Mi bella hermanastra

Sutilmente me sometió hasta hacerme quedar de rodillas, subyugado a sus pies, a su voluntad.

Por motivos de familia, tuve que mudarme a casa de mi padre, dónde éste vivía con su esposa y la hija de ella, es decir, la que ahora sería mi hermanastra.

Esta linda joven podía tener unos 18 años. Era blanca, de cabellos castaños y ojos pardos. Tenía el rostro tan bello como un ángel, sin embargo, su personalidad era fuerte, segura, decisiva.

En este tiempo me encontraba yo trabajando en mi investigación final de la universidad, razón por la cual me la pasaba prácticamente todo el día en el ordenador de la casa.

Mi hermanastra, Mónica, estaba por entrar a la universidad, pero aún le quedaban varias semanas de vacaciones.

Esta situación, y el hecho de que nuestros padres no estaban en casa durante el día, nos llevaba a estar solos en la casa durante el día entero, pero dada mi situación de, digamos, "alojado en casa ajena", empecé a tener problemas con Mónica. En un principio yo intenté llevarme bien con ella y  tratar de entablar una relación armoniosa entre nosotros.

Sin embargo, ella no lo veía así. Muchas veces me tiró en cara que yo estaba arrimado en la casa y que de alguna manera debía pagar mi estadía y mis gastos. Mientras yo trataba de ser amable, y frecuentemente accedía a cumplir algunos pedidos de Mónica, ella lo veía como si fuera mi deber.

Si ella había salido a hacer algo de ejercicios, al regresar se sacaba las tenis y se acostaba en el sillón de la sala. Entonces me pedía que le llevara las tenis a su habitación.

Otras veces si ella veía televisión y quería hacer alguna llamada telefónica, me ordenaba que le buscara el teléfono inalámbrico.

Incluso otra vez me ordenó que le lavara a mano una prenda de vestir y que le lustrara un par de zapatos que iba a necesitar para salir en la noche.

Sentía que esto se estaba saliendo de mis manos. Ella me ordenaba con seguridad y tranquilidad, segura que sus deseos serían cumplidos. A veces, aunque yo me propusiera no obedecerla, sólo de mirar su lindo rostro, quedaba a sus servicios. Su belleza me sometía. Su mirada tierna, pero a la vez segura, me hacían sentirme de rodillas ante ella. Y ella sabía que esto me sucedía, creo que notaba mi embobamiento. Es algo de lo que las mujeres se percatan fácilmente.

Sin embargo, el hecho de que ella me ordenara a mí, me hacía sentir un poco incómodo, un tanto humillado, ya que, aunque esa casa también era de mi padre, ella se sentía con todo el derecho por haber vivido allí desde el principio. Y esta joven estaba tomándome como su criado personal.

Un día, luego de hacer sus ejercicios, llegó como de costumbre, se acostó exhausta en el sillón y me mandó a llevar sus tenis a su habitación. Luego me llamó nuevamente. Se había sacado las medias y me mandó a llevarlas a la cesta de la ropa sucia. Esto ya me lo había pedido otras veces también. Sin embargo, me volvió a llamar. Ella seguía acostada, descalza, en el sillón. Me miró directo a los ojos, quizá para evitar que yo me negara a su próxima petición, o tal vez para ver mi reacción.

  • Necesito que me des un masaje en los pies (me dijo).

  • qué yo... hab.. este... ah???

Esto último fue lo que atiné a decir, a lo que ella contestó.

  • Que me des un masaje en los pies.

Luego de haber visto mi reacción de inseguridad, ella pareció estar más segura entonces que yo sentía que tenía que dárselo. Así que ella sencillamente recostó su cabeza y cerró los ojos.

En ese momento quedé como en pausa. Era impresionante cómo su belleza y seguridad me doblegaban. Incluso yo mismo comenzaba a pensar, que era cierto que debía pagar mi estadía en la casa sirviendo de criado personal de mi hermanastra, aunque en realidad esto fuera injusto.

Ella seguía tranquila esperando recostada, con los ojos cerrados. Yo entonces, como si mis piernas se movieran solas, me acerqué y me arrodillé en el piso delante de sus pies. Yo mismo no podía creer lo que iba a hacer.

Levanté el pie más próximo a mí. Sus pies eran divinos, los deditos perfectos, las uñas bien cuidadas. no las tenía pintadas, pero sí excelentemente cuidadas. La forma de su pie, el arco, eran perfectos.

Empecé a masajear suavemente el pie de mi hermanastra. El tacto de mis manos percibían cada detalle de su pie, desde la piel delicada del arco del pie, hasta la que es un poquito más áspera en el talón y plantilla. Acariciaba suavemente sus dedos, a veces todos juntos, otras veces, uno a uno.

Mientras acariciaba su pie, volteé la mirada hacia el rostro de Mónica, y ella me estaba viendo. No sé qué pensaría mientras me observaba silenciosa acariciar sus pies.

Tal vez pensaba en que si me había podido usar para dar masaje a sus pies, habrían muchas otras formas más en que podría utilizarme para complacerla, sometiéndome a sus deseos.

Ella entonces, suavemente volvió a cerrar sus bellos ojos pardos, mientras disfrutaba de su masaje.

Así estuve arrodillado a los pies de mi hermanastra. Acariciándoselos.

Luego de cumplir con mi labor. Dejé suavemente sus pies sobre el sillón. Ya me disponía a levantarme cuando vi que una de sus piernas se movía, llevando su pie directamente hacia mi rostro.

Volteé a mirarla, y allí estaba ella mirándome como antes.

Su pie se acercó hasta mi cara. La punta del dedito gordo se colocó entre mis labios. Ella se veía algo cansada. Quería que la consintieran.

Yo no estaba muy claro en qué debía hacer. De pronto me sentí humillado, pero a la vez me provocaba complacer a esta lindura de chica, aunque eso significara realizar una que otra acción auto denigrante.

En el momento, tomé su pie entre mis manos y ella dejó entonces descansar su peso en mis manos. Aún tenía medio colocado parte de su dedo gordo entre mis labios.

La miraba a los ojos, y apenas emitiendo algún sonido de engreída, empujó un poco el dedito de su pie hacia mi boca. Me estaba ordenando, pero sin hablarme.

Yo entonces abrí un poco mi boca y terminé de introducir casi todo su dedo en mi boca. Luego lo sellé con mis labios, y lo fui sacando de mi boca suavemente mientras mis labios se deslizaban por él. Chupándolo suavemente.

Ella entonces vio que yo había entendido y volvió a cerrar los ojos.

Yo proseguí con esta labor. Chupé varias veces, y muy suavemente cada uno de los deditos de su pie. Podía sentir algún olor, e incluso un sabor particular, debido a que ella había estado ejercitándose. Sin embargo, esto era normal. Yo debía seguir con mi tarea.

Cuando hube acabado con uno de los pies, yo mismo tomé el otro y lo levanté suavemente hasta llevar su dedito gordo a mi boca. Empecé a chupárselo también, delicadamente.

Ella descansaba satisfecha. Tranquila. Su rostro angelical dormía plácidamente, mientras que su criado, arrodillado a sus pies, se los acariciaba y consentía con su boca.

Continuará...

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