Mi compañero de curro me folla de nuevo

Segunda parte del relato Mi compañero de curro me folla duro. Aunque empezaba a dar por perdida cualquier ocasión de volver a follar con él, una mañana de trabajo volvió a sorprenderme.

Segunda parte del relato Mi compañero de curro me folla duro . Para comprender mejor el contexto y a los personajes, recomiendo leer antes la primera parte.

Después de la salvaje follada que me había pegado el viernes al salir del trabajo, me pasé todo el fin de semana deseando que volviera a ocurrir. Lucas tenía un rabo increíble, pero no era solo eso… era el morbo que me producía. El hecho de que fuera mi compañero de trabajo, heterosexual hasta la médula, divorciado y con familia, que me sacara más de quince años… la forma tan sensual y a la vez tan brutal de darme placer al tiempo que yo se lo saba a él.

Pero para mi decepción, el inicio de semana no fue como a mí me hubiese gustado. Lucas seguía tratándome como antes de aquel viernes. Como un colega del curro más. Charlábamos, reíamos, nos vacilábamos… pero nada más allá. Yo no esperaba de él una relación, ni mucho menos. Ni yo la quería tampoco. Pero estaba impaciente por volver a hincarle el diente a su polla, y él no me daba pie a ello.

En mi interior me decía a mí mismo “Fede, es heterosexual, no esperes nada. Y si luego pasa algo, una alegría que te llevas”. Aunque aún recordaba su voz antes de bajarme del coche el viernes diciéndome cómo le había flipado follarme.

El caso es que yo no notaba a Lucas receptivo. Él era el que tenía la sartén por el mango y lo sabía. Yo solamente podía esperar a que algún día volviera a tener ganas de descargar los huevos y yo fuera lo que tuviese más a mano. Así que me resigné y yo también actué como si aquel viernes no hubiese pasado nada. Seguimos currando, y yendo y viniendo en coche como habíamos hecho siempre.

Pasaron un par de semanas en las que el calor de agosto se hacía asfixiante, sobre todo en el trabajo, ya que el gran tamaño de las naves y la cantidad de portones que se abrían y cerraban al cabo del día las hacían imposibles de refrigerar.

Caían las dos y media de la tarde en una pegajosa jornada de duro trabajo. Mi compañera Tere y yo no habíamos parado de embalar nuevos paquetes para enviar, sumado a todas las cargas de camiones que venían a recoger pedidos. Llevábamos un día bastante durito, no solo por el calor sino por la sobrecarga de trabajo, ya que, si de normal faltaban manos para currar, la semana pasada Sara se tropezó al bajar de un camión y se había hecho un esguince. Total, que le habían dado la baja y éramos uno menos. Yo solamente pensaba en llegar a mi sofá, poner el aire y echarme una siesta del copón.

  • ¿Qué tal tío? ¿Cómo va por aquí? – Escuché la voz de Lucas a mi espalda, en un tono alentador.

-Pues de maravilla. – Respondió irónica Tere. – Derritiéndonos por momentos.

-Si vienes dentro de una hora solo encontrarás dos charcos en el suelo. – apunté.

-Os quejáis de vicio. – se rio. – Seguro que luego sois de los que vais a Benidorm en vacaciones.

-En Benidorm hay mar ¿Tú ves algún mar por aquí cerca? – rebatió Tere.

-Mmm… no.

-Pues cuando nos pongan una piscina para refrescarnos, yo cierro la boca. Además ¿Tú que haces por aquí, con lo a gusto que se está en las ofis?

-Venía a pediros una cosa. – dijo Lucas sonriendo mientras se rascaba la nuca.

-Si es nuestra mano en matrimonio no has llegado a tiempo, yo tengo una cita esta tarde y Fede tiene otra.

  • ¿Ah, si? – Preguntó sorprendido mientras me miraba fijamente a los ojos. – Que calladito te lo tenías, Federico.

Lucas tenía su mirada puesta en mí, y no dejaba de sonreír. Es cierto que no le había dicho nada, no por ocultárselo sino porque no había salido el tema. Mi cita era con un chico con el que había estado hablando por Tinder. Un tal Marcos, de Badajoz. Tenía ya ganas de conocer a alguien nuevo, y desde que me había mudado a Madrid hacía meses aún no había abierto la aplicación.

  • ¿Y quién es, eh? Pájaro.

-Nadie. – le dije restándole importancia. – Un chaval de Tinder.

-No sabía que te fuera ese rollo. – intentó picarme.

  • ¿Qué rollo? – Le pregunté algo molesto.

-Venga, no te piques. Que te estoy vacilando.

-Lucas – interrumpió Tere. – Tenemos curro aún ¿Qué nos querías decir?

-Ah, sí. Que he estado hablando con Gregorio, y me ha preguntado si alguno de vosotros dos puede venir mañana para ayudarme con una descarga de camión urgente. Viene desde lejos y no hay otra opción.

  • ¿No hay otra opción? ¿Ni otras personas a las que preguntárselo?  - Preguntó Tere mosqueada.

-Ey, os lo he preguntado a vosotros primero porque sois con los que mejor me llevo. Yo tengo que venir seguro, y prefiero que me echéis un cable alguno de los dos. Sino pregunto a otros compis.

-Yo paso. – sentenció Tere.

  • Lo van a pagar como horas extra ¿no? – pregunté yo.

-Eso me ha dicho el jefe.

-Venga va, pues cuenta con mi hacha. – bromeé.

-El puto Gregor… vaya jodiendas hace – susurró Tere.

-El puto teleñeco – apunté yo, riendo.

  • ¿Le llamáis teleñeco? – Exclamó mientras se reía a carcajadas. - ¿Por qué?

-Porque siempre está asomándose por la ventana vigilando. – Le aclaré mientras le señalaba la ventana del jefe.

  • ¡Qué cabrones! – Seguía riendo mientras se alejaba rumbo a las oficinas. – No sé si quiero saber cómo me llamáis a mí.

  • ¡No, no lo quieras saber! – le dije mientras su figura desaparecía entre cajas y sombras.

Se hicieron las tres de la tarde y, con ello, la hora de la salida. Me quité el uniforme y lo metí en la mochila para lavarlo en casa. Me encontré con Lucas en la puerta y pusimos rumbo a Madrid, no sin antes parar en el polígono para matar el hambre.

Durante la vuelta a casa seguimos hablando del curro, de los motes, de la putada de tener que currar en sábado… Yo de vez en cuando me quedaba mirándole unos segundos, como si estuviera esperando algo. Algún movimiento, algún gesto, alguna frase que me diera a entender que se volvería a desviar de la autopista y volvería a suceder lo mismo que aquel viernes semanas atrás. Pero no.

Me dejó en mi parada y me recordó que para al día siguiente quedaríamos algo más tarde, sobre las ocho, porque no hacía falta madrugar, y así desayunábamos juntos tranquilamente y después nos poníamos en faena.

Por fin llegué a mi casa y pude repanchingarme en el sofá, con el aire acondicionado, Netflix de fondo y mi polla en la mano. Me hice una paja pensando en Lucas. Recreando de nuevo su rabo, sus enérgicas empotradas, en sus manos en mi cuello, en sus huevos en mi boca y su leche en mi cara… Me pegué una buena corrida. Después de limpiarme, me quedé sobado hasta Dios sabe qué hora. De hecho, me quedé tan sobado que no me desperté para acudir a mi cita de Tinder. Y por más que me disculpé, a Marcos de Badajoz no le hizo ninguna gracia.

A la mañana siguiente me desperté con la sensación de que aún no era fin de semana, pero tampoco era un día de curro normal y corriente. Me duché, me aseé y cogí el metro para luego subir al coche de Lucas.

Condujo hasta el polígono industrial donde trabajamos y desayunamos parsimoniosamente. Él se pidió un café y unas tostadas. Yo cambié las tostadas por una porra. Ya me había tomado una tostada antes de salir de casa y no me apetecía otra.

-Como te gustan las porras, eh. – me vaciló Lucas cuando me la sirvieron en la mesa.

-Ya lo sabes… Pero como tú no me quieres dar la tuya… - Le dije en voz baja.

-Chst, aquí no Fede. – Susurró mirando de reojo al camarero. – Que vengo todos los días a desayunar.

-Vale, vale. Si lo he dicho flojito… - me excusé.

Terminamos de desayunar mientras veíamos las noticias del televisor colgado al fondo del bar. Tras una discusión a la hora de pagar, porque él me quería invitar y yo quería invitarle a él en agradecimiento por llevarme en coche, al final gané yo. Pagué con tarjeta y nos fuimos a hacer lo que habíamos venido a hacer: currar.

Aún tardó media hora más en aparecer el camión. Nosotros dos esperamos junto al portón abierto por el que debía pasar a descargar. Eran las once de la mañana y ya hacía un calor aberrante. Lucas se encendió un cigarro en lo que hacíamos tiempo. Estuvimos charlando de banalidades, ningún tema serio. Él como siempre aportaba algún chiste o alguna gracia con su simpatía natural, y yo se las reía. Al igual que él se reía de las mías.

Por fin el camión llegó, y entre el conductor, Lucas y yo, en media hora lo tuvimos todo listo. El transportista se despidió y mi compañero se puso a revisar que todo estaba correcto. Llevaba un manojo de papeles que manoseaba hacia adelante y hacia atrás.

  • ¡Cierro el portón! – le grité a lo lejos mientras él supervisaba.

Asintió con la cabeza y yo pulsé el botón. La cantidad de luz natural de la nave se iba reduciendo conforme se cerraba. Lucas seguía atento a sus documentos.

-Tengo que pasar esto al ordenador Fede. Son diez minutos ¿Te esperas aquí o te vienes? O si quieres te doy las llaves y esperas en el coche. No tardo nada.

-Te acompaño, así disfruto un poquito del lujo de las oficinas.

Levantó la mirada de los papeles y me sonrío. Me hizo un gesto con la mano para que lo siguiera y tras comprobar que la puerta se había cerrado del todo, me guio hasta las oficinas.

Era una sala no muy grande, con cuatro mesas enfrentadas y otras dos más al fondo. Él se sentó en su silla y encendió el ordenador. Me miró mientras yo le miraba ahí de pie, plantado. Me señaló la mesa que estaba justo enfrente de la suya.

-Ese es el sitio de Vicky, por si quieres sentar y deleitarte con nuestros lujos.

Me senté allí, y me di un par de vueltas en la silla giratoria. Después me planté frente a la mesa, mirándole fijamente. Parte de su cara estaba tapada por el ordenador, y al principio estaba absorto mirando los papeles y la pantalla, hacia arriba y hacia abajo. Pero pronto se percató de que mis ojos estaban clavados en él. Me dedicó un par de miradas furtivas mientras sonreía y tecleaba. Yo también le sonreí, vacilón, con las cejas arqueadas.

-Eres muy cabrón. – me dijo entre dientes.

  • ¿Yo? ¿Por qué?

-Lo sabes perfectamente. Si vienes aquí sabrás a lo que me refiero.

Sabía por donde iban los tiros. Había algún tipo de conexión, de química, que me lo advertía. Me levanté y me acerqué a él. Me apoyé en el respaldo de su silla. Lucas seguía tecleando mirando a la pantalla. Me asomé por encima de su cabeza para comprobar lo que ya me había dejado caer. Sus bermudas luchaban por aprisionar una erección del tamaño de la torre de Pisa. Su polla se marcaba perfectamente a través del tejido en el muslo izquierdo, incluso se le podía distinguir un poco el glande.

Interpuse mi cuerpo entre el suyo y la mesa, impidiéndole teclear. Sus manos y sus brazos se echaron hacia atrás, sorprendidos. Me acerqué aún más a él y poco a poco fui sentando mi trasero en su paquete, abrazando su nuca con mis manos. Le miré a los ojos y vi como su sorpresa fue frunciendo su frente para dar paso a un rostro de excitación.

Comencé a menear mi culo hacia adelante y hacia atrás, estimulando su rabo. Sus manos se posaron en mis glúteos, acompañándolos en su movimiento. Mi cara fue poco a poco encontrándose con la suya, juntando frente con frente y nariz con nariz. Pero cuando mis labios quisieron encontrarse con los suyos, retorció su cuello hacia atrás. Yo me extrañé.

-No. Besos no.

  • ¿Por qué? – le pregunté curioso.

-No quiero besar a otro hombre.

-Como quieras. – susurré a su oído.

Mis labios bajaron por sus orejas hasta su cuello y sus clavículas. Comencé a mordisquearle. A lamerle. Escuchaba sus suspiros en mi oído. Mi culo seguía zarandeándose de un lado hacia otro. Mis manos alcanzaron el bajo de su camiseta y tiraron de ella hacia arriba, dejando al descubierto un pecho carnoso cubierto de un vello negro grisáceo que bajaba hasta el ombligo. Sus pezones eran grandes y prominentes, y no pude resistirme a morder uno de ellos mientras mi mano jugueteaba con el otro. Mis labios pasaban de uno a otro estimulándolos, y Lucas parecía estar en la gloria. Tanto, que cruzó relajado sus brazos por detrás de la nuca, dejando al descubierto sus sobacos. Dudé un segundo. Miré su cara. Estaba con los ojos cerrados, gozando. Así que no me lo pensé más y me lancé a oler y a lamer uno de sus peludos sobacos.

  • ¡Joder, qué zorra eres! – se sorprendió. – ¿Te mola hacer eso?

Yo asentí mientras mi lengua recorría su axila profundamente.

-Pues hala, sigue lamiendo. – me dijo mientras apretaba con su mano libre mi cabeza contra su sobaco – Los quiero bien limpitos. Así que tienes para rato ahí.

Yo estaba disfrutando muchísimo, y él parecía que también. Aquel olor profundo a sudor fresco inundaba mi nariz y, aunque no es un olor agradable, lo cierto es que me pone a mil. Cuando terminé con uno me lancé a por el otro.

-Ahí abajo hay alguien que te quiere saludar. – me insinuó.

Me separé de él y, mientras él se desabrochaba la bragueta sentado en su silla giratoria, yo me puse de rodillas a tirar de sus pantalones.

-Espera, espera. – Me exclamó burlón. – No tires tan rápido que aún no me he desabrochado del todo.

-Ya has visto que tengo ganas. – le reí.

-No te preocupes, si tienes rabo para rato.

Yo aproveché para quitarme la camiseta, evitando así futuras posibles manchas y ahorrándome un calor innecesario. Cuando Lucas empezó a deshacerse de sus pantalones, yo volví a tirar de ellos hasta dejárselos por los tobillos. Como eran unas bermudas anchas, pude sacárselas por los pies sin necesidad de quitarle las zapatillas de deporte que llevaba. Las lancé por el suelo y me asomé a su paquete. Lucas puso las manos de nuevo de su cabeza, esperando que empezara el espectáculo. Yo comencé a besar su bulto por encima el bóxer negro que llevaba.

  • ¿Has visto? – me preguntó. – Se quiere escapar.

Por su ingle izquierda asomaba hacia fuera del gayumbo su morado glande, escupiendo aquel líquido brillante que brota cuando uno ya está muy cachondo.

Así que no me entretuve mucho más y en seguida liberé a la bestia. Agarré el bóxer por la goma y, mientras Lucas elevaba ligeramente el culo, tiré de ellos. Su polla dio un bote y se quedó erguida frente a mis ojos. Desde aquí abajo me parecía incluso más grande que la vez anterior. Agarré suavemente su tronco y comencé a lamerlo de abajo a arriba, delicadamente. Empezaba en sus enormes cojones y deslizaba mi lengua hasta la punta de su húmedo capullo. Tras varias pasadas mi mano tomó su base y comenzó a masturbarle, mientras mi lengua se entretenía dulcemente en jugar con su glande. Escuchaba sus leves exhalaciones por la nariz.

Mis labios abrazaron su capullo y comencé a hacerle una buena mamada. Su líquido pre seminal se mezclaba con la saliva que yo escupía, haciendo que su polla sonara mientras mi mano le pajeaba y mi boca se deleitaba con su sable, introduciéndome cada vez más parte de él en la garganta.

-Que bien la comes, cabrón. – Me confesó. – Cómo se nota que tienes práctica.

Me gustó el comentario, pero no me la saqué de la boca para contestarlo. Quería seguir disfrutando de su rabazo. Aumenté de intensidad y se la empecé a comer a un ritmo más intenso. Un “uff”, se escapó de su boca. Le miré a los ojos. Los tenía cerrados. Pero se percató en seguida de mi mirada y los abrió, clavándolos en los míos. Frunció el ceño.

Apartó mi mano del tronco de su polla y, agarrándome bien por las sienes, hundió mi cabeza contra su polla, clavándola hasta el fondo en mi garganta. No me cupo entera de un solo golpe, pero notaba como la mata de su rabo comenzaba a rozar mi nariz. Me entraron arcadas y tuve que retirarme, haciendo fuerza. Tosí un par de veces.

  • ¿Qué pasa? – Se burló. – El otro día te entraba mejor.

-Cabrón, no estaba preparado.

Me lancé de nuevo a ella e intenté metérmela yo solo hasta el final, haciendo hueco en mi garganta. Se la empecé a mamar profundamente, hasta que de nuevo sus manos se apoderaron de mi cabeza y sentí de nuevo estocadas hasta lo más profundo. Me folló la boca como un bestia. Qué profundidad. Qué forma tan salvaje de empalarme la garganta. Me volvía loco. Tenía la adrenalina a tope, e intuía que él también. “qué cabrón, qué cabrón”, me repetía y repetía.

Hizo un ademán de ponerse de pie, sujetando aún mi cabeza. Le dio una patada a la silla, retirándola, y continuó clavando su falo en mi boca. Notaba todavía más sus embestidas, sus huevos chocando fuerte contra mi barbilla. Pero llegado un punto yo tuve que sacármela de la boca y respirar un poco. No podía más. Me dolía la mandíbula de tenerla tan abierta.

Mi mano derecha agarró su polla y la manoseó de arriba abajo, restregando bien todos los fluidos, masturbándole. Mi otra mano agarró sus pelotas y, mientras mi lengua jugueteaba con ellas, las iba amasando y masajeando. Eran enormes, me flipaban. Y mientras se los lamía, caí en algo.

  • ¿Alguna vez te han comido el culo?

  • ¿Qué? ¡No! – me respondió.

-Venga, déjame. Te va a flipar. – le propuse mientras mi mano aún zarandeaba su rabo.

-No sé tío. Mi ojete no está hecho para eso.

-Va, venga. Si no te mola, me lo dices y paro. – intenté convencerle. – no eres menos hombre. A muchos se lo comen sus pibas.

Accedió a intentarlo. Me apetecía aventurarme en su culo, me daba morbo. Apoyé mi espalda contra una de las paredes de la mesa y atraje sus piernas hacia mí. Se quitó las zapatillas y los calzoncillos, que comenzaban a molestarle. Le indiqué que se girara. Acto seguido, enrollé mis manos en sus muslos como pude y forcé a su trasero a venir poco a poco hacia mí. Cuando tuve su agujero lo suficientemente cerca (y bastante abierto, gracias a su postura), le di un par de lametones, provocando en él un respingo seguido de una exhalación de lo que a mí me pareció placer. Su culo estaba cubierto por una fina capa de vello, tanto su ojal como sus glúteos, pero tampoco en exceso. Continué con mis lametones, ahora ya sí siendo plenamente consciente de que lo que escuchaba eran gemidos de placer.

No tardó mucho en sentirse a gusto con la práctica, pues en seguida comenzó a moverse de arriba abajo, restregando su ojete por toda mi cara, atrapado entre él y la pared de la mesa. Notaba cómo le gustaba, cómo se refregaba con fuerza, deseoso de que hincara mi lengua más adentro. Intuía cómo quería que me ahogara entre sus nalgas. No mediaba palabra, pero estaba encantado. Sentía como se pajeaba a ritmo frenético mientras yo le comía el culo.

Cuando tuvo suficiente, se retiró y me levantó por los dos brazos. Apartó unas cuantas carpetas que tenía en un hueco de la mesa y acto seguido me puso de espaldas y dobló mi pecho contra el tablero de su escritorio.

Me desabrochó el cinturón torpemente desde atrás. Continuó con la bragueta y bajó mis pantalones hasta el suelo. Sentí un bufido tras de mí y acto seguido un azote en mi nalga izquierda. Agarró con su mano la parte inferior de mis bóxer y tiro hacia arriba, colando la tela entre mis glúteos, como si fuera un tanga. Tiró otra vez, más fuerte. “Que zorra”, masculló. Me plantó otra sonora palmada en mi nalga derecha, mientras sostenía mis gayumbos en lo alto y se deleitaba con mi redondeado trasero.

-Uf, que ganas de follarte. – se sinceró. – te vas a enterar.

-Eso espero. – le vacilé.

Bajó rápidamente mis calzoncillos hasta abajo. Un impulso recorrió toda mi espalda hasta mi cuello al notar su lengua húmeda ahora en mi culo. Con sus manos apoyadas en mis nalgas, que soltaban de vez en cuando algún azote, su nariz y su lengua se perdían ahora en lo más profundo de mi orificio anal. Yo sentía un placer inmenso, que no dudaba en reflejar en fuertes gemidos y suspiros, para que supiera lo mucho que me estaba haciendo disfrutar. No sé si a él le resultaba agradable comerme el culo, pero desde luego no daba queja de ello, y no lo hacía nada mal. Me pregunté si sería la primera vez que lo hacía. O si sería solo la primera vez que se lo hacía a un tío.

Tras otra sonora palmada en mi glúteo izquierdo, se incorporó y clavó su rabazo a lo largo de mi raja, paseándolo de un lado a otro al tiempo que yo notaba que untaba su miembro con más saliva mezclada con su líquido pre seminal.

Yo estaba con las piernas todo lo abiertas que podía, teniendo en cuenta que mis pantalones por los tobillos impedían un movimiento total. Por fin su nabo encañonó su cabeza contra mi ojete, y poquito a poco, como la otra vez, fue introduciéndose en mí. Volvía a sentir una mezcla entre placer y dolor que me dejaba con la boca abierta y sin palabras. Su pollón se aventuraba cada vez más dentro de mí. “Ya está a la mitad”, me susurró, mientras hacía una ligera pausa. “Madre mía, a la mitad solamente”, me decía a mí mismo. La notaba inmensa dentro de mí.

Continuó con su marcha hasta que hizo tope con sus huevazos. “Que culito más tragón tienes, cabrón”, me felicitó, y acto seguido comenzó a bombear suavemente. Despacito. Notando como salía y entraba de nuevo, llenándome de él.

El ritmo fue incrementando, haciéndome gozar profundamente. Yo gemía y él bufaba. No hacían falta mediar palabra para saber que ambos disfrutábamos de esto. Sus caderas subían de intensidad, y pronto me vi agarrándome al borde de la mesa mientras me embestía una y otra vez con su misil, mientras sus huevos botaban y rebotaban hacia mí, llegándome hasta a doler. Yo ya no gemía, lanzaba gritos. Y él ya no solo bufaba, sino que resoplaba como un animal mucho mayor, como si estuviera muy enfadado con algo o con alguien.

Que fuerza, que bestialidad. Me estaba destrozando y a mí me encantaba. Sus manos se separaban esporádicamente para soltarme azotes, dejándome, como pude comprobar después, marcas rojas.

  • ¿Te gusta, cabrón? – me preguntaba fuera de sí.

  • ¡Sí! – le respondía yo, eufórico.

-Te gusta que te follen así de duro ¿eh?

  • ¡Sigue tío, sigue!

Giré mi rostro y le miré. Vi su rostro furioso, enrojecido, lleno de rabia, desbocándola en mí. Nunca entendí si aquella forma de follarme esa mañana fue fruto de la excitación, de algún problema conmigo, con otra persona, o consigo mismo. Pero me daba igual. Yo estaba pletórico.

Tras un par de frenadas y arranques de embestidas, percibí cómo estaba a punto de correrse. Sin yo decirle nada, extrajo la polla de mi culo, me agarró con fuerza y me puso de rodillas. Comenzó a meneársela frente a mi cara, con esa misma cara de furia con la que me follaba segundos antes. Yo agarré mi rabo y comencé a masturbarme también.

  • ¿Dónde la quieres? – me preguntó esta vez, acelerado.

  • ¿Dónde la quieres soltar? – le cuestioné yo.

-En tu boquita… quiero que notes mi leche en tu garganta.

-Pues venga, dámela.

En unos segundos agarró mi cabeza con una mano, apuntando con la otra su nabo contra mi boca abierta y, en un abrir y cerrar de ojos, noté como me la clavaba hasta casi al fondo. Empecé a notar como mi garganta se inundaba con su espesa lefa, que brotaba sin cesar de su capullo y, tal y como él quería, me iba directa al esófago. Con su corrida, también se vino la mía, soltando lefarazos al suelo mientras él los tiraba en mi garganta.

Pero tanta cantidad de lefa colapsó mi interior y comencé a atragantarme, obligándole a sacármela de la boca, ya soltando los últimos coletazos de su corrida. Yo tosía mientras él se reía burlón. Tras recomponerme le miré mientras me sonreía, con su polla babeando aún en la mano.

  • ¿Te ha gustado? Estaba calentita ¿eh? Recién ordeñada.

-Sí, cabrón. Pero casi me quedo en el sitio. – me reí.

Me puso el capullo en la boca, entendiendo que quería que se lo terminara de limpiar. Así que volví a pasear mi lengua por su rabo mientras comenzaba a ablandarse.

Cuando estuvo bien limpia, me la saqué y posé mis labios en la base de su pene, que volvía a su estado de reposo, y apoyé mi cabeza en su ingle, junto a la pelambrera que le enmarcaba el rabo. Él posó una de sus manos sobre mi cabeza, acariciándola. Yo estaba descansando, él también. Había sido una follada intensa.

Tras ello, me subí los calzoncillos y los pantalones, y nos pusimos a buscar el resto de ropa y a vestirnos. Mientras él terminaba, yo me acerqué al aseo y cogí papel higiénico para limpiar el suelo de mi propio semen. Cuando volví, estaba de nuevo en su asiento, trabajando, como si no hubiera pasado nada.

-Tú también te corres bastante – apuntó.

-Sí, pero lo tuyo es otro nivel.

-Ya, – se rio. – además que últimamente los llevo bien cargados.

-Ya veo ya… - me reí. – Bueno, pues cuando quieras volver a descargarlos, aquí estoy.

-Ya lo sé. – remató guiñándome el ojo.

Tras unos minutos que fueron en silencio, Lucas terminó de hacer lo que tenía que hacer y pudimos irnos para casa. Y todo volvía a ser como siempre. Bueno, como siempre no. Volvimos con la música del coche a tope, cantando y berreando. Ya era fin de semana, por fin.