Mi ceremonia
La historia entre Juan y Lía continúa.
Me desperté e intenté levantarme, pero el darme un golpe contra el duro metal de la jaula, me hizo recordar rápidamente donde estaba y lo que había pasado. Una gran excitación recorrió mi cuerpo, e instintivamente fui a mi cuello a tocar ese símbolo de pertenencia a él, pero para mi sorpresa, ¡el collar no estaba! ¡No podía haber perdido algo tan valioso!
El sonido de un pequeño cascabel me hizo mirar en una dirección concreta, y ahí estaba mi Amo con el collar. Me quedé mirándole, y él me miró a mí. Se acercó a la jaula, la abrió, tiró de mi pelo para que saliera, y me hizo ponerme de rodillas delante de él.
J: En un rato tendremos tu ceremonia, oficialmente pasarás a ser de mi propiedad. Has demostrado que realmente quieres avanzar en tu sumisión, y que esto es lo que deseas, lo que te hace feliz. Arréglate bien, que en una hora comenzaremos.
L: Sí Amo.
Me movía a cuatro patas, todavía era algo lenta, me faltaba un poco de coordinación, pero con el tiempo le cogería ritmo, ya que iba a ser mi nueva posición natural. Me arreglé en el baño, me maquillé, y escogí un vestido abierto, que apenas tapaba mi culo, y que mostraba un gran escote. Cuando acabé fui al salón, y ahí vi lo que había preparado. En medio, una mesa con una mordaza, el collar y una vela blanca encendida. Me puse de rodillas delante de él, y me colocó una mordaza.
J: Ahora que estamos listos, comencemos. ¿Has venido aquí por voluntad propia?
L: Sí, vengo libremente.
J: ¿Aceptas libremente que te someterás a mi?
L: Sí, soy desde ahora tu esclava.
J: ¿Juras solemnemente por todas las cosas, que me darás cuanto te pida totalmente, sometiéndote sin trabas a mi disfrute de ti?
L: Sí, lo juro por todo mi Señor.
J: Repite estas palabras: Juro solemnemente someter mi voluntad, mi corazón, mi mente y mi alma a ti.
L: Juro solemnemente obedecerle inmediatamente, sin reserva y sin vacilación en lo que me pida.
J: Soy tu Señor.
L: Es mi Señor.
J: Soy tu Amo.
L: Es mi Amo.
J: Soy tu dueño y ahora eres mi esclava. Tu cuerpo, tu boca y tu sexo me pertenecen. Sirves mi voluntad, mi palabra y mi placer.
L: Es mi Dueño, soy suya, y soy su esclava. Mi cuerpo es suyo, mi boca es suya, mi sexo es suyo. Su voluntad es la mía . Sus palabras son órdenes. Sirvo a si placer.
J: Ahora que he tomado la posesiones de ti, desnúdate.
J: Viniste desnuda a mi (cogió el collar y rodeó mi cuello con él). Lo usaras siempre que te lo ordene. Hablaras cuando te lo ordene. Tu cuerpo está para mi placer. Póstrate (sin demoras, puse mi cabeza en el suelo y besé sus pies). Soy tu Dueño, y no aceptarás más Señor. Sólo me rogarás a mí que te posea.
Enganchó la correa al collar, y tiró para que me pusiera en pie. Se acercó a mí lentamente, acarició el collar, mi cuello, mis hombros, mis pechos y siguió bajando hasta detenerse en la entrada a mi sexo. Para entonces mi piel ya se había erizado completamente, mis pezones estaban duros, mi sexo mojado y mi mente desbordando felicidad, placer.... Había dejado mi vida en él, le había entregado todo de mí, y sólo sentía felicidad, que estaba completa y extasiada.
Azotó mis tetas con las palmas de sus manos, llenas de ríos de saliva que se escapaban de mi boca. Su contacto era una droga para mí, siempre quería más. Tiró de mis pezones varias veces, y sacó de su bolsillo unas pinzas, que colocó en ellos. Dolía, estaban muy apretados, pero mi coño no paraba de mojarse, mientras veía como las enganchaba a la mordaza. Cogió unas cuerdas y me ató las manos y los brazos a la espalda. Tiró de la cadena de las pinzas para comprobar si estaban bien, enviando oleadas de placer a mi coño ya empapado.
Me colocó en el potro boca abajo, y haciendo una coleta, la anudó con una cuerda, que al otro lado colocó un gancho acabado en bola. Quitó la cola de perro y metió esa bola en mi culo, la cuerda estaba muy tensa, dejándome inmovilizada. Al principio molestaba, y las pinzas habían quedado muy tirantes, al poner mi cabeza hacia atrás sujetada con la cuerda. Cogió una fusta, dio pequeños golpes en mis pezones arrancándome gemidos, y luego pasó a azotar mi culo. Había perdido la cuenta de los azotes, cuando de repente paró. Mi culo estaba rojo y pasó su mano por la zona azotada. Sentía mucho dolor, pero eso me demostraba y me recordaba quien era y a quien pertenecía.
Ató mis piernas, una a cada pata del potro, dejándolas bien abiertas. Acarició mi sexo, y yo no paraba de gemir como una perra, necesitaba que me follase, que me hiciese suya, que me hiciese sentir su hembra. Se desabrochó el pantalón y sacando su polla, me la metió en la boca, pensé que me ahogaría, me la metía duramente, y las arcadas no paraban de llegar. Me sujetaba la cabeza fuerte, y no paraba de meterla una y otra vez. Cuando se cansó, la sacó, pero todavía seguía unida a mi boca por los hilos de saliva. Me dio una torta.
J: Bueno mi puta, es hora de disfrutar del resto de los agujeros que ahora me pertenecen. Quien iba a decirme hace unos días que tendría una buena zorra como tú.
Fue a por algo, y cuando volvió, puso unos pesos en las pinzas de los pezones. Sentía dolor y placer, estaba perdiéndome a mi misma y entregándome por completo a él. Se colocó detrás de mí, y me penetró de una sola embestida, y sin tiempo para nada, me perforaba el coño con gran fuerza y violentamente. Movía el gancho que me dilataba el culo. Se sentía exquisito, no paraban de llegarme oleadas de placer, sonidos guturales salían de mi garganta, me sentía como toda una hembra, como su hembra.
Sacó el gancho de mi culo, y metió su polla con fuerza, intercalaba los dos agujeros a su antojo, y yo me moría de placer. Las piernas me temblaban, el orgasmo estaba cerca, lo sentía y él también. La metió en mi coño y después de unas cuantas embestidas, nos corrimos a la vez. Era un placer supremo, que me transportaba al mismo edén.
Salió de mí, y colocó otra vez la cola de perrita. Soltó todas las cuerdas, las pinzas con los pesos y la mordaza, dejando un charco de saliva en el suelo. Sentía todo el cuerpo dolorido, cansado, pero sentía un placer incalculable, había dejado mi vida en sus manos. Me sentía realmente completa y feliz, ese era mi destino y camino.
J: Bienvenida a mí pequeña, es hora de descansar.
Me ayudó a ponerme a cuatro patas en el suelo, y a llegar a la cama tirando de la correa marcando el camino.
J: Hoy te has ganado el dormir conmigo en la cama, ahora descansemos.
Me tumbé en ella, y sentí como me rodeaba con sus brazos, entonces caí en los brazos de Morfeo.