Mi cita odontológica

Barriga llena, corazón contento.

Esperaba mi turno para la atención odontológica, la noche anterior había llovido, el día estaba sombrío y nublado aún, me encantaba.

Me sentía impaciente, la enfermera llamaba a cada paciente, pero me extrañaba que a mí no, fui a preguntarle, resulta que se había confundido con el número de historia clínica y debía agendar nuevamente, así que mi turno fue el último.

Estaba molesta, por un momento pensé en retirarme, pero luego me calmé,  esperé mi turno mientras leía algo, iba a ser casi las cuatro de la tarde y yo estaba desde el mediodía, no había almorzado aún, eso me ponía más molesta, que yo sin tragar no puedo estar feliz, todos se estaban retirando, debido a que terminaba la jornada de trabajo, por fin escuché mi nombre,  me dijo que pase y ella se fue para su casa, primero cerrando su sitio de atención.

Entré y saludé.

Un hombre sentado, escribía algo en un papel sobre su escritorio, levantó su mirada hacia mí, contestó el saludo con una sonrisa.

Me pidió que me acueste, que estaba terminando de llenar unos datos de su anterior paciente.

Obedecí, dejé mi cartera en una silla libre en el consultorio y procedí a recostarme.

Miraba los cuadros en el consultorio, una especie de pulpo que envolvía a una dama desnuda, me gustó, era bastante interesante los colores y la expresión de la mujer.

Mi cuerpo tembló un poco al sentir el tacto de otra piel en mi cuello, por estar tan concentrada en el cuadro no me fijé en mi acompañante en el consultorio, notó cuando mi cuerpo se tensó, me dijo que me calmase, que procuraría ser cuidadoso.

Su toque sí era suave, delicado, justamente eso era lo que más me perturbaba, su toque me ponía nerviosa y acompañado de su voz era algo que inquietaba mis sentidos, él sonreía, quizá lo notaba, quizá no.

Pero me contaba cosas, no las recuerdo, no puse atención, sólo respondía con un "ajá" o un "ok", por fin terminó la pequeña pero dulce tortura de su piel, me dijo que ya podía levantarme, que debía ir la próxima semana, le agradecí y disponía a salir, me tomó de la mano, lo miré confundida y él también, un poco.

Estás en las nubes, ¿verdad? -dijo, sonriente.

No entiendo. -respondí.

Te invité a almorzar y aceptaste. -expresó levantando una ceja extrañado.

Ah, sí, vamos. -dije, no tenía idea de cuando me invitó, pero bueno, barriga llena, corazón contento.

Cerró el consultorio, salimos, subimos en su coche y me contaba acerca de cómo había decidido por odontología y no por gastronomía, puso algo de música, coincidíamos en ciertos gustos musicales, se me hizo raro, pero me emocionó que escuchara música asiática, un ser interesante, pensé.

Entre tanta charla no sé cuánto tiempo se fue, llegamos a una preciosa casa de madera, elaborada con un acabado exquisito.

Me extrañó estar allí y le pregunté por qué estábamos allí.

Te invité a almorzar, pero no dije donde ni quien sería el chef, respondió levantando sus manos de forma inocente.

Me sentía intimidada, me gustaba, sentía esa sensación de intimidad, que entras a la boca del lobo, pues, era una boca exquisita sí, pero aún así me sentía temerosa, lo nuevo o desconocido por más bueno que sea, siempre generará cierto temor, es inevitable.

Me llevó hacia la cocina e hizo que me sentara mientras él cocinaba, pregunté si le podía ayudar, se negó, enfatizó que yo era su invitada, que me atendería adecuadamente, mientras cocinaba a mi se me fue el tiempo observado más pinturas que tenía en su casa, todas tenían esa peculiaridad como la de su consultorio, ese erotismo mítico o con toque perturbadores me gustaba, me atraen las ilustraciones, las historias de terror, era ver la fusión de ambos mundos plasmados en esos cuadros, me estuve haciendo un auto tour por toda casa, vi una habitación entre abierta, se podía distinguir otro cuadro, entré, era un cuadro algo diferente de los demás, era el anfitrión de esta tarde, mientras estaba cocinando yo veía su cuadro, dibujado a lápiz, desnudo, acompañado por una silueta que se suponía era una chica, ella estaba atada, los detalles resaltaban más los detalles de las cuerda que la silueta de la dama, denotaba que ella no era lo importante, sino el cómo tomarla o cómo debía verse para ser tomada.

Creo que esa escena me dio más temor que otro cuadro que haya visto, una silueta de una chica atada, desnuda y los evidentes latigazos, detesto sentir dolor, así que saber que, si ese cuadro era real, el autor estaba a unos escasos metros de mí.

¿Te gusta? -escuché, fui atrapada metiendo mis narices donde no debía.

Es peculiar -respondí- Tengo hambre, vamos a comer -continué y me giré para ir a la cocina.

Sentí su tacto, me sujetó y me empujó, sentía temor, me sentía sin fuerzas.

¿Te gusta? -susurró cerca de mi oído, su voz me generaba algo, pero sus susurros eran otro nivel, no sabía que responder, las palabras no me salían, me quedé en silencio. Me miró de una forma que aún no sé cómo expresar en palabras.

Tomaré eso como un sí -dijo, luego solo sentí sus labios en mi cuello mientras me susurrabas cosas, no entendí y tampoco me interesaba entender, solo quería seguir sintiendo aquella satisfacción que provocaba en mi piel, nos besamos, hasta que mi queridísimo estómago empezó a rugir, él empezó a reírse, su mirada volvió a ser cálida, me tomó de la mano para que vayamos a comer, yo me moría de la vergüenza, de ganas de sentir más de su piel, pero el hambre es hambre, comimos, charlamos de muchas cosas, se hacía muy tarde, era martes, ambos teníamos muchas cosas que hacer, así que fue a dejarme a mi casa.

Agendé mi cita para un viernes de la próxima semana, a ver que nos depara ese siguiente encuentro.