Mi aventura con el médico

Demasiado perfecto para ser verdad

Cuado abrí los ojos pude verle la cara (moreno, guapo, con facciones muy marcadas), pude olerle (una mezcla del suavizante de su bata con el perfume de su cuello), pude sentirle (me tocó la frente, cogió mi mano) y pude oírle ("ya se ha despertado y parece estar todo en orden: no tiene fiebre y el pulso es el adecuado").

Aquellas palabras dieron paso a la inconfundible voz de mi madre:

-¿Cómo te encuentras, hijo? ¡Qué susto nos has dado! ¡Creíamos que te nos ibas! ¿Cómo estás, dime, cómo estás?

Y entonces volví a escuchar su voz:

-Señora de Iruña, aunque se haya despertado y esté bien, debe dejarle descansar aún, y no agobiarle hasta que vaya reaccionando.

Además de guapo, ¡era capaz de hacer callar a mi madre!

Recuerdo los minutos siguientes de manera algo confusa. En aquél momento no quería pensar en porqué estaba allí. Sólo quería saber quién era aquél hombre con bata blanca, y cuándo volvería. Era egoísta, no me preocupaba mi asustada madre con sus lágrimas; sólo quería volver a verle.

Al poco tiempo apareció de nuevo y pude analizarle mejor. Un nudo se formó en mi estómago. Tendría treinta y pocos, era alto, delgado, con el pelo liso que le tapaba la parte derecha de su frente. Sí, se confirmaba que me gustaba. Se acercó y me habló para preguntarme qué tal me encontraba. Su olor había cambiado: el suavizante y su perfume dejaron paso a una nueva mezcla de sudor y producto químico, el típico e indescriptible olor a hospital.

Reaccioné: es cierto, estoy en el hospital, me dije a mí mismo empezando a recordar el porqué. De nuevo el nudo del estómago volvió a martirizarme. Esta vez no era por él. La ansiedad estaba siendo provocada por el recuerdo de lo que había pasado unos días antes. Comencé a sudar, sentía una terrible opresión en mi pecho, me faltaba el aire.

-¿Qué te pasa?, ¿Te encuentras bien? ¡Ángel, Ángel!

Al despertarme de nuevo la situación había cambiado. Ya no estaba "mi médico", el guapo. En su lugar pude ver, oler, sentir y oír a una mujer. Olor a perfume femenino, manos frágiles, pero las mismas palabras de antes, "se encuentra bien".

Salimos del hospital a eso de las diez de la mañana. El 4x4 de mi madre estaba en la puerta. Una vez dentro reinó el silencio, sólo la voz de Jiménez Losantos emergía de los altavoces del coche. Éste y el médico guaperas eran los únicos capaces de callar a mi madre. Llegamos a casa de mis padres sin demasiadas preguntas acerca de lo ocurrido y de cómo me encontraba. Todo se iba normalizando. Al no tener secuelas físicas importantes continué con mi vida: trabajo, clases de padel, playa, alguna salida con mis amigos y, sobre todo, vuelta a mi ático de soltero, testigo fehaciente de mis desventuras sexuales, por el momento aparcadas temporalmente.

Durante aquella apacible monotonía pensé en el médico buenorro. No sé si sería el estado de shock, la sorpresa de descubrir a un médico joven y atractivo o quizá ambas cosas las que me llevaban a proyectarle con cierta frecuencia. Estuve un par de veces más en el hospital para unas revisiones, pero no volví a verle. Sin embargo, una de las tardes que fui a jugar al padel le encontré. La sorpresa fue más sorpresa al ver que me reconoció y se acordaba de mi nombre:

-¡Ángel! ¿Cómo estás? Bueno, ya veo que te encuentras mejor si puedes venir a jugar al padel. Eso está bien, que sigas con tu vida normal.

Mi profesor también le conocía, y se sorprendió de que se dirigiese a mí. El médico le explicó sutilmente la razón. Mi profe, Arturo, propuso ir a tomar un refresco, y ambos aceptamos. Por fin pude saber que se llamaba Álvaro. Entramos en la cafetería del club y nos sentamos los tres en una mesa. Pedimos unos refrescos y hablamos sobre el deporte que nos unía, sobre las vacaciones próximas y demás temas banales. A Arturo le sonó el teléfono y al colgar se excusó para marcharse. Le había salido otra clase. Nos quedamos Álvaro y yo.

-Ángel, perdona el atrevimiento, pero es que me impactó mucho lo que te pasó cuando leí tu historial en el hospital, ¿qué ocurrió?

-Es una larga y aburrida historia, Álvaro.

-Te invito a otro refresco y me la cuentas. Bueno, si quieres vente a mi casa, que está aquí al lado, nos damos un baño en la piscina y preparo algo de picar.

Acepté sin pensar, pero no por un motivo de deseo sexual. Sin la bata blanca me seguía pareciendo muy atractivo, tal como lo recordaba. Pero como digo, acepté sin preocuparme de lo que pudiera pasar, sin cavilar sobre la posibilidad de que Álvaro fuera gay o no, aunque lo cierto es que en algún momento de camino a su casa sí imaginaba mi vuelta a la vida sexual con él en su piscina, o en su salón, o sobre el césped

Me invitó a acomodarme en la mesa del porche, abrió una botella de vino, no sin antes preguntarme si ya podía beber alcohol tras el tratamiento, y se sentó en la silla de enfrente.

-¡Qué calor! Dijo. Vamos a darnos un baño si te apetece.

Se quitó su polo blanco y dejó ver un torso firme, definido, con unas abdominales que para mí quisiera, pero nada exageradas. "Vaya situación", pensé. De momento está siendo todo demasiado perfecto: un tío simpático, guapo, con una buena casa, con gusto para el vino, y además cuerpazo. Nos dimos un baño y volvimos a la mesa con nuestras copas de vino.

-Cuéntamelo si quieres, reiteró. Lo que te ha ocurrido no creo que sea en absoluto aburrido.

Sin saber si lo hacía por lástima, por verdadero interés o por tener algo de conversación, accedí a contarle lo que me había sucedido.

-No omitas los detalles, de verdad que no me aburrirás. Quizá te ayude contarlo.

-Todo empezó cuando conocí a un chico por Internet hace unos meses. Quedamos una noche al poco de hablar por primera vez en un chat. La verdad es que lo hice con cierta inseguridad, porque era la primera vez que quedaba con alguien de esa manera. Pero todo fue bien: aquella noche cenamos, hablamos mucho y follamos en el asiento trasero de mi coche. La despedida fue algo rara y ambigua. Yo pensé que no le volvería a ver, pero me empezó a llamar por teléfono para decirme que quería volver a verme, que le había gustado mucho, bla, bla, bla…El caso es que a mí me apetecía repetir, pero yo no sentía lo mismo que él. Yo no quería una pareja, y se lo hice saber, pero él insistía. El hecho de quedar se fue complicando, porque vive a noventa kilómetros y con sus padres, así que lo fácil era que viniera él a mi casa. Bueno, era lo fácil y lo que yo realmente quería, porque aunque a veces me llamaba para decirme que se quedaba el finde solo en casa, yo prefería que fuese en la mía. No te sé decir muy bien el porqué. Quizá desconfianza porque no le conocía más que de una noche, y no me atraía la idea de ir a de un desconocido a follar, y quizá también por el hecho de que yo no tengo mucha experiencia, digamos, sexual con tíos, y prefería que la segunda vez fuera en un sitio en el que yo me sintiera a gusto.

Suponía que por la misma razón él me daba largas para no venir a mi casa, pero si realmente sentía lo que decía, debería haberlo hecho antes. Y digo antes, porque al final sí vino. Se llamaba Fran, era alto, no muy guapo y algo regordete, pero con cierto atractivo. Y además tenía un pollón enorme ("no querías detalles", pensé, "pues ahí los tienes"). Le fui a buscar a la parada de autobús y le llevé a casa. Nada más cerrar la puerta se abalanzó sobre mi boca y comenzó a darme un morreo que casi me dejó sin aliento. "Quiero hacértelo en toda la casa", me dijo. "Quiero tenerte dentro". Entramos al salón mientras me despojaba de la camiseta y me mordía el cuello. Ambos estábamos muy excitados, aunque a él se le notaba más por la enorme verga que escondía bajo su pantalón. Se lo fui quitando mientras seguía besándome en la boca, en el cuello, en la oreja

Al fin descubría su pollón, que ansiaba por meterme en la boca. Y así lo hice, allí mismo, él de pie en mitad del salón. Me arrodillé y comencé a lamérsela de arriba abajo, intentando excitarle aún más de lo que estaba y retrasando el momento de tragármela entera, que era lo que yo quería. Le comí los huevos, y él gemía. Volví a su verga y no pude esperar más a metérmela entera en la boca mientras su gemido se agudizó. Tuve que sacarla por las arcadas que tanta ansia estaba a punto de provocar, pero pronto la sentí otra vez dentro. Era muy apetecible, con esa mezcla característica de líquido preseminal y sudor. La succioné un rato, Fran se retorcía de placer según me daban a entender sus suspiros y yo disfrutaba tanto como él. Quería que se corriera, ya habría tiempo en todo el fin de semana en que me la chupara él a mí, o que me follara. Pareció leerme el pensamiento y se corrió en mi garganta. Sentí como sus espasmos iban acompañados del líquido caliente y espeso que se deslizaba en mi interior. El estado de éxtasis era mutuo. Me levantó y me comió la boca esperando encontrar algún rastro de su leche, pero no había dejado ni una gota.

Sin esperar un minuto me empujó contra uno de los sillones, me hizo ponerme de espaldas a él, me abrió las nalgas y me escupió en el culo para, poco después, lamer con su caliente lengua. Ahora era yo el que gemía. Esa lengua provocaba en mí un placer extremo que se interrumpió por la embestida sin preaviso que Fran hizo con su pollón en mi ano.

Dolió al principio, pero no quería que la sacase. La otra vez que quedamos no llegó a follarme, y era lo que él más quería y no tardó en cumplirlo. Sacudía una y otra vez, llegando a sentir incluso sus huevos golpeando la parte baja de mi culo. El placer se extendía por todo mi cuerpo hasta la punta de mi cipote, pero no quería correrme, quería seguir disfrutando de aquello sin ningún cambio hasta que Fran aguantara. Ni rastro de dolor o molestias, sólo verdadero placer. Fran gemía, y yo gritaba sacando fuerzas, casi exhausto apoyado de rodillas sobre el sillón. "Sí, fóllame", balbucía yo. "¿Sí?, ¿te gusta? Quiero correrme en ti" respondía él mientras aumentaba el ritmo de sus sacudidas sin cambiar un milímetro de postura. Las rodillas y los codos empezaban a flaquear, pero quería sacar fuerzas, necesitaba sentir una corrida en otra parte de mi cuerpo que no fuera mi garganta. Y no tardó en suceder: de nuevo sin avisar Fran estalló dentro de mí. Gritó, sollocé, y en aquel complaciente momento Fran puso su mano en mi polla y no necesitó pajearla mucho para que yo me corriera como nunca antes lo había hecho, acompañado de su mano, de gemidos y espasmos, y de su polla, ya flácida, aún dentro de mí.

Así estuvimos todo el fin de semana. Sin tregua para mi boca o mi culo. Cuando nos corrimos el domingo por la tarde, esta vez en mi cama, Fran comentó lo bien que lo habíamos pasado, lo mucho que habíamos follado y lo mucho que me quería. Una alarma sonó en mi cabeza. "No puedes quererme", le dije. "Sólo hemos follado, no hemos hablado, no me conoces, no sabes cómo soy más allá de mi polla y mi culo. Esto era lo que queríamos, ¿no?. Follar sin compromisos". A Fran no pareció gustarle mi comentario. "Eres un hijo de puta", me respondió. "Me has utilizado". Le recordé que esto ya se lo había dicho por teléfono antes de que viniera. No le pillaba tan de sorpresa como su cara expresaba. Se levantó, herido, dolido, no sé si humillado, pero furioso, muy furioso. Tanto, que cogió unas tijeras que había encima del escritorio y me las clavó en el vientre. No sé cuántas veces. Eso ya lo sabrás tú, Álvaro.

Y Álvaro, escondido en su cara de asombro, tardaba en reaccionar.

-¡Papá, papá! Se escuchó en el interior del chalé.

Un precioso niño rubio apareció detrás de las cortinas blancas. Se abalanzó sobre los brazos de Álvaro. Al poco, se dejó ver una hermosa chica rubia, de unos veintitantos, con la piel muy morena. Álvaro nos presentó. Ahora el sorprendido era yo. Mi silencio se lo dejó muy claro. Me despedí precipitadamente y marché pensando en el mayor ridículo de mi vida. No sólo me gustó Álvaro, sino que de una manera que ni yo mismo me creía, había intentado impresionarle con una tórrida historia de carácter sexual que nunca debió pasar de un simple relato casi médico.