Mi cambio de vida 8

Soy Alicia, tengo 42 años, marido, trabajo estable, casa y algún que otro vicio. Esta es la historia de cómo me convertí en una esclava, y de lo mucho que lo disfruté. Capítulo VIII: El club

Capítulo VIII: El club

No quería hacerlo. Estaba nerviosa, presintiendo un gran desastre, y lo único que quería era salir corriendo. Pero entramos, sin dirigirnos la palabra ni mirarnos siquiera. La chica que había en la taquilla del club era muy simpática, y me imagino que viendo mis nervios intentó transmitirme toda la seguridad que pudo. Nos indicó una habitación en la que podíamos cambiarnos si queríamos y unas taquillas en las que podíamos dejar todas nuestras cosas. Era como la versión oscura y aterciopelada de un gimnasio. Dejamos nuestras cosas y nos preparamos de prisa, en silencio. Creo que no sabíamos qué decirnos, y nos limitábamos a sonreírnos de vez en cuando.

No sabía hasta qué punto estaba ridícula o lo estaba haciendo bien. Me puse un vestido negro con transparencias increíblemente corto, un tanga también negro, unos zapatos de tacón rojos y me acerqué a un espejo para pintarme los labios de rojo. Me miré a los ojos en el espejo y solo decían una cosa: me quiero ir de aquí. Disimulé, sonreí y me giré.

  • Estás guapísima. –me dijo con cariño, antes de darme un beso suave y guiarme hasta la puerta de la sala principal.

La música, que se había escuchado amortiguada y lejana, nos llegó de golpe cuando abrimos la puerta, y nos adentramos en una sala de bar bastante grande. Había bastante gente, aunque no la suficiente para sentirse agobiado o para no poder ver bien todo lo que sucedía. Lo primero que vi fue como un hombre agarraba los pechos de una chica mientras se besaba con otro. Diego también lo vio, y me sonrió.

  • No tenemos por qué hacer nada si vemos que no nos apetece. –me dijo al oído, por octava vez desde que habíamos salido de casa. “No tienes ni idea…” pensé yo, también por octava vez.

Todo había empezado con un comentario “inocente” de mi ama en el que me decía que le apetecía ver cómo se la chupaba a mi marido. Lo siguiente que sabía era que había ido recibiendo mensajes de ella, en los que me dejaba claro que si quería volver a verla lo haría en un local de intercambio de parejas con Diego a mi lado y que tendría que convencerle para probar cosas nuevas.

  • ¿Un trío? –repitió él, con los ojos como platos, el día que se lo propuse. -¿A qué viene esto? ¿Te aburres de nuestro sexo?

  • No me aburro, pero después de tanto tiempo, es algo repetitivo, ¿no? Además tú de más joven decías que querías hacer un trío.

  • Y tú me decías que no. –me respondió él, con cara de desconfianza.

  • ¡Bueno, pues ahora me apetece hacer esto por ti!

  • ¿Con otra chica? –preguntó, después de una pausa.

  • Sí, claro.

  • Bueno, “sí, claro”, me sueltas esto de la nada… ¡quizás es que quieres que te folle otro tío!

  • Coño Diego, que no se puede hablar contigo.

  • Está bien, está bien… me has sorprendido, deja que me lo piense.  ¿Y de dónde sacaríamos a esta otra chica?

“Si yo te contara...”

  • Vi un reportaje sobre un local, un club de swingers, aquí en la ciudad… -contesté, disimulando. A estas alturas era una experta mentirosa, pero me sentía mal, muy mal, por estar haciendo eso.

Nos sentamos en un par de taburetes en una mesa alta y Diego se fue a la barra a pedir. Me sudaban las manos y me incomodaban algunas miradas que ya se habían fijado en mí. En general me había tranquilizado ver que todas las mujeres que había en el local iban más o menos vestidas como yo. Muchas de negro, algunas directamente en ropa interior, otras con vestidos que podrían llevar por la calle. Yo no destacaba. Por lo que hace a los hombres había de todo un poco. Algunos iban con outfits más atrevidos, chalecos de colores, ropa de cuero… Alguno iba completamente vestido (lo que me parecía una ofensa ya que todas las chicas “mostrábamos casi toda la mercancía”), y algún otro iba como Diego, que simplemente se había desabrochado la camisa verde botella que llevaba e iba con el pecho al aire. Por un minúsculo segundo me imaginé cómo habría sido tener esta experiencia en circunstancias normales. Mi marido está bueno, y me niego a decir lo contrario aunque haga milenios que no va al gimnasio o hace deporte. A mí siempre me ha parecido muy guapo, y desde que se dejó la barba de pocos días aún más. Es moreno (con más canas de las que le voy a decir a él que tiene) y tiene pelo en el pecho, aunque en la medida justa. Quizás, solo quizás, si esto se nos hubiese ocurrido a nosotros solos ahora mismo estaría excitada y mirando a la gente del local con otros ojos diferentes a como les miraba ahora.

Porque en ese momento solo deseaba que un señor mayor, de la edad de mi padre o más, que me miraba fijamente mientras me sonreía y se acariciaba la entrepierna, dejara de hacerlo. Diego también había atraído algunas miradas, y volvía a la mesa con mucha prisa para evitar que le interceptara un chico con pantalones de cuero y aceite por el torso. Me reí al ver cómo le sonreía educadamente y venía a mi lado y fue el primer momento de la noche en que me relajé.

  • ¿Y las bebidas? –pregunté.

  • Ahora nos las traen. Pero quiero que se me reconozca el mérito de haber cruzado todo el local para ir a pedirlas, ¿eh? –me dijo, antes de besarme.

  • Bueno, está bien… Supongo que tienes razón y no tenemos que hacer nada si vemos que no nos apet… -intenté decir yo, para animarme o autoengañarme. Pero no acabé la frase porque la vi a ella, y me pasaron mil cosas a la vez. Era la primera vez que Diego y ella estaban en la misma habitación, en mi mismo campo de visión, y sentí como si fuese cuesta abajo sin frenos. Como si me electrocutaran. Como si supiese que después de ese día ya no habría más vida. Era el fin. Y estaba preciosa, y noté que la quería. La quería tocar, mirar, escuchar… levantarme e ir hacia ella. Cada centímetro de mi piel reaccionaba a la visión de la suya, y por primera vez en toda la noche no quería irme de donde estaba.

Estaba espectacular. Llevaba unas medias de rejilla con liguero a la cintura, un culotte negro brillante, unas botas negras y un corsé que resaltaba aún más sus pechos de infarto. Llevaba el pelo en una cola de caballo, sus gafas de pasta negra y mucho más maquillaje de lo que solía. Tardé unos segundos en entender que estaba detrás de la barra, cogiendo unas copas que llevó a una pareja de una mesa cercana. Risueña, volvió a la barra y vi como hablaba con otra camarera,  pelirroja, que le decía algo al oído agarrándola de la cintura. Me parecía como si fuese otra persona… ¿era realmente ella? Amanda se rió, se subió las gafas de pasta en un gesto que reconocí en seguida y cogió dos copas más.

  • ¿… es aquí o fuera? –me di cuenta de que Diego me estaba hablando, pero no tenía ni idea de qué narices me habría preguntado, así que me encogí de hombros mientras veía por el rabillo del ojo que Amanda se nos acercaba. Era raro, muy raro, estar con él y fijarme en las piernas de ella, en los pliegues que el culotte hacía en su entrepierna.

  • Os dejo aquí esto, parejita… -dijo, al dejarnos un par de gintonics.

  • Pero… ¿Trabajas aquí? –pregunté, sin ser capaz de morderme la lengua. Mi marido me miró sorprendido. Claro, no es normal preguntarle a alguien que te está sirviendo si lo hace por trabajo o por placer. Amanda también pareció sorprendida, pero sonrió.

  • No exactamente, soy amiga de los dueños y ayudo algunas veces… ¿Por qué? ¿Puedo ayudaros en algo?

  • No, nada, nada, perdona… -le dije, bajando la cabeza y pegando un buen primer sorbo de gintonic. Iba a necesitar muchos.

  • ¿Y eso? –me preguntó Diego, cuando ella se fue, contorneándose hasta la barra.

  • No, había pensado en preguntarle lo que me decías antes…

Su carcajada se escuchó por todo el local.

  • Entiendo que no lo hayas hecho… Oye, perdona, ¿si quiero follar dónde voy? Aunque a eso viene la gente aquí, ¿no?

El siguiente gintonic fui a cogerlo yo, con la esperanza de poder hablar un momento con Amanda, pero justo cuando me acerqué le llamaron de una mesa y me atendió la estúpida de su amiga pelirroja. Digo estúpida, porque cada vez que mi ama se le acercaba buscaba una excusa para agarrarla de la cintura, del brazo o simplemente mirarle las tetas con descaro. Pensé en pegarme un golpe de cabeza contra la barra. ¿Celos? ¿De verdad? ¿En esa situación? Me negué a darle cancha a esos pensamientos y me bebí el segundo cubata antes de llegar a la mesa.

Diego me daba conversación sobre gente del local, y algunas personas se acercaron a hablar con nosotros. La verdad era que todo el mundo parecía muy agradable y respetuoso. También había una pista de baile y en algún momento fuimos hacia allí a bailar, y yo debía llevar cuatro cubatas cuando oí la pregunta que tanto me estaba temiendo.

  • ¿Te lo estás pasando bien? –me preguntó Diego, muy pegado a mí. Su aliento me hacía cosquillas en la oreja. Hice que sí con la cabeza. -¿Has visto a alguien que te guste?

Quise gritar. Temí hacerlo, quizás no había sido buena idea beber tanto. Quise gritarle que sí, que ella me gustaba, que me encantaba, que con ella yo me transformaba en otra persona más divertida, más apasionada y más alocada.

  • Esa chica me gusta. –le dije, conteniendo mis gritos. –Mucho.

  • ¿La camarera? –me preguntó. –Ya me he fijado que no dejas de mirarla. A ver… es bastante más joven que nosotros, ¿no? Pero no te diré que no tiene una… buena delantera.

  • Ya.

  • Bueno, ha dicho que no está técnicamente trabajando…  ¿Quieres que le vaya a preguntar si le apetece bailar o charlar un rato?

No sé si contesté. Sé que de repente estaba yo sola en mitad de la pista de baile y les veía hablar, cerca de la barra. Ella estaba sentada en un taburete y le cogía del brazo. A mi marido. Mientras él le decía cosas cerca del oído para que le pudiera escuchar. Debía estar notando su olor, aunque no sabía a cuál de los dos me estaba refiriendo. Me distraje porque una mano me tocaba peligrosamente la zona baja de la espalda o la zona alta del culo y cuando terminé de decirles que no, gracias, a una pareja que llevaba antifaces, la encontré muy cerca de mí, sonriendo y bailando. Dios, esa sonrisa.

  • Hola, cerda. –me dijo al oído. Me odiaba por reaccionar de aquella forma a su voz. –Nunca hemos bailado juntas.

Bailamos un par de canciones, muy pegadas, perreando y restregándonos. Sentía la mirada de mi marido, la música en mi cabeza, su culo contra mí, mis pezones duros, la cabeza alcoholizada y mi propio sudor mezclándose con el suyo. Ella me agarró y empezó a bailar muy cerca, poniendo una pierna entre las mías para notar mi humedad. Empecé a restregarme contra su pierna, siguiendo el ritmo de la música y vi cómo sonreía, altiva y dominante como siempre, hasta que no pude más y me lancé contra sus labios para besarla con pasión. Diego tenía la boca abierta.

Nos alejamos de la pista de baile y fuimos a unos sofás que había en el otro extremo del bar, en el que se estaba más tranquilo y se podía hablar mejor. Diego carraspeó, sonriendo como un bobo.

  • Bueno, no sé si os habéis presentado… Alicia, te presento a… -mis sentidos se dispararon: ¿qué nombre le habría dicho mi ama? ¡Cuando yo le hablaba de Amanda le decía que era una del trabajo! ¿Era un nombre suficientemente común para que no sospechara? ¿O ella le habría dado el suyo verdadero? – Amaya. Ella es Alicia, mi mujer.

Amaya. Me estaba vacilando. Ella parecía divertidísima.

  • Encantada, Alicia. Besas y bailas bien. –dijo ella, coqueta. Parecía hasta inocentona.

  • ¿Te apetecería que nos conociéramos más? –le preguntó Diego.

  • Bueno, a ella ya la he podido conocer bastante… -dijo, más sinceramente de lo que mi marido iba a entender. –Pero a ti desde luego que aún no…

Pasó una mano por el borde de su camisa.

  • Todo tiene solución en esta vida, ¿no? –dijo él, que cuando quiere puede ser muy encantador. Se acercó a ella mirándome de reojo para darme la opción a decirlo si me parecía mal. Y a mí se me rompía el alma al pensar en todo lo que le estaba haciendo. Hice que sí con la cabeza. Y se besaron, delante de mis narices, mientras se me encogía el estómago. Ella se empleó a fondo, agarrándole del pelo, acercando sus pechos al de él. Y él también se mostraba apasionado, acariciando su espalda y cogiéndola por el cuello. Yo me mordí el labio.

El beso terminó cuando ella le tiró del pelo para separarse, sonriendo y empezando a mostrar su personalidad real. Estaban los dos respirando con dificultad, excitados. Ella se giró hacia mí.

  • Para ser un tío me gusta bastante, sí.

Y se separó de él, preguntándonos si era la primera vez que íbamos al club, como si no lo supiera. Diego le contestó y le preguntó si solía acabar con parejas chico-chica, a lo que ella dijo que no, que no solía tener sexo en el club y que se consideraba básicamente lesbiana aunque hacia alguna excepción. Charlaban (más que charlábamos) animadamente con mucho  coqueteo y podía ver como “Amaya” cada vez dejaba su mano casualmente más cerca del paquete de mi marido, que se intuía en todo su esplendor.

  • ¿Queréis que nos vayamos a algún sitio más privado? –preguntó ella, de repente. Diego ya estaba de pie, y yo estaba mareada por el alcohol. –Hay habitaciones con cortinas y habitaciones con puerta… Creo que me apetece estar sola con vosotros, ¿qué os apetece a vosotros?

Amaya se alejó para coger su bolso de detrás de la barra, luego bajó unas escaleras y la seguimos por un pasillo lleno de cuartos. Ya habíamos encontrado dónde se follaba en ese club. Algunos espacios tenían cortinas de tiras negras, algunos ni eso, y podía verse perfectamente gente en pleno sexo, gimiendo, lamiendo y follando mientras algunos miraban, otros bebían o todos participaban. Nos metió en la última habitación y cerró la puerta. Era más grande que las habitaciones que habíamos visto. Tenía un sofá enorme, un par de divanes y una barra de pole dance.

  • Las que tienen cama están ocupadas… ¿Nos apañaremos aquí? –dijo, pícara. Se acercó como un felino hacia nosotros y volvió a besarnos, primero a mí, y después a él. –Tú, quítate el vestido.

Reconocí el tono en seguida. Ya no estaba jugando, ya no se hacía la tonta. Ese tono era con el que me daba las órdenes. Obedecí y ella se puso detrás de mí.

  • Bésala. –le ordenó a Diego, y él vino y me besó, con sus labios cálidos, bajo la atenta mirada de mi ama. Vi cómo la miraba a ella pese a besarme a mí, y por algún motivo me excitó. Fue como si fuese la primera vez que me besaba, aunque llevábamos años y más besos de los que podríamos contar.

  • ¿Te gusta cómo te toca tu marido? –me preguntó. Yo buscaba los ojos de Diego, pero él seguía fijo en los de ella. Hice que sí. -¿Sabe cómo tocar a una mujer? –volví a contestarle que sí, aunque era un misterio que cualquiera de los dos se enterase ya que no apartaban la mirada el uno del otro. Ella pasó a hablarle a él. –Pues haz que se moje.

Diego sonrió.

  • No es muy difícil, se moja mucho.

  • ¿Ah, sí? –preguntó ella, juguetona. Odiaba que se hiciera la inocente. Ella era el motivo por el que yo había vuelto a lubricar tantísimo después de un tiempo de estar más discreta.

Se besaron por encima de mi hombro, y me sobaron a cuatro manos. Las cuatro manos que más conocen mi cuerpo y que más saben dónde tocar para que pierda los papeles. Me fui relajando y a los pocos minutos gemía contra el hombro de mi marido mientras él me masturbaba y no se separaba de los labios de Amanda. Yo notaba sus pechos en mi espalda, estaba literalmente aprisionada entre sus cuerpos. Sintiendo sus manos en mi piel, el sonido de sus labios el uno contra el otro y mis gemidos amortiguados.

Cuando se cansó, Amaya se separó de nosotros, nos miró y volvió a acercarse para hacer presión en mis hombros e indicarme que bajara. Se puso de rodillas a mi lado, las dos delante de la bragueta abultada de Diego.

Ella levantó la mano y le tocó, haciendo que él jadeara por lo bajo. Tenía la mano de ella y el pantalón de él a menos de un palmo de mi cara, y podía observar perfectamente cómo le apretaba, le acariciaba, le recorría arriba y abajo. De pronto me cogió la cabeza y me la acercó aún más a él. Me restregó la cara contra su polla. Pude notar su olor a través de la tela.

  • Sácatela. –le ordenó después. –Qué ganas tengo de ver esa polla y cómo te la come tu mujercita… Tú, Alicia… ¿Estás demasiado borracha para hacerlo? – dijo, girándose hacia mí. Yo hice que no lastimeramente con la cabeza, aunque seguro que estaba más borracha de lo que ella habría querido. Mi ama me miró fijamente a los ojos y antes de que yo pudiera ver nada, me dio una bofetada. Me faltó el aliento y la vi sonreír perversamente, con aquél brillo en los ojos. La ensoñación borracha que me quedaba se me pasó de golpe. Lo había hecho delante de mi marido, me sentí humillada y pensé que la odiaba, aunque sabía que no era verdad, como había atestiguado mi vagina reaccionando al golpe. -¿Vas a poder comértela o no?

  • Sí, podré –tuve que acallar un “ama” que por poco se me escapa. Diego me miraba con preocupación, pero al ver que yo le sonreía y me acercaba, acabó de sacar su pene por encima de los calzoncillos. Sonreí y creo que hasta ronroneé. Me encanta esta parte, la de empezar a hacer una mamada, cuando el tío está impaciente y ansioso por notar mi boca, y si mi ama quería un espectáculo lo iba a tener. Empecé a lamer sus huevos, lentamente, y fui haciendo un camino hacia arriba para llegar a la base de su polla. Desde ahí hice una primera pasada hasta el glande con la lengua dura, en punta, antes de volver a bajar para hacer el mismo recorrido pero con la lengua blanda y ancha, lamiendo todo el tronco. Hice el mismo juego varias veces por todo su pene, hasta que estuvo mojado por todos lados, momento en que la cogí con una mano y me la restregué contra la cara. Me encanta hacer esto, pringarme entera, sentir su olor y su dureza contra la piel de mi cara. Mi ama suspiró ligeramente y supe que estaba haciendo un buen trabajo, antes de que cogiera la parte de detrás de mi tanga y empezara a moverlo estirándolo hacia arriba y hacia abajo.

Gemí por el contacto, y volví la boca hacia el glande. Pasé la lengua haciendo círculos por la punta y poco a poco empecé a besarla, húmedamente, haciendo que notara cada vez más mis labios, hasta que me la metí en la boca.

  • Joder, qué cerda y qué guapa se te ve con una polla en la boca. –murmuró ella, acercándose para besarme la mejilla, la oreja, el cuello… Y yo empecé el movimiento de cabeza hacia delante y hacia atrás, mientras dentro de la boca movía la lengua para ofrecerle más sensaciones a mi marido. Gimió, nunca puede evitarlo si hago lo de la lengua. Estuve un par de minutos hasta que él me agarró la cabeza.

  • ¡Oh sí! -dijo mi ama, animadísima. –Fóllale la boca.

Yo paré el movimiento, mientras él empezaba a mover la polla dentro de mi boca, metiéndola y sacándola a placer, con movimientos rápidos. Noté como me resbalaba la saliva y como Amanda se estremecía. Cerré los ojos y me entregué, hasta que Diego paró y yo me la saqué un momento de la boca para descansar las mandíbulas.

  • ¿Te gusta hacer esto? –me preguntó Amanda, muy excitada. Me encantaba verla así y acerqué mi mano a su coño por encima del culotte para notarlo empapado, más digno de mí que de ella.

  • Sí… ¿te gusta verme así? –le pregunté, aunque mi mano ya me había dado la respuesta.

  • Sí, sigue chupándosela. –me ordenó, y yo volví a emplearme a fondo.

  • Si no vas a chupar… ¿puedes quitarte el corsé? Me muero por ver esas tetas. –le pidió Diego. Ella se levantó y se quitó no solo el corsé, sino toda la ropa que llevaba. La polla de mi marido se puso aún más dura en mi boca. –Ven aquí, deja que te toque.

  • Tú no pares. –me dijo mi ama, antes de acercarse a él, que le sobó las tetas a placer. Sentí mi propio flujo escaparse por los lados del tanga. Me moría por ver mejor cómo se las tocaba o lamía, o mejor, por ser yo la que lo hacía. Pero me había dado una orden, así que volví a fijarme en el pene, lo agarré de la base con una mano y empecé a moverlo para que entrara y saliera de mi boca. Escuché cómo se besaban, cómo se tocaban y cómo gemían. Vi una mano de Diego palpar el coño de mi ama y un dedo perdiéndose en las profundidades. Ella se agarró a su camisa abierta y yo se la chupaba con la vista fija en ese coño que hacía que me relamiera.

  • ¿Me la prestas un rato? –escuché que preguntaba ella, entre jadeos.

  • Por favor, no quiero acaparar… -se rió él. Mi ama me cogió del pelo y me guió hasta su coño. Levantó una pierna para darme espacio. Me encantaba su olor, su sabor, sus formas, y estaba muy mojada.

  • Come.

  • Joder… -dijo él, mientras yo me perdía lamiendo a mi ama. Esta vez fue ella la que agarró el pene de mi marido y le masturbaba, mientras seguían besándose, o mordiéndose, o vete tú a saber. Me sentía como si me estuviera perdiendo toda la acción, relegada a quedarme de rodillas. “Como una perra”, pensé. Sentí mi flujo caer por mi muslo al pensar que ella lo estaba haciendo aposta, que me trataba así porque podía. Gemí contra su coño, lamiendo a más velocidad y metiendo los dedos en su vagina. Por un segundo, recordé cómo ese sabor, cómo toda ella era capaz de llevarme al abismo y noté esa hambre, esa sensación de necesidad, de querer más y más y de perder la cabeza, e intenté frenarme. Respiré hondo, apartándome en un esfuerzo por no dejarme ir, por mantener la compostura.

  • Vaya… se ha quedado sin ganas de coño. –dijo mi ama, mirándome con una ceja levantada.

Quizás para darme un momento de paz, quizás para vengarse (algo en mí me decía que era más la segunda que la primera), vi cómo mi ama se tumbaba en un diván y se abría de piernas.

  • Hace muchísimo que no me folla un tío… métemela, Diego, quiero notar qué nota tu mujercita cuando se lo haces.

Él me miró, aun con ese intento de no hacer nada que pudiera molestarme, y luego sacó un condón del bolsillo de su pantalón, se desnudó y se fue hacia ella.

  • Estás muy, muy buena, Amaya. –le dijo, mientras la palpaba. Yo me acerqué, a cuatro patas.

  • ¿Quieres verlo de cerca? ¿Cómo la polla de tu marido entra en otra mujer? ¿En mí? –susurró ella, sonriente y acariciándome la cabeza. Me hizo acercarme a su coño y desplazó su mano hasta mi tanga para acariciarme y meterme su dedo pulgar dentro, mientras el resto de la mano me acariciaba todo el camino hasta el ano. Y así vi en primer plano cómo el pene de Diego se introducía en su vagina, abriéndola a su paso, haciendo que ella chillara. Empezó a masturbarme al mismo ritmo que él marcaba en su coño. Los tres gemíamos, pero cuando sentí un orgasmo acercarse a mí, ella paró en seco. Cerré los ojos, maldiciendo, antes de girarme hacia ella. Estaba muy seria y sólo hizo que no con la cabeza. Creo que Diego no se dio cuenta, entregado como estaba a follársela.

Mi ama sacó el dedo de dentro de mí y me ordenó limpiarlo, antes de cogerme la cabeza y dirigirla hacia sus tetas.

  • Lámelas como una buena perra.

Yo seguía de rodillas y se las chupé enteras, escuchando los gemidos de mis dos amantes.

  • Me voy a correr… -dijo él de repente, aumentando el ritmo. Pero mi ama tenía otros planes. Hizo que él parara, que se quitara el condón y me ordenó masturbarle encima de su coño.

  • Quiero su leche encima… -dijo, justo cuando agarré la polla. Se la veía como una diosa, ahí tumbada dando órdenes, y él apenas si duró un minuto antes de descargar su semen, que dirigí a la entrada de Amanda. Ella sonrió y se inclinó hacia mí.

  • Ahora te lo vas a comer todo. –dijo, con esa maldita voz sensual. –Lo suyo, y lo mío… Y pobre de ti que te retengas… No vas a dejar ni una gota, ¿a que no?

Diego aún temblaba por el orgasmo, y yo temblaba de anticipación. Me puse entre sus piernas, donde momentos antes había estado el hombre con el que me casé, y saqué la lengua para limpiarla.

  • Shhh… Espera, espera… ¿qué prisa tienes? Primero mira lo que me ha hecho tu marido… -me cogió de la cabeza, frenando mi descenso hacia su coño y empecé a marearme, sintiendo que me iba a volver loca. –Y huele nuestro sexo… ¿te gusta este olor? Yy te ha gustado ver cómo me follaba? ¿Ver su leche caerme encima? ¡Contesta!

  • Sí, me ha gustado.

  • ¿Y ahora quieres comértelo?

  • Sí.

  • ¿Cuánto?

  • Mucho.

  • ¿Mucho?

  • ¡Sí, mucho!

  • ¿Y si no te dejara?

Abrí los ojos como platos, incapaz apartar la vista de su coño, húmedo y chorreante.

  • No, tienes que dejarme. Quiero hacerlo. Por favor, por favor.

Ella sonrió.

  • Está bien, cómeme el coño, cerda.

No me importaba que Diego me viera así. Ni que me llamara cerda, ni que me humillara o demostrara como soy. Lo único que me importaba era notar ese sabor. Y joder si lo noté. Pensaba que el sabor de mi ama no era mejorable, pero la mezcla me volvió loca. No podía dejar de sorber, gimiendo, y de ensuciarme la cara con los fluidos de los dos. Mi ama se corrió en mi cara, cogiéndome la cabeza con una mano para que no me apartara de su coño, y yo seguí y seguí pasando mi lengua por todos sus rincones.

Creo que fue ella quién le hizo un gesto a Diego para que viniera y me la metiera. Yo grité, aún más extasiada y perdí el control, perdiendo la capacidad de pensar o razonar, de sentir nada que no fuera la necesidad de placer total y absoluto.

  • No te corras. –me recordó ella, justo antes de explotar por segunda vez en mi boca. Cogí su líquido con un dedo y me lo lamí, momento que ella aprovechó para salir de debajo y acercarse a Diego. No vi que hacían, aunque escuché lo que parecían besos y magreos, antes de notar como una mano volvía a apartarme el tanga y un dedo empezaba a recorrerme el ano. Suspiré.

  • No, eso no le gusta. –escuché que decía mi marido. Ella no pudo evitar una pequeña risa, y yo en otra circunstancia estoy segura de que me habría muerto ahí mismo.

  • Alicia, dile a tu marido si quieres que pare –dijo, altiva y sin apartar el dedo de mi culo.

  • ¡No, no pares! –grité, sin pensar, desesperada. Gemí desesperada al notar su dedo entrando. Hacía rato que sentía que necesitaba correrme e iba a hacer todo lo que ella dijera con tal de que me lo permitiese. Sentí cómo me bombeaban los dos, antes de que Amanda tuviese otra de sus ideas.

  • Espera, Alicia, ¿por qué no le pides a tu marido que te la meta por el culo? ¿Te apetece?

  • Oh, sí… Diego, Diego por favor. Por favor, hazlo. Métemela, métemela.

  • Ali, ¿estás segura? –me dijo él, con la cara algo desencajada. Hasta entonces, siempre le había dicho que no me gustaba. Yo intenté sonreír, aunque solo quería que él se olvidara de ser tan suave y me taladrase de una puta vez.

  • Sí, hazlo. Hazlo. Diego, métemela.

Con movimientos torpes la sacó de mi coño, se puso otro condón y la dirigió a mi culo. Abrí los ojos cuando noté que empujaba… Amanda volvió hacia mí, pasando una mano por debajo de mi cuerpo para acariciar mi clítoris.

  • Que correcto es tu chico, ¿no? –preguntó, antes de acercarse a mi oído y murmurar –Con razón me costó tan poco someterte… Estabas deseando que alguien te tratara como te mereces, ¿no, zorrita mía?

Me corrí en el acto, incapaz de aguantar más todos los estímulos. Amanda puso mala cara, y supe que me lo haría pagar en otro momento. Se separó de mí pidiéndole a Diego que no se cansara aún de mi culo, y me giré para ver cómo iba a buscar su bolsa y cómo sacaba el arnés doble de ella. Se lo puso meticulosamente y volvió, sonriendo perversamente.

  • ¿Nos la follamos a la vez y la volvemos loca?

Me volvieron loquísima. En el momento en que tuve el dildo de mi ama metido en el coño y el pene de Diego en el culo, empecé a moverme como si no hubiera un mañana. Me dejé llevar por la sensación de plenitud, de placer absoluto. Mi cuerpo ardía y mi cabeza flotaba. Uno de los dos me agarró del pelo, mientras el otro me tocaba las tetas, o el clítoris, las caderas, la raja del culo y las nalgas, la boca… sudaba y sudábamos y sentía placer en cada centímetro de mi piel. Estaba tan desbocada que me corrí irremediablemente dos o tres veces más. Diego también gritó, explotando dentro de mí, y mi ama parecía tan en un éxtasis constante como yo.

Salieron y de repente me sentí insaciable, incapaz de notar el cansancio o el dolor en mi cuerpo. Quería más y aunque Diego se derrumbó en un diván, mi ama me conocía lo suficiente para saber que yo estaba lejos de esa relajación. Sacó unas esposas y me llevó a la barra de pole dance, me puso de espaldas a la barra y me ató las manos hacia atrás.

  • Vamos, Diego, no te mueras aún… Quítate ese condón y ven a que tu amada te la limpie.

Mi ama se puso de rodillas detrás de mí, me cogió del cuello con una mano, entre guiando y acompañando mis movimientos de cabeza. Con la otra mano agarró mi hinchadísimo clítoris entre dos dedos y los removió, haciéndome vibrar entera.

  • Se la estás chupando muy a fondo, Alicia… ¿Qué pretendes conseguir? ¿Es que quieres más semen? –me preguntó, sin parar su movimiento de dedos. Hice que sí con la cabeza, abriendo los ojos. Eso era lo que quería, más y más y más.

  • Siento decíroslo, chicas, pero de aquí no va a salir nada hasta dentro de un buen rato… -dijo Diego, riéndose, antes de salir de mi boca y apartarse hacia el diván. –Necesito un descanso.

  • Oooh… ¿un descanso? Con lo buena chica que estás siendo… ¿Y tú, qué quieres?

  • Más.

  • ¿Más qué? ¿Más semen?

  • Sí.

  • Dilo.

  • Quiero más semen.

  • Más alto.

  • ¡Quiero más semen!

  • Diego, abre la puerta. –le ordenó. Mi marido torció la cabeza. –¿Quieres que lo haga? –me preguntó.

  • ¡Sí, sí! –yo gritaba sin saber ni a qué estaba diciendo que sí.

  • Abre la puta puerta, Diego. Y tú, sigue gritando qué es lo que quieres.

No creía que pudiera, pero sus dedos cogieron más velocidad, mientras yo gritaba una y otra vez que quería semen en mi cara. Diego debió abrir la puerta, aunque yo no me enteré, y mis gritos debieron oírse por el pasillo, porque en menos de un minuto había dos tipos en nuestra sala, que se acercaron a mí. Ni siquiera les vi las caras, encontré un pene delante de mis ojos y escuché la orden clara de mi ama.

  • Hazle una de estas mamadas tuyas, cariño. Y cuando se corra, vas a por el otro.

Y yo me porté muy bien, y lo hice.