Mi amo (3)

conozco a Rodrigo en mi escuela de esclavas, y me cambia los esquemas....

TERCERA PARTE:

Después de esta sesión, y cuando acabaron con los otros esclavos, me llevaron a mi habitación. Sujetaron el collar de mi cuello con una cadena sujeta a una de las argollas de mi cama. Entonces vino a verme El Ama, junto con un hombre que yo aún no había visto.

Me pidieron que me tumbara en la cama y que abriera bien las piernas. Obedecí.

Ellos hablaron sobre mí:

-¿has visto lo que te decía? ¿No te parece guapa y con grandes posibilidades?

-Me gusta, pero tienes que depilar su coño por completo. También debería perder 4 o 5 kilos. Las tetas son grandes y con unos pezones fantásticos para poner en cada uno un arete ¿Cuándo se los pondréis?

-Esta noche. Me parece bien todo lo que has sugerido. Esta tarde nos pondremos con su depilación, y pediré a los cocineros una dieta. En cuanto a la ropa, le favorecen las gasas transparentes, los tacones altísimos, y su largo pelo suelto. Va a ser el plato estrella en la cena del viernes.

El hombre tocó mis pezones. En seguida se pusieron duros como piedras. Debo reconocer que había algo en el que me ponía cachonda. El ama Marita se fue y nos dejó solos. Cerró la puerta, y después me quitó la cadena. Empezó a acariciarme suavemente todo el cuerpo. Conseguía erizar el bello de todo mi cuerpo. El lo sabía. Me preguntó que porque había entrado en la escuela. Le respondí que por expreso deseo de mi amo Javier. Me preguntó que si a mi personalmente me satisfacía ser una esclava. Dije que sí, que me gustaba ser una buena esclava para un amo.

Me pidió que me pusiera de pié. Besó todo mi cuerpo, luego chupó mis pezones, mi culo, mis muslos, mi coño, mi cuello, creo que no dejó un solo sitio de mi cuerpo sin besar y acariciar. Después se marchó, dejándome no solo atónita, sino muy excitada. Volvió a entrar el hombre que me había llevado a mi habitación y me ató manos y pies en cruz a la cama. De esta forma, no podía masturbarme, creía que iba a estallar.

Finalmente me quedé dormida pensando en ese hombre con profundos ojos verdes que me había hechizado.

Cuando me desperté vino a verme una de las esclavas. Me puso un cojín debajo del culo, para elevarlo. Entonces puso un poco de espuma sobre el coño y el culo, y se puso a afeitarme. Paso la cuchilla una y otra vez. Cuando acabó, me limpió muy bien, puso un poco de aceite para suavizar la piel y me acarició y tocó el coño. Se la veía disfrutar con cada roce y más cuando comprobó que yo me sentía un poco incómoda. Le tocaba el turno a mi clítoris. Lo pellizcaba con suavidad, pero sabiendo muy bien como ponerme a mil. Cuando estaba a punto de correrme, ella se dio cuento y paró en seco.

Le pregunté que quien era el hombre de los ojos verdes.

No puedes hablar conmigo y lo sabes. ¿Quieres que nos castiguen a las dos?.

Por favor dime algo sobre el …., su nombre y quien es al menos.

Es el dueño de todo esto. Se llama Rodrigo. Tiene una gran experiencia en este mundo, y no suele venir al no ser que entre una esclava que despierte su interés. El me ha pedido que te afeite y te masturbe, pero sin dejar que te corras. Tengo que prepararte para esta noche.

Me colocó unos adornos en los labios vaginales, me soltó las ataduras y me vistió y peinó con esmero. Luego colocó mis manos en la espalda y las ató con una correa de cuero. Finalmente pintó mis areolas de un rojo intenso y la boca del mismo color. Me besó en la boca suavemente y se fue sin decir nada más.

Me quedé sola, con un vestido de gasa blanca transparente que no cubría mucho de mi cuerpo, unos altísimos tacones, y una gran impaciencia. ¿Qué me pasaba? Yo me debía a mi amo, y tan solo podía pensar en el hombre de los ojos verdes. Incluso me corría frío por el cuerpo solo por recordarle. Quería me castigara, que me follara, que me hiciera suya.

Tras unos largísimos minutos vinieron a buscarme. Me llevaron a la gran sala del primer día. Me pusieron de rodillas, tumbada hacia delante. Enseguida empezaron a azotarme con una vara. Primero suave, y subiendo la intensidad poco a poco. No quería gritar, pero mis nalgas estaban ya muy doloridas. Pararon y me pusieron de pié. Me pegaron entonces con un látigo corto y con varias tiras, pero ahora por todo el cuerpo. Los golpes en las tetas eran muy dolorosos. Cuando los golpes cesaron, caí al suelo agotada. Entonces me ataron en cruz, sin tocar prácticamente el suelo. Me retiraron del coño los adornos que llevaba y dieron algunos golpes más en esa zona, con un cinturón. Varias esclavas separaron mis nalgas y me untaron el ano con un lubricante o algo similar y me metieron algo dentro, frió y pequeño, como unas pequeñas pelotas de golf. En total noté tres bolas entrando en mi esfínter.

Entonces me llevaron a un salón que no conocía. Había una gran mesa redonda, y varios hombres sentados cenando. Entonces entendí lo que habían dicho antes sobre que sería el plato estrella en la cena. Me llevaron hasta un lado de la mesa y me pidieron que me pusiera a cuatro patas en medio. Uno de esos hombres era mi amo, y otro era Rodrigo. Me sentía un poco azorada. Miraba de reojo, pues sabía que no me estaba permitido mirar directamente a ninguno de ellos. Mi postura era terrible, con mi pecho colgando, abierta de piernas y expuesta a todos esos hombres, y también al resto de esclavas que estaban de pie en la habitación. Las bolas que llevaba dentro empezaban a molestarme. Me pidieron que fuera girando sobre mí, para que todos los comensales disfrutaran por igual de mi cuerpo. Hasta ese momento no había notado que me tocaran. Cuando terminaron de cenar, el resto de esclavas limpiaron la mesa. En eso momento me dijeron que me pusiera en cuchillas y expulsara las pelotas que tenía dentro. Lo hice, aunque temía que con el esfuerzo, pudiera salir de mi cuerpo algo más que las bolas, y fuera castigada por ello. No fue así.

Pronto me daría cuenta que ese noche no iba a tener sexo, ni azotes, ni consoladores, esa noche sólo quedaba el momento en que me colocaran los piercing que mi amo hubiera decidido para mi.

En ese momento ataron mis muñecas y mis tobillos con las correas a unas argollas que había en la mesa. Apareció el ama Marita. Ella llevaría a cabo las perforaciones. Noté que había música clásica de fondo, que el resto de esclavas fueron obligadas a ponerse de espaldas a la mesa. Entonces el ama Marita tomó uno de mis pezones, le pasó un poco de hielo para ponerlo duro y luego, sin casi darme tiempo a reaccionar, colocó una aguja algo gruesa en un extremo del pezón y lo perforó de un solo golpe. No quería gritar, pero una lágrima cruzó mi mejilla. Fue bastante doloroso pero ya estaba metido un precioso aro metálico con una lágrima de cristal azul colgando de el. Cuando pensé que seguiría con el otro pezón, paso a colocarse en mi vulva. Tocó mi clítoris, estiro mis labios vaginales, me abrió, comprobó mi humedad…. No sabía si me gustaba o si humillaba. Cuando hubo decidido donde colocaría el piercing, perforo ambos labios. No pude reprimir un grito de dolor para automáticamente después pedir perdón por mi flaqueza…. El ama Marita me abofeteó y me dijo que sería castigada por haber gritado. Colocó el piercing justo debajo del clítoris, uniendo ambos labios.

Unos minutos después todos los amos desalojaron la sala después de revisar mis nuevos piercing y las esclavas me desataron. Una de ellas se atrevió a decirme que tenía mucha suerte pues sólo me habían colocado dos. Me llevaron a mi habitación y esa noche no me ataron. Me miré a un espejo y la verdad es que ambas piezas eran preciosas, elegidas con buen gusto, pero tras la tensión, me puse a llorar. Me tumbé en mi cama y me quedé dormida, sabiendo que me esperaba un castigo el próximo día.