Mi cambio de vida 5

Soy Alicia, tengo 42 años, marido, trabajo estable, casa y algún que otro vicio. Esta es la historia de cómo me convertí en una esclava, y de lo mucho que lo disfruté. Capítulo V: ¿Qué hace él aquí?

  • Hoy vamos a hacer algo especial. –me dijo, mientras caminábamos por la ciudad. Habíamos cenado en nuestro restaurante, donde yo la había visto por primera vez y donde mi ama disfrutaba exhibiéndome para un camarero muy joven, Felipe, que cada vez que nos veía llegar tenía una fuerte erección que duraba toda la noche. Ese día (cosa rara), Amanda no me había torturado demasiado con el pobre chico, sólo me había hecho abrirme la camisa para enseñarle mis pechos, y comerme el sorbete de limón lamiendo cada cucharada mientras le miraba a los ojos. Nada comparado con correrme delante de él, regalarle mi ropa interior, o obligarle a mirar como mi ama me lamía los pechos en el baño.

Dimos una vuelta por la zona antes de volver al hotel, que estaba curiosamente cerca del restaurante. Era extraño, pero sentía que mi ama estaba algo nerviosa y nunca la había visto así. Se mordía distraídamente el labio inferior y tamborileaba los dedos en su bolso. Realmente debía ser algo especial.

  • ¿Qué vamos a hacer, ama? –le pregunté, entusiasmada. Ella se giró al oír mi tono animado y se paró para besarme intensamente. Al principio me ponía nerviosa que me besara por la calle, cuando podría encontrarme a cualquier conocido… pero movernos por el barrio pijo de la ciudad tenía la ventaja de que me ofrecía una probabilidad muy baja de encontrarme a nadie conocido. Ahora ya había aprendido a gozar de sus caricias y sus besos, sin importar donde estuviera.

  • Es una sorpresa. –me dijo, cuando separó sus labios de los míos, yo me quejé porque me había dejado con ganas de más. –Vamos, ya va siendo hora de volver para el hotel.

Subimos a la habitación enrollándonos en el ascensor como dos colegialas rebeldes. Sentía sus labios, su lengua y su respiración en mi boca, en la piel de mi cuello y entre las tetas. Me había desabrochado la camisa y me mordisqueaba un pezón por encima del sujetador cuando llegamos al piso que tocaba y se abrieron las puertas del ascensor. Una señora no mucho mayor que yo soltó un grito indignado cuando nos vio, y a mí me dio la risa floja.

  • Disculpe, señora, no queríamos importunarla… -le dijo Amanda. –Aunque debo decirle que si no ha hecho nunca en un ascensor debería probarlo, es una maravilla. –añadió, mientras me empujaba fuera y empezábamos a correr por el pasillo. Me la miré mientras sacaba el móvil para abrir la puerta de nuestra habitación con una aplicación (cosas de hoteles modernos), y me di cuenta de lo viva que me hacía sentir. Hacía años que no vivía experiencias como aquellas y había olvidado lo que se sentía. Sin ella, sin su chantaje y su dominación, pensé, habría podido convertirme en la señora arreglada que se había escandalizado.

Entramos en la habitación y me llevó hacia la cama directa. Al lado había una pequeña mesita con todos los juguetes sexuales que le había visto a mi ama, y algunos que no había visto nunca. La miré relamiéndome.

  • Pues sí que nos lo vamos a pasar bien hoy… -dije, aunque me sorprendió que aquella fuera la gran sorpresa. Ella sonrió y me apretó el culo, antes de acariciarme el coño por encima del pantalón. Yo jadeé suavemente.

  • Ves al baño y refréscate un poco, esclava… Luego vuelve solo con la ropa interior. ¿Me has hecho caso y te has puesto la más sexy que tienes?

Hice un mohín con la cabeza para indicarle que sí, y me dirigí hasta el baño. Unos minutos después volví a salir, llevando solo un sujetador negro de encaje con unas tiras que me cruzaban encima del estómago, unas braguitas a juego y unas medias que me llegaban a la mitad del muslo. Mi ama seguía completamente vestida, con un vestido rojo que le resaltaba los pechos y el pelo suelto cayéndole encima de los hombros. Me miró de arriba abajo y noté que me excitaba solo con ese examen que estaba pasando. Ella no podía apartar la mirada de mí, y eso me hacía sentir muy orgullosa. Se levantó para venir hacia mí cuando sonó el timbre de la puerta. Yo me asusté, pero ella sonrió de lado y volví a ver ese brillo en sus ojos. El brillo de cuando me da órdenes que sabe que voy a tener que obedecer.

  • Yo voy a ver quién es. Tú túmbate y no salgas de la cama, pase lo que pase.

Me tumbé, obediente, y al cabo de pocos segundos ella volvió… seguida por Felipe. Chillé de la sorpresa y miré a mi ama.

  • ¿Qué está pasando? ¿Qué hace él aquí?

El pobre camarero del restaurante, un chico moreno y extremadamente joven, que siempre me había dado la impresión de acabar de conseguir su primer trabajo, me miraba tragando saliva. Tampoco parecía saber mucho más que yo. Amanda en cambio parecía encantada y si en algún momento me había parecido que estaba nerviosa, ahora ya tenía toda la situación bajo su control y sonreía como si no ocurriese nada fuera de lo habitual.

  • Ha venido Felipe a jugar con nosotras, cariño. –me dijo, acercándose hacia la cama.

  • Pero… qué… no me obligues a… ¡Amanda!

Ella se acercó y me besó dulcemente, agarrándome la cabeza con las dos manos.

  • Te prometo que te va a gustar, confía en mí. Yo estaré aquí todo el rato, ¡no me voy a ir! Ah, y… el chico es de confianza, mi cerdita… Puedes llamarme ama cuando está él.

Miré al chico, que sonreía como si le hubiera tocado la lotería y me miraba de arriba abajo.

  • ¡Las normas! –dijo mi ama, de repente, mirándonos a Felipe y a mí alternativamente. –Felipe, como siempre te portas muy bien con nosotras he pensado que era un buen momento para jugar un poco más… Vas a tocar y a masturbar a Alicia tanto como quieras. Puedes desnudarla, pedirle que haga cosas y jugar con tus manos o con todos estos juguetes que hay ahí encima. –volví a mirar los juguetes y sentí que me mareaba un poco. –Peeeero… No puedes lamerla, chuparla, besarla, ni nada por el estilo. Tampoco puedes restregar tu pene por su cuerpo, ni pedir que te masturbe, ni metérsela. Si en algún momento haces una de esas cosas se acabó el juego, te echamos y no volverás a vernos más. ¿Aceptas?

El chaval me miraba como si fuera un regalo de Navidad, y con un deje de malicia en los ojos que no le había visto nunca y luego miró a mi ama y aceptó. Ella me hizo tumbar y se sentó en la cabecera de la cama, más arriba de mi cabeza. Se levantó el vestido por la altura de la cintura y pude ver una pequeña mancha de humedad en su entrepierna. Mi ama lo estaba gozando y de repente ser consciente de eso hizo que yo también empezara a hacerlo. Ella me cogió de las manos, inmovilizándome, y sonrió a nuestro invitado.

  • Cuando quieras.

Temblé. Iba a serle infiel a mi marido, ya no solo con una mujer, sino también con un hombre. O con un chaval que no sabía si llegaba a los 20 años y que se acercaba a mis piernas como un depredador a su presa. Estiró las manos y me acarició las puntas de los pies, antes de empezar a subir poco a poco por los empeines, los tobillos, las piernas, las rodillas, los muslos… Llegó al extremo de mis medias y hizo una pausa antes de pasar a tocas mi piel directamente por primera vez. El recorrido estaba siendo electrizante e hipnótico. Ninguno de los tres había dicho una sola palabra. Sus dedos tocaron la cara interna de  mis muslos, haciendo que me estremeciera, y se pasearon por mis ingles en dirección a las caderas. Iba con una lentitud torturante. Me costaba respirar, mientras notaba sus manos avanzar por mi barriga.

  • ¿Te gusta el cuerpo de mi Alicia? –le preguntó mi ama, con voz queda.

  • Sí, mucho… -contestó él –No tiene tus tetas, -añadió mirándola a ella, descarado. Como si quisiera comprobarlo, me agarró fuerte los pechos con las manos. Yo gemí, sorprendida, mi ama rió. –pero me flipa su culo y su cara al correrse.

Me miró a la cara, acariciándome con un dedo el mentón, la mejilla y mis labios, y yo me removí debajo de aquél contacto. Me miraba como si fuese a hacerme lo que quisiera y aunque tenía cara de dulce e inocente, sabía que así iba a ser. Bajé la vista y me di cuenta de la erección que ponía a prueba sus pantalones. Siempre que nos veía acababa así y hoy me lo iba a hacer pagar.

Con manos ágiles apartó la tela de mi sujetador y empezó a amasar mis tetas.

  • Lo que habría dado por hacerte esto en mitad del restaurante… Qué lástima no poder lamértelas… -dijo, y recordé cómo hacía menos de dos horas mi ama me había obligado a enseñarle el sujetador y a jugar con mis tetas delante de él.  La verdad es que me tocaba con movimientos más expertos de lo que habría esperado de él… ¿a qué edad empezaban a entrenarse sexualmente hoy en día? Él dejó mis pechos y se fue directo a la mesita de los juguetes, localizó un gel de efecto frío y volvió para echarlo por mis pezones, que se erizaron mientras me invadía la sensación del frío. El muy cabrón sopló, haciendo que le insultara mientras él se reía, antes de dejar el gel y dedicar su atención a mis braguitas.

Me maldije cuando puso un dedo suavemente sobre la zona de mi vulva y levantó la mirada, sorprendido, hacia mi ama.

  • ¡Está muy mojada! –le dijo, como si yo no estuviera. Mi ama ronroneó.

  • Siempre se pone así.

Felipe parecía muy divertido con el descubrimiento, y paseaba distraídamente dos dedos por toda mi entrepierna, mientras con la otra mano mantenía mis piernas bien abiertas. Apartó la tela y acercó su cabeza, oliéndome. Me moría de la vergüenza pero él estaba encantado. Acarició con el pulgar mi clítoris y toda la entrada a mi vagina.

  • Oh Dios… qué mujer… Y qué coño… -dijo. De repente tuvo una idea. –Oye, la primera vez que os vi se corrió en la mesa… ¿Qué llevaba puesto?

Mi ama le señaló un pequeño dildo que también estimulaba el clítoris e iba con mando a distancia, y él salió disparado a cogerlo. Con precisión, volvió a centrarse en mi entrepierna, apartó la tela negra de mis bragas y empezó a meterme el juguete dentro. Lo hacía despacio, con cuidado y atención como había hecho todo el recorrido por mi cuerpo, y yo  empezaba a no poder soportarlo.

  • Ama… -le supliqué. Pero sus ojos relucían debajo de esas gafas de pasta negras, y sonriendo le susurró un “enciéndelo”, antes de bajar a besarme y morderme los labios. Felipe no solo lo encendió, sino que le dio tanta potencia como pudo, y se acercó a nosotras para ver cómo nos besábamos y para darme golpecitos suaves en los pezones. Grité contra los labios de mi ama mientras me corría, y no tuve ni un segundo de descanso antes de que Felipe dijera:

  • Bien, ahora gírate que aún no te he visto el culo, Alicia.

Le encantó, estuvo un buen rato amasándolo, lamentando no poder morderme las nalgas, pegándome cachetadas y jugando con la entrada de mi ano. Yo gemía, sin saber si de placer, de desesperación o de impotencia, y al final él me hizo poner una almohada debajo del ombligo, para que la entrada a mi coño le quedara bien accesible desde atrás. Cogió el vibrador más grande que encontró, lo hizo vibrar un poco contra mi clítoris y sin mucho miramiento me lo metió dentro. Lo dejó ahí mientras buscaba un pote de lubricante normal, echaba un chorro en mi ano y con un dedo seguía investigando la entrada de mi culo. Lo notaba frío, mojado y cada vez más sensible, mientras él se adentraba más y más, hasta que empezó a moverlo al mismo tiempo que el vibrador que tenía metido en el coño.

Mi ama lo miraba todo con los ojos como platos, la boca medio abierta y una mano entre sus piernas, mientras yo volvía a rendirme al placer y me corría por segunda vez.

  • No puedo más. –dijo de repente Felipe. –Necesito masturbarme o voy a explotar. ¿Puedo?

Miré a mi ama, que hacía que sí con la cabeza.

  • Úsala pero no la toques con tu polla.

“Úsala”. ¿Cómo que dijera algo así de mí podía encenderme de aquélla forma? ¡Si ya me había corrido dos veces, por el amor de Dios! Por el rabillo del ojo vi cómo Felipe se desabrochaba y sacaba su pene para empezar a masturbarse desesperadamente. Con la otra mano me metió el pulgar en la vagina, mientras con el resto de la mano acariciaba toda mi zona perineal hasta el ano.

Era la primera vez que me parecía chapucero al tocarme, pero le escuchaba desquiciado y eso hacía que compensara la falta de tacto o de ritmo de su mano izquierda.

  • Quiero correrme encima de su culo. En sus nalgas. Por favor, déjadme hacerlo… -gimió él.

  • Hazlo. –ordenó mi ama. Yo no me lo podía creer, pero en pocos segundos noté un par de chorros de su semen caliente cayéndome encima. Me sentía sucia, realmente usada, y muy mojada. Mi ama le dio unos minutos para recuperarse, antes de volver a darle una orden. –Bien. Ahora sigue con ella.

Ahogué un grito. Por un segundo había creído que podríamos dar por terminada la noche, pero a ninguno de los dos parecían acabárseles las ideas. Después de aquello Felipe me hizo volver a ponerme boca arriba, le pidió a Amanda que me inmovilizara cogiéndome por la garganta, y me masturbó con sus propios dedos, dándome golpecitos en el clítoris y obligándome a mirarle a los ojos y a decir “soy una perra en celo” mientras me corría.

No mucho después descubrió un dildo con ventosa, lo enganchó en el suelo de parquet y se tiró al suelo conmigo para ver con detalle cómo le hacía una mamada al juguete, imaginando que era su polla. Gemía como un loco y se masturbaba a la vez que me agarraba la cabeza con la otra mano, hasta que acabó corriéndose (con el permiso de mi ama) en mi cara. Escuché a Amanda explotar encima de la cama cuando me vio con toda la cara manchada.

Aquí tampoco se acabó la noche: aprovechando el dildo me hicieron follármelo mientras los dos me miraban desde la cama, dándome instrucciones de si tenía que ir más rápido, más lento, o de cómo querían verme. Algo en mí me repetía que todo aquello era humillante, vergonzoso y denigrante, y que tendría que estar en mi casa… pero cada vez que me daban una orden no podía evitar obedecerla, sintiendo más y más placer al sentirme observada, usada y gozada de aquella manera.

Y Felipe se quedó bien a gusto. Esa noche me hizo correrme delante del espejo, ponerme a cuatro patas, y no sé cuántas cosas más… Al final no podía entender cómo podía tener tanta energía, supuse que sería por la edad y las hormonas. Él volvió a correrse (a duras penas), y yo llegué a tener tres o cuatro orgasmos más antes de que nos despidiéramos, a las tantas de la noche.

  • Bueno, si algún otro día queréis que venga… -oí que le decía Felipe a mi ama cuando se iba, ya desde la puerta.

  • Sí, sí… no te emociones, sabemos dónde encontrarte. –le dijo ella, antes de cerrar y volver hacia mí, que me había relajado y empezaba a dormirme en la cama. Estaba exhausta.

  • ¿Te ha gustado?

Yo moví la cabeza ligeramente, abandonada totalmente al sueño.

  • Descansa, perra, que te lo has ganado. –me dijo. Me pareció escuchar cómo mi ama se encendía un vibrador y lo último que noté fueron sus dedos repasando los sitios de mi cuerpo en los que se había corrido Felipe, horas antes.