ella: - "Al igual que últimamente yo me he sentido muy cercano a ti, a Iván, en estas dos últimas semanas, le ha pasado lo mismo con mi madre y sin que él me dijera nada, yo lo he notado y casi me he alegrado sintiéndome menos culpable y incluso, liberada".
A las 9 y media nos juntábamos todos en el hall de la estación de Sants. El AVE a Madrid saldría sin retraso.
Cuando Marina e Iván vieron mi cara de extrañeza al ver que esta vez, en lugar de una maleta, eran tres las que regresaban, mi hijo me explicó el final de la historia.
- "Si, papa, estas dos son mías. - y notando que mi sorpresa iba en aumento, continuó explicándome - Todo se ha precipitado en pocos días. A mis sentimientos hacia Marina se ha unido una nueva proposición por parte de la central de mi empresa en Madrid y me han propuesto y lo he aceptado, el puesto de subdirector. Ni lo primero, a nivel personal, ni lo segundo en el terreno profesional, podía rechazarlos".
- "¡Madre, mía! - fui capaz de exclamar - ¡Cuántos cambios en solo unos días!"
- "Lidia se queda en el piso el tiempo que necesite y lo iré pagando yo hasta que ambos decidáis que hacer con vuestras vidas" - zanjó Iván todo intento de respuesta o réplica por mi parte.
Mi, hasta entonces nuera y yo, cogidos de la cintura, despedimos, agitando nuestras manos, a Iván y Marina mientras se perdían por la rampa que los llevaba al andén del AVE.
Ya en el barrio, lo primero que hicimos, en esa soleada mañana de domingo fue ir a sacar a pasear a "Bicho".
- "¿Me vas a tener con la intriga, Víctor? - me dijo tomándome de la mano para continuar denotando su nerviosismo - ¿Qué esperas ahora de mí?".
Dejamos a "Bicho" suelto y correteando en el pipi can y me giré hacia Lidia para sincerarme: - "¿Qué espero de ti? - la pequeña pausa que precedió a mi pregunta hizo que Lidia, ante la incógnita, tragara saliva - Que camines a partir de ahora sin soltarme la mano y que nos regalemos muchas noches como la que hemos vivido, pero sin oscuridad y sin silencios".
Se abalanzó a mi abrazándome el cuello con todas sus fuerzas y sus besos devoraban mis mejillas, éstas quedaban regadas de sus lágrimas.
En pocos días, una vez que Lidia envió a Madrid todas las pertenencias de Iván, devolvió las llaves a su casero y se instaló definitivamente en mi piso.
Seis meses después, estábamos preparando la antigua habitación de Iván para que pronto la ocupara la hija que estábamos esperando: Berta.