Mi Amo

Me subyugava, me sentía fuertemente atraída por él, algo me decía que merecía la pena intentarlo, que no debía dejar pasar la oportunidad de conocerle como persona, y tal vez como Amo.

MI AMO

Empezaba Noviembre, habíamos coincidido varias veces en el messenger tras un primer contacto en el chat. Íbamos a conocernos.

De él sabía poco, sólo que era un hombre educado, culto y muy sensual, su voz acariciaba mis sentidos, y su firmeza me excitaba sobremanera. Era un Amo.

Hablamos durante varios días, previos al encuentro, a mí me extrañaba su insistencia y su determinación a tener sexo sin protección. Era tajante. Decía: lo haremos sin condón.

Me subyugava, me sentía fuertemente atraída por él, algo me decía que merecía la pena intentarlo, que no debía dejar pasar la oportunidad de conocerle como persona, y tal vez como Amo.

Habíamos hablado poco de límites, sólo de lo que me gustaba, de lo que esperaba en una relación, de mis temores, de mis anhelos, y de mi inexperiencia.

Era un martes, él había podido dejar el trabajo para venir a conocerme, yo estaba nerviosa, pero me había preparado con esmero para la ocasión, duchado, depilado, arreglado el cabello y puesto ropa amplia y cómoda para la ocasión. Iba sin braguitas, con medias hasta medio muslo, y zapatos de tacón negros, como requería dicho encuentro. Iba precavida, pero dispuesta. No sabía lo que podía pasar y mi corazón latía fuertemente mientras le esperaba sentada en un frío banco cerca de mi casa, donde habíamos quedado.

Los quince minutos me parecieron eternos, estuve a punto de volverme y fallar a la cita. El sexo se me congelaba al sentir la frialdad del banco que no protegía la fina falda que llevaba. Quince minutos interminables, durante los cuales por mi cabeza pasaron miles de historias.

Le ví llegar con su coche, me hizo una señal con las luces y me levanté, casi pierdo el equilibrio de la emoción, iba a conocerle. El corazón no podía latir con más fuerza.

Entré.

La temperatura en el interior de vehículo era muy agradable, nos saludamos con un casto beso, pero en los labios. Me detuve unos instantes a observarlo, era elegante, distinguido, su perfume sensual me atraía y su prestancia me imponía. Me sentí pequeña a su lado, pero al mismo tiempo indescriptiblemente protegida. Sentía que a su lado nada debía temer.

Me dijo: enciéndeme un cigarro, entregándome el paquete y el encendedor. Yo se lo encendí, cogiendo también uno a instancia suya.

Durante el trayecto había dirigido mi mano hacia su abultado pantalón, presentándome sus escondidos atributos, e indicándome que lo acariciara, besándome varias veces en los labios con verdadera pasión.

Descaradamente me levantó la falda, tocó mi sexo, hundiendo sus dedos el él.

Sorprendido me dijo: estás muy húmeda, ¿no decías tú que eras seca, que no te excitabas fácilmente?. Yo me sonrojé, era cierto, estaba escandalosamente lubricada.

Iba conduciendo por mi pueblo como si lo conociese de toda la vida, dio una vuelta por él y se encaminó a una de las zonas más altas, donde la vista era espectacular, desde allí se dominaba la bahía, era bello ver las luces y el mar desde esa perspectiva.

Estábamos solos.

Nos besamos largamente, tocándonos mútuamente, en un verdadero delirio de placer.

Abrió su puerta y me dijo que saliese.

La oscuridad de la noche, la increíble vista y las estrellas como cómplices, observaron como yo iba perdiendo completamente mi pudor, adorando el increíble miembro que salía de sus pantalones, lamiéndolo, besándolo, succionándolo, arrodillada ante él.

Me decía: chúpala, putita, ahora eres mía, y yo seré tu Amo en adelante.

Notaba en él su creciente excitación, y ayudando a levantarme, me hizo darle la espalda y apoyarme en el capó del coche, agarrada al espejo retrovisor.

Abre las piernas y mira hacia la bahía,- me dijo-, observa tu precioso pueblo; y sin más preámbulos introdujo su pene en mi sexo.

Entraba y salía con una facilidad pasmosa, la lubricidad de mi cuerpo ayudaba ostensiblemente, me sentía llena, amada, cuando de pronto la sacó y noté cómo buscaba otro orificio. Yo me contraje, y quise darme la vuelta, pero él dulcemente me obligó a mantener la posición, acariciando mis nalgas y dándoles pequeños azotes. Me dejé hacer.

Empezó a penetrarme por el ano, dolorosamente para mí, pero al mismo tiempo haciéndome sentir la dulce entrega. No podía creer lo que estaba sucediendo, y la docilidad con la que me dejaba poseer. Unas lágrimas rodaron por mis mejillas, era doloroso, pero lo deseaba, deseaba sentirme completamente suya.

La sacó lentamente, y, como quien moja su pluma en un tintero, volvió a introducirla en mi sexo, dando varios embites, y sin previo aviso la introdujo nuevamente en mi ano, esta vez sin miramientos, haciéndome gritar.

Me sentí desfallecer, pero él me agarró firmemente. Una sensación embriagadora se apoderó de mí. Las endorfinas que suceden al dolor, estaban haciendo acto de presencia.

Me incorporó, e hizo que volviese a arrodillarme.

Ahora vas a tragarte la leche de tu Amo, -me dijo-, no desperdicies ni una gota, es toda para ti.

Oleadas de semen iban entrando en mi boca, y yo, como buena perrita, iba ingiriendo, deleitándome con el placer de mi Amo. No se escapó ni una gota. Luego me besó en los labios, y vi en sus ojos el orgullo que sentía hacia mi.

Entra, -dijo- aquí hace frío.

Empezó a acariciarme nuevamente los pechos, a presionar los pezones duros como piedras, a escarbar en mi sexo, constatando su persistente humedad.

-Hazte una pajita para mi-. Yo empecé a acariciarme el clítoris, obedeciendo una orden que me agradaba, cuando de pronto apareció en el escenario otro vehículo del que descendieron varias personas. Me bajé la ropa sin pensarlo, pero él me detuvo.

Sigue tocándote,- me dijo-, volviéndome a levantar las falda. -Haz lo que te digo-.

La oscuridad de la noche nos protegía, pero estaban cerca, observaban la bahía, y se les oía hablar, debía ser una familia, por las siluetas y los sonidos.

Seguí acariciándome, medio avergonzada, expuesto mi sexo a la luz de las estrellas, y a la mirada de mi amante.

Cerré los ojos y noté los labios de mi Amo en mi rostro y en mi boca. Me sentí protegida, alcanzando deliciosamente un orgasmo tan intenso que no recordaba.

Él encendió un cigarrillo y me lo dió, sonriendo se encendió otro. –Vámonos-, dijo.

Volvimos tranquilamente a casa.

Yo me atreví a preguntarle, ¿soy la perrita que deseabas?, a lo que él me respondió, -has superado la prueba con creces-. Ya eres mía.

Mis temores habían desaparecido. Él era mi Amo.

Ahora soy suya, sé que él es feliz conmigo, y después de muchos encuentros, sigue existiendo esa pasión y ese arrebato cada vez que nos encontramos.

Le amo.

maddy