Mi cambio de vida

Nunca había pensado en hombres. Pero un compañero de estudios se convirtió en mi amigo, mi amante y, finalmente, mi marido.

Mi cambio de vida

Yo tenía 23 años cuando conocí a Miguel. Estudiábamos en la universidad, él era mayor que yo, tenía entonces 33 años. Estaba estudiando su segunda carrera y se veía como todo un hombre entre el resto de alumnos más jóvenes, incluso alguna vez lo confundían con el profesor. Íbamos juntos a clase de un par de asignaturas y coincidimos en el mismo grupo de una práctica. Se trataba de un proyecto complicado al que dedicamos muchos días y hora. Éramos 4 en el grupo, Miguel, yo, Javier y Ana. Javier y Ana eran de mi edad y ya nos conocíamos de antes. Nos faltaba un miembro para el grupo y Miguel nos preguntó si podía unirse a nosotros pues no tenía grupo. Al estar trabajando, no se prodigaba mucho en venir a clase y eso le hacía no conocer mucha gente, aunque en cierto sentido era bastante popular, pues se sabía que las chicas lo tenían marcado como un bollo. Miguel es alto, muy masculino, con un cuerpo atlético y siempre venía trajeado a clase, ya que venía desde su trabajo. No pocas veces, había oído comentarios sobre él a chicas de la facultad. Cuando se unió a nosotros, Ana se emocionó. Vinieron sus amigas a decirle que qué suerte que tenía que lo iba a conocer bien. Con el desarrollo de la práctica fuimos conociéndonos y así nos enteramos, gracias a las preguntas indiscretas de Ana, que era soltero y vivía solo en su apartamento. Quedábamos los fines de semana en la facultad para trabajar y luego salíamos un rato a tomar algo. Ahí, la distensión nos hacía charlar y reír hasta que nos íbamos a casa. Ana siempre procuraba sentarse junto a él. Un sábado, cuando nos dirigíamos a un bar después de haber estado trabajando en la facultad, Ana nos pidió a Javier y a mí que diéramos alguna excusa para irnos a casa, así ella se podría quedar un rato a solas con él. Después de tomar una copa Javier se disculpó, dijo que había quedado y que tenía que marchar. En ese momento, Ana me miró a los ojos. Yo también me disculpé, diciendo que mi madre estaba un poco pachucha y tenía que ir a casa.

Si quieres podemos ir tú y yo a otro bar que conozco- dijo Ana dirigiéndose a Miguel.

Gracias Ana, pero yo estoy un poco cansado- contestó Miguel. Creo que también marcharé a casa.

Entonces, Miguel se dirigió a mí y me dijo:

¿Te acerco a casa? Hoy he traído coche.

Yo me quedé un poco parado. Yo vivía en las afueras de la ciudad, solo con mi madre. Mi padre se separó y se fue a vivir a otra ciudad. Miguel vivía en una localidad próxima y, ciertamente, mi casa quedaba de paso a la suya.

Bueno, como quieras- le contesté. Pero puedo ir en autobús si te quieres quedar en el bar. No te preocupes.

No hay problema. Prefiero irme a casa y, de paso, te acerco.

Mientras Miguel fue a buscar el coche, Ana me miró de forma inquisitoria a lo que yo respondí con una mueca de incomprensión. Miguel llegó con su coche y enseguida nos fuimos. Javier y Ana vivían en otra dirección, así que se fueron también para sus casas. Durante el camino, Miguel me confesó:_

Mira... es que no me apetecía quedarme solo con Ana, ¿sabes? Es buena chica, pero... Si estamos los cuatro estoy bien, pero no sé si ella estaba buscándome o qué, prefería irme.

Ana es una chica simpática.

Sí, claro. Pero bueno, ya verás cuando crezcas, Ana es bonita pero cuando vas madurando buscas más cosas en una mujer.

¿Cómo qué?

Pues además de bonita, que tenga conversación, que puedas hablar con ella y divertirte. Por ejemplo, contigo me lo paso mejor charlando, no eres tan infantil como Ana.

Pero yo no soy una chica- le dije sonriendo.

Sí, ¡lástima! Ja, ja!

Miguel me dejó en casa y mientras me iba a la cama, pensaba en el diálogo con él y lo bien que lo había pasado durante el trayecto. La verdad es que es un tipo muy majo, pensé. Naturalmente, no veía en él nada más que un tipo agradable. Yo no lo veía con los ojos de Ana o del resto de chicas de la clase. A mí, me gustaban las chicas, aunque nunca había salido con ninguna. Pero obviamente, jamás se me había ocurrido mirar a un hombre como algo atractivo.

A la semana siguiente, Ana, nada más verme, vino hacia mí y me dijo con ironía:

¿Qué? ¿Os lo pasasteis bien el sábado, parejita?

Ana, yo no tuve la culpa. Él se quiso ir...

Bueno, que no me entere yo que vas detrás de él- me sonrió, y se fue.

Lo cierto es que, a partir de entonces, las relaciones en el grupo no fueron tan fluidas, e incluso aparecía algún momento de tensión. La fecha de entrega se iba acercando y la presión por el trabajo nos hacía estar con menos ganas para charlas y bromas. En lo personal, parecía que Miguel se mostraba frío con Ana, no le reía ninguna de sus gracias y hasta llegó a gritarle una vez por un tema de la práctica. Ana se enojó. Miguel le pidió perdón pero el malestar era evidente. Ya no íbamos a tomar copas después del trabajo y así se convirtió en una rutina que Miguel me llevara cada día a mi casa. Ana fue comentando con sus amigas y a veces se dirigían a mí en tono burleta. Me trataban de la novia de Miguel.

¿Qué, cielo? ¿Te lleva a cenar tu novio?

Lo decían sin mala intención, aunque la repetición de comentarios llegó a ser molesta. Un sábado que teníamos que quedar, Ana se puso enferma y no pudo venir. Javier nos llamó que había tenido un compromiso y tampoco podía venir. Así que Miguel me propuso que en vez de ir a la facultad, por qué no quedábamos en su casa. Allí podríamos trabajar bien y él me podría ir a buscar y traer en coche. Así que fui a su casa. Estuvimos trabajando muchísimo. Hicimos un par de descansos para relajarnos y comer algo. Seguimos dándole a los libros un buen rato, hasta que ya cansados, decidimos dejarlo. Era más de medianoche y Miguel me dijo que tenía hambre y se puso a preparar unas pizzas. Mientras yo iba mirando su biblioteca. Ojeando vi un libro de cómics que me interesó. Me encontraba de cara a la estantería con el libro abierto en mis manos, cuándo Miguel llegó diciendo que ya estaba la pizza. Se acercó por detrás de mí y me rodeó con sus brazos para coger el libro que estaba leyendo.

¿Te gusta el cómic?

Sí.

Yo tengo bastantes. Si quieres puedes llevarte alguno, ya me lo devolverás.

Mientras decía esto, con sus brazos que aún me rodeaban, iba pasando hojas del libro para enseñarme detalles del mismo. Sin darme cuenta, él me había aprisionado sin dejarme espacio de maniobra para moverme. Su cuerpo se juntaba con mi espalda y trasero y su cabeza asomaba por encima de la mía. En ese momento, un escalofrío desconocido me recorrió el cuerpo, lo que me produjo un temblor y una repentina erección cuyos motivos no acertaba a comprender. Miguel pareció darse cuenta, sin separarse de mí, dejó el libro en la estantería y sus brazos bajaron para abrazar mi cintura. Yo no sabía qué me estaba ocurriendo. Me sentía relajadísimo entre sus brazos pero sin saber por dónde iban los tiros. Cogí otro libro. Era de fotografías. Al abrirlo al azar apareció una imagen de una modelo en traje de baño con un tipo detrás que la abrazaba como Miguel me estaba haciendo a mí.

Qué bonita foto! -es lo único que acerté a decir

Sí, muy bonita... –me susurró Miguel al oído para luego bajar sus labios por mi cuello.

Aquello me provocó un cosquilleo y que todo mi lado izquierdo se ruborizara.

¿Sabes? –me dijo Miguel. Me gustas mucho. Desde el principio. Eres un encanto de chico... dulce, simpático, inteligente... y guapo.

A continuación, me dio la vuelta y me besó la boca. Yo me dejaba hacer pues me pareció que me encontraba en el cielo. Nunca había sentido lo que sentía en esos momentos. Sentía un placer indescriptible, mientras sus labios recorrían mi cara y sus manos el resto de mi cuerpo. Toda mi piel se volvió de gallina.

¿Te gusta? –me preguntó.

Sí.

Entonces metió las manos por debajo de mi camiseta para quitármela y empujando mis nalgas me levantó y me apoyó contra él. Me llevó entonces a su cuarto y se sentó en la cama dejándome a mi encima suyo. Yo no sabía qué seguía. El se quitó su camisa y me llevó mis manos a su pecho para que empezara a acariciarlo. Nunca había hecho algo similar, pero empecé a acariciarlo notando sus bien fornidos músculos pectorales y abdominales. Sus manos en mis glúteos me estaban volviendo loco. Entonces me tumbó a mi en la cama y se puso encima mío. Noté algo duro en su bajo vientre que me presionaba mis partes. Él me iba guiando, me desabrochó mis pantalones y yo hice lo propio con los suyos. Se levantó para quitarse los pantalones y vi todo su cuerpo musculoso, viril y con un enorme bulto que surgía de sus bóxers. Yo me sentía pequeño ante tal cuerpo. Era evidente que yo no era el mismo tipo de hombre que Miguel. Pero ahí estaba él quitándose su ropa interior y dejando al descubierto un miembro erecto que yo no podía comparar con ningún otro que hubiera visto jamás, mucho menos con el mío propio. Miguel debió notar mi asombro, pues me dijo:

No te asustes.

Y de nuevo se acercó a mí para quitarme toda mi ropa. Mi miembro erecto no hacía ni la mitad del suyo. Ahí me volvió a abrazar y besar con pasión. Yo simplemente me dejé hacer. Tras unas cuantas vueltas, y después de haber manoseado bastante no sólo mis nalgas sino también mi ano por donde había introducido algún dedo, Miguel levantó mis piernas por encima de su hombro y dirigió su pene hacía mi culo. Otro escalofrío especial sentí cuando su miembro se iba introduciendo con cierta dificultad en mi ano, hasta que tras un empujón, llegó a situarse totalmente dentro de mí. Yo hacía rato que estaba con la boca abierta jadeando pero cuando sentí toda su masa en mi interior, no pude dejar de escapar un grito. Entonces él se dedicó a bombear mientras yo quieto tenía una sensación entre el dolor y el placer que deseaba no acabara. Pero la sensación más importante que tenía era algo más allá de lo físico. Era un sentimiento de complicidad, intimidad, confianza y compatibilidad, todo ello a la vez. En un momento del acto, me pregunté para mí ¿será esto el amor?

A la mañana siguiente me desperté en sus brazos. Inconscientemente, me acurruqué aún más alrededor de su pecho y seguí durmiendo. Desde ese instante, no nos pudimos dejar de ver ni un solo día. Él venía siempre a clase y luego nos íbamos a su casa. Yo dije a mi madre que estaba muy ocupado con la práctica y que me quedaba siempre en casa de un amigo. Cada vez que entraba él en clase, sentía un ardor en mi pecho. Así fue pasando el curso. Acabó el primer semestre y tuvimos unos días libres. Yo me fui a su casa. Naturalmente, esto era un secreto entre él y yo, aunque Ana no entendía que últimamente viniera tanto a clase y que siempre me acompañara a mi casa (o eso creía ella). Esos días libres coincidieron con el carnaval y nos fuimos los dos a Cádiz. Él me llevaba a todas partes y me pagaba todo. Yo me sentía como su mujer, y parecía que lo fuera pensé para mí, y él me trataba así. Y nada más cerca de la realidad! Una tarde, mientras paseábamos por la bahía, nos encontramos con un desfile de travestis. Había alguna de ellas realmente hermosa, como cualquier mujer de verdad. Yo hice un comentario sobre la belleza de estas chicas. Y así fue como paseando, llegamos a una tienda de disfraces. Había de todo, trajes, vestidos, pelucas, complementos... Medio en broma, cogí una peluca pelirroja que había a mano y me la puse, dirigiéndome hacía Miguel con una pose cómica:

¿Te gusto así?

Miguel se rió. Pero a continuación, cambió su semblante, se acercó a mí y colocando la peluca bien puesta en mi cabeza, la desenredó y pasó sus dedos por mi mejilla.

Estoy seguro que tú te verías tan guapa como cualquiera de ellas.

Eso provocó en mí otro escalofrío, el primero que recordaba que me había producido sin siquiera tocarme.

¿Qué quieres decir?

Pues que tú eres muy guapo, tienes cara de niño, tienes un tipito bastante femenino, delgado, sin músculos, con buen trasero respingón...

¿Lo dices en serio?

Totalmente. Con una peluca como esta, ropa y algo de maquillaje pasarías por una reina. ¿No te gustaría probar?

Yo me quedé parado. Nunca se me había ocurrido esto. Es cierto que hacía un tiempo que yo proyectaba nuestra relación sobre las otras que podía ver normalmente en la calle, en la universidad, en la familia. Todas ellas, eran de hombre y mujer, no conocía yo entonces parejas homosexuales. Y cada vez que veía otra pareja, yo me reflejaba en las mujeres. Observaba que mi rol en la relación era el femenino, no sólo a la hora del sexo, donde yo siempre era la parte pasiva, sino en nuestra vida cotidiana. Yo intentaba agradar a Miguel, pero me sentía seguro con él, lleno de confianza y admiración hacia su persona. Y así era como veía yo a las mujeres con sus novios o maridos. Cuando todo esto estaba pasando por mi cabeza, vi a Miguel que se acercaba hacia mí llevando un vestido largo extendido en sus manos. Era de color verde y como de fiesta y a la que me di cuenta lo había apoyado contra mi pecho para ver cómo me quedaba. Dos chicas que pasaban por el lado esbozaron una sonrisa al verme:

¡Te queda muy bien! –me dijo una de ellas.

Y aquello me hizo tener otra súbita erección, como cuando Miguel me rodeó con sus brazos por primera vez. Miguel me dejó con el vestido en las manos mientras iba acumulando otros complementos en un cesto. Con todo aquello, fuimos directos al hotel. Miguel había adquirido no sólo el vestido y la peluca, sino un conjunto de ropa interior muy sexy, negra de seda con ribetes rojos, unas medias negras, unos pechos postizos, un set de maquillaje y algo de bisutería, collares, pulseras y pendientes. Me entregó todo esto y me dijo que me esperaba abajo. Yo estuve unos minutos tratando de ordenar mi mente y los pasos que tenía que seguir, pues nunca había estado en tal situación. Jamás anteriormente me había puesto ropas de mujer.. Primero me duché. Al terminar, decidí afeitar mis piernas. Si íbamos a hacerlo, vamos a hacerlo bien, me dije. Me puse las braguitas, el sujetador, los pechos postizos y las medias. Entonces fui a maquillarme. Me pinté los ojos, primero las líneas y luego un poco de sombra en los párpados. Me pinté las uñas y procedí a ponerme el vestido. No me podía creer el resultado. ¡Estaba espectacular! Parecía realmente una mujer. Me calcé unas sandalias a las que recorté un poco para darles un toque más femenino y bajé a recepción. Allí estaba Miguel, tomando algo mientras me esperaba.

¡Es increíble! Te reconozco únicamente por el vestido. Estás preciosa... –y dicho esto me dio un beso cariñoso.

Mis sensaciones durante toda la noche fueron enormes. Realmente la gente me tomaba por una chica con su pareja, nadie se dirigió a mí en masculino. Aquella noche Miguel me tomó en brazos para entrar en la habitación. Me fue desnudando poco a poco mientras me iba besando y manoseando, para acabar de hacerme el amor de forma sensacional, mi primera vez con ropa de mujer. Al acabar nos juntamos en un cálido abrazo

Hoy ha sido tu estreno como mujer. ¿Te gustaría repetirlo? –me preguntó.

Sí cielo. He sentido cosas increíbles, nunca me habría imaginado.

Y desde mi vuelta a casa, mi vida cambió por completo. Fue un trauma a la hora de explicárselo a mi madre, ella no podía entender. Yo me fui a vivir a casa de Miguel y empecé mi vida como mujer. Fuimos a varios médicos que me proporcionaron hormonas. Aquel año dejé la universidad pero yo tenía la idea de volver en el futuro, ya como mujer. Mi madre se lo tomó bastante mal al principio, pero vio que Miguel era mi amor y todo un señor, caballeroso y responsable. Tuvo que pasar un año hasta que mi madre lo aceptó y dio su visto bueno a la relación entre su hija y su hombre. Pasaron 3 años hasta que yo finalicé mi proceso con la cirugía. Ahora soy legalmente una mujer, su mujer.

vanessa_39@hotmail.com