Mi compañero de curro me revienta en el baño

Tercera parte del relato Mi compañero de curro me folla duro. Para comprender mejor el contexto y a los personajes, recomiendo leer antes las dos primeras partes. Su cita de Tinder de mi compañero le deja con las ganas y yo le echo una mano.

Tercera parte del relato Mi compañero de curro me folla duro . Para comprender mejor el contexto y a los personajes, recomiendo leer antes las dos primeras partes.

Después de la brutal follada de Lucas por la mañana, el resto del día se me hizo aburrido. Pasé el fin de semana entre la cama y el sofá, con el aire acondicionado a todo trapo, Netflix de fondo y quemando Tinder. También he de reconocer que me la meneé un par de veces rememorando sus embestidas y su leche corriendo por mi garganta.

El lunes, de camino al trabajo en su coche, me palmeó el muslo y me preguntó qué tal me había ido el fin de semana.

-Bien, tranquilito. – respondí. – Recuperándome, que me dejaste reventado.

-Sí – se rio. – Pero lo disfrutaste ¿no?

-Sí, sí. Ya te digo ¿Y tú?

-Joder, no veas. – resopló.

-Me alegro. – le sonreí.

-Empecé el fin de semana relajadito y con los huevos descargados, no se puede pedir más.

Al llegar a la puerta de entrada del trabajo nos separamos como siempre: yo hacia la zona de las naves y él a las oficinas. Me pregunté si cuando entrase allí de nuevo se acordaría de mí y de la follada encima de su mesa. Seguro que sí.

La semana pasó, como siempre, sin ningún tipo de acercamiento sexual hacia mí. O, al menos, yo no intuí ninguno. El miércoles, de vuelta a casa me preguntó acerca de la cita de Tinder a la cuál no fui porque me quedé dormido. Que qué tal me había ido, que se le había olvidado preguntarme. Me pareció intuir una sonrisa cuando le conté mi fracaso.

  • ¿Y tú? – le pregunté.

  • ¿Yo qué?

  • Pues que qué tal.

  • ¿Yo? Yo bien.

Me estaba poniendo nervioso ¿Estaba evitando el tema? Me contestaba con un tono seco, que no sabía si achacar a si estaba incómodo con el tema o si solamente es que estaba concentrado conduciendo.

-Me refiero a si te estás viendo con alguien.

-Qué va.

-Ah, bueno. Pues bien por mí. – le dije mientras mi brazo cruzaba la palanca de marchas y posaba mi mano en su paquete, rozándolo suavemente.

-No, hoy no Fede.

-Vaya, hombre. Para una vez que te lo propongo yo. – me disgusté mientras retiraba la mano y volvía a mi asiento. – Y hoy no ¿por qué?

-Porque hoy no puedo, tengo prisa. – me dijo en un tono serio. Estaba tenso.

-Pero si hoy no tienes gimnasio…

-Ya.

  • ¿Entonces? – volví a insistir. Sabía que estaba siendo pesado, pero quería sacarle lo que me estuviera ocultando.

-Que he quedado con una tía, Fede. – dijo alzando la voz. – He quedado con una tía. – Repitió más calmado, intentando serenarse.

-Bueno, pues ya está ¿no? – le calmé. – No pasa nada ¿Te pensabas que me iba a enfadar?

-No, tío. – me confesó. – Pero yo que sé… Esto… - dijo señalándonos a ambos. – Es muy raro.

-A mí no me parece tan raro. Pero que no te preocupes, tú haz lo que creas conveniente.

-Vale. – zanjó la conversación, airado.

En el fondo me molestaba que fuera a quedar con otra persona. No porque me gustase de una manera más allá del terreno sexual, que no me gustaba; sino porque si él encontraba a alguien, significaba que podrían acabarse nuestros polvos esporádicos.

El resto del trayecto transcurrió un tanto incómodo. Menos mal que la música seguía sonando para no crear mal ambiente.

-Venga Fede, hasta mañana. – se despidió al parar donde siempre.

-Hasta mañana ¡Y disfruta! – le deseé sonriente. - ¡A ver si cae!

-Gracias, guapo.

Me bajé del coche y me dirigí a casa rezando todo lo que sabía para que no triunfara en su cita. Sabía que no estaba bien, que estaba siendo un poco egoísta porque además lo que había entre nosotros no iba a ninguna parte, pero no me importó. Yo lo que quería era volver a sentir su rabazo en lo más hondo, y lo demás me daba igual.

A la mañana siguiente le pregunté qué tal había ido. Fue parco en palabras. Que había ido bien, muy simpática. Como veía que no quería hablar mucho del tema no le presioné, ya había sido suficientemente insistente la tarde anterior.

El día transcurrió con normalidad. Bueno, dentro del horno que eran las naves y del calor que hacía a las cuatro de la tarde en el parking para cargar el último camión que quedaba por hoy. Yo, que siempre he sido un listillo, me escaqueé yéndome a supervisar el inventario que debería hacer a última hora y no en ese momento. Total, ya estaban tres compañeros con el camión y al final tanta gente no es productiva; me disculpaba a mí mismo. Y yo estaba agotado, además. El calor me absorbe la energía.

Estaba yo muy tranquilito, evitando hacer muchos esfuerzos y revisando con desgana por los pasillos cuando escuché pasos por entre las torres de cajas. Seguí apuntando en mi libreta los productos que se estaban agotando.

-Tu ¿Qué pasa? – escuché una voz distorsionada al fondo.

Me asusté. Pensé en qué decirle si era mi supervisor o incluso mi jefe. Le diría que no me había enterado de que el camión ya estaba aquí. Que lo sentía. Giré la cabeza y, para mi suerte, no era ninguno de ellos. Era Lucas, que se acercaba a paso firme.

-Que eres ¿el listillo que se escaquea? – me dijo riéndose, aproximándose a mi lado. Estaba de buen humor, se lo notaba.

  • ¿Yo? Qué va. No sé de qué me hablas. – disimulé pícaramente.

-Están ahí todos cargando y tú aquí de paseo. Anda que no eres pájaro.

-Ah ¿Qué ha llegado ya el camión? No me había enterado. – le vacilé haciendo una mueca, confirmándole que sí que me estaba escaqueando.

-Menudo cabroncete. – se rio. – Me voy a tener que chivar de que estás aquí.

-Oye, no seas cabrón. – Le di con mi puño en el brazo.

-Bueno… - Cambió a un tono más bajo. – Si quieres que me calle, me tienes que dar algo a cambio.

Noté su mano fuerte en mi nalga, amasándola enérgicamente. Mi polla dio un respingo. No me esperaba esto aquí, en mitad de un pasillo.

  • ¿Me estás amenazando? – contrataqué agarrándole el paquete.

-Anda, vete al vestuario de tíos y espérame. – me dijo en un tono bajo, mientras sus labios me mostraban una sonrisa traviesa.

Así lo hice. Le planté mi cuaderno en sus manos, que vi como posaba en una de las cajas, y me dirigí a la nave C, dónde estaban los vestuarios. Pasé la puerta de solo personal autorizado y después la del vestuario de hombres. Crucé hasta la mitad de la habitación y me miré en el espejo que había en los lavabos. Me fijé en que tenía la cara brillante del sudor, así que me refresqué el rostro y me sequé. Me miré de nuevo. Ahora algo mejor.

A mi espalda quedaban las taquillas y un par de bancos, a mi izquierda dos aseos y a mi derecha la puerta. Me giré y me senté en uno de los bancos a esperarle. Qué ganas tenía de volver a hincarme su polla. Estaba expectante.

En seguida vi como la puerta volvía a abrirse y apareció Lucas, cerrándola tras él. Se aproximó raudo hacia dónde yo estaba sentado. Agarró fuerte mi cabeza y la apretó contra su paquete, restregándome contra él.

-Buah, mira cómo estoy. – se quejaba. – Mira cómo me dejó la zorra anoche.

Notaba su rabo duro desplazándose a través del pantalón por mi cara. Cómo sus manos refrotaban mi cabeza contra él. Estaba desbocado. Estaba muy cachondo y se veía a la legua.

-Por WhatsApp son todas muy liberales, pero luego mira…- seguía murmurando. – Te dejan con las ganas.

Me separé un poco y comencé desabrocharle el pantalón. Tenía muchas ganas de comérsela.

-No, aquí no. – Me indicó. – Vamos al aseo.

Agarrándome por las caderas, me guio hasta el baño y cerró la puerta con pestillo, para que nadie nos pillara. El cubículo era estrecho. Cabíamos los dos casi justos.

Me agarró por los hombros y me arrodilló, dejándome atrapado con mi espalda y mi nuca en la puerta y su cuerpo frente a mí. Ahora sí, se desabrochó y se sacó la polla y los huevos por encima del calzoncillo presionando hacia arriba. Se quitó la camiseta. Volvió a tomar mi cabeza y la restregó contra su rabo semi erecto, que desprendía un olor fuerte de llevar todo el día aprisionado.

Agarré sus huevazos con una mano y la base de su polla con la otra, y comencé a masturbarle al tiempo que me introducía en la boca semejante anaconda. Comencé a mamarle el rabo como si no hubiera un mañana. Retorcía mi lengua por su glande y bajaba hasta donde podía. El sonido de su respiración se mezclaba con el de mi saliva corriendo por su tronco. Ambos estábamos desenfrenados, con muchas ganas.

Lucas apoyaba sus manos en la puerta mientras su pelvis se acercaba cada vez más a mi cara, obligándome a tragar más y más de su cipote. Mi boca se dejó penetrar cuando empecé a notar el zarandeo de sus caderas, sacando y metiendo a buen ritmo su rabazo hasta la campanilla. Aparté mis manos y las coloqué en algún lugar entre su pelvis y sus nalgas.

Su polla, llena ya de mis babas, entraba y salía sin cesar. Me ahogaba con ella. La mandíbula me dolía de abrir tanto la boca. Mi tráquea se sorprendía con su glande a cada estocada. Y sus cojones chocaban contra mi barbilla mientras su pelambrera me rascaba la nariz.

-Así, traga zorra, traga… - mascullaba Lucas con su mirada puesta en mí.

Comencé a atragantarme y tuve que empujarle con las manos para poder sacármela, ya que mi cabeza estaba apoyada completamente en la puerta. Tosí un par de veces y comencé a mamársela de nuevo a un ritmo más relajado, ahora controlando yo.

-Venga, cómeme el ojete. – me ordenó mientras se daba la vuelta torpemente por culpa del poco espacio, y se bajaba los pantalones del todo. – Quiero que te ahogues en mi culo como la otra vez.

Le había gustado. Lo sabía. Y a mí me encantaba hacérselo. Agarré sus glúteos con mis manos e hinqué bien profunda la lengua en su ojal, provocando en él un escalofrío de placer. Estaba semiflexionado y poco a poco volvió a hacer lo mismo que con su rabo: acercármelo más y más, acorralándome contra la pared.

Sus tímidos gemidos resonaban mientras mi lengua se ocupaba de recorrer cada milímetro de su ojete. Metía la punta lo más profundo que podía y le estimulaba a lengüetazos. La sacaba y recorría su raja mientras él se refrotaba arriba y abajo, no dejándome casi ni respirar. Notaba como sus pelotas se balanceaban de un lado a otro mientras una de sus manos se pajeaba frenéticamente.

Cuando yo sacié mi hambre de ojete y él su ansia de que le se lo comieran, me apoyó contra en váter y me bajó los vaqueros hasta los tobillos, cambiando de rol y siendo ahora él quien me comía el culo.

Qué placer. Intentaba gemir lo más bajo posible para que nadie nos escuchara, aunque a esas horas el vestuario estaba desierto siempre. Su húmeda lengua recorría de un lado a otro mi inquieto trasero, e hincaba su gruesa lengua en mi ojal, costándome contener mis exhalaciones de placer. De vez en cuando me pegaba un azote en el culo e hincaba sus dedos en él. Incluso algunos de sus dedos se aventuraron en lo más hondo de mi ojete, masturbándome al tiempo que su lengua jugueteaba con mi orificio. Parecía que se estaba comiendo un coño. He de decir que me excitó aún más la posibilidad de que pensara que mi agujero era un coño. El coño de la tía que anoche le dejó con las ganas.

Su babeante polla chocó contra mi húmedo ojal, recorriendo su perímetro. La paseaba por mi raja hasta que, en una de esas idas y venidas, la punta de su cipote se hundió en mi dilatado agujero con una facilidad pasmosa.

Por fin volvía a sentirla dentro de mí. Dios, que bien sentaba. Cómo dolía y cómo me gustaba al mismo tiempo. Y así, a cuatro patas sobre el váter, comenzó a introducir toda su carne en mí. No fue tan delicado como las otras dos veces. No me importó. Sentía como su rabazo me rellenaba por completo, y cómo su ritmo no tardó en aumentar.

Solté un gemido sin querer, que vino acompañado de otros dos más. Su mano derecha se aproximó a mi boca y la cubrió por completo, silenciando cualquier sonido. Su otra mano, agarrada a mi cadera, se separaba de vez en cuando para darme un tortazo en el glúteo. Mientras, él se deleitaba a ritmo frenético con mi culo mientras me susurraba que “menudo chochito tenía ahí detrás”. Aquello me volvía loco. Me puse a cien. Comencé a masturbarme como pude, intentando mantener el equilibrio. Recordé su cara enrojecida de la última vez, sus ojos ardientes. Quería verle de nuevo. Quería verle bien.

-Para. – Le dije retirando su mano de mi boca. – Quiero verte mientras me follas.

Lucas redujo sus embestidas, no sin antes clavarme un pollazo sacando todo su rabo e hincándomelo de golpe, provocándome un intenso gemido.

-Vale. – me respondió. – Pero te tienes que estar calladito.

Asentí. Me bajé del váter y sus manos fueron a mis muslos. Intuí rápidamente por dónde iba. Con movimientos torpes me quité las deportivas y el vaquero, y pasé mis brazos por su cuello. Levantó mis piernas y me colocó, en volandas, junto a la pared. Notaba bajo mi ojete su polla tiesa, mojada y babeante. “¿Vas a ser bueno?”, me preguntó. Volví a asentir con la cabeza.

Yo colgaba de él como un koala, y él aprovechó la gran apertura de mi ojete para hincármela de nuevo, mientras mis piernas abrazaban con fuerza su cintura y sus manos agarraban fuerte mis muslos.

Su cipote entró casi entero y continuó con su follada. La intensidad era menor debido a la dificultad de la postura, pero no me importó. Le veía la cara. La tenía a centímetros de mí. Tuve que contenerme para no besarle, porque me apetecía mucho. Hoy no notaba esa rabia contenida del sábado anterior. Pero algo seguía ardiendo dentro de él. Notaba su fuerza, el calor que desprendía su cuerpo. Su cara. Gotas de sudor caían por su frente y resbalaban por las sienes. Yo tenía los labios apretados para evitar hacer ruido; él los tenía igual para no hacer lo mismo. Aún así, su respiración se clavaba en mí como estacas. Sus bufidos caían sobre mi rostro y mi cuello.

Una de sus embestidas clavó su polla más honda de lo que estaba recibiendo y, ante la sorpresa, mis labios se despegaron para soltar un quejido de placer. Automáticamente, los suyos saltaron como un resorte para posarse en los míos. Ardían como brasas. Me estaba besando. Me había silenciado con un beso. Y no fue un beso tonto, no. Su lengua se introdujo entre mis labios y comenzó a juguetear con la mía. Comenzó a revolverse por todas partes. Su gruesa lengua ocupaba gran parte de mi boca, y yo pasé la mía a la suya. En aquel momento me sentí en la gloria.

Sus embestidas comenzaron a acelerar. Sus huevazos saltaban de un lado a otro. Sus labios se despegaron de los míos y siguieron jugando con mi cuello.

-Uf, estoy a punto. – me advirtió.

-Córrete dentro, tío. Córrete dentro. – le pedí.

-¿Sí? – Me preguntó desafiante. - ¿La quieres dentro?

-Sí, tío.

-Ya verás… - jadeaba. – Ya verás que calentita. Te voy a llenar…

Comenzó a gemir y a bufar, y acto seguido unió su boca a la mía de nuevo mientras notaba como mi culo se llenaba de la lefa que soltaba su polla palpitante. Dios, estaba a tope.

Me condujo, aún en volandas con su polla enterrada en mí, hasta el váter, donde se sentó y continuó bombeando lentamente.

-Te toca. – Me dijo.

Con su polla aún en mí, recorriendo mi recto pausadamente, y su leche resbalando hacia afuera, no me hizo mucha falta masturbarme. En unos pocos segundos, empecé a gemir mientras mi mirada se posaba en la suya, su mano lo hacía en mi boca, y mi semen caía a borbotones por todo su pecho, empapándole.

-Dios, vaya follada. – me felicitó al tiempo que me daba un último beso en los labios.

Sacó su polla de dentro de mí y su lefa no tardó en recorrer todo mi recto para derramarse hasta el suelo.

-Joder, me has llenado. – apunté.

-Tú a mí también. – se rio mientras se señalaba el pecho.

Cogí el rollo de papel higiénico y comencé a quitarle el grueso de la corrida mientras con mi lengua recogía la parte que había caído sobre su pezón izquierdo. Lo mordisqueé. El pelo de su pecho se pegaba contra la piel al limpiarle.

Me quedé unos segundos más encima de él, descansando. Yo pellizcaba sus pezones con mis dedos mientras él tenía sus manos en mis caderas.

Con una palmadita en mi trasero, me levanté de encima suyo y ambos comenzamos a vestirnos. Lucas limpió con más papel la corrida que había caído en el suelo. Tiramos todos los trozos al váter y tiramos de la cadena.

Una vez estuvimos vestidos, salí yo primero del cubículo. Miré la hora en mi móvil: las cinco y cuarto. Bien. Me dirigí de nuevo al pasillo y seguí con mi inventario, como si nada hubiera pasado.