Mi Ángel de Invierno
Una sencilla historia de amor, con reminiscencias cotidianas de Invierno, que nos recuerda lo maravilloso de enamorarse, atreverse a amar y caminar con alguien por la vida.
MI ÁNGEL DE INVIERNO. Por Vinka.
La conocí por accidente una tarde de invierno.
Era el comienzo de mi período de vacaciones que, por unas pocas semanas, me había regresado a mi tierra natal.
Caminaba por el parque, tranquila, como solía hacer cada vez que nevaba sin viento, contemplando las gráciles pelusas blancas caer erráticamente, en cámara lenta, a su destino terrenal y escuchando ese característico silencio que intensificaba el crujir de mis botas al aplastar el níveo suelo.
Al principio no supe de dónde vino, ni cómo, sólo sentí el agudo golpe en mi cabeza que me obligó a girar instantáneamente, buscando el origen de la agresión, y, en un acto reflejo, lanzar una grosera exclamación de enojo.
Entonces, a escasos metros, la vi.
Parecía un ángel, etérea, bella, estática, transformando mi enojo en desconcierto.
Su delatora fascie enrojecida contrastaba con el blanco del paisaje y de su gorra. Sus impresionantes ojos color miel de largas pestañas resumían la vergüenza de haber sido sorprendida "in fraganti" y en una de sus manos enguantadas, la que no alcanzó a esconder, una segunda esfera blanca lista para ser lanzada.
Ahora ya no estoy tan segura de que haya sido un accidente, tal vez fue una nueva técnica de flechazo utilizada por aquel famoso sicario romano, hijo de Venus y Marte, llamado cupido. Sí, técnica más innovadora y letal.
Mucho más intrigada que molesta, me acerqué a ella.
Disculpa, fue un accidente, no quise golpearte comenzó a explicar visiblemente incómoda. Posó su mano en mi cabeza, sorprendiéndome con ese gesto acogedor al tiempo que preguntó - ¿te hice daño?
Claro, me has herido mortalmente contesté divertida del doble significado que adquiría para mí aquella frase, puesto que mi corazón se había agitado perceptiblemente.
Lo siento, en serio, te confundí con una amiga Sonrió apenada, aunque algo en su tono me hacía sospechar de la veracidad de su explicación. Me llamo Cristina continuó, extendiéndome su mano derecha a modo de presentación formal.
Y yo, Alejandra respondí tomando su mano unos segundos y voy a tener un lindo "chichón" en recuerdo tuyo repliqué tocando la zona adolorida de mi cabeza, al tiempo que correspondía a su sonrisa por suerte no le pusiste "cuesco" aludiendo a la temida piedra de tamaño regular, que a veces se le agrega a la bola de nieve en el centro, al momento de su elaboración, para provocar "mayor daño" al lanzarla si no, estarías llevándome al hospital para sutura . - Se rió, regalándome un sonido cristalino y angelical.
¿Me disculpas? la desazón se personificaba graciosamente en su gesto.
OK, sólo si me acompañas un poco digo por si me desmayo. sí, ya sé que pareció una exageración, pero en ese momento no se me ocurrió otra estrategia para disfrutar un poco más de su compañía.
Caminamos un rato, sin prisas, el diálogo fluía espontáneamente mientras los blancos copos se hacían, por instantes, más grandes. Descubrí que también disfrutaba de las contemplativas caminatas de invierno y que, aunque muchos creían lo contrario, sabía, al igual que yo, que mientras nevaba no hacía "tanto" frío, pues la temperatura debía elevarse a 0°C para que se produzca la precipitación, lo que nos convertía en dos transeúntes solitarias.
Y bueno, Cristina, cuéntame a qué te dedicas, claro, además del lanzamiento de bolas de nieve en la cabeza a la gente que pasa por aquí pregunté elevando las cejas, mientras una carcajada le impedía responder inmediatamente.
Soy estudiante de bachillerato, 2do año... en eh ciencias respondió al tiempo que un resbalón casi la hizo caer obligándola a afirmarse de mi brazo.
¿En serio? ¡Qué coincidencia! - dije tratando de mantener mi propio equilibrio también - Yo terminé hace dos años, seguramente entraste mientras me titulaba .
Los siguientes 20 minutos los dedicamos a hablar de tales o cuales asignaturas y tales o cuales profesores. Durante otros 10, sólo admiraba su boca moverse, sin perderme detalle de cómo ponía sus labios para pronunciar cada letra y cada palabra. Cielos, me tenía fascinada.
La caminata se me hizo breve, demasiado breve, algo extraño me ocurrió con esta chica, como una especie de empatía instantánea y mutua, que me impulsó a acompañarla hasta su casa que quedaba de camino a mi destino, bueno, si se puede llamar a eso unas nueve cuadras. Nos despedimos después de intercambiar números de móvil y de mi espontáneo ofrecimiento de ayuda para cualquier cosa relacionada con la universidad y sus estudios.
Llegué casa de la abuela a tiempo para el humeante tazón de chocolate que había preparado y que mi agudo olfato siempre reconocía apenas pisaba el pasillo de entrada. No demoré demasiado en sacarme botas, gorro, guantes y bufanda para disfrutar de las exquisiteces que ella elaboraba para mimarme cada vez que realizaba mi visita. Esta era mi agradable rutina autoimpuesta en cada periodo de vacaciones, desde que comprendí la importancia de no abandonar a los viejos, de la fragilidad de aquella etapa de la vida y la magnitud del cariño y las tradiciones familiares.
Una vez lleno mi estómago de dulces y mi espíritu de añejas historias familiares decidí retomar mi caminata, esta vez de regreso a casa. Realicé mi acostumbrada despedida con dos besos a ambos lados de sus mejillas y mi promesa de volver en los próximos días.
Afuera reinaba la calma, seguía nevando copiosamente y, aunque todavía no era de noche, la oscuridad se había instalado hace ya algunas horas. Acomodé mi gorra y una sensación dolorosa al tacto me hizo recordar a aquel "ángel lanzador" de la tarde.
Vaya, parece que cada vez que me duela la cabeza me acordaré de ella - Me sonreí ante este pensamiento mientras observaba salir, a través de la bufanda que cubría mi boca, mi respiración convertida en vaho. Sin siquiera saberlo, Cristina me acompañó imaginariamente todo el camino de regreso.
Una vez en mi habitación, despojada ya de las gruesas ropas de abrigo y dispuesta a buscar una buena película para entretenerme, mi móvil comenzó a moverse de la mesita en donde lo había depositado, anunciando escandalosamente que alguien quería hablar conmigo. Una sensación de vértigo se instaló en mi estómago cuando reconocí el número de origen.
Ale, soy Cristina, hola ¿cómo anda tu cabeza?
Hola, bien, sin problemas hasta ahora, jeje su voz al teléfono se escuchaba más dulce que en persona.
Sabes, estoy realmente apenada por lo de hoy. Quería disculparme de nuevo. Pensarás que soy una tonta.
Eh, no, no ¿cómo crees? Descuida, no pasa nada, además me sirvió para conocerte, diría que fue un golpe de suerte. Ufff, ¿yo había dicho eso?
Ja ja, eres increíble. Oye, ¿tienes patines de hielo?
Claro, en algún lugar de mi armario deben estar, hace años que no los uso ¿por?
Quería invitarte a la laguna mañana, voy a ir con unas amigas y bueno pensé que tal vez nos podríamos juntar allá.
Pues, gracias, me encantaría.
Nos pusimos de acuerdo en la hora y el lugar exacto donde nos encontraríamos y nos despedimos hasta el próximo día.
Sentía una extraña alegría que me dificultó conciliar el sueño, pensaba tantas cosas, tenía tantas ideas y todas ellas me llevaban inevitablemente a ese angelical rostro de ojos miel y gorra blanca.
Mientras me calzaba los botines de patinar con los consabidos dos pares de calcetas, observaba a la gente deslizarse en el hielo. Algunos lo hacían con gracia otros, muy torpes; algunos solitarios, otros en grupo, formando una hilera entrelazada, el contexto estaba fenomenal y la música que sonaba en los amplificadores amenizaba el ambiente.
Sentí un par de guantes taparme los ojos. Sabía que era ella, no hacía falta verla.
Ya sé que eres tú, Paulina dije bromeando, impidiéndole seguir con el juego.
Hey, ¿Paulina? ¿Quién es Paulina? inquirió haciéndose la ofendida.
Nadie realmente, jeje. ¿y tu grupo?- Me causó gracia su curiosidad.
No vinieron, ¿Cómo estás hoy? preguntó mientras me regalaba su luminosa sonrisa, haciendo que me costara concentrarme en una simple respuesta.
Bien, pero no te aseguro que pueda deslizarme sin dificultad, estoy algo "oxidada", hace años que no venía a la laguna dije un poco avergonzada de mi últimamente disminuida capacidad lúdica.
¡Vamos! yo te ayudo, verás que es como andar en bicicleta diciendo esto me tomó de la mano y comenzó a guiarme hacia el centro de la laguna esquivando a los patinadores que se nos cruzaban por el camino.
Yo me sentía volar, aunque en realidad me deslizaba sin torpeza ni mucha gracia, normalmente diría yo, lo que, de todos modos, superaba mis expectativas iniciales, puesto que había aceptado la invitación sólo para volver a verla.
Pasó algo más de una hora y dos caídas para que mi seguridad fuera en aumento, aunque nunca podría igualar la expertiz de mi bella y angelical compañera, que me superó en cuanta competencia participamos.
En un instante se acalló la música, se apagaron los focos y, en el escenario preparado a una de las orillas de la laguna, comenzó un entretenido show que disfrutamos en parte hasta el final. Hubo un momento en el que, no sé por qué, Cristina se acercó para tomarse de mi brazo y apoyar suavemente su cabeza en mi hombro, logrando desconcentrarme de todo lo que pasaba a nuestro alrededor. El sólo hecho de sentir su cercanía y su contacto, me hizo desear que aquella tarde de invierno nunca terminara.
Pasamos varias veladas como aquella, Cristina, que también estaba en receso de actividades universitarias, me llamaba para invitarme a lo que sea, una junta, cine, cumpleaños de alguien, patinar, esquiar, esculturas de nieve, en fin, cualquier actividad que se pudiera aprovechar en el tiempo que nos quedaba.
En un par de semanas nos convertimos en inseparables, frecuentemente nos juntábamos en alguna de nuestras casas para ver una película, comer algo de nuestro agrado o simplemente conversar por horas hasta que la noche anunciaba que debíamos despedirnos. Me sentía tan bien con su compañía que sólo esperaba el momento para verla. Fue muy fácil enamorarse de ella y comenzar a vivir al borde de la fantasía, sentía su cercanía, sus miradas sin palabras tantas veces fijas en mí, su búsqueda constante para cualquier cosa, sus gestos y sus abrazos, pero mi torpeza en captar aquellas señales me impedía "arruinar nuestra amistad" con confesiones imposibles. Me conformaba con tenerla así, ya que para mí era infinitamente mejor que no tenerla.
Ocurrió en mi casa, una tarde de aquellas, de las últimas que nos quedaban para disfrutar de nuestra mutua compañía, ya que mis padres volverían de un pequeño viaje en un par de días y luego debía preparar mi regreso a la capital.
Nos sentamos cómodamente en cada extremo del sillón para mirar la nieve caer a través de los ventanales de la sala. No recuerdo exactamente lo que conversamos, sólo que nos reímos demasiado recordando aquel incidente con el que nos conocimos, cuando, de pronto, noté un dejo de tristeza en su semblante.
Hey, qué pasa, ¿un bajón? pregunté genuinamente preocupada.
Ale, es que tengo algo que confesarte. hizo un silencio prologado.
¡Uff! que seria te has puesto, parece que una tormenta se avecina dije tratando de relajar un poco el ambiente vamos, sabes que puedes decirme lo que sea.
No te enojes, pero, la verdad es que, hace tiempo quería decirte que lo del pelotazo fue a propósito.
Ja ja, ¡¡¡lo sabía!!! No sé por qué, pero nunca te creí la excusa de que me habías confundido con alguien. Oye, y anda confiesa ¿por qué me atacaste?
Yo te había visto antes y quería conocerte, acercarme a tí
A ver, espera, angelito, que no te estoy entendiendo ¿dices que me conocías? Pero ¿de dónde? ¿cómo? esta revelación me había generado mucha curiosidad, ya que si bien imaginaba que no había sido un accidente, jamás pensé que mi bella amiga se hubiese fijado antes en mí.
Cuando entré a la universidad, te vi un día en la oficina de currículo, habías llevado unos papeles para tu certificado de egreso, me llamaste la atención por tu simpatía y belleza, y por el cariño con que te trataban las secretarias. Me hiciste pensar que así quería ser yo cuando egresara, eras como mi ideal, imagínate, yo estaba comenzando recién la carrera. Luego fui a la titulación, sólo para verte nuevamente, te aseguro que fui la que más aplaudió cuando te entregaron el premio destacado de tu promoción.
Wow me había quedado casi sin palabras. No sabía qué responder, evocando aquellas circunstancias y repasando mentalmente la gran cantidad de personas que se encontraban en la ceremonia, imaginando que entre ellas y sin saberlo, se encontraba mi ángel. No, no la había visto antes, su rostro jamás se me olvidaría.
Por eso el día que te divisé, por tercera vez en mi vida después de dos años, caminando tranquilamente por el parque, te reconocí al instante y me dije, "ahora o nunca, tengo que inventar algo para conocerla, no dejaré pasar otra oportunidad".
Bueno sonreí gratamente halagada - gracias a tu ingenio y buena puntería, estamos aquí . aún me sentía muy intrigada por saber más - Pero oye, tanto interés por conocerme, ni que fuera una persona famosa
Es que además dijo esto mucho más nerviosa que antes me impresionaste desde que te ví - para no variar, yo no caía, sólo sentía su voz en segundo plano salir de aquellos labios tan cercanos que me hablaban quiero decir que siempre me has gustado - Oírla decir esto me dejó totalmente paralizada. Me quedé mirándola a los ojos, sorprendida, mientras mi corazón luchaba por no arrancarse de mi pecho.
Discúlpame yo mejor me voy dijo malinterpretando mi nula reacción y haciendo el intento de levantarse para buscar su abrigo.
Espera no ¡no te vayas! - sujeté sus brazos para que se volviera a sentar frente a mí - yo yo te adoro - fue lo único que pude musitar mientras mis manos tomaban su rostro, y una de ellas se deslizaba con delicadeza hasta el nacimiento de su cabello.
Nos miramos por unos instantes eternos antes de que mi boca iniciara un lento viaje con destino a la suya.
Todos mis sentidos se alteraron ante este tan fantaseado encuentro. Mis labios buscaron los suyos y los encontraron dispuestos, entreabiertos, los probaron con deleite, reconociendo su textura suave y perfecta, humedeciéndose en ellos, acariciándolos con febril y creciente intensidad durante cientos de segundos, hasta que el deseo se nos hizo irresistible. Recibí su aliento tibio y sus suspiros ahogados en mi paladar. Estremecida ante este contacto sentí su lengua incursionar sensualmente para encontrar la mía que la recibía anhelante. Nuestras bocas se abrieron lujuriosas, comiéndose, succionándose con vehemencia, sintiendo nuestras exhalaciones entrecortadas y la necesidad de degustar cada gesto de la otra. ¡Dios! Jamás imaginé que se podría morir de amor con un beso.
La sentí ubicarse sobre mí, empujándome suavemente hacia el sillón, mientras su boca iniciaba un delicioso recorrido en mi cuello, adivinando uno de mis puntos sensibles y haciendo que el aire que respiraba pareciera insuficiente. Una de sus manos se internó bajo mi suéter quemando mi piel, que respondía erizándose a sus caricias.
Se acomodó un poco poniendo una de sus piernas entre las mías, provocándome un roce delicioso mientras yo levantaba su blusa para comprobar por primera vez con el tacto la suavidad de aquella piel que mis ojos subrepticiamente habían adivinado tantas veces.
Mis manos se adueñaron de su espalda y la recorrieron completamente con las puntas de los dedos y con las palmas, acariciando, tocando, rozando, presionando, disfrutando el arte de la más profunda de las comunicaciones, sin prisas, como si el tiempo no corriese, sintiendo y provocando placer. Me deslicé atrevidamente internándome bajo la tela de su pantalón hasta llegar a sus deseado y perfecto trasero. Su respiración agitada y sus movimientos cadenciosos me indicaron que podía seguir experimentando la gloria.
Todo su cuerpo se estremecía al contacto de mis caricias, envolviéndome en deseo, mi ropa interior ya se había empapado de excitación. Mis pechos aplastados por el delicado peso de su cuerpo parecían querer estallar, anhelantes, turgentes.
Dejé de besarla para preguntarle con la mirada.
Se incorporó despacio atrayéndome hacia ella hasta quedar arrodilladas una frente a la otra. Sus mejillas encendidas me regalaron una sonrisa cuando nuestros ojos se encontraron otorgando implícitamente el consentimiento para proseguir.
Alcé mis brazos para ayudarla a quitarme el suéter, luego hice lo propio con su ya desordenada blusa deslizándola lentamente por su espalda, besando sus hombros delicados, descubiertos, mientras bajaba cada uno de los tirantes de su sostén. Nuestras manos presurosas se encargaron del resto. Sentí nerviosa su mirada recorrer mi cuerpo desnudo y mi necesidad urgente de eliminar el espacio que me separaba de ella.
Necesitaba seguir tocándola, acariciándola, quería conocer cada uno de sus secretos rincones y besar cada milímetro de su piel, adueñándome de su cuerpo y de sus deseos.
Sus pechos se elevaron al ritmo de los suspiros, atrayéndome sin piedad, mis manos se llenaron de ellos hasta que mi boca ocupó su lugar, probando, besando, humedeciendo y succionando con pasión. Sus labios colmaron mis pechos que, extasiados, se irguieron en su paladar.
Tomó una de mis manos para llevarla a su sexo, sentí el calor que emanaba a través de sus suaves rizos y la intensa humedad que la estaba desbordando. Miles de agujas se clavaron en mi ser cuando mis yemas resbalaron nerviosas por sus lubricados labios, deteniéndome en su sensible clítoris para mimarlo y estimularlo, acariciándolo hacia delante y atrás, en círculos, en distintas direcciones y a diferentes intensidades. Cuando la inminencia de un orgasmo se hizo evidente, introduje dos de mis dedos suave y firmemente en su vagina sintiendo el abrazo de sus paredes a mi paso. Mis dedos entraban y salían y Cristina acompañaba cada penetración sin reprimir los sonidos de su voz, moviendo sus caderas al ritmo que su pasión necesitaba imponer. El sentirme dentro de ella no hizo más que llevarme al límite, mi entrepierna pulsaba de deseo. Mi corazón se agitaba a cada movimiento, con cada uno de sus besos, con cada uno de sus gritos de placer. Sus manos recorrieron mi intimidad y me penetró de la misma forma en que yo lo estaba haciendo. Ambas continuamos moviéndonos, transpirando, humedeciéndonos, sintiendo la cadencia inagotable de la locura desenfrenada hasta que el éxtasis descompasó nuestros ritmos, saliendo un grito de mi garganta y ahogando uno la suya para soltarlo agitadamente. Sentí mi cuerpo tensarse para luego explotar de mil maneras alcanzando el infinito y regresando bañada de estrellas mientras una voz dulce repetía en mi oído "te amo siempre te he amado". Sentí tanto como nunca en mi vida.
Nos tumbamos abrazadas en el estrecho espacio que permitía aquel sillón. Acariciándonos, tratando de asimilar lo que acababa de ocurrir. Afuera, la oscuridad indicaba que el tiempo no se había detenido.
Se ha hecho tarde sentenció sin ganas.
Quédate conmigo supliqué - no quiero que te vayas.
Esa noche mágica e inolvidable me regaló el privilegio de nuestros amantes cuerpos abrazados. La observaba dormir en mi cama mientras inventaba mil maneras de acariciarla y besarla, su olor impregnaba mi ser y mis sábanas, grabándose a fuego en mi memoria. No me apetecía dormir, no quería dejar de disfrutar su presencia mientras el tiempo, convertido en mi enemigo, avanzaba inevitablemente.
Llegó el día de mi viaje, lo recuerdo como un momento doloroso, donde pupilas de miel se tornaron húmedas y unos hermosos labios prometieron amor eterno, mientras me regalaban besos para toda la vida.
Mi prioridad había cambiado a partir de aquel suceso, mi trabajo se convertiría en una distracción para ir arrancando hojas de mi calendario, día a día, mientras exiguamente la comunicación virtual me acercaba en algo a quien guardaba irrevocablemente mi corazón.
Volví para las siguientes vacaciones, en cuanto dejé mis bolsos en casa y pude resumir las manifestaciones de bienvenida, tomé mi grueso abrigo y mi gorra, para salir presurosa. El cielo estaba de un gris luminoso, inspiré con fuerza, corría una helada brisa, el aire tenía ese olor especial a Invierno. Había nevado durante toda la mañana por lo que un grueso colchón blanco amortiguaba mis pasos y me hacía caminar con dificultad. A esta hora Cristina todavía se encontraba en la universidad, así que decidí aguardar en el parque que quedaba de camino, sentada en una de las bancas.
La espera me volvía impaciente. Mil ideas me atacaban imaginando distintas escenas del más anhelado reencuentro. Cada cierto tiempo, el ruido de la nieve al desplomarse de las ramas lograba distraer mi atención.
De pronto, a lo lejos, divisé su silueta inconfundible y mi corazón emitió intensas señales de vida. Lucía tan angelical, bella y etérea como siempre. No, creo que estaba aún más hermosa.
Nuestros ojos se encontraron brillantes de amor y se acariciaron al instante anulando la distancia que aún nos separaba.
Mi alma se colmó de sus destellos.
Mientras apuraba sus pasos en mi dirección, el viento se diluyó mágicamente y comenzaron a caer los primeros copos de la tarde. Cristina se detuvo a unos metros, sorprendida al ver en mi rostro una triunfal sonrisa que le advertía de lo inapelable de mi decisión, mientras dos amenazantes esferas de nieve reposaban en mis manos listas para ser arrojadas.
El abrazo podía esperar. Cupido debía terminar su trabajo.