Mi bella subsahariana

Aquí narro cómo las circunstancias me hacen vivir una fantástica historia de con una inmigrante ilegal subsahariana, senegalesa, después que le ofreciera mi ayuda para encontrar a sus familiares.

MI BELLA SUBSAHARIANA

Aquí narro cómo las circunstancias me hacen vivir una fantástica historia de con una inmigrante ilegal subsahariana, senegalesa, después que le ofreciera mi ayuda para encontrar a sus familiares.

Vivo en una zona del sur-este de la costa andaluza española, donde con alguna frecuencia arriban embarcaciones llamadas "pateras", cargadas de los también denominados "inmigrantes ilegales" o "sin papeles". Vienen en busca de un futuro mejor para si y sus familias, o al menos es eso lo que creen.

Allí trabajo y poseo una pequeña casa, junto al mar, fruto de una herencia familiar y, aunque hay otras casas y viviendas, tengo la suerte de que la mía esté algo apartada, lo que me permite cierta intimidad.

Me casé hace 15 años (ahora, en el momento que escribo este relato, tengo 45), con mi novia de toda la vida, nos hicimos enfermeros (Diplomados Universitarios en Enfermería, como se nos llama hoy), ambos después empezamos medicina, ella terminó y a mí me faltaba varías asignaturas para hacer lo propio cuando un día se plantó delante de mí y me dijo que me dejaba por otro, un médico cirujano plástico, como ella. Este hecho me dejó "hecho polvo" y muy deprimido. Pero no es esta la historia que quiero contaros.

LA HISTORIA QUE AQUÍ CUENTO ARRANCA HACE TRES AÑOS , cuando una tarde de verano, paseando junto al mar con mis deprimentes pensamientos, observo que limítrofe a una zona rocosa y algo boscosa, se encuentran ambulancias, coches de policía y voluntarios de la Cruz Roja. Ya está, me dije, otra patera. Así era, al llegar a su altura pude comprobar que se trataba de un grupo de inmigrantes ilegales, todos ellos, por su aspecto, subsaharianos, jóvenes y de color. Pasé de largo y seguí caminando sumido en mis negros pensamientos como la piel de aquellos infelices que se prometían un futuro mejor.

Al regresar a casa ya de noche y terminado el dispositivo de la policía, muy cerca de casa, donde existe una zona peligrosa para nadar por las rocas y piedras que allí se encuentran, escucho como unos quejidos muy lastimeros pero muy bajitos. Me sobresalto e inmediatamente me viene al pensamiento los jóvenes de la patera, me acerco y encuentro tirada en la playa a una persona que me dice casi sin voz, "por favor, ayuda, policía no, policía no". Intento hablar con esta persona pero veo que está empapada en agua y emborrizada en arena, no puede casi hablar, sólo repite la misma frase una y otra vez, "por favor, ayuda, policía no, policía no".

Sin entrar en detalles diré que la llevé a casa, allí descubrí que era una chica, joven, curé sus heridas, le proporcioné toda la ayuda médica que necesitó, pidiendo favores y, por alguna razón que aun no acierto a explicar, decidí en su día no llamar a la ambulancia y ni a la policía, quizá su cantinela que no paraba de decir me hizo efecto, no, no lo sé.

Cuando la encontré pesaba 43 kilogramos y medía 1,62 metros, tenía todo su cuerpo llenos de cortes y aunque como digo joven, parecía mayor, tenía la cara hinchada y un ojo casi cerrado.

Lo que realmente me hizo definitivamente convertirme en su cómplice y ayudarle fue la historia que tres días después de encontrármela en la playa me contaría, pero esa historia es mía, de ella, y muy posiblemente de nadie más, al menos en su totalidad.

Su deseo más ardiente era encontrar a su marido y sus dos hermanos que cuatro años atrás realizaron el mismo viaje desde Senegal y que ahora ella también había cumplido. Le prometí ayudarle y lo dije de corazón.

Una vez repuesta y totalmente recuperada, dedicamos todas nuestras energías en tratar de localizar a su marido y sus hermanos.

Durante ese tiempo entablamos una buena amistad, fue poco a poco, pero crecía día a día; aunque en mí también nacía, lo confieso, un deseo lascivo. Yo me decía, "pero, ¡si casi le doblas la edad!"; en aquel entonces ella tenía 23 años y yo 42. Poco a poco nos hacíamos más cercanos el uno del otro; ella, yo creo, por todo lo que hacía por ayudarle, yo, estaba cautivo de su juventud, belleza y candidez a pesar de todo lo que había vivido siendo tan joven.

Un día, mientras paseábamos por la playa, vimos llegar una patera e inmediatamente la zona se llenó de policías, pasó mucho miedo y se abrazó a mí como una lapa, no pasó nada, pero yo le sugerí que siempre que saliésemos lo hiciéramos cogidos del brazo o de la mano. Ella se lo tomó al pie de la letra, pero lo bueno, al menos para mí, es que también terminó haciéndolo en casa, en el cine, e incluso cuando veía la TV; en ocasiones si le entraba sueno, en lugar de irse a la cama, reposaba su cabeza sobre mi pecho mientras yo le pasaba mi brazo por sus hombros. Estaba espléndida, había recuperado peso, pesaba 58 kilogramos, seguía teniendo unos pechos más grandes de lo que correspondía a su peso y estatura y su culo era respingón, como tienen muchas mujeres de su color. La notaba cada vez más relajada, lo apreciaba sobre todo en casa, ya no era tan recatada. En ocasiones se paseaba ligera de ropa sin importarle que yo me encontrara cerca de ella. Se había comprado ropa, aunque se arregló bastantes vestidos de mi esposa, que en su marcha a una vida mejor estimó que no necesitaría. Me dijo: "véndela, tírala o quémala". Yo no lo hice porque creía que un día regresaría, ¡estúpido!

En ocasiones el hecho de conocer su historia se me hacía una pesada carga, ello me obligaba a ser un caballero, en otras circunstancias me habría acercado a ella como hombre y no como amigo.

Un día, pasado casi cinco meses de nuestro primer encuentro, uno de los mucho contactos que habíamos establecidos surtió efecto, dimos con su marido y hermanos. Se encontraban en Cataluña en la recolecta de no se que fruta. Hablaron, lloraron y también rieron. Quedaron en que su marido vendría a recogerla lo antes posible, en cinco días. Era feliz, yo infeliz, pero era mi promesa, traté de disimular.

Dos días más tarde conseguí que me dieran algunos días libres, quería pasar los últimos días con ella. Después del trabajo no regresé a casa rápido a almorzar como hacía siempre y pasar con ella el resto del día, me fui a dar un paseo y a ordenar mis ideas, estaba desconcertado. Cuando llegué a casa, casi a la hora de cenar, me preguntó con cara de inquietud que dónde había estado, le tenía preocupada, no contesté, qué le iba a decir. En ese momento salía de la cocina con platos en la mano en dirección al comedor; me acerque y pude ver que había preparado la mesa con todo detalle: flores, velas, vino, diferentes tipos de copas, todo ello en un bonito mantel que ni me acordaba de que existiera; también una botella de cava se enfriaba en una olla profunda con abundante hielo.

Puse cara de sorpresa y antes de que dijera nada me dice que se sentía contenta y agradecida. Me comentó que se le había ocurrido después de la conversación de la noche anterior, cuando yo la había invitado a cenar una de estas noches que aún nos quedaban para celebrar el hecho de haber encontrado a su marido y sus hermanos. También me señaló que se había arreglado un vestido de mi esposa para lucirlo esa noche y que esperaba que no me molestase. Yo manifesté mi aprobación. Me dio las gracias con una amplia sonrisa a la vez que me deposito un suave beso en mis labios; me pidió que me arreglara para la ocasión y que me diera prisa, ya que la cena estaría dispuesta en 15 ó 20 minutos. Me fui pensativo y a la vez excitado, jamás me había dado un beso en los labios. Me alegré de haber comprado una caja de preservativos; por cierto, hacía varias semanas de ello y ahí seguían, así que me dije, "démonos prisa, ¡por si acaso!" Mientras me duchaba y me preparaba para la cena crecía en mi la curiosidad y una gran excitación por lo que pudiera pasar esa noche.

Me engalané para la ocasión; llevaba chaqueta y pantalón azul marino, zapatos negros, camisa blanca y me puse un perfume que sabía por experiencia que solía gustar a las mujeres. Ella llegó en seguida, se había puesto el vestido de noche de mi esposa que había arreglado previamente, de color rojo, y que le quedaba perfectamente. Al principio me sobresalté, ese vestido me traía muchos recuerdos, pero después no tuve más remedio que aprobar lo que había hecho.

Su pelo era corto, con un maquillaje moderado, labios rojos, su cara estaba resplandeciente y muy bella, ¡muy guapa!; tenía puesto un perfume agradable y discreto.

El vestido lo había acortado, y ajustado a su cuerpo, se había convertido en una minifalda muy atrevida que dejaba ver unas delgadas y bien torneadas piernas, embutidas en unas medias rojas transparentes, con una costura negra por la parte de atrás, destacando perfectamente su oscura piel.

Por delante, en su parte superior, un generoso escote en forma de uve permitía apreciar parte de sus bonitos pechos, así como resaltar unos gruesos pezones muy deseables a través de su suave y sedosa tela. Unos finos tirantes se entrecruzaban a su espalda dejándola al descubierto hasta la cintura.

Finalmente tenía puesto unos zapatos dorados, que también reconocí, de finas tirillas entrelazada, con un tacón medio, que dejaban ver unas uñas pintadas de color rojo, a juego con las de sus manos, vestido, medias y sus carnosos labios.

Esta visión me dejó sin habla, no esperaba esa transformación. Ella se percató de ello, y con mirada pícara me dijo, "¿qué tal me encuentras?" Dio unos pasos hacia atrás dándose la vuelta lentamente para que pudiera admirarla detenidamente. Yo, aun con cara de sorpresa, le dije que la encontraba maravillosa, "¡guapísima!" Ella también me elogió, dijo que me encontraba muy atractivo y alabó mi perfume.

Estuvimos cenando muy próximos, en uno de los laterales de la mesa del salón. Con frecuencia, en el hilo de la conversación, me rozaba, me tocaba, posaba su mano sobre mi brazo y se inclinaba de cuando en cuando permitiéndome entrever sus generosos senos. Yo estaba muy aturdido, torpe, alegre y temeroso de no entender lo que allí sucedía. Por momentos me excitaba más y más y no sabía qué hacer. Ella se mostraba muy contenta y me miraba continuamente a los ojos de una manera que yo interpretaba como muy provocativa y sensual.

Terminada la cena, dijo que iba por el postre, que me pusiera cómodo y relajado. Me quité la chaqueta y los zapatos, como hacía en otras ocasiones, y me abrí la camisa hasta la mitad del pecho, estaba excitado y acalorado. No tardó mucho.

Poco después se presento totalmente desnuda, sin zapatos, sólo con las medias que le llegaban casi a lo más alto de sus muslos y que terminaban en una banda elástica de encaje negro.

Me quede embobado. No era muy alta, pero tenía un cuerpo bien proporcionado, su cabello era corto y muy negro, su mirada risueña y alegre, ojos bellos, muy bellos, sus senos eran voluminosos y redondos, algo caídos por su peso y mirando hacia el frente terminaban en dos prominentes pezones, más negros que el resto, gruesos y apuntando hacia arriba, como después pude comprobar estaban firmes y duros. Su vientre plano. Sus piernas eran delgadas y bien proporcionadas, su pubis casi sin bello dejaba ver unos prominentes y rugosos labios vaginales, su culo redondito, respingón y duro.

Me dejó que la admirara detenidamente al ver mi cara de sorpresa y asombro. Después me miró con sus ojos penetrantes y abriendo los brazos con una pose sensual y con voz pícara, me dijo: "¿le apetece al señor tomar de este postre tan rico que he preparado?" No pude contestar, me quedé más petrificado si cabe, después, no se como, dije: …"Señora, por supuesto, me encantará degustar con sumo placer el postre que con tanto esmero ha tenido a bien prepararme"

Se vino hacía mi y empinándose pasó sus brazos por encima de mis hombros a la vez que yo la atraía con fuerza. Comenzamos a besarnos apasionadamente.

La atrapé con mis brazos mientras acariciaba su espalda y estrujaba su culito duro y respingón contra mi durísima polla que se encontraba a la altura de su bajo vientre. Metí mi lengua en sus boca recorriéndola toda ella e intercambiando sus fluidos con los míos. Ella permanecía abrazaba y tenía sus pies sobre los míos y hacía movimientos rítmicos para frotarse contra mi verga.

Me desnudé rápidamente, la cogí en brazos y la tumbé sobre la zona de la mesa del salón que había quedado libre de los preparativos de la cena. Comencé a besarla por todo su cuerpo, me paré en sus fantásticas tetas que ofrecían sus dos prominentes pezones y que toda la cena me habían tenido en ascuas notándolos a través de su vestido. Por fin llegué a su coño, depilado por su vulva, y devore sus carnosos y voluminosos labios con sumo agrado y pasión. Me detuve en su abultado clítoris, sobre el que sin prisas pero sin pausa lamí con frenesí, lo tenía como si fuera un botoncito que me permitió trabajarlo con facilidad. No tardó en tener un orgasmo que hizo que todo su cuerpo se estremeciera emitiendo entrecortados y audibles gemidos de placer; permanecí chupando su clítoris un buen rato hasta que comprendí que su orgasmo había llegado a su fin.

Se incorporó y sentada sobre el borde de la mesa me atrajo hacia si abrazándome; comenzó a besarme con frenesí, metiendo su lengua en mi boca hasta el paladar, al mismo tiempo que me atrapaba con sus piernas.

Me pidió que entrara dentro de ella, hice ademán de ir a coger un condón que tenía en mis pantalones, pero no me dejó, me dijo, "no, cariño, quiero sentirte dentro de mí, quiero notar como exploras cada centímetro de mi gruta con tu polla, quiero que inundes mis entrañas con tu leche". Seguidamente tomó mi polla con su mano derecha y la dirigió a su coño que estaba empapado de mi saliva y sus flujos vaginales. Al tiempo que hice ademán de penetrarla ella empujó su cadera con fuerza hacia delante. Así, de un solo envite, entré en su coño; emitió un suspiro entrecortado de placer, me abracé a ella y comencé a besarla mientras me la follaba con ímpetu. Su vagina estaba empapada y mi polla entraba y salía frotando sus paredes; cuando la metía sentía cómo la atrapaba para después liberarla y llegar a lo más profundo de sus ser. No tardé en correrme con un gran orgasmo que hizo vibrar todo mi cuerpo. Ella también se estremeció y tuvo su segundo orgasmo. Permanecimos unidos, atrapados, besándonos, mirándonos a los ojos, hasta que ella notó que mi flácida polla había empezado de nuevo a endurecerse dentro de su coño. Me pidió que me sentara en uno de las sillas del salón. Sin sacar mi polla de su vagina hice lo que me había pedido, ella empezó a cabalgarme mientras no quitaba su mirada de mis ojos. Ya subía y bajaba sobre mi polla, ya hacía círculos concéntricos posando sus nalgas sobre mis piernas, ya se detenía unos instantes para masturbarse, ya se abrazaba y me besaba apasionadamente intercambiando sus flujos con los míos. Así estuvimos un buen rato disfrutando el uno del otro; poco a poco sus excitación fue en aumento hasta que ella alcanzó un orgasmo, su excitación hizo que yo también alcanzara el mío mientras la atrapaba rodeándola con mis brazos.

Por la mañana me despertó el olor a café recién hecho. Fui a la cocina y la encontré que llevaba puesta mi camisa de la noche anterior, abierta y anudada por encima de su ombligo; no tenía ni sujetador ni bragas y se había cambiado de medias, un panty perfectamente ajustado a sus preciosas piernas con una abertura central, otra posterior y también laterales de nylon blanco transparente que me dejaba totalmente accesibles su coño y su culo. Al verme entrar me dirigió una amplia sonrisa y viniendo hacia mí me besó apasionadamente pasándome parte de su tostada que comía en ese instante y que mastiqué con agrado. Yo estaba desnudo y pronto se puso mi polla dura y empinada contemplando la situación. La cogí y descansándola sobre el borde de la mesa busqué su orificio que ella presta me ofreció y que no tardé en encontrar. Metí mi polla suavemente y noté que ella también estaba excitada, me dijo: "cariño, hace tiempo que te estaba esperando" Se quitó la camisa con lo que me dejó admirar y besar sus pechos. Me senté sobre una silla de la cocina, y sin sacar mi polla de su coño, permanecimos en esa posición todo el rato que duró el desayuno. Ella masticaba la tostada y me pasaba parte de la misma, yo bebía un sorbo de café con leche y lo compartía con ella, como hacen los pájaros con sus crías.

Cuando terminó el desayuno, sacó su coño de mi empinada polla y tomando la botella de aceite de oliva de la mesa, embadurnó primero mi polla, y acto seguido me pidió que le lubricara su ano, quería que la penetrara por su culito. Primero le metí un dedo, después dos, en un momento dado me hizo un gesto con la mano indicándome que ya la podía metérsela y adoptó una postura con la que conseguiría una cómoda entrada en su culito. Eso me excitó sobre manera, metí poco a poco mi polla, con suavidad, con cariño, hasta que pude empotrarla toda ella hasta el fondo; entonces comencé a introducirla y sacarla rítmicamente y con firmeza, ella mientras se masturbaba con su mano derecha. En un momento dado me dijo que le avisara cuando me iba correr, ya que ella estaba a punto, así lo hice y conseguimos al mismo tiempo un maravilloso orgasmo. Me senté y ella hizo lo propio sobre mis piernas a horcajada, mientras descansábamos tenía puesta su cabeza sobre mi hombro y permanecíamos abrazados. Después de reposar un rato la tomé en brazos y me la llevé de nuevo a la cama, aquello aun no había terminado.

Los dos días siguientes no hicimos otra cosa que follar en todas las posturas y formas posibles, hasta el límite de nuestras fuerzas.

El quinto día la acompañé al aeropuerto. Cuando llegó el vuelo de su marido, me separé de ella, no sin darnos un beso y un fuerte abrazo. Me dijo al oído: "nunca te olvidaré, cariño", le dije: "yo tampoco". Nos separamos y desde la lejanía observé el encuentro con su esposo. En un momento dado me hizo un gesto de despedida que solo yo percibí, era mi momento de partir. Me di la vuelta y me marché.

Han pasado tres años, me he curado de mis neuras y he terminado mi carrera de medicina, ahora ejerzo de médico de familia; en Navidades siempre he recibido una tarjeta sin remitente con dos palabras" ¡Felicidades, cariño"!