Mi aprendizaje

Hace unos años una mujer me enseñó que el sexo puede ser mucho mejor si uno está abierto al cambio de papeles entre el hombre y la mujer. Éste es el relato.

Mi aprendizaje

Voy a contarles mi historia con Marga, pensando que quizás pueda entretenerles un rato. Inevitablemente, tengo que resumir mucho y saltarme detalles que no vienen a cuento. No obstante, puedo contar lo importante con todo lujo de detalles, porque es algo que no olvidaré en la vida.

Empezaré por decir que conocí a Marga en Internet. No fue en una página de contactos, ni en un sitio de "relaciones serias" (ya saben qué sitios), sino en un portal de servicios generales, que incluía anuncios. Puse un anuncio buscando chicas para amistad, y ahí empezó todo. Vivíamos en ciudades distintas (del norte, no importa cuáles), y estuvimos escribiéndonos, hasta que finalmente quedamos para vernos. Yo fui a su ciudad, con la intención de alojarme en su casa.

Entonces –ocurrió hace 7 años– ella era una mujer de 32 años, mientras que yo tenía 34. Era morena, media melena, alta y algo entrada en carnes, pero muy bien proporcionada, con curvas, y con unas buenas tetas. Sin ser estrictamente guapa, su cara me parecía interesante, y usaba normalmente gafas, cosa que a mí me gusta en una mujer.

Cuando nos conocimos en persona ella estaba más nerviosa que yo, algo extraño por mi parte, porque soy normalmente tímido. El caso es que enseguida congeniamos, ella se tranquilizó, y parecía que nos conociésemos de toda la vida. La verdad es que nos habíamos escrito muchos emails, y realmente nos conocíamos. Estuvimos cenando y luego nos fuimos a su casa. Ahí follamos por primera vez. Todo bastante normal: hicimos un 69, me puse condón y acabamos follando a cuatro patas.

Sin embargo, yo quiero contarles cómo empezó lo que yo llamo mi "conversión", porque me parece que es lo interesante. Al día siguiente –estábamos en fin de semana–, al despertarnos, estuvimos un buen rato en la cama, relajados, hablando, etc. En un momento determinado, yo estaba boca abajo, y ella empezó a acariciarme las nalgas, y luego siguió acariciándome la raja, para acabar presionándome en el ojete. Me preguntó si me gustaba, yo dije que sí, porque siempre me gustó que me presionasen el culo, follando en la posición del misionero. Se incorporó, me abrió las nalgas, y empezó a lamerme el agujero del culo. Era la primera vez que me lo hacían, y estaba encantado sintiendo cómo su lengua presionaba para entrar. Así estuvo un buen rato, hasta que se incorporó para mirar en el cajón de la mesita, y sacó un tubo de lubricante.

– No te preocupes, no te va a doler, y te gustará –me dijo, sonriendo–. Ponte cómodo, con la almohada debajo.

Asentí, y me incorporé para meter la almohada debajo de mi cintura. Tenía la polla durísima, detalle que ella vio,

– Uy, veo que la idea te gusta –añadió–.

Asentí, un poco avergonzado, y finalmente acabé con el culo en pompa, que se suele decir, en este caso literalmente. Me puso en el ojete una cantidad de gel, que noté muy frío, y empezó a hacer círculos con el dedo corazón, hasta que finalmente empezó a penetrarme con él, con bastante facilidad. Yo estaba a cien, notaba cómo mi culo se cerraba alrededor de su dedo, presionando. Ella lo sacó, y volvió a echar más lubricante, y volvió a meterlo. Ahora noté que entraba mejor, y empezó un suave mete-saca, girando el dedo. Yo gemía ligeramente, mi polla palpitaba atrapada entre el mi cuerpo y la almohada. De repente me dio un azote, que me hizo dar un respingo:

– Veo que te gusta, ¿eh? ¡Dime que te gusta! –me dijo, riéndose–.

– Sí… sí, me gusta, me encanta… –atiné a decir.

– ¡Pues pídeme más, venga, dime que tu culo quiere más! –me exigió, mientras me metía el dedo hasta el nudillo, palpando por dentro–.

– Dame más, Marga, dame más…, por favor –repliqué–.

Sacó el dedo, volvió a echar más gel, y de reojo vi como se acercaba con los dedos índice y corazón muy juntos, apuntando a mi culo. Noté la presión, ahora una presión mayor, más extensa, y empezó a apretar, venciendo mi resistencia, hasta que los dedos empezaron a entrar. Me dio más azotes en las nalgas, mientras seguía empujando con los dedos. Yo empecé a gemir más fuerte, a gritar ligera y ahogadamente, mientras notaba como los dedos, con más facilidad de lo que pensaba, se abrían paso hacia mi interior, hasta que habían entrado en su mayor parte. Empezó otra vez el mete-saca, y poco a poco mi culo se fue acomodando a la intrusión, hasta que sus dedos empezaron a deslizarse con una cierta facilidad.

– Veo que te gusta, ¿verdad? –me dijo, alegre–. Ya se te está haciendo, mejor, para lo que vendrá después

Yo asentía, gemía, y notaba como sus dedos entraban y salían, y cómo a veces se paraban dentro, palpando mi próstata, supongo. Mi polla estaba durísima, estaba lubricando mucho, mojando la almohada, y entre la estimulación anal y la presión/roce con la almohada estaba a punto de explotar. De repente, sacó los dedos.

– Bueno, ya vale por el momento. Date la vuelta. Te voy a follar sin condón, porque parece que lo nuestro va a funcionar –dijo, riéndose–. Y quiero que te corras, no te preocupes, que obviamente tomo la pastilla. Eso sí, ni se te ocurra correrte rápido.

Aparté la almohada, y me puse boca arriba, con mi polla dura y mojada. Marga se puso a horcajadas sobre mí, y se la metió. Me empezó a cabalgar, y su mano derecha me cogió los huevos, tirándome de ellos para que no me corriese. Yo aproveché perfectamente que ella se echaba un poco hacia atrás, y con mis manos masajeaba sus buenas tetas, con los pezones duros y puntiagudos. Hice ademán de incorporarme para morderlos, pero Marga me retuvo echado con su mano izquierda. Aceleró sus movimientos y empezó a correrse, gimiendo de una manera deliciosa, como nunca olvidaré. Y yo la acompañé, y nos corrimos los dos, gimiendo, gritando, comiéndonos la boca.

Poco a poco nos fuimos tranquilizando, pero la cosa no había acabado del todo. Marga se incorporó, y se salió mi polla de su cuerpo. Sin decir palabra se giró apoyándose en una rodilla y vi cómo se acercaba a mi cara su mojadísimo coño, del que empezaban a salir mi propia corrida. Ajustando sus piernas sobre mis brazos, acabó de bajar su sexo sobre mi boca, y me encontré lamiendo el coño, recogiendo con mi lengua lo que yo mismo había soltado. Tuve que tragar mi propio semen y sus jugos, porque Marga mantenía su coño pegado a mi boca. Tragué, sorbí, y seguí lamiendo, su coño, el agujero de su culo, bajando otra vez a su coño, tirando con los labios de su clítoris, hasta que poco a poco Marga empezó a hacer movimiento de vaivén con su cadera, empezó a frotarse con mi boca, con mi barbilla, presionado, hasta que volvió a correrse.

– Bueno, ¿te ha gustado? –me preguntó al poco, poniéndose a mi lado–.

– No, mucho más que eso: ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida.

– Hueles a semen, a mi coño… –se rió, besándome en los labios–. Habrá más cositas, pero ahora vamos a desayunar.

Estuvimos todo el resto del día fuera de casa. Me enseñó muchos sitios de la ciudad donde vivía, y recorrimos en coche parte de la costa cercana. Yo recordaba de vez en cuando lo que había pasado, y me empalmaba con sólo apuntar la idea de repetirlo. Me acuerdo de un momento que fui al servicio de la taberna donde comimos, y me veía en el espejo sonriendo, feliz como un tonto. Pero seguimos "turisteando", y por la tarde sólo pasamos un rato por casa, antes de ir a cenar.

Y cenamos, y luego nos fuimos a tomar algo, primero unas cervezas y luego a un bar de copas. Ahí ya estábamos poniéndonos muy cachondos, besándonos y metiéndonos mano entre el bullicio. En un momento determinado me dio corte, porque ella metió la mano por dentro del pantalón y se puso a tocarme descaradamente el culo, presionando con un dedo en el agujero.

– Que nos están viendo… –le dije entre dientes, mientras ella me miraba divertida–.

– Ah, ¿te da corte que esas nenas vean lo que te gusta? –rió–. Pues si no quieres no lo volvemos a hacer –dijo mientras sacaba la mano–.

– No, no, no es eso, es que da corte… –balbuceé–.

– Pues si quieres que te trabaje tu culo tienes que aceptar esto –me dijo, todavía sonriendo, pero seria–. ¿Acaso no os gusta a los hombres hacer lo mismo?

–Es verdad, tienes razón, soy un tonto, cariño, haz lo quieras –reculé–.

– No aquí, vámonos para casa –dijo–.

Y nos fuimos para casa. Íbamos en silencio en el coche, y yo iba pensando mil cosas, preocupado por haber dicho o hecho algo que la contrariase, y también pensando que Marga me estaba manejando con claridad, porque nunca había estado con una mujer que fuese marcando la pauta tan claramente. Y pensaba que me gustaba, y me preocupaba todavía más de que algo se hubiese estropeado.

Cuando llegamos a casa, Marga se puso frente a mí, y muy seria me dijo:

– Cariño, me gustas, por muchos motivos, pero creía que esta mañana había quedado claro cómo me gustan las cosas, qué me gusta y cómo quiero que sea nuestra relación. Yo hubiese jurado que tú estabas encantado, y me dijiste que fue lo mejor que habías vivido, pero claro, ya veo que sólo en la intimidad, ya veo que fuera de casa hay que seguir con el papel de machito, ¿verdad? No sabes cómo me decepciona eso.

– ¡No, Marga, por favor, no es así! –supliqué, desesperado–. No es así, de verdad, hoy me has hecho muy feliz, y en absoluto me molestaba que me metieses mano, que me tocases tan explícitamente el culo, estaba encantado, sólo que me daba corte, pero no por ninguna idea machista ni nada parecido, era sólo corte por estar en público.

– Vale, está bien, no te preocupes –me dijo sonriendo, y nos besamos–. Ahora enseguida vamos a ver si realmente me sigues la onda –dijo al rato–. Espera 15 minutos mientras voy al baño, y estaré en la cama esperándote –añadió–.

Hice tiempo en el salón, mientras al oía a ella trajinar en el baño y luego en el dormitorio, y después me tocó a mí hacer lo mismo. Marga me esperaba en la cama, con una gran sonrisa en la cara, tapada hasta el pecho, apoyada con un codo en la almohada. Me desnudé, y ya estaba medio empalmado. Cuando me iba a meter entre las sábanas, ella se destapó y vi que estaba desnuda, pero que en el pubis sobresalía algo fucsia… Marga se había puesto –ahora lo sé– un arnés que sujetaba un consolador.

Me quedé boquiabierto, mirando "el aparato", pero mi noté cómo mi polla se endurecía automáticamente, mientras Marga sonreía viendo la jugada.

– ¿Sigues mi juego? –preguntó con voz tranquila–.

Después de asentir, me subí a la cama y me puse a cuatro patas. Ella se incorporó y vi que tenía en la mano el gel lubricante. Se puso detrás de mí, me hizo bajar la cadera para que estuviese más baja, y empezó el mismo proceso que había hecho por la mañana. Me puso lubricante, me metió un dedo, luego dos, echó más lubricante, etc. Mi polla estaba dura a reventar, aunque no tocaba con nada ahora, porque yo seguía a cuatro patas, con las rodillas bastante separadas para estar cerca del colchón. Yo miraba hacia atrás, y veía a Marga cómo me trajinaba, y veía el falo fucsia, que parecía más largo que mi polla, pero más delgado. Y veía como mi propia polla no paraba de lubricar, cayendo las gotas de líquido seminal en la sábana.

– Bueno, ahora te vas a hacer un chico mayor de verdad –dijo riéndose–.

Y sacándose los dedos de mi culo, puso la punta del consolador y empezó a empujar, mientras lo sujetaba con su mano derecha y con la izquierda me asía por la cadera. Noté como empezaba a abrirse camino, sin mucho problema, sin forzar, sin estirarme el esfínter demasiado porque Marga ya lo había trabajado con los dedos y el lubricante, y noté como entraba más, y cómo llegaba a una profundidad que no habían llegado sus dedos.

– ¿Te duele? ¿Va todo Bien? –preguntó, parándose cuando noté que había empujado hasta el fondo–.

– ¡Sí, sí… ¡ –acerté a decir, entrecortadamente–.

Agarrándome con las dos manos por la cadera, empezó a meter y sacar, moviéndose ella y moviéndome a mí. Vamos, me empezó a follar, cada vez más rápido, aunque no demasiado. Yo notaba como entraba y salía, como mi ano se cerraba y se ajustaba en torno al consolador, y como frotaba por dentro y me hacía sentir cosas nuevas y maravillosas.

Marga me estaba follando por el culo, yo giraba a veces la cabeza para verla, y ella me miraba sonriente, me preguntaba si me gustaba, y yo asentía como podía. Empecé notar algo muy adentro, como unas ondas eléctricas que se extendían desde el ano hacia mis huevos y mi polla, y me puse a gemir, casi a dar alaridos mientras me corría, mientras mi polla daba espasmos, regando con semen la sábana.

Poco a poco me fui tumbando, y Marga me acompañó, sin sacar el falo de mi culo, y acabó sobre mí, besándome la nuca y acariciándome.

En fin, la cosa continuó esa noche, follamos más, le comí el coño y el culo un largísimo rato, y finalmente también acabé sodomizando yo a Marga.

Entonces, ¿Marga me descubrió mi bisexualidad? No, no me atraen los hombres, y creo que me daría asco. Simplemente me enseñó que las relaciones entre hombre y mujer pueden ser mucho más ricas y divertidas,

Desgraciadamente para mí, sólo disfrute de Marga unos pocos meses. Una antigua novia mía, de la que había estado muy enamorado aunque el sexo siempre fue un desastre, se volvió a cruzar en mi camino, y los sentimientos hicieron que no apostase por la relación con Marga. ¡Cómo me arrepiento!

El Tontainas

crtra18@gmail.com