Mi cambio de vida 1

Soy Alicia, tengo 42 años, marido, trabajo estable, casa y algún que otro vicio. Esta es la historia de cómo me convertí en una esclava, y de lo mucho que lo disfruté. Capítulo I: Ojos que no ven... chantajista que lo goza.

A pesar de todas las voces en mi cabeza que me gritaban que saliera de ahí a toda prisa, había cumplido todas las peticiones. Me había vestido tan provocativa como podía, con una blusa negra escotada y una falda roja demasiado corta para mi comodidad. Completando el outfit llevaba mis cuñas (nada de tacones, tenía que poder correr si me veía en apuros) y, tal y cómo me había exigido el chantajista, me había pintado los labios de rojo.

El nerviosismo me erizaba la piel, y las miradas de algunos transeúntes poco discretos no me ayudaban a calmarme. La verdad es que hacía años que no salía a la calle vestida de una forma similar, y había perdido la costumbre de atraer miradas. No es que mi cuerpo haya cambiado tanto o que no me considere atractiva… Creo que lo soy, pero a mis 42 años he llegado a un punto en el que no suelo sentir que tengo que demostrarle nada a nadie.

Miré la hora una vez más, mordiéndome las uñas. Las instrucciones decían que estuviera ahí a las cuatro de la tarde exactamente… pero ¿y después? Estuve un par de minutos en medio de la plaza sin apartar la vista del móvil, hasta que por fin sonó.

“Buena chica, puntual y preciosa. Entra en el hotel de enfrente, coge el primer ascensor y sube a la segunda planta.”

Respiré hondo. Iba a conocer al tío que me había mandado todos aquellos mensajes y que decía que lo sabía todo de mí. Iba a subir, encararme con él y convencerle para que me dejara en paz. Con dinero si hacía falta. Solo me había vestido como él quería para que no se pusiera negativo durante la negociación.

Llegué a la segunda planta, el hotel era bastante bonito y las paredes del pasillo se veían claras y bien pintadas. Tenía dinero, pensé, y eso no era bueno para mí. Esperaba que fuera solo fachada.

“Ves hasta la habitación del final del pasillo, la puerta está abierta.”

Respiré hondo. Llegué y abrí sin pensármelo mucho (si lo hacía quizás no la abría), pero la habitación estaba vacía.

“Ponte cómoda. Te recomiendo que te tumbes en la cama.”

Ni loca, pensé. Por el contrario, me quedé de pie mirando las vistas a la plaza que tenía la habitación,  hasta que el televisor que había frente a la cama, colgada de la pared, se encendió. Me giré asustada, y se me heló la sangre. Yo aparecía en la pantalla, bailando en sujetador y bragas. No se me veía la cara, pero cualquiera que hubiese estado en mi casa habría reconocido la pared del comedor o el sofá. Y por si eso fuese poco en el video me giré y se veía mi tatuaje de la parte baja de la espalda. Era evidente que era yo. De repente el video paró y aparecieron conversaciones subidas de tono que había tenido con desconocidos por internet.

“Quiero lamerte hasta que me ordenes que pare”, “no paro de pensar en la conversación de ayer, suerte que mi marido no está en casa porque me he masturbado tres veces pensando en las fotos que me mandaste”, “necesito que me la metas”, “estoy en el curro pero mándame una foto de ti y me voy al baño para mandarte una a ti… ¿tetas o culo ;) ? Si te portas bien quizás tendrás premio…”.

Los mensajes se intercalaban con fotografías, con videos en los que salía masturbándome e incluso con algún audio de mis orgasmos que había mandado a alguno de mis contactos de más confianza.  Y tan de repente como había empezado la retahíla de pruebas, la tele volvió a apagarse. Era más grave de lo que esperaba, ¡lo tenía todo de mí! ¿De dónde lo había sacado? ¡Había cosas que ni yo hubiese sabido dónde encontrar! El móvil me vibró en el bolso y volví a sacarlo con prisa.

“Sé tu nombre y apellidos, tu dirección, el mail y teléfono de Diego, tu marido, de tu jefa Sofía Lorente y de todos tus compañeros de trabajo. Me vas a obedecer, ¿verdad? :) En el primer cajón de la mesilla de noche hay una tela negra. Átatela en los ojos.”

Abrí el cajón temblando. ¿Qué opciones tenía? ¿Me estaban viendo en ese mismo momento igual que me había estado viendo cuando estaba en la plaza? Ya no sabía qué pensar. La tela era suave y muy gruesa, me la puse alrededor de los ojos y no podía ver ni la luz de la habitación. Estuve lo que me pareció una eternidad ahí plantada, sin saber qué hacer ni qué estaba esperando y sin ver nada, hasta que escuché cómo la puerta se abría y se volvía a cerrar. Tenía los pelos de punta. Fuese quién fuese el pervertido que tenía mi información, ya había entrado en la habitación. Tragué saliva.

  • Oye… mira, sólo he venido porque quiero hablar contigo… Entiendo lo del anonimato, pero… ¿cómo has conseguido todas mis cosas? ¿Qué es lo que quieres? Puedo pagar…

Pero no terminé la frase, porque se había puesto detrás de mí y me había apretado el nudo de la cinta sin que me diera cuenta de donde estaba. Solté un grito al notar el movimiento y la fuerza con la que me ató. La estúpida moqueta debía haber silenciado sus pasos.

  • Sshh… -dijo una voz en mi oreja. Intenté apartarme.

  • No me hace gracia, por favor, hablemos…

  • Tú no vas a hablar más hasta que yo te lo ordene, perra. –dijo la voz. Me quedé helada, mientras se me rompían todos los esquemas.

  • Eres… ¡eres una mujer!

Una mano me cogió del pelo y me estiró la cabeza hacia atrás.

  • He dicho que no hablarás hasta que te lo ordene. ¿Me has entendido?

Asentí con la cabeza, sin entender nada.

  • ¡Bien! ¡Vamos mejorando…! Vaya, vaya, vaya… así que a la buena de Alicia le gusta tocarse y hacer que otros se toquen, ¿verdad? Contéstame, Alicia… ¿Te gusta tocarte?

  • ¿Quién… quién eres? –pregunté. Gemí cuando me volvió a tirar del pelo. Su voz no me sonaba absolutamente de nada. -¿Qué quieres de mí?

  • Quiero ver cómo lo haces. Quiero que me obedezcas. Quiero que te conviertas en mi esclava.

Se puso detrás de mí y apretó su cuerpo contra el mío. Notaba sus pechos (generosos) en la espalda y sus manos clavándose en mis caderas. Tenía su aliento en la oreja, debía ser más o menos tan alta como yo.

  • Contéstame, Alicia… ¿te gusta masturbarte para desconocidos?

Sus manos se adelantaron hacia mis muslos y apreté las piernas inconscientemente para que no pudiese acceder entre ellas, pero ella movió una mano de nuevo hasta mi pelo para inclinarme la cabeza hacia atrás. Sus labios rozaban mi oreja.

  • No te pongas tímida, sólo admítelo. Te gusta masturbarte para desconocidos.

Su voz era muy sensual y sentía mi piel erizarse en mi nuca, y mis pezones traidores empezar a endurecerse debajo de mi sujetador. Nunca había estado con una mujer, aunque siempre había tenido la fantasía de probarlo. Era de esas cosas que me arrepentía de no haber hecho en la universidad.

  • A-a veces, sí… -empecé a farfullar. Que fuese una mujer la que me estaba haciendo chantaje me había dejado fuera de juego. Sus manos exigentes me levantaron la falda de un solo movimiento y yo volví a chillar, intentando volver a bajarla. Me sentía increíblemente vulnerable al no ver sus movimientos, al no poder prever hacia dónde irían sus manos. Una de ellas me agarró del cuello, haciendo que me sintiera totalmente sometida, mientras la otra buscaba mi mano y la llevaba a mi entrepierna.

  • Bien, mastúrbate para mí.

No sabía qué hacer. Empecé a acariciarme por encima de las bragas, sin saber exactamente por qué obedecía pero sin poder evitarlo. Odiaba admitirlo pero su voz me excitaba un poco. Y olía muy bien. Su mano libre (la que no me agarraba del cuello) empezó a pasearse por mi escote, apenas rozándome con las puntas de los dedos.

  • Vamos, Alicia… Puedes hacerlo mejor… -dijo mientras su mano se metía entre el sujetador y uno de mis pechos y me lo masajeaba haciendo que yo temblara entera. –Piensa que he visto tus vídeos… He visto cómo llegas a disfrutar…

Mi mano decidió sola poner más presión en la tela de mis bragas, pero sabía que algo de lo que había dicho me tenía que hacer despertar. Por un momento intenté pensar con claridad, ¿no había ido para convencerla de algo? ¿Los vídeos?

  • Espera, yo… ehm… No, he venido para…

  • Ya vale, Alicia. Has venido para hacer todo lo que yo te diga, o si no voy a mandar todo lo que tengo a todos tus contactos. ¿A tu marido? ¿A tu suegra? ¿A tu jefa? Oh, a ella le puedo mandar ese video en el que te masturbas en tu mesa de trabajo… Es uno de mis favoritos… Se te ve tan perra, intentando no llamar la atención de los demás… ¿Es eso lo que quieres? ¿Lo mando?

Hice que no con la cabeza. Todo me daba vueltas, me había metido en la boca del lobo, y ahora esa loba me apretaba con fuerza contra sí.

  • Pues obedece y tócate para mí… -con una mano apartó mis bragas para que me masturbara por dentro y de repente rió en mi oreja. –Dios, Alicia… ya estás empapada…

Noté que me subían los colores a la cara.

  • Deja de quejarte y disfruta para mí… Vamos, mastúrbate más fuerte, entrégate a mí.

Mis dedos se movían solos, como tantas veces habían hecho, mientras ella empezaba a repetirme esas cuatro palabras como si fueran un mantra. “Alicia, entrégate a mí”. Cada vez que me lo decía algo en mí me hacía caer más hondo y masturbarme con más ímpetu. Notaba sus manos en todas partes, en mis pechos, en mi cuello, en mi culo, en mis labios, en los muslos, acariciándome el pelo… Las movía con habilidad y sin prisa mientras me pedía que me entregara a ella, y yo sucumbía a tocarme más y más. Me excitaba no saber quién me estaba sometiendo, no saber qué iba a ocurrir, estar haciendo algo malo, manoseada por una mujer. Al cabo de pocos minutos me masturbaba con dos dedos dentro mientras con la otra mano me acariciaba el clítoris desesperadamente.

  • Buena chica, verte así es un placer… sigue, sigue Alicia. Te pone, ¿verdad? Te pone pensar que estás en una habitación de hotel, incapaz de ver nada, siendo tocada por una mujer que no conoces, entregándote a mí, masturbándote y gozando como una loca para evitar que todo el mundo sepa cómo eres. Para que no sepan que eres una cerda, una viciosa, una perra en celo, ¿no? Pero yo sé cómo eres, Alicia, y a partir de ahora me vas a obedecer. Quiero que te corras. Lo vas a hacer para mí, para enseñarme que eres mía y que eres una cerda. Di, ¿lo eres? ¿Eres o no eres una cerda?

  • Sí… -gemí, loca de placer. Era como si de repente ni mi mente ni mi cuerpo fueran míos y le respondieran sólo a ella.

  • Dilo, dilo mientras te corres Alicia. Di que eres mi cerda.

  • Sí, sí, sí… soy… ¡tu cerda! –escucharme decirlo aún me excitó más y llegué al orgasmo sin poder remediarlo.

Me temblaban las piernas, pero ella me sostuvo unos segundos, antes de apartarse de mi espalda y ponerse delante de mí.

  • Buena chica. Ahora lámete los dedos, Alicia.

Despacio, los saqué de mi entrepierna y los lamí. Oí el chasquido de un móvil haciendo fotos y por un momento me sentí avergonzada de mí misma. Escuché cómo dejaba el móvil en algún sitio y de repente me quitó la mano de la boca y  me besó. Era exigente, feroz y caliente. Y estaba notando mis fluidos en su boca, por fuerza. Nunca había besado a una mujer, y aunque me odiara sentí cómo mi coño palpitaba ligeramente, aún cansado por el orgasmo anterior.

  • Desnúdate.

  • Creo que tenemos que hablar, ya he hecho lo que quer… -volví a intentarlo, pero de repente me dio una bofetada en la cara. Sentí que me faltaba el aire, no por el dolor (no había sido fuerte), sino por la sorpresa y la humillación.

  • Te he dado una orden.

Tardé un par de minutos en empezar a desnudarme, pero ella no dijo nada más. Su última frase flotaba en el ambiente, mientras mi cabeza intentaba pensar una escapatoria y no la encontraba. No sabía qué pensar o cómo tenía que sentirme. Despacio, me quité la blusa ajustada y la falda, que se había quedado arrugada en la cintura, y me quedé clavada donde estaba.

  • Sigue. –me dijo. Escuché su voz lejana, como si estuviera en la cama, y algo en mí me dijo que se estaba tocando mientras me miraba. El corazón me latía como loco. Me quité el sujetador y las bragas a conjunto (que estaban empapadas), y luego esperé más instrucciones. Nunca en mi vida me había sentido tan vulnerable. Y a una parte de mí le encantaba.

  • Gírate, quiero verte el culo, y ese tatuaje de choni que llevas. –obedecí, tímidamente. –Inclínate un poquito hacia delante, cariño… Mejórame la perspectiva.

Lo hice, con el culo en pompa, y aguanté la posición un par de minutos, temblando. En algún momento se acercó y me lo sobó a placer, primero con una sola mano, después con las dos. Las sensaciones eran increíbles, como si al no poder ver, todo se magnificara.

  • Bien, ahora sigue mi voz y ven hasta mí.

Avancé a tientas hasta la cama (pensando que iba a chocarme contra algo), y ella me ayudó a tumbarme. Luego se puso encima de mí y rozó todo su cuerpo contra el mío. Se había desnudado, pensé, aunque no sabía cuándo había sucedido. Sentí sus pezones contra los míos. Mi mente no funcionaba con claridad, pero en ese momento dos neuronas debieron conectar porque oí un “va a pasar de verdad” en mi cabeza. No iba a ser solo ver cómo me masturbaba, estábamos las dos desnudas en una cama. Tanto si quería (que no sabía decirlo) como si no, iba a suceder.

  • Alicia, dime… ¿te has comido nunca un coño? –me preguntó. Hice que no con la cabeza y ella me puso un dedo en la boca. Sabía a coño, pero no era el mío. Gemí ligeramente, odiándome por ser tan débil, mientras recorría con la lengua aquél dedo. –Algo me dice que lo vas a hacer muy bien…

Noté movimiento a mi alrededor, y de repente me encontré con su coño en la cara. Intuí que se había puesto en posición de 69, y guió mis manos hasta sus muslos, para que me agarrara.

  • Chupa, cerda, que te va a gustar.

Estaba atrapada debajo del cuerpo de esa mujer, escuchando cómo me hablaba y notando su coño en mi cara. Empecé a besar poco a poco, para situarme, y luego saqué la lengua para reseguir sus formas. Ella gimió y me abrió las piernas. Esperaba que ella me hiciera lo mismo que yo le estaba haciendo, pero en su lugar noté cómo encendía un vibrador y me lo acercaba. Me retorcí debajo de ella, que se rió.

  • Cómo más placer me des, más placer tendrás… Que sé que es todo lo que te importa, sentir placer, ¿verdad putita?

Me la comí con desesperación. Nunca había dejado que nadie me hablara así, y de repente sentía que necesitaba que aquella desconocida jugara con mi coño. Sentía la vibración en mi clítoris, pero cada vez que parecía que iba a aumentar mi placer, se alejaba o bajaba la velocidad del juguete y me frustraba más y más. “No me está permitido correrme”, pensé de repente. Noté que me excitaba sólo pensarlo. “No hasta que ella se haya corrido en mi cara”.

Así que me olvidé de mí y de mi coño, y disfruté de su sabor y de sus pliegues. Lamí, sorbí, jugué, acaricié su culo y sus piernas y acabé usando mi pulgar para meterlo por su vagina mientras ella gritaba de placer y yo succionaba. Justo cuando noté que iba a llegar al orgasmo se inclinó hacia delante y enterró su boca en mi entrepierna, besando mi clítoris mientras se corría en mi cara. Me encantó notar su fluido en mi boca, sus espasmos encima de mi cabeza. Ella suspiró varias veces y cuando estaba algo recuperada me metió el vibrador de repente, hasta el fondo. Grité y me retorcí mientras lo sacaba y lo metía sin piedad, cada vez más de prisa, y su lengua hacía círculos alrededor de mi clítoris. Llegué al orgasmo dos veces seguidas, atrapada como estaba, explotando de placer sin ningún control. Y me quedé dormida.

Cuando me desperté no sabía ni qué hora era ni porqué estaba todo tan oscuro. Noté la venda y me la quité de los ojos, intentando adaptarme de nuevo a la luz: aún era de día. Estaba sola, desnuda en la cama, y toda yo olía a sexo. Me levanté esperando encontrarla en el baño, pero definitivamente se había ido. La realidad me golpeó en ese momento: había sido infiel a mi marido. Nunca lo había hecho, a pesar de mis juegos on-line, ni tenía la intención de serlo. Me sentía sucia y culpable por lo mucho que había gozado, así que me planteé una ducha rápida antes de volver a casa. Encendí la luz del baño y entonces vi el mensaje en el espejo, escrito con mi pintalabios rojo.

“Bien hecho, perra”.