Mi amor adolescente

Me fui a vivir con mi primo al que siempre había deseado.

Me llamo Guillermo. La historia que les voy a contar ocurrió cuando tenía 14 años. Vivía en un pueblo pequeño de una provincia mediterránea de España, en casa de unos tíos, debido a que mis padres habían fallecido en accidente de trafico cuando yo era un niño. En esa edad, debía de empezar a estudiar en el Instituto y como en el pueblo no era posible, debía de ir a la ciudad.

Mis tíos tenían allí un piso que habían usado sus dos hijas mayores cuando estudiaban y ahora en esos momentos vivía mi primo de 20 años, que estudiaba en la Universidad. El hecho de ir a vivir con él, me fascinaba. Siempre me había atraído físicamente. Desde que tuve que dormir con él en su cama, debido a unas visitas que vinieron de fuera, mi único pensamiento a la hora de masturbarme, había sido recordar la sensación que sentí al tenerlo apretado contra mí, y notar ese bulto en completa erección a primeras horas de la mañana de aquel día.

Llegué al piso en compañía de mi tía. Arregló y ventiló la habitación que iba a ocupar yo, y de paso hizo limpieza general del piso. Durante todo ese rato estuve ayudando en la tarea, desesperado porque mi primo no estaba ni apareció en todo ese tiempo.

A media tarde, cuando tenía ya que acompañar a mi tía a la estación de autobuses para regresar al pueblo, apareció. Estaba radiante, mas varonil, con esos ojos azules, grandes, que tanto me atraían. Después de los saludos y besos, decidió que iríamos los tres a la estación. Antes de subir al autobús, mi tía se explayó en los consejos pertinentes, de limpieza, comida, aseo, estudios, etc.... y por fin partió rumbo al pueblo.

Volvimos los dos, hablando de cosas sin importancia, de cómo le iba la vida en solitario, de cómo iban los estudios, etc y así, llegamos al piso. Rápidamente se dispuso a tomar una ducha, cenamos y apareció Roberto. Me supo muy mal, puesto que yo ya había pensado en pasar una velada los dos solos, alentando mi imaginación con escenas, que sabía muy difícil que se cumplieran, pero que me excitaban al máximo.

Los dos estaban sentados en el sofá, muy juntos. Yo enfrente, observando con fastidio. La primera cosa que me hizo palidecer de rabia fue el beso. Según lo veo ahora en mi pensamiento, no fue un beso sexual, sino de amor. Roberto tendría unos 24 años, era moreno, más bajo que mi primo, pero igual de delgado. Pronto observé la mano de mi primo que se ponía por detrás de su cintura y le masajeaba la nalga que le quedaba más cerca.

Aquello acabó por destrozar toda mi previsión y me dejó en una profunda depresión, que se acentuó más cuando los dos cogidos de la mano se dirigieron a la habitación de él. Mi primo volvió al cabo de unos minutos, se sentó al lado mío, y me dijo que eran amantes, se querían mucho y que por favor no comentara nada a sus padres. Me dio un beso y se fue en busca de Roberto.

Me tumbé en mi cama y me era imposible conciliar el sueño. Los oía retozar en su habitación, hasta supe el momento en que mi primo penetró a Roberto. Me levanté y pasé por su cuarto que estaba cerrado, pero pegué mi oído a la puerta para escuchar mejor. Roberto bramaba y mi primo le estaba dando fuerte. Se oía claramente el sonido del pene entrando y saliendo y como golpeaban los testículos en las metidas profundas.

Supuse que habían acabado, puesto que se quedaron los dos quietos y entonces yo me tuve que ir corriendo a mi habitación puesto que imaginé que saldrían al bañó. Me estuve masturbando pensando que era yo el que había estado con mi primo, descubriendo que en contra de lo que creí, ninguno de los dos salió de su nido de amor.

Pasaron dos meses con la visita obligada de Roberto todas las noches, hasta que sucedió. Una noche volvió mi primo sobre las 8 de la tarde, compungido, destrozado, sudoroso y con fiebre. Balbuceaba, pero supe que Roberto lo había dejado. Lo llevé a la cama, lo desnudé por completo y lo metí debajo de la sábana. Le estuve poniendo paños fríos en la frente, pero seguía llorando a ratos, temblando a veces.

Aquella noche me acosté con él. Lo acariciaba para consolarlo. Eran las dos de la mañana cuando se relajó un poco. Entonces sin poder evitarlo, me abracé a él y le tomé el pene, un maravilloso pene, que acaricié hasta que creció en mi mano. Me quedé así, con el aparato cogido e intentando dormir. Noté su respiración entrecortada, pero más relajada, y entonces me bajé y me lo introduje en la boca.

Como veía que se movía nervioso, lo deje allí dentro de mi, y me dormí. Me desperté cuando me estaba follando literalmente la boca. Lo hacía nombrando a Roberto, imagino que en sueños, pero el semen que salió y se quedo en mi lengua y garganta no era un sueño. Se la limpié con mis labios y me quedé a su lado abrazado y con mi boca llena.

Al día siguiente, seguía en estado febril, llorando cada vez que le venía al pensamiento la relación perdida. Lo volví a lavar por completo. Intenté darle algo de comer, pero no fue posible. Sobre las 6 de la tarde, despertó por primera vez. Al verme a su lado, me abrazó agradecido y volvió a llorar. Le dí algo de comer y se volvió a dormir, esta vez mas plácidamente.

Pasaron dos días así. Al tercer día logré hacerle levantar, vestirse y por fin conseguí que diera un paseo conmigo. Ya no tenia fiebre, pero parecía todavía mas delgado. No quería hablar nada sobre su rota relación y yo no quise tampoco recordarle nada. Cuando volvimos, noté que se encontraba muy cansado por lo que mientras iba al baño, le cambié la ropa de la cama.

Le ayudé a desnudarse, quitándole toda la ropa. Cogí paños húmedos y se los pasé por todo el cuerpo quitando la sudor y estando él despierto aunque con los ojos cerrados, le tomé el pene y se lo lavé. Creció en mis manos hasta tener su máximo esplendor. Era grande, tanto largo como ancho, pero sobre todo era bonito, parecía una escultura, el modelo que quisiera pintar el más grande de los artistas.

Lo acaricié tanteando su reacción, y por fin, viendo su complacencia me lo metí en la boca y le regalé con la mejor mamada que he hecho en mi vida. Cuando eyaculó, me pilló desprevenido y casi me ahogo con la cantidad de semen que la mayoría pasó directamente a mi estomago y el resto se quedo en mi boca, hasta que lo tragué, no sin antes saborearlo. Se quedó dormido como un niño y no comentó nada.

Esa noche, después de levantarse a cenar, vimos una película y cuando terminó, nos fuimos a la cama. Se durmió enseguida y yo, apretado a él tuve los sueños más eróticos que recuerdo. Por la mañana, volvimos a salir a pasear, parecía mas convencido de la realidad e incluso bromeó con un mimo que actuaba en una plaza importante de la ciudad.

Al volver, se metió en la habitación. Yo preparé algo de comer y fui a su cuarto para llamarle. Lo recuerdo ahora en la distancia, de pié, desnudo, con una incipiente erección. Me miró lánguidamente, y dirigiéndose a mí, me besó, tiernamente. Me abrazó, y en esos momentos mi cuerpo se derretía de emoción, pensando que todo lo que había deseado se iba a hacer realidad en breves instantes.

Desnudo como estaba me abrazó por detrás, pegando su pene en mi espalda. Yo solo deseaba que pasara ya, que no hubiera nada que pudiera evitarlo y me entregué por completo. Casi ido, noté como me inclinaba sobre el escritorio que había en su habitación y bajaba mis pantalones hasta las rodillas, y abriendo mis nalgas besaba mi ano, ensalivándolo, introduciendo su lengua.

Pasó mucho tiempo en el cual creía que estaba lo mas cercano al cielo que pudiera estar en el futuro, su lengua seguía ahondando dentro de mí. Entonces fue cuando vi que tomaba de un cajón del escritorio un tubo de vaselina y aplicaba con un dedo por mi interior, intentando dilatar lo máximo posible. Yo en esos momentos deseaba que me penetrara, sin importarme en absoluto el dolor que pudiera tener.

Cuando me penetró, lo hizo con tal ímpetu que noté como si me partiera en dos. Era doloroso, muy doloroso, pero solo deseaba que se sintiera bien, que me amara como había hecho antes con Roberto. Enseguida noté como su vientre chocaba contra mis nalgas, e instintivamente llevé mi mano a la zona para notar mi culo lleno de aquella maravillosa polla.

Empezó a bombear cada vez con mas intensidad, asiéndome de las caderas, masajeando mi espalda. Cada vez que apretaba excesivamente el ano debido a la tensión de la penetración, me daba una palmada en la nalga derecha, y aprovechando el relajamiento, me regalaba con una nueva y mas profunda penetración. El dolor estuvo presente durante todo el tiempo, pero la sensación que me producía aquel pene entrando y saliendo, ha permanecido vivo en mi mente durante toda mi vida.

Supe que llegaba el momento cumbre, porque su pene, asombrosamente creció en mis entrañas. Aprovechó el estar profundamente insertado para empezar a correrse. Parecía que había fuego en mis intestinos, y noté un dolor muy fuerte en la parte mas profunda de mi interior, como si hubiera ganado un espacio en la siguiente fase de mis intestinos, pero eso no impidió que depositara mi semen encima del escritorio, sin ni siquiera tocármela.

No se retiró. Me incorporó a mi, y llevándome en vilo, totalmente ensartado, me deposito de lado en la cama y muy abrazados nos dormimos, lleno de él, sin importarnos que la comida estaba en la mesa. Me desperté cuando noté que había vuelto a crecer, y en aquella posición me volvió a sodomizar dolorosamente, al principio debido a que se había secado la zona, pero enseguida volvió a dilatarse lo necesario para que tuviera una penetración placentera, sobre todo porque esta vez, fue mas violento. Parecía que quería romperme. Nuevamente noté ese crecimiento de tamaño, y enseguida su eyaculación potente en mi interior.

En esa ocasión, el dolor que padecí en los últimos momentos, me impidió tener yo tambien ese orgasmo placentero, pero no obstante me sentía muy feliz. Durante los dos siguientes meses, compaginábamos estudios y cama casi al 50%, siendo los momentos mas felices que he pasado en mi vida, hasta que una tarde, cuando llegué del Instituto, vi a Roberto junto a mi primo. El mundo se derrumbó a mis pies.

Fui yo el que caí en la mas profunda depresión, sin animo de seguir la vida, mientras ellos retozaban a 2 metros de mi. Para mi primo, seguro que era yo un ser muy fuerte que podía aguantar cualquier cosa, y que no suponía nada para mi el tiempo que habíamos pasado juntos, pero al fin y al cabo, en la lejanía del tiempo estoy contándolo por lo que afirmo que lo superé..