Mi amor

Pequeña historia de un amor enfermizo. No se arrepentirá de leerla.

MI-AMOR

Hace tiempo quise decirle lo que sentía por ella. Era una mujer como ninguna otra: perfecta. Hermosa, inteligente, la madurez como una de sus mejores virtudes y su voz angelical me elevaba a veces hasta la erección sin siquiera tocarme.

No sé cuántas fueron, pero sí sé que fueron muchas las veces que me masturbé pensando en su bella figura, imaginando que rendía culto en un templo profundo sacrificando el animal que ardía dentro de mi por ella, imaginando que la diferencia de edades no existía entre nosotros, imaginando que me veía como un hombre, no como un niño.

Tengo varias fotos de ella en mi álbum secreto, ese que sólo yo puedo ver y tocar. Incluso la llegué a ver desnuda un par de veces, mientras la espiaba en su intimidad. También puedo presumir que tengo un par de prendas íntimas de ella guardadas en un lugar muy seguro, tan seguro que ni ella las hubiese podido encontrar jamás.

No he de negar que en numerosas ocasiones resultó ser una gran amiga, una guía y una luz que me sacó de varios problemas. Mucho menos he de negar que al principio no le dije lo que sentía por ella por respeto, después por pena y finalmente, cuando comprendí mi situación, no le dije por miedo. Además, aunque se lo hubiese dicho antes, sabía que su respuesta hubiera sido una negativa a mis sentimientos y reprimendas de varios tipos.

Mientas yo me preparaba día a día para lograr que su atención se centrase en mi ella no dejaba de mostrarme su desinterés por mis apetitos sexuales, de hecho cuando quería hablar de esos temas ella rodeaba el asunto y terminábamos hablando de cómo me había ido en la escuela y cómo le había ido en su trabajo. Cuando me hablaba de que un hombre la cortejaba me ocupaba de que esa persona supiera de mi existencia para que desistiera en la lucha de conquistar lo que por privilegio me pertenecía.

Centenares de veces le regalé rosas, fragancias, vestidos, la invitaba a cenar o al cine y lo único que recibía a cambio era un gracias y un pinche beso de buenas noches en la mejilla. ¡Maldita puta! ¿Acaso nunca te diste cuenta de que ardía en deseos de cojérte? ¿Acaso pensabas que después de confesarte mis impúdicas y enviciadas intenciones todo seguiría igual? Nunca valoraste todo lo que hice por lograr tu bienestar, nunca me tomaste en serio. Te negaste a ser mía y no me dejaste otra salida, tuve que tomar esa difícil pero acertada decisión. Con tu negativa me obligaste a sacar el arma que tu esposo dejó debajo del colchón, el arma con la que lo maté para que pudieras ser mía es la misma que te cegó por siempre, sin embargo, creo que me ayudaste a quedar en la mejor condición en que uno puede estar en este tipo de funestas situaciones, siempre he creído que es mejor el parricidio que el incesto.