Mi casero
Tomás, un señor maduro que alquila su casa
Por devenires de la vida, me he visto obligado a cambiar de piso; una idea que acepté con ilusión, pero que se convirtió en una ardua tarea casi fútil, estresante y hasta decepcionante. Obviamente, lo más excitante era el hecho de encontrar el piso de mis sueños, pero si en el camino encontraba otras cosas… Quiero decir, que cualquier oportunidad es buena para toparse con algún tío y ver qué surge. Sin ánimo de adelantar acontecimientos, diré que al menos no atraje a ningún descerebrado.
Tras tres semanas de llamadas, emails y visitas infructuosas casi me di por vencido. Y en ese tiempo ni piso ni nada. Y es que, como digo, yo me monto mis películas y mis fantasías en cuestión de segundos, imaginándome a apuestos propietarios que en un futuro me hiciesen alguna que otra visita no sólo para cobrar el alquiler… El caso es que en un primer momento ni casa ni tíos. Lo más cercano fue un razonable dúplex que me enseñó un chaval joven de buen parecer, pero cuyo carácter mustio y extremadamente serio le restaba cualquier atractivo. Casi decidido por irme a vivir con mi madre y hacerla feliz, opté por recurrir a inmobiliarias, una idea que deseché al principio para ahorrarme su comisión y creyendo que la búsqueda sería más fácil.
El primer asesor fue un tío de unos treinta altísimo pero con muy buen planta. Me costó identificarle por su apariencia, pues me imaginaría a un comercial trajeado y no a un metrosexual con pantalones de colores vivos enseñando calzoncillos. Sin las gafas de sol no era tan guapo, pero vamos, que no le hubiera hecho ascos. Ni siquiera cuando me dijo que estaba casado y tenía una niña. Tampoco hubiese rechazado a un albañil que había en uno de los pisos que me enseñó. No sé si por el mono de trabajo, pero al verle me desconcentré y me olvidé del apartamento.
Y con la tontería me planté en el viernes 31 de julio sin haber folla… digo encontrado piso. Me quedaba por ver uno de otra inmobiliaria esa misma tarde. Si no me gustaba, desistiría y me iría de vacaciones y en septiembre Dios diría. Pero ¡sorpresa!, me gustó. El piso, no el propietario, un señor de más de sesenta años más bajito que yo y sin un atractivo especial. Sin embargo, al ir viendo el piso con la chica de la inmo y escucharle hablar al tiempo que veía la cuidada decoración mientras decía que lo había escogido él todo, me pareció que su voz y sus gestos eran un tanto afeminados. Me le imaginé como un solterón gay ricachón que sería artista o algo así. Vamos, topicazos. Pero bueno, tras varios minutos de cháchara comentó no sé qué sobre sus hijos… Así que el cosquilleo que me recorrió el cuerpo cuando le creí homosexual se esfumó. Pero cosas más raras se han visto, ¿no?
El caso es que el piso encajaba con lo que buscaba, así que negocié el precio y lo reservé con la condición de poder mudarme cuanto antes, pues nos metíamos ya en el mes de agosto y yo tenía que dejar mi anterior casa. La comercial no puso pegas y Tomás -el propietario- tampoco, aunque no me aseguraba que pudiera llevarse las cosas que yo no quería para el día siguiente. Pero no me importó, y el sábado por la mañana aparecí con todos los bártulos, el dinero de la fianza, el mes en curso, la comisión y bastante ilusión por mi nuevo hogar. No sé por qué deseé que la chica de la inmobiliaria (es que no logro recordar su nombre) llegara tarde para poder quedarme a solas con Tomás. Ideas tontas e infantiles que tiene uno, porque a la hora de la verdad ya sabéis que soy bastante parado y sieso; y además, nunca me había dado por los maduros, aunque sí reconozco que últimamente he visto porno de señores mayores con jóvenes y me ha dado bastante morbo.
Ya estaban los dos en la puerta del garaje cuando yo llegué. Me ayudaron a subir un par de maletas y el resto se quedó en el coche. Una vez firmamos, Tomás insinuó que se quedaba a explicarme cómo funcionaba todo si yo quería, imagino que con la intención de que la asesora se marchara, pero no lo hizo. Esperó hasta que me contó cómo se ponía la lavadora, la caldera, el lavavajillas… Y ella me miró como diciendo “cosas de viejos, pues eso sabe hacerlo cualquiera y son todas iguales”.
-Y te he dejado cervezas en la nevera, como de bienvenida.
-Ah, pues gracias. Tomaos una conmigo -les invité.
Y por fin ella anunció que se tenía que marchar, pero Tomás sí la aceptó. Nos fuimos al salón y cada uno se sentó en un sofá.
-¿Y entonces no tienes pareja? -inquirió.
-No.
-¿Ni hijos? -insistió.
-Qué va, soy gay.
-¡Toma, y yo! ¿Y qué?
-¿Es usted gay? Pero si dijo ayer…
-Tutéame, por favor.
-Dijiste que…
-Lo sé, que tengo hijos. Sí, y estoy casado.
No supe qué decir y le di un trago largo a la cerveza.
-Eran otros tiempos -siguió-, y mi mujer lo ha sabido siempre, pero lo aceptó con la condición de que siguiéramos siendo una familia y jamás se lo contase a mis hijos.
-¿Y no lo ha hecho?
-De tú.
-Pues eso.
-No, no ha habido necesidad. Bueno, ¿y tú qué? -me tocó la pierna.
-Nada -me ruboricé, temblé como siempre y le di otro sorbo a mi bebida favorita.
-Oye, que no insinúo nada, ¿eh? Que veo que estás temblando.
-Bueno, yo es que soy así.
-¿Así cómo? ¿Qué te va?
-Creo que bastante diferente a usted -joer, no me salía el tutearle.
-Es evidente.
-¿El qué?
-La edad.
-No, yo lo decía porque jamás sería tan lanzado.
-Mmm, o sea que eres tímido.
Asentí mientras el cosquilleo apareció en mí de nuevo. Creo que hasta se me estaba empezando a poner dura a pesar de todo.
-¿Pero te van los de mi edad? -el tío no se andaba con rodeos.
-Pues no lo sé…
-Bueno, no te voy a insistir.
-¿Insistir? -el comentario me desconcertó en cierto modo-. ¿Me estabas entrando?
-Te pido disculpas si te ha molestado. Quizá interpreté mal lo de la cerveza…
-Bueno, de alguna manera creí que el rollo ese de explicarme cómo funcionaba la lavadora era para quedarte.
-Lo fue.
-No te quería marear, la verdad. Supongo que en ese momento lo pensé así, pero es que de verdad que soy tímido y me cuesta.
-No te preocupes. Cuando quieras que me vaya me lo dices y no hay problema.
-¿Quieres otra cerveza? -le ofrecí, y creo que noté que me miró raro-. A ver, que con esto no es que quiera hacerte perder el tiempo, quiero decir… Bueno, no sé.
-Ya, ya. Que necesitas tu tiempo. No pasa nada.
Salí a la cocina nervioso, la verdad, e insultándome a mí mismo por ser tan idiota. Pero tampoco me culpo, pues no sabía si el tipo de verdad me gustaba o era el momento del calentón. De ser esto último, luego me arrepentiría si me acostaba con él, ya que una vez me prometí a mí mismo que jamás tendría sexo con hombres que, de alguna manera u otra, no me atrajesen.
-Es una pena -dijo cuando volví.
-¿El qué?
-Que seas tan tímido. Porque eres atractivo, y creo que te pierdes muchas cosas. Y que conste que no lo digo sólo por mí. No soy tan engreído.
-Lo sé, pero no lo puedo evitar; es mi personalidad.
No hablamos mucho más del tema y Tomás anunció que se iba. No supe qué decir para retenerle, porque tampoco estaba muy convencido en ese momento. En el hall me cogió de la mano y me dijo:
-Espero no haberte hecho sentir incómodo.
-No, de verdad. Siento esto.
-No hay nada que sentir -aunque no parecía tener muchas ganas de irse.
Volví a mantenerme en silencio mientras aún sujetaba mi brazo. Subí el otro, y fui tan patético que le acaricié el pecho con el dedo.
-¿Quieres que vayamos al dormitorio? -me dijo, y no me había equivocado al pensar que no se iba a dar por vencido.
Allí nos sentamos los dos sobre el colchón que me había vendido como que estaba sin estrenar. Me dio un beso que fue bastante raro, apenas con la punta de los labios; nada de lengua. Tras eso se quitó el polo y me quitó a mí la camiseta. Comenzó a tocar mi pecho con sus dedos, dibujando círculos hasta detenerse en los pezones. Después se arqueó y se agachó para lamérmelos. Ahí solté mi primer sollozo, aunque aún no estaba del todo relajado. Volvió a repetir movimientos con los pantalones: primeros los suyos y después me ayudó. Todavía en calzoncillos se recostó sobre la cama invitándome a acercarme. Yo tampoco me los quité, ya que de momento no parecía hacer falta, pues seguía empeñado en mis pezones. Yo mientras no hacía nada; no me atreví todavía a tocarle.
Pero ante mi pasividad, Tomás me agarró de la mano y la dirigió a su verga. La masajeé por encima de sus Abanderado notándola algo dura. No parecía ser muy grande, aunque reconozco que al verle a él, así con esas canas y esa barriga que sólo dan los años, me la imagina chiquitaja y flácida. Tonterías que piensa uno… Porque cuando él solito se quitó el calzoncillo no era tan pequeña como yo la había proyectado. Tampoco es que fuera gran cosa, aunque incluso diría que me superaba en tamaño. También me sorprendió el precum que soltaba. Ayudó para que yo siguiera pajeándola, porque aunque él ya había dejado mis pezones, continuaba lamiendo mi cuello, las orejas… Y de ahí pasó directamente a tragarse mi verga. Así, casi sin avisar. Como el beso, de nuevo me pareció que su forma de chuparla era rara. La succionaba de manera mecánica, casi como si estuviera soplando para hinchar una colchoneta o algo así. Aun así, me estaba resultando placentero, pero no tardó en apartarse y volvió a tumbarse boca arriba.
Por un segundo pensé que estaba esperando a que ahora me tragase yo la suya, pero volvió a poner mi mano sobre ella para que se la estrujara de nuevo. Ya no buscó mis pezones ni nada. Se quedó así con los ojos cerrados mientras yo, sentado sobre una de mis piernas en ese colchón nuevo, le hacía una paja. ¿Ya estaba? ¿Eso iba a ser todo? Parecía que sí, y no pude evitar sentir cierta ternura, aunque tampoco diré que se me pasara por la cabeza que yo le estaba haciendo un favor al señor por cascársela, como una obra de caridad o algo así. Para nada. De hecho, cuando iba a correrse me quitó la mano y acabó de machacársela él solo hasta que se corrió entre frágiles contracciones, pero fuertes trallazos de lefa que acabaron sobre su vientre. Otra vez por turnos, como con la ropa, se centró en mi verga, y aunque le dije que yo estaba bien, me hizo tumbarme y me la cascó. Cuando acabé me dio otro beso raro y avisó que se marchaba porque su mujer sospecharía, pero avisándome de que me llamaría al día siguiente para terminar de llevarse sus cosas si a mí me venía bien.
Y como mi plan del domingo era colocar todo y organizarme, accedí a que viniera, pero reconozco que con otra idea en la cabeza aparte de que se llevara un par de trastos viejos. No puedo decir si es que me gustó, me quedé con ganas de más por la curiosidad, o simplemente con ganas de más porque sí, por lo fácil que iba a parecer tener sexo con Tomás. Sin embargo, el domingo él no estaba tan receptivo, incluso diría que lo hacía todo con prisa.
-¿Te encuentras bien? -le pregunté.
-Sí, ¿por qué?
-Te veo alterado.
-No quiero robarte mucho tiempo -la verdad es que no me sonó a escusa.
Pero me fastidiaba que no saliesen las cosas como yo quería. Y además yo tenía ese cosquilleo de excitación que notaba subir por mi verga. Pero quizá él tuvo suficiente y se conformaría con una -no sé si triste- paja para tampoco sé cuánto tiempo.
-No tengo nada que hacer, ¿eh? ¿No quieres una cerveza?
Paró en seco y me miró. Me costó interpretar lo que sus ojos me decían o adivinar lo que me iba a soltar. Me adelanté:
-No quiero comprometerte ni nada.
-O sea que de nuevo me toca adivinar lo que quieres, ¿no?
-¿Por?
-Porque me dices que con la cerveza no quieres comprometerme, pero no sé si lo dices de verdad o esperas que ocurra lo de ayer…
-Bueno, la verdad es que…
-No vas a ser tan tímido, ¿eh?
-Lo soy, pero sólo hasta que me suelto.
-¿Ya te has soltado?
-No me importaría repetir, la verdad.
-Oh, vaya -y se quitó el polo.
-Lo único que…
-Ven -me gritó ya desde el dormitorio-. ¿Qué?
-Que lo de ayer fue raro.
-¿En qué sentido?
-Pues no sé, eso de masturbarnos así por turnos…Entiendo que no quieras besos, pero no sé. No me dejaste que te la chupara, no me pediste nada…
-Bueno, no hizo falta. Hice más o menos lo que me gusta.
-Hombre, así de gustar parece que sólo te molaba el lamerme el pezón.
-Sí.
-Y que te sobe yo a ti… Bueno, que te la machaque únicamente.
-Tú pide. ¿Quieres penetración? Llevo años sin hacerlo.
-No sé…Besos no, ¿no?
-No me importa dar besos. ¿Tú quieres besarme?
-Querer… Ains, no me sé explicar. Saber lo que podemos hacer y lo que no.
-Te repito que lo que tú quieras. Guarradas no te voy a decir, ni esas cosas.
-Ya, ya.
-¿Nos desnudamos y vemos?
-Me parece bien.
Y nos desnudamos y nos quedamos sentados sobre la cama. Me fijé en su polla flácida entre las piernas. Tenía curiosidad por comérsela, la verdad, puede que esperando algo novedoso, pues nunca me lo había hecho con un señor tan mayor, y como si las pollas se volviesen añejas con los años como el vino…
-¿Qué piensas? -me interrumpió.
-Nada -mentí.
-Haz lo que quieras.
Y me arrodillé en el suelo y comencé a chupársela. Como el día anterior, noté cuánto precum soltaba. Así pude probar desde el comienzo cómo sabía. Y no, no hubo sorpresas. La verga de Tomás me supo igual de bien que la mayoría. Se recostó un poco para facilitarme la entrada de mi boca a su cipote, y para detenerme a lamerle el glande e incluso los huevos, aunque reconozco que éstos no me resultaban tan apetecibles. Seguí de ese modo hasta que la noté bien dura y Tomás sollozaba con más exaltación. El olor a recién duchado se entremezclaba con lo intenso del sabor de su polla, haciendo que yo me excitara sobremanera. Tanto, que me decidí a masturbarme, algo que no suelo hacer en esa situación. En una de las veces que paré para tomar fuerzas Tomás me preguntó si quería seguir así. Le miré y le dije que me daba igual. Entonces se recostó y con gestos me invitó a que me pusiera encima con mi polla a la altura de su boca. Así, volví a notar su lengua en mi verga y yo continué comiéndome la suya. Parecía que a mí me gustaba más, pues pronto él busco mi ano y me lo lamió. Tuve que para de chupar para gemir del súbito placer que me provocó. Siguió con la lengua, notando hasta su barbilla entre mis nalgas y después probó con los dedos, aunque no me los metió hasta el fondo. En ese instante quise que me follara, y se lo pregunté.
Accedió, y sin que se moviera me coloqué encima de él hasta clavarme su polla. Me hizo gracia que volvió a cerrar los ojos como el día anterior cuando le pajeaba, pero me daba igual, pues en ese trance cobraban mayor importancia otros sentidos. Él hacía por amortiguar los gemidos, y casi que yo también, aunque como la habitación da a la esquina, arriba no hay vecinos y la ventana estaba cerrada por el aire acondicionado, no había necesidad de ser discretos. Cuando Tomás me avisó de que no me diría guarradas no sería por eso, y aunque me le imaginaba algo más lascivo, en el fondo resultaba hasta introvertido, casi acomplejado quizá por la edad. En ese punto los años me daban igual, y mentiría si dijese que prefiero a un tío como él ante un chaval de mi edad que encaje con mis gustos, pero una follada es una follada, y la que me estaba dando Tomás me gustaba, claro.
Quise cambiar de postura por lo monótono que resultaba, ignorante de cuánto tiempo le quedaba hasta correrse. No por prejuicios, sino porque el día anterior no es que tardara mucho. Me recosté a su lado, se giró y me la metió de nuevo. Imagino que ya no cerraba los ojos porque comenzó a lamerme el cuello y las orejas. Para rematar el conjunto, busqué su mano y la acerqué a mi polla. Si esa era la forma de acabar, desde luego la prefería a la del sábado, paja aquí y paja allí. Ahora entraban más elementos en juego. Tomás iba a correrse y se apartó para quedarse boca arriba mientras se pajeaba agudizando los gemidos. Quise volverme y comérsela, pero no me dio tiempo y cuando acerqué mi boca ya estaba soltando trallazos de leche sobre su barriga. Sin embargo, una vez que descargó, la volví a chupar haciéndole estremecer y me apartó sin mucha brusquedad. Me di por aludido y lo entendí. Volví a tumbarme y acabé por hacerme la paja yo solo, pero puede que por compasión o una repentina fuerza, Tomás se incorporó y le regaló a mi boca su polla otra vez. Ya decaída, pero brillante por los restos de leche, así como extremadamente sabrosa.
No quise martirizarle mucho y avivé el ritmo de mis sacudidas, aunque en ese momento de éxtasis que antecede a la eyaculación, volví a tragarme su verga provocándole otro espasmo que ya se unió a los míos. Ambos suspiramos y nos quedamos quietos un momento. Él se fue a la ducha y yo me limpié con la camiseta y me fui al salón a fumar. Al poco apareció con un par de cervezas.
-Pero sin más compromisos, ¿eh? Que uno ya no tiene tantas fuerzas.
-Pues vaya aguante -le festejé.
-Te voy a robar un cigarro, que prefiero que mi mujer me huela a tabaco aunque no debería fumar a que huela otras cosas.
-Mientras no sospeche que es el cigarrito de después…
-Ah, pues no lo había pensado, fíjate -se rió-. Pero cómo va a imaginarse eso… Pensará que quién se va a liar con un vejestorio como yo…
-Bueno, aquí me tienes.
-Si te soy sincero, no sé si es bueno saber que estás aquí.
-¿Por?
-Pues porque no quiero que esto se convierta en algún tipo de vicio o algo así. Si yo con una pajilla como la de ayer me hubiera conformado…
-Creo que te entiendo.
-¿Sí? Pues mejor. No quiero que ahora mi vida gire en torno al pensamiento de venir a joder contigo, ¿sabes?
-Lo sé, pero bueno, ¿se puede estropear la caldera de vez en cuando?
-Ja, ja. Sí, e igual yo puedo venir a cobrarte el alquiler personalmente…
Y nada, han pasado sólo dos días desde esto y no se ha roto nada, ni es tiempo de cobro. Igual me hago una pizza, pero puede que no sepa cómo manejar el horno…