Mi compañera y su relato (1)

Mi compañera de trabajo me contó con todo lujo de detalles lo bien que se lo había pasado en las vacaciones y en una piscina muy especial.

Mi compañera y su relato (1)

Mara, mi compañera de trabajo es una tía impresionante, bueno, al menos para mí. Puede que de cara le falte un poco más de labios y unos ojos más grandes, pero con el resto de su anatomía y su sonrisa cautivadora, lo demás es pura anécdota, porque como digo es de quitar el hipo con todo un cuerpo endiabladamente precioso. Normalmente acostumbra a llevar pantalones ajustados o alguna vez minifalda y nada más verla, sin poder evitarlo me pongo enfermo, ya podéis imaginar, teniendo que disimular en más de una ocasión una erección descontrolada. Esas camisetas ajustadas y tops que dejan evidente su enormes tetas marcadas y un vientre plano al desnudo, por no hablar de su culo que es adorable, con esos pantalones que parecen estar ajustados al límite, soñando poder ser yo una de esas costuras que se pierden en lo más alto de sus muslos.

Mara y yo hemos cogido confianza desde el principio en la oficina, porque además nos toca trabajar uno frente al otro y porque además es una tía genial, además de ese cuerpo que es la envidia de todas sus compañeras. Para colmo es simpatiquísima y muy abierta, especialmente conmigo, quizás por tener esa confianza especial o incluso he llegado a pensar que yo la pueda gustar un poquito, aunque suene pretencioso o vanidoso, pero esa es la ilusión que tengo. Sea como fuere, lo cierto es que todas las mañanas, una de las razones que me llevan a sentirme alegre yendo a trabajar es la de encontrármela delante.

A modo de gesto cordial, medio en bromas y por mi parte totalmente en serio, le dedico continuamente algún que otro piropo que a ella nunca han parecido molestarle, más bien al contrario, se ríe de mis ocurrencias. Me gusta exponerle lo bien que le sienta aquel pantalón, lo bonitas que tiene sus piernas bajo una minifalda o lo que brilla su piercing con su piel morenita. Siempre en tono medio jocoso, pero directo al grano y con la intención de halagarla y al tiempo admirarla no solo con la vista, sino también regalándole el oído. ¿A qué mujer no le gusta? Recuerdo algún que otro piropo de los llamados indirectos que le han hecho reír mucho, por ejemplo aquella vez que hablábamos de ese refrán “tiran más dos tetas que dos carretas”, hice la apreciación que en su caso especialmente, ya que tiene dos preciosidades tamaño XL, dignas de admiración.

A menudo nuestras conversaciones, aparte de las puramente profesionales, van de lo más vanal y cotidiano, sobre que has hecho el día anterior y todo eso, pero también hablamos de sexo, siempre bromeando, todo lo normal entre compañeros y yo encantado de tener la suerte de compartir con ella esas cosas y oírla reir, moverse con naturalidad, en fín, que me tiene loco.

Todo aparente normal y cada día que pasa me gusta más y sueño más con ella y con ese cuerpo, que naturalmente nunca he podido catar, pero eso es lo de menos, soñar es gratis ¿no? Bueno… hasta que esta mañana ha llegado de sus vacaciones y no sé como ha surgido la conversación y derivando, derivando ha llegado a ponerme aun más enfermo de lo que me pone.

  • ¿Qué tal todo? – me saludó.

  • Bien preciosa, pero nada, no hablemos de trabajo. Veo lo bien te han sentado las vacaciones. – le añadí.

  • ¿Por qué lo dices?

  • Porque estas del guapo subido.

  • Sí, anda.

Mara llevaba un pantalón blanco ceñido, el ombliguito al aire, como acostumbra a ir y un top blanco de esos marcón que deja a uno patidifuso.

  • Es verdad, además con un morenito que da gusto. – añadí.

  • Bueno, si te cuento un secreto, ¿me lo guardarás?

  • Claro preciosa, ¿acaso lo dudas?

  • Pues que me he puesto morenita completamente.

  • ¿Cómo?

  • Pues eso, que no tengo marcas de bikini.

  • Quieres decir que

  • Pues si.

  • ¿Qué has hecho nudismo? – inquirí la pregunta ya que costaba creer lo que me contaba.

  • Sí y la verdad es que estuvo muy bien.

  • Pero donde habéis estado… no había playa.

  • Ya, pero había una piscina nudista.

Mi mente inmediatamente comenzó a pensar en ese cuerpo que tenía delante sin nada de ropa y claro aquella cosa empezaba a moverse por mi entrepierna, queriendo participar de mi diabólica imaginación.

  • Pero ¿Cómo fue?

  • Pues fue todo idea de mi novio. Me planteó la idea de ir a una piscina nudista que estaba cerca del hotel, ya que la que había allí la teníamos muy vista.

  • ¿Y que le dijiste?

  • Que no, naturalmente, me daba vergüenza. El caso es que conocimos a otra pareja y nos dijeron que ellos iban muchas veces y que por qué no nos animábamos.

  • Estarías cortada… - intervine.

  • Y tanto, no veas que vergüenza, pero en el fondo algo dentro de mi me empujaba a ser más atrevida, a lanzarme y sin embargo, no podía.

  • ¿Cómo te convencieron entonces?

  • Pues mi novio y la otra pareja decían que era una experiencia única, que todo el mundo iba en pelotas, que estábamos a más de 100 kilómetros de casa y que era poco probable que nos conociera alguien y que total por una vez en la vida

  • Y ¿te lanzaste?

  • A duras penas, pero al final sí. El caso es que el sitio no era como yo imaginaba, no sé, se respiraba el ambiente más cachondo de lo normal.

Yo estaba excitadísimo con el relato de mi compañera que cuanto más avanzaba en esa nueva aventura más fotos se dibujaban en mi mente y torturándome en pensar por qué no estuve yo allí viéndola como su madre la trajo al mundo.

  • Pero ¿por qué cachondo el sitio? – le pregunté intentando restar importancia a lo que mi mente daba un millón de vueltas.

  • Pues era solo para adultos, no sé, creo que el sitio no es de naturismo precisamente. La gente va allí a mostrar su cuerpo y a ver el de los demás ¿me comprendes?

  • En plan exhibicionismo, ¿entonces?

  • Sí, la verdad es que es algo de eso. Y lo cierto es que había unos cuerpos impresionantes.

  • Uy, no me digas eso, que ya imagino unas tías

  • Jajajaja… yo me fijaba más en ellos… pero sí, había chicas muy guapas.

  • Ninguna como tú.

  • Calla tonto.

  • Bueno, sigue, sigue, que me interesa ese tema.

  • Pues el caso es que al final me armé de valor, no me digas como, pero lo hice y salimos los cuatro del hotel en dirección al sitio ese. Nada más llegar pagamos una especie de bono y una pulsera a cada uno, que nos permitía cargar la cuenta con un código de barras y que pagamos al final.

  • Curioso

  • Sí, y además lo más curioso es que solo había un vestuario.

  • ¿Un solo vestuario?

  • Sí, no había de chicos y chicas, sino que todos juntos y revueltos.

  • ¿Qué me dices?

  • Yo estaba muerta de vergüenza y mi chico también algo cortado al principio, pero la otra pareja, nos iba animando, tanto ella como él. Cogimos cuatro taquillas para guardar la ropa. Primero se desnudó el chico y tenía un cuerpo precioso por cierto y ella después, en un momento estaban desnudos mientras que mi novio y yo estábamos haciéndolo despacio.

Yo seguía imaginando a Mara desnudándose despacio y eso me ponía más cardíaco.

  • Sigue, sigue

  • Jajaja… te interesa ¿no?

  • Claro. Con detalles ¿eh?

Sabía que aquella historia iba a ir calentándose por momentos, así que me senté a escuchar como mi preciosa compañera me relataba detalladamente todo el proceso.

Continuará

Sylke (28 de agosto de 2007)