Mi amigo y nuestros hijos (1: el descubrimiento)

Las vacaciones de verano en el pueblo con mi familia y la de mi amigo Andrés me depararán muchas sorpresas. Descubrir lo que se traen entre manos mi amigo y mi joven hijo será solo el principio.

Me llamo Santiago, y la historia que voy a contaros ha cambiado tanto mi vida que, aunque empezó durante el pasado verano, todavía no he sido capaz de asimilar todos los cambios ocurridos en estos meses.

Tengo 41 años y estoy casado con Ana, una mujer fantástica. Pese a ello me gustan también los chicos, especialmente los chicos jovencitos, y aunque jamás le he puesto los cuernos a mi esposa con ninguna otra mujer, sí he tenido esporádicamente encuentros con chicos, pues necesito cubrir esa parte de mi sexualidad. Ana y yo tenemos dos hijos, Guille y Marta. Al chico le falta algo menos de un año para cumplir la mayoría de edad, y ha heredado lo mejor de sus padres, es decir, mi buen físico y la belleza de su madre, incluyendo su pelo rubio y sus ojos azules. La niña tiene solo 12 años y se parece más a mí, lo cual tampoco es que sea malo.

La historia que quiero contaros ocurrió en los meses de julio y agosto, meses que solemos pasar en mi pueblo natal, un pequeño pueblo de la costa catalana. Allí tenemos una casita a la que nos encanta ir, pues cerca veranea también mi amigo de la infancia, Andrés, con su familia. Su mujer Elena es muy amiga de la mía, y su hijo Dani y el mío se llevan solo unos meses, por lo que encajamos perfectamente. Y como ya os he puesto un poco en situación voy a contaros pues lo que sucedió.

Durante los primeros días en el pueblo todo fue bastante normal. Pasábamos la mayor parte del tiempo las dos familias juntas, en la playa, de restaurantes, en casa… Nuestros hijos Guille y Dani también pasaban mucho tiempo con el resto de jóvenes del pueblo. Al poco tiempo me llamó poderosamente la atención un detalle. Mi hijo Guille parecía evitar un poco a Andrés, mi amigo, y es algo que me extrañó, pues siempre se habían llevado estupendamente, igual que yo me llevaba genial con su hijo Dani. Le pregunté a Dani si había notado a Guille algo diferente y me enteré de que muchas tardes, cuando yo pensaba que estaba con él y el resto de jóvenes del pueblo en realidad no estaba allí. ¿Dónde se metía pues mi hijo Guille?

Una noche fuimos a cenar a casa de mi amigo Andrés, como tantas otras. Mientras mi mujer y Elena preparaban la cena, Andrés y yo estábamos en el salón con los chavales y mi hija. Guille seguía estando como incómodo. Hubo un momento en que nos dimos cuenta de que faltaban cosas para la cena que se habían quedado en mi casa.

  • Yo me acerco a buscarlas - respondió Guille enseguida.

  • No. No me gusta que vayas solo de noche - le contesté, pues aunque la casa no estaba muy lejos a esas horas no había nadie por el pueblo-. Yo me acerco ahora con el coche.

  • Yo le acompañaré, Santi - añadió enseguida Andrés -, que me duele un poco la cabeza y quiero que me dé el aire.

  • Entonces vale - respondí yo extrañado, pues como ya he contado antes parecía que este año no había mucha complicidad entre ellos dos.

Los dos se marcharon y yo me quedé pensando en todo aquello, en lo raro que me parecía. Sin saber muy bien por qué decidí ir tras ellos. Me levanté del sofá y puse una excusa para salir de allí.

  • No les he dicho que cojan cervezas, y no me cogen el móvil - mentí -. Me acerco yo también en un momento a casa y ya está.

Salí y fui calle abajo hacia mi casa. Debían llevarme aproximadamente 5 minutos de ventaja. Cuando llegué vi la luz del recibidor encendida. Entré en el jardín procurando no hacer ruido y me acerqué a la casa. Había empezado a olerme que allí pasaba algo raro, así que no entré por la puerta, sino que rodeé la casa hasta la parte trasera tratando de pasar desapercibido. Si me descubrían inventaría que iba a por alguna prenda que había tendida en aquella parte del jardín. Al acercarme a la ventana de la habitación de Guille escuché ruidos y me alejé un poco para esconderme tras un árbol y echar un vistazo. La persiana no estaba bajada del todo, y pese a que estaba oscuro, las farolas que iluminaban levemente el jardín me permitieron ver algo que me dejó helado.

Mi amigo Andrés estaba sobre la cama de mi hijo con los pantalones bajados, y la cabeza de mi hijo subía y bajaba sin parar. No podía ver con claridad todo lo que sucedía, pero las sombras y reflejos eran más que suficientes para darse cuenta de que mi hijo estaba mamándosela a mi amigo. Me quedé paralizado, sin saber cómo reaccionar ante aquello. Pensé en abandonar mi escondite, entrar en la casa y partirles la cara a los dos, pero no pude, no podía moverme ni dejar de mirar sin todavía terminar de creérmelo. Andrés acariciaba la cabeza de mi hijo y le animaba a seguir. Sus gemidos llegaban hasta mis oídos con bastante claridad. Guille paraba de vez en cuando de chupar, se la sacaba de la boca y miraba a Andrés mientras seguía pajeándole. A veces intercambiaban alguna palabra que me era imposible oír y luego seguía chupándosela con más ganas. Estuvieron así durante unos 5 minutos, y yo empecé a darme cuenta de que no solo no podía moverme, sino que además no podía evitar que mi polla hubiese empezado a ponerse dura con aquella escena.

Al rato Andrés obligó a mi hijo a dejar de chupar y le dijo algo. Guille asintió y se puso de rodillas dándole la espalda. Después se agachó quedando a cuatro patas sobre la cama. Supe al instante lo que venía después, y me invadió una mezcla de indignación y excitación. Andrés le bajó a Guille los pantalones y los calzoncillos dejando su culo desnudo y dispuesto a recibirle. Después se puso un preservativo y se situó detrás de él. Al menos me consoló que tuviese el detalle de follarse a mi hijo con protección. Andrés llenó su miembro de saliva y tras situarlo bien empezó a empujar para entrar dentro de mi niño. Le costó un poco, parece que a mi hijo le dolía, aunque a juzgar por lo pronto que lo solucionaron pensé que debían haberlo hecho ya bastantes veces. Cuando por fin el culo de Guille cedió y se acostumbró a tener dentro la polla de mi amigo, éste empezó un movimiento lento al principio pero que fue ganando velocidad y fuerza poco a poco.

Ambos soltaban gemidos sin parar. Los de Andrés eran más contenidos, pero los de Guille me llegaban con total claridad. Me di cuenta de que mientras miraba la escena absorto, había sacado mi polla y me estaba pajeando oculto tras el árbol. Era la sensación más rara que había sentido nunca, pues estaba muy cabreado pero al mismo tiempo muy cachondo y sin poder dejar de mirar la escena en la que mi amigo de la infancia sodomizaba a mi propio hijo. Los movimientos de mi mano acompañaban a los de Andrés perforando el culo de Guille. Éste había ido dejando caer su cuerpo y prácticamente estaba echado en la cama mientras mi amigo continuaba dándole fuerte. Poco después, Andrés le dijo algo a mi hijo mientras empezaba a acelerar sus movimientos. Estaba a punto de terminar, y yo también. Sus embestidas eran cada vez más rápidas y profundas, y pronto se la clavó a Guille hasta el fondo y empezó a descargar mientras gemía sin parar. Yo también empecé a correrme, soltando potentes chorros que mancharon la corteza del árbol tras el que me ocultaba, y fue tras correrme cuando empecé a ser más consciente de lo fuerte que era todo aquello y de lo extraño de mi comportamiento. Me guardé la polla y salí de allí asegurándome de que no se enteraran de nada.

Volví rápidamente a casa de Andrés y le conté a mi mujer que me había encontrado a un conocido y que nos habíamos puesto a hablar, por lo que no había llegado a ir a nuestra casa a por las cervezas. Al rato llegaron Guille y Andrés con lo que habían ido a buscar. Mi amigo traía tal cara de felicidad que tuve que contenerme para no darle un puñetazo. En cuanto a Guille, seguía teniendo una actitud reservada en público con Andrés. Supuse que se sentía raro, incluso algo culpable y que eso influía en la forma de relacionarse con Andrés cuando había más gente delante.

Yo no podía parar de darle vueltas a lo que había pasado, aunque durante el resto de la noche me esforzase por estar tan normal con todo el mundo. Me sentía enfadado, traicionado, pero también sucio y excitado. No sabía cómo reaccionar. Podía hablar con ellos, o al menos con alguno de ellos y decirles que lo sabía y que no volviese a repetirse jamás. También podía romper la relación de nuestras familias, aunque era algo que no quería hacer pese a todo. Y no es que no quisiera por sentimentalismo. Después de ver a mi amigo follarse a mi hijo aquello ya no me importaba. Sentía la necesidad de hacer algo, pero no sabía el qué. Tendría que pensar en ello, quizás cuando me tranquilizase un poco.

Tras la cena y las copas nos marchamos a nuestra casa, pero antes de salir tuve que ir al servicio, y al salir me topé de golpe con Dani, el hijo de Andrés que iba hacia la cocina.

  • ¡Uy, perdona! - me disculpé.

  • No pasa nada - respondió con una sonrisa mientras seguía su camino. Yo me quedé parado mirándole. Dani era un chaval de pelo moreno, y algo pálido de piel, con algunas pecas que adornaban su preciosa cara y con un cuerpazo perfecto.

Enseguida lo vi todo claro. Lo que más deseaba era venganza.

CONTINUARÁ…