Mi amo (2)

Sigo como esclava en la escuela, y recibo algunos castigos junto a otros esclavos.

SEGUNDA PARTE:

Nunca me he considerado lesbiana, pero esa mujer era realmente una experta comiendo coños. Pasaba la lengua por cada poro. La ponía dura y penetraba mi vulva. Luego bajaba hasta detrás del ano. Volvía a subir y sorbía mi clítoris ya de por si henchido de tanto placer. Estaba completamente expuesta y abierta, y no podía hacer nada para evitarlo. Ella me tenía a su merced, y lo sabía.

Entonces paró de repente. Se alejó unos minutos dejándome allí sola. Volvió y yo estaba impaciente, a la defensiva, sin saber que me deparaba el resto de noche. Pude oír como un tintineo metálico. Me dijo:

Ya ha llegado el momento de tu castigo. Por ser el primero seré benevolente, pero espero que te portes correctamente y no grites como una histérica. Estás aquí para aprender y con esto se aprende.

Yo no sabia que pensar, aunque tampoco tenía mucho tiempo.

Empecé a notar pequeños pinchazos en mi vulva expuesta. Unos eran más dolorosos que otros, pero mantuve la boca cerrada tal y como me había pedido. Entonces me contó lo que estaba haciendo.

Te estoy poniendo 5 imperdibles en tu chochito esclava. Los paso de lado a lado y los cierro. Los dos primeros que ya he puesto eran muy finos, pero los que quedan son más gruesos y doleran un poquito más. Luego te chuparé la sangre que caiga, y te lameré nuevamente cada trocito de tu chocho y te dejaré correrte si no sale ningún grito de tu garganta.

Siguió poniendo los imperdibles y cada vez era más doloroso, pero estaba dispuesta a no chillar, a aguantar todo lo que me hicieran en ese lugar. Me acordé de mi amo. Le echaba de menos, pero a la vez me alegraba de que no estuviera viendo la escena, la sangre, mis gotas de sudor corriendo por mis mejillas….

El último fue realmente alucinante. Parecerá una tontería, pero solo podía pensar en si quedarían marcas en mis preciosos y tersos labios vaginales. Quería que siguieran siendo como hasta entonces. No salio un gemido de mi boca. Entonces, empezó a cumplir lo prometido y pasó su lengua por mi coño. Se lo comió con unas ganas increíbles. Me dijo que esto había sido parte del entrenamiento para cuando mi amo me colocara un piercing. De repente empezó con los leves mordiscos en el clítoris, y ya no podía más, así que pedí permiso para correrme. El ama me dijo que me lo había ganado, así que estallé en un increíble orgasmo.

Cuando había terminado, me quitó los imperdibles. No me pidió que le hiciera nada para correrse ella también, algo que me sorprendió. Me dio un leve beso en la boca y me dijo que me durmiera.

Por la mañana me despertó un joven moreno, me levantó y me llevó al baño. Tuve que orinar delante de el. Luego me enjabonó y me lavó. Notaba un ligero dolor en mis labios vaginales. Me puso aceite en todo el cuerpo y luego un vaporoso vestido de seda prácticamente transparente.

Me llevó a la cocina para desayunar. Por fin pude ver a otros esclavos. Había una chica despampanante, morena, delgada, de inmensas tetas, un cuerpo perfecto y ojos verdes y muy penetrantes. Llevaba un aro enganchado en cada pezón y de cada aro colgaba una tira que parecía de acero. A su lado había otra chica rubia, más normal, y no muy delgada. Tenía aspecto de ser una mujer triste. Llevaba algo metido en su coño y su culo, y sujeto por una especie de arnés y un cinturón. Finalmente vi a un chico que parecía bastante joven, también rubio, y estaba esposado con las manos en la espalda, así que comía metiendo la cara en un plato hondo. Me senté a su lado y empecé a comer lo que tenía delante. Pasados quince minutos, el mismo chico que me había levantado de la cama, vino a por nosotros y nos pidió que le acompañáramos.

Nos llevaron a una sala muy luminosa. Nos esperaba Marita, el ama. Nos dijo que debíamos hacer cada uno lo que se nos pidiera al esclavo que estaba a nuestra derecha.

Primero nos pusimos de espaldas los unos a los otros, y haciendo una fila. A tres de nosotros nos dieron una tira de cuero muy ancha, como un cinturón. Nos pidieron que abriéramos las piernas y que golpeáramos al esclavo que teníamos delante de abajo hacia arriba, dando en los genitales. Primero suave, y luego subiendo la intensidad. Cuando ya habíamos dado y recibido unos 30 golpes, nos dijeron que paráramos. La esclava morena que era la que no había recibido golpes, se puso en medio y tuvimos que darle 10 cada uno de nosotros en diferentes zonas del cuerpo. A mí me tocaba en el culo, el otro en las tetas y la última en el coño bien abierto, pues la obligaron a abrirlo con los dedos mientras recibía los azotes.

Después fue mi turno para que me colocaran consoladores en coño y culo. El esclavo los sujetó con un arnés, luego me colocó a cuatro patas en una mesa. El ama comprobó la colocación y luego me pellizcó los pezones con fuerza. Me puso unas pinzas en cada teta, y me ató manos y piernas de modo que quedaba abierta en cruz y expuesta. El esclavo se tuvo que arrodilar delante de mi culo, separó mis nalgas y se puso a comerme el culo, intentando meter la lengua donde estaba el consolador. Otra esclava se puso delante y me chupo el coño, alrededor del consolador. El ama vigilaba a los esclavos y les increpaba y azotaba cuando creía que no lo hacían correctamente. De vez en cuando me daba algún fustazo en las nalgas, el estómago, los muslos o las tetas.

Estaba ya agotada, cuando mandaron parar a los esclavos. Me quitaron las pinzas de los pezones, pero los colocó en mis labios, estirándolos bastante. Notaba los pezones muy doloridos. Entonces me colocó una bola en la boca, y enseguida me puso también una venda en los ojos.

Es increíble lo mucho que se agudizan el resto de sentidos, cuando el de la vista no se puede utilizar.

Noté algo caliente en los doloridos pezones. Parecía quemar, así que pensé que era cera. Con unas poleas me estiraron brazos y piernas y elevaron las piernas. Me quitaron los dos consoladores. Notaba mucho el peso que colgaba de las pinzas. También noté como me lo quitaba. Era peor el dolor al quitarlas que al ponerlas. Tal y como estaba colgada, todos mis agujeros estaban muy expuestos. Noté gotas ardientes en todo mi cuerpo, las primeras que cayeron en mi clítoris, vulva y ano dilatado arrancaron gritos ahogados de mi garganta. Ya entendía el porqué de la bola en mi boca.

Luego me fueron quitando la cera pegada con leves golpes con algo fino, que supuse era la fusta.

La fusta siempre me había puesto muy cachonda. Recuerdo que cuando mi amo me regaló una, fue un momento increíble. Es fantástico el golpe certero que produce. Siempre me ha gustado cuando mi amo me pegaba en el culo y la cara interna de los muslos con ella, y con el cinturón de su pantalón en todo mi coño.

Finalmente todo terminó. Me desataron y me dijeron que me sentara a esperar que terminaran con el resto de esclavos. La silla tenía una enorme verga de cuero, que me costó un poco meter. Cuando por fin estaba sentada, me sentía completamente "ensartada".

Contemplé durante un buen rato como castigaban a los otros esclavos. Al chico le pusieron a cuatro patas y le metieron un enorme consolador en el culo y lo fijaron con un arnés. Luego le azotaron con un látigo de cuero que terminaba en varias tiras. La polla estaba metida en una especie de calcetín de cuero rígido, que solo dejaba ver sus huevos, totalmente afeitados. En la piel que colgaba de sus testículos, se podía ver un aro metálico, y de este una bola de acero, que tiraba con su peso de sus pobres pelotas. Seguro que su polla estaba empalmada, pero dentro del cuero estaría retorcida.

Otra de las esclavas se fue con el ama que me había castigado a mí la noche anterior. La otra que quedaba fue atada a un potro y recibió un enema. Luego un dildo para que el agua no saliera. Yo estaba sorprendida de la cantidad de líquido que metieron por su culo y como conseguía que no saliera nada. Empezó a llorar, pidiendo que se lo quitaran, y le taparon la boca. Entró en la sala un perro pequeño que empezó a comerle el coño. Ella intentaba moverse, pero las ataduras no se lo permitían. Luego el perro le metió la cola en el coño. Ella no paraba de llorar, las lágrimas caían por sus mejillas. Cuando el perro acabó, volvieron a meter el agua pero por el coño. También pusieron una especie de tapón para que el agua no saliera. Después de unos minutos quitaron el tapón y el dildo, y el líquido salió de su cuerpo como un torrente. La secarón y le echaron un líquido en el coño que parecía ser alcohol. Debía serlo, pues comenzó a retorcerse e intentar gritar. Yo miraba la escena con cara de susto, pero no decía nada, pues casi prefería que no se fijaran en mí. Cuando la esclava se tranquilizó, le quitaron la mordaza de la boca, la desataron y la enviaron a su dormitorio. Luego me dijeron a mí que fuera también con ella, y que la chupara el coño durante 15 minutos para aliviar un poco el escozor. Se lo chupé con todo el cariño del mundo, pues ardía y estaba muy rojo. Ella se corrió en mi boca tres veces y cuando me mandaron irme a mi habitación me miró y me dio las gracias besándome en la boca.

Dormí una siesta reparadora, sabiendo que cuando me levantara me tocaba una sesión muy especial, pues iban a anillar mi coño y posiblemente mis pezones. Pero eso os lo contaré en mi siguiente relato…. si es que este os ha gustado.