Mi cambio de vida 4

Soy Alicia, tengo 42 años, marido, trabajo estable, casa y algún que otro vicio. Esta es la historia de cómo me convertí en una esclava, y de lo mucho que lo disfruté. Capítulo IV: Mujer trabajadora.

Encontré la puerta medio abierta, tal y como mi ama la dejaba siempre que sabía que iba a llegar de un momento a otro. Como siempre llevaba los labios rojos y me sentía fatal por estar disfrutando de sus abusos de esa forma. Pero esa sensación solía durarme poco, hasta que la veía a ella.

La encontré sentada en la mesa de su suite, con un montón de ordenadores abiertos y cables que salían de cada uno de ellos hacia los enchufes de la pared. Estaba hablando por teléfono y me sorprendió porque nunca la había encontrado así, como si no me esperara.

  • No, ese no es el problema. Haré un diagnóstico y te llamaré en cuánto lo tenga. No, si no hay novedades no me vuelvas a llamar. Adiós. –dijo, antes de colgar el teléfono. Era autoritaria incluso por teléfono. Me miró, altiva pero con una sonrisa, y sentí que empezaba a deshacerme por dentro. –Hola, cerdita. He tenido un problema y tengo que seguir trabajando, pero desnúdate y te iré dando instrucciones.

Llevaba el pelo negro suelto, unos pantalones blancos, de pinza, y una blusa ajustada de color negro, que llevaba medio desabrochada. Esperaba que me dejara poder lamer sus pechos, porque hacía días que no podía pensar en otra cosa. Llevaba sus gafas negras de pasta de siempre e iba un poco maquillada, la encontré preciosa, muy profesional.

Me quité la ropa de prisa, obediente, mientras ella se sentaba de nuevo tras la mesa y empezaba a teclear en uno de los ordenadores. Me acerqué a la mesa, completamente desnuda, y vi que me miraba desde detrás de esas gafas que me parecían tan sexys. Me señaló la cama, que quedaba a la izquierda de la mesa donde ella estaba.

  • Quiero que cojas uno de esos cojines, te lo pongas entre las piernas y te refriegues contra él. –dijo, poniéndose de pie para venir hasta mí. Me agarró del cuello. –He visto cómo te mojas, y nunca había visto algo así… Quiero que te restriegues contra el cojín hasta que esté tan empapado que no puedan volver a usarlo nunca más. ¿Me has entendido?

  • Sí, ama.

  • Buena chica…

Me llevó de la mano hasta la cama y me besó, cogiéndome con fuerza de los pechos, antes de darme una cachetada en el culo y volver a su trabajo. Yo me puse manos a la obra, retorciendo el cojín para que quedara duro y empezando a restregarme contra él. El roce me daba pequeñas oleadas de placer, mientras la miraba a ella. Se estaba recogiendo el pelo y concentrándose en esas pantallas. Estaba descubriendo que mi ama era una freaky de los ordenadores, y por algún motivo me ponía verla tan concentrada, tan fría, tan ocupada. Supuse que lo de los ordenadores podía explicar por qué había podido sacarme toda la información que tenía. Pero no me importaba, le estaba agradecida. Mi vida era tan aburrida sin ella… Mis suspiros empezaban a ser bastante profundos, mientras me deleitaba mirando cómo se movían sus enormes pechos cuando cambiaba de ordenador o cuando se incorporaba para conectar un cable o algún aparatito. Empecé a frotarme más fuerte, deseando que me mirara. Necesitaba un poco de su atención, solo un poco. En parte sentía que era denigrante lo que estaba haciendo, y por otra me sentía tan agradecida… sólo quería que me mirase, con eso me bastaría para correrme, estaba convencida.

Estuve unos minutos más acariciándome contra el cojín, cambiando mis susurros por gemidos mientras no sacaba la vista de encima de mi ama.

  • Oh… ama… -la llamé, cuando empezaba a sentir que estaba desesperada para que me hiciera caso.

  • No tienes permiso para correrte. No aún. –dijo ella, sin apartar la vista de la pantalla. Lancé un quejido al aire, y a pesar de lo que me había dicho, no pude evitar aumentar la velocidad. –No lo hagas. –me repitió.

Frustrada, bajé la velocidad, mientras me enfadaba con ella por no mirarme y sentía que mojaba aún más el cojín justo por ese motivo. Me sentía como una ninfómana, masturbándome con un cojín mientras ella trabajaba, en la misma habitación en la que yo intentaba llamar su atención con cada uno de mis jadeos y movimientos. Poco a poco volví a subir la velocidad de mis caderas, sintiendo que volvía a llegar al abismo. Pero ella no se dignaba a mirarme, solo trabajaba con la cabeza metida en todo eso. ¿Qué estaba mirando? ¿Por qué era más importante que mi placer? Aún paré un par de veces más, para calmar mi placer y evitar llegar al orgasmo, hasta que estaba tan desesperada que perdí la poca dignidad que me quedaba.

  • Ama… ama, te lo suplico. Mírame, ama, quiero que me mires, que veas lo que hago por ti, que me dejes correrme, necesito tus tetas, tus preciosas tetas, tus… oh, por favor, ama… deja de trabajar y ven conmigo…

Ella sonreía de lado a lado, se levantó y vino hacia mí. Sentí que temblaba entera, feliz en lugar de avergonzada, y no sabía si sería capaz de contenerme.

  • No pares de masturbarte. ¿Quieres mis tetas? –me preguntó, de pie al lado de la cama.

  • Sí, ama, te lo suplico.

  • ¿Por qué?

  • Llevo toda la semana pensando en ellas. Quiero lamerlas, quiero… oh… -dije, incapaz de seguir.

  • Córrete, perra.

Sentí la mayor liberación de toda mi vida. Sé que chillé, y me dejé caer encima de la cama. Ella seguía de pie a mi lado, con toda la ropa puesta mientras que yo estaba completamente desnuda, tumbada en la cama. Me dejó unos minutos para recuperarme y luego me dijo, sonriendo:

  • Dame el cojín.

Se lo acerqué y lo tocó por varios sitios diferentes, antes de devolvérmelo haciendo que no con la cabeza.

  • No es suficiente. Sigue y córrete tantas veces como quieras. Pero esta vez hazlo en silencio, putita, que tengo que hablar por teléfono.

Y se fue. Estuve casi una hora restregándome, parando solo para dejar respirar mi clítoris antes de seguir frotándolo y corriéndome en el dichoso cojín. No poder hacer ni un solo sonido para desahogarme o para llamar su atención también me hacía sentir humillada y me excitaba a la vez. Ella seguía trabajando, hablando de vez en cuando por teléfono de cosas que yo no entendía, aunque en un momento de agobio entre llamadas se quitó la blusa y se desabrochó los pantalones. Era una delicia verla. Me sentía como si la espiara, y me avergonzaba de mí misma por haber aceptado todas sus condiciones, por haberme convertido en su esclava. Y como más me avergonzaba, más me excitaba. ¿Qué me pasaba?

  • Tráeme ese cojín. –dijo de golpe, sacándome de mi movimiento obsesivo. Me levanté (con mucho dolor de piernas de mantener la posición) y le di el cojín. Lo tocó por todas partes y sonrió.

  • Así está mejor… -dijo, antes de tirarlo al suelo delante de su silla. –De rodillas.

Lo hice sin rechistar, feliz del cambio.

  • Creo que estabas desesperada por verlas, no? –añadió, mientras se quitaba el sujetador. Me lancé hacia ellas sin pensarlo, metiendo la cara entre las dos, lamiendo cada uno de sus centímetros. Eran perfectas, un poco desiguales, con su tamaño que llenaba las manos, su tacto y el olor de su piel, y esos pezones que sólo con rozarlos con la punta de la lengua se ponían duros y apetecibles. Los chupé como llevaba días deseando, arrancando varios gemidos de mi ama, que me acariciaba y enredaba el pelo mientras yo disfrutaba de su cuerpo. –Solo me queda hacer un par de comprobaciones, pero mientras lo hago me vas a meter un par de dedos, ¿de acuerdo? Y siéntete libre de manosearme los pechos tanto como quieras. ¿Harás esto por tu ama?

Me metí con el cojín ligeramente debajo de su mesa, para que ella pudiera acabar con su trabajo, y me dediqué a ella con profundidad. Con dos dedos rodeé su clítoris y lo hice vibrar, reseguí sus labios y la entrada de su vagina y poco a poco fui entrando en su coño con el dedo índice. Ella modificó la posición para dejarme vía libre y empecé sin prisa, notando lo apretada que estaba, y haciéndome hueco. Cada vez mi dedo resbalaba más y sus respiraciones eran más rápidas, hasta que decidí sacar el dedo para poder meter dos. Esta vez no fui despacio, empecé a meter y sacar los dedos tan rápido como podía, mientras con la otra mano me dirigí de nuevo a su hinchado clítoris y lo acariciaba con el pulgar, dándole de vez en cuando unos golpecitos suaves. Levanté la vista y vi que se había quitado hasta las gafas, tenía los ojos cerrados y estaba cien por cien centrada en mí. Me llené de orgullo y la masturbé más salvajemente aún, girando los dedos para dar con la parte interna del clítoris, y llevándola al orgasmo entre gritos y movimientos involuntarios.

Cuando terminé lamí mis dedos como sabía que a ella le gustaba y después me besó para compartir ese sabor.

  • Buen trabajo, esclava, muy obediente y placentera como siempre. Ya puedes vestirte e irte.