Mi apasionada fantasia
Una esposa muy complaciente no duda en realizar cuantas fantasías se ha propuesto con su ciber-amante.
La siguiente es una fantasía que escribí hace varios meses a un gran amigo. Hoy la comparto con ustedes.
En nuestras fantasías ya fui tu chacha, tu prosti, tu secre, tu acompañante en un viaje de negocios... qué te parece si ahora soy una dependiente de una tienda departamental. Imaginando que frecuentas el depto. de caballeros de esa tienda y aprovechando que mi marido saldrá en un viaje de tres semanas, pido trabajo con la esperanza de conocerte ahí un día. Soy aceptada y me veo al día siguiente ansiosa de atender a los clientes que llegan. Mis compañeras de trabajo empiezan a odiarme porque les acaparo a los clientes guapos. Hago changuitos para que cada cliente bien parecido pague con tarjeta y pueda ver su nombre, pero pasan dos semanas y nada de nada. Cuando me empiezo a desesperar y planeo mi graciosa huída, por haber hecho un plan tan estúpido y estar cerca el regreso de mi marido, el domingo por la mañana aparece un cliente apuesto, y apuesto a que eres tú :) Te atiendo dudosa, esperanzada y con las ganas de que escojas pronto lo que vas a comprar, para ver tu nombre en la tarjeta... pero sacas efectivo y yo me traumo. Como ansío e intuyo que eres tú, me invento que hay un descuento por pagar con la tarjeta, pero me contestas que prefieres pagar en efectivo, que no te interesan los descuentos. Desesperada, casi con ganas de 'orcarte (¡óigame no!), te pregunto que si de casualidad tu nombre no es Fernando. Tú frunces el ceño y sientes desconfianza, buscas en tu ropa instintivamente algún gafete que sabes que no existe. "¿De dónde me conoce?", me preguntas intrigado. "¡Es él, es él!" pienso emocionada sin poder ocultar mi estado de excitación. Mi cara toma apariencia de "soy yo, Fer, fóllame por favor" y una sensación de vacío y humedad aparece entre mis piernas. Sin responder a tu pregunta, te comento que tienes la misma talla que una persona a la que le quiero dar un regalo, que si serías tan amable de probarte unas prendas. Amable, como eres, me contestas que con mucho gusto, pero tu cara de asombro no se va. Nerviosa, tomo unas prendas, las que más a la mano están, te sujeto del brazo y te pido que me acompañes a los vestidores. Mis compañeras de trabajo se miran entre sí como diciendo "¿y a ésta qué le picó?". Entramos al vestidor de hombres y, sin importarme la presencia de otros clientes, te conduzco hasta el fondo del pasillo y casi te empujo hacia el último vestidor. Sin cerrar la cortina te confieso al oído: "soy Moni, Fer", mientras con mi mano presiono tu cosita coquetamente. Al instante siguiente mis labios tocan a los tuyos con desesperación y mis brazos te sujetan vehementemente. "Vaya que está bien loca la vieja", piensas con una sonrisa en los labios y empiezas a corresponder mis caricias. Pones tus manos en mis pompis y me empujas hacia ti, para que sienta a la altura de mi bajo vientre tu delicioso bulto; tallas tu pecho contra los míos para regodearte en ellos y regalarme placer. Nuestras bocas siguen entregadas en un beso mientras pienso "ups, Fercito, ahora sé que en verdad te amo", al tiempo que tu mente dice "hasta que se me va a hacer ensartarme a la puta...". Sigues manoseándome deliciosamente al tiempo que levantas mi falda para revelar mi trasero ante ti, a través del espejo: pantimedias, como a ti te gusta y abajo una breve tanga. Orgulloso observas cómo dos fisgones no pierden detalle de mi trasero por los espejos, y para darles envidia metes tu mano bajo mis pantis e incursionas hacia mi culo con toda familiaridad, como si ya me hubieras cogido mil veces (lo has hecho), al tiempo que les guiñas el ojo como diciendo: "¿cómo la ven, zoquetes?". Ellos atónitos ven mi disposición plena y piensan: "¡qué vieja tan puta!", y sus pollas ya resaltan bajo sus pantalones. Abro mis piernas para ayudarte en tu incursión y comunicarte mi deseo de que avances más, más. Obediente, diriges la yema de tu dedo medio hacia mi culo. Yo entonces presiono con mi trasero para suplicarte que no te quedes ahí, en el umbral, que entres en mí. Entendiendo mis súplicas corporales comienzas a ingresarme. Mi garganta gime. Los mirones no dan crédito. Vuelvo a presionar con mi trasero ansiosa, puta, casi degenerada. Es entonces que tu dedo entra todo en mí. Cierro los ojos para disfrutar del momento y empiezo a menear mi trasero para sentir la fricción de tu dedo que delicioso estimula mi orificio menor. Gimo cada vez más fuerte hasta alcanzar mi primer orgasmo. Durante él aprisiono tu dedo con todas mis fuerzas, sometiéndolo, haciéndolo completamente mío. Tú observas satisfecho cómo me convulsiono de placer por segundos, por muchos deliciosos segundos, y luego me recargo, flojita, flojita sobre ti. "My turn", piensas, me das una pausita y empiezas a desvestirme. Los mirones siguen más pendientes que nunca. "¿Y ahora qué van a hacer estos depravados?", piensan. Impasible, sigues desabrochándome la ropa, mi saco, mi blusa y mi falda caen al piso. Entregada y deseosa de satisfacerte, me comporto como un maniquí, dócil para que hagas con mi cuerpo lo que te satisfaga. Te apartas un poco para contemplarme así, en sostén, tanga y pantimedias. "La imaginaba menos buena", piensas. "Una vueltecita", me dices, para recrearte con mi trasero y presumírselo a los mirones. "Otra", me pides, pero no me dejas terminar. Cuando me hallo de espaldas a ti, te sientas en un banco, me sujetas por las caderas y me acercas a ti de manera que mi trasero quede a la altura de tu boca. Con las pantimedias de por medio, me besas el trasero y lo lengüeteas deliciosamente. Es entonces que yo descubro a los mirones pero tampoco me inmuto. Al contrario, me excito más. Les guiño también, como diciendo "¿gustan?". Pero ellos siguen en su lugar, impresionados por lo puta que puede llegar a ser una mujer. Tú mientras, te decides a despojarme de mis pantimedias, lo haces lentamente, bajándolas con suavidad con mi trasero hacia ti, descubriendo mis nalgas para tus ojitos lindos, y cuando las has liberado totalmente, diriges tu bendita lengua en medio de ellas, haciendo a un lado la cinta de mi tanga para abrirte paso hacia mis anhelantes orificios. Yo me flexiono hacia el frente para facilitarte el acceso y la vista. En tanto, sigues bajando mis pantimedias lenta y seductoramente, hasta llegar a abajo. Te levantas entonces, no resistes más y quieres ingresarme. "Ahora sí vas a saber lo que es coger", piensas, "abre tus piernitas que aquí voy, putita", me dices. "Cómo ansiaba que me hiceras el amor, Fer", te digo, "ojalá me coja como a una puta", pienso. Bajas el cierre de tu pantalón, sacas tu palpitante miembro con impaciencia, lo diriges hacia mi húmeda conchita y la penetras con incontenible ímpetu. "Aghhh..." un apagado grito de placer emana de mi garganta. Tomas una de mis piernas y la levantas para asegurar una penetración total. "¿Te gusta?", me dices mientras inicias un suave golpeteo sobre mis nalgas. "Mucho, Fer. ¡Sigue por favor!", te contesto jadeante. Te las ingenias entonces para desabrochar mi sostén y así liberar mis pequeños pero ardientes senos; los rozas, los sobas, los acaricias pasionalmente, mientras tu rica polla sigue entrando y saliendo pomposamente, dueña y señora de mi coño. No resisto la tentación de deslizar mi mano bajo mi tanga para restregar mi clítoris y así hacer aún más intenso mi placer. Tu vigorosa verga irrumpiendo en mi vagina, mi mano sacudiendo mi carne clitoral, tu mano manoseando mis senos... ¿qué más puedo pedir? ¡Me vengo de nuevo! Con pleno regocijo recibo las intensas contracciones placenteras que me regalas. Interrumpes tu accionar para dotarme de unos instantes de descanso. Sudas ya del esfuerzo realizado, pero sabes que lo mejor está por llegar. "Está buena, pero aguadona de la vagina. O tuvo un hijo de siete kilos, o se han despachado con la cuchara grande de este coño" piensas, a sabiendas de que es lo segundo lo que en verdad ha ocurrido. "Quiero metértela por el culo", me confiesas, al tiempo que me acomodas de nuevo flexionada con mi trasero hacia ti y retiras mi última prenda. "Métemela por donde quieras, Fer. Soy toda tuya", te contesto agradecida. Los mirones siguen atónitos. No creen que una mujer pueda ser así. Educados en su entorno machista, desconocen que una mujer es capaz de sentir y gozar, de desear el sexo y disfrutarlo con plenitud; desconocen que la mujer es tan sexual como ellos, sólo reprimida por siglos de dominio machista. "Aquí voy", me adviertes al tiempo que siento tu deliciosa glande picoteando mi entrada anal. La rigidez de tu besable verga le ayuda para ingresarme. Abro mis piernas para ayudarte más. "Eso, puta, trágatela toda", me dices. Y por fin estas totalmente dentro de mí, arremetiendo enérgicamente. "Por aquí sí aprieta bien la vieja", piensas mientras continúas las acometidas. Tras algunos minutos descansas un poco, disminuído por el lógico cansancio. Entonces entro yo. Anhelante por ordeñar tu rica verga, empiezo a mover mi trasero intensamente, como masturbándote con mi culo. Sientes que estás cerca y me detienes con tus manos sobre mis caderas. "Estoy cerca, Moni. Mámamela por favor", me dices. Obediente, al instante siguiente me retiro de tu verga y me hinco a tus pies dispuesta a engullir tu rica carne. Me tomas de la cabeza y la diriges con maestría en dirección de tu sexo. Nuestras miradas se entrecruzan, y un "cómo deseaba tenerte así" aparece en nuestras respectivas mentes. Te devoro feliz y complacida. Sobo con mi lengua tu hermosa polla y la presiono con mis labios, sacudo mi cabeza para friccionarte rítmicamente y dirijo mis manos a otras zonas sensibles de tu cuerpo para acariciarte con suavidad: tu espalda, tus tetillas, tus pompis. De repente te crispas, el momento llegó. Sujetas mi cabeza con tus manos para asegurarte que me quede ahí y empiezas a descargar dentro de mi boca un excitante torrente de miel. "Trágatela toda, puta", me instruyes. Contenta y dócil, recibo feliz cada gota del maravilloso néctar que por intervalos me regalas en cada convulsión de tu cuerpo. Una expresión de satisfacción plena llega a tu rostro, el mío se llena de felicidad. ¡Por fin lo acabamos de hacer y fue muy rico! Cuando empieza nuestro estado de relajación, volteo a ver a los curiosos, pero ya son tres. El jefe de mi departamento se les unió. Me preocupo un poco por el regaño que me espera, pero no me inquieta más allá de eso. Sé que me botarán pero justamente estaba por renunciar. Empiezo a vestirme tranquilamente mientras tú guardas tu deliciosa cosita. "¡Mónica, la espero en mi oficina en cuanto esté presentable!", exclama mi jefe en tono severo, pero sin dar media vuelta. Los otros dos mirones se van apenados. "Sí, señor González" le contesto simulando consternación mientras sigo vistiéndome con la mayor parsimonia. "No te preocupes", te digo al oído una vez vestida al ver tu expresión de incertidumbre. "Si me esperas unos minutitos te invito a comer", te digo guiñándote un ojo. "Aquí te espero, Moni" me respondes con una sonrisa en los labios.
Cuando salgo de los vestidores observo a los mirones que en bolita platican con mis compañeras. Al percatarse de mi presencia, voltean a verme cuchicheándose entre sí. Fingiendo pena, yo sólo sigo mi camino en dirección de la oficina del jefe. "¡Tome asiento por favor!" me dice una vez que ingreso a su lugar de trabajo. Sumisa, obedezco. "¿Sabe usted el riesgo en el que pone a la empresa al dejarse llevar por las bajas pasiones dentro de estas instalaciones?" me dice en tono indulgente. "Sepa usted que yo no soy ningún enemigo de las libertades sexuales, pero no es correcto que ande desfogando sus ansiedades en público" me sermonea. "Es que...", alcanzo a decir pero él me interrumpe: "...pudo haber buscado un sitio más apropiado para fornicar; mi oficina, por ejemplo". Yo me quedo "de a seis": "¿qué me quiere decir?". "Mónica, desde que entró hace dos semanas me he dado cuenta de que usted es una persona muy valiosa", me comenta. "¿Valiosa o puta?", pienso. "Desde antes de este incidente tenía pensado hacerla mi asistente, ganaría el triple, ¿qué dice?". Sigo "de a seis". Se supone que sería despedida... ¡y me está proponiendo un ascenso!. "Sr. González, no sé qué decir..." le contesto sorprendida, aunque consciente de que no podré aceptar la oferta porque a mi marido le daría el ataque. "Mire, mi trabajo es arduo y requiero de diversos apoyos; sé que en usted los podría encontrar", me contesta. "Diversos apoyos, ¡wow! ¡Y el jefecín no es mal parecido!", pienso. "¿Qué tipo de apoyos?" le pregunto haciéndome la inocente. "No se me vaya usted a ofender, soy hombre franco y no me gusta andar con rodeos. Cuando la vi en aquel vestidor... tan ardiente, tan pasional, no pude evitar desearla. Yo sería feliz si pudiera contar con su asistencia en las labores normales del trabajo y de vez en cuando complacernos mutuamente; cuando el cansancio nos agobie, refugiarnos en este sitio y darnos cariño; que me acompañara de vez en vez a las convenciones y esas cosas... ¿Qué dice?", me contesta confundiendo la franqueza con el descaro. "¡Ups!, Sr. González, me halaga de verdad, pero soy una mujer casada..." le alcanzo a decir. "¡Ah, es su marido entonces el caballero de los vestidores...!", replica casi a punto de pedir perdón por su indecorosa propuesta. "Mmmm... no. A decir verdad es un amigo muy íntimo", le digo, al tiempo que se me ilumina la cara al recordar lo que hace rato pasó... me quedo en la baba y reacciono hasta que tengo al Sr. González parado detrás de mi asiento colocando sus manos en mis hombros y deslizándolas suavemente hacia mis senos. Se supone que entonces debo pararme indignada y salir de aquella oficina, pero sólo cierro los ojos y me concentro en la suave fricción que sus dedos hacen sobre mis senos por encima de mi blusa. Comienza a desabrocharme y me quedo inmóvil, dócil, entregada. Pocos instantes después, me encuentro con los senos desnudos y la deliciosa lengua de mi jefe recorriéndolos. "Toc, toc", alguien llama a la puerta. Mi jefe interrumpe el regalo de su húmedo músculo para acudir a la puerta. Asustada, tomo mi ropa del suelo y me cubro los senos con ella. "¿Quién será?", me pregunto. "Estoy muy ocupado, señorita, por favor no me interrumpa hasta que yo le indique", le dice el jefe a su secre quien me mira por la pequeña abertura de la puerta entre absorta y envidiosa. "Bsbsbsbs bsbsbs", algo le dice murmurando. "¡Plap!", se escucha la puerta que se cierra en las narices de ella. "Disculpe usted", es todo lo que me dice el jefe solicitando con su brazo estirado, la ropa con la que me cubro. Obediente se la entrego. Instantes después, de nuevo su lengua en mis senos y mis ojos cerrados. "Bendito Dios que nos dio varios sitios por donde sentir bonito", pienso mientras reanudo el disfrute de esos húmedos recorridos sobre mis tetas. Siento entonces las manos del Sr. González sobre mis caderas, empujando hacia arriba, está pidiéndome que me pare. Obedezco. Desabrocha entonces mi falda, que cae al piso. Ahora se hinca a mis pies y empieza a bajar suavemente mis pantimedias, mientras escudriña con boca y olfato mi conchita. Saca su lengua y empieza a lamer mi tanga en cuanto mis pantimedias ya no la cubren. Estas siguen bajando hasta llegar a mis tobillos. Me siento de nuevo. Su lengua ahora se aventura a la parte interna de mis muslos. Yo los abro para facilitarle la labor. Hace a un lado mi tanga para descubrir mis entradas y dirige la acción de su lengua sobre mis labios y mi clítoris. Mi escalada hacia la cima del éxtasis inicia su etapa más emotiva. Cierro mis ojos, abro más mis piernas. Cada vez se siente más próximo un nuevo orgasmo, la juguetona lengua sigue friccionándome con maestría. Al fin, emito un grito de profundo placer. Los espasmos de mi cuerpo y mis manos en puño lo evidencian: una vez más he llegado... "¡Ups! Cuánta acción para un solo día", pienso. "Nomás dejo que se recupere y me la ensarto", piensa mi jefecito. No he descansado del todo, pero el Sr. González me toma de las manos y me pide que me levante. Disciplinada, acato órdenes. Se pone a mis espaldas. Baja mi tanga. Me flexiona hacia el frente de manera que me apoye en su escritorio y quedo a su merced. "Quince días esperando por este momento", piensa mi jefe sacando con ansiedad la polla de entre sus ropas. "Abrete bién, puta, que aquí voy", piensa. Al instante siguiente me ingresa con delicia y empieza las acometidas masajeando mis senos con fruición. "¡Qué rico!", pienso excitada mientras siento el exquisito entra y sale sobre mi coño. "Toc, toc", de nuevo la puerta, la maldita puerta que al instante se abre. Escucho los pasos de alguien que ingresa a la oficina, pero el jefe ni se inmuta, ¡me sigue follando! "¡Qué vergüenza!, ¿Quién habrá entrado?", me digo mientras sigue el golpeteo sobre mis nalgas. Mi posición me impide voltear para satisfacer mi curiosidad. "¡Plap!", la puerta se cierra, pero los pasos de alguien que se acerca a nosotros me indican que quien abrió no se ha ido. Parece que el saberse observado ha excitado sobremanera a mi jefe, quien no puede más y termina inundando mis entrañas con abundante semen. Mientras lo hace me sujeta fuertemente, como si no quisiera que ni una sola gota dejara de caer dentro de mí. Por fin termina, antes de salir se acerca a mi oído y me dice "quédate quietecita, te tengo una sorpresa". Quedo pasmada: "¿quietecita?, ¿qué es lo que pretende?". Siento entonces que el otro individuo se acerca. "¿Será lo que me imagino"?, pienso. Pronto salgo de mi duda: el extraño aquel saca su animalito de entre sus ropas y lo dirige ansioso hacia mí. Mis labios vaginales están sintiendo su presencia y al instante siguiente tengo una polla más dentro de mí. "Y eso que según yo, no soy ninfómana", pienso mientras me regodeo en mi tercera polla del día. "¿Quién será? Jamás lo había hecho con alguien cuya cara ni siquiera había visto", medito mientras las manos del sujeto se apoderan de mis senos y comienzan a friccionarlos con lujuria. "Se lo dije, Sr. Díaz, mi nueva asistente es en verdad buena" escucho a mi jefe decir. "¿Sr. Díaz? ¿El gerente de la tienda?" me pregunto atónita. Así es, el "sinvergüenza" de mi jefe me esta utilizando para quedar bien con el suyo. ¡Habíase visto semejante indecencia! Para colmo no lo hace mal el libidinoso gerente, me embiste con la maestría propia de un experto. "Mónica, mámesela por favor al Sr. Díaz, para que él conozca sus habilidades" se atreve a decirme con descaro. "¿Qué se cree? ¿Que soy su puta?" me pregunto indignada, pero no me atrevo a desobedecer y me veo en los minutos siguientes hincada a los pies del importante sujeto moviendo oscilantemente mi cabeza en su regazo. "En verdad es usted muy buena", por fin abre la boca para decir algo. ¡Vaya, no resultó mudo! "Gracias", pienso, ante la imposibilidad de decirlo, mientras sigo con dedicación las instrucciones dadas por mi jefe. Por fin, unos espasmos me confirman que el gerente está por llegar. Al instante siguiente, chisguetes de viscoso líquido se disparan dentro de mi boca, el jefe de mi jefe ha llegado. Instantes después, quedo sumisa a los pies del sujeto, como esperando las nuevas órdenes de él o de mi jefe. "Debo confesarle que nunca me la habían mamado de una manera tan exquisita, srta. Mónica", me dice a manera de cumplido. Mi corazón se llena de orgullo. En verdad me creo que soy muy buena. Una arrogante sonrisa ilumina mi cara. "Gracias", atino a decirle finalmente. "¡Señora!", corrige mi jefe haciéndole notar al suyo que soy casada. Éste sólo se anima a sonreír, como disfrutando del ingrediente de inmoralidad que se agrega a lo que acaba de suceder. "Que se me hace, González, que le voy a piratear a su asistente", le dice el gerente a mi jefecito. Este sólo sonríe nerviosamente, como temiéndose que no sea una broma. "Como usted indique, Sr. Díaz", le contesta servilmente pero con evidente molestia. "Ya hablaremos", contesta, al tiempo que me da un guiño de despedida y da media vuelta para salir de la oficina. El silencio inunda la oficina de mi jefe. Nuestras miradas se entrecruzan. "Vaya que me resultó puta la vieja", piensa mi jefe. "¿Y ahora qué debo hacer?", pienso. "Sr. González, ¿me daría permiso de salir por el día de hoy? Me siento un poco cansada por tanta actividad", me animo a decirle mientras comienzo a vestirme. "Desde luego, Mónica. Tómese el resto del día", me contesta.
Salgo de la oficina de mi jefe aún acicalándome, algo despeinada y con algunos botones por abrochar. Mis compañeras de trabajo me voltean a ver con incredulidad. "¡Qué puta salió la mosquita muerta!", se dicen. No me importa eso y sigo mi camino un poco zombie, ha sido mucha actividad en tan poco tiempo. Me preocupa que ya dejé demasiado tiempo sólo a mi Fer y temo que se me haya ido. Entro a los vestidores y para mi fortuna ahí está. Un poco desesperado, viendo el reloj. "¡Lista, mi amor!" te digo todavía abotonándome el último broche. "¿Será tan puta que lo acaba de hacer con su jefe?", piensas; "¿Cómo te fue?", me preguntas. "Bien, muy bien, Fer. Desde hoy gano el triple" te digo con una sonrisa entre cínica y feliz. "Es una lástima que vaya a tener que dejar este trabajo", continúo. "¿Cómo está eso?" me preguntas mientras enfilamos hacia el restaurant. En el camino te explico con lujo de detalle lo ocurrido hace unos minutos en la oficina de mi jefe. Dos o tres personas que por azar escuchan parte de mi plática se me quedan viendo feo, piensan "¡qué vieja tan degenerada!". Por tu parte no puedes dar crédito a lo que escuchas "y me decía que no era ninfómana" piensas, "¿qué tal si lo fuera?" te preguntas. Pero, intuyendo tus pensamientos, procuro aclararte que ese fue un día muy poco normal para mí, que en realidad hacía más de un año que no lo hacía con alguien que no fuera mi marido, pero te quedas con la duda. Tomas el celular y avisas a tu casa que llegarás tarde, que te encontraste a una persona con la que tenías que arreglar algunas cosas. Nos sentamos a las mesa y nos damos a la tarea de recordar "viejos tiempos": tu primer mail, mi primer relato dedicado a ti, tu primer relato ilustrado dedicado a mi, tus consejos a mi vida matrimonial, el día que me confiaste tu identidad, las decenas de locuras que prometimos hacer cuando nos conociéramos... de pronto salgo con mi batea de babas y te digo: "Ya me conoces físicamente, Fer. Dime una cosa, si ambos fuéramos libres en realidad ¿sí te interesaría que yo fuera tu compañera?". "¡Otra vez la vieja con sus preguntitas! ¡Si será zoqueta...! ¡¿qué no le quedó claro que lo único que quiero es cogérmela?!" reflexionas. "Claro, Moni, sabes bien que sí" me contestas haciendo alarde de paciencia. Y yo, aunque sé que lo que dices es sólo una cortesía de tu parte, me lleno de felicidad y te planto un indiscreto beso que logra llamar la atención de los otros comensales.
Se te ha hecho tarde y tienes que partir. Amablemente te ofreces a llevarme a mi casa aprovechando que es domingo y no hay tanto tráfico. "Tú dirígete como su fueras al Gigante de Eugenia y Mancera, mi casa está cerquita", te instruyo. En el camino nos platicamos aquello que casi no hemos tocado en nuestros mails: nuestra infancia, nuestros sueños, lo que esperamos de la vida... "¡Aquí es!", te digo después de unos minutos señalando el edificio de departamentos donde vivo. "¿Gustas pasar?" te pregunto. "Se me ha hecho tarde, pero sí, aunque sea un ratito, para conocer tu casa", me contestas. Aunque mi actividad ha sido mucha en el día, no puedo evitar la aparición de una intensa sensación de excitación al imaginarte dentro de mi casa, dentro de mi cuarto, sobre mi cama. Estacionas el auto y bajamos. Pasas tu brazo por mi espalda, recargas tu mano en mi cadera, casi en mi nalga, y así cruzamos el umbral de la puerta. El conserje me saluda intrigado. "Ya volvió la vieja del ### a las andadas, ¡'ora que se entere su marido a ver cómo le va!", piensa al verme así, abrazada a ti, con tu mano en mis nalgas y la mía en las tuyas, en dirección de mi departamento. Entramos al elevador y la ausencia de otras personas nos anima a acercarnos. Me jalas de espaldas a ti sujetándome por las caderas, de manera que mis nalgas presionen a tu verga, para entonces ya excitada. Me susurras al oído "quiero cogerte otra vez, Moni", alimentando mi excitación enormemente. En respuesta, me recargo hacia ti y muevo mi trasero frotando tu verga. Entiendes entonces que mi respuesta es "yo también quiero que me folles". En eso se abre la puerta del elevador un piso antes. No me lo esperaba y alguien nos cacha en pleno fajecín. Es la fodonga de la señora Torres, que con tubos y todo me hace una cara de fuchi al verme ahí, frotando mis nalgas en ti, por lo que indignada, decide no meterse al ascensor. Aunque ya me imagino los chismes que están por regresar a mi vida, de momento no me importan porque estás conmigo. El elevador se cierra y se vuelve a abrir en el piso siguiente, donde está mi departamento. "Aquí es, cariño" te digo, y al instante siguiente salimos del elevador. Sin soltar mis caderas, me sigues. Saco de mi bolso la llave, abro la puerta y te invito a pasar. Al cerrar te tomo de la mano ansiosamente y te llevo a mi cuarto, quiero que lo hagamos ahí. Te recuesto sobre la cama, te desnudo y te pido que aguardes. Abro el closet y de un cajón saco lencería, volteo a verte, te guiño un ojo y me meto al baño. Mientras esperas te pones a pensar en lo lejos que he llegado, en lo fácil que soy, en lo infiel que puedo llegar a ser, en la desleal que he sido con mi marido. Concluyes que no sería una buena compañera para ti, "sólo para coger", piensas. En eso yo, ajena a tus pensamientos, salgo radiante, vestida de deseo, enfundada en un baby doll negro como nuestros pecaminosos mails, que contrasta con lo blanca de mi piel y tu alma. Nuestras miradas se entrecruzan. Tus pensamientos tristes y reales te abandonan por un momento. Sólo la excitación nos habita. Te sientas en la cama y yo me paro entre tus piernas, mi vientre a la altura de tu boca. Colocas tus manos en mis caderas y me empiezas a besar por encima de la delgada tela. Cierro lo ojos. Tus manos empiezan a bajar y tus labios a subir. Mis senos son ahora objeto de tu gentil aliento. Estimulados por tu atención, mis pezones se erigen orgullosos y ufanos. Tus agradables dedos empiezan a recorrerme entre espalda y muslos. Traviesos, juguetean entre montes y hondonada, esculpiendo con gracia en mis sentidos, un monumento al placer. Me volteas entonces para tenerme de espaldas a ti. Te recreas con mi trasero que orgullosa levanto para presumirte lo mejor de mí. Con suavidad deslizas mis transparentes bragas hasta mis tobillos. Me tomas por la cadera y me jalas con la intención de que me siente en ti. Entiendo lo que deseas y con ansiedad tomo tu bendita polla y la dirijo a mi entrada. "Despáchate, chiquita" me instruyes. Entiendo bien tu deseo y empiezo a moverme con extrema ansiedad. "¡Eso, que se vea lo puta que eres!", piensas, mientras disfruto enormemente de tu fricción a mi ritmo, al punto que me es imposible evitar el orgasmo, aún tomando en cuenta la intensa actividad del día. Después de un rato me tomas por la cadera instruyéndome para que cese mi accionar. "Mámamela como a tu jefe", me indicas. Obediente, me hinco a tus pies, engullo tu linda polla e inicio el movimiento pendular de mi cabeza en tu regazo. "Como a mi jefe, no. A mi Fer se la voy a mamar más rico", me propongo. Al instante siguiente te empujo desde el pecho para que quedes recostado en mi cama mientras sigo frotando tu pene con mis labios. De pronto empiezo a deslizar mis dedos hacia tus huevitos, los acaricio suavemente, pero no me quedo ahí, mis dedos siguen su camino hacia la parte baja de tus pompis. Empujo tus afelpadas piernas para que se abran un poco más. "¿Qué haces?" te preguntas inquieto. El desplazamiento de mis dedos parece contestarte, busco tu culito. Por un instante dudas en interrumpir aquello, tu pudor contaminado del machismo natural que todo hombre tiene te invita a darme un zape, pero caes en la cuenta que lo único que quiero es hacerte sentir más rico. Sabes bien que no soy tan estúpida como para creer que un hombre es menos viril por el sólo hecho de disfrutar de todas las partes de su cuerpo. Mi dedo y tu entrada coquetean por minutos. La froto ansiosa pero precavida. Te noto tenso y lo último que quiero es lastimarte en ningún sentido. Interrumpo por un instante la atención que mi boca presta a tu polla y dirijo mi lengua a tu culito, para regalarle fricción y humedad. Disfruto enormemente al percibir unas iniciales contracciones de placer que invaden tu cuerpo. Siento que es el momento y regresa mi boca a tu verga y mi dedo a tu culito. Por fin me animo. Con toda delicadeza voy entrando a ti evocando las instrucciones que leí en aquel libro de sexualidad, pues es mi primera vez. Para intensificar tu placer no dejo de mamarte lo más deliciosamente posible. Al tiempo, la yema de mi dedo a encontrado tu punto G y empiezo a frotarte suavemente. Tus contracciones regresan, tu respiración se entrecorta, tu cuerpo se tensa y unos encantadores chorritos de miel ingresan a mi boca. Volteo a verte el rostro y me encuentro orgullosa con la imagen misma del placer. Estoy feliz de haberte regalado un momento tan rico. Ansiosa de sentir tu cálida piel junto a la mía, me recuesto a tu costado para agradecerte con caricias el día tan emotivo que me has regalado. "Te amo, Fer", te confieso al oído. Tú sólo miras tu reloj y recuerdas que se te ha hecho tarde. Te vistes tan rápido como puedes y te acompaño a la puerta, en cuyo marco nos damos un apasionado beso de despedida que no puede pasar desapercibido para dos pintores que están dando mantenimiento al edificio, y con la lujuria reflejada en el rostro no pierden detalle de mi desnudez. No me importa que me vean, me regodeo en ello. Espero a que ingreses en el ascensor, te mando un beso y cierro mi puerta. Me dirijo feliz a mi recámara para descansar del ajetreado día, pero en eso suena el timbre. Imagino que eres tú regresando por algo que se te había olvidado y abro la puerta con toda la confianza, pero son los dos mequetrefes que me están pidiendo un vaso de agua al tiempo que clavan con descaro su vista sobre mi cuerpo. ¡Un vaso de agua, los muy ladinos! ¿No pudieron pedírselo a la del 403 que seguramente estará vestida hasta los tobillos? Además, ¿para qué quieren agua con los sendos envases de 2 litros de Fanta que tienen en aquel rincón? Estos fulanos quieren otra cosa, pero mala suerte para ellos, por hoy ya he tenido suficiente sexo. Les digo guiñándoles el ojo que no puedo darles este día lo que quieren, que quizá mañana. Cierro la puerta, me dirijo a mi recámara y me desplomo en mi cama llena de felicidad: "por fin, hoy conocí a Fer".
[Relato dedicado a Fernando]
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