Mi ardiente cuñadita

Tuve que respetar la virginidad de su coño, pero después la disfruté intensamente.

MI ARDIENTE CUÑADITA

Cuando llegó a vivir con nosotros, aún era una niña, pero se empezaban a notar en su cuerpecito los cambios que les ocurren a las mujeres y que las hacen pasar a la siguiente etapa, o sea, a convertirse en mujeres hechas y derechas, cuando se llenan de curvas y de formas tentadoras y dejan de pasar desapercibidas ante los ojos masculinos.

Aunque al principio no le prestaba atención, al paso del tiempo, al observarla se me fue antojando, primero rozar su cuerpo con el mío, después lograr un contacto más estrecho, hasta que el deseo de poseerla se fue haciendo más intenso.

Yo la ayudaba a hacer sus tareas escolares, y eso implicaba una cercanía bastante conveniente, con lo que tenía oportunidad de abrazarla y acariciarle las manos, y algunas veces, con su cara tan cerca de la mía, se antojaba besarle los labios tan tiernos, en fin, que este contacto me dejaba la verga mas tiesa que un bate de béisbol.

A veces nos poníamos a jugar inocentemente y al dejarla caer sobre la cama, mientras ella forcejeaba tratando de soltarse de mi abrazo, yo me introducía entre sus piernas y mi pene travieso, con la barrera de mis pantalones y de sus calzones, le rozaba el virginal coñito, frotándolo con suavidad, inquietándola al grado de suspirar dulcemente, hasta que me venía en abundancia, dejando mis pantalones hechos un asco.

En una ocasión, estando ella sentada en el borde de la cama, se me cayó un objeto, y me arrodillé para recogerlo, al tratar de levantarme, quedó mi rostro entre sus piernas abiertas, tan cerca de su coño, que podía percibir su excitante esencia de hembra, y empezando a besarla por las rodillas, fui avanzando mis labios hasta su atrayente fuente de placer, sin que ella pusiera ningún reparo, aunque tomándome de las orejas, me empujaba mientras reía, diciéndome que sentía muchas cosquillas.

Mi excitación fue aumentando de tono y lamiendo la satinada piel de sus piernas, quedé con mis labios pegados a la tela que obstaculizaba mi avance y metiendo mis dedos por un lado de su pantaleta, hice un espacio para poder meter mi lengua, que inmediatamente tomó posesión de la fortaleza y se puso a lamer con deleite.

¡Qué placer sentía en ese momento! El grato olor que se desprendía de su coño, me excitaba al máximo y me incitaba a seguir explorando con mi lengua aquella maravilla que iba dejando escapar por momentos pequeñas gotas de sus jugos sexuales, que eran lamidos con gran satisfacción por mí.

Al comprobar que ya era dueño de aquel cuerpecito que estaba dispuesto a entregarse con tal de no dejar de percibir tan ricas sensaciones, jalé su pantaleta de la parte que descansaba en su cintura, deslizándola suavemente por sus piernas, hasta que la libré de ella.

Ya con el coño totalmente descubierto, me dediqué a chupar a mis anchas aquella florecita que cada vez se mojaba más. Ella suspiraba y se quejaba dulcemente, mientras acariciaba mi nuca y me oprimía contra su coño, para no dejar de sentir aquella lengua que le hacía llegar al paraíso.

Poniendo toda mi experiencia de mamador de almejas, me aboqué a lamer, chupar y perforar aquella cuevita con mi lengua, haciéndola sentir todo el poder del macho que la tenía al borde del paroxismo, pues se revolvía de gusto frotándose contra mi cara, y lanzando un grito de placer consumado, envuelta en los estertores de un orgasmo brutal, fue quedándose inmóvil poco a poco, con una sonrisa de satisfacción en el rostro.

Después de aquella experiencia, ella era la que buscaba el acercamiento y aunque se me antojaba sobremanera meterle la verga, me limitaba únicamente a manosearle el coño, lamerle las pequeñas tetas, y a dejar que se montara sobre mi verga, sin llegar a introducírsela, únicamente frotando su coño sobre mi cilindro, hasta que a merced del intenso frote, llegaba a venirse, quedándome con las ganas, por lo que tuve que enseñarla a mamarme la verga para poder alcanzar yo también mi goce.

Siempre que teníamos oportunidad de estar solos, aprovechaba el tiempo para calentarla convenientemente acariciando con verdadero deleite aquel cuerpecito gracioso, que se iba abriendo poco a poco a la vida, aceptando el placer que yo podía otorgarle, enseñándole los lugares de su cuerpo donde podría encontrarlo.

Cuando llegó el día de la celebración de sus quince años, estaba divina, hermosa de rostro, y el cuerpo lleno de excitantes curvas, que incitaban a la caricia, deseando recorrerlas con las manos, atrayéndola por el talle hasta lograr el contacto con la verga, para frotársela dejándola introducirse en la entrepierna.

Después de la ceremonia de presentación en sociedad, en la que ella lució como una reina, bailando con sus chambelanes la coreografía montada para la ocasión, tuve la oportunidad de sacarla a bailar y con este pretexto apretujarla contra mi cuerpo que ardía de deseos, pues ya convertida en una real hembra, se antojaba más a mis desbordados apetitos. Esa noche, su hermana fue la que aplacó mis ganas, pues la cogí como nunca antes, dejándola totalmente satisfecha y sorprendida de mi reacción.

Debido a mi trabajo, fui trasladado a otra ciudad y como una jugada del destino, recibimos la agradable noticia de que ella iría a vivir con nosotros, pues quería empezar a trabajar y nada mejor que la ciudad progresista en la cual ya estábamos viviendo.

Desde luego, yo acepté feliz de la vida, pues esto me daba la oportunidad de seguir disfrutando de los favores de esta mujer a quien deseaba cada vez más, ya que su belleza se había incrementado al igual que mi deseo por ella.

Nuestros juegos eróticos siguieron, pero sin llegar a penetrarle el coño, por lo que además de sus ricas mamadas, logré que me dejara metérsela por el culo, y así se conservara intacta su virginidad hasta el matrimonio.

No tardó en presentarse un candidato quien, después de un corto período de noviazgo, pidió su mano para casarse con ella. Para colmo, yo tuve que tomar el papel de su padre y ceder a otro, con todo el dolor de mi corazón, lo que ansiaba para mí.

Después de la ceremonia religiosa en la que ella lució inocente, casta y pura, resaltada su belleza con el maquillaje y demás arreglos que se les hacen a las novias, se veía tan hermosa, que mi deseo se acrecentaba más y más.

Me acerqué a ella para felicitarla hipócritamente, y le recordé que la estaría esperando después de su luna de miel, para entregarnos totalmente. Ella solamente dibujó en su bello rostro una sonrisa cómplice.

Terminó la luna de miel y ya habiéndose instalado, nos invitaron a visitarles, para que conociéramos lo que sería de ahí en adelante su nidito de amor. Fue cuando nos enteramos de que su marido al tener que atender una empresa que requería de su presencia, se mantendría ocupado la mayor parte del tiempo, por lo que ella empezó a visitarnos frecuentemente.

En una ocasión en que mi esposa tuvo que ausentarse de la ciudad, llegó ella a mi casa y después de abrazarla jubilosamente, la invité a ponerse cómoda en la sala, mientras le preparaba una bebida refrescante.

Nos pusimos a conversar en forma amena, logrando que ella me fuera platicando como había encontrado su nueva vida, confesándome que después de los primeros días de fiebre sexual, su marido empezaba a desatenderla, pues le dedicaba más tiempo a los negocios que a ella, recordando con nostalgia los momentos tan agradables que había pasado conmigo, a lo que le respondí que yo también la esperaba con ansias para revivir aquellos momentos.

Y poniendo manos a la obra, la tomé por la nuca y le estampé un ardiente beso que fue correspondido por ella. Continué besándola al tiempo que acariciaba aquel cuerpo que se estremecía al contacto de mis manos, hasta que ya no pudiendo contenernos, nos deshicimos de nuestras ropas para poder acariciarnos mejor.

Sobé con deleite los pezones de sus senos, los que respondieron a mis caricias, endureciéndose inmediatamente al sentir el roce de mis manos. Después, fueron mis labios los que continuaron la caricia, cuando mis manos se deslizaron hacia su entrepierna, donde encontré su peludo y húmedo coño, tantas veces anhelado, para encontrar el pequeño clítoris escondido entre los labios de su sexo. Lo fui acariciando en forma rotatoria, empezando ella a gemir cachondamente, al sentir la delicia que le proporcionaban mis dedos.

Poco a poco su calentura se fue acrecentando, hasta que ya no pudiendo aguantarnos más las ganas, decidí penetrar su revenido coño, para lo cual, la dejé caer sobre el sofá boca arriba, y abriéndole las piernas me introduje entre ellas, dejando a mi merced la hermosa flor de su sexo, depositando entre los labios la cabeza de mi pene que batía como caballo desbocado ante el placer de poder cumplir un deseo tanto tiempo esperado.

Tomándola por las caderas, empujé firmemente y mi pene avanzó hacia el interior de aquella gruta cálida y húmeda, que se forraba sobre él, oprimiéndolo de la manera más deliciosa que pudiera haber sentido en mujer alguna. Después de que mi cilindro de carne estuvo totalmente guardado en su vagina, empecé a moverme lentamente de atrás hacia adelante, mientras ella movía sus caderas en forma rotatoria, buscando prolongar la posesión de mi verga que la llenaba completamente y la hacía ir en su busca ansiosamente, cuando yo me movía hacia atrás en su vagina.

Ella suspiraba y me besaba locamente, mientras en su boca se dibujaba una sonrisa de satisfacción y de goce. Se apretaba más y más a mi cuerpo y sus caderas aumentaban su movimiento vertiginoso mientras yo hacía mi labor entrando y saliendo de su ardiente coño, arremetiendo contra él, buscando que ella sintiera el placer que esperaba de mí.

Nuestros movimientos fueron haciéndose cada vez más bruscos, yo tratando de tenerla ensartada y ella apretando fuertemente mi verga con las paredes de su coño, para evitar que fuera a abandonar tan delicioso lugar.

Como si nos hubiéramos puesto de acuerdo ella sintió llegar el placer en oleadas que iban de su coño a su cerebro, vibrando intensamente, en una venida interminable, mientras me clavaba las uñas y me besaba introduciendo su lengua en mi boca, en un beso ardiente con el que depositaba su alma en mi cuerpo, mientras su coño recibía los ríos de semen que salían de mi palpitante verga, que no perdía su dureza y arremetía fuertemente, buscando descargar toda la existencia de leche guardada en mis huevos.

Todo aquel tiempo soñando en penetrar ese coñito, se habían concentrado en ese momento, dándome un vigor tal que, sin descansar un instante, seguí arremetiendo el delicioso túnel de su vagina, que nuevamente se acopló a mis embestidas, oprimiéndolo divinamente, mientras ella rotaba sus caderas en forma magistral, mientras me besaba fuertemente introduciendo su lengua en mi boca, y clavaba sus uñas en mi espalda.

Cerca de mi oído dejaba escapar su candente respiración entrecortada y sus quejidos de gozo que acrecentaban mi calentura, pues no hay placer más grande para un hombre, que hacer disfrutar a una mujer, haciéndola venirse en orgasmos interminables, hasta satisfacerla completamente. Y eso es lo que estaba sucediendo, pues después de un rato de estar horadando su caverna sexual, ella empezó a venirse en forma abundante dejando escapar sus fluidos vaginales mientras lanzaba al aire gritos de placer, apretándome deliciosamente la verga para extraerle hasta la última gota de semen.

Fueron varias veces las que ataque su recinto sexual con mi verga que no perdía su dureza, en aquella primera noche de entrega total, pues aunque ya había gozado con sus mamadas y de su virginal culo, me faltaba ensartarla por el coño y tanto tiempo de espera tenía que ser recompensado.

Después, todo el tiempo que había oportunidad nos reuníamos en lugares tan discretos, que su marido nunca sospechó nada, y después de un tiempo ella quedó embarazada sin que haya podido saber a ciencia cierta si fui papá o tío.