Mi antigua maestra.
Me llamo Darío, tengo veintiocho años y me enamoré platónicamente de mi profesora de aquel momento: la señorita Celia. Este es el relato en que cuento cómo acabamos, años después, en la cama.
Creo que debo empezar esta confesión diciendo que en aquel momento no era más que un enamoramiento inocente. Ella era una maestra joven y bonita, recién salida de la universidad o casi. De veintipocos años, pelo rizado de un color castaño peculiar que tiraba a rojizo, piel blanca y llena de pecas, grandes e ingenuos ojos de color azul cielo y una cara dulce que a todos nos transmitía serenidad y cariño. Era nuestra profesora de lengua y tutora y consiguió que todos los alumnos nos enamorásemos ligeramente de ella, con ese amor inocente y cándido que solo se puede experimentar en la infancia.
Ese mismo año se decidió que los de los cursos inferiores pasásemos a componer un equipo juvenil de rugby en un intento por elevar el prestigio del centro. Resultó que como equipo fuimos una grata sorpresa y acabamos quedando primeros durante seis años consecutivos, hasta que mi promoción abandonó la escuela dejando la mayor racha de victorias consecutivas que hayan visto hasta la fecha. Durante ese tiempo fuimos olvidando ese amor por Celia conforme pasábamos de curso en curso e íbamos teniendo relaciones más normales con compañeras de nuestros cursos. Cuando abandonamos finalmente el centro, rumbo a la universidad, Celia era un bello recuerdo de los viejos tiempos al que de vez en cuando saludábamos por el pasillo mientras marchábamos de clase en clase.
No puedo decir que Celia haya rondado siempre por mi mente porque mentiría descaradamente. No recordaba a mi antigua profesora ni había intentado ver cómo la iba a través de las redes sociales. Supongo que de los años de secundaria lo que más tenía presente en mi memoria eran las amistades y vivencias lúdicas y no los maestros que acompañaron esos años. No habría vuelto a pensar en ella en a saber cuántos años más de no ser porque el centro quiso organizar una reunión de exalumnos con motivo del segundo centenario del centro. Por supuesto nuestra promoción no podía faltar al haber compuesto casi en su totalidad el “equipo de oro”. No tenía pensado ir, pero la nostalgia pudo conmigo y al final decidí desplazarme de la ciudad donde actualmente resido a la ciudad donde nací. Pese a que mis padres todavía viven en ella preferí reservar una habitación en un hotel solo por la comodidad de poder ir y venir a mi antojo durante el fin de semana que duraría la reunión y el viernes me puse en ruta.
Ese mismo viernes cené con mis padres y mi hermana y acabé poniendo la excusa de que me había traído trabajo conmigo para que no se enfadasen por no quedarme a dormir en mi vieja casa. Se mostraron comprensivos y pude escaquearme a una hora prudente y enfilar hasta mi hotel donde me fui directamente a la cama. Al día siguiente por la mañana comenzaban los eventos con una presentación y una “comida” en el salón de actos. No es que me interesase particularmente ese acto, pero suponía que era una buena ocasión para tantear el ambiente. Me vestí con una camisa azul, unos vaqueros y unos buenos zapatos y fui dando un agradable paseo hasta mi antiguo centro de enseñanza, donde ya se congregaba una multitud de exalumnos que se saludaban, abrazaban y se ponían al día. No tardé demasiado en reencontrarme con mi antigua pandilla y juntos entramos al salón de actos, donde las sillas estaban señaladas para las distintas promociones con cintas de colores, siendo la nuestra la de color dorado y en las primeras filas. La suerte o el azar quiso que mi asiento estuviera justo delante de los asientos en la tribuna reservados a los profesores. Mi mejor amigo de aquellos tiempos me fue poniendo al día de los profesores según entraban, resultaba hilarante ver quién había engordado, quién estaba calvo, quién seguía con la misma mujer y quién se había separado… hasta que entró Celia. Despampanante.
Había cambiado tantísimo que al principio no la reconocí. Cuando yo me marché ella debía estar en los treinta recién cumplidos, por lo que ahora tendría cuarenta o cuarenta y algo. Se había dejado el pelo largo hasta la cintura y su extraño color se había aclarado hasta volverse prácticamente pelirrojo, con alguna que otra cana que no desmerecía en nada aquellos rizos espesos. No presentaba apenas arrugas en la cara salvo algunas pequeñas patas de gallo y líneas cerca de la boca que más bien daban la sensación de que se reía a menudo. Sus pecas habían disminuido salvo en la zona de la nariz y sus ojos seguían tan azules como siempre. Pero el verdadero cambio lo había dado su cuerpo. Cuando yo era estudiante era menuda y más bien plana, ahora su cuerpo era voluptuoso y lleno de curvas. Mi amigo tuvo la generosidad de informarme de que había sido madre dos veces, lo que explicaba semejante cambio. Sus pechos planos de mis tiempos ahora se veían grandes y generosos, las caderas finas de antaño se habían ensanchado y ampliado dotando a su trasero de nuevos contornos, mantenía una cintura fina y el elegante vestido ceñido que había elegido revelaba que, salvo una tripita apenas perceptible, se había mantenido en forma. Nada más vernos nos saludó con la mano y una gran sonrisa iluminó toda su cara. Quedé prendado.
Mientras el director soltaba su perorata me dediqué a chismorrear con mi antiguo amigo como dos viejas de pueblo. Aunque procuré ser imparcial y preguntar por todos, mi principal interés era Celia. Se la veía toda una mujer con un cuerpo pleno y deseable. Siempre me han gustado las mujeres hechas y derechas y ella encarnaba todos mis ideales en una sola mujer: madura, pero no demasiado, de formas plenas, dulce y risueña. Gracias a nuestros cotilleos pude enterarme de su reciente divorcio. Al parecer su marido se pasaba más tiempo viajando que en casa y eso había tensado demasiado el matrimonio, sobre todo con dos niños pequeños en casa que cuidar. En ese momento agradecí enormemente que mi ciudad natal fuese tan pequeña y que los cotilleos volasen a la velocidad de la luz. No podía apartar la mirada de ella y comencé a trazar un plan para poder acostarme con ella. Si no lo conseguía, por lo menos habría hecho el intento.
La ceremonia se alargó varias horas mientras se enumeraban los logros académicos y deportivos del centro. En otra situación quizá me hubiera escaqueado simulando una llamada de trabajo, pero en aquella ocasión me quedé soportando el aburrimiento. El vestido era justo por encima de la rodilla y me permitía apreciar las fabulosas piernas de Celia. Llevaba también unos tacones altos pero discretos y el maquillaje justo para resaltar sus rasgos sin resultar excesivo. Cada vez que nuestras miradas se cruzaban ella sonreía con suavidad, en ocasiones cruzando y descruzando las piernas de un modo totalmente natural y que sin embargo me hacía plantearme si no estaría jugando deliberadamente. Mantenía las manos cruzadas sobre el regazo y podía apreciar claramente la marca del anillo en su dedo, ahora vacío. Cuando terminó la ceremonia era ya hora de comer así que nos encaminamos todos juntos hacia el patio cubierto donde habían dispuesto la mesa con el cáterin. He de admitir que la comida no estaba mal del todo, pero mi interés principal no era degustar los pequeños aperitivos que podíamos elegir, sino acercarme a Celia. Me llevé una agradable sorpresa cuando fue ella la que se acercó a mi grupo directamente.
- Chicos, qué alegría volver a veros a todos. Estáis estupendos. – Seguía tan dulce como siempre y sentí que renacía en mi parte de aquel amor preadolescente que sentí en mis tiempos juveniles, mezclado y corrompido por una lujuria que no había sentido casi desde mi primera experiencia sexual.
Charlamos en grupo de forma poco seria durante unos cuantos minutos. Cuando nuestro antiguo profesor de matemáticas se unió a la conversación ella se retiró, no sin antes tocarme el brazo discretamente. Con el pretexto de ir a por más comida me acerqué a la mesa del cáterin y la di tiempo a que llegase a reunirse conmigo. Era como una danza secreta, sutil y pensada para avivarnos la pasión a los dos. Finalmente se unió a mi de una forma tan casual que nadie hubiese podido encontrar en nosotros ninguna intención que no fuese rellenar nuestros platos.
Darío, estás realmente fantástico. – Su voz era un suave ronroneo. Llevaba los labios untados de gloss de discreto color rosa y resultaban jugosos, apetecibles. – Ya sé que trabajas como consultor independiente y que te va muy bien, aún hablo a veces con tu madre si la veo en el mercado.
Sí, bueno, es una ciudad pequeña. ¿Qué tal tus hijos?
Con su padre, este fin de semana se queda con ellos, se los ha llevado de campamento. – Eligió cuidadosamente un diminuto canapé de salmón. – Por lo que me ha llegado a los oídos, sigues soltero.
Sí, salí de mi última relación hace unos años. Por ahora no busco nada serio, pero siempre estoy dispuesto a pasar un rato agradable en buena compañía.
Una media sonrisa asomó a sus labios. Avanzamos por la larga mesa eligiendo con cuidado entre los diversos manjares ofrecidos teniendo siempre la precaución de dar a nuestra charla un tono casual por si había oídos indiscretos cerca. Ninguno de los dos queríamos enfangarnos demasiado por lo que, en ese momento, estábamos seguros que no pasaría de un calentón de una noche.
Entonces estamos en la misma onda. ¿Vas a acudir a la fiesta de esta noche? Es solo para los alumnos. Oficialmente los profesores podemos acudir pero no creo que sea buena idea ver a tus antiguas figuras de autoridad soltarse la melena y acabar borrachos por las esquinas.
Podría renunciar a la fiesta, si me surge algún plan más agradable.
¿Y qué excusa pondrías?
Que tengo trabajo. Podemos hacer una cosa, te paso mi número de teléfono y después de irte dejas que pase una hora más o menos y me llamas fingiendo ser un cliente. Así nadie sospecharía nada. – Al momento me arrepentí, había revelado mis cartas demasiado pronto pese a sus insinuaciones. Temeroso ante una posible negativa suya engullí un par de canapés para tener una excusa y permanecer más tiempo en la mesa.
Es buena idea.
¿Podrías sujetarme un momento el plato? Tengo desabrochado el cordón del zapato. – No era verdad, por supuesto, pero me dio la cobertura suficiente como para sacar del bolsillo una de las pocas tarjetas de visita que aún conservaba (todos sabemos que la modernidad las ha relegado al olvido) y al recuperar mi plato se la deslicé dentro de la mano como un mago de feria que realiza un truco de cartas. Volvió a obsequiarme con su sonrisa y se alejó de mi en dirección a un grupo de ruidosas exalumnas que charlaban animadamente con el profesor de física.
Durante el resto del encuentro procuré no mirarla, no buscarla y no coincidir con ella. Para hacer honor a la verdad me lo pasé realmente bien reencontrándome con caras largo tiempo olvidadas. Todos conservábamos buenos recuerdos y aquellas personas que no, no se habían tomado la molestia de acudir. En un momento determinado y pese a mi esfuerzo por ignorarla la vi ir al cuarto de baño del que salió escasos minutos después, al mismo tiempo que yo recibía un mensaje. Temiendo que fuese un asunto de trabajo me disculpé y me aparté un poco de mis viejos amigos para leerlo.
“Tienes un pequeño regalo mío en el cuarto de baño de los chicos, en la segunda cabina según entras por la puerta, encima de la cisterna”
Intrigado por lo que podría haberme dejado aproveché que me había apartado del grupo para ir al cuarto de baño. Las cisternas de los baños se encontraban en la pared y para hacerlas funcionar debías tirar de una cadena que accionaba la descarga de agua. Pasé la mano por encima de la del segundo cubículo y mis dedos tocaron algo de tela ligera. Sorprendido recogí ese objeto y me encontré en mis manos con una minúscula pieza de tela del más delicado encaje, de color negro y transparente. Su tanga.
La erección fue tan brutal y repentina que tuve que inclinarme y soltarme la bragueta. Saber que ahora mismo estaba sin nada que cubriese sus partes íntimas era más de lo que podía pedir como fantasía. Me acerqué la tela a la nariz y aspiré su delicado aroma a mujer. Me iba a volver loco. Volví a guardar mi polla en el pantalón decidido a reservarme hasta tenerla para mi y guardé el tanga en el bolsillo del vaquero. Pedí disculpas a mis amigos alegando que había sido un mensaje de trabajo y traté de buscarla con la mirada sólo para descubrir que se había marchado junto con el resto de profesores. Nosotros debíamos irnos también para dejarles preparar la fiesta de después así que nos encaminamos a una cafetería cercana donde solíamos comprarnos el almuerzo cuando éramos estudiantes. Los minutos discurrían para mi con dolorosa lentitud, era como si el reloj hubiese decidido pararse solo para atormentarme. Cada dos por tres deslizaba un dedo dentro del bolsillo de mis vaqueros y acariciaba la finísima tela.
Cuando llevábamos ya una hora y algo en la cafetería y comenzaban a proponer irnos a algún otro sitio a hacer tiempo recibí una llamada de un número desconocido pero familiar. Con el corazón en la boca me alejé de la mesa con toda la educación que fui capaz de reunir y respondí procurando mantener el rostro fijo e inexpresivo.
Al habla Darío González, ¿quién llama?
Alguien que ha dejado un regalo para el señor Darío González. ¿Lo encontró de su agrado?
Por supuesto.
Deduzco que el señor González está en un sitio con mucha gente y no puede hablar con más detalle. – Podía escucharla reír al otro lado de la línea mientras yo echaba mano de todo el autocontrol que era capaz de reunir para no tener otra erección. Me apoyé contra una columna decorativa que dividía la cafetería en dos y volví a responder.
Es correcto, sí.
Necesitaría la ayuda del señor Darío, ¿está disponible?
¿Qué ayuda necesita que le preste?
Necesito que venga y me folle como a una perra cachonda y desesperada.
Sus palabras impactaron directamente en mi polla. Pese a todo mi esfuerzo por mantenerme impasible se me salieron los ojos de las órbitas y pude ver la preocupación en la cara de mis antiguos amigos, sin duda debían pensar que era algo grave cosa que me alegró porque así nadie sospecharía si no iba a la fiesta. Tragué saliva un par de veces y logré responder.
Cuente con ella. En seguida me pondré manos a la obra.
Te mandaré la dirección, no tardes demasiado.
Colgué la llamada y conseguí disculparme con mis amigos alegando que era una emergencia del trabajo y que posiblemente no pudiera acudir a la fiesta de después. Se mostraron decepcionados, pero lo entendieron a la primera. Una prueba más de que ya no éramos niños sino adultos plenamente responsables. Como no había cogido el coche me dirigí a una parada de taxis y pedí al taxista que me acercase a mi propio hotel. En el trayecto recibí un nuevo mensaje con la dirección a donde debía dirigirme después y algo más. Con las manos temblorosas abrí la foto adjunta, que mostraba a mi antigua profesora en el baño donde había dejado el tanga, con el vestido subido hasta la cintura. La postura que había elegido no permitía ver nada salvo su muslo de perfil y parte de su nalga, pero bastó para ponerme a mil. Era una tigresa, una gata en celo a la que pensaba domar aunque me consumiera en el proceso.
Cuando llegué finalmente a la dirección indicada me di cuenta que era un discreto hotel de cuatro estrellas. Entré y la mandé un mensaje para que me indicase el piso y la habitación. Sus indicaciones vinieron acompañadas de una nueva foto tomada también en el baño donde la postura dejaba intuir algo de su pubis, sin que se viese realmente nada. Me estaba volviendo loco, me desquiciaba. Llegué al piso señalado y toqué a la puerta de lo que deduje acertadamente que sería una de las mejores suites del hotel. Llamé con los nudillos y me abrió lentamente la puerta, revelando poco a poco la visión de una diosa carnal y llena de deseo.
Si antes se había vestido de una manera discreta y elegante ahora todo lo contrario. Iba embutida en un vestido tan ceñido que podía apreciar que no llevaba nada debajo, tan corto que malamente cubría su ahora generoso trasero, con un escote tan pronunciado que daba la sensación de que sus pechos saltarían de él a la más mínima inclinación y con toda la espalda al aire hasta casi la rabadilla. Se había subido a unos tacones de al menos doce centímetros que la igualaban casi a mi uno ochenta de estatura, de plataforma y tacón transparente y conformados por tiras de vinilo que envolvían el pie hasta el tobillo. Los labios ahora iban pintados de rojo y el maquillaje de sus ojos resultaba llamativo y provocador. Ropa de fulana, maquillaje de fulana, mirada hambrienta y carnal.
Sin saludarla siquiera la empujé dentro de la habitación evitando que se cayera al sostenerla del codo. La hice arrodillarse ante mi y sacando la polla del pantalón agarré su exuberante melena rizada y empujé mi polla en su boca. Sentí como se ahogaba con el tamaño y eso lejos de frenarme consiguió excitarme más. La aferré con más firmeza y comencé a moverme sin darla tregua, follando su boca con mis veinte centímetros de gruesa carne. No tardó en empezar a babear y a lagrimear produciendo unos deliciosos sonidos que jamás había esperado que saliesen de su boca. Su maquillaje comenzó a correrse en gruesos churretes negros por su cara que la daban un aspecto aún más deseable. Intentó interponer las manos entre ella y yo para que frenase, pero no pensaba darla ocasión.
- Las manos a la espalda, zorra. Esta noche eres mi puta y no quiero oírte decir nada que no sea cuánto quieres que te de polla.
Un profundo gemido siguió a mis palabras. Estaba claro que mi antigua profesora tenía un lado oscuro en lo referente al sexo. Saqué mi polla de su boca para darla un respiro y azoté con ella su cara mientras la provocaba.
- ¿Qué dirían tus colegas del trabajo si te viesen así? Seguro que más de uno se moriría de envidia. Con lo guarra que has resultado ser me imagino que más de uno pagaría por tenerte de rodillas como te tengo yo ahora mismo.
Enredé mis manos en su melena y afianzando su cabeza comencé a bombear con más fuerza contra su garganta. Me sentía cerca y quería que mi primera corrida la recibiese en su boca, en esa misma boca que antes usase para calentarme. Casi con saña follaba su boca y su garganta con auténtico placer. En la habitación solo se oían sus gemidos ahogados, los ruidos que hacía al recibir mi polla en su boca y su garganta, mis testículos chocando contra su barbilla una y otra vez y las ligeras arcadas que esas embestidas la provocaban mezclado con mis gruñidos y mis jadeos. Quería que saborease mi leche, que no la tragase inmediatamente. Aquella mujer dulce de mi infancia había revelado un lado salvaje que me encantaba, tan acorde con su nuevo cuerpo que servía para encenderme y mantenerme así toda la tarde y toda la noche.
- Voy a correrme Celia, y ni se te ocurra tragar. Saborea bien el regalo que voy a darte, quiero ver como lo disfrutas.
Sus cándidos ojos azules me miraron llenos de lujuria. Apretó más los labios en torno a mi polla y supe que era su forma de darme a entender que estaba conforme con mi orden. Mirándola arrodillada delante de mi, con el maquillaje corrido por su cara y esa mirada de viciosa me dejé ir, largando espesos chorros de leche a su boca y su garganta. Siempre he sido de corridas abundantes, pero aquella vez me superé. La combinación de saber que lo que hacíamos no estaba del todo bien, su perversión, la mía y el deseo de ambos me dieron uno de los mejores orgasmos de mi vida mientras vaciaba mis pelotas en su boquita. Retiré mi polla de su boca y contemplé como obedecía mi orden y retenía mi corrida en ella, saboreando y enseñándome lo buena que podía ser. Preguntándome si sería cruzar la línea saqué el móvil de mi bolsillo y desbloqueando la cámara la hice una foto en esa postura. En lugar de enfadarse, que es lo que esperaba, sonrió y comenzó a posar sin moverse del sitio poniendo caras cerdas y viciosas. Saqué cinco o seis fotos y las mandé a mi correo antes de dejar el móvil en la mesilla de noche al lado de la cama.
- Traga y sígueme, guarra.
Tragó inmediatamente y se puso de pie. La agarré de las caderas y antes de que dijese nada la besé con pasión, mordiendo aquellos labios que tanto había fantaseado con besar y morder ese día. Me parecía increíble la docilidad con la que se entregaba y el alcance de su deseo, que rivalizaba con el mío. La estrechez de su vestido apenas me permitía meterla mano por debajo, pero me dejaba recorrer su cuerpo casi sin secretos. La empujé hasta el baño besando su cuello de cisne y no pude evitar dejar una hilera de chupetones que bajaban hasta el escote. Limpié con una esponja los berretes de maquillaje de su cara y la sombra de ojos que llevaba, pero la pedí que volviese a aplicarse pintalabios. Mientras se maquillaba me coloqué detrás de ella y acaricié ese rotundo trasero que casi quedaba al aire por la escasez de la tela. Recorrí la cara interna de sus muslos con mis manos y pude sentir la humedad que había escapado de su coño. Justo cuando daba los últimos retoques a su maquillaje agarré el borde de su escote y dando un tirón dejé al aire sus pechos.
Grandes, bien formados y bastante firmes pese a la maternidad y la lactancia no tenían nada que ver con las escasas peritas que yo recordaba de mi infancia. Tenía los pezones grandes y oscuros y las aureolas pequeñas. Apreté ambos senos con mis manos y comencé a masajearlos y a jugar con ellos. Los sentía pesados en mis manos y rebotaban según los apretaba y amasaba. La mantuve frente al espejo mientras pellizcaba sus pezones y la hacía gemir y mojarse más, ella sola se calentaba al verse manoseada por su exalumno. Se agarraba al lavabo completamente entregada a las sensaciones que recorrían su cuerpo y la encendían más y más cada vez. Bajé despacio la cremallera de su vestido y dando un nuevo tirón la dejé desnuda delante del espejo. Separé sus piernas y subiéndola ligeramente al lavabo hice que viese como la masturbaba, acariciando primero su sensible clítoris y metiendo después dos dedos directamente. Era más ancha de lo que dejaba ver, sería fácil penetrarla. Solo la idea de entrar dentro de ella me calentó sobremanera y mi polla volvió a crecer, impaciente me froté contra sus nalgas mientras acariciaba sus caderas, más grandes de lo que recordaba debido a sus dos partos.
La hice sentarse en el lavabo y abriendo sus piernas de par en par me retiré para ir a por el móvil. Desde la puerta la hice más y más fotos asegurándome de no salir en el reflejo de ninguna. Acercándome a ella tomé fotos de cerca de su delicioso coño, primero cerrado y empapado y después hice que lo abriera para la cámara. Solo con esos tacones de puta estaba estupenda, toda una golfa a mi entera disposición. Sin poder contenerme más me coloqué entre sus piernas y se la metí de una sola, olvidándome del condón. He de decir que a ella tampoco pareció importarla porque comenzó a gemir y a moverse conmigo, tan mojada que podía entrar y salir de ella sin ningún tipo de problemas desde el principio. Entraba entero y hasta el fondo y volvía a salir lentamente, desquiciándola y gozando de su interior. Usándola, pero dejando que ella me usase a mi también a su antojo. Lamí sus pezones y succioné de ellos como si quisiese mamar, dando después un mordisco a ambos. Sus gritos de placer casi continuos perforaban mis oídos y me incitaban a esforzarme más y darla más duro. Me notaba cerca de nuevo y ella apenas podía aguantarse. Gimiendo casi al unísono y cada vez más alto ambos estallamos en un glorioso orgasmo, casi a la vez, casi perfectamente sincronizados. Podía sentir los espasmos de su vagina a la vez que las pulsaciones de mi polla, mientras escupía mi segunda corrida directamente en su interior.
Enredé mis dedos en su melena y cubrí su cara de besos, de mordiscos su cuello y de intensos chupetones su pecho y sus pezones, ella seguía gimiendo y sus caderas se movían con los últimos coletazos de su orgasmo. Cargué con ella hasta la cama y la dejé boca abajo en las sábanas, acaricié ese trasero que tanto me gustaba y la di un par de palmadas separando sus nalgas. Escupí en su ano y metí dentro el pulgar, con lo que se reanudaron sus gemidos. Se agarró a las sábanas y levantó el culo en una invitación que no dudé en aceptar. Moví mi pulgar por todo su ano y me incliné a lamer mientras su coño. Tenía mi corrida tan adentro que no podía alcanzarla con mi lengua, así que me dediqué a lamer sus labios y a tirar de ellos con los dientes. Los presioné hacia dentro y los succioné sin parar mientras iba dilatando su culo lentamente. Pronto pude introducir otro dedo y comencé a mover ambos en círculos mientras ella gemía y gemía.
De nuevo saqué fotos de su ano, ahora abierto gracias a mis dedos. El flash del móvil resaltó los flujos que mojaban su coño y sus muslos y dando dos contundentes palmadas a sus nalgas conseguí una instantánea que hasta la fecha es de mis favoritas, donde ese glorioso trasero aparecía listo y dispuesto para ser follado hasta reventarlo y dejarlo lleno de leche. Sin pensarlo froté mi polla entre sus nalgas, dejando que fuese cogiendo de nuevo volumen por sí sola, mientras me dedicaba a masajear sus pechos y a susurrarla al oído que nunca pensé que una profesora y madre pudiera ser tan cerda, tan guarra y tan cachonda como ella. Sus gemidos de placer servían de estímulo a mi lívido, me enloquecía ver que de recatada y tímida ratita de biblioteca entregada a la enseñanza y a la maternidad se desplegaba como una zorra insaciable. Sin poder contenerme más apoyé la cabeza de mi polla contra su ano y di un fuerte empujón con el que enterré la mitad de mi gruesa verga en su ano, ignorando el gritito de dolor que soltó y empujando sin parar hasta que mis cojones chocaron contra su coño. La agarré de las caderas y comencé un lento bombeo mientras se dilataba y acomodaba a mi tamaño.
- Mira qué guarra, como gozas cuando alguien te rompe el culo. Eres toda una cerda y seguro que adoras tener a los hombres detrás de ti ahora que vuelves a estar disponible.
Comenzó a gritar, pero esta vez de placer mientras aceleraba el ritmo, soltando sus caderas de cuando en cuando para darla un azote, como si espolease a una yegua inquieta para que fuese más deprisa. Agarrada a las sábanas, con el culo abierto y mojándome los cojones con sus fluidos era mi diva, mi musa. Recogí el móvil de la cama y esta vez la grabé en vídeo, agarrando su cara para poder grabar las caras de placer que iba poniendo mientras la follaba el culo. Al saber que la grababa la muy zorra comenzó a gemir como una auténtica estrella porno. Llevó las manos entre sus piernas y pude sentir como metía varios dedos en su vagina, llenándose los dos agujeros a la vez. Aceleré todo lo que pude y pellizcando sus pezones con una única mano mantuve el móvil enfocado a su culo que engullía mi polla ya sin ningún tipo de barrera. Podía escuchar el choque de nuestros cuerpos y nuestros gemidos, veía a la vez la imagen de la pantalla y la real, casi superpuestas como un excitante espejismo. Me sentía cerca, si ella no me daba igual, yo quería llenarla. Necesitaba llenar ese agujero con mi leche y quería que quedase grabado.
Solté sus pechos y dando un fuerte azote a su culo comencé a correrme por tercera vez, mi récord personal en tan poco tiempo. De nuevo mi leche llenó completamente sus entrañas mientras yo gruñía y gemía y la muy cerda se corría al sentir mi corrida en su interior. Sus gritos de placer sobrepasaron a los míos y sin terminar de correrme me retiré para poder grabar como terminaba sobre sus nalgas. Mi corrida salía de su ano y resbalaba hasta su coño. Sin contenerme la metí dentro de su vagina con mis dedos, grabando los últimos espasmos de su corrida. Corté el vídeo y pensando que quizás desease que borrase todas las pruebas de nuestro pequeño encuentro erótico envié las fotos y el vídeo a mi correo personal, donde estarían a salvo y serían siempre míos.
Hecho eso la abracé con dulzura dejando que se acomodase a mi lado. Con un dedo suave acarició mi pecho y quedamos los dos en silencio, intentando alargar el placer recién compartido. Pasado un rato pedimos cena al servicio de habitaciones y la propuse borrar las imágenes y el vídeo, para mi sorpresa no me dijo que lo hiciese. Cenamos desnudos. Su cuerpo me tenía hechizado y antes de terminar de cenar volví a lanzarme sobre ella, dejando que esta vez tomase las riendas y disfrutando de un sexo más relajado.
Aquel primer encuentro acabó por sentar las bases de una relación entre ambos que duró años. Pronto establecimos la rutina de quedar todas las semanas al menos una vez y pasar juntos los fines de semana en que no tenía a sus hijos. Como pronto descubrí, ella adoraba sentirse deseada por un hombre más joven, y yo adoraba esa plenitud de su cuerpo maduro y la transformación de señora elegante a una guarra desaforada. Con ella no pasaba ni un solo minuto aburrido, Celia era explosiva y llena de fantasías y todos los años que estuvimos juntos nos adentramos más y más en las perversiones que ambos siempre habíamos querido explorar.
Por ahora voy a dejar esta confesión en este punto. Como nota final diré que al día siguiente solo ella acudió por la mañana unas horas a los actos imprescindibles de antiguos alumnos. Yo me excusé con el trabajo otra vez y pasamos el resto del fin de semana retozando como dos adolescentes con las hormonas a flor de piel. Nuestra historia juntos había comenzado su andadura, y quizás ahora dé pie a una nueva colección de confesiones. Si esto último es cierto o no… el tiempo lo dirá. Sed felices.