Mi chino y yo
Nunca sabe uno lo que va a pasar cuando entras a comprar en una tienda de chinos...y lo que puede allí pasar.
MI CHINO Y YO
Después de una prolongada ausencia de mi ciudad por motivos laborales, vuelvo a mi ciudad. Con el dinerito ganado y ahorrado, aprovecho la crisis y en un conocido barrio de la capital me compro un hermoso ático, cerca del centro de la capital. Cerca de casa hay una tienda de chinos enorme de la muerte. No hay cosa que en esa tienda no tengan, como pude luego comprobar.
Una de las veces que entré allí buscando una cosa para el cuarto de baño, siendo casi la hora de cierre, me encontré en la puerta con uno de los chicos que atendía el local, un tio guapísimo. Me dirigí a él, preguntándole dónde estaba la parte dedicada a los cuartos de baño, y él me indicó dónde estaba. Mientras iba hacia la zona señalada, sentí su mirada en mi culo, y parecía que mi culo iba a arder, de la intensidad de su mirada. Encontré lo que buscaba, pero esa mirada tan intensa me había dejado anonadado. Hice como que no lo encontraba, y me dirigí a Lu Chang (como luego supe que se llamaba) diciéndole que no lo encontraba, y que si me podía ayudar. Mientras iba hacia él, recordaba esa mirada, y no pude evitar una erección. Cosa que él notó según me iba dirigiendo hacia él, ya que el pantalón de lino que llevaba hacía que se trasparentara todo.
Hizo como que me creía que no había encontrado la pieza en cuestión, y me lo hizo encontrar. Al ir hacia la caja con él, pasamos al lado de unos calzoncillos, y yo me detuve un momento y le pregunté si creía que alguno me caería bien. Mirando entre todos, eligió uno muy sexy, me lo sobrepuso y me dijo que ese me quedaría perfecto, y añadió que él llevaba unos exactamente iguales. "No sé, no se (dije), necesitaría verlos puestos para hacerme una idea", dije, mirándole con lujuria. "Espera, cierro y te ayudo a elegir tranquilo", me dijo. Y eso hizo: se fue derecho a la puerta, cerró el local, y allí que nos quedamos solos, él y yo, dos hombres en plenitud, frente a frente.
Pero aunque éramos dos hombres, yo sentía que estaba ante mi amo y señor, el macho que iba a convertirme en su esclava, y que iba a hacer latir y vivir el coño que latía debajo de mi polla y mis cojones, que me iba a convertir en su hembra con polla y cojones, pero que yo iba a ser una esclava sumisa para mi macho, dispuesta a ofrecerle de mí todo lo que necesitara: sabía que había encontrado a mi amo.
Decidido, se dirigió hacia mí con paso firme, cogió el calzoncillo, me cogió de la mano, y me llevó a la oficina, Cerró la puerta de la oficina, me rompió la camisa, me desgarró el pantalón, me rompió el calzoncillo, y me dejó completamente desnudo ante su presencia. Yo le dejé hacer, pues sabía que eso era lo que él esperaba de mi, desde el mismo momento en que me hizo arder el culo con su mirada.
Me cogió de la cabeza, me acercó su polla, y me la metió en la boca: yo se la comí con todas las ganas posibles, hasta que él decidió que quería penetrarme, y se puso un preservativo y penetró mi culo completamente, hasta que sentí sus cojones chocando contra mis nalgas.
Luego, cogió pinzas de la ropa, y me las puso por todos mis cojones, hasta superar la veintena. Cuantas más pinzas me ponía (en los cojones, en los pezones, en las orejas ), y cuanto más dolor notaba, más me excitaba.
Aplicando una sabiduría ancestral, durante todo ese tiempo consiguió que yo controlara mi eyaculación. Los huevos me explotaban de semen, y me dolían más por lo que contenían que no había salido, que por las pinzas que me había puesto por medio cuerpo.
Cuando ya no podía resistir más, y él lo consideró oportuno, nos corrimos simultáneamente, con una potencia nunca vista. Nos quedamos exhaustos, derrengados encima del sofá de la oficina, sin mover ni un músculo.
Cuando nos recuperamos, y me preguntó si había disfrutado, me abracé a él, y le dije que había sido el mejor momento de mi vida, y que ojalá pudiera repetirlo con él muchas veces.
Desde entonces, estamos juntos. Yo voy a su casa, o él viene a la mia, pero en ambos sitios yo soy su esclava, su hembra, su puta...él puede hacer conmigo lo que quiera, y yo soy absolutamente feliz dejándome hacer por mi amo y señor, incluso compartirme con otros cuando él lo considera necesario, sea para satisfacer a un amigo, sea para conseguir acabar con bien algún negocio, pues yo estoy para eso. Y como en mi trabajo yo soy mi propio Jefe, y tengo muchos empleados, voy cuando quiero al trabajo, aunque me mantengo al tanto del negocio gracias al teletrabajo.
Y esa escena primera que tuvimos en su tienda (en nuestra tienda, pues estamos casados), la hemos repetido multitud de veces y ocasiones, y siempre me sorprende.