Mi cambio de vida 6

Soy Alicia, tengo 42 años, marido, trabajo estable, casa y algún que otro vicio. Esta es la historia de cómo me convertí en una esclava, y de lo mucho que lo disfruté. Capítulo VI: Sin permiso.

“Diego quiere follar. ¿Puedo?”, le escribí. Me había encerrado en el baño y miraba atenta la pantalla de mi teléfono.

“¿Estás cachonda?”

“Un poco”, le contesté. Y era verdad, aunque sospechaba que el motivo por el cual me estaba excitando era el hecho de pedirle permiso a mi ama para tener sexo con mi marido, más que por el sexo en sí. Tenía un punto humillante, cederle a una chica de unos 25 años el poder de decisión sobre mi cuerpo y la relación con mi marido. Me excitaba y me mareaba a partes iguales, pero recordaba su cara, con los ojos brillantes y la mirada amenazante, cuando me había puesto la norma de pedirle permiso antes de tener sexo, una de sus manos cogiéndome la cara y la otra enterrada en mi vagina, y no podía hacer más que obedecer ciegamente.

“Está bien, esclava. Fóllale, tú estando encima. Pero que en ningún caso te coma el coño, no me apetece compartir su sabor”.

Sus respuestas eran de lo más variadas, a veces me prohibía besarle, a veces directamente no le apetecía que me acostara con él, y otras podía hacerlo como yo quisiera. La única condición era que siempre tenía que consultarle a ella primero. En alguna ocasión no habíamos podido hacerlo porque ella no contestaba, y Diego no entendía qué me pasaba. Pero cuando lo hacíamos yo estaba más exultante que nunca, más apasionada y mojada como hacía años que no me ponía… Así que supongo que a Diego le parecía bien que estuviera dubitativa a cambio de estas mejoras.

“Gracias Ama, como tú quieras”.

Salí del baño y me empleé a fondo, llevando a mi marido a la cama, lamiendo su cuerpo y cabalgándole como si estuviera en celo. Me encantaba imaginar que ella podía verme. A veces me hacía explicarle con todo lujo de detalles cómo había sido el polvo y me excitaba pensar que como más cerda me comportara con Diego, más podría contarle a mi ama.

Fue un buen polvo, no de los mejores de nuestra historia, pero por encima de la media de los últimos años, así que me quedé dormida con tiempo suficiente sólo para poder activar la alarma del día siguiente para ir a trabajar. Estaba durmiendo en la gloria, cuando me desperté, sorprendida por mis propios gemidos en la oscuridad, al borde de un orgasmo que no pude parar.

  • Pero… ¿pero qué está pasando? –pregunté, encendiendo la luz cuando me recuperé. Diego estaba entre mis piernas, lamiéndose los labios con cara de orgullo y satisfacción.

  • Hacía demasiado que no te despertaba así, ¿verdad?

Me inundó el pánico por unos segundos, aún con las neuronas lentas por estar dormida. Me había hecho un cunnilingus, cuando mi ama me lo había prohibido tajantemente. Me había corrido sin decírselo a ella.

  • ¿Qué sucede? –preguntó Diego, confundido. –Pensaba que esto te encantaba.

  • ¡Me has comido el coño!

  • Sí, ¿y qué? ¡Ni que fuera la primera vez! ¡Te encanta que te despierte así, me lo has dicho un millón de veces!

  • Pues prefiero que no lo hagas más, Diego.

  • ¿Qué? ¿Por qué no?

  • ¡Porque lo digo yo!

Me giré en la cama y cogí el móvil, sin saber qué hacer con él. ¿Qué le iba a decir? ¿Merecía la pena mandarle un mensaje? Intenté calmarme.

No seas burra, Alicia. No pasa nada, ella nunca se va a enterar y que tengas juegos con ella no significa que no puedas seguir con tu vida. Cálmate, no vas a mandarle nada a nadie. Respiré hondo varias veces, convencida de que todo iba a salir bien y me volví a dormir.

“Al salir del trabajo ven directa a esta dirección. Habitación 801”.

  • ¿Me estás escuchando, Alicia?

  • Sí, perdona… -mi jefa me miraba con cara de pocos amigos, los brazos cruzados y el ceño fruncido. Pensé que tenía que añadir alguna cosa más para que me dejara salir puntual y excusarme por haber mirado el móvil. –Es mi hermana, que necesita que hoy le recoja los niños de la escuela y me está pasando la ubicación…

  • Pues las muestras tienen que salir hoy, ¿me oyes? Me da igual si tienes que ir a la mismísima fábrica a recortar pedazos del material… Hazlo como quieras pero mañana por la tarde como mucho tienen que estar en Italia, y con mensajería de devolución con la misma rapidez, sino no llegaremos a tiempo para el pedido. Y llámales para confirmar las medidas.

Salí muy justa del trabajo, como no podía ser de otra forma, y cogí un taxi para que me llevara al hotel que me había mandado esa vez. Empezaba a ser una experta en hoteles buenos de nuestra ciudad. Me miré en un pequeño espejo que llevaba en el bolso: estaba hecha un desastre. Me pinté los labios de rojo en el mismo taxi e intenté hacer algo con mi pelo, pero estaba lacio de todo el día yendo de acá para allá. Ese día no sabía que iba a verla así que tampoco me había preocupado por mi aspecto hasta ese momento. Le mandé un mensaje a Diego conforme iba a llegar más tarde de lo que esperaba. Salí del taxi corriendo, viendo que llegaba más de un cuarto de hora tarde, y subí hasta la octava planta. Era la planta Premium, solo para suites, y me dirigí a la puerta de la 801 como un rayo. Estaba entreabierta y entré sin picar.

  • Llegas tarde. –dijo su voz, desde uno de los sofás.

  • Lo siento, me era imposible salir antes del trab… uau. –no pude terminar la frase. Estaba sentada en el sofá, en ropa interior de color vino que destacaba con su piel, con encajes y los tirantes en cruz en la espalda. Llevaba el pelo recogido en un moño, su clásico eyeliner grueso e iba sin sus gafas, cosa que me extrañó. Era una imagen muy erótica.

  • ¿Tienes algo que contarme? –preguntó. Aún no se había movido del sofá y yo me hice la fuerte.

  • No, ¿a qué te refieres?

  • Quítate las bragas y ves a la cama. –me ordenó. Estaba bastante fría, pero no quería perder la calma así que obedecí sus órdenes, como siempre. Ella se acercó y me puso de cuatro patas, tirándome con gestos no muy amables. Me inclinó la espalda hacia el colchón y me agarró las manos en la espalda, dejándome con la mejilla encima de las sábanas y el culo en pompa. Sentí cómo me ataba las manos con unas esposas y empecé a excitarme, aunque había ido increíblemente al grano y la sentía un poco extraña. Con las  puntas de los dedos cogió mi falda y la levantó hasta dejarla en mi cintura.

  • No me gusta que me mientas, Alicia. –dijo, con voz seria.

  • ¿Qué? –empecé a preguntar, pero no pude terminar porque me dio un azote en la nalga derecha que me hizo chillar. Me había dado bastante fuerte.

  • ¿Qué pasó ayer por la noche, esclava?

  • ¡Nada!

Volvió a darme una cachetada que resonó por toda la habitación.

  • ¿Y pues?

  • No sé de qué me… ah!!

  • Sé sincera, Alicia, que te juegas mucho.

Resistí un par de azotes más, antes de aceptar lo evidente: sabía que le estaba mintiendo.

  • ¡Vale, sí! ¡Pasó algo!

  • ¿Qué pasó?

  • ¡Diego me comió el coño!

Se hizo el silencio. Y luego, otro azote. Y otro. Y otro. Y otro. Nunca me había dado con tanta fuerza hasta entonces. Yo chillaba. Y me mojaba.

  • ¿No te lo había prohibido?

  • Sí, sí, lo siento ama… ¡pero cuando me di cuenta ya no podía hacer nada!

  • ¿Y encima te corriste, no, cerda?

Hice que sí, con la cabeza aplastada contra la cama, mientras ella me azotaba una vez y otra, y yo gemía. Debía de tener el culo completamente rojo.

  • Serás mala. No me puedo creer que me hayas mentido. No te mereces nada de lo que hago por ti, ni que siga sin decirle a tu queridito Diego lo guarra que eres.

  • Lo siento, lo siento… estaba asustada…

  • ¿Quién es tu ama? ¿Eh? ¿Quién decide cuando este coño –dijo, metiéndome dos dedos directos en la vagina. Yo gemí aún más fuerte. –tiene un orgasmo?

  • ¡Tú, tu eres la única que puede decidirlo, ama!

Salió de dentro de mí y volvió a azotarme un par de veces, antes de alejarse, quitarse las bragas y abrocharse un arnés doble. Se acercó a mi coño mientras yo temblaba y sentía el calor y el dolor en mis nalgas.

  • Di qué eres. –me ordenó, mientras introducía poco a poco el dildo en mi coño.

  • ¡Soy tu esclava, soy tu juguete!

  • ¿Y qué más? –ya lo tenía completamente dentro, y mi ama me agarró del pelo haciendo que ladeara la cabeza.

  • ¡Soy una cerda, me vuelve loca el sexo y tú eres la única que lo sabe! ¡Soy tuya!

Salió de dentro de mí y volvió a entrar de golpe.

  • ¿Y por qué me mientes?

  • No lo sé, lo siento, ¡lo siento de verdad! –chillé, desesperada, mientras ella volvía a salir del todo para volver a entrar. -¡No lo volveré a hacer!

  • ¿Lo prometes?

  • ¡Sí, lo prometo!

  • Nunca más, Alicia.

  • No, nunca… nunca, ama, te lo prometo.

Me agarró de la cintura, clavándome ligeramente las uñas, y empezó a follarme a la vez que se follaba a sí misma.

  • Eres mi esclava y yo soy quién dice qué puedes y qué no puedes hacer. Repítelo.

  • Soy tu esclava, tú decides sobre qué puedo y qué no puedo hacer.

  • Eres mi puta.

  • Sí, soy tu puta.

  • Harás cualquier cosa que te diga.

  • Todo, todo, cualquier cosa que me digas la haré, ama.

Empezó a ir más y más de prisa, llenando mi coño una y otra vez, con nuestros gemidos mezclándose en el aire y el placer recorriendo cada centímetro de mí. Sentía el peso de mi cuerpo contra mi cara y un entumecimiento en los brazos de tenerlos atados en la espalda, pero sobretodo la sentía a ella, empujando contra mí, clavándome las uñas sin piedad.  Lamentaba no poder verla porque imaginaba cómo debían brillarle los ojos y la expresión de superioridad en su cara… Me di cuenta de lo feliz que era en ese preciso momento. Así, con el coño lleno, maniatada por mi ama y escuchándola gemir.

  • Ni se te ocurra correrte, cerda. –me dijo, con un tono muy cortante. Me quedé clavada por el tono de su voz, mientras ella seguía bombeando una y otra vez y llegaba al orgasmo con un grito. Resoplando y recuperándose salió de dentro de mí y se quitó el arnés. Yo no me había movido, cuando ella vino a abrirme las esposas de las muñecas.

  • Ya puedes irte con tu marido.  –me dijo, secamente. Yo sentí que temblaba, no me gustaba el sonido de aquella frase. Me acerqué al sofá para recoger mi ropa interior mientras ella iba hacia el baño. –Ah, -añadió, con una sonrisa. Era la primera que le veía sonreír en todo el rato, y sentí un calor recorriéndome. –no hace falta que me escribas. Puedes follar y masturbarte tantas veces como quieras. Pero te prohíbo tener ni un solo orgasmo. Ni uno solo. Y no te confundas: miénteme una sola vez más y no dudaré en mandarlo todo a la mierda.