Mi Amiguita de la Oficina...

A veces la vida nos da sorpresas, buenas y malas. Ésta fue una de las mejores que he tenido y me sigo preguntando si todo lo que ocurrió cuanto les narro aquí no fue “fríamente calculado” por la aparentemente inocente fémina que coprotagoniza ésta historia...

La historia que les voy a relatar ocurrió hace poco tiempo y se dio de una manera que, de no ser por las múltiples sorpresas que la vida me ha dado (buenas y malas), no la hubiera concebido como algo posible de ocurrir. También me pregunto – estúpidamente quizá – si todo lo que ocurrió cuanto les narro aquí no fue "fríamente calculado" por la fémina que coprotagoniza ésta historia. De ser así, ¡que lejos estamos nosotros los hombres de poder siquiera vislumbrar los límites a los que son capaces de llegar las mujeres cuando se proponen algo!

Tengo una amiga del trabajo. No es una mujer súper guapa, ni tampoco tiene un gran cuerpo, pero es una muchacha muy educada, amable y simpática. Es oriunda de la provincia mexicana, y a pesar de no ser capitalina – de donde se supone debieran ser las personas con el mayor y más alto nivel sociocultural en el país –, debo reconocer que ésta chica es sumamente sencilla y agradable, bien preparada y con una actitud muy abierta y cordial. A pesar de no ser una joven con un gran atractivo físico (tampoco es fea en absoluto), fue su exquisito trato lo que me llevó a fijarme en ella y, finalmente, a desearla tanto física como emocionalmente.

Se llama Laura, aunque por razones obvias no puedo proporcionar ni su apellido ni el lugar en el que labora. Lo que si puedo es darles un descripción física de ella: delgada, de 1.65 mts de estatura, cabello güero con rayos, lacio hasta la mitad de la espalda, piel muy blanca, ojos café oscuro muy bonitos, nariz prominente con tendencia a ser ligerísimamente aguileña, senos de tamaño regular y nalgas algo planas, pero con un rostro que, aunque para algunos no sería el más angelical, tiene la particularidad de que, en ciertos ángulos, resulta muy sensual y atractivo. Desafortunadamente rara era la ocasión en que la podía ver vestida con algún atuendo sensual, ya que por las políticas de la empresa, ella debía vestir siempre de uniforme – generalmente, un aburrido y poco interesante conjunto de saco y pantalón holgado gris claro. Sin embargo, en alguna ocasión tuve la fortuna de verla vestida sin el uniforme – con unos jeans ajustados, botas y una blusita pegada – y debo decir que por poco se me cae la baba de lo increíble que se veía.

Ésta muchacha vive con una amiga. Sus padres residen en la ciudad provinciana en donde ella nació, y actualmente ella renta – con ayuda de su compañera y de cuyo nombre no me acuerdo – un departamento pequeño en una de las colonias de nivel medio-bajo de la Cd. de México. Yo la había conocido debido a que, por mi actividad en la compañía donde laboramos, me tocaba tratar con ella de vez en cuando (estamos prácticamente en extremos opuestos de la oficina, en Departamentos y/o Áreas distintas). Pronto me sentí atraído hacia ella por su muy amable forma de ser y porque siempre me recibía con una sonrisa y un saludo muy cálido. La visitaba con frecuencia en su cubículo cerca de la hora del cierre y, pese a mi deseo de salir con ella, nunca había yo querido hacer ningún intento de "aproximación", pues sabía que tenía novio y no quería que por "echarle los perros", ella decidiera alejarse de mí, privándome de su exquisita compañía.

De cualquier forma, ya habíamos salido en un par de ocasiones a comer y nos la habíamos pasado muy bien. Así pues, una noche antes de regresar a mi casa, me armé de valor, pasé a verla, y la invité a salir para el siguiente sábado por la noche, a uno de los muchos bares que hay en Av. Revolución, en pleno corazón de la capital mexicana.

Aunque ella veía a su novio únicamente los fines de semana, en aquella ocasión su "media naranja" no iba a estar y por ello accedió a mi invitación. Huelga decir que aquel sábado habría de superar todas mis expectativas en cuanto a diversión y emociones se refiere con ésta nena.

Ya en el bar, al principio todo estuvo dentro de lo que se puede llamar "una típica salida de amigos". Sin embargo, conforme fue transcurriendo el tiempo, las cosas se fueron poniendo interesantes, pues el ambiente en el lugar era de lo mejor (luces tenues, música de jazz suave, y una velita, dos copas de vino y un plato de quesos en la mesa) y el alcohol nos ‘puso a tono’: empecé a tomarla de la mano poquito a poco, ella se me fue acercando y acabamos platicando quedamente, muy cerca uno del otro, viéndonos a los ojos cual par de enamorados, tomados de las manos. Ahí fue donde ya no tuve mas remedio que confesarle lo que me había callado durante muchos meses:

-Laurita, preciosa: estoy enamorado de ti. Me gustas mucho. Eres una niña guapísima, muy amable, simpática, sencilla... En fin... La verdad es que desde que te conocí solo he pensado en éste momento y en confesarte lo mucho que desearía ser tu novio.

Ella se sorprendió un poco por ésta confesión – abrió los ojos y respingó –, aunque quizá no fuera del todo una sorpresa para ella. Además, yo estaba seguro de que, pese a que ella tenía "domador", yo no le resultaba indiferente. Iba a contestarme, pero me adelanté remachando lo que ya había empezado.

-Entiendo que tengas novio y que no quieras abandonarlo. De cualquier manera, prefiero que lo sepas aunque no andes conmigo, a quedarme callado y que nunca te enteres.

Le besé las manos y nuestras miradas se volvieron más intensas que nunca, aunque solo por unos breves instantes, antes de que ella desviara la mirada, se pusiera roja como jitomate y se riera (clásico síntoma de timidez). Durante algunos segundos - que me parecieron interminables - sólo las voces de los demás comensales y el suave sonido de la música de fondo fue lo único que se escuchó. Finalmente, después de algunos momentos, me respondió, todavía roja como una amapola: me dijo que yo también le atraía y que estaba muy contenta de que finalmente me había armado de valor para salir con ella y confesarle mis sentimientos. También me comentó que le parecía una persona muy agradable y que, de no estar ella ya con una pareja seria, aceptaría andar conmigo. Acto seguido, se me acercó y me dio un beso en el cachete, lo suficientemente pegado a la boca como para que parte de sus labios y los míos se tocaran.

En silencio y a pesar del gesto amable de la muchacha, maldecí mi casi eterna mala suerte con las mujeres. Sin embargo, los eventos que habrían de ocurrir aquella noche entre ella y yo habrían de contrastar dramáticamente con el panorama poco fructífero que se anunciaba en esos momentos en mi fracasado intento de relación amorosa.

Continuamos platicando, yo tratando de convencerla de que dejara a su actual pareja y se fuera conmigo, pero todo fue en balde. La seguía tomando de las manos y ella me seguía viendo con interés y curiosidad, pero no la pude convencer de mis ‘negras intenciones’. Tampoco quise darle un beso, por temor a que se disgustara y diera al traste con aquella noche que, pese a sus negativas de andar conmigo, en términos generales la estábamos pasando muy bien.

Eventualmente, alrededor de las 12 de la noche, abandonamos el lugar y nos dirigimos hacia su casa, en la parte oriental de la ciudad, y fue ahí, cuando parecía que nuestra cita terminaba, cuando la noche dio un giro tan positivo como inesperado.

Cuando llegamos, me bajé a despedirla y cerciorarme de que entrara a su casa sin problemas – la colonia donde vive, como ya comenté, no era precisamente de las más seguras de la ciudad y tenía que asegurarme que regresara con bien a su departamento (máxime que ya en dos ocasiones la habían asaltado por la zona) –. Nos detuvimos ante la puerta de vidrio que daba entrada al edificio donde vivía. Se suponía que ella entraría y ahí nos despediríamos; para mi sorpresa, vi que hurgaba en su bolso con desesperación.

-¿Qué pasa? – le pregunté.

-Chingada madre... creo que dejé las llaves en mi saco de la oficina... se me olvidó sacarlas de ahí y ponerlas en mi bolso – me dijo.

Iba a sugerirle que tocara el timbre del portero (o bien, a su roommate en el depto.) para que le abriera, cuando una pareja a quien ella reconoció como sus vecinos también iban llegando al edificio, y aprovechando que ellos abrieron la puerta, entramos junto con ellos. Íbamos subiendo por las escaleras con rumbo al cuarto piso, en donde Laurita tenía su pequeña morada, mientras pensaba en voz alta:

-Ahora el problema es entrar al departamento – me dijo.

-¡¿Qué?!, ¿acaso no está tu amiga? –.

-No, éste fin de semana se fue a Mérida a ver a sus papás. Me quedé yo sola. A veces le hacemos así. Ella sale un fin y yo me quedo a cuidar la casa; otro fin salgo yo y ella se queda aquí -.

Llegamos a la puerta de su casa. Ella se quedó cruzada de brazos, pensativa.

-¿Y ahora, como le hago para entrar...? – exclamó para sus adentros.

Le pregunté si había algún portero o alguien que pudiera proporcionarle una copia de la llave de su casa, a lo cual me respondió que en ése fin de semana en particular el conserje se había ido de vacaciones, con lo cual no había quién pudiera auxiliarle en ése momento. Se veía muy preocupada y no era para menos. Así que también empecé a devanarme los sesos de cómo poder ayudar a mi hermosa amiguita a acceder a su morada. En eso, eché un vistazo a la chapa de la puerta – algo antigua – y "se me prendió el foco".

-¿Qué haces? – me preguntó, al tiempo que yo me arrodillaba al frente de la cerradura de la puerta y extraía mi navaja suiza de su estuche. Saqué uno de los destornilladores de la herramienta y procedí a desarmar parte de la chapa, mientras le explicaba mi táctica. Siendo la cerradura algo vieja y de no muy buena hechura, pude destapar parte del mecanismo y, con algo de trabajo, remover el pestillo de seguridad, permitiendo la apertura de la puerta y el acceso al departamento de la niña de mis ojos.

Laurita no cabía en si de gozo, me abrazó, me dio un beso en la mejilla y me invitó a pasar. "¡Estoy de suerte!" , pensé. Una vez dentro – un departamentito chiquito, pero muy agradable -, encendió la calefacción (aquella noche hacía un frío de los mil demonios) y me invitó a sentarme en la sala, mientras ella iba por unas copas y una botella de vino. Aunque no estábamos borrachos ni mucho menos, aún conservábamos, aunque fuera ligeramente, parte del efecto etílico de la bebida que habíamos consumido hacía rato y como a ninguno de los dos nos había desagradado estar "happys", supongo que a Lauris no le costó ningún trabajo aceptar la idea de que destapáramos otra botella de vino.

Me senté en uno de los amplios y mullidos sofás de la sala, quitándome la chamarra y poniéndome cómodo. Poco después llegó ella, con dos copas, la botella y el sacacorchos. Se sentó conmigo en el gran sillón, a solo unos 70 cms. de mí. Me dio la botella para que la destapara, lo cual hice, para después servirle una pequeña dosis a ella y que le diera el "visto bueno" a la bebida. Mientras tomaba el sorbo de vino, me miró de una manera que denotaba al mismo tiempo curiosidad y – si no estaba equivocado – una buena dosis de lascividad, con unos preciosos ojos, al mismo tiempo que me preguntaba: "¿de verdad fue cierto todo lo que me dijiste en el bar? ¿de verdad estás... estás realmente... enamorado de mí? ¿de veras quieres andar conmigo?".

Mi respuesta consistió primero en acercarme a ella, tomarla de la mano y decirle que sí, que estaba loco por ella y que quería iniciar una relación de novios – ¡pese a que ella, precisamente, ya tuviera uno! Le repetí que si ella no quería arriesgar su relación con su ‘galán’ y continuar con él, lo entendía, pero que no podía dejar de confesarle mi amor por ella. Ella me miró con intensidad, regalándome la más cálida de las sonrisas. Sus mejillas se tornaron rosadas. Toda ella se veía hermosísima. Poco a poco me fui acercando a ella. Me sentía muy nervioso, pero tenía que hacerlo. Ella se quedó inmóvil, viéndome avanzar. Finalmente quedé prácticamente pegado a ella, con nuestros labios apenas separados por 3 o 4 centímetros. Habíamos bajado nuestras miradas y sólo nos mirábamos nuestras bocas, ahora a punto de rosarse. Ella movió ligeramente la cabeza hacia abajo, tratando de que sus labios y los míos no cuadraran, por lo cual acaricié su mentón con mi mano izquierda, alzando su boca y poniéndola justo enfrente de la mía.

El beso que nos dimos fue a cámara lenta; como una explosión de emociones de todos tipos: miedo, confusión, temor, amor, gusto, placer, lujuria... Movió sus labios con calma, con suavidad, como si tuviera miedo de lo que hacía, pero al mismo tiempo disfrutando del momento. Primero nos besamos como adolescentes que apenas experimentan en el campo del amor – puramente besos de labios –, pero después colamos nuestras lenguas en la boca del otro, jugueteando. Ella me abrazó y yo a ella, atrayéndonos mutuamente y disfrutándonos uno al otro. ¡Dios, que deliciosa era su boca! Su lengua y saliva tenían un sabor increíble, excitante. Sus labios eran suaves, tiernos, acolchonados.

Poco a poco, ya con los besos "french" en su apogeo y confesándonos mutuamente que nos deseábamos el uno al otro, fui acariciando su espalda, después sus costillas. Por como estábamos acomodados – ella sentada a mi derecha –, tenía libre su costado derecho. Poco a poco, primero acariciando la parte inmediatamente debajo de las costillas y luego éstas, me fui acercando a ése delicioso par de senos que su brassiere sujetaba. Quería que todos mis movimientos fueran lo más relajados y tranquilos; no quería ‘atascarme’ con ella, ya que Laurita me parecía una muchacha tímida y pudorosa, pero que si se le aplicaban las caricias adecuadas, en el momento adecuado, cedería (como casi toda fémina, ¡je!). Y así fue. Suavemente, sin distraerme de juguetear con su lengua y aprovechando que ella estaba prendida de mi cuello con ambos brazos (dejado sus pechos "indefensos"), coloqué mi mano izquierda sobre su seno, comenzando un suave masaje sobre él. Afortunadamente ella no hizo nada para impedir que la tocara en ésa zona y seguir jugando con su pecho durante algunos momentos.

Posteriormente traté de jalarla hacia mí, para acostarla en el sofá y tener las manos libres para jugar con mayor comodidad con su busto – preparándola también para quitarle la ropa. Sin embargo, para sorpresa mía, ella me empujó suavemente para que quedara perfectamente recargado en el respaldo del sillón y, acto seguido se sentó en mis piernas, de frente a mi. Continuamos besándonos un momento, si bien cuando traté de abrazar sus pechos con ambas manos usó las suyas para apartármelas de ése delicioso manjar que me moría por acariciar. Dejó de besarme, alejándose unos centímetros de mí (pero conservando su postura encima de mis piernas), me miró intensamente, se reacomodó su hermosa cabellera y se llevó ambas manos a la cadera, al filo de donde su blusa pegadita comenzaba. Verla subirse su ropa para quitársela, dejando momentáneamente sus pechos expuestos y saltones tan sólo protegidos por un brassiere semitransparente me provocó una excitación tal que casi me hizo estallar de placer. Laurita arrojó la blusa a un lado, volvió a reacomodarse el pelo y me planteó una de las preguntas más sexys que una mujer puede hacer:

-¿Quieres que me lo quite, o tú me lo quitas? -.

Me acerqué a ella, abrazándola con ambos brazos y llevando mis manos hacia el broche de su sostén.

-Yo reina, déjame hacerlo – repliqué, al tiempo que nos fundíamos nuevamente en un delicioso beso francés y el seguro de su chichero se soltaba, relajando la tela de su bra y permitiéndome retirárselo con comodidad. Laurita volvió a retroceder unos centímetros, desembarazándose totalmente del brassiere.

-¡Dios Mío, Laurita...! ¡Eres.... eres una diosa, bombón! – le decía, mientras contemplaba aquél par de tetas deliciosas, de buen tamaño, con una aureola rosada y pezones erectos. Ella tomó su pecho derecho con una mano y con la otra jaló mi cabeza hacia ella, invitándome a degustarlo. Empecé a mamárselos con pasión, succionando con intensidad, acariciándoselos como si de no hacerlo se me fuera a ir la vida en ello. Ella comenzó a gemir, al tiempo que me acariciaba el cabello y me pedía que no me detuviera. Succionaba con fuerza sus pezones, alternándolos para besarlos con delicadeza y estrujarlos muy levemente con mis manos. Sus chupones se pusieron muy duros, mientras ella seguía gimiendo y retorciéndose. Traté de acariciarle las nalgas, que por la postura que ella tenía, las tenía paraditas y listas para tocarse. Sin embargo, me retiró las manos de su culo y me las volvió a colocar en sus senos, pidiéndome se los masajeara. Mientras yo seguía con la faena, ella me desabrochó la camisa y me la quitó.

Después de un rato, ya cuando sus tetas habían adquirido un color rojizo de tanto chuparlas y se le habían vuelto muy sensibles, se quitó de encima de mí. Se puso de pié y me tomó de la mano.

-Ven... -.

Y, acto seguido, me llevó a la única habitación del departamento, a la cama king size que ella y su amiga compartían (por un momento me pregunté si ella y su amiga eran sólo eso, o si eran algo más). Pero mis pensamientos se vieron interrumpidos cuando ella se me acercó, dándome un beso nuevamente y empezó a desabrocharme el pantalón, labor que le facilité ayudándola. Luego yo le quité sus jeans, que es una de mis partes favoritas de cogerme a una chamaca: ver cómo se le van descubriendo sus nalgas. Y sí, para mi placer, una linda y sexy tanga negra se hundía entre sus dos preciosidades, perdiéndose en el calor y lubricación de su panochita. Me hinqué estando a sus espaldas, mientras le iba bajando sus jeans hasta los tobillos y le besaba con delicadeza sus dos preciosas nalgas. Su olor corporal me invadió, al mismo tiempo que un ligerísimo, pero perceptible, olor a regla me llegó. Le fui acariciando la cara interna de una de sus piernas, hasta que llegué hasta su entrepierna. Pensé que encontraría su tanga mojada, pero en lugar de eso me encontré con una pequeña y delgada toalla sanitaria adherida a ella.

-Perdóname, se me había olvidado... es que todavía estoy en mi período – me dijo, completamente ruborizada.

Todavía pasé algunas veces los dedos por su vulva, por encima de su tanga y toalla, ejerciendo algo de presión y saboreándome lo que me esperaba cuando fuera a degustar su deliciosa conchita. Me erguí hasta quedar completamente de pie, le tomé su cara con ambas manos y la besé nuevamente, con ternura.

-Perdon... si quieres lo hacemos otro día... No me acordé que todavía ando... ya-sabes -.

-No te preocupes bebé... Dime... ¿tienes tampones? -.

-Yo no los uso regularmente, pero mi amiga sí tiene -.

-Ve por ellos... ah! Y un algodón húmedo con agua caliente – le pedí.

-No te preocupes. Yo me lo pongo y me limpio – me dijo.

Ella fue al baño, mientras yo me quitaba los calcetines y sacaba de mi bolsa canguro un paquete de condones el cual había tenido la precaución de llevar para el guajiro e inimaginable caso ( ! ) de que la cosa llegara hasta ésas instancias. Minutos después, ella regresó del baño, todavía con su tanga negra puesta. Me encantó verla caminar semidesnuda hasta mí, contoneando su precioso y esbelto cuerpo. Se me acercó con una sonrisa en el rostro, al tiempo que se arremangaba el cabello, y me abrazaba.

-Ya – susurró, mientras me besaba nuevamente.

La tomé de la cadera (yo me encontraba sentado al borde de la cama mientras ella estaba completamente de pié) y la fui acostando con suavidad, hasta acomodarla para que quedara con su cabeza recargada en los almohadones de la cabecera. Nuevamente nos comimos a besos mientras masajeaba sus deliciosas chiches, pero ésta vez comencé una lenta carrera a base de besos, desde su boca, pasando por su elegante cuello, hasta sus hombros. Después bajé hasta su esternón y sus pechos, donde nuevamente me di gusto con ellos, saboreándolos y masajeándolos. Luego continué bajando por su panza, hasta llegar al ombligo. Mi boca besaba cada parte de su cuerpo cuando hacía el recorrido, mientras con mis manos le acariciaba brazos, senos, costados y ahora empezaba a rozarle las partes laterales de sus nalgas. Luego intenté separar sus piernas, para poder tener acceso a su ‘tesorito’, pero ella las mantuvo juntas, al tiempo en que con una sonrisa y, otra vez roja cual amapola, meneaba la cabeza indicándome una negativa.

-¿Que pasa bebé? – le preguntaba, al tiempo que besaba y acariciaba sus piernas - ¿no te gusta el sexo oral? -.

-Es que... me da mucha pena – me dijo.

-¡Ay, Lauris...! – le repliqué con dulzura – ¡No tienes de qué preocuparte, reina! Te aseguro que te va a gustar -.

-Perdóname... me cohibe mucho el hacerlo. No me atrevo -.

Su risa de conejo y el rubor de sus mejillas revelaba que no mentía. Laurita realmente era una niña chapada a la antigua (como buena provinciana), si bien, al igual de cómo había ocurrido cuando estábamos empezando con los escarceos en la sala, también era una fémina que podía ceder si la convencían con persuasión y cuidado.

-No tenemos que hacerlo si no quieres, bebé – le indiqué, mientras le tomaba sus piernas, todavía juntas, y se las doblaba por las rodillas, acercándoselas a sus pechos. Esto hizo que su zona vaginal sobresaliera de entre sus piernas, con la minúscula tanga negra aún envolviendo su capullo de amor. Yo aproveché para acomodarme a un lado de ella, mientras que con la mano derecha le acaricié su conejito por encima de la tela de su prenda. Incluso deslicé mi dedo índice ligeramente por debajo de su tanga, para sentir la humedad de sus labios vaginales. Mientras le alzaba las piernas, le había echado un vistazo hacia aquello: el negro vello púbico de Laura se escapaba ligeramente por los costados de la tanga, lo cual me encantó ver, pues resultaba para mí muy sexy pensar que ahí debajo de ésa tela y de aquella mata de pelos ensortijados se hallaba la ‘cuevita del amor’ de mi ahora amiguita calenturienta.

Me acerqué a ella con calma y la besé con ternura. Ella me tomó de la nuca y me mantuvo cerca de su boca, al tiempo que me decía:

-Me da mucha pena... . Nunca lo he hecho con mi novio; me da miedo hacerlo – me dijo.

-Laurita, amor, te aseguro que nada te va a pasar. Sólo vas a disfrutar, es todo. Relájate y olvídate de todo. Créeme que lo disfrutarás mucho reina. Te lo haré con mucho cuidado -.

-Ay...! Es que me da mucha vergüenza abrirme de piernas ante una persona, enseñándole ésa parte de mí. Es algo que no puedo evitar -.

-No te preocupes amor, relájate. Hazme caso, ¿OK? Yo te guío, y te prometo que te va a gustar y, además, descubrirás una de las experiencias más padres que una mujer puede sentir. Si no te gusta, me detendré de inmediato, ¿OK? -.

Nuevamente me besó, mientras asentía lentamente con la cabeza.

Le pedí que cerrara sus ojos y se relajara, imaginándose en una playa de ensueño, totalmente desierta. Ella obedeció, cerrando sus ojos y empezando a respirar con calma. Yo había seguido masajeándole la vulva por encima de la tanga y continué haciéndolo, al igual que a sus pompis, mientras ella se relajaba y se apartaba de todo aquello. Le pedí que continuara visualizando ésa playa y a ella misma, disfrutando estar acostada sobre una toalla en la arena. Cuando noté que su respiración se relajaba la empecé a acariciar de la cadera, exactamente por donde pasaban los hilitos laterales de su tanga. Aproveché también para darle unos besos en la parte anterior de sus muslos, los cuales tenía levantados por tener las piernas flexionadas hacia sus pechos. Estuve dándole masaje y caricias en la zona hasta que prácticamente se semidurmió y fue cuando aproveché para, suavemente, jalar su tanga hacia fuera y, ahora sí, dejarla "como Dios la trajo al mundo". Ella intentó momentáneamente, con una mano, detener mi movimiento para desnudarla, pero yo la detuve y le besé la mano, regresándosela a su posición original. Continué pidiendo que visualizara su entorno en aquél fantástico escenario tropical: el mar turquesa, la arena semiblanquecina como talco, las enormes palmeras, la brisa marina.

Por mi parte, ahora ya teniendo a Laurita completamente relajada y completamente desvestida, comencé un lento pero continuo avance de besos, similar al que le había practicado minutos antes desde su boca hasta su ombligo, pero ahora comenzando desde sus pantorrillas, luego pasando por la parte trasera de sus rodillas y finalmente por la parte anterior de sus muslos, con rumbo a su vulva, la cual no dejé de ver ni por un segundo. ¡Dios, en verdad que era hermosa! Hasta su órgano sexual resultaba atractivo: unos rojizos labios menores o ninfas, delgados y alargados, que iban desde la mitad de su sexo, hasta casi llegar al clítoris y que apenas sobresalían de entre los gruesos labios mayores y el vello púbico, todavía "compacto" por la presión de la tela de la tanga. El grueso hilo de algodón blanco del tampón sobresalía de la parte inferior de su vulva – cerca del ano –, y se dejaba caer unos 5 centímetros hacia éste. Continué mi carrera, ahora besándole la parte alta de sus muslos, próximo a la parte baja de las nalgas. Pronto me llegó el olor de su sexo: no era muy intenso; era suave y ligeramente agrio. Tomé una de sus manos, que ahora yacían casi sin vida a uno de los costados de su cuerpo, mientras continué por varios minutos besando con ternura sus muslos flexionados, acercándome lenta, casi imperceptiblemente, hacia su vulva. Poco a poco mis besos se fueron acercando a ella, al grado que terminé por sólo concentrar mis ósculos en un radio no mayor a 5 centímetros de su zona erógena.

Lentamente, con ayuda de ambas manos y ahora ella por completo inerme, fui separando sus piernas. Ésta vez no hubo oposición, al mismo tiempo en que yo le pedí que me visualizara en su mente, en aquella fantasía en la playa, haciéndole lo mismo que yo estaba haciéndole en la realidad. Ella gimió afirmativamente, mientras yo le planté los primeros besos apenas a un costado de su sexo, pero ya rozando parte de los labios mayores. ¡Por Dios que su olor sexual era increíble! ¡Que mujer tan excitante! ¡Qué bombón tan increíble! Ella empezó a gemir y suspirar con suavidad y firmeza, al tiempo en que yo pasaba mis labios por su vello púbico, rozando sus pelos negros y besaba el área de sus labios mayores. Finalmente, auxiliándome con ambas manos, le abrí sus dos labios gruesos, dejando ante mí su vulva en todo su esplendor. Cuando vi aquello, mi ya notoria erección alcanzó niveles estratosféricos, al tiempo que un pensamiento me decía: "¡Puta madre! ¡Con éste cromo de niña, me voy a ir al cielo!".

A pesar de tener finalmente su entrepierna ante mi y del intensísimo deseo que tenía de comerme con salvajismo tan exquisito manjar, sabía que debía llevar las cosas con calma y cuidado, ya que Laurita apenas estaba empezando a tomar confianza y era su primera experiencia sexual en éste sentido. Así que, con la punta la lengua, empecé a jugar con su órgano sexual, pasándola por cada uno de sus labios, de abajo a arriba, para luego dar un lametazo por el centro de su órgano, desde la misma entrada de su vagina hasta el capuchón de su clítoris. Mientras lo hacía, ella dejó escapar unos leves suspiros. Continué mi faena, pasando mi lengua de arriba a abajo, de abajo a arriba, luego con movimientos circulares. Luego usé mis dedos para masajear su clítoris, mientras mi lengua continuaba jugueteando con sus ninfas y la pared de entrada a su cuevita de amor.

Un suave y quedo: "Aaaahhh... siiiii... no-t... no te detengas...!" se dejó oír por parte de Lauris, mientras continuaba proporcionándole un placer hasta entonces desconocido por ella. Le hice de todo: le lamí los labios hasta lavar por completo sus abundantes jugos, le tallé el clítoris con cuidado, le pellizqué con mis propios labios sus ninfas, atrapándolas con mi boca y dándoles suaves jalones; le di cantidades industriales de besos vaginales, le masajeé el clítoris con mi lengua, le lamí con cuidado la entrada a su cuevita con la punta de mi lengua – hecho que por poco la lleva al cielo, ya que estrujó con gran fuerza las almohadas de la cama y gimió con intensidad, al tiempo que arqueaba la espalda en un espasmo incontrolable, tensando los músculos como cuerdas de violín –.También juguetee con sus labios mayores, le hice ligeras cosquillas con su vello púbico (ligeramente espeso en la parte del Monte Venus)...

Trabajé muy ligeramente la región anal, lamiendo su asterisco y alrededores. De cualquier forma, no quería meterme mucho con su ano aún, debido a que apenas estaba haciendo que mi niña me tuviera confianza en esto del sexo oral y no la quería espantar – muchas niñas mexicanas se atemorizan con el sexo anal y a muchas no les gusta que les introduzcan un dedo por ahí (al menos, no en el primer encuentro sexual) –. De manera que, cuidando que ésta hermosa güera, quien acababa de permitirme jugar con su capullo de amor, no se sintiera traicionada ni experimentara nada que le resultara desagradable en ésta primera experiencia de sexo oral, me abstuve de realizarle una sesión de sexo oral-anal como a cualquier otra de mis anteriores parejas se lo había practicado. Sin embargo, a pesar de no hacerle esto último y de tampoco meterle el dedo en la vagina con profundidad – por el propio tampón que traía colocado -, Laura se retorció infinidad de veces en la cama, masajéandose sus senos y estrujando sábanas y almohadas por igual. Muchas veces me pidió que me detuviera, pero no lo hice, ya que se trataba mucho más de las clásicas quejas-peticiones de toda fémina que se encuentra en el límite entre el placer y la tortura, deseado desistir de ése "tormento irresistible" que significa llegar al orgasmo por ésta vía.

Mientras jugaba con su sexo, fui procurando abrir la envoltura de uno de los preservativos que había colocado en la cama, convenientemente colocado al alcance de mi mano para cuando llegara el momento. Bien, después de ver cómo mi amiguita se retorcía "como tlaconete en sal", comprobar su agitada respiración y constatar que estaba hiperlubricadísima, supe que estaba más que lista para el momento de la penetración. No me importó que ella no me la hubiera mamado, pues quería aprovechar al máximo el tenerla lista al 100% para ése momento tan placentero. Así que mientras le daba los últimos besos en su vulva, y ella acariciaba mis cabellos, jalando mi rostro hacia su sexo, me acomodé en la cama para permitirme a mi mismo colocarme el preservativo. Hecho esto, me incorporé a gatas en la cama y avancé colocando mi cuerpo por entre sus piernas, para la posición del misionero. Acto seguido la besé, pasándole parte de los jugos que ella misma había secretado cuando le había practicado aquél cunnilingus.

-¿Estás lista amorcito? Ya traigo el condón puesto -.

-¿Yaaa? Cabrón, ¿pero cuándo te lo pusiste? -.

-Ahorita – repliqué, al tiempo que la besaba nuevamente.

-Ay canijo, te viste rápido... Bueno... [llevó su mano izquierda hacia su vulva, removiendo el tampón que traía, el cual alcancé a ver momentáneamente y con solo una minúscula manchita roja, antas de que cayera por uno de los costados de la cama].

-Ya... Ahora sí, házmelo... Házmelo por favor, amorcito... te necesito dentro de mí -.

Dicho y hecho, me acomodé entre sus piernas acercando mi pene a su vagina, sintiendo con mi cabeza la entra a su cuevita. Por toda respuesta, Lauris echó la cabeza hacia atrás y volvió a suspirar con intensidad. Lentamente la fui penetrando, mientras sentía el calor de su sexo envolviendo mi miembro y notando cómo ella se iba crispando del placer a medida que avanzaba penetrándola. Poco a poco fui entrando en ella, hasta llegar hasta el fondo, y cuando lo hice, me quedé unos momentos quieto e inerme, esperando que ella se acostumbrara y disfrutando tener todo mi miembro envuelto por su preciosa vagina. Ella seguía estirada con la cabeza echada hacia atrás, dejando al descubierto su lindo y elegante cuello, el cual no pude desaprovechar para besarlo y succionarlo con pasión.

Comencé un lento pero rítmico movimiento de cadera, pujando con suavidad. Ella me abrazó con piernas y brazos, al tiempo que nuestras miradas se cruzaron, diciéndonos más que mil palabras. A cada embestida que le daba, sus pechos "latigueaban" ligeramente, haciéndolos ver deliciosos e increíbles.

-Te gusta, bebita? – le pregunté, mientras devoraba su cuello y boca al tiempo que los bombeos empezaron a ser más rápidos y fuertes. Por toda respuesta obtuve un "síiii" salido con dificultad de su boca, producto de las sensaciones que ella sentía. Verla acostada debajo de mí, totalmente desnuda, con su pelo suelto y desparramado por la cama, teniéndola prendida de mí y estando yo "dentro" de ella fue uno de los momentos más increíbles que hasta ése momento había vivido en mi vida. No cabe duda que hacerle el amor a mi amiguita "deseada", que durante mucho tiempo soñé con encamarla y no había tenido la oportunidad, estaba resultando ser una experiencia sumamente gratificante e increíble.

Después de unos minutos de pujármela en la posición en la que iniciamos, hicimos un pequeño reacomodo. Me "salí" de ella – hecho que no dejó de ser acompañado por un "¿qué te pasa? ¿por qué te sales?" de parte suya -, y tomé uno de los almohadoncitos que estaban a un lado nuestro, para colocárselo justo debajo de la zona baja de la espalda y realzar un poco la zona de su sexo.

-Jajaja! Que haces? – me preguntó mi niña con curiosidad -.

-Acomodándote un poquito para metértela más profundo -.

-¿Maaas? Oye, tu me quieres llegar hasta las amígdalas! Jajaja! -.

Aprovechando el momento, bajé un momento hacia su pucha y le dí un suave beso. Ella se rió ante la ocurrencia, me acarició el pelo y me invitó a que "regresara dentro de ella", para continuar con nuestro "mete-saca". Dicho y hecho, tomé sus piernas y las coloqué a la altura de mis hombros, mientras reencaminaba mi pito nuevamente hacia su cuevita. Nuevamente entré en su vagina y continué con el bombeo, mientras ella estrujaba las sábanas otra vez, gozando tenerme "a full" dentro de sí.

-Ayyy! Siiii! ¡Ay papacito!, ay... ay... Si si si... No no no... ayy... si... – decía, mientras a cada embestida llegaba al fondo de ella, haciendo contacto mi zona genital con la totalidad de su hermosa y ahora enrojecida puchita. Incluso me acomodé para envolver con mi abdomen y piernas toda su zona erógena – sus nalgas y gran parte de las piernas – "presionando" ligeramente y haciendo que su sexo quedara lo más prominente posible, favoreciendo la máxima penetración. Continué con el bombeo un rato, mientras nos besábamos, yo le comía el cuello o ella me devoraba las orejas. Pronto empecé a sentir la creciente escalada del camino hacia la "venida" y decidí pujármela todavía unos bombeos más antes de salirme y evitar venirme.

-¿Qué pasa...? ¿Cambiamos de posición? – me dijo.

-Si Lauris... Ponte de pompis -.

-¿Cómo? No entiendo –

-Ponte a cuatro patas, nena -.

-Ah -.

Dicho esto, se incorporó en la cama y se acomodó, quedando en la clásica posición de perrito. ¡Santa Madre de Dios, verla "de nalgas", completamente desnuda y con su coño al aire, era algo realmente increíble! Tenía ganas de atorársela hasta el fondo, pero no pude dejar de aprovechar el momento para realizar una de mis posiciones favoritas en el acto sexual.

-Ponte hacia acá reina, hacia la orilla de la cama. Que tus nalgas queden hacia la orilla, amor. Aquí, así –

Laurita dócilmente obedeció, acomodándose en la posición "de perrito" pero quedando cerca del borde de la cama, con lo cual yo pude acomodarme directamente atrás de ella, semihincado, de forma que mi cara quedara directamente a la altura de sus nalgas. Las acaricié y separé, dejado toda su panocha y ano al descubierto en todo su esplendor. Comencé por darle otra rica mamada. ¡Estaba deliciosa! Y pese a que había prometido no tocar su región anal, la calentura fue tal que ya no pude contenerme y aproveché para lamer parte de su delicioso asterisco, jugando con mi dedo índice, trazando círculos alrededor de sus esfínter. Ella tuvo una reacción reflejo, apretando su precioso trasero y alejándose ligeramente de mi, pero rápidamente la tomé de sus piernas y la volví a atraer, continuando la mamada vaginal y ahora ejerciendo una ligera presión con mi dedo en su culito, como queriendo penetrarla – si bien no le metí el dedo.

Así estuve unos momentos, devorando su entrepierna mientras ella gemía y apretaba la colcha con fuerza. Sus pies se contorsionaban continuamente, señal de que estaba en su límite de soportabilidad de aquél "tormento". Después de unos momentos, la desplacé nuevamente hacia el centro de la cama, posicionándome atrás de ella – ahora sí, listo para penetrarla. Intenté hacerlo, pero no pude: mi pene chocaba con parte de su vulva, pero no lograba hacer que entrara. Traté unas tres veces, pero no pude.

-¿Que pasa? – me preguntó.

-Que no... que no te la puedo meter, amor -.

Ella tomó mi pene con una de sus manos y la guió hasta su agujero; colocó mi cabeza ligeramente dentro de ella y acto seguido echó su cadera ligeramente para atrás, forzando a que la penetrara. Ya dentro de ella, la tomé de las pompis y comencé nuevamente a bombearla con suavidad. Con mis manos acaricié su abdomen y llegué hasta la parte de su "conejito" (pero llegándole "por debajo") y aproveché para darle una masajeada de clítoris, al tiempo que ella gemía una y otra vez. Ella por su parte había comenzado a moverse rítmicamente hacia atrás y hacia delante, causando que las embestidas que le daba se volvieran más violentas y veloces. El "patch patch patch" que hacían sus nalgas al chocar con mi abdomen me encantó – tanto como ver su culo expuesto y desnudo, pidiendo a gritos un dedo dentro de él. Mientras me la seguía bombeando, ahora si coloqué mi dedo índice y lo metí una sola falange dentro de ella – por el ano -, lo que le causó una explosión de placer y de gemidos.

-Ay! Si,si... Despacio amor, despacio... Au... au.... mas... mas... mas... mas... ¡Que rico se siente tu dedo ahí dentro, bebé! -.

-¿Te gustaría que te lo metiera mas?-

-Un poquito, pero solo... ay, ay, ay... un... poquito -.

No me hice de rogar y le dejé ir un poco más de dedo – ahora hasta la mitad de mi índice – al tiempo que lo movía ligeramente dentro de ella y también lo bombeaba ligera y muy lentamente, mientras con mi miembro continuaba entrando y saliendo de su elástica vagina.

Continuamos así unos minutos mas, si bien me acomodé de manera diferente, colocando mis piernas fuera de las de ella, en "semicuclillas", para poder jugar con su espalda y senos con mayor libertad. Ella se sorprendió un poco por ésta posición – aunque ella siguió igual, de nalgas – pero yo ahora apoyado sobre mis pies. Fui disminuyendo el ritmo de bombeo, hasta casi detenerme, mientras le besaba gran parte de su espalda y pellizcaba suavemente sus pezones, como tratando de ordeñarlos. Después volví a meter velocidad al asunto, para volver a encaminarme a la venida. Ella notó mi cambio de ritmo, gimiendo y estrujando colcha, almohadas o cualquier otra cosa que estuviera a su alrededor. Finalmente, cuando otra vez estaba cerca de explotar, me salí de su conchita y me incorporé de la cama, con mi verga enhiesta y dura a todo lo que daba.

-Y ahora, ¿qué posición te gustaría? – me preguntó.

Voltee a ver una silla que estaba en una de las esquinas de la habitación. La acerqué a la cama y me senté en ella.

-Ven reina. Ahora te toca a ti mover las caderas, a mí ya me tocaron las dos anteriores -.

Lauris se me acercó y se me montó, con su cara hacia mí, haciéndolo de la misma forma en como lo había hecho cuando habíamos fajado al principio, en la sala. Abrió sus piernas y se fue "sentando" hacia mi pene, mismo que guió con su mano hasta clavárselo nuevamente su conchita. Ya dentro, continuó su descenso hasta llegar al fondo, mientras me abrazaba con sus brazos y nos atascábamos a besos "french". Ahora ella estaba en control del asunto; comenzó el clásico subi-baja, mientras yo jugueteaba por momentos con sus tetas, o bien con sus nalgas. Cuando la tomaba del trasero aprovechaba para marcarle un poco el ritmo de "inflado", frenándola o acelerándola, según el caso; y aunque Laura no se distinguía precisamente por tener un trasero "con pompis de pato", tampoco era nada despreciable tener en mis manos sus dos nalgas, acariciándolas con suavidad y dándoles eventuales nalgaditas, en castigo por ser una "tan mal portada" compañera de trabajo – ay ahora, de cama...

Finalmente, después de un rato de continuar en ésa posición – volví a meterle el dedo en el ano, pero ella me lo retiró con la suya – nuevamente me encaminé al orgasmo y ella también, ya que cada vez respiraba más entrecortadamente y se contorsionaba más. Llegó al clímax con un grito, mientras yo le comía el cuello a besos y sentía ligeras contracciones en sus paredes vaginales. Sin embargo, yo todavía no había acabado, así que la tomé de las nalgas, la cargué un poquito y continué bombeándola rápidamente, para tratar de forzar mi venida y acabar casi a la par de ella.

-Ay ay! Ay! No por favor... no ahora...! Estoy muy sensible...! No por favor... ¡Para!... Para... bebé, por favor! – me suplicaba.

-No puedo! Ya casi... ya... ya casi... me vengo, Laurita! -.

Ella me abrazó con todas sus fuerzas, mordiéndome el cuello y gimiendo. Fue a la vez una sensación placentera y dolorosa, ya que en ese momento llegaron los típicos espamos expulsadores de semen, haciendo salir un chorro caliente de esperma dentro de ella, pero al mismo tiempo sus uñas se clavaron en la parte alta de mi espalda y una mordida casi de tiburón me era marcada por su dentadura en la base de mi cuello (misma que tuve que taparme con un parche durante dos semanas después de aquella noche, hasta que la herida me desapareció casi por completo). Después de esto, los dos bufábamos de cansancio y de placer.

Nos quedamos ahí en la silla, sentados, todavía yo dentro de ella, por espacio de varios unos minutos. Ella reposó un rato con los ojos cerrados, abrazándome, mientras yo le daba besitos en su hombro izquierdo y le pasaba las manos por mi espalda de arriba abajo, terminando en sus nalgas, a las cuales les daba suaves apretoncitos. Por fin, ella "despertó" de ése atontamiento producido por el orgasmo, con la cara toda enrojecida y la mirada cristalina, besándome.

-Te amo... Me encantó, estuvo delicioso –

-Gracias Laurita, tu también coges riquísimo -.

Poco a poco mi rubia amiga fue desmontándome, no sin antes lanzar pequeños quejidos que le causó mi verga al salirse de su capullo de amor, ahora "amoldado" a mi miembro. Se incorporó lentamente, se meció los cabellos y volvió a besarme, regalándome una de sus clásicas, cálidas y sexys sonrisas, además de otra e increíble plástica de todo su cuerpo desnudo, de pies a cabeza. Finalmente tomó su tanga, que yacía a un costado de la cama, y se metió al baño. Yo aproveché para quitarme el condón y llevarlo al lavabo del baño de las visitas y hacer la clásica prueba para comprobar que no estuviera perforado ni con fugas – afortunadamente, todo estuvo OK y no tuvimos ningún problema ni riesgo de embarazo. Me asee la cara, me limpié la verga, ahora contrita (todavía embadurnada de semen) y regresé a la recámara, donde ella ya estaba metiéndose debajo de la colcha, invitándome a reunirme con ella. Así lo hice; estuvimos un largo rato platicando (ella fumando), por supuesto acariciándonos y dándonos eventuales fajes, hasta que el cansancio nos venció y decidimos apagar la luz, dando fin a aquella magnífica salida de sábado por la noche.

A la mañana siguiente despertamos cerca de las 9:00AM. Fue increíble despertar con ella al lado, semidesnuda – solo su tanga negra le cubría aquella parte con la que tanto me había divertido la noche anterior –, y no pude desaprovechar la oportunidad para despertarla comiéndomela a besos y hacerle nuevamente el amor. Finalmente nos despedimos aquél domingo, ya como a las 11 de la mañana, con un largo beso en la puerta de su departamento, ambos pensando si aquella noche podría ser el inicio de una larga y seria relación, aunque no precisamente como compañeros de trabajo ni de amigos...