Mi comienzos en el campo

Un día, mi padre cree que yo debo comenzar a aprender sobre sexo mediante "prácticas reales"...

Lo que voy a contarles ocurrió durante mi niñez. En realidad allí comenzó, pero es algo que aún sigue ocurriendo cada vez que voy al campo a visitar a mi padre. Soy uruguayo y aunque ahora vivo en Montevideo, la capital del país, yo pasé casi toda mi niñez en la estancia que mi padre aún tiene en el departamento de Tacuarembó, unos trescientos kilómetros al norte de Montevideo. Ahora tengo veintisiete años, trabajo como ingeniero y vivo con mi novia, pero lo que quiero contarles ocurrió en el invierno de 1989 meses antes que yo cumpliera trece años

No tengo hermanos, soy hijo único, y mi padre nunca volvió a casarse después que mi madre —según dicen algunos— se fue con un empresario argentino que conoció en Punta del Este cuando yo tenía tres años. Eso es algo que nunca me explicaron con demasiados detalles, pero no es lo importante ahora. Desde entonces, es probable que mi padre haya tenido aventuras con algunas mujeres, pero nunca se le conoció a ninguna pareja oficial. Cosa que me llama la atención ahora porque, ya desde entonces, teníamos un buen pasar y unos ingresos que nos permitían ciertos lujos. Recuerdo por ejemplo que él me llevó a Disneyworld cuando yo tenía once años y otros viajes que también hacía con él o que él me enviaba en compañía de algunos amigos míos. Como ven, el dinero no fue un impedimento para que él formase otra pareja. Fue su decisión o, como decimos en Uruguay, "así se dieron las cosas".

En esa época, cuando yo tenía trece años, era un chico delgado y no muy alto aunque sí tenía piernas y brazos fuertes debido a que me gustaban los deportes y pasaba gran parte del tiempo montando caballos. Tenía el cabello lacio y claro —ahora se me oscureció— y también ojos muy azules, que según las fotografías son herencia de mi madre. Mi padre, por su parte, tenía treinta y siete años y lo recuerdo como un hombre delgado y de cabellos castaños lacios.

En el invierno de 1989, no recuerdo si fue en julio o agosto, luego de la cena fui a acostarme en su cama porque miraríamos una película de video juntos. Eso era algo común entre nosotros. Sólo él y yo vivíamos en la casa grande, nuestra cocinera y mucama era la esposa del capataz de la estancia que vivían en unas casas pequeñas contiguas a la nuestra. Estábamos solos y, luego de mirar la película juntos, me quedé profundamente dormido en su cama. A veces él me cargaba en sus brazos y me llevaba a mi habitación, pero otras veces no. Recuerdo que esa noche me dejó en su cama, quizás porque al día siguiente era sábado y no tendría que preocuparse para llevarme temprano a la escuela secundaria, aquí le decimos «liceo». Al día siguiente, cuando yo desperté me encontraba acostado de lado, frente a él y pude ver que tenía una gran erección bajo sus boxers . Cuando mi padre se despertó le pregunté por qué le pasaba eso, si era que quería "coger" a alguien. Aquí, en Uruguay, casi nadie dice follar como en España o chingar como en México. Ante mi pregunta, mi padre se avergonzó y luego me preguntó:

—¿Sabes lo que es "coger"?

—Sí, algunos amigos me lo han explicado en la escuela.

—Pero tú no has cogido a nadie, ¿o sí?

—A nadie todavía, papá.

Eso era cierto. Apenas tenía trece años y si bien sabía cosas referentes al sexo, tenía mis dudas sobre algunas otras y no sabía nada sobre otras. Yo estaba un poco nervioso porque quería preguntarle algo, pero no sabía cómo. Entonces, le dije:

—Dime cuándo estás seguro que quieres coger a alguien, papá.

—Sebastián, yo

Mi padre vaciló un momento y luego fue muy directo en su respuesta.

—Sí tú ves a una mujer linda y la verga se te queda dura como la tengo yo ahora, entonces quieres cogértela.

—¿Así de simple?

—La mayoría de las veces sí —dijo él, amablemente.

—¿Y te haces una paja todos los días?

—Casi siempre; me masturbo casi todos los días.

Entonces mi padre, que vaya a saber uno qué estaba pensando entonces, me preguntó:

—Sabes como hacerte una paja, ¿verdad?

—Sí, claro que lo sé —respondí yo, pero en verdad yo no estaba muy seguro.

—¿Y lo haces bien, Sebastián?

—Sí, papá —respondí.

Entonces él comenzó a masturbarse y me indicó que yo también lo hiciera para así comparar uno con él otro y ver si yo lo hacía bien. Según me explicó mi padre, todo lo hacía por mi bien para enseñarme todo eso. Así estuvimos un buen rato masturbándonos, de tanto en tanto él me corregía en algo indicándome cómo mejorar mi paja, hasta que de pronto él se acabó echando todo su semen blanco sobre su pecho. Minutos después, yo también me acabé sobre mí y ambos nos fuimos a dar una ducha para asearnos pero no pasó nada más en ese momento

Ese mismo día, a la tarde, mi padre me dijo que no saliera con los caballos. Dijo que iba a explicarme cosas que hacen los hombres con las mujeres. Me llevó a su dormitorio y, tras decirme que me enseñaría cosas sobre el sexo y el placer, me desvistió y luego se desvistió él también. Me sentó a los pies de su cama, junto a él, y me dijo que él haría todo con la intención de educarme sexualmente pero que no debía contárselo a nadie.

—¿Tus amigos te cuentan lo que sus padres les enseñan?

—No, papá —respondí yo—, nadie me ha dicho nada.

—¿Ves lo que quiero decirte? Esas son cosas que quedan en las familias y no se dicen.

A continuación dijo que primero me enseñaría a saber cuándo una verga está siendo bien chupada o no. Dijo que eso me sería útil cuando yo estuviese cogiendo a una muchacha. También me explicó que para saber cuándo me estaban chupando bien la verga, yo debía saber cómo se chupaba. Si yo le chupaba la verga a mi padre, no estaba convirtiéndome en un puto sino que estaba aprendiendo. «Mi padre iba a enseñarme todo», pensé yo ingenuamente.

Mi padre se acostó de espaldas sobre su cama y yo me arrodillé a su lado, pronto para comenzar todo. Yo comencé a chuparle la verga a mi padre y, si bien inicialmente no me agradaba mucho, me conformaba y animaba el hecho de aprender. De vez en cuando mi padre me decía cómo debía mover la lengua, que tuviera cuidado con mis dientes, que le lamiera sus testículos y cosas similares. Al cabo de unos minutos, sentí que su verga se hinchaba y acababa dentro de mí boca. Quise retirar mi cabeza, pero sus manos me sujetaron y me impidieron hacerlo. Aún hoy en día, cuando recuerdo eso, me viene a la mente la sensación de estar ahogándome con tanta leche dentro. Cuando terminé de tragarme toda su leche, o al menos en parte, él me dijo que es mejor y más excitante acabar dentro de algo , ya sea la boca de una mujer, su culo o su concha. Le pregunté si él me la chuparía a mí, pero me dijo que él no debía aprender eso.

Así pasaron los días, y todas las tardes yo practicaba con mi padre.

Una semana después, más o menos, mi padre me dijo que me enseñaría a meter dedos en el culo o la concha de una muchacha. En vista de que nosotros éramos hombres — somos , porque ambos vivimos—, sólo podríamos practicarlo por detrás pero la base teórica era la misma para ambos agujeros. Otra vez, dijo que me haría algunas cosas para enseñarme cómo excitar a una mujer con los dedos. Él se acostó de espaldas y me indicó que yo me acostara sobre él, con mi cabeza sobre su entrepierna dejándole mi culo sobre su pecho. Me indicó entonces que comenzara a chupársela mientras yo sentiría qué me hacía en el culo. Comencé a chuparle la verga, introduciéndomela en mi boca, al tiempo que comencé a sentir que sobaba y acariciaba mis nalgas acercándose gradualmente a mi entonces pequeño agujerito. Luego de un momento, mi padre debe haberse ensalivado uno de sus dedos porque sentí que algo húmedo y frío se introducía por mi esfínter.

—¿Te gusta?

—Sí, papá —le respondí.

—Bien, Sebastián —comentó él—. Esto es lo que debes hacerle a una muchacha mientras te chupa la verga.

—¿Y si no quiere?

—Las mujeres siempre quieren que les hagan esto —respondió mi padre—. Adoran el orgasmo antes de la penetración, ¿entiendes?

—Creo que entiendo.

Luego dijo que me pusiera en cuatro patas al borde de su cama, y que arqueara mi espalda para que se levantara aún más mi culo con sus nalgas. Yo tenía curiosidad por ver qué iba a hacerme, pero por más que girara la cabeza yo no podía ver mucho. Él me decía que debía quedarme quieto para que él pudiese seguir mostrándome cómo todo debía hacerse. Ahora que tengo veintisiete años, entiendo que él estaba excitándome introduciendo sus dedos en mi pequeño culito. Los metía y sacaba despacio aunque sin detenerse, hacía movimientos circulares hasta que en un momento pude ver —aunque más no fuese de reojo— que estaba poniéndose de pie en el suelo detrás de mí. Sin quitar su dedo mayo de mi culo, con su otra mano me tomó de la cintura y me ordenó que me retrocediera un poco, acercándome más a él. Ya al acercarme más a él, sentí el roce de su verga extremadamente dura e hinchada contra mis nalgas. Entonces él quitó su dedo de mi culo y comenzó a restregarme su verga contra mis nalgas y el agujero de mi culo.

—¿Qué sientes, Sebastián?

—No estoy seguro, papá —respondí—. Pero creo que me gusta.

—¿Estás entendiéndolo? Así deberás hacerle a una mujer antes de penetrarla.

—Ah, entonces ya terminamos —comenté yo.

—Todavía no —dijo él—. Ahora viene la última parte.

Yo presentí que iba a penetrarme y me asusté. Había oído por ahí que la penetración anal era dolorosa. Gabriel, uno de los peones que vivía en la estancia, me había comentado alguna vez que a las mujeres les dolía. Yo nunca le había dicho a Gabriel lo que mi padre me enseñaba porque eso era secreto de familia, pero sí habíamos hablado de lo que a las mujeres les gustaba o no.

—Papá, no me penetres que va a dolerme —dije yo, con calma.

—No te dolerá —dijo él, tratando de calmarme—. ¿Quién te dijo eso?

—Gabriel me lo dijo —respondí yo.

Mi padre se detuvo en seco y, echándose rápidamente sobre mi espalda, me aprisionó contra la cama y hablándome seriamente al oído me preguntó si le había dicho a Gabriel lo que él estaba enseñándome. En su momento no me di cuenta, pero mi padre estaba nervioso. Le dije que no, que Gabriel sólo me lo había comentado por su experiencia con las chicas del pueblo. Al ver que le decía la verdad, mi padre volvió a pararse a los pies de la cama y me dijo que yo volviera a la posición inicial. Vi que él se masturbó brevemente, quizás para poner nuevamente su verga a punto. Sentí nuevamente el contacto de la saliva en mi esfínter, pero no fue a través de sus dedos sino de la punta de su verga. Mi padre me tomó con ambas manos de mi cintura y me dijo que yo debía toser fuertemente cuando él me lo indicara. Segundos después él exclamó «ahora» y en el mismo instante que yo tosí, sentí que unos centímetros de su verga se introducían con cierta dificultad en mi culo. Recuerdo que sentí cierto ardor y se lo dije, pero él respondió diciéndome que me calmara, que ya se me pasaría y hasta me indicó que prestara atención porque, de lo contrario, cuando yo cogiese a una mujer lo haría duramente y la haría sufrir mucho. En ese momento comenzó el mundialmente conocido mete-y-saca de su verga en mi culo aunque de manera muy lenta. Recuerdo que a mí me dolía muchísimo, pero era inútil decírselo porque casi no podía hablar. Hago memoria y me viene la imagen de mi padre sujetándome de la cintura y tratando que cada vez entrara más de su verga en mi culo. A mí me parecía como si un gran cañón estuviese disparando para poder entrar en mí.

—Relájate, Sebastián, afloja tus nalgas.

—Papá, yo no… —me era imposible terminar la frase diciéndole que no aguantaba más—. Por favor, papá

—Relájate, Sebastián —repetía él.

De pronto él notó que yo ya no gritaba desesperadamente sino que de a poco comenzaba a emitir algunos gemidos complacientes. Mi padre hizo un comentario haciéndome notar que yo ya estaba disfrutando de eso, como luego lo disfrutarían las mujeres conmigo. Ahora yo razono que él estaba muy excitado en ese momento y descargó toda su leche dentro de mí. Exhausto, mi padre dejó caer su cuerpo sobre él mío sintiendo que su gran cuerpo —él era más grande que yo, claro— me apisonaba contra su cama.

—¿Ves como es esto, hijo?

—Sí, papá —respondí yo con la voz jadeante.

—Mañana lo practicaremos otra vez, ¿ta?

Yo no respondí nada, no sabía si sentirme complacido o no.

Al día siguiente, como él lo había dicho, lo hicimos de nuevo y comprobé que ya no dolía tanto. Mi padre hacía comentarios sobre ciertos detalles que debía cuidar yo cuando cogiese a una mujer, para asegurar placer a ambos.

Días después, en el campo, yo estaba montando mi caballo cuando de pronto Gabriel se me acerca montando su yegua. Gabriel tenía entonces veintisiete años, exactamente diez años menos que mi padre, y vivía en la estancia aunque pensaba mudarse al pueblo antes de finalizar el año 1989. Debido al trabajo en el campo, Gabriel tenía brazos fuertes aunque por ser invierno ese detalle no era evidente. Andaba afanosamente abrigado casi todo el tiempo.

—Oye, Gabriel —exclamé yo al verle—. Hace unos días comprobé que estabas en lo cierto.

—¿De qué me hablas, Sebastián?

—De lo que me habías dicho sobre eso que a las mujeres les duele que les metan la verga por el culo —dije yo—. Es cierto, eso duelo pero luego el dolor se va.

Gabriel detuvo su yegua, y sin saber por qué yo detuve a mi caballo junto a él.

—¿Cogiste a una muchacha?

—No —respondí yo con naturalidad—. Fue cuando mi padre me enseñó sobre eso.

—¿Tu padre te enseñó?

—Sí, me enseñó porque soy su hijo.

Gabriel galopó velozmente en su yegua hasta unos árboles que se hallaban más adelante, bastante lejos de las casas, y me gritó que lo siguiera. Yo pateé a mi caballo con las espuelas y cabalgué siguiendo a Gabriel de cerca. Al llegar a los árboles Gabriel se desmontó de su yegua y me dijo que me sentara junto a él, al pie de uno de los árboles. Me senté junto a él, luego de asegurar a mi caballo a una rama de árbol con las riendas. Había cierto interés especial en Gabriel, pero lo disimuló tomando unos pastos entre sus dedos y jugueteando con él como si todo lo demás no mereciese tanta atención.

—¿Cómo te explica tu padre el sexo?

—Haciéndolo —respondí yo, sin entrar en detalles.

Yo recordaba que mi padre había dicho que las cosas que los padres enseñan a sus hijos sobre el sexo pertenecen a la vida privada de cada familia, pero yo conocía a Gabriel desde que tenía cinco años y no sólo confiaba en él, sino que también lo apreciaba.

—Explícame eso, por favor —me pidió él.

—Tu sabes a lo que me refiero —dije yo—. Mi padre me hace algunas cosas para que yo entienda cómo debo hacérselas a las mujeres después

Gabriel cambió la expresión de su rostro, pero supo seguir guardando la compostura.

—¿Qué te ha enseñado ya?

—Me enseñó cómo debe chuparse una verga —respondí yo restándole importancia—, cómo debe meterse los dedos en el culo y como coger para que no cause dolor a ninguna mujer.

—Ah, qué interesante —murmuró él.

Estuvimos un momento en silencio, posiblemente haciendo nada, hasta que Gabriel tranquilamente me dijo algo que no esperaba de él.

—¿Te gustaría que yo te enseñara eso también?

—¿Enseñarme tú?

—Sí —respondió Gabriel—. Yo te aprecio mucho y me gustaría colaborar en eso.

—Creo que sí —respondí luego de hacerme la idea.

—Debes pedirle permiso a tu padre entonces —comentó Gabriel—. Habla con él y luego me dices.

—Está bien. Lo haré.

Casi enseguida tomé mi caballo y volví a la casa trotando con calma.

Yo nunca le dije a mi padre lo que había hablado con Gabriel, pero ahora entiendo que él lo supo. Durante días vi que mi padre estaba nervioso, no quiso enseñarme ni practicar nada más en los días siguientes argumentando que estaba algo enfermo. También vi que Gabriel se reunió a hablar con mi padre en reiteradas ocasiones, pero yo nunca tenía acceso a esas discusiones. A mí parecían extrañas esas conversaciones porque, aparte de lo referente al trabajo en el campo, nunca había visto que mi padre hablase mucho con Gabriel y en privado. Ahora que ha pasado el tiempo, entiendo que posiblemente Gabriel estuviese amenazando a mi padre con denunciarlo a la policía o algo semejante. Pero yo era ingenuo e inocente quizás por vivir algo apartado de la ciudad, en el campo, y por eso no imaginaba nada grave. Una tarde, poco antes que anochezca, mi padre fue a mi habitación donde yo estaba mirando una película de video. Me pidió que lo acompañara hasta la sala que había algo que quería hablar conmigo. Cuando llegué allí, no sólo mi padre estaba sentado en la mesa sino que Gabriel también estaba con él. Durante unos segundos, mi padre titubeó porque no sabía exactamente qué debía decir y menos sabía cómo hacerlo. Entonces Gabriel, tratando de que todo pareciera algo normal, comenzó a hablarme.

—Seba, estuve hablando con tu padre y supe que no le habías dicho nada de que te gustaría que yo te enseñara sexo también —dijo Gabriel.

—Ah, sí —murmuré yo—. Es que tenía miedo que mi padre se enfureciera porque, tú sabes, esas son cosas que los padres le enseñan a sus hijos… Y tú no eres mi padre.

—Pero yo te aprecio mucho porque te he visto crecer desde hace tiempo aquí, en la estancia —repuso Gabriel casi enseguida—. Haría cualquier cosa por ti.

—Lo hemos discutido juntos —dijo rápidamente mi padre—. Y hemos acordado enseñarte todo juntos.

—¿Hablas en serio, papá?

—Sí, Sebastián.

Esa noche de invierno, cuando ya estaba muy oscuro y frío, sentí que Gabriel entraba por la puerta de la cocina mientras yo miraba un programa de humor uruguayo en la sala. Mi padre se sintió un poco nervioso, como sin saber puntualmente qué tenían que hacer. Ahora pienso que mi padre no quería llevar a Gabriel a su habitación, por eso propuso hacerlo allí mismo, sobre la alfombra de la sala y junto al fuego. Yo sentía un poco de vergüenza por desnudarme frente a Gabriel, pero al ver que él se desvestía sin problemas me animé a hacerlo yo también. Fui el último en quitarme la ropa.

—Vamos, hijo —dijo mi padre—. Muéstrale a Gabriel lo que has aprendido.

Mi padre se tendió en el suelo y yo sobre él, en la mundialmente conocida posición ‘ 69 ’, y comencé a chuparle la verga al tiempo que él comenzaba a sobarme el culo y meterme algún dedo por el esfínter. Mientras tanto Gabriel permanecía de pie a un lado de nosotros, sobándose su ya dura verga. De pronto él se arrodilló junto a la cintura de mi padre, dejándome su verga junto a mi rostro.

—Chupa mi verga ahora —me dijo.

Entonces, sin salir de encima de mi padre, comencé a chuparme su verga la cual era más curvada aunque me parecía igualmente extensa. Mi padre no dejaba de trabajar mi esfínter con sus dedos. A veces murmuraba frases como «muéstrale como lo haces bien», «él también quiere enseñarte» y otras cosas similares. Gabriel sujetaba mi cabeza con firmeza aunque sin ser rudo, moviéndola hacia delante y atrás sin cesar.

Luego de un momento, mi padre me indicó que saliera de encima de él y me acostara de espaldas sobre la alfombra. Lo hice y él se arrodilló en medio de mis piernas abiertas. Mi padre tomó mis piernas y, apoyándolas sobre su pecho, dejó mi agujerito al descubierto. Gabriel volvió a arrodillarse aunque esta vez junto a mi cabeza y, poniendo su mano bajo mi nuca, levantó levemente mi cabeza para que pudiera seguir tragándome su verga. Mientras, mi padre se alistaba a penetrarme. Ahora, cuando recuerdo lo que sucedía entonces, caigo en la cuenta en lo excitados que estaban Gabriel y mi padre.

—¿Ves que esto es fantástico? Por eso es que les encanta a las mujeres —me dijo Gabriel, animándome a continuar.

—Sí, Gabriel —dije yo, sacando apenas su verga de mi boca.

—Ahora tu padre te cogerá para que aprendas lo que siente una mujer estando con dos hombres —dijo Gabriel.

Precisamente en ese momento mi padre enterró su verga en mi culo, casi sin piedad. Estuve por emitir un quejido de dolor, pero no pude debido a la verga de Gabriel en mi boca. Mi padre apoyó sus brazos a ambos lados de mí y comenzó el acostumbrado mete-y-saca de su verga en mi culo rápidamente. Gabriel seguía guiando mi cabeza para que su verga entrara y saliera de mi boca, al tiempo que también me pellizcaba suavemente los pezones. Eso me agradaba, y era algo que mi padre nunca me había hecho. Luego de unos minutos, mi padre retiró su verga de mi culo rápidamente provocando que cierto vacío hiciera un leve sonido extraño. Mi padre miró a Gabriel y sin decirle nada le indicó que era su turno.

—Ahora yo te enseñaré cómo cojo yo —me dijo Gabriel.

Gabriel me indicó que me pusiera en cuatro patas, él se arrodilló detrás de mí y observó qué tan dilatado estaba mi ano. Le mostró a mi padre cómo se dilataba y contraía ante los estímulos de sus dedos. Ellos observaban y hacían comentarios sobre algo que yo no podía ver aunque sentía mucha curiosidad. A continuación, mi padre se sentó sobre la alfombra delante de mí y tomó mi cabeza para que yo chupara su verga. Gabriel le habló a mi padre y le preguntó algo como esto:

—¿Debo hacerlo gradualmente o puedo hacerlo de una vez?

—Como tú quieras —dijo mi padre—. Sebastián ya tiene mucha práctica en esto.

—Entiendo

Entonces Gabriel me tomó de la cintura y, tras asegurar su verga en la entrada de mi culo, arremetió introduciendo toda la extensión de su verga en mi culo sin previo aviso. El mete-y-saca de Gabriel en mi culo era muy rápido e ininterrumpido. Quería gritar pero no podía debido a la verga de mi padre en mi boca, razón por la que se me asomaron algunas lágrimas.

—Mira, Gabriel —observó mi padre—. Sebastián está llorando.

—Cálmate, Sebastián —exclamó Gabriel, aminorando un poco la velocidad de sus arremetidas—. Esto es para que entiendas qué siente una mujer cuando la cogen salvajemente como lo hacemos ahora.

—Sí, Seba —dijo mi padre—. Es parte de tu educación.

Gabriel volvió a arremeter con más fuerza y velocidad y entonces sentí que estaba acabando dentro de mí. Cuando Gabriel hubo acabado de descargar toda su leche en mí, retiró su verga de mi culo y se sentó sobre uno de los sillones. Él estaba exhausto, agotado. Mi padre me indicó que me girara rápidamente y, al tener nuevamente mi culo delante de él, volvió a penetrarme para acabar dentro de mí. No demoró mucho en hacerlo ya que estaba completamente excitado y yo ya había hecho un buen trabajo con mi boca.

Mi padre retiró su verga y permaneció acostado sobre la alfombra.

Yo recuerdo que me quedé recostado sobre la alfombra, no muy lejos de mi padre, y en posición casi fetal debido a las molestias que sentía en mi culo y todo el recto. Recuerdo que sangré un poco porque, si bien ya no era virgen, ambos habían trabajado arduamente con sus vergas.

Dos veces a la semana, aunque no siempre los mismos días, Gabriel venía a la casa para seguir enseñándome con mi padre todo lo del sexo. Ellos decían que no había mucho más para aprender, pero sí se debía practicar.

De alguna forma yo comencé a razonar que mi padre y Gabriel no estaban enseñándome nada, sino que sólo lo hacían porque a ellos les agradaba. Pero decidí no decirles nada porque no quería que se enfadaran conmigo y, para qué negarlo, porque me estaba gustando. De vez en cuando Gabriel traía a la casa alguna revista pornográfica que compraba en algún kiosco de Tacuarembó. Él las mostraba y luego con mi padre me hacían entender lo que hacían algunos hombres con las mujeres, según las imágenes publicadas.

De pronto llegó el mes de septiembre, con la semana de vacaciones por la primavera, y mi padre estaba planeando un viaje a Río de Janeiro con unos amigos. Yo podía ir con él si lo deseaba, pero Gabriel me hizo invitación que me pareció interesante. Él tenía unos amigos que vivían en Salto, sobre el Río Uruguay y en la frontera noreste del país con la Argentina. Sus amigos eran dos muchachos que trabajaban como operarios o algo así en la represa hidroeléctrica que pertenece a ambos países. Tenían más o menos la misma edad de Gabriel y no tenían pareja estable en Salto. Con el permiso de mi padre, acepté la invitación de Gabriel y recuerdo que cuando íbamos en el ómnibus rumbo a Salto él me dijo que no debía decirles a los otros quien era yo.

—Diles sólo que eres un amigo, pero no el hijo de mi patrón.

—Está bien, Gabriel —dije yo, restándole importancia—. No te preocupes por eso.

Yo había estado en Salto un par años antes, durante la «semana de la cerveza», pero ahora la ciudad parecía más tranquila. Al menos no había grandes cantidades de cervezas en las calles. Uno de los amigos de Gabriel era rubio, él otro era castaño y tenía el pelo largo. Sus amigos vivían en un apartamento en el centro de la ciudad, cerca del tradicional edificio del Correo. El apartamento contaba con dos dormitorios que, provisoriamente, ellos nos cedieron a Gabriel y a mí uno de los dormitorios mientras ellos dormían juntos en el otro. Yo dormía en la cama y Gabriel dormía en un saco de dormir, en el suelo.

Como yo ya sabía que mi padre y Gabriel me cogían por puro placer, quise jugarle una broma a Gabriel frente a sus amigos. Creo que llevábamos tres días en Salto con ellos cuando, una mañana mientras desayunábamos tomando mate, pareciendo casual le dije a los otros muchachos:

—¿Saben ustedes que Gabriel me enseña muy bien a coger?

Sus amigos quedaron estupefactos, mirando a Gabriel con asombro. Gabriel permaneció impávido sin saber qué decir o hacer. Antes que Gabriel dijera algo, yo volví a hablar otra vez.

—Sí, muchachos —dije yo—. Él me ha cogido varias veces para que yo aprenda cómo se coge a una mujer.

—¿De verdad te lo coges? —Uno de los amigos le habló a Gabriel.

—Sí —murmuró Gabriel, sabiendo que no podía negar eso.

Yo inventé una excusa y me encerré en el baño, dejando a Gabriel sólo con sus amigos. Nada me importó que Gabriel quedase mal frente a sus amigos por cogerse a un joven muchacho en lugar de una muchacha. Al rato de estar en el baño, salí con el pelo más húmedo y peinado para simular que había hecho algo dentro. Me senté nuevamente en la misma silla de la mesa y, ante la mirada silenciosa de todos ellos, les pregunté:

—¿Adónde iremos hoy?

—Sebastián, queremos preguntarte algo —dijo Gabriel.

—Está bien —dije yo.

—Queríamos saber si yo puedo cogerte —dijo Gabriel—, por supuesto para que practiques más, con mis amigos.

—No tienes que hacerlo si no quieres —dijo uno de los amigos de Gabriel, el rubio.

Yo vacilé un instante antes de responder. Siempre lo había hecho con mi padre y Gabriel; pero ahora Gabriel me sugería hacerlo con él y sus dos amigos. Dos jóvenes casi desconocidos, pero sumados a Gabriel totalizaban tres . Lo pensé un momento y finalmente les dije que aceptaba pero les pregunté si debía hacerlo con los tres a la vez o uno por uno.

—Con los tres al mismo tiempo es mejor —dijo Gabriel—. De esa forma yo podré mostrarles lo que has aprendido hasta ahora.

—Como tú digas, Gabriel.

Eso había excitado ya a los tres jóvenes quienes me llevaron hasta la habitación que compartíamos Gabriel y yo. Empujaron la cama contra la pared y, en el espacio que quedó en el centro, los tres comenzaron a desnudarse. Tan pronto como los tres quedaron completamente desnudos, y con sus vergas en alto, comenzaron a desnudarme al tiempo que me acariciaban el pecho y las nalgas. Gabriel me indicó que comenzara chupándole la verga al rubio —quien ya yacía en el suelo—, mientras él se arrodilló detrás de mí con su otro amigo, el de cabellos largos y castaños. Gabriel y ese amigo comenzaron a introducirme dedos en el culo.

—¿Ven qué tan rápido aprende Sebastián?

—Sí, aprende muy rápido —dijo el rubio, mientras metía su verga en mi boca.

Uno a uno fui chupándoles la verga a cada uno de los tres. Lo que más recuerdo de eso fue que la verga del joven castaño estaba muy roja. Gabriel estaba tan excitado que acabó dentro de mí boca. En cuanto me tragué casi toda su leche, parte de ella me corrió por la cara, me dijo:

—No te preocupes, ahora puedo mostrarles cómo te cojo aunque haya acabado.

Gabriel se masturbó un poco y rápidamente su verga recobró la dureza necesaria.

—Acuéstate aquí —dijo Gabriel, indicándome que debía quedarme boca arriba.

Gabriel tomó mis piernas, y separándolas se dejó caer sobre mi pecho al tiempo que introducía su verga en mi culo. Tomándome de la cintura comenzó sus arremetidas fuertes y veloces, como era típico de él, ante la mirada de sus amigos que se hacían una paja mirándonos. El joven rubio se acercó a mi cabeza y, pese a lo que yo jadeaba, puso su verga dentro de mi boca. Gabriel estuvo embistiéndome durante unos minutos hasta que se acabó otra vez, ahora en mi culo. Lo supe porque sentí cuando introdujo su verga hasta lo más profundo de mí. Luego le dijo a ellos que uno debía continuar ahora.

—¿Quién será el próximo?

—Yo —exclamó el joven de cabellos largos y castaños.

Ese joven me indicó que me pusiera en cuatro patas mientras él se arrodillaba detrás de mí. Yo sentía mis muslos húmedos por la leche de Gabriel que salía de mi ano, pero luego sentí la dureza de ese tipo entrando entera sin previo aviso. El muchacho me tomó de las caderas y me movía hacia delante y hacia atrás con frenesí, en tanto que yo seguía chupándole la verga al joven rubio. Gabriel, a todo eso, estaba sentado en la cama observándonos.

Luego el joven de cabellos largos decidió hacer algo que Gabriel y mi padre no habían hecho antes. Siempre bajo el lema de enseñarme , él se echó boca arriba y me indicó que yo me sentara sobre su verga. Eso no era lo extraño. Lo extraño fue que le dijo algo al rubio, quien luego se arrodilló tras de mí y comenzó a meter dedo en mi culo que ya tenía la verga. Creo que Gabriel entendió lo que iban a hacerme, porque apresuradamente se me acercó y colocó su verga dentro de mi boca.

—Toma para que no grites, Sebastián —dijo él.

En ese preciso instante, sentí que el rubio metía también su verga en mi culo. Fue un gran dolor sentir la verga de los dos amigos de Gabriel dentro de mí. El joven rubio se echó sobre mi espalda, para evitar que yo forcejeara y me quitara de esa posición.

—Cálmate, Sebastián —decía Gabriel—. Debes aprender esto por si algún día coges a una mujer con un amigo.

—Tu cara dice que te gusta todo esto —me susurró el rubio al oído.

Debido a lo apretadas que estaban ambas vergas en mi culo, el movimiento de ambas vergas era lento y por eso los amigos de Gabriel se demoraron en acabar dentro de mí. Yo lloraba en silencio, no podía hablar debido a la verga de Gabriel, pero con los ojos le pedía a él que se detuviera pero él me decía que debía seguir aguantando.

—Debes aprenderlo, Sebastián —decía él—. Estaba en la imagen de una revista, y no lo hemos hecho con tu padre.

—Soporta un poco más —dijo el amigo de cabellos largos.

Un instante después, que a mí me pareció inacabable, ambos acabaron dentro de mi culo. Primero el rubio, luego el otro. Incluso Gabriel volvió a acabarse dentro de mi boca, excitado seguramente por todo lo que veía.

Cuando ya no tenía ninguna verga dentro de mí, Gabriel y uno de sus amigos me ayudaron a levantarme y me acostaron en la cama. Me dolía mucho el trasero, por dentro y por fuera, y sentía las piernas tan flojas que casi no podía moverlas. Los amigos de Gabriel me dijeron que descansara antes de vestirme para salir a pasear con ellos. Antes de salir de la habitación, Gabriel se acercó a mí y me dijo con voz baja:

—Esta noche volveremos a hacerlo —dijo él—. Hasta ahora no has practicado conmigo tener dos vergas en el culo.

¿Qué pasó esa noche y qué pasó después con mi padre? Eso es otra historia. Ya con dieciséis años, cuando era evidente para todos que mi padre y Gabriel no me ensañaban nada, ellos comenzaron a sentir celos de mi primera novia. Creían que con una muchacha, yo dejaría de ser cogido por ellos. Pero eso lo contaré después