Mi compañero de trabajo
Este es mi primer relato. Es una historia real. Ya que no puedo contárselas a nadie, me gustaría compartir mis aventuras con vosotros. Estoy casada pero no puedo resistirme a los hombres. Hoy os cuento lo que me pasó con un compañero del trabajo.
Este es mi primer relato. Ya que no puedo contarle a mucha gente mis aventuras... os las voy a contar a todos/as. No esperéis gran literatura ni hechos fantásticos. Lo que voy a contar en este y en mis próximos relatos es la pura verdad. Cambiaré nombres (por supuesto) y algunas características personales y lugares. Pero no lo dudéis. Mi vida sexual es así de divertida.
Empezaré por hablar un poco sobre mí. Tengo aproximadamente 30 años. Soy morena, de pelo y de piel. De ojos marrones-verdosos. O al menos cuando les da el sol son verdosos. Soy guapa. Muy guapa, según dicen. Mi cuerpo está bien; tengo el pecho muy bonito y unas buenas piernas y culo. Mediana altura. Visto normal; ni muy moderna ni muy hippie ni muy pija. Me gusta llevar faldas pero no tacones. Me gusta enseñar mi piel, que es de un color bonito si he tomado el sol. Me gusta llevar pulseras y tobilleras pero no pendientes, y mi pelo es muy largo y rizado.
Mi principal "problema" es que estoy casada. Felizmente casada, si se puede decir eso de alguien que ama apasionadamente a su marido pero se acuesta con otros.
Ahora es cuando nadie me va a creer. Estoy liada con otros tres hombres, aparte de mi marido. Es una circunstancia excepcional, pero es que no me puedo resistir. Me gustan los hombres. Me gustan mucho. Tengo muchos hobbies, pero el que más me gusta de todos es el sexo. Quizá se debe a que me gusta mucho la gente; me gusta mucho oir la voz de alguien a mi lado; me gusta explorar, descubrir habilidades en las personas, y probar cosas nuevas.
Lo que os voy a contar hoy es mi aventura con un compañero de trabajo. ¿Por qué lo cuento en una página de relatos? Pues no lo sé; supongo que por un lado quiero recordar todos los detalles, y por otro lado reviento si no se lo cuento a alguien.
Todo empezó hace unos meses. Mi compañero es nuevo; lleva poco tiempo en mi sitio de trabajo (que por supuesto no voy a desvelar). Sólo diré que trabajamos muchas horas pero con un horario flexible. Mi compañero (al que llamaré B.) llegó al trabajo por primera vez hace cerca de 3 meses. Cuando le vi por primera vez no me lo podía creer. Me habían asignado supervisar su trabajo. Él es mayor que yo, y con más experiencia. Es americano. Tiene un acento muy divertido. No me podía creer que hubieran puesto a mi cargo a alguien con tanta experiencia; cosas de la vida. Mis jefes pensaron que yo podría enseñarle rápidamente lo que necesitaba saber. No tienen ni idea de cómo acertaron.
Mi compañero B. tiene una sonrisa maravillosa y desde el principio me pareció muy simpático. Me fijé desde el primer momento en su largo cuello y sus grandes manos. Sus manos son fuertes, y el primer día me las imaginé abriendo mis piernas. Viciosilla que es una.
B. estuvo siguiéndome como un perrito durante varios días. Yo sabía que estaba en España con su mujer, también americana. Por la forma en que me hablaba de ella, sabía que algo no iba bien entre ellos. Quizá era por la forma en que me miraba mientras me hablaba de ella. No sólo si me hablaba de ella: cada vez que me contaba algo personal me miraba primero a la cara, pero su mirada poco a poco iba bajando por mi cuello. A los pocos segundos, su mirada estaba posada sobre mi pecho. Entonces yo me movía disimuladamente, para ver si desviaba la mirada. El truco funcionaba: inmediatamente volvía a mirarme a los ojos. Pero a los pocos segundos otra vez: miraba a mi boca, miraba mi cuello, miraba mi escote, miraba mi pecho. Comprenderéis que en estas circunstancias es difícil concentrarse en el trabajo. Sobre todo porque el tío está como un tren. Es grande, rubio, moreno de piel (tanto sol español...). Tiene aspecto del típico yanki, fuerte, musculoso. Con un acento muy simpático; creo que ya lo he comentado.
Una tarde, B. y yo nos tuvimos que quedar trabajando hasta tarde. Por alguna razón, hacía calor en el despacho. Éramos los últimos. Mi marido estaba de viaje. Mi cabeza empezó a volar... como tantas otras veces. "Pero chica: es un compañero de trabajo, concéntrate, no puede ser". Él estaba sentado en su ordenador, y yo en el que estaba al lado del suyo. Él me hacía preguntas constantemente: recordad que soy su supervisora. Hacía calor, y mis piernas empezaron a sudar un poco. No tuve más remedio que mover mi larga falda un poco para refrescarme.
B. no paraba de mirar mis piernas. Miraba su teclado, giraba la cabeza, miraba mis piernas, me miraba para ver si me había dado cuenta y encontraba mi sonrisa. Entonces sonreía y miraba su teclado otra vez. Estuvimos así cerca de una hora. De pronto, pegó un salto y dijo: "voy al baño a refrescarme". Yo sabía lo que estaba pasando. B. estaba terriblemente empalmado, quizá por culpa del movimiento de mi falda, y por qué no decirlo, porque estoy bastante buena y los hombres me encuentran muy sexi. Durante los largos 5 minutos que pasó en el baño, yo cambié de postura cerca de ocho veces. No sabía cómo ponerme. Estaba muy caliente. Cuando le vi aparecer por la puerta, estaba desparramada en la silla, con la falda subida hasta las rodillas. Él me miró y se quedó unos segundos un poco perplejo, mirándome desde la puerta, de pie. Yo le miraba desde abajo, desde la silla, y movía mi falda arriba y abajo.
Él se sentó otra vez, y su silla estaba muy cerca de mí. Cuando movió la silla, su rodilla rozó mi muslo. Creo que gemí un poco; estaba tan caliente que no recuerdo muy bien qué pasó. Recuerdo que él cerró la puerta y murmuró algo sobre el aire acondicionado. Se volvió hacia mí. Yo tenía una sonrisa de oreja a oreja y con los labios abiertos. Ahí no se pudo resistir, y se quedó mirándome fijamente. Yo sonreí más, con la respiración entrecortada y los ojos muy abiertos. Acerqué mi silla hacia él, y él acercó su mano suavemente a mi muslo. Y eso fue como un resorte. Yo salté hacia su boca; le agarré del cuello y empecé a besarle con impaciencia. La puerta estaba cerrada, y de todas formas no había nadie en la planta. Sentí su lengua grande y fuerte, tan grande y fuerte como el resto de su cuerpo. Mi lengua hizo lo que pudo para moverse entre tanta potencia. Los dos jadeábamos como animales. Él puso sus manos en mi espalda, y sentir por fin sus manos tan fuertes me hizo estremecerme un poquito. Sus manos agarraron mi cintura y yo toqué su pecho ansiosamente. Le abrí la camisa, y comencé a chupar su pecho. Apenas tenía pelo. Echó su cabeza hacia atrás, y comencé a mordisquearle suavemente el cuello. Saqué su camisa de sus pantalones, y le estuve contemplando durante un buen rato. Impresionante torso. Impresionante bulto entre las piernas.
B. me miró también de arriba abajo unas cuantas veces, y por fin hizo lo que llevaba tantas semanas deseando hacer. Metió su mano por debajo de mi falda, hasta tocar mis bragas. En ese momento no había vuelta atrás. Yo tengo que reconocer que dudé durante unos segundos. Pensé en mi marido, y en lo incómodo que sería liarme con un compañero de trabajo. Pero el deseo pudo más. Sus manos parecían demasiado hábiles como para desaprovecharlas. Me quité la blusa mientras él seguía con su mano rozando mis bragas. Me miró las tetas debajo del sujetador, y sacó las manos de debajo de mi falda para poder quitarme el sujetador. Lo hizo con una velocidad que me descolocó. Allí estaba yo, en falda y sin sujetador, en el despacho, con un americano de dos metros sin camisa. Ojalá hubiera podido hacer una foto.
Él se lanzó a chuparme un pezón mientras me acariciaba el otro. Me chupaba con ansia, como si llevara semanas soñando con hacerlo. Mi coño estaba húmedo; lo sentía grande. Corrí a quitarme las bragas. Él me levantó la falda y miró mi coño y lo acarició suavemente. Estaba tan húmedo que me dio vergüenza. Le quité las manos y fui a desabrocharle el pantalón. Preciosos calzoncillos, pero mucho mejor lo que había debajo. Vaya pedazo de polla. Le acaricié la polla despacito mientras le miraba a los ojos. Él jadeaba y sonreía. Muy lentamente bajé hacia su polla, que olía a limpio. ¿Habría estado lavándose en el baño? En cualquier caso: esa polla me estaba llamando. Me la metí en la boca y comencé a chupar, primero despacio y después más deprisa. Jadeaba tanto que pensé que se iba a correr, así que paré y le besé en la boca un poco. Su lengua no paraba. Mientras me besaba, me levantó la falda. Yo me puse de pie delante de él, y así de pie, empezó a comerme el coño. Qué lengua. Tan grande, tan caliente. Yo quería sentarme y que siguiera comiéndome el coño, y casi me tropiezo y me caigo de lo torpe que estaba para agarrar la silla.
Conseguí sentarme y él siguió un buen rato chupándome el coño. Yo no podía correrme de lo nerviosa que estaba. Así que le aparté, y bajé sus pantalones. Busqué mi bolso, donde llevaba un par de condones desde hacía unas semanas, porque me lo estaba viendo venir. Él se rió cuando los vio. Le puse uno con mucho trabajo, por los nervios. Él agarró mis caderas con fuerza y me colocó sobre sus piernas. Entonces me metí como pude su polla. Yo tenía el coño muy húmedo, pero semejante pollón tardó un poco en entrar. Nos quedamos así sentados, riéndonos durante un momento. Luego empecé a moverme. Su polla era tan grande que me hacía un poco de daño. Me agarró por la cintura y empezó a moverme. Yo le ayudaba, pero casi no hacía falta, con tanta fuerza. Estuvimos un rato follando en la silla, que no sabía que podía ser tan cómoda. Contenía mis gritos como podía. Notaba mis tetas rebotar cada vez que me empujaba. Después de un rato me salí y me puse de espaldas a él sobre una mesa. Subí mi falda hasta la cintura y la enganché como pude para que se quedara subida. Cogí su mano y lo traje hacia mí, y su polla chocó contra mi culo. Así, yo inclinada sobre la mesa, me metió su polla otra vez, y esta vez no pude contener los gritos. Él jadeaba cada vez más fuerte. Estuvimos un par de minutos así, yo agarrándome como podía a la mesa, y él empujando mis caderas. Cogí su mano y empecé a chuparle los dedos furiosamente. Sentí su polla todavía más grande, y por sus gemidos sentí que se corría.
Estuvimos un rato en esa postura, con su polla dentro, yo echada sobre la mesa y él sobre mí, descansando. Sacó su polla, se quitó el condón, y se sentó a mirarme con cara de alucinado. Yo le besé una y otra vez, y me vestí rápidamente. Él también se vistió, y estuvimos un rato abrazados sin hablar. Creo que no se lo acababa de creer del todo.
Desde entonces nos miramos de otra manera por las mañanas. No hemos vuelto a quedarnos tarde en el trabajo, y no hemos hablado nunca sobre aquella tarde. Pero ya no se corta si me roza cuando estamos sentados juntos. Nadie en el trabajo parece sospechar nada. Sólo espero que mi marido vuelva a irse de viaje, y que me toque trabajar hasta tarde... qué trabajo tan cojonudo.