Mi cine del viernes
Dos películas por el precio de una
Me llamo Marisa y tengo “enta y tantos” recién cumplidos y muy bien llevados (es cierto, no tengo abuela). Mi vida es de lo más normal, yo diría que tendiendo al aburrimiento: trabajo - casa, casa - trabajo pero de vez en cuando, me permito algún rato de esparcimiento y relax. Uno de esos momentos es mi cine de los viernes: aprovechando que la jornada laboral acaba un poco antes, me escapo yo solita al cine para ver alguna peli de las que proyectan en circuitos nada comerciales; como ya imagináis, películas con poco presupuesto, en versión original, europeas o asiáticas y actores semidesconocidos. Y como todo eso no es garantía de nada, a veces te encuentras con grandes historias pero otras con bazofias insoportables.
Aquel viernes, salía de la oficina con la rutina de todas las semanas: quitándome al moscón de Santiago de encima. La verdad es que mi compañero otra cosa no, pero perseverante es un rato…- “¿tú sola al cine?, déjame que hoy te acompañe”… Lo mejor de la tarde de los viernes es precisamente eso, que estoy sola con la mente preparada para meterme en la historia que proyectan y sin nadie al lado que te vaya comentando cada escena. La interrupción de Santiago me hizo salir un poco más tarde de lo deseado, que junto con más tráfico de lo normal en la M-30, hizo que llegara unos cinco minutos tarde al cine. Me fastidia mucho encontrarme la peli ya empezada, pero la decisión estaba tomada y no iba a cambiar el plan.
Con mi cubo pequeño de palomitas en una mano y mi refresco en la otra (para mí esa combinación es indisoluble en el cine), me adentré en la oscuridad de la sala; en ese momento, la escena se desarrollaba sobre fondo en negro y no conseguía ver nada y como tampoco podía encender la linterna del móvil, me senté en la primera butaca que conseguí entrever como vacía.
Poco a poco mis ojos se fueron acostumbrando a la oscuridad y me di cuenta de que, a la misma altura de mi butaca y una fila hacia delante, había una pareja y que estos y yo éramos los únicos espectadores esa tarde. – “Qué casualidad, somos pocos y estamos casi al lado, seguro que empiezan a hablar entre ellos y me fastidian mi momento de tranquilidad”. Estuve a punto de levantarme y buscar otra butaca, pero ya me había acomodado y me dio un poco de vergüenza que me vieran alejarme de ellos como si fueran unos apestados. – “Pues nada, tendré que confiar en que sean espectadores silenciosos.”
Y sí, durante la primera media hora ni recordé que estaban ahí; de hecho, hacía yo más ruido que ellos con cada puñado de palomitas que me echaba a la boca.
La peli trataba sobre relaciones de pareja; más concretamente sobre intercambio de parejas y sus consecuencias. Hasta esa primera media hora, me estaba pareciendo algo anodina, tanto que casi consigue que me duerma; pero de pronto la espesa narrativa se convierte en acción y durante unos minutos nos encontramos con una alta carga sexual en la pantalla.
La situación se convierte en algo incómoda para mí; nunca me he sentido a gusto viendo escenas subiditas de tono con gente a mi alrededor y allí estaba yo con dos desconocidos prácticamente a mi lado.
Y ante mi sorpresa, detecto que la butaca de ella empieza a moverse con un ligero vaivén. ¿Eran imaginaciones mías o allí estaba pasando “algo”?. Mi imaginación estaba en aquel momento muy calenturienta por efecto de la película, pero no, no me estaba engañando. La chica incrementaba poco a poco su movimiento acompasado y vi el brazo de él que iba de su butaca a la de su acompañante. Estaba claro, las escenas de sexo no sólo me habían alterado a mí y la actividad pasó en un momento, de la pantalla al patio de butacas.
En una primera reacción, pensé de nuevo en alejarme de ellos e incluso salir del cine, pero algo en mi interior me lo impedía; descubrí que mi boca se estaba inundando de saliva y mis piernas no respondían a las instrucciones iniciales del cerebro. Así es que, continué allí abandonando el poco interés que tenía por la película (francesa, canadiense, no recuerdo) y mis sentidos se centraron en mis compañeros de cine.
Por lo que conseguí ver, ambos estarían rondando los cuarenta; él parecía alto, con un pelo que ya empezaba a clarear y unos brazos fornidos (al menos el que yo veía moverse entre las butacas). Ella era rubia, pelo largo y ondulado, recogido en una cola de caballo. Asomándome discretamente por el hueco que dejan las butacas, pude ver de forma clara que ella llevaba una faldita corta con mucho vuelo y la mano de él se perdía entre sus piernas que se encontraban separadas en un ángulo imposible de noventa grados.
Los movimientos de la mano del desconocido eran todavía suaves y discretos, al igual que los zigzagueos de cintura de ella; me sorprendió que no se miraran, seguían absortos por las imágenes eróticas del film y comprendí que estaban combinando la excitación producida por la película con la que ellos mismos se daban. En ese momento sospeché que quizás hubiese otro factor de excitación adicional: que alguien les estuviese observando. Sinceramente no tenía muy claro si sabían que yo estaba allí, dándome cuenta de todo lo que pasaba entre ellos; pero no importaba demasiado…
Todas estas ideas que pasaban por mi cabeza, junto con los gemiditos que empezaba a emitir la chica y el brazeo cada vez más enérgico de él, hizo que de pronto mi mano bajase hasta el primer y segundo botón de mi camisa desabrochándolos de forma rápida, dejando el paso suficiente para que los dedos fuesen masajeando mis ya endurecidos pezones. No podía parar; escuchar los sollozos en dolby surround que salían de la pantalla y los gritos ahogados de mi misteriosa vecina, era algo para lo que no iba preparada esa tarde y que me demostró el instinto animal que todos llevamos dentro y que nos hace desinhibirnos en situaciones como aquella.
Mi pareja de desconocidos seguían a lo suyo y yo a lo mío. Ellos con la mirada fija en la pantalla y yo observando el antebrazo de él enterrado en la falda de su chica, que ya empezaba a jadear sin control aprovechando de que el sonido de la película estaba bastante alto.
Y la mano que hasta ahora yo seguía teniendo libre, se deslizó directa a mi entrepierna. En un segundo, tenía la cremallera de mis vaqueros bajada y el cinturón dejó de ser impedimento para llegar sin esfuerzo a mi sexo. Como ya había advertido, estaba totalmente mojada; hacía tiempo que no sentía mi clítoris tan excitado y caliente y por un solo instante me pregunté si el olor tan intenso que despedía, llegaría a ellos interrumpiendo mi espectáculo. No quería que pararan, necesita verlos como se estremecían juntos hasta el orgasmo, mientras mis manos seguían masajeándome arriba y abajo, intentando sincronizarme con ellos.
Mi respiración se hacía cada más entrecortada y ya no paré, ya no podía y ahora con un dedo dentro de mi coño mientras seguía frotándome con ahínco, alcancé un orgasmo intensísimo que tuve que ahogar para no ser descubierta. Mi cuerpo empezó a convulsionar para ir poco a poco recuperando la normalidad. Tenía un pecho fuera de mi camisa y los pantalones por las rodillas y esa visión me hizo ruborizar y excitarme otra vez. Eso y que la pareja de la fila de abajo seguía con su jueguecito de masturbación; de pronto me di cuenta de que él había dejado de acariciarla y ahora ambos se movían frenéticamente ocupados cada uno de sí mismo. No pude contenerme y mi vista se dirigió hacia él: tenía agarrado desde abajo su pene totalmente erecto y ahora sí, ambos se miraban de reojo sin dejar de tocarse, como si buscasen el momento justo en el que ambos explotaran de placer.
Ver ese miembro venoso moverse de arriba a abajo, provocó otro estremecimiento en mí y de nuevo sin pensarlo, estaba con dos dedos dentro de mi raja frotándome con la palma de la misma el clítoris hinchado. Giré mi cuerpo un poco hacia un lado para facilitar que la mano libre pasara a mi culo acabando con uno de mis deditos dentro. Las ganas de volver a correrme eran tremendas, pero aguanté y me propuse esperarles. Por fortuna no tardaron mucho y primero ella se sacudió de forma violenta y con espasmos en el asiento sin reprimir un grito de placer y luego él con una embestida potente dejó escapar todo su semen que cayó por su mano hasta el suelo. Y en esa reacción en cadena yo fui la tercera en caer, todavía con la visión de ambos retorciéndose y gimiendo de placer delante de mí. Ese segundo orgasmo lo recordaré toda mi vida porque me fue imposible contener un fuerte Ahhhh que hizo que mis desconocidos compañeros de orgasmo volviesen sus caras sonrientes y sudorosas hacia mí. Estaba claro que desde el principio sabían que yo estaba ahí, observándoles; habían jugado conmigo y les había salido bien. Y el siguiente paso no se hizo esperar: me preguntaron sin rodeos si quería unirme a ellos hasta el final de la peli. Fue en ese momento cuando salió mi vena más conservadora y vistiéndome a la misma velocidad que me había desvestido, eché a correr fuera de la sala en la que había disfrutado de una tarde de viernes que ya será inolvidable.
Todos los viernes siguiendo con mi tradición, vuelvo al mismo cine a ver películas poco taquilleras, pero no he vuelto a vivir una sesión de cine como aquella.
Siempre me pregunto qué hubiera pasado de aceptar la proposición de aquella pareja; no lo sé y nunca lo sabré, pero lo seguro es que ese recuerdo me tiene sexualmente activa desde entonces y de eso hace ya varios años; escribiendo estas líneas y rememorando aquello, vuelvo a excitarme como una loca y mi mano intenta de nuevo conseguir aquel orgasmo de mi cine del viernes.