Mi Ángel se Convierte en un Demonio
Enrique lleva cinco años cuidando de su hermana Karen, pero desde hace uno el comportamiento de ésta ha empezado a cambiar. Preocupado por la situación, que se ha vuelto insostenible, el protagonista le narra toda la historia a su psicóloga.
Primer capitulo de esta serie. Lo pongo que esta categoría porque la serie va sobre ello, pero en este primer capitulo solo se presentaran a los personajes y la situación general, por lo que también podría entrar en el género de hetero.
Sin más un saludo y espero que le guste. Como siempre se agradecen los comentarios.
Mi Ángel se Convierte en un Demonio
Hace mucho tiempo leí que lo que sabemos a ciencia cierta del cerebro humano es muchísimo menos que lo que desconocemos. Es una afirmación bastante categórica que un tipo como yo, dedicado al mucho menos científico oficio de vendedor de inmuebles, no puede negar.
Pero en realidad, al menos desde mi perspectiva, es algo bastante básico. Y es qué ¿Qué sabemos realmente del porqué de nuestras emociones? Vale, supongo que un neurólogo podría decirme que impulso u hormona genera x sensación, pero ¿Por qué? ¿Cómo llegamos a odiar a alguien, a amarlo, a sentir amistad por él, a desearlo?
Creo que todo consiste en una chispa, un solo segundo que se graba a fuego en tu mente y lo cambia todo. Una mirada, un comentario, un gesto… Tiene que ser algo, a la fuerza pequeño en este mundo de grandes estímulos, que desencadena toda una serie de reacciones incontrolables. Eso es lo que yo pienso, lo único a lo que le encuentro sentido cuando me pongo a repasar cada una de las relaciones que he tenido en mi vida.
Y, si estoy en lo cierto, si de verdad algo como el deseo puede iniciarse con tan solo un momento… Si esa chispa realmente existe.
Si es así realmente estoy jodido.
La doctora Martínez me miraba desde su escritorio. Parecía claramente disgustada, algo que no le podía reprochar en absoluto teniendo en cuenta que acababa de irrumpir en su consulta. Tampoco ayudaba que pareciera… ¿Cómo decirlo?...
“Demente” pensé.
Si, esa es la palabra. Tenía toda la pinta de un loco peligroso que venía a cargarse a su psiquiatra. En parte tenía ganas de hacerlo. Llevaba viendo a esta mujer desde hacía cinco años, justo unos meses después de la muerte de mis padres.
Confiaba en ella. Tanto que le deje tratar a la persona más importante de mi vida, el único resquicio que me quedaba de mi familia. Hace tres años, después de intentar por todos los medios ayudarla yo mismo, acabé llevando a esta consulta a mi hermana Karen. Mi pequeño ángel.
Y ayer por la noche se demostró que toda la terapia de la doctora había fracasado por completo.
- ¡¡¿Se puede saber para qué le pago?!!- Vociferé nada más cerrar la puerta de su despacho con un portazo.
La psicóloga se quedó clavada en su sitio, intentando ocultarme sin éxito un miedo que prácticamente podía masticar. Había algo de satisfactorio en poder ver esa reacción por su parte, no es que pensara realmente en hacerle algo, pero que al menos la muy incompetente se acojonara era refrescante.
Enrique, haz el favor de tranquilizarte.
¡Y una mierda!- Grité de nuevo, dando un puñetazo en la gran mesa de madera que se encontraba entre ambos- ¡¿Tiene usted idea de lo que pasó ayer?!
Evidentemente no. Pero, si te calmas un poco, tal vez podamos hablarlo como dos personas civilizadas. O también podrías seguir comportándote como un orangután, en cuyo caso me vería obligada a llamar a la policía.
“Joder, que poco le ha durado el canguelo a la muy cabrona” me dije.
Y es que esos ojos, que siempre me habían recordado un poco a los de un búho por su color marrón tan claro que parecía casi amarillo, ya no trasmitían miedo alguno. En esos pocos segundos había conseguido calmarse e incluso poner esa voz tan imponente que en ocasiones ya había utilizado conmigo al principio de la terapia.
Reconozco que eran otros tiempos. Días en los que la rabia me corroía por dentro, tan densa e implacable que siempre me encontraba a un suspiro de cometer alguna locura. Y, cuando ella me veía así, siempre conseguía aplacarme con su mirada, su voz, su postura… Como si de repente esa mujer, que no llegaba a la treintena de años, se hubiera convertido en mi difunta madre.
O en un general condecorado, que para el caso es lo mismo.
No quiero tranquilizarme- Respondí al fin aunque, de forma frustrante, lo hice con un tono muchísimo más sosegado.
Pues siéntate al menos- Dijo… Más bien exigió la doctora, señalando la típica butaca que hay en estas consultas.
Emitiendo un ligero bufido la hice caso. Como muestra de “rebeldía” en vez de tumbarme en el diván me quedé sentado en su filo, mirándola todavía con un enfado evidente.
Bien, ahora que vuelves a parecer una persona, Enrique, cuéntame porque estás tan alterado.
¿Alterado? No me vengas con palabras cursis, tengo un cabreo de cojones.
Ya me he dado cuenta- Indicó, con un leve tono irritado- Pero si me dijeras a que responde podríamos intentar solucionarlo ¿No crees?
Volví a bufar, pensando para mí mismo que con todo el tiempo que llevaba tratando a Karen el problema ya debería estar resuelto.
Ha empeorado.
¿Te refieres a la condición de tu hermana?
No, al juego del Madrid desde que se fue Zidane, no te jode.
Enrique…
Ya, ya. Nunca me acostumbro a tus preguntitas. Si, Karen ¿Qué va a ser si no?
Podrían ser muchas cosas ¿No crees? La gente suele tener más de un foco de interés en sus vidas. Ya te he comentado muchas veces que uno de los problemas es que has construido toda tu existencia alrededor de ella. Vuestra codependencia es el mayor mal que he intentado tratar.
Yo creo que las ganas de cometer incesto son bastante peores- Dije con ironía.
La doctora volvió a cambiar de gesto al escucharme… ¿Joder, y ahora que había dicho? Me ponía nervioso cuando hacia eso. De repente yo soltaba algo sin pensarlo mucho, pero en la frase simple que decía ella encontraba diferentes interpretaciones que a mí ni se me habían pasado por la cabeza.
Tú forma de decirlo… Enrique ¿Qué has hecho?
¿Yo? ¡Yo no he hecho nada! Siempre es ella.
Y por eso, hasta hoy, siempre te has referido a la condición de Karen con cosas como: “Ella ha hecho, ella ha dicho”. Siempre agregabas una palabra para decir en definitiva que era Karen.
¿Y qué narices ha cambiado en mi frase para que ahora no lo haya dicho igual?
Que antes habrías dicho “sus ganas”.
Mierda. Tenía razón.
Sin pretenderlo, o al menos sin pensarlo, me fui tumbando en ese sillón largo, poniéndome las manos en la cara. Desde ayer por la noche tenía el corazón a mil por hora, pero ahora los latidos amenazaban con alcanzar la velocidad del sonido. Tras unos minutos sin decir nada, tratando de serenarme un poco, la doctora volvió a hablar.
Enrique, no pasa nada, estás en un lugar seguro. Ya sabes que puedes contarme lo que sea, yo no te voy a juzgar.
Ya me juzgo yo solo- Respondí, casi susurrando.
Respira más lentamente, cálmate poco a poco. Cuéntamelo, deja que juntos valoremos si de verdad merece tanto la pena tu angustia.
Suspiré lánguidamente, intentando apaciguar aquel puñetero bombeo, controlando poco a poco una respiración. Al hacerlo me fui zambullendo en mis recuerdos, rememorando uno por uno, tratando de encontrar una secuencia a todo lo que pasaba por mi cabeza en esos momentos.
Y empecé a hablar, aunque realmente yo lo sentía más como si lo estuviera viviendo de nuevo.
La primera vez que vi algo raro fue hace un año, justo después de conseguir la venta de un pequeño apartamento que tanto me había costado. Resultaba normal que nadie quisiera comprarla, francamente era un puto zulo.
De alguna forma convencí a una pareja recién casada de que era una buena idea adquirirla, metiendo la sobreusada baza de aquellos días sobre el bajo valor del suelo durante la crisis, como se iba a revalorizar el inmueble en poco tiempo y demás memeces que vete tú a saber si serían verdad o no.
Podría decir que me sentía culpable, pero el bonus de dos mil pavos que había logrado me impedía sentir algo más que felicidad. El dueño estaba tan desesperado por quitarse esa mierda de encima que apareció un día por la inmobiliaria prometiendo ese premio al que consiguiera encasquetar aquel sitio.
Lo mejor era que encima le había quitado de las manos la vente al gilipollas de Rubén.
- ¡Lo conseguí!- Grité nada más entrar a la oficina- ¡La mierda de la calle Argente está vendida!
Un sonoro aplauso empezó a sonar por toda la habitación. Obviamente todos, desde mi jefe Mario hasta mi compañera de escritorio Cristina, estaban contentos con la noticia. Todos menos un cabreado Rubén que en cero coma nos cortó el rollo a todos.
- ¡Serás cabrón! Sabías que eso lo tenía medio apalabrado ya- Dijo viniendo hacia mí como una furia.
Sinceramente si su idea era darme miedo el chaval iba mal encaminado. Para empezar yo soy un tipo grande. No es que sea ahora el puto LeBron James, pero sí que supero el metro ochenta de altura y encima soy de constitución robusta.
Que no gordo, robusto con un poquito más de barriga de lo teóricamente perfecto. Pero más fuerte que gordo. Repito, gordo no, grande. Que quede claro ¿Eh?
Sí, tengo un trauma con eso…
Pero vamos, incluso olvidando como soy yo, es imposible que esa piltrafa asuste a nadie, por muy de matón de barrio que vaya. El tipo es de estos tíos que uno piensa que de espaldas y con el pelo largo da la sensación de ser una mujer.
Dicho de otra forma, que ni tiene espaldas, ni tiene altura, ni tiene músculos. En realidad su única arma es que es objetivamente guapo, algo que junto a su labia le hace ser un vendedor realmente bueno.
Pero eso de venir hasta a mí como si fuera a pegarme… Como que no imponía.
- Tsk, tranquilito Tokio Hotel, no te me enfades- Dije con guasa.
Cristina se rió bastante a mi espalda, tapándose la boca como si con eso fuera a disimular algo. Creo que lo de Tokio Hotel no necesita explicación, el chico tenía la pinta del cantante pero con el pelo cortito y sin maquillaje. Y con todo Rúben no lo pilló.
¿Qué dices?- Preguntó extrañado, quedándose a medio camino con cara de no entender nada.
Bah, usa google y déjame chaval- Dije, pasando de él y mirando al resto después- ¡Venga gente, a celebrar, os invitó a comer!
Y así lo hicimos. Todos ignoraron al pesado de Rubén y como buenos compañeros de curro nos fuimos a tomarnos unas pizzas en el local de al lado de la oficina. Como suele pasar en estos caso una cosa llevo a la otra, y esta otra a otra más, y esa otra a cinco más.
Esas “otras” son copas, por si no había quedado claro.
Total, que a las cinco de la tarde tenía a casi toda la plantilla de nuestra modesta inmobiliaria borracha en mitad de la ciudad. Éramos ocho en total por cierto, Mario, mi ya mencionado jefe, Cristina, que era quien mejor me caía, Paulo, Teresa, Cristóbal, Lucas y el capullo de Rubén, que como buen tonto inmaduro se había quedado en la oficina cabreado.
Por supuesto la pérdida de ese día laborable quedaba perdonada teniendo en cuenta que nuestro señor jefe, Mario, era uno de los más perjudicados y el que más ganas tenía de seguir la juerga.
Que no se me malinterprete. Por lo general no somos como los del Lobo de Wall Street, no solemos irnos de farra un miércoles a estas horas. Pero quitarnos ese puto zulo había sido para todos como un respiro. Puede que el dueño nos hubiera puesto una zanahoria muy bonita, pero la verdad es que era un tipo insoportable como el solo. La idea de formalizar la venta mañana y quitárnoslo de encima para siempre merecía una cogorza tan irresponsable como aquella
Al final acabamos en un pequeño pub de aire irlandés, tomándonos pinta tras pinta. En medio de bromas, choques de vasos para brindar y demás costumbres tabernarias, Cristina empezó a decir que nos hiciéramos una foto.
Yo estuve de acuerdo y saqué mi teléfono para hacerla, pero al encender la pantalla Paulo, que era nuevo por cierto y que iba segundo en la lista de los más borrachos, dio un grito tremendamente escandaloso y dijo.
- ¡La hostia, vaya pedazo de niña! ¡Que callado te lo tenías tio!
Nada más ver la expresión que puse el hombre, un tipo de unos cuarenta años por cierto, se achanto como un niño al que le regañan.
- Sooo, Kike, sooo, no te encabrones- Me dijo Cristina, agarrándome de un brazo como si temiera que me lanzara a por él. Algo que con el exceso de alcohol en vena reconozco que hubiera sido una posibilidad- Y tú, Paulo, esa es su hermana, y nuestro Kike es tremendamente protector con ella así que mejor esos comentarios te los guardas.
Efectivamente era mi Karen. En la pantalla del smartphone la tenía, con su carita de ángel mirándome cada vez que la encendía.
Sí, soy tremendamente sensible a cualquier cosa que digan de ella. Es más, pese a que tengo una apariencia que algunos podrían considerar de matón, lo cierto es que las dos únicas veces que me he peleado en toda mi vida han sido por ella.
La primera vez fue en la escuela, cuando ella tenía ocho años y yo trece. Un crio de su clase consideraba divertido tirarle de sus dos perfectas coletas. Mi respuesta fue darle un puñetazo en toda la jeta por la que me gané una merecida expulsión del colegio, agravada por la diferencia de edad entre el criajo y yo, más el escandalo justificado que montaron los padres.
Cuatro años después de eso, cuando una Karen de doce empezaba a despuntar en belleza, otro niñato se metió con ella. Pero esa vez fue mucho peor. El chavalín, increíblemente maleducado y arrastrado por sus hormonas, vio divertido arrearle un sonoro guantazo en el trasero a mi hermanita. La mala suerte para él es que justo en ese momento yo estaba entrando en el aula para darle la merienda a la despistada de Karen, que muchas veces solía dejársela en casa.
Esa vez fui más listo. Hice como si no lo hubiera visto, pero a la salida del colegio, aprovechando que el chaval ya iba solo a casa, le acorralé en un callejón y, sin siquiera dejarle verme la cara, le propiné una paliza por la que hasta a día de hoy me siento algo culpable. Solo algo, en realidad valió la pena teniendo en cuenta que el efecto de mi amenaza de volver, si alguna vez volvía a tocar a una chica sin permiso, funcionó.
Sea como sea el resumen es que nadie toca a Karen sin su consentimiento. Y nadie dice nada de Karen si estoy presente. A Paulo le salvo que no conocía esa última regla, me limité a soltar un bufido y a seguir bebiendo intentando que se difuminara el algo exagerado cabreo que ese simple comentario me había provocado.
No soy ni tonto ni ciego. Sé perfectamente que mi hermana es una preciosidad. Es lo opuesto a mí. Vamos, no es que sea feo, pero como ya he dicho soy bastante hosco, por así decirlo. Además de mi gran estatura y envergadura, mi rostro también es algo cuadrático.
Ella sin embargo era toda elegancia y delicadeza. Si la llamo siempre mi ángel es en parte por eso, aunque tu carácter bondadoso y alegre también influya mucho en el mote.
Pero es que a su manera de ser se le suma un pelo tan rubio que a veces parece transparente. Esos grandes ojos azules en los que cualquiera podría ver el color de un cielo despejado, la cara lista y sin una sola imperfección, con una boquita pequeña y rosada y una nariz chata, pero encantadora. Con la piel tan pálida que tiene parece una escultura de mármol perfecta.
Para colmo, a sus veinte años en ese momento, su cuerpo acompañaba llamativamente a su fino rostro. No es que fuese una de esas mujeres explosivas, tipo Sofía Vergara. No, en Karen todo era mucho más sutil, pero igual de hermoso. Delgada sin ser escuálida, con un pecho mediano, una estatura algo más elevada de lo común en una mujer y una cintura estrecha que se agrandaba lo justo para formar una cadera amplía pero proporcional.
Obviamente cualquier hombre hetero, y cualquier mujer lesbiana, además de los bisexuales, pansexuales… Vamos, todo aquel al que le atrajera una mujer encontraría a Karen sencillamente irresistible. Era de uno más uno.
A mí eso no me molestaba en realidad. Mejor para ella que tuviera la capacidad de atraer a quien quisiera, haría su vida mucho más sencilla seguro. El problema es que donde ellos ven a una mujer preciosa, yo solo veo a mi pequeña hermana, a la chiquilla con la que de niño jugaba todos los día, la misma a la que enseñé torpemente a montar en bici… La misma Karen con la que dormí abrazado la noche en la que murieron mis padres. Y claro, con esa imagen suya en la cabeza, cuando alguien me recordaba la estruendosa realidad de su atractivo sexual como que me enfadada.
Un poco bastante.
Pero bueno. La tarde siguió y rápidamente ese momento incomodo fue olvidado. Yo me lo estaba pasando en grande con las bromas a costa de Rubén, el cual le caía mal a todo el mundo menos a una sospechosamente callada Teresa. No sorprendió a nadie que cuando hablara fuera para intentar defenderle un poco, todos sabíamos que se había liado con ese andrógino subidito al menos un par de veces.
¡Venga! ¿Cómo puedes defenderle? Si siempre va con ese aire de superioridad… El muy capullo- Soltó Paulo, congraciándose conmigo del todo en ese instante.
No es tan malo… Es solo que es un poco inseguro, y para ocultarlo se comporta de vez en cuando como un idiota, pero no es mala persona- Respondió la pelirroja, al que ni su coló de pelo le ocultaba el cierto rubor que le producía ser la única en su defensa.
Bueno, bueno, dejemos de hablar de ese y sigamos con la juerga- Dijo sabiamente Cristina.
Entre copas, risas, anécdotas, y demás parafernalia, al final nos dieron las siete. Mario de repente se levantó como un resorte de la silla y gritó.
¡Joder, los niños!
¿Qué pasa?- Pregunté, algo sorprendido.
Que tenía que recogerlos hace diez minutos… Joder, joder, mi ex me empala.
Fuimos un poco cabrones, en vez de tranquilizarle nos entró el ataque de risa y el pobre de nuestro jefe nos mandó un par de veces a la mierda, aunque sin mala fe. La verdad es que el regordete de Mario es el mejor jefe que se puede pedir, comprensivo, dialogante, serio cuando es necesario. Y con la justa y necesaria capacidad para ponerse al nivel de sus empleados sin perder un ápice de autoridad, incluso cuando estos se cachondeaban de él. En cierta manera me gustaría ser como él cuando tuviera su edad, con su propio negocio, un buen nivel de vida y una cuenta bancaria con varios ceros sin haber tenido que pisar a nadie para conseguirlo. Era todo un ejemplo.
Con todo su marcha acabó provocando una desbandada. Cada cual con su excusa se fueron marchando uno a uno del local, hasta que de repente nos quedamos solos Cristina y yo.
No la he descrito por cierto. Cris, como me gusta llamarla, es una mujer de lo que se llama “mediana edad”. A sus treinta y pocos (Nunca ha querido decirme su edad exacta) ya no es una jovencita, pero desde luego ni de coña está o empieza a estar mayor. Y de hecho, si no se vistiera de esa forma tan profesional, podría aparentar ser una veinteañera con todas las de la ley.
Se la podría describir como una morena, algo bajita, de cuerpo atlético debido a su afición por el running, un pecho algo escaso, unos ojos verdes muy llamativos y una sonrisa contagiosa. Y, por supuesto, el culo más macizo que he tenido el placer de contemplar con regularidad. En serio, parece que se ha puesto relleno bajo el pantalón, que eso sea natural es casi milagroso.
Siempre hemos congeniado muy bien, pese a la diferencia de edad. Seguramente me saca unos diez años, aunque como ya he dicho no puedo concretarlo al cien por cien. Con todo, nuestras circunstancias son entre comillas similares.
Ella tiene una hija de ocho años, a la cual ha tenido que criar totalmente sola debido a que el cabrón del padre se dio a la fuga cuando nació. Yo, aunque de una forma distinta, también me he tenido que hacer cargo por mi cuenta de Karen desde que tenía veinte años yo y ella quince. Tener que lidiar a esa edad con la responsabilidad de sacar adelante a una joven es… Complicado. No sé si tanto como para Cristina con su hija, pero desde luego te da la misma perspectiva de la vida, una en la que lo más importante no eres tú.
Además de eso su forma dicharachera de ser y sus increíbles conocimientos sobre toda frikada habida y por haber (Me declaro fan de cualquier saga de ciencia ficción y fantasía que ha caído en mis manos) provocaron que siempre fuera un placer hablar con ella.
Y con todo hasta que de repente se inclinó y me besó nunca me había planteado tener un lio con ella.
Notar sus labios sobre los míos me llevó a uno de esos momentos en los que tienes un par de segundos para decidir. Como no soy gilipolllas la decisión fue obvia, devolverle el beso uniendo más nuestras bocas, rozando lentamente las lenguas y abrazándola todo lo pasionalmente que podía teniendo en cuenta el escaso equilibrio en el que estábamos, bailando casi en los taburetes del pub.
Puf…- Dijo separándose un momento y clavando sus ojos verdes en mí- Llevaba tiempo queriendo hacer esto… Y creo que hoy, para celebrar tu éxito, nos podemos dar una alegría ¿No crees?
Yo creo lo que tu me digas.
Cristina se rio un poco por el comentario, tras lo que volvió a lanzarse sobre mí con unas ganas que impulsaron más las mías.
Tras un par de minutos decidimos que ya habíamos dado el espectáculo los suficiente, pro lo que cogidos por las manos como un par de colegiales salimos del local. Pillamos el primer taxi que pasó y nos montamos.
¿A dónde van?- Preguntó el taxista.
Esto…
A tu casa- Dijo Cris- En la mía está la niñera con María.
Lo pensé un segundo. Eran ya casi las ocho, pero ese día Karen se iba con sus amigas de fiesta, y se suponía que ni siquiera volvería a casa tras la universidad. Vamos, que todo perfecto.
Di la dirección y el hombre inició la marcha. Por el camino decidimos no ser tan zafios como para seguir metiéndonos mano en el taxi, esa escena era demasiado peliculera para ambos. Con todo jugar no era nada malo, o al menos así lo pensé yo.
Haciendo como que miraba por la ventana, fui acercando mi mano hasta el duro muslo de Cristina. Esta dio un pequeño respingón cuando empecé a acariciar su rodilla, la cual estaba un poco descubierta debido a que la larga falda de tuvo que solía usar se había levantado al sentarse. No dijo nada, pero me miró como si quisiera decirme que era malo. Yo le lance una sonrisa mitad maliciosa mitad lujuriosa, y empecé a toquetear su pierna. Me introduje como pude por el interior de su muslo, deslizando mis dedos por el con suavidad, provocando que su respiración se empezara a alterar.
Pese a que tenía cara de circunstancias, supe que no quería pararme cuando disimuladamente abrió las piernas. Anticipándose a cualquier movimiento futuro más soez por mi parte, la mujer colocó su abrigo sobre sus piernas, tapándolas por completo.
Fue como darme vía libre para lo que quisiera.
Aún más lenta y suavemente que antes fue ascendiendo y ascendiendo por su pierna, notando como su piel se ponía de gallina a mi paso. Unos cinco minutos después ya estaba más cerca de su entrepierna que de sus rodillas. Ella se había inclinado en dirección opuesta a mí, apoyando su cabeza contra el cristal. Gracias al reflejo del mismo pude ver como abría los ojos cuando uno de mis dedos rozó unos tapados labios mayores, demostrándome que mi juego le gustaba, o al menos eso parecía por la humedad que encontré. La tela de su prenda más íntima cada vez estaba más y más mojada. Y justo cuando me estaba planteando apartar ese trocito de ropa para tocarla directamente, el taxi paró.
Pagué con rapidez y salimos del vehículo. Nada más entrar en el ascensor de mi edificio ella se me tiró encima, aplastándome prácticamente contra una de las paredes.
¿Cómo estamos, eh?- Dije con socarronería mientras ella se aferraba a mí.
Eres un cabrón… Joder, nunca pensé que fuera de esos.
Y nunca lo he sido. Pero…- Dije agarrándola por la barbilla y acercando su cara a la mía- Tú haces que saque mi lado más perverso.
Y, sin dejarla reírse por un comentario tan tonto, la devoré con mis labios. Nos vimos de nuevo interrumpidos cuando el ascensor paró, pero esta vez nos fuimos metiendo mano hasta llegar a la puerta de mi piso.
La abrí como pude, con ella abrazándome desde atrás y dándome mordiscos donde pillaba. Cuando conseguí introducir la llave y girarla, prácticamente le di un empujón a la puerta, girándome después para agarrarla por las caderas y cogerla a pulso. Ella dio un gritito de sorpresa cuando se vio llevada en volandas, pero se ve que le gustó la idea de que la cogiera como una recién casada, porque al final acabó entrelazando sus brazos en mi cuello y seguimos besándonos con una pasión increcendo mientras entrabamos y la llevaba hasta mi cuarto.
Cerré la puerta de mi habitación con un pie y la lancé a la cama. Literalmente. Ella calló rodando y descojonándose por lo bruto que era, pero tumbada bocabajo y con una sonrisa radiante me hizo una señal con el dedo para que viniera.
- Primero quítate algo de ropa- Le pedí, haciéndome el mandamás.
Cris se arrodillo en la cama y se quitó rápidamente la chaqueta de ejecutiva, quedándose con una blusa turquesa. Me miró con una lascivia que me puso aún más cachondo de lo que ya andaba, y con si estuviera haciendo un striptease, fue quitándose un botón detrás de otro, contoneando su cuerpo por el camino. Pero cuando estuvieron todos desabrochados no se abrió la camisa.
Te toca.
Si no se ve nada- Protesté falsamente.
Venga, sé un caballero, que sea primero la dama la que disfrute de las vistas.
Yo solté una carcajada al escucharla, pero la obedecí de inmediato. Con bastante menos soltura y florituras que ella me deshice de la americana y de la camisa, quedando solo con los pantalones puestos.
- La leche Kike… Y yo que pensaba que estabas gordito. Vaya tela.
Sonreí con suficiencia por su comentario. Ya lo dije antes, soy robusto, no gordo. De hecho, pese a que no estoy definido como los actores de la tele, sí que tengo una musculatura que se ve bastante. Y, por la cara que ponía Cristina, a ella le gustaba que así fuera.
Ahora sí que te quitas eso.
Oh, pero si aún… ¡Ay!
El grito fue porque me fui hasta ella y, con cierta brusquedad, la obligue a soltar la camisa para que esta quedara abierta. Aparecieron ante mí sus dos pequeñas tetas, embutidas en un sostén negro. Lo cierto es que era más atrayente su vientre, increíblemente plano para una mujer que había dado a luz, que su pecho. Afortunadamente para mí yo no soy de tetas grandes, lo que más me interesa estaba todavía oculto. Sin dejarla seguir protestando manipule su cuerpo como si fuera una plumilla, haciendo que quedara bocabajo esta vez.
Ella pataleaba con guasa, haciendo ver que se resistía, pero obviamente no era así. Al final acabe bajando la cremallera de su falda y tirando de esta.
¡Eres un bruto!- Dijo entre risas mientras la dejaba con el trasero literalmente al aire.
Puf… ¡Que pedazo de culo tienes!
Sí, soy el puto Shakespeare cuando me lo propongo.
Le di un cachete cariñoso, más para ver como danzaban ese par de nalgas que para otra cosa. Ella siguió con sus falsas protestas, pero cuando le empecé a bajar las bragas se calló al instante, es lo bueno de pasar un dedo por un coño hambriento, que la persona que lo siente se deja hasta de juegos. Cristina durante los siguientes minutos solo pudo gemir, jadear y pedirme cada vez más ansiosa que la follara.
Al final me incliné y recorrí toda su abertura con mi lengua, llegando como pude al inflamado clítoris, lo que prácticamente le arrancó un berrido. Y entonces paré y me erguí.
¿Qué haces…? No pares ahora…- Dijo una suplicante Cris.
¿No querías verme? Pues gírate.
Ella me hizo caso, encontrándose conmigo bajándome los pantalones. El bulto en los boxers era bastante evidente, y ante él la mirada de deseo de mi nueva amante se engrandeció.
- Por dios… Como sea como creo que es.
Sonriendo me quité la ultima prenda que me quedaba.
Sé muy bien que es una tontería, a fin de cuentas es más importante la forma de usarla que su tamaño. Pero quien tenga una polla de diecinueve centímetros, con un grosor igual de respetable, y no le guste la mirada de sorpresa en una mujer cuando la ve por primera vez… Bueno, esa persona o es subnormal o una mentirosa. Me quedo con lo segundo por norma.
¡Joder!
A eso voy.
Y, sin hacer caso de su nueva risotada por el comentario, la agarre por los tobillos y la atraje hasta que quedó en el filo de la cama. Una de las mejores cosas de mi catre es que tiene una altura justa para que cuando hago algo así, que tampoco es todos los días por cierto, la posición quede perfecta para poder follar conmigo de pie y la mujer con las piernas abiertas.
Me encanta hacerlo.
Puse sus piernas en mis hombros y ubiqué la punta de mi polla sobre su lubricadisimo coño. Pero entonces me acordé de algo importante.
- Hostia, el condón- Dije soltándola.
Pero Cris no me dejó apartarme. Mostrando una flexibilidad admirable, enrolló como pudo sus piernas sobre mi cuello, empujándome hacia ella.
- Tomo la píldora, y creo que nos fiamos el uno del otro. Así que al tajo, trípode.
Yo volví a sonreír otra vez. Desde luego estaba siendo uno de los polvos con más sonrisas de mi vida. Haciendo caso de su petición volví a mi tarea. Como esto es la vida real y no una peli porno, y además le tengo aprecio a Cristina, no se la clavé de un golpe.
Eso solo lo hacen los niñatos.
Se la fui introduciendo lentamente, recreándome en cada expresión que ponía. Sus cejas, muy finas por cierto, se elevaban y descendían casi aleatoriamente, y su boca parecía querer besarme pese a que la distancia lo impedía. Centímetro a centímetro sentí como mi pene se envolvía de ella, sintiendo ese insuperable placer que deja el calor de una mujer excitada. Cuando tenía ya la mitad dentro me incliné sobre ella y la bese en la frente, poniendo después mi cara pegada a la suya, notando su aliento en mi barbilla y mirando ambos a los ojos del otro.
Entonces aceleré la envestida, pero continuando con una suavidad que a ambos solo nos provocaba un placer inmenso. Y por fin entré por completo, provocando que ambos lanzáramos un largo jadeo.
- Dios… Kike… Nunca me había sentido tan llena. Joder, déjate de tantos reparos, dame… dame… ¡Dame, joder!
Con cada dame yo le daba pequeños empeñones, sin sacar más de un tercio de mi rabo, siempre buscando que se amoldara a mi tamaño. Empecé a mover las caderas un poco en círculos, provocando que el tronco de mi rabo la expandiera más, algo que a ella por sus grititos le gustó.
Y de repente cambie el ritmo. Ahora si entraba y salía de ella por completo, aumentando la fuerza y la velocidad poco a poco. Cristina ya no jadeaba, gritaba, más y más fuerte. Menos mal que esta casa tiene unas buenas paredes.
Sin previo aviso la agarre por la cintura y me levante con ella sujeta, bajando mis manos hasta su culo para poder manejarla bien. Lo cierto es que no me costó mucho, entre mi fuerza y su liviano cuerpo podía manipularla a mi antojo.
Follar de pie es otra cosa que me encanta. Sé que suena zafio, pero es como hacerse una paja con un consolador masculino gigante, al menos si eres capaz de mover a tu amante como yo lo hacía con Cris. No sé si esa comparación le gustaría mucho, pero desde luego la posición la apasionaba. De nuevo volvió a elevar el sonido de sus gemidos, llenando la habitación del ruido que salía de su boca y de nuestros cuerpos chocando el uno contra el otro rítmicamente.
A partir de ahí el polvo adquirió tintes pornográficos. Ni sé cuántas posturas hicimos la verdad. Sé que tuvo seguro un par de orgasmos antes de que yo empezará a notar como la corrida se acercaba.
La ultima postura sí que la recuerdo. El típico perrito. Poco original, pero si algo deseaba era correrme viendo ese pedazo de culo menearse a lo largo de mi polla. Agarrándome a sus caderas se la metí unas diez veces con toda la fuerza que pude sin hacerle daño, arrancándole más y más gritos, y al final acabé eyaculando como un animal en su interior, dándole un empeñón tan enérgico que se acabó estrellando contra la almohada conmigo cayendo encima de ella, aunque en el último momento pude frenarme con mis manos para no aplastarla.
Nos quedamos unos minutos en esa posición, respirando pesadamente.
Tío… ¡¿Por qué no me dijiste que follabas así?!- Dijo Cristina cuando me baje de ella y me tumbé a su lado.
Tu tampoco dijiste nada maja- Conteste divertido, atrayéndola hacia mi hasta que quedó con la cabeza apoyada en mi pecho.
Nos dimos un par de besos y nos metimos mano, pero al final el sueño nos venció a ambos y caímos dormidos.
Cuando me desperté tenía su culo en pompa pegado a mi pene, pues estábamos en la posición de la “cucharita”, el cual entre eso y la tradicional costumbre mañanera… Pues estaba alegre digamos.
Empecé a magrearla un poco, agarrándole las tetitas con ambas manos y dándole suaves besos en el cuello. No sé en que momento se despertó, pero lo primero que hizo fue agarrarme la herramienta llevando una de sus manos hacia atrás, masturbándome con lentitud.
Y en ese momento escuché un ruido. Miré rápidamente a la puerta de la habitación y casi me da un puto infarto, estaba abierta.
Algo más bruscamente de lo que pretendía la aparte de mí y prácticamente salté de la cama.
- ¿Qué pasa?- Preguntó extrañada Cristina, mirando cómo iba desnudo hasta la puerta.
Miré por el pasillo, sacando solo la cabeza. No había nadie, pero el cuarto de Karen cuando llegamos estaba abierto. Y ahora estaba cerrado.
Muchas veces solía despertarme ella por las mañanas, pero con todo el lio de ayer y el buen despertar de hoy ni lo había pensado.
- Me cago en la puta…- Susurré.
¿Qué habría visto? Estaba seguro de que como mínimo había entrado y se había encontrado con nosotros dos en bolas sobre la cama. Eso ya era un corte. Pero, teniendo en cuenta que el ruido de antes bien podía ser ella entrando en su habitación, también era probable que nos hubiera pilla en plena paja y magreo.
Lo cierto es que a día de hoy sigo sin saber que vio mi ángel ese día. Pero sí que sé que desde ese momento todo cambió.
Y Karen empezó a convertirse en un demonio.
- Enrique, todo eso ya me lo has contado- Dijo la doctora de repente.
Ni sabía cuánto tiempo llevaba divagando en ese sillón.
Lo cierto es que no pretendía volver a narrarle esa parte de la historia, pero simplemente necesitaba volver a vivirla para entender como había llegado hasta donde estaba ahora. Lógicamente, como la primera vez que se lo conté, los detalles del polvo con Cristina los omití, aunque lo había revivido en mi cabeza.
- Ya lo sé…Pero si no te importa deja que lo diga todo en voz alta. Lo necesito, necesito entender como cojones estoy ahora así- Confesé.
La doctora Martínez se quedó un par de segundo mirándome, como decidiendo si le valía la pena volver a escuchar la historia al completo. Al final se apiadó de mí.
- De acuerdo, como quieras. Tal vez así sea mejor, explorar las cosas en su conjunto siempre es bueno.
Suspiré un poco y volví a ordenar mis pensamientos. No estaba de acuerdo. Nada de lo que estaba pasando podía ser bueno.