Mi compañera de piso
Siempre había soñado con follarme a mi compañera de piso. Quién me iba a decir que esta noche
Desde hace unos meses, tengo nueva compañera de piso, llamada Lucía. Ambos somos jóvenes y universitarios, así que tenemos una vida sexual bastante activa —o al menos lo intentamos—. Ella, para qué nos vamos a engañar, es realmente atractiva. Es de piel clara, pelo moreno, de ojos hermosos y con un cuerpo que yo solo había visto en las revistas guarras de mi primo. Lo tiene todo: buena altura, pechos bien definidos y un culo perfecto. No necesitaba nada más que verla por las mañanas, con sus braguitas y su camiseta corta, para espabilarme antes de ir a clase. Obviamente, ella jamás se hubiera fijado en un chico simple como yo, que no tengo nada de especial, ni de cara ni de cuerpo.
Lucía traía de vez en cuando a un chico a casa para hacer lo que todos estamos imaginando. Siempre me dejaba una pista antes de saber que esa tarde habría sexo en casa y no sería yo: limpiaba el piso de arriba a abajo. Normalmente, tenía cosas que hacer. Mi rutina consistía en poner música clásica en los auriculares a tope y concentrarme en lo que fuera. Otras, sin embargo, reconozco que sacaba mi lado más pervertido. Nuestras habitaciones están al lado, así que no era difícil escucharlo absolutamente todo. Me gustaba fantasear que el chico en cuestión era yo. Cerraba los ojos y me concentraba en sus gemidos, que acababa sincronizando con mi masturbación. No os miento si digo que han sido las mejores pajas de mi vida. El hecho de haberla visto prácticamente desnuda hacía que mi imaginación volara hacia los rincones más espectaculares de la libido.
De repente, aquel chico dejó de venir por casa. Pasaron varias semanas antes de empezar a olerme algo raro. Lucía y yo tenemos bastante confianza, a pesar de que nunca hemos desarrollado una relación de amistad, así que le pregunté una mañana mientras desayunábamos. Ella, bastante alicaída, me dijo que habían roto. Pero no se quedó ahí, y por alguna razón añadió que llevaba semanas sin que nadie le hiciera nada. Yo, sin maldad ni doble intención alguna más que ser correcto, le solté un piropo para intentar levantarle el ánimo: “Pues es una pena que nadie sepa apreciar el cuerpo que tienes”. No miento. Prometo que no tenía intención de forzar nada de lo que narraré a continuación. Ella simplemente sonrió y salió de la cocina.
Los siguientes días tuvo una actitud totalmente distinta hacia mí. Empezó a ir ligera de ropa todo el día, a ir con camisetas estrechas sin sujetador y a olvidarse la toalla sistemáticamente cuando se duchaba. En general, empecé a ver mucho más de Lucía. Yo no soy muy listo, pero entendí lo que estaba ocurriendo. Decidí seguirle el juego y empecé a ir en calzoncillos por la casa. No hay muchas de mi cuerpo que me satisfagan, pero mi pene sin duda me tiene contento.
Una noche de viernes empezó a llover como si no hubiera un mañana. Los dos acabamos por desistir y anular nuestros planes, así que Lucía me propuso ver una película juntos. Ni siquiera recuerdo el título. Era una de esas pasteladas que inundan Netflix, que a ella le encantan. Obviamente, ambos seguíamos con nuestro juego. Ella solo llevaba unas braguitas y una camiseta que le llegaba por las rodillas, y yo un bóxer y una camiseta de manga corta. Conforme iba avanzando la película, ella se iba acurrucando sobre mí en el sofá. Yo empecé a acariciarle el pelo y ella, mientras, comenzó a acariciar mi muslo. Lo hacía con la yema de los dedos, y la verdad es que nunca pude imaginar que una caricia pudiera excitarme tanto. La erección empezaba a notarse, pero ella no cesaba su maniobra. No sabía muy bien si no se había dado cuenta, pero todo siguió igual unos minutos más. Yo, presa de los nervios, continué acariciando su pelo.
Empecé a dudar de si ella quería tener relaciones conmigo o solo buscaba un brazo al que acurrucarse. Dejé de tener esas dudas cuando me bajó el bóxer y dejó mi polla al descubierto. Ni corta ni perezosa, comenzó a masturbarme. Yo creí estar en el cielo. Realmente no podía pensar que aquello estuviera ocurriendo. Su mano pasó a masajearme los testículos mientras su boca hacía el resto. Subía y bajaba por mi erecto pene, al tiempo que jugueteaba con la lengua. Llevábamos pocos minutos de acción, y yo ya no podía más. Lo intenté todo: pensar en otra cosa, contar hacia delante y hacia atrás, mirar un punto fijo… Dirigí una última vez la mirada a la espectacular felación que Lucía me realizaba y no pude evitar eyacular en ese mismo momento. Noté su pequeño ahogo antes de apartar la boca, y yo no podía evitar mi cara de total y absoluta vergüenza. Ella escupió y me miró con ojos de odio. Me di por muerto, y el sexo por terminado. Sin embargo, ella solo se puso sobre mí, rodeando mi cintura con sus piernas. “¿Crees que esto termina así?” Se quitó la camiseta, dejando sus perfectas tetas al aire, y empezó a besarme. Fue un beso largo y apasionado, como si descargara la rabia sobre mi boca. Yo acariciaba sus senos con las manos que ella misma dirigía. Su movimiento hacía que las braguitas rozaran con mi pene, que poco a poco iba recobrando la actividad.
Estuvimos un rato así. Hasta que cesó la actividad, se levantó del sofá y me dirigió hasta su cama. Se tumbó boca arriba con las piernas abiertas, lo que yo interpreté como la instrucción del siguiente paso. Así que le retiré las braguitas y tuve ante mí su preciosa vagina depilada. Agradecí haberme afeitado esa misma mañana. Sin pensar, empecé a practicarle sexo oral. Recorrí todo su sexo con mi lengua, al tiempo que me ayudaba con los dedos para provocar el máximo placer posible. Ella empezaba poco a poco a retorcerse de placer. Yo la notaba cada vez más húmeda. Al poco rato, los dedos hacían todo el trabajo. Empecé a frotar con suavidad para ir subiendo cada vez más el ritmo, que le provocó un intenso orgasmo. La vista era perfecta para verla contonearse sobre la cama. Cuando se relajó, me quité la camiseta y me coloqué sobre ella, iniciando nuevamente un intenso beso. Nuestras lenguas parecían conocerse de toda la vida. Lucía sacó un preservativo de la mesita y me lo dio diciendo que era de su novio, lo cual, por algún sucio motivo, me excitó más de lo que necesitaba. Me puse sobre ella y empecé a penetrarla con suavidad, quería que aquello durase lo máximo posible. Los dos nos mirábamos y sonreíamos, aunque ella no podía evitar gemir cada vez más. Al poco rato, nos dimos la vuelta y ella se puso sobre mí. Yo la abracé y aceleré el ritmo de la penetración, tanto que mi culo ya no tocaba la cama. Ella empezó a gritar y arañarme la espalda, algo que me hizo correrme por segunda vez esa noche. Llegamos al orgasmo exactamente al mismo tiempo, creo que por primera vez en mi vida. Quedamos agotados. Nos tiramos abrazados en la cama el resto de la noche, besándonos y acariciándonos por todas partes. Sin duda, fue el comienzo de la mejor experiencia sexual de mi vida.