Mi amo
Mi amo y yo pactamos que yo entre en una escuela para esclavas, donde aprenderé a aceptar mi condición y a darle mas placer.
Sonó el teléfono. Yo ya sabía que era el. Mi amo. Levanté el auricular y pregunté tímidamente ¿Quién es?. Me contestó su voz suave pero varonil, tan aterciopelada: Soy tu amo. ¿Estás preparada?
Le respondí asintiendo con la cabeza, aún sabiendo que no podía verme. Rápidamente le dije que sí, que estaba preparada y esperando sus ordenes.
Dijo: Te espero en el portal de tu casa en cinco minutos. Baja con tu maleta.
Mi amo llevaba preparando este viaje mucho tiempo. Me iba a llevar a Barcelona a una escuela de esclavas para que me enseñaran a ser una buena esclava. Era un pacto que habíamos hecho unos meses atrás. Yo necesitaba ser su esclava, y el sería mi amo, me enseñaría y me ayudaría a completar mi adiestramiento. Las condiciones que puse fueron dos: nada de marcas definitivas ni quemaduras, y no podría venderme nunca a nadie sin mi consentimiento.
El me ha enseñado mucho en este tiempo. Cada vez que hemos estado juntos ha sido una fantástica sesión, sin prisas, siempre con mucha calma, disfrutando del placer mutuo. Es como un ritual, donde el deja la impronta de su carácter. Y yo le amo por eso, por haberme descubierto mi realidad, un realidad que yo desconocía, pero que necesitaba salir fuera de mi.
Una vez en el coche, no podía esconder lo nerviosa que estaba. Mi amo lo notó enseguida. Me dijo que el estaría conmigo al principio y que no me preocupara de nada. Me quedé dormida y cuando me desperté estábamos llegando a una casa de campo en las afuera de Barcelona. Había un largo camino, marcado por cipreses, y que terminaba es una preciosa masía de piedra con un amplio jardín. En la entrada había una verja de gran altura. Cuando el coche se aproximaba, la verja se abrió para dejarnos paso. Después se cerró detrás de nosotros. Salieron a recibirnos varios perros. No había dos iguales. Vi un mastín precioso, un labrador negro como el azabache, dos perros sin raza concreta, un beagle y otro perro pequeño. Me dí cuenta de que todos eran machos.
Se abrió la puerta principal de la casa y apareció un matrimonio de unos cuarenta años. Saludaron cariñosamente a mi amo. Después se dirigieron a mí, me miraron de arriba abajo y luego exclamaron:
Así que esta es Alejandra, tu esclava. No mentías acerca de su belleza. Es preciosa. Sobre todo esos ojos tan azules y sus labios perfectamente definidos.
Si la verdad es que es muy guapa, pero aún no habéis visto lo mejor. Creo que esta tiene algo especial, algo que no tenían las otras .
No te preocupes, trabajaremos duramente y si tiene madera, será la mejor esclava que haya salido de esta casa.
La mujer, que se llamaba Marita, se acercó a mí, me sujetó la barbilla y me miró a los ojos, aunque yo bajaba los míos como prueba de obediencia y humildad. Me dijo que ella sería a partir de entonces "el ama". Yo asentí con la cabeza.
Su marido dijo: Coge tus cosas y entremos. Vamos a comenzar a prepararte.
Me enseñaron la casa. Primero mi habitación. Tenía una preciosa cama con dosel en medio del espacio. Comprobé que había varias argollas en distintos lugares del techo y las paredes. También había una pequeña mesa con un juego de consoladores de diferentes tamaños. En el baño pude ver una de esas bañeras antiguas, que no están fijas al suelo, un pequeño lavabo y un orinal. No había inodoro, cosa que me extrañó mucho. El baño no tenia puerta.
También me enseñaron donde estaba la cocina y el comedor. Allí pude ver a dos mujeres. Estaban sentadas comiendo, prácticamente desnudas. Una tercera recogía la cocina.
Luego un montón de puertas que supongo serían de otros dormitorios, pero no me permitieron verlos.
Finalmente pasamos a un inmenso salón con un ventanal a un precioso jardín. En el salón vi a dos chicas más. Un estaba desnuda y a cuatro patas en el centro del salón, y la otra le comía la verga a un atractivo señor que estaba cómodamente sentado y fumando una pipa en un butacón. En la otra mano llevaba una fusta y de vez en cuando azotaba el culo de la chica y le oí regañarla: no lo estás haciendo como te he enseñado. Debes aplicarte. Quiero que lo hagas con más suavidad y sin que sienta tus dientes en mi polla.
Ya en el salón todos se sentaron en otra zona diferente. Yo me quedé de pié, y entonces mi amo me pidió que me desnudara.
Comencé a desabrochar mi blusa, muy despacio como le gusta a mi amo. Luego seguí con la falda. Me quedé sólo con las medias, que iban sujetas por el liguero y el sujetador, pues mi amo no me permite usar bragas. Desabroché el sujetador también, y mi amo me dijo que me dejara el liguero y las medias.
Después el ama Marita me dijo que fuera a la mesa que había detrás de mí y que me tumbara boca arriba con las piernas muy abiertas. Se pusieron los tres a mi alrededor. Me tocaron las tetas, para que los pezones se pusieran erectos. También me abrieron el coño y el culo, para comprobar que estaba bastante cerrado. El ama y su marido estaban encantados con lo que veían. Les oía hablar sobre si me pondrían un anilla en este sitio o en otro, sobre si mi amo quería marcarme con fuego, y otras cosas parecidas, que si bien me ponían los pelos de punta, tenía claro que quería pasar por todas y cada una de ellas con tal de ser una buena esclava.
Me mandaron a descansar un rato a mi habitación, para estar preparada para la sesión de esa noche. Obedecí, pero no pude descansar mucho pues estaba nerviosa.
Estaba relajada en la cama cuando vinieron varias personas a mi habitación. Me pidieron que me levantara. Me miraron de arriba abajo, y luego me mandaron tumbarme a cuatro patas y con las piernas abiertas. Me tomaron medidas del cuello, la cintura, la cadera, e incluso me metieron varios dedos en el culo y el coño, para comprobar lo estrechos que eran estos agujeros. Enseguida sentí algo frío en mi culo. ¡me estaban poniendo un enema!. Me puse colorada, y me senté en la cama, cruzando las piernas.
Inesperadamente recibí una bofetada de una de las mujeres del grupo. Era una jovencita preciosa, alta y delgada, rubia y con unos penetrantes ojos negros. Se encaró conmigo y me dijo:
¡nadie te ha dicho que te sientes! ¡vuelve a tu postura de perrita, o recibirás otra bofetada"
Por supuesto obedecí a toda velocidad, y a duras penas conseguí que no se saliera el enema de mi culo, arrastrando cualquier resto de mis intestinos ¡que vergüenza estaba pasando!. En ese momento un joven colocó un collar en mi cuello. También me puso algo parecido en los tobillos. Luego me llevaron al baño, y me obligaron a expulsar el enema delante de todos ellos.
Me increpaban continuamente, diciendo que no tenían todo el día. Para mi todo esto era nuevo. Ya había estado en fiestas donde me habían atado, pegado con látigos, fustas, cinturones, sodomizado, y mil cosas más, pero nunca había sido obligada a defecar en público. Estaba claro que mi amo quería que mi adiestramiento fuera completo. Yo estaba dispuesta a hacer todo lo que se me pidiera.
Después me lavaron, me pusieron un aceite en todo el cuerpo, y terminaron de ponerme el resto de correas. Luego me dieron unos zapatos de tacón de aguja negros, y finalmente me vendaron los ojos con un pañuelo.
Sentí entonces como unían una cadena a mi collar. Tiraron de ella suavemente y comencé a andar muy despacio. Los zapatos hacían que me contoneara a cada paso, pues no estaba acostumbrada a ese tipo de tacón tan alto. Me sentía una diosa, exultante y excitada. Estaba segura que había muchos ojos puestos en mí, y que esa iba a ser una noche inolvidable.
Me ataron los tobillos a algo, supongo que un poste, por lo que mis piernas se quedaban muy abiertas y separadas. Los brazos los ataron también separados, en forma de cruz. Noté muchas manos sobando todo mi cuerpo, besándome cada rincón. Una lengua se detuvo en mis pezones, que ya estaban duros y tiesos. Chupaba uno y luego el otro. Noté otra lengua lamiendo mi clítoris y otra en mi culo. Estaba muy cachonda, pero enseguida pararon.
Empezaron a azotarme. Primero noté un látigo en mis nalgas. Los golpes no eran muy fuertes, pero con cada uno de ellos, mi coño se contraía de gusto y se mojaba más y más. Luego note un cinturón de cuero, primero en mi culo ya dolorido y después con golpes más suaves en mi vulva, que de vez en cuando también acertaban en mi clítoris. Cada vez estaba más abierta, más receptiva.
Cuando los golpes cesaron, noté que me desataban, y me pusieron a cuatro patas en el suelo. Unos dedos pusieron algo viscoso, quizá vaselina en la entrada de mi culo. Me ardía. Entonces me colocaron un consolador en el coño y otro en el culo. Los sujetaron atándolos al cinturón de mi cadera. Entonces empezaron a pasarme algo frío por los pezones, alrededor del ano, justo donde acababa el consolador, el clítoris, mis labios vaginales.
Me pidieron que abriera la boca y no me moviera. Una polla no muy dura entro en mi boca. No me moví, tal como me habían advertido. Fue la polla la que se movió a sus anchas en mi boca. Se puso muy dura. No era muy grande, pero si ancha. Me dolía el cuerpo con esa postura. Seguía sintiendo manos pasando por mi cuerpo. Entonces sentí varias pinzas en mis labios. Mi coño dolía con horror. Me habían colocado muchas pinzas, una pegada a la siguiente. Luego fue el turno de mis tetas. Por la postura a cuatro patas, mis tetas colgaban y se balanceaban. Entonces note como en cada pezón colocaban algo que los "mordía" y un peso que tiraba de mis pezones. ¡dios, pensé que iban a arrancármelos!
Pasé así, gritando de dolor varios minutos y varias lenguas chupaban mi cuerpo. Una se concentró en mi clítoris, y me hizo olvidar un poco el dolor. Me quitaron muy despacio las pinzas de mi coñito dolorido, y finalmente las de las tetas. Los pezones me palpitaban. Me los chuparon con fruición. Quería correrme, pero sabía que no podía hasta que no me autorizaran.
También retiraron los consoladores. Inmediatamente los sustituyeron por una buena polla. Nuevamente me colocaron para que entrara una en mi coño y otra en el culo. Ya estaba bastante abierto, pero aun así me dolió cuando entro la polla de un golpe seco.
Pregunté tímidamente ¿puedo correrme? La respuesta fue contundente. Me abofetearon y me dijeron:
"una sumisa sólo habla cuando la preguntan. Serás castigada por tu atrevimiento"
Me quedé helada. No pensaba tener esa respuesta. Estaba rendida y dolorida y quería que esta sesión acabara cuanto antes para poder dormir un poco.
Mis dos pollas se corrieron a la vez dentro de mí. Entonces alguien me puso una cadena en el collar del cuello y tiró de mí hasta mi dormitorio. Sólo allí me quitaron la venda de los ojos, y todas las cadenas, y collares, excepto el del cuello. Me asearon en el baño. Fue la chica rubia de antes. Me lavó cada trozo de piel con cuidado, pasando sus dedos con jabón por cada pliegue de mi cuerpo. Me secó con el mismo cuidado y me tumbó en mi cama, uniendo mi collar del cuello a una cadena que colgaba del techo. Comenzó a lamerme mi coñito dolorido, con cuidado, dando leves mordisquitos en mi clítoris. Me dijo entonces al oído:
Yo soy la elegida para inflingirte el castigo pendiente. No creas que se nos ha olvidado nunca se nos olvida un castigo putita.
El castigo y la segunda sesión forman parte de la segunda parte.