Mi amigo Ricardito

Todavía conservo el perfume de su piel adolescente sobre mi cuerpo. Todavía guardo las impresiones de sus manos sobre mis senos. Todavía tengo grabado su rostro de felicidad cuando me penetraba.

Mi amigo Ricardito

Todo comenzó por casualidad. Me encontraba en mi escritorio respondiendo el correo de los lectores de TR cuando tuve ganas de fumar y el paquete lo había dejado en la cocina. Estaba allí y, sin querer, escuché una conversación entre mi marido y un amigo suyo quien contaba su preocupación por su hijo. El lo sospechaba de masturbarse con la ropa interior de su hermana; mi marido le respondió que a los 15 años era normal y cuando tuviera una noviecita o su primera relación sexual se le pasaría.

Yo conocía toda esa familia, porque muchas veces habíamos ido a su casa. Ricardito tenía 15 años y su hermana bastante pizpireta y coqueta, 20. Ricardo era un chico muy tímido que hablaba poco o nada, encerrado en su propio mundo de adolescente. La cuestión fue, que me quedé pensando que yo nunca me había acostado con un adolescente y mientras más pensaba en eso más mi cuerpo comenzaba a bullir con la idea de hacerle el favor a ese adolescente. Algunos días más tarde, mi libido se mantenía intacta con esa idea. Entonces se lo comenté a mi marido que sabia encontrar soluciones a todos mis dilemas.

Ricardito, aparte de ser retraído e introvertido, tenía problemas en la escuela y fue por ese lado que mi marido encontró la solución. El habló con su amigo sugiriéndole la posibilidad de que yo podría ocuparme de ayudar a Ricardito en sus estudios. A los dos días ya me estaban proponiendo ese tarea extra, advirtiéndome que al chico no le gustaba la escuela. Fue así que me transformé, tres veces por semana, en profesora particular de Ricardito.

Al principio no podía sacarle una palabra ni con tirabuzón y nos limitábamos a lo estrictamente escolar. Luego cambié de táctica, comencé a provocarlo con "accidentes" armados al descuido; cuando él venia a casa me ponía una camiseta suelta sin sujetadores y, cuando me agachaba para explicarle algún ejercicio, él podía verme los senos; otras veces eran pantalones que al sentarme se me veía una parte de la línea de la cola. Ese juego empezó a dar resultado, más de una vez me daba cuenta del bulto que se le había formado a Ricardito debajo del pantalón. Una de las fiestas de fin de año la pasamos juntos varias familias, también estaban ellos y su padre comentó que había sido enviado por el trabajo a otro país durante todo el mes siguiente, su mujer lo acompañaría y los dos hermanos debían quedarse solos en la casa. Yo propuse desplazarme hasta lo de ellos para enseñarle, cosa que tranquilizó a los padre, de saber que una persona adulta vigilaría durante el mes de ausencia a sus hijos.

Aprovechando de la libertad y de la ausencia de los padres, la chica se iba con sus amigos todo el tiempo y con Ricardito nos quedábamos generalmente solos. El se sentía más cómodo en su casa y preparaba café esperando que yo llegara. El primer día me senté en un sillón grande de cuero donde me hundí entera levantándome con dificultad. Eso me dio idea de ponerme pollera desde la siguiente visita. Cada que pretendía tomar la taza que Ricardito dejaba sobre una mesa ratona, forzosamente yo debía abrir las piernas para levantarme y él que estaba sentado frente mío podía verme hasta la bombacha. Otra vez descubrí una CD de música romántica y mientras él preparaba el café lo puse en el lector. Instantes más tarde, él reconocía que no sabia bailar ese tipo de música y me ofrecí a enseñarle también eso, explicándole que se bailaba bien encerrado en los brazos de la pareja, y cuando bailamos un par de piezas, yo me colé a su cuerpo y lo empujaba a que él mismo me cerrara entre sus brazos siguiendo la melodía. Allí sentí su sexo en erección pegado a mi cuerpo.

Ese juego de ir calentándolo cada vez más, me excitaba también a mí, enormemente. Fue hasta que consideré que él ya estaba a punto y que aprovecharía del sábado para pasar al acto. La noche anterior ya no podía contener la emoción que corría desbordada por mi piel y, como una amazona que se va de caza, preparé mis útiles de combate sobre una silla.

El jean que había elegido casi no lo usaba más, porque me quedaba muy ajustado y para ponérmelo debía utilizar una técnica bien femenina, tirarme sobre la cama hasta lograr calzármelo. También separé un chaleco de algodón, abotonado, que me dejaba al aire el ombligo y parte de mi vientre. La ropa interior sería únicamente una braga, apena sostenida por un hilito fino de cada lado. Encima, me pondría un tapado largo porque estaba frío y tampoco me gustaba andar vestida así en la calle.

Llegué el sábado a la mañana, Ricardito me estaba esperando con el café ya preparado y, de entrada nomás, se apuró a explicarme que su hermana se había ido de nuevo con sus amigos al campo, como para dejar en claro que estaríamos solos todo el día. Yo no dije nada que ya lo sabía, porque ella había pasado por mi casa para decírmelo y que yo pudiera cubrirla delante de sus padres si se presentaba la ocasión. Entonces me saqué el tapado y lo deposité sobre una silla junto a mi mochila, también dejé bien a la vista una bolsita elegante de cartón. Ricardito no dejaba de observarme embelesado con mi cuerpo y dijo que, vestida de esa manera, yo estaba muy linda y que a pesar de mis 31 años me parecía una chica de su edad. Lo escuché con placer; porque lo sentí como una galantería de su parte. Para él yo ya estaba en la categoría de las "viejas".

Mientras bebíamos el café que se había hecho ya un ritual, me confesó que ese día no tenia muchas ganas de estudiar. Yo le contesté que no tenía importancia, porque ya estabamos adelantando bien en sus estudios y podíamos pasar el tiempo charlando como buenos amigos si él lo quería.

Esa mañana me desperté bien excitada y desde temprano que me había dado un baño y luego en el ómnibus, yo había comenzado a sentir que mi vagina se humedecía por los pensamientos libidinosos que me estaban carcomiendo y sonreía feliz por lo que tenía planificado para esa oportunidad, dejando un margen a la improvisación porque la experiencia no se compra en los supermercados.

Con anterioridad habíamos comentado, que ese sábado podríamos ver una película pornográfica, ya que yo nunca había visto ninguna y tenía curiosidad por saber cómo eran. Cuando terminamos el café, rápidamente me explicó que ya la había preparado y nos sentamos cómodos en el sofá para verla, pero a la mitad del filme le dije que ya era suficiente porque esas imágenes de sexo me estaban alterando bastante y regresamos a la mesa a tomar otro café.

Después de haber visto ese pedazo de filme Ricardito tenía una erección que se le notaba a simple vista y yo unas ganas locas por agarrarle ese bulto. Pero seguí comportándome normalmente y le pregunté si ya lo había visionado antes, respondiéndome que lo había hecho la noche anterior. Entonces le pregunté toda asombrada

-¿Y eso no te excita a ti?.

Poco a poco lo iba llevando al terreno que a mí me interesaba. El me reconoció que lo excitaba mucho y yo insistí curiosa

-¿Y qué haces cuando estás en ese estado?

  • Me masturbo, respondió bajando la cabeza con pudor.

Yo no le dejaba espacio, no estaba dispuesta a que su cerebro se distrajera con otra cosa, y agregué

-¡Claro, te comprendo, son chicas jóvenes y bonitas! Pero Ricardito, con timidez y vergüenza, murmuró entre dientes:

  • ¡Yo pienso en otra cosa!…"

  • ¿En qué?…, insistí conociendo la respuesta de ante mano.

  • ¡En ti!….

  • ¡Ahhhhh!… me salió de adentro mirándolo con cara sorprendida, de inocencia y con pudor por lo que venía de escuchar. Yo siempre pensé que me equivoqué de profesión y que debería haber sido actriz. Entonces, sin decir nada, me levanté y fui a la cocina a buscar un vaso con agua. Cuando retorné Ricardito continuaba silencioso sentado junto a la mesa.

Su confesión había sido ruda, pero las cartas ya estaban jugadas, todos mis demonios estaban de fiesta y sentía que hasta la mitad de la bombacha se me había ya mojado. Sin embargo, para relajar esa conversación me puse hablar del frío que estaba haciendo afuera y de las bromas que me hacia mi familia con mis nuevos anteojos. Luego le conté que, antes de ir a su casa, había pasado apurada por un negocio cercano para comprarme ropas interiores y darle una sorpresa a mi marido cuando volviera al día siguiente. Ricardito no decía nada, me miraba nada más. Entonces agregué riéndome:

  • Espero que le guste, porque el desgraciado de mi marido tiene gustos raros.

  • Seguro que le va a gustar, respondió súbito observando la bolsa de cartón sobre la silla. Entonces me levanté y puse la bolsa sobre la mesa, mostrándole eso que venia de comprar, pero que en realidad ya lo había hecho dos días antes, preparando ese momento.

Era un conjunto tradicional de braga y sujetador, blanco y muy transparente que cuando se lo mostraba Ricardito entrecerraba los ojos imaginándome vestida con esas prendas. Le pedí que tocara las prendas para sentir lo suave de la tela, pero él no las tocaba, parecía más bien acariciarlas. Mi plan ya estaba en marcha y debía pasar a la etapa superior porque sino yo terminaría teniendo un orgasmo allí mismo, por lo caliente que estaba, mis entrañas estaban ardientes y mis senos totalmente duros. Entonces, comenté que lamentaba no haber podido probarlas en el negocio porque tenía temor de llegar tarde. Ricardito se pasó los labios por la boca, miró a los costados como buscando un lugar apropiado y dijo:

  • Puedes probártelo aquí si quieres

Yo lo miré haciéndome como que dudaba y después reconocí que era buena idea, así él podía darme su opinión como hombre de si me quedaba bien o mal.

Salí del comedor y, a un costado del pasillo fuera de su vista, me apoyé tranquila sobre un mueble y conté hasta cien, dos veces; luego desprendí el botón del pantalón, bajé el cierre de la bragueta dejando al descubierto un poco mi braga y volví con cara de fastidio junto a Ricardito quejándome que no podía quitarme el pantalón porque estaba muy apretado. El me miró con ojos desilusionado como si sus fantasías se diluyeran de golpe. Entonces comenté tartamudeando: "Salvo, salvo… si tu me ayudas" y él asintió con la cabeza, como esos perritos en los parabrisas de los automóviles. Le expliqué cómo debía hacer para ayudarme, él debía tirar con fuerza hacia abajo mi pantalón desde atrás y él se sentó en el sofá para hacerlo mejor.

El contacto de su piel me desestabilizaba emocionalmente. Yo sentía sus dedos por debajo de mi pantalón tocando mis caderas, sentía su respiración entrecortada sobre mi cintura y la adrenalina que montaba por mi cuerpo, era una sensación de gozo que me hacia temblar entera. Y cuando ya estabamos listos, le dije que empujara con fuerza el pantalón hacia abajo. El único problema fue que él había metido sus dedos pulgares también debajo de las tiras de mi bombacha y, al mismo tiempo, me bajó todo, pantalón y braga, dejando al aire libre la totalidad de mi cola, casi pegada sobre su cara. Yo sentí su respiración cálida y agitada sobre mis nalgas y cerré los ojos para aprovechar mejor de ese momento delicioso. De pronto Ricardito pareció vencer su timidez y apoyó sus dos manos sobre mi culo apretándolo suavemente una y otra vez, como si me estuviera haciendo masajes. Yo tuve que hacer un esfuerzo para cerrar los músculos vaginales porque sentía que mis líquidos se escapaban incontrolados de tanto placer. Yo estaba inmóvil y Ricardito me acariciaba desde atrás las piernas y me daba besos sobre la cola; entonces abrí lo que pude mis piernas, que estaban prisioneras por el pantalón a la altura de mis rodillas, para que él pudiera meter mejor su mano hasta mi vagina, hurgando con sus dedos en mi cavidad íntima.

Ricardito me acariciaba lentamente con mucha dulzura, como si fuera descubriendo cada centímetro de mi piel con su propia piel. En el interior de mi cuerpo ya se había desencadena un movimiento revolucionario de sentidos y deseos súcubos. Durante dos meses yo me venia preparando para ese momento, conteniendo mis ansias y la impaciencia de ser poseída hasta las entrañas por ese adolescente. Entonces terminé por quitarme el pantalón y la braga con el pié y giré poniéndome de frente. Ricardito continuaba sentado y lo tomé de la cabeza empujándolo contra mi pelvis. Yo levanté uno de mis pies apoyándolo sobre el sofá para facilitar el espacio entre mis piernas y que él pudiera meter su boca libremente en mi vagina.

Ricardito me chupaba con ahínco, cacheteando con su lengua mis labios menores tratando de recoger mis líquidos para beberlos. El estaba sediento por sus propios deseos y, cuando una de sus manos se estiró atrapándome un seno por encima de la ropa, yo misma me arranqué el chaleco de hilo haciendo saltar un par de botones y quedé totalmente desnuda en el comedor de su casa; de esa manera él podía masajear a voluntad y bien mis pechos. En ese momento, yo estaba ya incontrolada como una perra en celos, sedienta de ser poseída por ese adolescente tímido a punto de perder su virginidad. Pero dos meses esperando ese momento; dos meses excitándolo y excitándome a cada vez que nos veíamos; dos meses masturbándome cuando regresaba a mi casa o pidiéndole a mi marido que me copulara como si fuera Ricardito, mi corazón palpitaba mil a la hora y sentí que la falta de oxigeno me oprimía el pecho. De pronto mis músculos vaginales se contrajeron con golpes de espasmos y mi orgasmo se escapó como un soplo húmedo de vida mientras él iba bebiendo golosamente todos mis segregaciones expelidas.

Yo tuve un orgasmo, como el agua que se escapa involuntariamente de entre las manos, sin poder detenerlo. Sin embargo, yo tenía rabia por no haber podido contenerme y tomándolo de la mano lo llevé hasta el dormitorio de sus padres, lo hice sentar en la cama y lo dejé desnudo para poder ver, al fin, ese sexo que tanta obsesión me estaba causando. Ricardito tenía una verga normal, ni muy gruesa ni muy larga, 14 ó 15 centímetros de carne rosada totalmente mojada por sus líquidos preseminales. Sus testículos eran pequeños cubiertos por una piel arrugada y dulce que le sostuve con una mano. Pero cuando cerré la otra mano alrededor de su pene para comenzar a masturbarlo, y mientras me acercaba para succionarlo, su sexo comenzó a escupir esperma con fuerza sobre mi cara. El eyaculó con violencia y en fuerte cantidad sin darme tiempo a introducir su pija en mi boca; era una cascada de leche que me bañó entero el rostro y que caía sobre mis senos, y que yo intentaba absorberlo lo mejor que podía. Ricardito también había sido traicionado por su excitación. Su primera relación sexual con una mujer había sido con una eyaculación precoz y su falo se contrajo, reduciéndose rápidamente quedando apenas de 6 ó 7 centímetros. Entonces, yo corrí su prepucio con dos dedos liberando su bálano que me lo metí en la boca para limpiar con mi lengua los restos de esperma, era un gusto delicioso, rico y terminé por envolver todo su pene con mi boca Yo chupaba esa verguita con cariño, mirándolo desde esa posición a los ojos, mientras él sonreía de felicidad.

Ricardito venía de tener su primera relación sexual con una mujer, con su profesora particular, con la misma mujer que él había fantaseado durante dos meses; ahora podía decir que ya era un hombre. Yo estaba pensando en eso, cuando sentí en mi boca que su miembro renacía como el Ave Fénix de entre las cenizas; increíblemente su sexo se iba poniendo en erección con la misma velocidad que se había encogido. Su verga se estiraba y palpitaba en mi garganta y yo me puse a chupar y chupar con mas ahínco, marcando un ritmo sostenido. Y cuando su pija estuvo derecha y dura como un palo, me subí sobre él y me senté encima haciendo que entrara hasta el fondo de mi vagina. Luego incliné mi cuerpo ligeramente hacia atrás apoyando mis manos sobre sus rodillas y comencé a mover mi cintura en forma circular para que su verga conociera todas las paredes interiores de mi útero. El apretaba con sus manos mis senos y al mismo tiempo me penetraba con movimientos rítmicos. Y cuando yo sentía que su verga entraba bien adentro, yo trataba de cerrar mis músculos vaginales para envolverle su falo con presión. Pero de la misma manera que Ricardito eyaculaba precozmente, largaba su chorro de leche en gran cantidad, que me hacía pensar que me estaba orinando adentro de mi útero.

Después cambiamos de posición diferentes veces, pero solo con penetraciones vaginales y orales. Yo tuve un solo orgasmo, pero Ricardito eyaculó tantas veces que yo misma quedé sorprendida por la cantidad de esperma que podía vaciar a cada vuelta y de la rapidez con que se recomponía su pene incansable. Fue hasta que dijo basta y que ya no podía soportar más las caricias sexuales. Entonces, nos fuimos desnudos al comedor y yo me senté en el sofá a fumar un cigarrillo; él me miraba con infinito cariño, casi como si se hubiera enamorado de mí y, de repente, me puse a llorar.

Cuando Ricardito quiso saber el motivo de mis lágrimas, le dije que estaba arrepentida de lo que había hecho, porque si su familia o mi marido lo sabían, toda mi vida quedaría destruida para siempre. Entonces Ricardito me consoló, cerrándome entre sus brazos, y juró que nadie sabría lo que venía de suceder, que ese era nuestro secreto más apreciado y en esa forma lo mantendríamos.

Yo volví tarde a mi casa. Luego sin bañarme ni higienizar para continuar a sentir el perfume de su piel sobre mi piel y la sensaciones pegajosas de su esperma sobre mi cuerpo, me acosté a dormir como un angelito feliz, esperando que mi marido llegara de viaje al día siguiente, y poder contarle en detalles como Ricardito había perdido su virginidad.

Any ( anylorac30@hotmail.com )