Mi compañera de clases y una mujer casada (1)
La vi y quedé obsesionado con ella. A mis ojos era toda una diosa. La admiraba a hurtadillas desde mi pupitre mientras trataba de seguir las indicaciones del profesor.
Mi compañera de clases y una mujer casada (1)
Mi nombre es Jaime, soy estudiante universitario y me gustaría contarles una historia muy íntima que llevo viviendo como un sueño. Espero no despertar nunca.
Mi compañera de clases
La conocí en mis clases de hipnosis de la facultad y realmente quedé prendado de ella desde el primer momento en que la vi. Fue amor a primera vista. Su nombre era Lily, era una morena de cabello ensortijado que le llegaba casi hasta la cintura. Piel blanca como la leche. Tenía un rostro angelical y un cuerpo delicioso, de curvas bien marcadas que ella no se molestaba en ocultar usando ropa ceñida, aunque discreta. No era de usar minifaldas o escotes, pero su cuerpo era verdaderamente escultural. Un deleite para los ojos masculinos. Tenía una voz ronquita que le daba mayor sensualidad. Unos labios carnosos que eran como fresas maduras listas para ser devoradas. Tenía un aura entre virginal y lasciva que me ponía a mil.
La vi y quedé obsesionado con ella. A mis ojos era toda una diosa. La admiraba a hurtadillas desde mi pupitre mientras trataba de seguir las indicaciones del profesor. Felizmente nadie se percató de cómo la devoraba con los ojos pues todos tenían su atención centrada en la clase que impartía nuestro docente.
Era un amor platónico durante los primeros meses porque como ya contaré después, al principio ella prácticamente ignoraba mi existencia. No porque fuese soberbia o algo así. Es que yo era muy tímido y no me atrevía a invitarla a tomar un café o almorzar juntos. Pero eso cambió paulatinamente tal como relataré a continuación.
Pero empecemos por el principio. Como dije, la conocí en las clases de hipnosis que dictaban en mi facultad. Era un curso opcional y el salón estaba a reventar. Seríamos unos cien muchachos, la mayoría mujeres y quizás poco menos de un tercio del salón compuesto por varones. El profesor pasó lista al inicio y nos dio las pautas de lo que llevaríamos en el curso. La mayoría tomaba notas febrilmente y varias grabadoras no perdían palabra de lo que nuestro profesor decía.
Luego el maestro presentó unas diapositivas durante 15 minutos aproximadamente, posteriormente dio paso a las preguntas, que se extendieron durante casi una hora. Anunció el receso y dijo que necesitaría voluntarios para la siguiente hora porque haría una demostración. Teoría y práctica se alternarían en la mitad del tiempo para cada una en sus clases, recalcó.
Lily fue una de las que se ofreció como voluntaria cuando el profesor empezó con la parte práctica. De los cinco que salieron al frente, tres chicas y dos chicos, ella era la más alta. Destacaba por su figura bien delineada. Contuve el aliento cuando vi como sus ojos se cerraban siguiendo las indicaciones del docente. Me arrepentí por no haberme ofrecido como voluntario porque habría tenido un motivo para acercarme a ella y conversar después de clases, pero mi timidez casi patológica me lo impidió.
El profesor hipnotizó a los cinco voluntarios y realizó varias pruebas con ellos. Después ella comentaba que había sido una experiencia maravillosa y que recordaba todo lo sucedido. Yo la escuchaba desde un rincón, arrobado.
Al principio de la inducción hipnótica, los cinco reían un poco nerviosos y hacían comentarios entre ellos. El profesor, un señor canoso con escaso cabello y una barba frondosa, hizo un par de aclaraciones mientras les indicaba qué hacer. Contó un chascarrillo para romper el hielo. Era todo un profesional.
Sin dar mayor importancia a los disfuerzos de nuestros compañeros de clase, continuó con la inducción y en menos de diez minutos, los cinco voluntarios, estuvieron balanceándose de pie con los ojos cerrados mientras el profesor seguía con la profundización hipnótica. Parecía algo sacado de una película. Podía verse que los ojos de los muchachos se movían en todas direcciones tras sus párpados cerrados. Señal inequívoca de que se encontraban en trance.
Debo confesar que yo no separé los ojos de Lily durante toda la sesión. Me sorprendí al ver como pasaba paulatinamente de las risas y comentarios jocosos a adoptar una expresión seria y concentrada. Sus ojos fueron cerrándose paulatinamente. Verla como caían sus párpados mientras el profesor seguía hablando con voz monótona, mientras su escultural cuerpo se balanceaba fue demasiado para mí. Una erección inevitable empezó a producirme dolor al encontrarse encerrada en el pantalón. Me acomodé en el pupitre para que nadie lo notase. Pero era una precaución innecesaria porque todos estaban concentrados en mis compañeros que estaban siendo hipnotizados por el profesor.
La cabeza de Lily empezó a caer hacia adelante. Su frondoso cabello cubría su rostro. Después, cuando el trance fue más profundo, el profesor hizo que levante la cabeza y le apartó el cabello para que todos podamos ver su rostro inexpresivo. Inclusive hizo que abriese los ojos y todos nos asombramos cuando nos miro sin vernos, con la mirada perdida característica del estado hipnótico.
Los cinco voluntarios lograron entrar en un trance hipnótico clásico. Algunos demoraron un poco más pero el profesor era un experto. Hizo algunas pruebas con ellos para demostrar la existencia del estado hipnótico así como los diferentes grados de profundidad del mismo. Luego los despertó. Cuando Lily abrió los ojos, yo contuve el aliento. Tenía los ojos vidriosos y una sonrisa encantadora. Los que estábamos sentados aplaudimos espontáneamente mientras nuestro profesor sonreía bonachonamente.
A la salida de clases, la vino a recoger su novio. Un mocetón de casi dos metros que parecía un ropero. Yo, un alfeñique de 60 kilos no le llegaba ni a los hombros a aquel tipo. Suspiré y me tuve que conformar con recordarla en medio de la sala con las manos cruzadas y los ojos a medio cerrar. Era una imagen tierna y a la vez muy excitante.
Lily y su novio hacían una bonita pareja. Ambos parecían extraídos de una novela griega, pues tenían una belleza clásica. Varias de mis compañeras suspiraban por el tipo ese. Yo lo detestaba cordialmente. Por si fuera poco, a su varonil aspecto sumaba una familia adinerada a juzgar por el convertible con el que recogía a Lily. Mi humilde coche que más parecía una reliquia hacía juego conmigo.
El curso duraba ocho semanas que se pasaron volando. Yo logré sentarme cerca de Lily y conversar con ella y sus amigas pero no cruzamos más de cinco frases juntas en cada oportunidad, durante todo ese tiempo. Cuando el curso estaba en las últimas clases, hicimos unas prácticas entre nosotros y por más que intenté ser pareja con ella, nunca tuve esa suerte. Tuve que conformarme con ver como una amiga suya la colocaba en un trance ligero. Mientras que yo era hipnotizado por un compañero al que posteriormente también logré hipnotizar.
El curso terminó y pasamos a otras asignaturas. Nos separamos un semestre pero al siguiente coincidimos en otro curso que ella había desaprobado antes y yo llevaba por primera vez. Lily estaba preocupada por no desaprobar nuevamente y quería conformar un grupo de estudio que le permitiese reforzar los conocimientos adquiridos en clase.
Felizmente me reconoció y me saludó. Yo quedé petrificado unos segundos pero luego recobré el control de mí mismo y logré articular algunas frases. Comentamos algunas anécdotas del curso de hipnosis. Unos amigos suyos estaban interesados en el tema. Ella me preguntó si me interesaba reunirnos para repasar el curso que estábamosllevando y también para practicar la hipnosis entre nosotros.
Así me enteré que ese curso opcional solo se abría en mi facultad, cada dos o tres años. Tenía una alta demanda pero nuestra universidad era de gran exigencia académica y burocrática. Solo lo dictaba un reconocido experto en hipnoterapia que repartía su tiempo entre varias universidades del extranjero y por lo tanto, los que deseaban llevar el curso tenían que esperar. Por lo que solían conformarse grupos de prácticas que servían para que los interesados aprendiesen las técnicas impartidas por alumnos que ya habían llevado el curso.
Resultó que Lily era una especie de adicta a la hipnosis. Le fascinaba entrar en trance y también colocar a las personas en estado hipnótico. Y no era la única. Así que su grupo más que de prácticas era un grupo de aficionados al deleite de ser hipnotizados. Una cosa curiosa pero que me permitió estar cerca de ella que se había convertido en mi obsesión personal.
El grupo no era muy grande pero sí bastante variopinto. No faltaba el que parecía estar fuera de lugar con gorro y lentes oscuros, el punk de peinado estrafalario e inclusive vi una chica con tantos tatuajes en el cuerpo que daba miedo. Pero lo bueno era que Lily estaba ahí, porque era una de las fundadoras, y no era necesario más, para que yo pasase de ser un curioso a uno de los infaltables concurrentes a esas reuniones.
Solíamos usar la sala de la casa de uno de los asiduos concurrentes. Generalmente éramos diez o doce personas los que asistíamos a cada reunión, de unos 30 que conformaban el grupo sumando a los curiosos, los mirones y los que solamente acudieron un par de veces. Nos turnábamos para inducirnos al trance y luego vivir fantasías oníricas o viajes imaginarios. A veces leíamos un libro de aventuras donde nos convertíamos en los participantes. Gracias a la hipnosis, logramos experimentar sensaciones mucho más reales que el cine 3D o la realidad virtual. Era simplemente extraordinario.
El lugar donde nos reuníamos con mayor frecuencia era una sala amplia, con varios sillones de cojines mullidos donde podíamos descansar plácidamente y disfrutar de nuestros viajes por tierras ignotas gracias a la hipnosis. Estar en el mismo lugar que Lily era más que suficiente para mí, aunque solo fueran algunas horas cada semana. La presencia de otras personas me permitía superar mi timidez.
En esas reuniones logré realizar mi fantasía de hipnotizarla y ser hipnotizado por ella. Su novio era reacio a asistir a esas actividades y tampoco solía recogerla por lo que me ofrecí llevarla a su casa en mi coche. Lily aceptó agradecida y pudimos hacernos buenos amigos. Generalmente nos acompañaban dos o tres personas más. Ella vivía cerca, así que no podíamos conversar mucho pero esos escasos minutos eran muy agradables para mí.
Era muy difícil contenerme al tenerla tan cerca cuando la inducía al trance hipnótico. Ella olía delicioso y sus curvas eran una continua invitación a transgredir las normas de conducta que la sociedad impone. Pero siempre logré controlarme. Además la presencia de otras personas era una barrera constante para salirme de una situación amical. A pesar de todo, pude mantenerme calmado sin despertar sospechas de mi deseo contenido.
De improviso, una noche Lily me llamó desconsolada a mi casa porque su novio la había engañado con una mujer mayor que ella. Estaba llorando con profunda tristeza. De verdad amaba al tipo y se había ilusionado. Yo la consolé lo mejor que pude. Me convertí en su paño de lágrimas y su consejero.
Después de eso, dejó de asistir a las reuniones del grupo porque también acudían amigas suyas que perdieron su confianza al no advertirla de lo que estaba sucediendo entre su novio y la otra mujer. Le daba mucha vergüenza que siendo ella una joven tan atractiva haya sido despreciada por su hombre quien la había cambiado por una mujerzuela, como le decía a la otra mujer. Pero nos seguimos reuniendo en su casa por las tardes, una vez por semana, en un grupo más reducido de 4 ó 5 personas para seguir disfrutando las maravillas de la hipnosis. Era su círculo de amigos íntimos. Nunca estábamos solos pero ya éramos muy buenos amigos. Ella se entregaba a mí por completo y entraba en un trance hipnótico muy profundo que le ayudó, entre otras cosas, a olvidar a su novio y a recorrer imaginariamente nuestro planeta y otros mundos. Siempre despertaba con una dulce sonrisa en los labios. Esos labios carnosos que yo me moría de ganas de besar.
Los meses transcurrían entre los estudios, los exámenes y los deberes. Yo me concentraba en mantenerme ocupado para no pensar en esas reuniones que teníamos de manera invariable cada semana, generalmente los días miércoles. Verla era entrar en una deliciosa tortura de apreciarla y tocarla levemente sus muñecas o sus manos cuando la inducía al trance hipnótico. Nunca me atreví a más.
En cada sesión nos turnábamos para inducir a nuestros compañeros al trance. Yo no sabría decir si disfrutaba más cuando me tocaba a mí ser el hipnotizador porque podía apreciarla y mirarla directamente sin que los demás lo notasen porque estaban bajo hipnosis. O si prefería escuchar su dulce voz cuando era ella quien nos hipnotizaba a los demás. Sumergirme en el trance hipnótico guiado por su voz era una delicia sin igual.
Lily era fácil de hipnotizar pero no solía entrar en estados profundos. Eso ocurría solo en contadas ocasiones. Siempre recordaba todo lo sucedido y lo narraba emocionada. Yo solía entrar en fases profundas donde a veces me “desconectaba” del exterior pero era un placer ser hipnotizado por ella. Nuestros otros compañeros también disfrutaban de la experiencia. Formábamos un grupo muy unido por esa peculiar afición.
Finalmente las clases del semestre terminaron y empezaron las vacaciones en la facultad. Discontinuamos nuestras reuniones y eso me causo un hondo malestar. Lily viajó a otra ciudad para disfrutar de las vacaciones. Yo quedé en casa de mis padres, con mis horas ocupadas entre un trabajo por las tardes en una tienda, a medio tiempo, mi afición al fútbol callejero y los videojuegos. Los días se me hicieron eternos.
La mujer casada
Una tarde, en la tienda, conocí a una señora de casi 40 años, se llamaba Sonia, casada y con dos niños que me empezó a hacer mil preguntas sobre mi vida personal. La había visto algunas veces antes en la tienda pero ese día en particular no había nadie más en el lugar y empezamos a conversar. Era evidente que yo le gustaba pero ella no era mi tipo. Al parecer su marido no le prestaba mucha atención y ella no se decidía a tener un amante, pero algo en mí captó su atención. Empezó a visitarme casi todas las tardes en la tienda donde yo trabajaba. Como tenía mucho tiempo libre y ella siempre encontraba motivo para comprar algo, pues no me atreví a rechazarla de plano. El dueño de la tienda me había comentado que ella era una clienta habitual, que era muy correcta, toda una dama decente. Yo tenía mis dudas sobre esa opinión pero el jefe era el jefe, así que yo intenté ser amistoso sin dejar de poner una barrera invisible para que ella supiese que yo no era un gigoló con ganas de conquistar mujeres maduras.
Pasaron casi dos semanas en esa situación, Sonia llegaba, se quedaba una hora o un poco menos y me asediaba con preguntas. Yo no sabía si pedirle que dejase de venir todos los días porque su marido se pondría celoso o probar las mieles de una mujer madura. Los pocos clientes que entraban a la tienda no dejaban de notar que la situación era extraña. Algunos me miraban con cara de envidia, no faltó quien me hizo un guiño. Otras personas, sobre todo las viejas mojigatas me miraban con desaprobación. Como si fuese yo quien hubiera generado esa extraña situación.
Ella me hacía mil preguntas, sobre si tenía novia o sobre mis estudios. Yo también le hacía algunas preguntas pero ella solo contestaba con monosílabos y no soltaba muchos datos sobre su marido. Hasta que en una ocasión, sin premeditarlo yo, surgió el tema de la hipnosis y ella de inmediato me dijo que quería probar la experiencia, que deseaba ser hipnotizada por mí.
Accedí a su petición a regañadientes, más que nada porque me estaba aburriendo en esa tienda. Casi no tenía noticias de Lily y la verdad es que Sonia no estaba tan mal. Usaba unos escotes que llamaban mi atención. También solía usar falda y se podía apreciar un par de muslos rotundos. Definitivamente su marido la estaba desperdiciando.
La primera vez que la induje fue en la trastienda del local. Coloqué el cartel de “Salí a comer” en la manija para evitar que toquen la puerta de la tienda. El dueño venía muy rara vez por las tardes así que no había mucho riesgo en ser interrumpidos.
Le hice una pequeña charla sobre la hipnosis. Ella estaba entre nerviosa y excitada. Pude notar en sus ojos que la situación le parecía muy excitante. Además estábamos solos en la penumbra. Probablemente se preguntaba si yo me atrevería a besarla o aprovecharme de alguna manera de esa delicada situación.
Hice que Sonia se recostase sobre un sillón que teníamos ahí para tomar una pequeña siesta después de almorzar. Usé una técnica de relajación progresiva y pronto estaba bajo hipnosis. Una vez colocada en trance le hice un par de pruebas comprobando que todo estaba en orden.
La carne es débil por lo que no pude evitar que mis ojos se desviasen hacia su generoso escote. Como dije antes, Sonia no era mi tipo pero tampoco era fea. Probablemente su marido la desatendía desde hace muchos años y por eso buscaba la compañía de un hombre joven como yo. Pudo haber sido otro. Yo simplemente estaba ahí en el momento preciso que ella decidió dejar a un lado sus principios y su decencia. Por eso soportaba estoicamente las miradas de las mojigatas que a veces nos encontraban charlando inocentemente en la tienda. Sus valores le impedían ofrecerse abiertamente, “regalarse” como decíamos los muchachos. Pero ahí estábamos los dos en una situación comprometedora. Ella tendida en el sillón y yo a pocos centímetros de ella.
Sus pechos subían y bajaban acompasadamente mientras su rostro manifestaba una tranquilidad absoluta. Mis manos estaban sudorosas. Nada me impedía colocarlas sobre esas generosas montañas y disfrutar la morbidez de sus senos. Pasé mi lengua por mis labios, un poco nervioso. No sabía qué hacer.
Al cabo de unos minutos de contemplarla en silencio y sin tocarla, decidí que había sido suficiente por el momento, así que la desperté. Sonia me dijo que la experiencia le había parecido maravillosa y que deberíamos repetirla cuanto antes. Le dije que no era mala idea pero que sería mejor en otro lugar porque nos podrían descubrir y no quería que la gente pensase mal de ella. Sonia se ruborizó un poco y se despidió de mí con un beso ligero, pero muy cerca de mis labios. Me dejó pensativo.
Dos días no apareció por la tienda. Yo pensé que había desistido de visitarme y de ser hipnotizada nuevamente. Quizás estaba avergonzada por lo sucedido y no quería volver a verme para que yo no lo comentase con nadie. Al tercer día, cuando recién había empezado mi turno, llamaron al teléfono. Era Sonia. Se disculpó por no haber ido a la tienda en los días previos. Me dijo que estaba en casa de una amiga y preguntó si yo podría ir para allá cuando acabase mi turno, llevándole un pedido. Accedí medio intrigado por la situación. Sospeché que tramaba algo.
Después de terminado mi turno, a media tarde, yo disponía de varias horas antes de la hora de la cena en casa. Yo solía vagabundear por el barrio o quedarme con unos amigos antes de regresar a mi domicilio. Mis padres estaban acostumbrados a dejarme esas horas libres durante mis vacaciones.
La casa de su amiga estaba a mitad de camino entre mi tienda y mi casa así que llegué puntualmente. Llevaba el pedido que no pesaba gran cosa. Sonia misma me abrió la puerta.
Pregunté por la amiga y me dijo que regresaría más tarde. Teníamos toda la casa para nosotros dos por el resto de la tarde. Hizo que dejase las bolsas en la cocina, me invitó a pasar a la sala y me pidió que la hipnotice nuevamente.
La situación era de lo más bizarra. Por una parte yo no quería estar ahí y por otra parte ella parecía muy dispuesta a dejar que yo hiciese con ella lo que me viniera en gana. Era extraño. Cuantas veces había soñado yo estar con Lily en esa situación, completamente a solas. Cosa que nunca había ocurrido. Ahora, de pronto, tenía esa oportunidad con una mujer a la que conocía poco pero era evidente que no haría escándalo si yo me propasaba con ella, estando o no, bajo hipnosis.
Mi ánimo quedó atrapado en una disyuntiva. Entre aprovecharme de la situación o dar un paso al costado. Sonia era casada. Yo no quería problemas con un hombre celoso. Mis padres pondrían el grito en el cielo si llegaban a enterarse de lo que mi mente empezaba a elucubrar en esos momentos entre nosotros dos.
Como dije antes, la carne es débil. Yo no había tenido sexo en varios meses. Lily estaba de vacaciones lejos de ahí. Seguramente llevada por la sangre de la juventud, ella estaría en brazos de otro hombre así que me quedé en casa de la amiga de Sonia.
Para completar la situación, Sonia estaba particularmente atractiva ese día. No hacía mucho calor pero el vestido que llevaba era ligero. Un escote moderado pero suficiente para mostrar sus pechos y una falda corta que dejaba ver sus rodillas y se subía con facilidad cuando ella se sentaba en el sillón.
Le dije que no había inconveniente. Que se pusiera cómoda y empezaríamos con la hipnosis. Ella misma desconectó el teléfono de la casa y apagó su celular. Coloqué mi móvil en modo vibrador y acerqué una silla para empezar con la inducción.
Al principio fue como otras inducciones que yo había realizado. Pero cuando Sonia estuvo en trance, mi mente empezó a tener algunas ideas perversas que nunca había tenido con ella pero sí con Liyl, mi obsesión personal.
Hice que se ponga de pie y sin mayor dilación empecé a moverla como si fuera una estatua. Sonia obedecía dócilmente. De pronto, casi sin pensarlo, introduje una mano por su generoso escote y apreté su seno derecho. Ella no reaccionó de ningún modo. Hice lo mismo con el otro pecho sin obtener resistencia alguna. Estruje sus pezones por encima de la ropa y luego por debajo. Sonia se mantenía sin mostrar emoción.
A partir de ahí me volví más osado. La manoseé a mi regalado gusto. Simplemente dejé brotar mi lascivia. Terminé abriéndome la bragueta y masturbándome a su lado. Chorros y chorros de semen brotaron de mi pene. Pensé que no terminaría de venirme.
Cuando estuve más calmado, la coloqué en la posición inicial y fui a limpiarme. Regresé a la sala y procedí a despertarla. Ella abrió los ojos como si acabase de cerrarlos. Me sonrió y me preguntó porque estaba con los colores subidos al rostro. Mascullé cualquier respuesta y le dije que había olvidado cierto encargo de mi madre. Prácticamente huí de esa casa mientras me juraba que jamás regresaría.
Pero no solo regresé sino que mis encuentros con Sonia fueron subiendo paulatinamente de temperatura.
Quisiera aquí hacer una pequeña digresión sobre lo que ocurría. Como dije antes, era muy obvio que Sonia deseaba enrollarse conmigo, pero los principios y valores de su generación hacían que la infidelidad fuese un tabú. Pero el deseo era mucho mayor que ella. Cuando entraba en hipnosis ella no perdía su voluntad pero su mente consciente quedaba a un lado y sus valores no quedaban anulados. Por el contrario, ahora tenía una excusa por si alguien le enrostrase aquellos encuentros con su amante, que era en lo que me fui convirtiendo. Si estaba bajo hipnosis podría argumentar que yo me había aprovechado de ella, que yo la había convertido en mi juguete sexual. Cuando la realidad era que de haber sido una mujer y esposa decente, jamás me habría pedido que la hipnotice a solas ni hubiera dejado que yo la tocase, sin importar que estuviese bajo hipnosis. Se habría despertado de inmediato. Fue ella la que preparó el ambiente propicio para que yo de rienda suelta a mis más bajos instintos.
Como dije antes, yo había jurado que jamás regresaría a esa casa para no encontrarme a solas con Sonia. Me lo repetí miles de veces. Hasta pensé en renunciar a mi empleo de medio tiempo y aceptar un trabajo mal pagado pero que me tomaría todo el día. Pero el fin de semana cambió mi forma de pensar. Todavía faltaba más de un mes para el retorno a clases. De Lily no había recibido ningún mensaje de texto ni un correo electrónico. Simplemente yo que me consideraba un buen amigo suyo había sido olvidado. Mi timidez innata me impidió llamarla.
Así que cuando recibí nuevamente una llamada de Sonia en la tienda, yo estaba preparado para pasar a la siguiente etapa. Hicimos la misma pantomima. Llevé el pedido a casa de su amiga y la hipnoticé. Esta vez le dije que se desnudase. Ella obedeció torpemente así que tuve que ayudarla. Aun le quedaban algunas reservas sobre lo que estaba haciendo pero pronto todas sus defensas fueron superadas. Sonia misma se había convencido de que no corría el menor riesgo de ser descubierta. La dueña de la casa era amiga suya desde la infancia. Le había aconsejado mil veces que se divorcie y le prestaba su casa para los encuentros conmigo con total libertad. Ella nunca había visto a Sonia tan emocionada antes.
Muchos pueden pensar que yo era un degenerado porque me aprovechaba de una mujer hipnotizada, pero en realidad era al revés. Era ella quien me utilizaba. Ante ojos externos podía fingir que yo era un pervertido pero ella jamás perdió su voluntad. Pudo hacer que me detenga desde el primer momento pero prefirió gozar de las mieles de la infidelidad sin tener ningún cargo de conciencia.
De desnudarla pasé a pedirle que me haga sexo oral y luego pasamos al sexo vaginal y anal. Al principio sólo lo hacíamos en la sala pero después recorrimos todas las habitaciones de la casa. Desde el baño hasta la alcoba. En cada oportunidad yo eyaculaba dos o tres veces en su interior y ella tenía cinco o seis orgasmo. Definitivamente había pasado muchos años de ayuno sexual y se estaba desquitando.
En cuanto a la hipnosis, al principio sí entraba en un trance mediano o profundo pero después solo era leve. Yo simplemente le decía una frase gatillo para que ella cerrase los ojos y empezábamos con nuestros juegos sexuales. Ella se volvía más osada cada vez. En más de una oportunidad advertí que ya no estaba en trance y fingía seguir bajo hipnosis sólo para que yo no dejase de penetrarla.
Ya había llegado a límites realmente inconcebibles para mí y planeaba nuevas perversiones cuando una semana antes de que se reinicien las clases, recibí una llamada de Lily.
El retorno
Escuchar nuevamente su voz fue un bálsamo para mi corazón angustiado. Su tono fresco y juvenil encendió nuevamente mi furor interno. Lily me explicó, realmente apenada, que había estado en un retiro espiritual que le había permitido encontrarse consigo misma. Aislada del mundo material, no había tenido acceso a Internet ni al móvil. Había sido una experiencia realmente enriquecedora.
Si hubo o no sexo en esa experiencia que tuvo, nunca me atreví a preguntarle. Lo cierto era que ya estaba de vuelta en su casa y quería verme de nuevo para volver a nuestros juegos hipnóticos.
Después de tantas tardes y noches con Sonia, regresar a nuestras inocentes sesiones con Lily me parecía casi infantil. Pero quería volver a verla. No podía evitarlo.
Al día siguiente llegué puntual a su casa. No era el único invitado. Éramos cinco, tres chicas y dos chicos. El otro muchacho era un amigo mutuo. Yo lo consideraba completamente inofensivo. Hasta era un poco amanerado.
Las otras dos amigas no paraban de hablar como cotorras. Le hacían mil preguntas a Lily sobre su experiencia en el retiro espiritual. Ella sonreía como si estuviera más allá de las preocupaciones mundanas. Estaba bronceada y tenía un brillo especial en los ojos. Había cambiado, eso era palpable.
Una de las otras amigas nos indujo al trance. Su elección fue por sorteo. Yo no lograba concentrarme mucho así que solo tuve una hipnosis leve. Con los ojos entreabiertos espié a Lily. Ella sí lucía muy concentrada.
Después de casi una hora de viajes imaginarios, la amiga nos despertó. Las chicas siguieron hablando sin parar mientras yo pensaba en retirarme. Pero fue Lily la que me pidió que espere pues quería hablar conmigo.
Me quedé y cuando estuvimos a solas en la sala, porque en el piso superior estaban sus padres y hermanos. Me contó que en el retiro había tenido una experiencia irrepetible. Había entrado a un trance místico que deseaba repetir. Solamente confiaba en mí para intentarlo. Pero necesitaba un lugar donde nadie nos interrumpiese y a salvo de miradas curiosas.
En mi casa, imposible. Y en la suya, peor. Solo quedaba la opción de alquilar una habitación de hotel pero no me atreví a proponérselo. Entonces solo quedaba una alternativa.
Le comenté de la casa de la amiga de Sonia. Dije que teníamos algunas sesiones privadas con una amiga y que podría preguntarle si sería posible usar ese lugar para una sesión especial.
Ella me lo agradeció efusivamente. Tomó mis manos y las acercó a su cuerpo. Muy cerca a sus pechos. Mi corazón latía aceleradamente. Ella sonreía beatíficamente. Realmente esa experiencia en el retiro espiritual la había transformado.
Solo quedaba el detalle de pedírselo a Sonia. No me fui por las ramas. Ya sabía de la existencia de Lily y aunque no le había contado con lujo de detalles lo que sentía por ella, su sexto sentido femenino le hacía sospechar que yo deseaba que Lily y yo fuéramos algo más que amigos.
Sonia aceptó, casi resignada. Supongo que pensó que sería mejor compartirme que perderme. Me dijo que no habría problemas en usar la casa de su amiga. Que era prácticamente suya por las tardes.
Emocionado, llamé a Lily y le dije que nos veríamos al día siguiente a las 4:00 p.m. en punto. Le di la dirección y me despedí de manera ininteligible por la emoción.
Le dije a mi jefe que no podría ir a trabajar al día siguiente. El hombre comprendió. Además ya había estado buscándome un reemplazo pues sabía que cuando las clases se reinicien yo no podría seguir trabajando en su tienda.
Llegué media hora antes y toqué la puerta con un poco de inseguridad. La verdad es que estaba nervioso por lo que iba a suceder. Sonia me abrió y me hizo pasar.
Como teníamos tiempo de sobra y yo quería estar tranquilo para cuando llegara Lily, induje a Sonia a un trance ligero y le pedí que me haga una mamada. Ella obedeció de lo más gustosa. No se demoró ni cinco minutos en sacarme hasta el último mililitro de semen. No dejó escapar ni una sola gota.
La saqué del ligero trance y le indiqué que fuera a lavarse la cara. Ella obedeció mecánicamente. Cuando regresó a la sala, tocaron la puerta.
Era Lily. Estaba preciosa. Vestía como siempre, con sencillez pero transmitiendo sensualidad. No podía evitarlo. Derrochaba una cálida personalidad y en cada movimiento su femineidad quedaba en evidencia.
Las presenté y luego de unas cuantas frases entre las dos, empecé con la inducción de Lily. Tener a Sonia como expectadora por primera vez me provocó algo de desconcentración, pero gracias a la mamada previa y a que con Lily nuestra relación era puramente amical, recuperé el aplomo para seguir con el procedimiento habitual.
Por medio de la hipnosis la hice retroceder en el tiempo al momento en que tuvo esa experiencia tan apreciada por ella en el retiro espiritual. Pudo revivir el momento y la vi completamente feliz, realizada, con una expresión de alegría sin igual. Hasta Sonia quedó asombrada de lo que pudo ver.
No sé por qué, pero de pronto, cuando la sesión estaba en su punto más interesante, coloqué una mano sobre la rodilla de Sonia. Ella me miró extrañada pues nunca la había tocado estando despierta o mejor dicho, no estando hipnotizada.
Envalentonado por su mirada dubitativa, mi mano ascendió hasta su carnoso muslo y luego ya no me detuve. La atraje hacia mí y la besé apasionadamente. Mientras a pocos centímetros de nosotros, Lily revivía su experiencia mística.
Sonia correspondió apasionadamente a mis caricias. No llegamos a tener relaciones pero faltó poco. Tener cerca a mi amor platónico nos encendió a ambos.
Al cabo de unos minutos, logramos recuperar la cordura y procedí a despertar a Lily. Me agradeció por haber podido rememorar esas vivencias que eran tan preciadas para ella. Le dije que era un placer y podíamos repetirlo cuantas veces lo considerase conveniente.
Sonia le hizo algunas preguntas sobre lo que había revivido bajo hipnosis. Pronto parecieron amigas de toda la vida a pesar de que se llevaban casi 20 años. Era extraño para mí ver conversar tan amicalmente a mi amante y mi obsesión.
Llevé a Lily a su casa y quedamos en reunirnos la próxima semana, después del primer día de clases.
Al despedirnos, me atreví a darle un beso en la boca. Fue solo un segundo o dos. Pero ella no apartó sus labios ni pareció sorprendida por mi atrevimiento. Me miró como si se preguntase si la había besado o ella se lo había imaginado. Me regaló una sonrisa y se despidió con una frase cariñosa.
Yo arranqué mi auto y regresé a mi casa, con el corazón palpitando violentamente. Empezaba un nuevo año de estudios y a diferencia de los semestres anteriores, las preocupaciones académicas pasarían a un segundo plano.