Mi angel de la guarda

Dos amigos españoles viajan en tren por un país exótico. Una noche, durante un trayecto en coche-cama, uno de ellos vivirá una experiencia erótica insólita. Todo su empeño ahora es que su amigo no se entere de lo sucedido.

El vetusto tren avanzaba despacio, remoloneando, pisando huevos, como se suele decir.

Era noche cerrada y el ceñudo revisor nos guió por un estrecho y mal iluminado pasillo hasta nuestro compartimento. En el interior, cuatro literas, dos a cada lado de la desconchada pared, con unas sábanas color marfil que parecían haber conocido mejores tiempos. No era mucho, pero en vista de la situación, era lo mejor que podía esperarse. La otra opción significaba dormir en los incómodos asientos de lo que en ese país se consideraba clase turista. Mejor esto que nada, pensé.

Mi amigo Angel y yo habíamos salido de Madrid tres días antes, y habíamos disfrutado del exotismo del país y sus gentes, en este país mágico para los sentidos, con sus increíbles palacios y sus colosales fuertes en el desierto. Como íbamos justos de dinero, no podíamos pagarnos un guía local y avanzábamos a nuestro aire. Celebrábamos de este modo el 19 cumpleaños de mi amigo, y también mi futuro acceso a la Universidad, tras aprobar la temida Selectividad con nota alta. Sería médico, por fin, si los hados estaban de mi parte.

Nos acomodamos como pudimos, y, tras comprobar que la puerta estaba bien cerrada, nos desnudamos, quedándonos en gayumbos, y nos metimos en la cama.

Yo en la de arriba, que soy un año mayor que tú y la veteranía es un grado…-me recordó Angel, que estudiaba Educación Física en el INEF y tenía un cuerpo de escándalo que no pude evitar mirar de reojo.

Como quieras –respondí- de todas formas no voy a poder dormir nada porque hace demasiado calor.

Tú haz lo que quieras, yo no soy tan tiquismiquis, tengo un sueño tal que voy a durar cinco minutos despierto – y trepó mas que subió por la frágil escalerilla hacia sus nuevos dominios.

Me pondré a contar ovejitas, a ver si hay suerte- confié resignado.

Y no te hagas pajas, que te quedarás ciego- murmuró un adormilado Angel.

Mi colega era enemigo acérrimo de la masturbación, no porque preconizase la castidad al estilo de esos adolescentes norteamericanos que se pasean orgullosos portando el anillo con la inscripción "El amor verdadero espera" (hermosa frase, a la que se podría añadir, con igual razón, "pero el sexo no"), pues él deseaba como todo el mundo llevarse a su chavala a la cama, sino por un instinto de superación personal. Al estar tan pendiente de su cuerpo (deformación profesional obliga) sentía que no debía gastar su energía en "chorradas como imaginar a Beyoncé haciéndoselo con Shakira mientras me la casco con cara de carnero degollado" y, que, en cambio, esa energía extra, según su particular punto de vista, le venía genial para dedicársela a la práctica intensiva de deportes, y, si se terciaba, sexo: "donde esté lo real, que se quite lo virtual", era su lema al respecto.

No sé cuanto tiempo transcurrió, quizá una hora, y yo seguía con los ojos como platos mientras el traqueteo del tren me dejaba la espalda molida.

-"Joder, ¡como podrá dormir ese capullo tan ricamente con todo este movimiento, si parece que estemos metidos en una coctelera!– pensaba yo para mis adentros.

En ese momento sentí el golpe de unos nudillos en la puerta. No contesté. Volvieron a llamar, y de mala gana me levanté a abrir. Era el revisor, que me explicaba en una jerga de idiomas incomprensible para mí que los dos jóvenes que esperaban fuera tenían plaza en las literas contiguas.

Vale, vale, Adelante.

Lo dos extraños me saludaron en su idioma y se dispusieron a desvestirse. Eran un poco mayores que nosotros, de unos 25 años, y aunque no se veía bien en la oscuridad, parecían muy morenos y de estatura mediana. Sin mediar palabra, dejaron su exiguo equipaje de mano en un rincón, entre murmullos se echaron a suertes la litera que debía ocupar cada uno y se metieron cada uno en la suya, en calzoncillos. Yo hice lo propio, pero entre el calor que hacía, realmente agobiante, y que la presencia de los dos extraños me había desconcentrado un poco, era incapaz de pegar ojo. Uno de los chicos, el que dormía debajo, justo enfrente mía, debió darse cuenta de este hecho, porque levantó un momento la cabeza para mirar en dirección a mi litera. Yo cerré los ojos instintivamente y me hice el dormido. No quería dar pie a confusión alguna, en un país donde se decía que los hombres eran tan ardientes que no distinguían entre sexos cuando les daba el calentón. Aquello era lo que me faltaba.

Al cabo de un minuto, al ver que no ocurría nada, los abrí de nuevo muy despacio y miré de reojo en dirección a su litera, y mi sorpresa fue mayúscula al comprobar que se había bajado los calzoncillos hasta la rodilla, había apartado las molestas sábanas y estaba haciéndose una paja con todas las de la ley. Lo curioso es que ni gemía ni hacía movimientos bruscos que pudieran llamar la atención de los demás presentes, era más bien como si se estuviera toqueteando ligeramente para ponérsela morcillona. Por lo poco que pude ver en el claroscuro del vagón tenía un buen miembro, proporcionado y carnoso, en un cuerpo además muy moreno y de apariencia fibrada. No le veía la cara, pero no debía ser mal parecido. Muchos de sus compatriotas eran morbosamente bellos, con esa desbordante sensualidad de muchos países cálidos.

¡Que putada que esté Angel! Para una vez en la vida que me surge la oportunidad de hacer algo prohibido, tiene que estar en medio este tocapelotas. Fijo que si ocurre algo, se despierta y se descubre el pastel.

Yo sabía que era gay desde siempre, y tenía entonces un poco de experiencia, pero no demasiada, la verdad. Angel era mi mejor amigo desde que nos conocimos dos años atrás en un concierto. En realidad, quien nos presentó fue su novia, Raquel, que era mi vecina de al lado, y buena amiga de siempre. Hicimos muy buenas migas, y nos hicimos íntimos sin darnos cuenta. Nuestra amistad superó incluso el engorroso trámite de la inevitable ruptura entre Raquel y él cuando ella se fue a estudiar la carrera a Estados Unidos y él se quedó muy afectado, porque confiaba en que ella al final decidiera quedarse.

Las chicas son así ,– decía a menudo entonces- no tienen corazón, te usan, te exprimen, y luego te tiran a la papelera

De nada servía explicarle que con el increíble historial de sobresalientes y matrículas de honor de mi amiga, y pudiéndoselo costear sus padres perfectamente, era lógico que eligiera dar un toque de distinción a su currículum estudiando en una prestigiosa universidad de la costa este americana. El no lo entendía.

Si me hubiera querido de verdad, se hubiera quedado. Pero era un como un témpano de hielo, solo hablaba de su carrera y de su futuro profesional. Ahora ya sólo me quedas tú. Espero que no me falles, tío.

Yo te seré fiel – bromeaba yo – ¡a mi manera, claro!.

Ya te buscaré yo una novia apropiada, no te preocupes.

¿Qué quieres decir?

Una que nos deje pasar mucho tiempo juntos y que no se rebote si preferimos jugar al baloncesto o entrenar en el gym en vez de ir de trapos con ella.

Tú lo que quieres es compartirme con ella, vamos.

Menos en el sexo, que conste. Y eso que tienes muy buen cuerpo… Bueno, me lo estoy pensando – susurraba con voz falsamente sensual, mientras ponía cara de vicioso, pero yo sabía que era una broma entre amigos y que no había nada que hacer al respecto.

Ahora lamentaba no haberle contado a Angel la certeza que me embargaba sobre mi condición sexual. De haberlo hecho, hubiera podido aprovechar mejor las oportunidades que me surgían, a veces, en ciertas discotecas a las que acudíamos en pandilla, pero en las que no se separaba de mí ni para mear, así éramos de íntimos; hasta al baño íbamos juntos, con el vaso en la mano, un poco como hacen las chicas. Y, como a pesar de lo guapo que era, no era demasiado ligón, quizá por timidez, o por convicción, ya que siempre hablaba en términos tan diáfanos como "amor verdadero" o "el amor de mi vida", no había posibilidad de actuar por mi cuenta mientras él arrimaba la cebolleta a algún ligue ocasional en la oscuridad de la noche.

El desconocido se debió apercibir de mis miradas furtivas, cada vez mas frecuentes, porque se incorporó de repente, y, con sumo sigilo, se levantó de la cama con un empalme del quince. Yo estaba paralizado. Si Angel se despertaba podía pasar cualquier cosa. Mejor no pensarlo. No sabía si hacerme el dormido, darme media vuelta (pero entonces le ofrecería el culo, que no sé que es peor) o levantarme, salir corriendo en gayumbos y no parar hasta el vagón – restaurante. Cerré los ojos, rezando para que todo fueran imaginaciones mías, pero cuando los volví a abrir, lo primero que ví fue su enorme cipote frente a mi cara, y al desconocido llevándose el dedo índice a la boca en petición de silencio. Yo no moví un músculo ni pronuncié palabra alguna; a la hora de la verdad, por mucho morbo que me diera la situación, el miedo me tenía acojonado y ni siquiera pestañeaba. Con cuidado, pero con decisión, se agachó y se introdujo en mi minúscula cama, arrinconándome contra la pared. Yo no sabía si gritar o no, pero opté por callar prudentemente, pues en ese momento me tenía a su merced y sin escapatoria posible; era al menos tan fornido como yo, y luchar hubiera sido en vano. Aparte con el escándalo consiguiente, lo único que hubiera conseguido es despertar a Angel y al otro maromo, tener que explicar a mi amigo la situación y, para mas inri, la innegable erección que mostraba mi rabo en ese momento, fruto de los nervios, la excitación y el morbo de lo ocurrido. El okupa sexual se pegó a mi espalda, y, en completo silencio, arrimó su potente artillería a mi indefenso trasero. En vista de que no reaccionaba, ni para bien ni para mal, dio por hecho que consentía, lo cual no era exactamente así, puesto que yo no estaba en condiciones de juzgar si me gustaba o no, simplemente el momento no era apropiado para mí para tener sexo. Pero una fuerza mayor, más primitiva e irracional, me mantenía callado a la espera de acontecimientos.

Se llevó entonces el inesperado huésped un dedo a la boca y lo impregnó de saliva. Mi formado culo, que sin duda había tenído la ocasión de admirar en la penumbra del compartimento cuando les abrí la puerta, parecía atraerle como un imán. Me apartó el boxer y paseó un dedo, luego dos, por el orificio anal, con movimientos circulares, mientras se concedía la libertad de pasarme un brazo por debajo de los hombros y sobarme el musculado pecho con la mano. El hecho de encontrar un tórax duro y fuerte debió sobreexcitarle aún más, porque en ese momento sus dedos dejaron de acariciar mi agujero rectal y se dedicó a penetrarme con ellos, los dos a un tiempo, tomando la precaución de taparme la boca con la mano libre para evitar que mis gemidos de placer pudieran despertar a nuestros compañeros de viaje.

Cuando se cansó de tan frenética actividad, o bien dio por hecho que la dilatación del ano había alcanzado un punto conveniente, se incorporó ligeramente buscando la postura para penetrarme mejor.

-Gracias a Dios que el somier es de láminas duras, y el colchón muy duro, porque de lo contrario el ruido nos delataría en cualquier momento – pensé yo más preocupado porque Angel no nos pillara en tamaña situación que del destino de mi semivirgen culo.

Me colocó de espaldas en un ángulo favorable a la penetración, y, sin más preámbulos, me penetró en vivo, sin capuchón y sin preparación alguna. A las bravas. Recé por que estuviera sano, y, en apariencia lo estaba, pero también sabía que eso no es garantía alguna. Me consolaba diciéndome a mí mismo que en circunstancias normales nunca hubiera hecho el amor sin preservativo. Mentira. Nadie me obligaba a mantener relaciones con este sujeto, era yo el que, por la razón que fuera, por miedo, morbo o por propia voluntad, estaba cometiendo ese disparate. La presencia de Angel era la razón última de este anómalo comportamiento, eso era evidente, pero no lo justificaba del todo. Al final, mi naturaleza gay estaba saliendo del armario mental. Si hubiera sido una mujer ¿habría accedido con la misma facilidad a mantener relaciones, aunque me hubiera arrinconado contra la pared? Con toda seguridad, no.

Mi impetuoso violador consentido me ensartó el miembro casi sin darme tiempo a reaccionar, pero su fuerte mano en mi boca impidió que profiriera el grito de dolor propio de estas ocasiones. Sentí aquel enorme miembro dentro de mí, al principio con cierto dolor, aumentado por mi nerviosismo, Me relajé un poco, según iba cabalgando encima de mi culo, al principio lento y pausado, y al poco, con un ritmo sostenido, sin llegar a bombear demasiado fuerte por el peligro de despertar a los dos testigos invisibles del acto. Cansado seguramente de follarme de espaldas, me dio la vuelta de un manotazo, siempre en silencio, y, agarrándome del pelo, me dio medio vuelta. Ahora podía al menos intuir sus rasgos, sus ojos profundos, tan negros como la noche circundante, sus labios carnosos, que hablaban de sexo y testosterona. Con mis musculosas piernas en sus hombros procedió a follarme de frente, como si fuéramos pareja, con la misma intensidad contenida de antes. Ahora, las gotas de sudor que caían de su frente resbalaban por mi cuerpo, y su agitada respiración, imposible de disimular, habían despertado a su compañero de fatigas, que, como un resorte, saltó de la cama y permaneció en pie unos momentos, mirando divertido como su amigo, hermano o lo que fuera me destrozaba el culo sin contemplaciones. Esto pareció excitar aún más a mi inquilino, que aumentó el ritmo y la frecuencia de las enculadas sin temor alguno. "Si mi colega me ha descubierto, ya da igual que mantenga las apariencias" debió pensar en ese momento. Y su colega no perdía el tiempo precisamente, porque se había desnudado en un pis-pas, y se estaba toqueteando la cola, retorciéndose el capullo, y, me imagino que haciéndose la boca agua ante el yogurín barbilampiño que tenía delante. Me sorprendió, y me terminó de excitar, ver la buena camaradería que reinaba entre los dos viajeros, porque nada más correrse el primero en mi pecho, con un grito sordo pero audible, al menos para cualquiera que se mantuviera en estado de vigilia, el segundo le relevó en mi sufrido culo, como si se tratara de una cadena de montaje, nunca mejor dicho, y ellos los esforzados operarios que la mantenían en funcionamiento.

Este segundo fichaje era un poco más alto y de piel más clara que el anterior, pero igual de salido. No tengo ni idea de si le gustaba yo o no, porque mientras me estuvo taladrando, él tumbado encima mío y moviéndose como un pulpo enjaulado, mantuvo los ojos cerrados, como si estuviera concentrado pensando en su adorada novia de provincias, lo cual me excitaba todavía más

"en lugar de una cita a ciegas, estoy descubriendo el polvo a ciegas" – me dije a mí mismo con algo de razón.

Lo más flipante de todo es que mi ufano desvirgador, ya saciado, se desentendió completamente de nosotros, y, tras limpiarse los restos de semen con lo que me pareció un trapo viejo, pero podía ser una camiseta de tirantes, se volvió a poner los gayumbos y se echó a dormir en su litera. A los dos minutos, y no exagero, ya roncaba el cabrón.

Mientras tanto, su amigote se aplicó con gusto a la faena. Me pareció más atractivo que el otro, y algo más fuerte, si bien la oscuridad reinante me impedía discernir del todo sus rasgos faciales, que parecían menos marcados que en el anterior visitante. En un momento dado, me puso a cuatro patas, y me la metió de una tacada, tirándome del pelo hacia atrás, como al parecer hacen algunos heterosexuales con sus parejas de pelo largo, por lo que supuse que debía serlo, o, al menos, bisexual. La cabalgada fue de infarto, follaba como un energúmeno, y yo estaba en esos momentos tan cachondo que si no hubiera estado encima nuestro el ceporro de mi colega me hubiera puesto a gritar de placer como una perra en celo. Tras varios minutos de constante mete-saca, mi fogoso follador decidió que ya era hora de correrse y eligió la cara para hacerlo. De rodillas en la cama, me agarró del pelo y me atrajo con fuerza en dirección a su polla, obligandome a tumbarme de lado justo al lado de ella, ofreciéndole mi mejor perfil, que no tardó en regar con una abundante y espesa crema de leche entre ahogados jadeos e incesantes convulsiones de placer por su parte.

Tras la monumental corrida, se limitó a abrir los ojos por primera vez desde que empezó el folleteo, y, como un niño que descubre los regalos un día de Reyes muy temprano, una enorme sonrisa cómplice se dibujó en su rostro mientras yo me levantaba y procedía a limpiarme la cara y el pecho con la sábana. Acto seguido, siguiendo el mismo ritual que su compañero, se limpió, se encasquetó unos calzones y trepó a su litera para fundirse en brazos de Morfeo en cuestión de minutos.

Joder, si con la que hemos liado no se ha despertado este mamón le pago una revisión completa en un centro GAES.

Salí de mi litera y miré con disimulo hacia arriba. Nada que reseñar. Me pareció extraño que estuviera girado hacia nosotros, y, sin embargo, dormía como un tronco, el angelito. Me metí de nuevo en mi cama, destapado y presa de una excitación enorme, y me pajeé como un loco, procurando no hacer demasiado ruido, hasta que un surtidor de leche salió disparado como un cautivo rumbo a su libertad. El placer fue intensísimo, tras lo cual me limpié de nuevo a conciencia con la pringosa sábana, la aparté a un lado, y, esta vez sí, me quedé dormido. Al despertar al día siguiente, muy temprano, me giré y vi que los dos folladores compulsivos de anoche se habían evaporado.

Joder, que a gusto despierta uno después de una buena follada – estaba pensando, cuando de pronto comprobé que sobre mi pecho y abdomen descansaba una copiosa lechada, tan densa y enorme que parecía obra no de una, sino de dos personas.

¡Lo que faltaba, estos cabrones no sólo me han follado a pelo todo lo que han querido sino que encima antes de irse se pajean mientras estoy dormido y se vuelven a correr encima para humillarme! Pero a mí me la suda. Lo único que me importa es que Angel no se entere por nada del mundo.

Me limpié como pude con la sábana, que estaba llena de lamparones de semen producto de la noche loca vivida, y me vestí con desgana, sintiendo un poco de asco de mí mismo y sintiéndome sucio por dentro. Al menos mi amigo dormía como un bendito. Si él supiera

El resto de las vacaciones no tuvieron nada destacable. Disimulé como pude mi contrariedad, y, gracias a mis dotes de interpretación, Angel no pareció darse cuenta de lo ocurrido. No hizo el menor comentario en momento alguno sobre extraños ruidos en la noche o algo parecido, que me indicase que se daba por enterado de la situación.

Al regresar a Madrid, seguimos tan amigos como siempre. El se echó una novia poco después, una morena bastante potente, que parecía ponerle a cien. Recuerdo que solía decirme.

Como no suelo hacerme pajas cuando lo hago con Sandra tengo tanto combustible almacenado que follamos tres veces.

Menos lobos, Caperucita – solía burlarme yo- Ya será menos, pecho lobo.

Pero yo seguía sin comerme un colín, en parte debido a su insistencia en ir juntos a todas partes, y los días que no salíamos juntos o en pandilla, me daba pereza y un poco de corte acudir a Chueca o a un bar gay a buscar peña. El caso es que estaba casi por estrenar, mientras que él por lo que contaba se pasaba por la piedra a su novia cuando le venía en gana, o eso daba a entender. Que injusto es el mundo, pensaba, unos tanto y otros tan poco. En fin, ese parecía mi destino por el momento, mientras no espabilase.

Cuando habían pasado casi un año de nuestro viaje, Angel llegó un día muy serio y me contó una milonga rarísima sobre que meses atrás había conocido a una chica en una discoteca, antes de conocer a Sandra, y se lo había hecho en el baño con ella sin preservativo. Me sonó rarísimo, porque como somos uña y carne, que parecemos novios mas bien, me hubiera tenido que dar cuenta de algo tan descarado. Pero él insistió en que aquel día yo había bebido más de la cuenta, algo que últimamente estaba ocurriendo más de lo aconsejable, tal vez como consecuencia de mi represión sexual. Me lo creí a medias, sobre todo porque él es muy formal, no es de ese tipo de gente, pero supongo que con tanto semen acumulado, tendría un día tonto, como todo el mundo.

¡No jodas que te ha dicho que está embarazada!

No, hombre, eso no, toco madera. Pero es que me he enterado por ahí de que es una promiscua del quince, vamos que es más puta que las gallinas, y estoy un poco preocupado.

Comprendo. Y quieres la prueba

No me dejó terminar.

¡La prueba no, las pruebas!

¿Comooooorrrrr?- bromeé yo imitando a un famoso cómico televisivo.

Sí, quiero que me hagan todas. La del ViH, la de la sífilis, la de la gonorrea, que sé yo, todas las que haya.

Joder, pues sí que te ha dado fuerte la paranoia, tú.

No lo sabes tú bien. Solo tenemos este cuerpo, tronco. Hay que cuidarlo. Por eso quería que me acompañaras a la consulta, para darme ánimos.

No me lo pensé dos veces.

¡Por supuesto que sí!. Puedes contar conmigo…no sé como preguntas eso. Dalo por hecho.

La consulta, gratuita y anónima estaba atestada de gente. Al llegar, vimos que había que pedir número.

¡Pide dos! – dijo Angel en tono ligeramente imperativo.

¿y eso? ¿porqué?– pregunté yo un poco azorado.

¿Cómo que porqué? Ya que estamos aquí tú también te harás la prueba, digo yo. Así matamos dos pájaros de un tiro. ¿O es que tú no follas con alguna piba cuando vas de fiestuki con los salidos de Guille y Alex? Perdona, pero no me lo creo. Que no tengas novia no significa que no mojes. A mí no me engañas

Por dentro estaba pensando: "si tu supieras, hijo mío…". Pero le di la razón como a los locos, para no quedar en ridículo.

¡Ah! pues no lo había pensado. Pero ya que lo dices…llevas razón.

Lo que Angel desconocía es que, unos meses antes, angustiado por la experiencia vivida con aquellos desconocidos, yo había acudido a una clínica privada y me había hecho la prueba del Vih; por suerte había dado negativa, y yo me había quedado más tranquilo.

Una semana más tarde, sin embargo, al recoger los resultados, comprobé con aprensión que Angel estaba casi más interesado en mis resultados que en los suyos, que miró con cierta indiferencia.

Negativo, negativo , todo negativo,,,,¡a ver el tuyo!

Yo estaba tranquilo por el Vih y acojonado por el resto. Aquellos maromos no parecían precisamente muy higiénicos. Por suerte todo estaba en orden y mi interior completamente limpio. No me habían pegado ni ladillas, lo que es de agradecer.

Angel suspiró aliviado, y me regaló una sonrisa cautivadora de oreja a oreja.

Bueno, esta noche vamos a celebrarlo juntos. Te llamo luego.

Vale, como quieras. – contesté algo confuso.

Invito yo

Esa noche, Angel se empeñó, con toda la fuerza de su arrolladora personalidad, en ir a un local de ambiente homosexual. No sé si influenciado por la reciente cabalgata del Día del Orgullo Gay, me comió la oreja hablándome de su curiosidad por conocer un local de ambiente, asegurándome, eso sí, que estaríamos sólo un rato y luego nos marcharíamos a otros antros mas afines a nuestras tradiciones fiesteras.

-Joder, Angel ¿para que coño quieres que vayamos a un sitio así? Va a estar lleno de julandrones que van a intentar meternos mano…-repetí para mi mayor vergüenza todos los casposos tópicos de algunos heterosexuales ignorantes y homófobos respecto al mundo gay. Pero es que me sentía inseguro en un sitio así, y menos aún con Angel a mi lado. Aquello ya sería la puntilla. Mis nervios me delatarían, seguro. El insistió. Para evitar ser tachado de intolerante (¡siendo yo gay!) no podía hacer otra cosa que aparentar una imagen de modernidad y aceptar.

Entramos en un garito bastante moderno y fashion, la verdad. Me fijé de pasada en el ganado presente y vi que alguno estaba de muy buen ver. Angel parecía muy seguro de sí mismo y de su heterosexualidad, y, aunque. guapo a rabiar como él es, era natural que muchos chicos se acercaran al él buscando guerra, él no se molestaba por ello, le parecía lo natural en un sitio así, y amablemente les desanimaba con una negativa cortés pero firme. Yo, en cambio, estaba como un flan, y no sabía donde esconderme. Si algún chico me miraba, y fueron unos cuantos los que se fijaron en mí, yo me ponía como un tomate, lo que sin duda no debió pasarle inadvertido a Angel. Había un chavalín moreno de mi edad, que estaba más bueno que el pan, y no paraba de mirarme insinuante, rozarme disimuladamente si pasaba al lado para ir al servicio, en fin, ese tipo de situaciones, habituales al parecer en este tipo de lugares, que yo desconocía por completo. Con más moral que el Alcoyano, yo seguía hablando con Angel de fútbol y chicas, y pretendiendo que lo que se cocía por allí no era de mi incumbencia, aunque por dentro ardía de ganas de enrollarme con aquel desconocido que no cejaba en su empeño, por cierto. Era inasequible al desaliento.

A la segunda copa, y con la lengua ya más suelta por el alcohol, Angel me miró a los ojos con una sonrisa irónica en el rostro y me espetó de pronto:

¿Porqué no le dices nada de una vez, tronco?

Yo me hice el longuis. Pero estaba rojo como un tomate. No había nada que hacer.

¿A quien? – hice como que miraba alrededor extrañado.

A ese de ahí, hombre – y señaló con la vista al morenazo de antes, que me sonreía apoyado en la barra, sin ningún disimulo por su parte. - ¿es que no te gusta?

Mi corazón estaba a punto de estallar. No sabía donde esconderme.

Supongo que sí- tuve que reconocer mirando al suelo de puro corte.

¿entonces a que esperas, tío? ¿o es que te quieres quedar para vestir santos, como dice mi abuela?

Le miré agradecido y él me devolvió una sonrisa luminosa, que dejaba traslucir su bondad, una bondad que no resultaba obvia, y eso la hacía más atractiva. Me levanté lentamente, y me dirigí nervioso a la barra, pero antes de dar dos pasos, Angel me agarró con decisión del hombro y depositó algo en mi mano, cerrando mi puño alrededor de ello. Eran dos preservativos, según comprobé después.

Se acercó sigilosamente al oido, y me susurró muy despacio y en tono misterioso:

Quiero que los utilicéis. Y que sea la última vez que me entere de que vuelves a hacerlo con alguien sin condón, ¡o la próxima vez apuntaré a la cara!.

Me quedé completamente bloqueado en ese momento. Dudé un instante, y, de pronto, lo capté sin esfuerzo. La respuesta correcta me alcanzó como un rayo. Me giré asombrado para mirarlo, y él se echó a reír malévolamente por toda respuesta.

¡Fuiste tú!- y al decir esto mi cara cambió de color repentinamente.

Angel me miró cabizbajo, exteriorizando en su mirada su pesar por lo ocurrido.

¿Y que querías que hiciera? Me desperté al oír ruido, pero me hice el dormido. No intervine porque me pareció que lo hacías por propia voluntad. Pero, tronco, me puse tan cachondo que sólo un milagro y mi fuerza de voluntad impidió que te follara yo también. Menos mal que no me va el tema, y empecé a fantasear con mujeres. Llevaba mucho tiempo sin sexo y estaba absolutamente fuera de mí. ¡Yo entonces ni siquiera sabía que eras gay! Estaba flipando con todo aquello. Cuando os dormisteis los tres, ¡y mira que intento evitar hacerme pajas!, no pude evitar masturbarme por el pedazo de erección que tenía. No aguanté ni dos minutos. Sabía que el corridón iba a ser de órdago, y no quería dormir con las sábanas manchadas de leche; en ese momento decidí que me correría encima de ti. Al fin y al cabo tú ya estabas rebozado de semen, así que por añadir el mío, que es de calidad suprema, por cierto, no iba a pasar nada. Puede que ni te dieras cuenta. Y como tú no me preguntaste nada al día siguiente, yo tampoco entré al trapo de lo vuestro. Así de sencillo. Pero ¿sabes una cosa, tío?…empalmado como estaba y viéndote allí dormido, ajeno a todo, con ese cuerpo tan fibroso, y recién follado por esos vándalos, me dio un morbo impresionante, tronco…y por un momento pensé: "Me gustaría ser maricón por cinco minutos, y entonces no te salvaba el culo ni tu madre". En ese preciso instante me corrí. La lefa caía sobre tu cuerpo a borbotones, y, de puro morbo, sentí un orgasmo amplificado. Te diré un secreto, pero lo negaré en público si lo mencionas ¿eh?... – sonrió pícaramente - Reflexionando sobre lo ocurrido, minutos después, antes de dormirme, llegué a la conclusión de que en cierto modo es como si hubiera hecho el amor contigo sin tocarte, y esa sensación me encantó, porque, aunque no te puedo desear como a una mujer, te quiero con todo mi corazón, y no soportaría perderte – bajó la vista, tal vez avergonzado por haber desnudado su alma de esa forma. Al levantarla de nuevo, noté que sus ojos estaban húmedos de la emoción; al darse cuenta de ello, se dio media vuelta haciendo el gesto de coger su vaso de ginebra en la mesa, y aprovechó para secárselos discretamente.

Yo estaba paralizado, como aquella noche en el tren. Debía estar soñando. No podía articular palabra; tenía ganas de llorar, pero también de reír. El se encargó de devolverme al mundo real, dándome un leve cachete en la mejilla, al tiempo que decía, en un tono de voz más alegre y animado:

¡Deja de hacerte pajas mentales, que esas son aún peores que las otras! ¿No ves que estás haciendo esperar a tu planazo? Suerte… ¡y a triunfar! – sonrió, me acarició cariñosamente la nuca, y. tomándome por los hombros, me hizo rotar en dirección a la barra del bar.

Nunca más volvió a comentar nada parecido, tal vez incluso olvidó lo sucedido al amparo del resacón posterior, pero lo cierto es que ahora somos aún mejores amigos que antes, desde que me sacó del armario en el que estaba enclaustrado, de una forma tan expeditiva como exitosa. Perdí la vergüenza al instante. Aquella noche triunfé, por cierto. Alvaro y yo estamos saliendo juntos desde hace seis meses, y todo gracias a él. A veces salimos los cuatro, Angel, Sandra, Alvaro y yo, y por suerte hemos congeniado bien. De momento Angel no ha tenido que sacar la bestia que lleva dentro, y cumplir su amenaza de aquella noche de excesos etílicos. La verdad es que yo tampoco le he dado motivos. Mi lema ahora (y para siempre) es: con condón, siempre con condón. Como debe ser.