Mi Chinita

Es una chirucita, pero su sonrisa de ángel me ablandó el corazón y me calentó la entrepierna.

Mi chinita

Un día me harté de ese círculo de amigas íntimas en el que todas salimos con todas turnándonos en desaires e infidelidades y dije ¡Basta! Y con el corazón yermo y el cuerpo mudo, até la cama para que no se moviera más. O por lo menos por un tiempo.

Y esto fue hace tres meses, y tres meses sin sexo es tiempo suficiente como para empezar a malhumorarme. Porque al principio sentí hasta alivio. Me liberé de esa presión de tener que subirme cada noche a otro cuerpo como si fuese una obligación. Cumplido el primer mes empezaron a rondarme unas ganitas, pero me hice la distraída. El segundo mes tuve un par de noches inquietantes que resolví con gran satisfacción y sin ayuda. Pero tres meses es una marca importante para mis vitales treinta y pico (el pico me lo guardo, brujas), y eso me valió un humor de perros. De perro rabioso. De perro alzado. Así me sentía cuando conocí a Violeta.

La mandó mi madre, cansada de mandarme hombres durante años, y finalmente resignada a la idea de que su hija menor es mujer que gusta de mujer. Pero claro que no fue por eso que me mandó a Violeta, que me acepte con mis gustos no quiere decir que me consienta y mucho menos que me incentive. A Violeta la mandó para que hiciera en casa aquello que a mí no me gusta hacer, o sea todo. Limpiar, ordenar y cocinar. "Es de confianza y trabaja bien", me dijo. Yo agrego "es menuda como un soplo y tiene el pelo marrón", y de mi propia cosecha, lacia donde debe serlo y ondulada donde me gusta. Pero juro que cuando entró en casa ni me fijé. No es que la vaya de alcurnia, pero Violeta es una chinita, linda pero chinita. Y además es una pendejita, Y eso sí, lo juro, nunca fue mi gusto. Tiene dieciocho años y no aparenta ni un día más.

"Bueno nena, fregá hasta que reluzca. Quiero que todo brille", le dije el primer día por toda indicación y me fui a trabajar. Soy traductora y estaba de congreso. Traducido: andaba con los pelos de punta. Al regresar, Violeta se había ido y mi casa era otra, no sólo brillaba, sino que hasta me había cambiado los muebles de lugar. ¿Qué me quería decir esa chinita, que no tengo buen gusto? Me fui a dormir con tanta bronca que hasta pensé en estrangularla. Con alguien me tenía que desquitar.

Volvió a los dos días, y yo que seguía de congreso y abstinencia, la recibí a los gritos.

"Volvés todo a su lugar, y nunca más hagas algo sin mi permiso. ¿Me escuchaste?" Bajó la cabeza y murmuró. Para qué. "Repetí, repetí lo que dijiste, chinita atrevida" le grité como una loca desatada. Me miró a los ojos y vi en sus ojos dos lágrimas a punto de caer. Ay. "Bueno, no es para tanto, che. Acomodá todo como estaba, hacé un repaso y volvé en dos días". Entonces sonrió y creo que esa fue mi perdición. Parecía un ángel.

Regresé y todo había vuelta a su lugar, pero ya no era lo mismo. Ahora la casa tenía su olor, el olor de Violeta. No un rico olor, su olor, delicioso olor por ser suyo.

Su siguiente visita coincidió con mi primer día de descanso en un mes, algo que no había tenido en cuenta cuando le pedí que viniera. La noche anterior había caído rendida luego de tomarme una botella de un chablís helado mirando tele sólo para no pensar en ella. No era para mí. No era para mí y no quería ni sufrimientos ni quilombos.

Me despertó una tormenta eléctrica de aquellas. Sobresaltada salí de la cama corriendo a cerrar las ventanas sin otra vestimenta que las ojotas, y apenas entré al comedor me llevé a Violeta por delante. Un susto que casi me saca el corazón. Y que con gusto lo hubiera puesto en su mano. Pero ella en su mano llevaba un vaso de Coca que se derramó irremediablemente sobre su musculosa.

-Ay, señora, disculpe –me dijo aterrada.

Yo, más aterrada que ella por la sorpresa, me quedé dura mirándola.

-Te manchaste la remera –fue lo primero que dije. Ella se dio vuelta y recién en su gesto me di cuenta que estaba en bolas.

-No te hagas problema, me tiene sin cuidado que me veas desnuda. Me sobra algún quilito pero mal no estoy –y es verdad, gimnasio mediante me mantengo de diez.

-No, no es eso, señora. Ojalá yo tuviera su cuerpo.

-Ay nena, qué decís. Vos sos flaquita pero tenés un cuerpo precioso. A ver... le dije y tomándola de la mano la giré y la dejé de nuevo de frente a mí.- Pero sacate esa remera que te estás mojando toda.

-No tengo otra para ponerme.

-Sacatela que te doy algo mío.

-No señora, por favor, no se moleste.

-A ver –dije y con las manos temblorosas la atraje hacia mí y le quité la musculosa. Dos tetitas chiquitas y paradas como limones quedaron al descubierto.

-No tengo corpiño –dijo tapándoselas con el brazo.

Me quería morir, ese bocadito delante de mí, que tenía un voraz apetito arañándome el vientre.

Enloquecida por el deseo empecé a jugar mis cartas con decisión.

-¿Para qué querés corpiño, si tenés unas tetas preciosas, nenita? Mirá –dije retirando su brazo- si me caben justo en las manos –y las puse como tazas sobre sus pechos. Y presioné con suavidad, y dejé que las yemas de mis dedos se posaran como alas de mariposas en sus pezones puntiagudos. Y no dijo ni a. Y pasé la palma de mis manos por su panza lisa y dura como tabla, y colé los dedos por la cintura del vaquero hasta encontrar su montecito. Y la escuché suspirar y pensé "Te tengo". Le arrimé mi cuerpo, rodee su cintura con mis brazos, la apoyé contra mí y murmuré en su oído "Dejame amarte".

-Señora...

-Llamame por mi nombre.

-Señora... Tengo novio.

-No vuelvas a decirlo –le ordené. Pasé la lengua por su oreja, y seguí por el cuello, y como no decía ni si ni no, y el que calla otorga, seguí por sus tetitas, y las comí con esmero, y bajé con la lengua hasta el ombligo y mirándola a los ojos desabroché su pantalón y empecé a bajarlo.

-Señora, nunca lo hice con una mujer.

-No te preocupes, yo te enseño. Y no me llames señora.

Bajé el vaquero hasta los tobillos, levanté sus piernas de a una para terminar de quitárselo, y luego tiré del elástico de su bombacha y en dos segundos la tenía completamente desnuda, temblando como una hoja, conmigo de rodillas mirándola.

Presionando con mis manos sus muslos la obligué a abrirse bien, y quedé extasiada ante la conchita más linda que hubiera visto en mi vida. Labios oscuros y carnosos, sin pliegues; la bulba rojiza como pulpa de granada, y el clítoris morado y notable. Se lo dije.

-Nena, tenés la conchita más linda que haya visto jamás.

Y atraída por su aroma llevé allí mi nariz, y le dejé mi respiración, mi aliento tibio, y me los devolvió en jadeos y suspiros; y la toqué con la punta de la lengua y se erizó; y lengüetee tocando apenas su clítoris, y acarició mi cabeza por la nuca; y me hundí en su concha y la chupé con deseo, con lujuria, con sapiencia; y me apreté contra su pierna y fui bajando hasta quedar sentada sobre mis talones, atraje hacia mí su pie y lo apoyé en mi concha empapada, y lo empujé desde los tobillos para que se diera cuenta que tenía que moverlo pajeándome. Y mi chinita respondió de tal forma que su dedo gordo patinó por mi flujo y se metió dentro de mí, que invadida por una punta apenas de su cuerpo creí que no resistiría más. Dejé que mil estrellitas se me clavaran por dentro, pero contuve con esfuerzo el río caliente que amenazaba con precipitarse. La aparté, me puse de pie frente a ella y la fortuna de un relámpago la echó en mis brazos mansa y temblorosa. La abracé con fuerza, metí una pierna entre las suyas y la pajee con el muslo.

De pronto, sorpresivamente y cuando estaba a punto de llevarla a la cama, se apartó diciendo:

-Disculpe señora, no puedo.

Se dio vuelta y se agachó a levantar su ropa.

Ah no, chinita, a mí no me vas a dejar así. Y menos viendo esa cola té con leche, redonda y parada, tan al alcance de mis manos.

Le apliqué dos nalgadas, una de cada lado, que dejaron mis manos estampadas en su bello culo. Se enderezó sorprendida y aproveché para tomarla por el cuello con un brazo, mientras mi mano libre se metía por su raja hasta llegar al botoncito del trasero. Y no soy como la yegua sodomita de Paola que se la pasa rompiendo culos con un bruto dildo del tamaño de mi antebrazo, pero sentí el salvaje deseo de hacerle sentir el rigor. Le metí el dedo mayor en seco y sin contemplaciones y al instante sentí sus dientes clavarse en el brazo con que la sujetaba.

-Mordé si eso te gusta, chinita, pero te voy a coger aunque dejes tus dientes en mi cuerpo.

Saqué el dedo de su culo y la empujé.

-Al piso –ordené.

Obedeció.

-Abrí las piernas.

Dudó. Las separé bien, las alcé un poco y la monté, puse mis tetas grandes sobres su tetitas, mi vientre contra su vientre y empecé a hamacarme. A la tercer sacudida noté como se erizaba, se abría, tensaba los músculos para recibirme mejor. Me alcé con los brazos como palancas sobre la alfombra y deposité mis tetas en su cara.

-Comelas.

Tres veces tuve que repetir la orden, pero valió la pena. Aunque con torpeza, era tanta su desesperación por complacerme que me pareció la mejor chupada de tetas que me hubieran hecho nunca. Eso me calentó de tal forma que ya no pensé más, ni me importó stisfacerla, ni si me acompañaba en la acabada o no, simplemente le eché todo el peso de mi cuerpo encima y froté concha con concha desesperadamente mientras la mordía, la lamía y la empapaba con los jugos que caían de mis entrañas expulsados por los espamos incontrolables de una acabada brutal. Y más aún cuando sentí que enroscaba sus piernas en las mías, levantaba la cintura y chillaba sin parar. Hasta que de a poco nos fuimos aquietando, silenciando entre caricias, y acurrucada en mi pecho preguntó:

-Señora...¿me va a echar?

-Si, chinita, te voy a echar...Te voy a echar otro polvo en cuanto recupere el aliento.

Y que digan lo que quieran mi madre, mis amigas, el mundo entero. Me siento feliz.