Mi cambio de vida 7

Soy Alicia, tengo 42 años, marido, trabajo estable, casa y algún que otro vicio. Esta es la historia de cómo me convertí en una esclava, y de lo mucho que lo disfruté. Capítulo VII: Mi transformación

Capítulo VII: Mi transformación

Esperé impacientemente un mensaje suyo. Pero no llegaba. Al cabo de una semana le escribí yo.

“Ama, ¿cuándo nos veremos? Llevo una semana sin correrme. Tengo ganas de masturbarme para ti”.

Esperé tres o cuatro días en mandar el siguiente.

“He follado con mi marido pensando mucho en ti. He tenido que hacer un esfuerzo porque siento que solo con que alguien me agarre la mano podría correrme, pero no lo he hecho. Te lo prometo”.

Luego solo dos días.

“Ama, estoy desesperada, necesito verte, por favor”.

Y al final le escribía cada día.

“Ama, deja de castigarme, te prometo que he aprendido la lección, dime algo, deja que me corra, ven a mi casa o voy yo donde me digas”.

“Ama, he vuelto a hablar con desconocidos on-line. Si quieres te mando las conversaciones. Me he portado bien, como te dije”.

“BFijasbdsluidbf ¿Esto significa que no nos veremos más? ¿Se acabó?”

“Ama, te suplico que me escribas. Necesito tenerte en mi vida otra vez. No dejo de pensar en ti”.

“Ama te echo de menos”.

Un mes. Un mes exacto estuve sintiendo que se me había escapado la felicidad entre las manos. Las primeras dos semanas habían pasado bastante rápido… Entendía que me estaba castigando, entendía que me lo merecía por haberle mentido y me excitaba pensando en sus azotes, en cómo me había usado para excitarse y correrse. Me ponía cachonda incluso no poder correrme, y me encontraba mojándome las bragas en cualquier situación o contexto.

Pero el lunes de la tercera semana fue como si se hubiese levantado otra persona diferente a la que se había acostado la noche anterior. Se me comía la preocupación. No me daba señales de vida, no contestaba mis mensajes. La llamé algunas veces, pero me salía el número desconectado. Empecé a plantearme que quizás tenía que seguir con mi vida sin ella. Que quizás la había perdido, y me hundí. No podía pensar más que en su pelo, en sus ojos, en sus gafas, sus pechos, sus manías, sus gemidos, sus bromas… Sentía que mi marido se preocupaba por mí y seguía preguntándome si había hecho algo… Y yo quería llorar al pensar que tendría que conformarme con mi vida. Solo eso, mi vida.

Y de repente, un sábado a las ocho y cuarto de la noche, me llegó un mensaje.

“Ven ahora mismo a mi casa. Esta es la dirección. Cenaremos y te quedarás toda la noche”.

Parpadeé muchas veces, temerosa de creérmelo y que fuera mentira. Y luego floté, ilusionada, nerviosa, feliz. Me había perdonado, ¡por fuerza! ¡Me invitaba a su casa! No a un hotel como siempre, no… ¡a su casa! ¡Y a pasar toda la noche de un sábado!

Me duché tan de prisa como pude, diciéndole a Diego que se me había olvidado que habíamos quedado con las chicas pero que al día siguiente nos veríamos directamente para comer en casa de su madre. Me depilé con prisas, me quité las ojeras y me pinté los labios rojos, y me vestí como ya tenía planeado vestirme si nos volvíamos a encontrar. Era un vestido nuevo, rojo oscuro, elástico y muy ceñido, de corte vintage, tipo años 50, que me quedaba como anillo al dedo. No tengo mucho pecho (y menos comparado con Amanda) pero en ese vestido se veía redondo y resultón, igual que mi culo. Salí de la habitación para irme cuanto antes, cuando Diego me paró en el comedor.

  • ¡Dios mío! –aulló, mirándome con los ojos como platos. Después de dos semanas de pasearme melancólica por casa, casi sin hablar ni mucho menos arreglarme, verme así tenía que ser un gran cambio. –Este vestido es nuevo, ¿no? ¿Y por qué no lo había visto? Ui ui ui, señorita Alicia, no sé si voy a poder dejarla marchar sin estrenarlo…

Me reí un poco, y me deshice por dentro cuando sentí sus manos recorrer mi cuerpo que tan bien conocían. Sabía exactamente donde tocarme para encenderme. Pero yo no iba a perder el norte, no cuando estaba tan cerca de mi objetivo.

  • Me tengo que ir, Diego, que me esperan. Lo estrenaremos en otro momento, ¿vale?

  • ¿De verdad te vas a ir, dejándome así? –dijo, haciendo que mirara su entrepierna. Le di un achuchón rápido que le hizo boquear, le besé en los labios y me alejé.

  • ¡Que vaya bien la paja, mi amor! ¡Hasta mañana!

Mi ama vivía en uno de los barrios pijos de la ciudad. No en el más típico, pero sí en uno de pisos caros y paseos bien cuidados. Evidentemente yo no había estado mucho por allí. Encontré sin problemas el edificio y el portero me miró con una sonrisa amable.

  • ¿A quién viene a ver? –me preguntó, servicial.

Tuve que frenarme antes de decir que a Amanda. A veces olvidaba que ese no era su nombre real, y que en realidad no conocía ni quién era ella.

  • Voy al tercero. –dije, esperando que no se diera cuenta de que no sabía a quién iba a ver.

  • Ah, sí… ya me ha dicho que tendría visita. Adelante, por favor. –dijo él, señalándome el ascensor. Estaba segura de que me había mirado el culo cuando me había girado para irme. De momento todo eran buenas señales.

Cuando Amanda me abrió la puerta prácticamente me emocioné al verla. Estaba preciosa, llevaba un batín de seda, parecido a un kimono, el pelo suelto y algo de maquillaje, bastante natural.

  • Hola, cerda. –me dijo, bastante seria, y sentí que me llenaba de alegría al oírla saludarme.

  • Hola, ama. –contesté, tímidamente. Ella sonrió.

  • Pasa, no te quedes fuera.

Entré en el recibidor y ella cerró la puerta. Me giré hacia ella, respiré hondo y le solté el discurso que llevaba tanto tiempo preparando.

  • Ama, antes que nada, perdóname. Lo he estado pensando y mis dos errores fueron no haber avisado a Diego de que no quiero que me despierte con sexo, y que te mentí. Lo lamento, tendría que haber hecho caso a mi instinto y haberte mandado un mensaje en ese preciso momento. Lo siento mucho. No quería fallarte.

Ella me miró impasible durante todo el discurso, y finalmente asintió con la cabeza y me dedicó una media sonrisa. Había echado de menos esos labios. Me hizo un gesto con la cabeza para que la siguiera y enseñarme su piso, pero yo apenas si podía quitar los ojos de esa silueta suya. Vivía en un dúplex no muy grande pero amplio y moderno, que en el piso de abajo tenía la cocina americana, el salón-comedor, un baño y una habitación pequeña.

  • Y este es el balcón. –me dijo, abriendo la puerta de la terraza. Fuera estaba bastante oscuro y corría un ligero viento, pero las vistas eran maravillosas. Se veían de lejos las luces de toda la ciudad. Me acerqué a la barandilla para observar el paisaje, diciendo alguna cosa sobre lo bonito que era todo, cuando ella se acercó a mí por la espalda, encerrándome entre su cuerpo y la barandilla. Con una mano me agarró por el cuello, llevándome la cabeza hacia atrás, mientras empezaba a darme pequeños besos por el cuello. Gemí. Esa posición me recordaba a la primera vez que habíamos estado juntas, cuando no sabía ni cómo era ella.

  • Te he echado tanto de menos… -susurré, confesándome, con vergüenza. Noté una lágrima que me caía por la mejilla.

  • ¿Y…?

  • Ni uno solo. Te lo prometo. Desde que me castigaste, ni uno solo.

  • Estás preciosa esta noche. –me susurró al oído, provocando una calidez en todo mi cuerpo.

No dijo nada más. Directamente llevó una mano al final de mi vestido, lo levantó y se metió en mi entrepierna. Gemí muy fuerte, con ganas de chillar, pero ella movió su mano de mi cuello para taparme la boca.

  • Tengo vecinos… -dijo, riendo, antes de morderme el lóbulo de la oreja. Sus dedos se paseaban a sus anchas por mi coño, viajando entre mis labios y mi clítoris, hasta que uno se metió dentro de mí y empezó a entrar y salir, cada vez más rápido. Me agarré con las dos manos a la que ella tenía en mi boca, para intentar apartarla y poder hablar.

  • Voy… ¿podré correrme, ama? –pregunté, con la voz más baja que pude.

  • ¿Estás muy desesperada? –preguntó. Yo hice que sí con la cabeza, esforzándome por no dejarme llevar por el ritmo de sus dedos dentro de mi coño. Sin decir nada más, movió una mano para sacar mis pechos por encima del vestido, pellizcarme cada pezón y volver a taparme la boca con fuerza. Sentía el viento en los pezones, sus dedos cálidos contra mis mejillas, su respiración en mi oído y su otra mano aumentando el ritmo dentro de mí. Yo seguía preguntándome si podía relajarme.

  • Aún no. Como te corras sin mi permiso te vas a casa –me dijo, al oído. Yo sentí el pánico en la garganta y traté de respirar profundamente, creyendo que no iba a conseguir lo que me pedía. Correrme sin su permiso había sido lo que nos había llevado a estar un mes separadas. No lo podía permitir. Me concentré en dominar mi cuerpo, en no dejarme ir a pesar de sus esfuerzos. –Suéltate de la barandilla… quiero una mano tuya en una teta y la otra acariciándote el clítoris. –me ordenó.

Yo hice que no con la cabeza, desesperada: ¡si me corría me echaría de su casa! Pero tenía que hacerlo. Me maldije mientras con la mano izquierda me agarraba el pecho izquierdo, y la derecha iba a comprobar cómo de mojada estaba, haciendo círculos alrededor del clítoris. Empecé a chillar contra la mano de mi ama, negando con la cabeza, con todo el cuerpo tensionado y la sensación de que no iba a poder dominarlo. Sus dedos iban a una velocidad vertiginosa y conocían demasiado bien mi vagina para que de normal no me corriera en solo unos minutos. Y en ese momento nada era normal, ¡llevaba un mes sin correrme y ella volvía a tocarme!

  • Aguanta. –me murmuraba al oído. Me lloraban los ojos y sentía que iba a explotar, y cuando de verdad creía que no lo iba a conseguir, paró. Salió de dentro de mí y me hizo parar, antes de alejarse de mí.  –Buena chica.

Me sentía como una hoja contra el viento, me vibraba todo el cuerpo y no estaba segura de si no iba a correrme aunque no tuviera ningún estímulo. Me costaba respirar.

  • Ven aquí, esclava.

Me giré despacio y la encontré sentada en una silla de la terraza, con el batín medio abierto y sus pechos desnudos mirándome descarados. ¡Dios, cómo los había echado de menos! Eran perfectos, con su redondez idílica, los pezones erectos y preciosos. La imagen de todo lo sensual y erótico del mundo se resumía en aquel par de tetazas. Seguí bajando la mirada por su cuerpo pero el batín y la poca luz no me permitían ver más allá de su ombligo. Cogió la mano, llena de mis jugos, y empezó a pasar los dedos por sus pechos, lentamente, mojándolos de mí. Temblé de anticipación: iba a hacer que los lamiera.

  • De rodillas. –obedecí, acercándome entre sus piernas abiertas al objeto de mi deseo. – Quieta. –me dijo, cuando las tenía a pocos centímetros de la cara. Con lentitud, me cogió el pelo como si me hiciera una cola. -¿Hueles tu sexo? ¿Puedes oler tu puta lujuria?

Hice que sí con la cabeza, arriesgándome a acercarme un poco más a esos pechos. Noté como me estiraba el pelo.

  • ¿Tienes ganas de chuparme?

  • Muchas, ama.

  • Saca la lengua. –lo hice pero no llegaba a tocar la punta de su pezón. -¿No llegas? ¿Ni haciendo un esfuerzo?

El pelo me tiraba cada vez más, mientras yo intentaba hacer fuerza para llegar al pezón derecho, y crecía mi propio dolor y mi desesperación por tocarla. Noté una gota de mi flujo resbalarse por mi muslo.

  • Vas a tener que suplicar.

  • Oh, sí, ama… Por favor, por favor, te lo suplico, deja que llegue a tus tetas, por favor, necesito lamerlas, quiero chuparlas, besarlas, tocarlas… No puedo ser feliz sin ellas, ama, ahora ya lo sé. Deja que te de placer con ellas, sabes que puedo hacerlo, que lo que hago te gusta… Por favor, ama… Necesito notarlas en la lengua… Ama por favor… Lo necesito…

Una segunda gota de mi propio flujo resbaló por el otro muslo, a gran velocidad.

  • Está bien. Vas a lamerlas. –dijo ella, sin cambiar de posición. Yo no podía apartar la mirada de esos pechos relucientes por mis jugos. –No te vas a dejar ni un solo centímetro de mis pechos sin lamer, y cuando ya no quede ni rastro de tu sabor en ellos, seguirás bajando por toda mi piel hasta llegar al coño. ¿Quieres comértelo también?

  • Oh! Oh sí, me gustaría mucho. Haré que te corras en mi cara, te lo prometo.

  • Buena chica. –dijo Amanda, antes de darme un último tirón en el pelo y soltarme.

Y entonces perdí el control. Me lancé contra ella con hambre, con un hambre que no había sentido jamás. Sentí que me estaba convirtiendo en un animal salvaje, mientras chupaba desesperada sus pezones, sus aureolas, sus pechos por encima, por debajo, me ahogaba entre los dos, notando cómo me ensuciaba la cara de mi propio sexo y lamiendo hacia un lado y otro. Era lo mejor que había hecho en mi vida, y todo lo demás no tenía sentido. Me sentía incapaz de pensar, incapaz siquiera de distinguir si estaba teniendo un orgasmo eterno o si lo que sentía era felicidad. Me guiaba por el olfato, por el sabor, por la pura necesidad de sentir todo ese placer recorrer mi cuerpo.

Sin mucha delicadeza fui descendiendo, lamiendo su estómago, su barriga, sus costados. Casi ni podía oír si ella reaccionaba a mis gestos, de lo entregada que estaba a gozar de esa carne como un depredador después de un mes sin comer. Llegué a sus ingles y las recorrí enteras, apenas resistiendo el olor de su sexo, pegando pequeños mordiscos por el camino, lamiendo sus muslos y sus labios mayores. Ella se inclinó más, dejándome vía libre y recorrí sus labios menores, introduciendo la lengua en su vagina con frenesí, sorbiendo su sabor y empapándome de ella. Sentía que me volvía loca y me daba igual. Con las manos agarré sus caderas para poder atraerla hacia mí, y me entregué por completo a seguir mis instintos, a lamer, chupar, sorber, besar, succionar, meterme y enterrarme mientras ella se corría dos veces seguidas en mi cara, jadeando sin parar.

Yo seguía entregada a mi misión cuando ella se incorporó, sudorosa, y me agarró la cabeza para separarla de su entrepierna. Al primer momento no entendía por qué me quitaban mi manjar, pero su cara era de orgullo y amor, y me levantó del suelo con cuidado, llevándome hasta el baño. Cuando me vi no me reconocía en el espejo. En lugar de mi reflejo había un ser salvaje de ojos muy abiertos, con las tetas fuera del vestido, que estaba arrugado hasta la cintura, el pelo completamente despeinado, la cara brillante, el maquillaje fuera de su sitio y una humedad entre las piernas que llegaba hasta las rodillas. Mi ama me limpió, amorosa, mientras me decía que lo había hecho muy bien y que me daría un premio después de que cenáramos algo.

Me sentía fuera de mí misma mientras nos sentábamos en los taburetes de la cocina, permitiendo que nuestras piernas se rozaran cada vez que nos movíamos. Ella ponía ágilmente platos y palillos delante de nosotras, servía el sushi que había pedido para cenar y vertía salsa de soja en un pequeño bol. Yo la miraba, más consciente de su tacto contra mi piel y del palpitar de mi sexo que de qué ocurría en el mundo exterior.

Empezamos a comer y a cada bocado sentía que volvía un poco en mí misma, como si al comer la sangre se re-distribuyera por mi cuerpo y algunas gotas volvieran a mi cerebro. Volví a conectar con la realidad e incluso pude observar el apartamento, que aún no había visto de verdad. Era bonito, se veía todo bastante nuevo y muy limpio, y la decoración era variada, con muchas fotografías de paisajes y algunos objetos de aspecto africano. Cada vez me crecía más la curiosidad: ¿qué tipo de vida había tenido mi ama?

  • Gracias por invitarme a tu casa. –dije, rompiendo el silencio en el que habíamos comido toda la cena. Ella sonrió, con sinceridad.

  • Antes te has ganado un premio. –me contestó, sirviéndome un chupito de sake. –Te voy a conceder una pregunta.

  • ¿Una pregunta?

  • Sí, sobre mí. ¿Hay algo que quieras saber? La voy a contestar sea la que sea.

Se me abrieron los ojos como platos, mientras me bebía el licor. ¿Qué si había algo que quisiera saber? ¿Cómo te llamas? ¿De qué trabajas? ¿Me has echado de menos este mes? ¿Tienes alguna otra esclava o esclavo por el mundo? ¿Tu familia es rica o de donde te llueve el dinero? ¿De dónde sacaste toda la información sobre mí? ¿Por qué yo? ¿Vas a desaparecer en algún momento de mi vida? ¿Existe la posibilidad de que me convierta en alguien tan importante para ti como lo eres tú para mí? ¿Cómo supiste que Diego me había comido el coño?

Estuve varios minutos pensando, mientras ella nos servía un segundo chupito. Tardé tanto en escoger que empezó a distraerse abriéndome las piernas y acariciándolas.

  • ¿Qué has hecho este mes? –pregunté finalmente, notando que me ponía a juego con mi vestido rojo. No quería que sonara a que estaba preocupada, pero era una pregunta suficientemente amplia para que me contara lo que ella quisiera. Torció la cabeza, sorprendida por mi pregunta.

  • No sé exactamente qué quieres que te diga… He estado veinte días en Noruega por trabajo, volví antes de ayer. –hizo una pausa, mientras seguía masajeándome las piernas. –No he chantajeado a nadie para que se convierta en mi esclava, si por ahí va tu pregunta… -dijo, encogiéndose de hombros, con los ojos fijos en los míos. Intenté disimular mi alivio, porque no voy a negar que se me había pasado una, dos, y quince veces por la cabeza que me hubiese substituido –Y sobre tus mensajes, al principio estaba muy enfadada y me molestaban bastante, pero después me di cuenta de que estabas realmente arrepentida. Y es por eso que estamos hoy aquí.

La respuesta había sido generosa y me sentía tan agradecida que tenía ganas de llorar.

  • ¿Estás contenta con lo que he hecho por ti? –me preguntó, observándome detrás de esas gafas de pasta negra. Hice que sí con la cabeza.

  • Bien, es tu turno. –contestó, retirándose de mis piernas.

  • Pero tú lo sabes todo de mí. –contesté, sin entender. Ella se rió de mi comentario.

  • No, no es tu turno de responder, es tu turno de hacer algo por mí. Ven conmigo.

Me cogió de la mano y cuando empezamos a caminar me di cuenta de que yo no llevaba braguitas. ¿Dónde se habían quedado? ¿En qué momento las había perdido?

Me condujo escaleras arriba, hasta la primera habitación. Cuando entramos, vi que había montado lo que parecía un estudio de fotografía, con tres cámaras en trípodes a diferentes alturas y un rollo sinfín en la pared, de los que colocan en los estudios para que no se distinga la pared del suelo. Había un puff y varios cojines en el suelo, y una cesta grande, de mimbre, cercana al resto de objetos.

  • ¿Y esto? –pregunté, al entrar.

  • Quiero hacerte fotos, Alicia. Quiero hacerte fotos antes del sexo, durante el sexo y después del sexo. –me hizo girar para que la mirara a los ojos y vi que me observaba exigente. –Ya tengo fotos tuyas, sí. Y vídeos. Fueron mi material para someterte… Ahora quiero más. Quiero que me entregues más material, que te entregues a mí por voluntad y de forma tan comprometida que nunca más puedas ni pensar en mentirme.

Hice que sí con la cabeza, aturdida.

  • ¿Lo harás?

  • Haré todo lo que me pidas, todo lo que quieras y todo lo que pueda hacerte feliz. –respondí, sin siquiera pensar la respuesta, aunque me daba mucha vergüenza tener que posar delante de ella. Me besó en los labios, tierna, y me mandó ir a retocarme para salir decente en las fotos, “al menos en las primeras”, añadió mientras me iba al baño. Me peiné como pude, me maquillé y volví, muerta de la vergüenza.

  • Ama… No encuentro mi ropa interior.

  • Ni la vas a encontrar, pero tranquila… no la vas a necesitar. Ahora ven, colócate aquí.

Nunca en mi vida había hecho algo parecido, me sentía intimidada e incómoda mientras me sacaba las primeras fotos.

  • Baja un poco la cabeza y mírame… Exacto, como arrepentida, ahí… Ahora gírate hacia la pared, exacto, vamos a ver el culazo que te hace este vestido y ahora gira solo la cabeza hacia mí… Bien, ahora vuelve a girarte, qué recatada se te ve… levántate la falda y enséñanos a mí y a las cámaras el coño, anda. Ponte de rodillas, y agárrate el pelo… Bien, y a cuatro patas… Ofrécenos tu culo. Como si quisieras seducirnos. A ver, túmbate boca arriba. –dijo, arrancando una de las cámaras del trípode para ponerse encima de mí. –Ahora sácate las tetas. Apriétalas. Pellízcate los pezones.

Después de eso se puso entre mis piernas, haciendo fotos de mi coño en primer plano, algunas con mis pechos y mi cara de fondo, desenfocadas, y otras con mi mano acariciándome. Hicimos lo mismo boca abajo, de mi culo en primer plano y del tatuaje de la parte baja de mi espalda con el que tanto se metía conmigo. Luego sacó un vibrador del cesto de mimbre y me hizo metérmelo entero en la boca. Ella no paraba de sacar fotos de todo, parecía encantada, aunque yo seguía un poco intimidada por la situación.

  • Bueno. –dijo, de repente. –Ha llegado la hora de empezar a jugar.

Volvió a dejar la cámara en el trípode y se ató una máscara de media cara, de color negro con líneas doradas. Traía un mando a distancia para hacer fotos desde dentro de la escena, y se acercó a mí con el cesto en la mano. Lo primero que hizo fue ponerme un collar, de cuero y apretado a la garganta, que llevaba una argolla en la parte posterior y otra en la parte de delante.

  • Saluda a la cámara de la derecha. –me dijo de repente, poniéndose detrás de mí. –Está filmando una porno, ¿sabes?

Yo obedecí y saludé, sintiéndome mal y profundamente vulnerable. Estaba de rodillas, con las piernas bastante abiertas y las tetas al aire. Ella empezó a masajearlas y el efecto fue inmediato: mi humor ya empezaba a cambiar. Gemí suave, mientras ella apartaba el pelo de mi hombro para morderlo con mucha fuerza. Escuché el sonido de los disparos de la cámara mientras gritaba de dolor, y cuando el grito se fue tornando en placer, a medida que su mano descendía y me acariciaba la entrepierna. Con manos ágiles, empezó a acariciarme por delante con una mano, mientras la otra se dirigía a mi culo y recuperaba mi propio lubricante hacia ese agujero.

  • ¿Qué ha pasado antes, esclava? –me susurró. Yo volví a conectar las neuronas para poder entender a qué se refería. –En la terraza. Cuando parecías un animal.

  • He… he perdido el control, ama.

Un dedo suyo daba vueltas alrededor de mi ano, apretando ligeramente.

  • Quiero que lo vuelvas a hacer. –dijo, empujando el dedo hacia adentro.

  • No… -supliqué yo, sin saber exactamente a qué me refería.

  • Oh sí, ya lo creo que sí… -afirmó, con una risita.

Se movió muy rápido, empujándome hacia adelante y quitando la mano que tenía en mi coño para sujetar la argolla trasera de mi collar. Me ahogaba un poco, pero no parecía importarle. Sin darle muchas más vueltas metió el dedo en mi culo, moviéndolo hacia delante y hacia atrás.

  • Hoy las dos hemos descubierto a una nueva Alicia… Y es una salvaje, ¿verdad? Una auténtica loca del sexo… ¿Eso es lo que eres? ¿Lo habías estado disimulando? ¡Contesta, cerda!

Hice que sí con la cabeza, avergonzada y concentrada en las sensaciones que me daba mi cuerpo. Ella sacó el dedo de mi culo y cogió algo de la caja de mimbre. Era una bala vibradora, que me ordenó clavar en mi clítoris mientras ella seguía jugando con mi culo.

Siguió lubricando mi entrada con mis propios jugos, mientras yo gemía por la vibración directa y fuerte en mi hinchado clítoris, hasta que empezó a empujar un plug anal de varias esferas dentro de mí. Yo seguía escuchando los clics de la cámara de fotos, mientras ella volvía a ponerse el arnés doble y, sin quitar el plug de mi culo, me penetró el coño con fuerza. Aullé, más que chillar, y sentí el abismo delante de mí. Me sentía llena, más llena de lo que nunca había estado, y ella volvía a ahogarme con la argolla del collar.

  • Los orgasmos los voy a tener yo, no tú. –dijo, de repente, entre mis alaridos. Y así, de repente, sucedió de nuevo. Como un clic de los de la cámara, algo cambió dentro de mí, y volví a perder el control. Me sentía desesperada, hambrienta, necesitada, al límite de todo lo que mi cuerpo podía contener. Empecé a moverme contra ella, penetrándome como una loca, sin ser capaz de ver ni recordar nada más que el placer que me recorría por dentro. Salió de mí y me hizo chupar el dildo que había tenido dentro, cosa que hice con desespero, antes de que metiera un vibrador en mi coño, lo dejara ahí y me mandara disfrutar de su cuerpo. Sentía mi columna vibrar, estremecerse y que lo único que me importaba era ver su cara al correrse, detrás de esa máscara que le daba un aire misterioso, casi inhumano. Necesitaba saber que le daba ese placer, necesitaba sentirla en mi boca, en mis manos, en todo mi cuerpo. Me restregué contra ella, mientras el vibrador prácticamente resbalaba de mi interior, y volví a lamerla entera. A cuatro patas, le lamí las nalgas, y me dediqué a pasear la lengua por su ano como nunca había hecho con nadie, ni me había planteado siquiera hacer. La escuchaba gemir mi nombre, cuando me quité el vibrador y se lo metí a ella, haciendo que se corriera. No sé decir todo lo que hicimos, recuerdo caos de manos, coños, juguetes y gemidos. Creo que pasaron horas. Y al final, llegó el momento. Con movimientos bruscos me puso de rodillas y me hizo caer hacia delante, con el culo en pompa. Me cogió las manos, me las ató en la espalda con unas esposas y me apretó la cabeza contra el suelo.

  • ¿Recuerdas esta posición, perra?

Sí, la recordaba clarísimamente. Sin soltarme la cabeza me azotó las nalgas, dos, tres, cuatro, diez veces.

  • ¿Y esto? ¿Lo recuerdas?

Sentía cómo se movía el plug que seguía dentro de mí con cada nalgada, hasta que empezó a pegarme, mucho más suave, en el coño. Yo gritaba que lo recordaba, que nunca se me iba a olvidar.

  • Eres mía, ¿me oyes? Mía, para siempre.

Sin dejar de apretarme la cabeza contra el suelo agarró un vibrador ondulado y empezó a follarme a un ritmo salvaje.

  • Ahora sí, zorra. Ahora lo vas a hacer porque yo te lo ordeno, y eso es todo lo que importa. Córrete para mí.

Fue el mejor orgasmo de mi vida, con diferencia. No sabía que podía llegar a sentirme así. Fue acabar de escuchar su frase y empezar a explotar, sintiendo oleadas de placer increíblemente intenso salir de mi sexo y expandirse por el resto de mi cuerpo. Lo mojé todo y cuando terminé no sabía si sería capaz de moverme nunca más. Ella se secó las manos con mi vestido, que seguía arrugado en mi cintura y se alejó para volver a traer su cámara. Me hizo primeros planos de mi cara, de mis pechos, de mi culo y de mi coño. Fue moviéndome a voluntad para retratar cada ángulo de mi desmayado cuerpo. Al final me quitó el vestido, desabrochándolo por la espalda y tirando de él con fuerza, y siguió haciéndome fotos de mi cuerpo desnudo. Con cuidado, me quitó los juguetes que seguían dentro de mí, y me llevó hasta su cama.

  • Te perdono, Alicia.

Y yo dormí feliz.