Mi cambio de vida 2

Soy Alicia, tengo 42 años, marido, trabajo estable, casa y algún que otro vicio. Esta es la historia de cómo me convertí en una esclava, y de lo mucho que lo disfruté. Capítulo II: Conociendo a Ama...nda.

Habían pasado tres semanas desde mi aventura extramatrimonial con una desconocida, y aunque al principio me sentí muy culpable y preocupada, que pasaran los días sin tener noticias de ella me tranquilizó. Había cumplido lo que mi chantajista había querido y ahora podría vivir tranquila como si nada hubiera pasado. Desde esta perspectiva, la idea de haber sido traviesa y haber tenido una aventura (¡con una mujer!) una vez en la vida me excitaba y casi enorgullecía.

Diego, mi marido, no sospechaba nada y lo único que había cambiado era que yo había dejado de jugar tanto con desconocidos on-line, y me masturbaba a menudo pensando en todas las sensaciones que me proporcionó la chantajista a la que me había entregado.

Fue justo un jueves por la noche, cuando estaba medio dormida viendo un capítulo de la serie de moda en el sofá, medio pensando en ella, cuando me llegó un whatsapp que rompería con la tranquilidad. Tuve que sacar el móvil de debajo de mi cuerpo (con Diego nos ponemos en el sofá de las formas más incómodas posibles, haciendo un lío de brazos, culos y piernas) y cuando vi de quién era me quedé petrificada en mi sitio. “Ama”. Alguien me había guardado un número de teléfono con ese nombre. ¿Cómo había desbloqueado mi teléfono? ¿Cuándo? ¿Mientras yo dormía? ¿Cómo no me había dado cuenta hasta entonces? ¿Y cómo lo hacía para tener toda mi información y acceso a todo lo que yo tenía?

Abrí el mensaje, ya completamente despierta y con el corazón palpitando con fuerza.

“¿Me has echado de menos, perra?”.

  • ¿Estás bien? –me preguntó Diego, mirándome preocupado.

  • Sí, sí… es… A…ma…nda, del trabajo. Que no ha recibido el calendario de reuniones de este mes.

  • ¿Quién es Amanda? –me preguntó, tranquilamente.

  • ¡Coño, Diego! ¡La nueva, joder, la nueva! –le grité, antes de salir del sofá hecha una furia e irme al estudio. No sabía por qué me estaba enfadando con él. Por estar tranquilo mientras todo se iba a la mierda, quizás.

Me encerré en el estudio y lo primero que hice fue cambiar el nombre con el que estaba guardado ese contacto, de Ama a Amanda. Después volví a abrir su conversación.

“¿Qué quieres ahora?”, le pregunté.

“Volver a verte, claro. No pensarías que no ibas a saber más de mí, ¿no? Te recuerdo que eres mi esclava.”

“No, no voy a volver a entrar en tus juegos”.

“Qué lástima… Pensaba que querías verme la cara y hablar conmigo”.

Tardé un rato en pensar qué quería contestar. Era cierto que había fantaseado con cómo debía ser mi desconocida… Incluso me había empezado a fijar en mujeres de mi día a día y había fantaseado con la posibilidad de que fueran ella. Mi móvil volvió a vibrar.

“Mañana cenamos juntas. A las 21h en esta ubicación. Te quiero puntual y con falda corta. Obedece o le mando estas fotos a Diego. Quizás le gustan, son preciosas.”. El mensaje llevaba varias fotos adjuntas. Eran del día del hotel. En la primera salía yo con los ojos vendados, lamiendo mis dedos llenos de jugos. En la segunda se veía mi tatuaje y mi culo, con una mano (¡la suya!) agarrándome una nalga. Sentí que me mareaba cuando abrí la tercera y me vi completamente desnuda, abierta de piernas, con un vibrador sobre la barriga y su mano con un dedo dentro de mi vagina.

Me sentí muy estúpida. Ahora ya no solo tenía pruebas de mis tonteos y exhibiciones por internet, sino también de los cuernos que le había puesto a mi marido. Hice zoom en las fotos en que se veía su mano y noté como me excitaba ligeramente. Era la primera vez que veía una parte de ella. La mano no me daba nada de información, tenía dedos largos y llevaba las uñas cortas y pintadas de rojo oscuro, y me tocaba como si fuese suya. Sentí que palpitaba entera al recordar cómo se sentían sus manos ahí.

Miré la ubicación que me había mandado, era un restaurante de un barrio pijo al que no solía ir de la ciudad. Parecía un sitio bonito, y cómo mínimo era un sitio público. Quizás podríamos hablar con tranquilidad.

Llegué puntual, con un vestido azul con pequeñas flores blancas, veraniego y un poco holgado. Esta vez no había especificado nada de tacones o maquillaje, así que iba con la cara lavada y zapatos planos. Era mi pequeña rebeldía.

Entré en el local y en seguida recibí un mensaje.

“Ven y siéntate conmigo”. Algo más de información no me habría venido mal. Paseé la mirada por todo el local, que era bastante grande. Sólo había tres mesas con una chica sola sentada en ellas, y ninguna me miraba. Mientras me decidía sobre a donde ir un señor salió del baño y se sentó junto a la más mayor, que en seguida habría descartado. Quedaban dos chicas, una bastante joven, con gafas y el pelo recogido en una coleta alta, y otra, de unos treinta y pico, que miraba el móvil. Era rubia con el pelo liso y suelto, iba bastante maquillada y llevaba un vestido negro ajustado, que dejaba ver un buen escote. Tenía que ser ella. Me acerqué a su mesa, nerviosa y sin saber qué le iba a decir, y me senté delante de ella.

  • Hola. –dije, simplemente, con el tono más neutro que pude. Estaba sudando. Ella levantó la cabeza, sorprendida.

  • ¿Puedo ayudarte en algo? –me preguntó, con una voz aguda. Era evidente que ella no era la mujer de voz sensual que me había quitado el sueño. Oí una risa conocida, procediendo de unas mesas más atrás.

  • Perdona, me he confundido. –le dije, sonriendo como una idiota, mientras me levantaba. Me giré y la otra chica me miraba y se reía. Aturdida, me dirigí a su mesa. No debía tener más de 25 años, tenía el cabello oscuro recogido en un estilo casual con una coleta alta. Algunos mechones de pelo le caían despreocupados y el único maquillaje que llevaba era un eyeliner muy marcado, detrás de unas gafas de pasta negras. Era guapa, pero no de una forma tan despampanante como la rubia.

  • Siento la decepción. –dijo, cuando llegué a su mesa. La voz era inconfundible. ¿Cómo no había notado que era tan joven? –Ni se te ocurra. –me cortó, cuando iba a sentarme. Rebuscó en su bolso y sacó un pintalabios, que me tendió. –Ves al baño y arréglate para mí, anda.

  • Mira, no sé lo que te has…

  • ¿Tú crees que nos echaran del local si reproduzco el audio de tu orgasmo gritando “soy tu cerda”? ¿Te dije que lo grabé?

Tragué saliva. Sí, era muy joven y de entrada no me había parecido intimidante… pero había algo en su sonrisa que la hacía increíblemente perversa, y movía la cabeza de la forma más pícara que había visto jamás. Intenté aguantarle la mirada, pero con un simple gesto de su ceja logró que la desviara. Era autoritaria, mucho. Por un momento me permití bajar la mirada hacia sus pechos, que se intuían tan grandes como me habían parecido, debajo de una camisa verde algo ancha, bastante abierta por el escote y anudada a la cintura. Debajo llevaba unos pantalones ajustados, pitillo, pero no podría ver bien su cuerpo hasta que se levantara.

  • ¿Te gusta lo que ves? –me preguntó, casi ronroneando. El estúpido de mi cuerpo reaccionó a esa pregunta, aunque traté de disimularlo. Ella sonreía de lado mientras seguía sosteniendo el pintalabios en la mano. Lo cogí de mala gana y me fui al baño.

El espejo me devolvió una cara de estúpida cuando me miré y además de pintarme los labios de rojo (parecía que le encantaba), no pude evitar levantarme un poco el pelo para darle algo de volumen y asegurarme de que el escote estaba bien puesto. Volví a su mesa y me senté. Delante tenía una copa de vino blanco.

  • Mucho mejor. –me dijo, sin siquiera levantar la mirada de la carta. Me indigné un poquito, pero lo disimulé porque apareció el camarero y ella pidió tres platos para picar. Ni siquiera me había preguntado.

  • Bueno, ya está bien. ¿Quién eres? –le pregunté, cuando el camarero se fue.

  • Que pregunta más tonta, ya lo sabes… soy tu ama. –le brillaban los ojos cuando decía eso.

  • Si crees que voy a dejar que una niñata me chantajee… -empecé a decir, muy enfadada. Ella se acercó a mí y me besó en los labios, apasionadamente. Quería echarla de encima mío, separarla de mis labios y decirle que no volviera a hacer eso jamás. Una parte de mí, creo que quería eso. Pero era una parte muy pequeña. El resto de mí estaba extasiado, como si le hubiesen dado una dosis de una droga que llevaba mucho tiempo deseando. Sus labios eran tan exigentes, cálidos y feroces como los recordaba, y sentía su mano firme en mi nuca, impidiéndome decidir cuándo terminar con ese beso. Llegué a gemir ligeramente contra ella.

  • No se trata sólo del chantaje. –dijo ella, sin apenas separarse un centímetro de mí. Esa voz me hacía temblar. –Se trata de que cada centímetro de tu cuerpo ya me pertenece y aún no te has dado cuenta.

Me dio un besito corto y se volvió a sentar, sonriendo como si nada hubiese sucedido.

  • Felipe va a masturbarse pensando en este beso, por cierto.

  • ¿Qui-quién? –pregunté, aún en shock.

  • El camarero, en su chapa pone que se llama Felipe y se le van a caer los ojos en cualquier momento.

Me giré y le vi, mirándonos con la boca abierta. Era un chico muy joven, parecía que ese fuese su primer trabajo. Traía el pan, pero cuando vio que le miraba se volvió a ir sin dejarlo. Al cabo de pocos segundos volvió, rojo como un tomate, y dejó el pan encima de la mesa sin mirarnos. Amanda rió, mientras yo me dedicaba a observar si alguien de las otras mesas también nos había visto. Parecía que nadie más nos hacía caso.

  • Así qué, dime… ¿cuántas veces te has masturbado pensando en mí?

Me atraganté con el vino.

Fue la cena más extraña que he tenido jamás. Por un lado me preocupaba que alguien pudiera reconocerme, aunque estábamos en un barrio por donde no iba nunca, y por otro intentaba hablar con Amanda sobre lo que quería, pero ella solo quería conocer todos los detalles de mi vida sexual.

  • ¿Cuándo has tenido tu último orgasmo? –me preguntó, cuando Felipe estaba dejando un plato de pulpo.    Su cara se congeló al oír la pregunta, y la mía también debió ser un poema, porque Amanda la malinterpretó a propósito. -¿Te he pillado? ¿Te has dado un gusto antes de venir? ¡Qué pillina! Así que tanto te pone pensar en mí, ¿eh?

Parecía que se lo estaba pasando de lujo, se la veía relajada y alegre, y a cada minuto que pasaba la encontraba más atractiva. Era joven, pero cada uno de sus gestos tenía una determinación y una fuerza que no entendía de dónde podían salir. Tenía los ojos oscuros, grandes y muy inteligentes, y unos bonitos labios que en algún momento me sorprendía mirando. Era raro mirarla y pensar en todo lo que ya había hecho con ella, pero hice grandes esfuerzos para no pensar en eso porque hacía que me hirviera la cara y se me secara la boca. Y cada vez que vaciaba mi copa ella se encargaba de volver a llenarla, así que al cabo de un rato mi cabeza estaba entre embutida y mucho más relajada que al llegar. El local se había llenado, habían llegado cuatro chicas amigas de la rubia que montaban follón, y Amanda y yo cada vez teníamos que estar más cerca para escucharnos.

  • Entonces, ¿me vas a decir algo? ¿Tu nombre? ¿Qué es lo que quieres? –le pregunté. -¿Qué me va a costar que me dejes en paz?

Ella bufó, exasperada.

  • Qué pesada eres, Alicia. A ver si lo entiendes de una vez. No vas a comprarme, no quiero nada más de lo que ya he dicho. A ti. Dispuesta para mí, siempre y para lo que yo quiera. –Una de sus manos alcanzó mi rodilla y empezó a trepar por ella. –Quiero ver esa cara que se te pone cada vez que te mojas. Y cuando tratas de disimularlo. Quiero notar cómo te gusta que sepa que eres una cerda, que te diga que vas a ser mi esclava. Ahora por ejemplo, te voy a dar una orden y sé que te va a gustar. Te he puesto una cosa en el bolso, quiero que vayas de nuevo al lavabo, te quites las bragas y vuelvas con lo que te he dejado puesto.

Parpadeé un par de veces, y ella se inclinó para rozar los labios de mi coño con la punta de un dedo y pasearlo arriba y abajo por mi ropa interior, antes de retirarse elegantemente. Era electrizante.

  • Ahora, Alicia.

Me fui al baño y obedecí, sintiendo que no podía hacer otra cosa. Para mi vergüenza, estaba terriblemente mojada, y lo que encontré en el bolso no me bajó la lívido. Se trataba de un dildo, no muy grande pero con una especie de tope. Sujetándome la falda con una mano, me introduje el juguete dentro y me di cuenta de que la base era más alargada de lo que me había parecido, y según cómo me llegaba a acariciar el clítoris. Solo esperaba que no se me cayese mientras caminaba, o que nadie notara algo. Volví a la mesa andando con dificultad, y Amanda me miraba sonriente, complacida. Justo en el momento en que me senté, el juguete se encendió y empezó a vibrar.

  • Oh, no. –solté, implorándole a mi chantajista. –Por favor, no me hagas esto.

  • ¿Has probado las fresas de esta ensalada? –me preguntó, alargándome su tenedor para que comiera de él. Me fijé en que su otra mano estaba escondida, seguro que manipulando la aplicación o el control remoto. Probé las fresas mientras me palpitaba el coño e intentaba no gemir. Estaban buenas. –Dime, ¿qué es lo que sientes?

  • ¿Lo que siento?

  • Sí, con el juguete entre las piernas… ¿te pone que cualquiera pueda verte?

Medio gemí, incapaz de darle una respuesta, y ella se encogió de hombros.

  • Ay, parece que no nos queda más vino… podrías llamar a Felipe y pedirle más, ¿no?

  • No, Amanda, por favor…

  • ¿Cómo me has llamado? –preguntó ella, sorprendida. Subió la intensidad del juguete. Jadeé, se me había escapado por estar concentrada en no gemir salvajemente. Algo me decía que ella disfrutaría si yo montaba un número y no quería darle esa victoria.

  • A-amanda. Es… es para no llamarte… ya sabes…

  • ¿Qué es lo que sé? ¿Cómo me tienes que llamar, Alicia?

El vibrador debía estar a máxima potencia, porque en poquísimos segundos ya me sentía a punto de explotar, y sólo deseaba no estar en un lugar público y chillar. Quería chillar muy fuerte.

  • ¡Ama! –susurré. –Eres mi ama.

Dios, qué bien me sentaba decirlo.

  • ¿Pero quizás en público puedo llamarte Ama…nda?

Ella sonrió, bajando la intensidad del vibrador. Yo volví a respirar, notándome más mojada de lo que había estado en mucho tiempo. Las amigas de la rubia reían a carcajadas.

  • Está bien, eres creativa. Amanda en público. Ahora llama a Felipe, esclava.

  • … Camarero…

  • Así no creo que vaya a oírte.

  • ¡Camarero! –dije, y el vibrador volvió a aumentar drásticamente la potencia. El chico enrojeció solo de ver que tenía que acercarse a nuestra mesa, mientras yo me agarraba a los extremos, deseando no mostrar todo lo que sentía por dentro. Pero lo había puesto muy fuerte y sin que lo pudiera evitar mi espalda se curvaba sola, espasmódica.

  • ¿Os puedo traer algo más? –preguntó Felipe, mirando fijamente cómo subía y bajaba mi escote. Se le abrieron las mandíbulas.

  • Yo creo que se lo merece… -dijo Amanda, con una sonrisa.

  • ¿Qué? –pregunté, horrorizada.

  • Córrete, cariño. –me dijo, cogiéndome de la mano. –Enséñale cómo explotas.

  • No, por favor…

Felipe no daba crédito, nos miraba de una a otra con los ojos como platos, plantado al lado de nuestra mesa.

  • Es una orden. –pronunció Amanda, sonriendo de lado. Se le ponía una cara increíblemente perversa, de poder absoluto y de disfrutar haciéndome eso. Y por si eso no me excitaba lo suficiente, aumentó aún más la potencia del juguete. Gemí lo más bajo que pude, intentando resistirme.

  • Mírale a los ojos, Alicia.

Me moría de la vergüenza, pero tuve que obedecer, y en parte me complacía hacerlo, de una forma que no hubiese pensado jamás. Miré a Felipe a los ojos mientras sentía como mi columna tomaba vida propia y me recorría un orgasmo por todo el cuerpo. Mi respiración estaba fuera de control, me sentía sudando y con las mejillas a punto de explotar.

Amanda sonrió, apagó el juguete de entre mis piernas y se incorporó para darme un beso en la mejilla. El resto del bar seguía con sus ruidos habituales, quería pensar que nadie nos había visto.

  • Buena chica. Ahora dale a Felipe tu ropa interior, y nos iremos.

  • ¿Qué?

Nos fuimos sin pagar. Ella le pidió al camarero que nos invitara, mientras le daba mis bragas mojadas y le sonreía. Él tenía una erección espectacular y corrió a esconder mi pieza de ropa en su bolsillo, mientras tartamudeaba y aceptaba a que nos fuéramos.

  • ¿Qué me has hecho hacer? –le pregunté al salir, sintiéndome realmente mal por un lado… y muy viva por el otro. - ¿Me has prostituido por una cena?

  • Qué dramática, Alicia… ni siquiera os habéis tocado. Simplemente he sacado provecho de tu pequeño show… Y vete acostumbrándote, cariño, a partir de ahora sólo tendrás un orgasmo cuando yo te diga, y en las condiciones que yo diga. –se paró a mitad de la calle y me besó con pasión, agarrándome del pelo y mordiéndome los labios. –Ahora ven… tengo el coche en esta calle, y tu ama necesita que te ocupes de ella, tu actuación me ha puesto muy cachonda.

Amanda no tenía un coche… tenía un cochazo, de lujo, muy nuevo y con las ventanas de atrás tintadas. Sin moverlo de en medio de la calle donde había aparcado me hizo entrar en los asientos de atrás, se bajó los pantalones y me ordenó satisfacerla. Era la primera vez que veía su coño y lo saboreé tanto como la primera vez, con el añadido de que pude ver su cara al correrse, que me pareció altamente excitante. Justo después de explotar por mi lengua y mis caricias, volvió a vestirse, se cambió al asiento del conductor y se dirigió a un hotel. Dejó el coche en el parking y subimos directamente con el ascensor.

  • Esclava… la noche acaba de empezar. Mándale un mensaje a Diego diciendo que has bebido más de la cuenta y que te quedarás en casa de quién sea que le has dicho que está cenando contigo. –me ordenó ella, nada más entrar en la habitación, mientras se desnudaba.

La visión de sus pechos me hizo boquear, y obedecí sin siquiera plantearme qué estaba haciendo.