Mi amiguita la bibliotecaria
Una "amiga" peculiar.
Mi amiguita la bibliotecaria
La había visto un par de veces, sin reparar realmente en ella. La primera vez que la traté fue un día que tuve que ir a la biblioteca a consultar varios libros, y me quedé toda la mañana ahí.
Eficientemente puso a mi alcance cuanto ejemplar solicité; e incluso me orientó respecto al contenido de tal o cual libro, lo cual, en una biblioteca que cuenta con más de quince mil volúmenes, me pareció extraordinario. Sin embargo, había algo en su modo de mirar a hurtadillas, de desviar la mirada que encontré desagradable; una personalidad laxa, inconsistente.
Pero bueno; no era cosa de hacer consideraciones personales, si en el desempeño de su labor era tan dedicada.
A la hora de la comida, me propuso que comiéramos juntas; pero me sorprendí a mi misma respondiendo un espontáneo "¡no!", que me sorprendió a mi misma, pues acostumbro siempre ser amable con todo el mundo y en lo último en lo que pensaría sería en tratar a las personas según su apariencia. De modo, que aunque su aura me resultaba muy pesada, enmendé la respuesta y le dije que sí.
En este punto, tal vez sería prudente describirla. Si la naturaleza quiso ser ingrata con algunas mujeres, ciertamente ésta es una de ellas. Imaginen a una mujer de cincuenta años, de piel blanca y carne fofa. De estatura mediana, cabello rizado, de ese rizo pequeño y apretado como el de las personas de raza negra. sus hombros caídos, su espalda gruesa, los pechos bajos y visiblemente flácidos, de cintura inexistente, de piernas flacas y nalgas no visibles. Y su cara su frente, demasiado amplia, no puede ser disimulada con los mechones que trata de acomodar sobre ella. Su nariz tiene la forma de una berenjena, y su boca es larga, de labios flacos, y dientes dispares. En su barba asoman algunos negros y gruesos vellos, que le dan la apariencia de una bruja, que se remarca por sus ojos saltones que miran con una expresión de angustia, y que parecen querer saltar fuera de sus órbitas.
No; la pobre Elba no es ninguna belleza. Ustedes dirán, igual que yo, que hay algunas bellezas interiores. Que la apariencia es lo de menos. Que la cultura, sensibilidad y amabilidad pueden obrar maravillas en quien observa a esa persona poco agraciada, y que hay feas simpatiquísimas, o valerosas, o brillantes ejem!. Sigan leyendo.
En el transcurso de la comida, me sorprendió lo culta e interesante que resultó ser. (Cuándo aprenderá el ser humano a no prejuzgar a sus semejantes solamente por la apariencia, me reclamé a mi misma).
A partir de entonces, por lo menos una vez a la semana comíamos juntas, y debo decir que muchas veces la comida transcurría entre risas y bromas, y me felicité por haber conocido a una amiga así.
Era una dicotomía muy interesante donde al mismo tiempo que citaba con toda facilidad y naturalidad los tópicos más selectos del arte, hacía evidente su innegable torpeza, (era capaz de pasar veinte veces distintas por la misma calle, jurando que era otra, y tercamente guiar al taxista por las calles más olvidadas de Dios, asegurando que "más adelante" encontraríamos una avenida que nos llevaría a dónde íbamos; era normal explicarle algo que ella escuchaba con toda atención, para, ya que la plática estaba a la mitad o casi por concluír, lanzar un "¿eh?" con la más absoluta cara de idiota y entonces confesar con una cara de estupefacción que no había entendido nada desde la primera frase.
"A los amigos hay que aceptarlos como son", era mi argumento frente a mis otros amigos que cuando me veían salir con ella me preguntaban alarmados: "¡¿en serio sales con ella?!"
Sin embargo, lo que en un principio me parecía ser una persona gentil que trataba por todos los medios de hacerse agradable para hacer a un lado su apariencia, fue dando paso a actitudes que me hacían pasar pequeños enojos. Por ejemplo, cuando llegaba la hora de pagar la cuenta, se empeñaba tercamente en pagarla ella, y para evitarlo yo tenía que pretextar que iba al baño, para pasar a la caja y pagar mucho antes de terminar de comer para que cuando el mesero llegara, y ella empezara a hacer su "show" de querer pagar, la cuenta ya estuviera liquidada.
Su actitud encimosa llegó al extremo de sugerirme que comprara un piso cerca de donde vive ella. Cuando me lo sugirió, aún sin pensar ninguna cosa mala, me apresuré a explicarle que ya estaba comprando piso por otro rumbo de la ciudad.
Cuando me entregaron mi piso, por cierto, mi hermana la conoció. Mi hermana era una persona sumamente receptiva. Y al día siguiente me dijo, medio apenada, que "tal vez debido a que mi amiga tiene una cara tan feíta, la pobre", había soñado con brujas.
A mi hermana no le gustaba esa amistad, aunque no se oponía a ella.
Cuando poco después mi hermana murió, fue Elba la primera en llegar a los Rosarios y pensé para mis adentros "perdóname, hermana; pero finalmente es sólo una mujer que buenamente se ha acomedido a rezar conmigo por la salvación de tu alma". Así como que me disculpé con el espíritu de mi hermana por no haberme negado a la presencia de Elba en el novenario.
Además; ¿con qué pretexto habría podido?
Los meses pasaron y seguí siendo su amiga; aunque debo reconocer que cada día me parecía más y más "pesada"; su actitud era absolutamente asfixiante; sus amabilidades, insistentes y persistentes, me hacían incluso pasar ridículos; al grado que algunas personas malintencionadas llegaron a dirigirnos miraditas maliciosas cuando nos veían irnos juntas.
En una cena de oficina de fin de año, se le "pasaron las cucharadas"; y empezó a poner su mano en mi rodilla diciendo que yo era "su querida amiga".
Me pareció tan desagradable que dije que ya era muy tarde (en realidad eran las 8 de la noche) y me retiré. ¡Pues salió al portal a alcanzarme! Medio beoda, le decía a los guardias de seguridad: "esh quella esh mi querrrrida amiga! Y voy a invitarla a la shena de fin de año en mi casa! ¡y qué cada quien (hic!) beba lo que quierrrra!
Sentí tanto asco, que debe haberse reflejado en mi expresión, al grado que su hija de inmediato la tomó por los hombros y la introdujo de nuevo al salón, mientras yo tratando de disimular detenía un taxi para irme lo más pronto de ahí.
A raíz de eso, comencé a mirarla con otros ojos y pude darme cuenta de que cuando hablaba con alguien que le desagradaba, delante suyo era tan gentil y tranquila como de costumbre, mientras que cuando su interlocutor se alejaba, la expresión adquiría un aspecto rencoroso. También caí en cuenta que solía hablar mal de la gente, como haciendo que sólo repetía lo que se contaba por ahí; pero en realidad se dedicaba a esparcir rumores sobre las personas que le caían mal.
Un día de lluvia, se empeñó en montarme en los hombros su sweater. Descubrí infartada que estaba impregnado de olor a sudor. Todavía traté de ser educada, pero tuve que contener una arcada pues mi estómago se revolvió de asco.
Otro día con cualquier pretexto INSISTIO en llevarse mi chal. (de verdad era un chal hermoso; pero cuando ella me lo devolvió, lo deposité en el cesto de basura).
No me pregunten por qué. Simple y sencillamente jamás lo habría vuelto a usar.
Pudiera ser que se trate de una persona poco agraciada, e incomprendida. También puede ser que sea una persona cuya fealdad externa coincide con un interior igualmente feo, ya saben la ley física: "los líquidos adoptan la forma del envase que los contiene".
Yo por si las moscas, he puesto tierra de por medio y no creo que jamás le volvería a hablar.