Mi compañera de piso
Otro relato lésbico, espero que os guste
Hace un par de años, tuve una experiencia con mi compañera de piso. Fue algo tan excitante como sorprendente, y ha sido la única vez que he estado con otra mujer, pero todavía me caliento si pienso en ello.
Me llamo Eva, soy morena, delgadita, y tengo un cuerpo bonito. Hace un par de años, me encontraba estudiando para una oposición. Esto sucedió un viernes por la noche. Yo llevaba meses sin salir, era la una de la mañana y estaba viendo un poco de tv.
Entonces llegó Sonia, mi compañera de piso. Había venido pronto a casa tras una riña con su novio. Yo pensé que ese chico era idiota, pues ella era una preciosa rubia de pelo rizado, labios sugerentes y con un cuerpo muy rotundo. Mientras que él era bastante feo y su cerebro no se hallaba entre el de los más listos, a decir verdad.
Tras ponerse ropa más cómoda estuvimos viendo un poco la tele. Pero a esas horas no echaban nada interesante. Recorriendo los canales, paré un segundo en uno de ellos que emitía un film porno. Un hombre se masturbaba mientras dos chicas se metían mano para ponerle cachondo. Cambié porque esa escena me calentó un poco. Y yo llevaba meses encerrada, estudiando, y necesitaba un buen revolcón con un hombre.
-¿Por qué cambias?- me preguntó Sonia – Al fin y al cabo es lo mejor que echan, ¿no?
Así que me quitó el mando y volvió a poner la peli. Ambas chicas estaban tocándose los pechos, o metiéndose algún dedito. El chico seguía masturbándose ante el espectáculo. Una de ellas se inclinó para empezar a dar suaves lametones en la almeja de su amiga. Y en unos segundos los lametones pasaron a convertirse en una “señora” comida de coño. Con su cara incrustándose en la vagina rosácea.
Siempre he creído que casi todas las mujeres tienen un puntito lésbico. Pues el hecho de ver dos chicas guapas dándose el lote produce cierto morbo entre la mayoría de nosotras. Y Sonia se dio cuenta de aquello. Porque me pellizcó un pezón.
-Tía, se te están poniendo duros- me dijo. Yo aparté su mano, pero con la otra me volvió a pellizcar. Aunque de una manera más suave y contenida, lo que me excitó bastante. Inconscientemente le toqué sus magníficos pechos. Ambas llevábamos unas camisetas de lycra y unos shorts, así que era fácil notar que sus pechos tenían un buen tamaño, pero una forma muy bonita.
Yo en cambio, los tengo algo más pequeñitos, pero con unas curvas, me atrevo a decir que perfectas.
Parecía un juego adolescente todo este lío de pellizcarnos y tocarnos las tetas. Pero se cruzó una delgada línea cuando Sonia me metió un beso fugaz con lengua. Que yo, de forma instintiva no rechacé. Al contrario lo acompañé un poco.
Me miró fijamente a los ojos y me preguntó: -¿Te lo has montado alguna vez con otra tía?-
-No-
-Y… ¿No sientes curiosidad por saber como te podría comer una persona que sabe exactamente lo que necesita una lengua para hacerla feliz?
-No, ¿y tú?-
-Tampoco- respondió.
Acto seguido me estaba desnudando, mordisqueando mis pezones, arrancándome el short, y empujando mi espalda contra el sofá.
Yo, sencillamente me dejé llevar por la curiosidad, más que por el calentón.
Al principio me daba suaves lametones que apenas rozaban mis labios. Pero me recorrieron pequeños escalofríos y acabé por encenderme mientras los flujos y el calor inundaban mi entrepierna. Cada vez hundía más su lengua, hasta que su cara quedó incrustada sobre mi coño, que ya ardía por aquel entonces. Y mientras me introducía cada vez más y más su lengua, sentí una oleada de calor que estalló en un clímax realmente desproporcionado.
La intensidad de mi orgasmo fue algo brutal. Y lleno de sorpresas, pues aunque yo no suelo ser multiorgásmica, aquella vez empecé a notar las sacudidas de sucesivas oleadas de placer. Cuando parecían desaparecer, volvían una y otra vez. Sonia aguando los dos minutos largos que duró con su boca pegada a mi sexo. Moviendo la lengua al ritmo de mis espasmos y calmando con su magistral arte todo mi fuego interior.
En cuanto me recuperé, me propuse hacerle a ella la mejor comida de coño de la historia, pero primero la bese profundamente. Fue extraño notar el fuerte sabor a mi sexo que había dentro de su boca, pero me gusto.
Yo pasé de lindezas cuando ataqué su sexo. Pues Sonia ya estaba suficientemente mojada para aquel entonces. Decidí violar con mi lengua aquel coño. Intentando meter la máxima longitud de lengua posible. Ella elevó su pelvis, y yo agarré sus caderas para intentar darle el mejor sexo oral de su vida. Se agarró los tobillos para abrir más su coño, y yo me deshice por un segundo de mi obsesión, porque se me había ocurrido algo mejor. Tan cerca como tenía su culito, le procuré un feroz y profundo beso negro. Y mi lengua se hundía cada vez un milímetro más en su esfínter. Cuando estuvo bien lleno de saliva, volví a su coño, mientras introducía un dedo el culito de mi amiga.
-Me vas a matar- decía ella entre jadeos.
Yo seguí comiéndome aquellos labios y aquel clítoris, taladrando su culito, mientras empecé a notar que cada vez había más calor y más flujos en aquella vagina. En verdad estaba lubricando un montón. Yo trataba de tragar todo aquel exceso. Tan sólo separé mis labios un segundo, para decirle: -Vamos, córrete en mi boca-.
Acto seguido noté sus contracciones en mi lengua y en el dedo que alojaba en su esfínter. Me sentí deliciosamente corrompida con la sensación de que ella se estaba corriendo directamente en mi boca. Me quedé pegada a ella hasta que su corazón volvió a relajarse y dormimos abrazadas en el sofá tras caer rendidas.
Fue nuestra primera experiencia y me encantó. No he vuelto a tener más encuentros con mujeres, pero todavía sigo masturbándome con el recuerdo de aquella noche.