Mi coño

No es un relato, es una oda a mi coño. Y para muestra, un botón.

Entre mis ojos marrones, nace mi nariz recta, debajo de la cual, se encuentran mis labios. Estos, ni demasiado finos ni demasiado gruesos, expertos en el arte de la mamada, son la puerta a una boca de dientes que intento mantener perpetuamente blancos, pues una bonita sonrisa de niña tierna y, falsamente, inocente es siempre una buena tarjeta de presentación. Mi cabello moreno, que cae laxo casi hasta la cintura, es el marco de mi cara de mandíbula cuadrada que parece estar sostenida por mi cuello, a cuyos lados están mis hombros empezando a edificar una silueta femenina. Más abajo se encuentran mis pechos, firmes y turgentes gracias a las manos de un cirujano plástico que me hizo una pequeña incisión bajo los pezones, me implantó una talla 95 y los redondeó. Lo siguiente es un desierto de dunas por la práctica de las danzas árabes, con un oasis en medio donde reina un aro de plata de ley. Y tras una planicie, más allá de mi bajo vientre, a la altura de las caderas, donde mi cuerpo se convierte en dos piernas, está mi coño.

El pelaje de mi conejo es suave y rizado, pero no tiene orejas, ni ojitos, ni dientes… por fortuna. Algunas veces lo unto con crema depilatoria, más útil para los recovecos difíciles que la cuchilla, para dejarlo completamente pelón o lo decoro dejando sobre mi pubis alguna forma geométrica como un triangulito, a veces más pequeño, otras más grande; o una tira de vello, a veces más fina, otras más ancha. El toque final lo doy con una maquinilla de afeitar para perfilar y rematar esos embellecedores de coños que tan excitantes resultan a la vista. Una vez me hice una V y otras veces, convencida por la pereza, simplemente me dejo el felpudo para que se limpien los pies antes de entrar.

Cuando lo llevo depilado del todo es cuando más suave está, da gusto pasar las yemas de los dedos por él, y más indefenso se halla ante la excitación porque, lo noto tan sensible, que los nimios roces con la lycra o el algodón de mis bragas me pone cachonda. ¿Qué le voy a hacer? Nací con una herida entre las piernas, no sé si por error genético o por defecto de fábrica, pero es una raja que cada cierto periodo de tiempo sangra y debo taponarla. Pero otras veces, de manera más habitual y más irregular, supura en abundancia un líquido levemente blanquecino que poco a poco va mojando mis braguitas, mi tanga o el bóxer que le haya robado a mi novio para ponérmelo yo.

La entrada de mi vagina está presidida por el clítoris. Es un apéndice carnoso, una bolita, digamos, que suele encontrase oculta y protegida en un capuchón, y este, a su vez, por los labios mayores. Realmente es un pene atrofiado cuya evolución se detuvo cuando, estando en el vientre de mi madre, la naturaleza decidió que fuera una niña, que de mayor tuviese caderas, las cuales favorecen mi trasero, y me crecieran senos, aunque estos, acabáis de saber que se resistieron.

Cuando me excito, el clítoris se inflama y sale de su escondite mostrando un color más intenso, encendido de pasión y palpitando por unas caricias, un poco de atención que calmen su quemazón. Miles de nervios llegan hasta él para que el mínimo roce ya me haga suspirar. Mi clítoris es una expendedora de orgasmos en las noches solitarias en las que un sitio queda vacante en mi cama o, simplemente, me apetece matar el tiempo de la forma más placentera que coñozco.

La presión del agua de la ducha o del bidé mientras una lava un poco sus partes impúdicas, bien dirigido al clítoris, es un aviso de que como sigas, te vas a correr. Según dicen, el orgasmo más placentero es el de las chicas porque se produce en todo el cuerpo, mientras que el de los chicos se produce solo en los testículos. Nosotras parimos, por lo que creo que es justo.

Mi chocho, esa caverna anegada de flujo que me sirve en bandeja mi placer, sublime, intenso y calmante, es un pozo al que arrojo mis penas y en el que mis amantes han ahogado sus deseos y sus erecciones. El templo de Afrodita que está al doblar la esquina de mi ano, es un lugar misterioso lleno de placeres ocultos y sensaciones perdidas que sé que muchos codician y que abre sus puertas cuando yo abro las piernas.

No puedo, ni quiero, decir cuántos han osado profanar tan sagrado lugar llevados por la lujuria, por el febril y endurecido estado de sus vergas, pero a todos esos fálicos invasores, les he visto salir rendidos y decaídos habiendo vomitado sus papillas en el sinuoso, caliente y oscuro camino de mi vagina llena de humedades, y eso es muy malo para la polla que tenga reuma. Valientemente han alcanzado el tesoro y han conocido el secreto que escondo al final de mi sexo y, adictos a esa droga que fluye por mis entrañas, una vez curados y recuperados, como hipnotizados, la mayoría, intrépidos, desean volver a repetir la aventura, empezando en mi lengua para recorrer toda la geografía de mi cuerpo hasta mi coño.

Mi almeja tiene dos juegos de labios. Los mayores, centinelas en la entrada de mi vientre, son carnosos, gorditos, elásticos, blanditos y jugosos; y los menores, más finos, de apariencia más delicada, un poco más oscuros, que en su parte preeminente se unen al clítoris de mis amores, y de mis ardores, resguardados por los labios mayores y los que reciben a todos aquellos que vengan de visita y quieran probar las delicias que guardo en mi chocho para ellos, el cual se encuentra deshecho de excitación, de fogosidad, de efervescencia y demandante de algo que engullir hasta al fondo. Ahí, justo ahí, está mi agujero, una gruta que sale de la resquebrajadura en que se agrietó mi monte de Venus y mi perineo.

La fiera de mi entrepierna, como todo animal hambriento, depredador de presas fáciles como son los hombres, ya que un coño es una tentación irresistible para cualquiera de ellos; tiene un apetito voraz. Su alimentación es variada, rica en vitamina sex y deseo, y se compone principalmente de carne; de pollas y dedos, pero también gusta de plástico metalizado, de vibradores, de látex, de huevos vibratorios; incluso una vez, hedonista y caprichoso como es, devoró un plátano con tal ansia que se corrió con mucho gusto y potasio.

Mi novio ha leído lo que llevo escrito de esta presentación en sociedad de mi entrepierna, aunque para él sobran las palabras porque ha disfrutado de mi conejito con los cinco sentidos. Le gusta verlo y oírlo, porque mi vulva le habla, le cuenta entre susurros historias eróticas que le ponen cachondo, le dice que necesita su lengua para que saboree sus líquidos, que sus papilas gustativas se colmen con su sabor agridulce para que vaya metiendo la lengua en ese surco inundado. Antes de quitarme el tanga, inhala el olor que desprende la cara interna de mis muslos cálidos. Es el olor de la excitación, el olor del fuego, el olor del ansia contenida. Una vez el chocho al aire, lo palpa, lo rastrilla con caricias por mi pubis almohadillado, liso y suave hasta mi monte de Venus pronunciado y abultado para, finalmente, mientras lame y succiona el clítoris, tirarse de cabeza a mi rezumante vagina viscosa y caliente y recorrer sus rugosidades membranosas para, más tarde, regarlo con semen gracias a unas pastillitas, a ver si crece musgo para que esté más viscosa todavía la ruta hacia mi útero.

El caso es que, tras leerlo, me sugirió que pusiera una foto de tan bella ofrenda, según él. Se lo comenté a una amiga y me preguntó si estaba segura de querer correr el riesgo de exponerme a recibir todo tipo de comentarios, desde aduladores hasta reprobatorios y vulgares, y dejar que los sedientos ojos de los lectores de TR grabaran en su retina la imagen de mi sexo.

Pero no soy exhibicionista, soy naturista. A mí la imagen de un coño o de una polla no me parece vulgar, me parece algo natural y hermoso. ¿Qué hay de malo en el desnudo? Si yo pudiera ir desnuda por la calle, lo haría, y si no lo hago no es por mí, porque me gusta mi cuerpo y estoy orgulloso de él, que mis bocatas de chorizo y jamón serrano me ha costado; sino por los demás, porque al nudismo se le da demasiada importancia. El problema no es el desnudo en sí, sino el lugar donde se haga. Si se hace en una playa nudista, la gente lo acepta y no piensa de ti nada malo. Si lo haces en plena calle, no solo la agente no lo acepta, sino que te pierde el respeto porque no es el lugar indicado para hacerlo.

La playa es un lugar destinado a ello, tu casa o, ya puestos, TR. Los usuarios de esta página verán mi coño, pero la gente con la que me cruzo en las playas nudistas, ven más de lo que vais a ver vosotros aquí. Esos otros naturistas, grandes amigos de la libertad, han visto mi chocho, y también mi espalda, mis piernas, mis tetas, mi culo e, incluso, mi cara, pero si pongo una fotografía de mis genitales únicamente, no va a ver nada que me comprometa. No pienso poner una foto abierta de piernas o mostrando el clítoris, esas son íntimas, y no voy a regalarle a nadie mi intimidad, es simplemente una foto con buen gusto, y me importa una mierda lo que algunos capullos piensen o digan.

No me intento justificar porque no tengo que rendirle cuentas a nadie de por qué quiero enseñar mi sexo. La gente entra a la página para excitarse, y a todos los tíos la visión de un coño les excita, y a mí me gusta provocar, en todos los sentidos, y me estimula excitar. Así yo también me excito y me pone a tono imaginaros sofocados, calientes, con una estaca tiesa bajo los pantalones o en vuestra mano o con las braguitas húmedas, como se me ponen a mí, y eso es lo que busco con este texto, calentaros y que, en el mejor de los casos, os vengáis. Salud a aquellos.

Y para muestra, un botón, el que el jueves pasado mi novio inmortalizó, con no muy buena puntería, en su casa aprovechando que estaba recién rasuradito. Le pedí que me escribiera mi nick en el vientre, y puso “Moon”. Le dije que lo escribiera entero y no quiso porque “Moon” le gusta más, así que cogí yo el rotulador y me puse debajo, como pude, pues no se me da muy bien escribir al revés sobre mi propia piel, “Light”, porque, además, soy ligera y mi flujo no engorda, así que acercad la boca y bebed cuanto queráis.

Mi coño es el cénit de mi anatomía, la joya de la corona, la rima de la poesía, el batir de las alas de una mariposa, el pestañeo de las estrellas, la luz de la luna y el calor del sol; el sabor del sexo, el plato fuerte, la traca final y el mejor bollo para un perrito caliente.

Travieso, incitante, lujurioso, lascivo, obsceno, irreverente, pervertido, caliente, consentido, sensual, voluptuoso, provocativo… así es mi coño.

Traviesa, incitante, lujuriosa, lasciva, obscena, irreverente, pervertida, caliente, consentida, sensual, voluptuosa, provocativa… así soy yo.