Mi amigo Pedro, el del gimnasio

Un muchacho joven se siente poderosamente atraido hacia un adulto de 46 años. Al principio la relación es de lo más inocente, pero finalmente ambos sucumben a la pasión.

MI AMIGO PEDRO, EL DEL GIMNASIO

Lo que sigue a continuación sucedió hace algunos años; poco antes de enviudar. Yo estaba muy enamorado de mi esposa y, aunque siempre he reconocido que me atraían ciertos hombres, sólo en contadísimas ocasiones le fui infiel, pero casi siempre era con hombres. Y es a esto a lo que me voy a referir.

Éramos, lo que se dice "una pareja muy bien avenida", aunque a veces, como todos los matrimonios, teníamos nuestras pequeñas diferencias. Era entonces cuando yo solía tener alguna aventura muy discreta. Pero normalmente siempre íbamos juntos a todos lados y casi nunca nos separábamos salvo por trabajo o cuando ella tenía que atender a sus padres, mayores y enfermos.

Recuerdo que todos los veranos íbamos a veranear a un pueblecito costero, muy cerca de la capital donde vivíamos. Siempre alquilábamos una casita junto al mar y allí pasábamos los meses de julio y agosto. Como yo sólo tenía un mes de vacaciones, (normalmente julio), el otro mes lo pasaba yendo y viniendo de la ciudad a la playa y viceversa. Pero merecía la pena ir dos o tres veces por semana, porque el baño era delicioso y los calores de la capital eran insoportables.

Recuerdo que mientras tomábamos el sol, muchos hombres desfilaban paseando por la playa delante de nosotros. Yo no podía evitar fijarme en sus "paquetes". En aquellos bultos maravillosos que se marcaban por debajo de aquellos minúsculos bañadores. En otras ocasiones era yo quien daba grandes paseos por la playa, mirando con disimulo a cuantos hombres se encontraban a mi paso. Y en muchas ocasiones, llevado por la excitación, no podía aguantar la erección bajo mi traje de baño y me zambullía en el agua para poder masturbarme a placer.

Por entonces yo había hecho gran amistad con un muchacho joven que solía acudir con frecuencia al mismo gimnasio que yo iba. Este chico era siempre muy amable conmigo y habitualmente se ponía a mi lado cuando realizábamos ejercicios conjuntos, (por ejemplo, estiramientos y esas cosas en las que se precisa la ayuda de un compañero). Recuerdo que él siempre trataba de realizar aquellos ejercicios conmigo y yo me sentía encantado de que él prefiriese mi compañía a la de otros hombres que había en el gimnasio.

Por otro lado, cuando yo me disponía a ducharme, mi amigo abandonaba sus ejercicios y me seguía hasta las duchas. Y hacía esto la mayoría de las veces, aunque hubiese llegado al gimnasio mucho después que yo. Las duchas y los vestuarios eran completamente abiertas y se podía ver al resto de compañeros mientras se duchaban o se vestían y desvestían. Por lo que -en más de una ocasión- tuve que hacer unos esfuerzos enormes para disimular mi excitación, porque aquel "paisaje" era realmente morboso y muy excitante. Y a mi me daba mucha vergüenza que otros vieran la excitación de mi polla, pues eso evidenciaría mis inclinaciones homosexuales.

Pedro, que así se llamaba este muchacho, tenía una gran verga incluso "dormida". A veces nos metíamos en la sauna del gimnasio, tapados únicamente con el "taparrabos"; una minúscula toalla que nos dejaban. Y en muchas ocasiones, sobre aquellas tablas ardientes y cálidas, podía apreciar una clara excitación de mi amigo, viendo cómo su polla aumentaba de tamaño. Pero nunca quise dar un primer paso por miedo al rechazo, ya que en aquellos años yo era aún muy tímido.

Recuerdo que un verano, estando mi familia en la playa, Pedro había ido a buscarme a mi trabajo para que desayunásemos juntos. Y como sus padres también estaban de vacaciones por el norte, le propuse comprar algunas cosas y comerlas en mi casa. Allí estaríamos fresquitos, podríamos ducharnos y descansar una buena siesta. El siempre aceptaba todas mis propuestas, por lo que no pude evitar hacerme ilusiones con él, pensando que aquel día tendríamos relaciones sexuales.

A la hora en punto, Pedro me estaba esperando a la salida del trabajo. Compramos unos pasteles y nos dirigimos a mi casa. Una vez allí le propuse quitarse algo de ropa para quedarse más fresquito, cosa que él y yo hicimos, quedándonos en slip. Pude observar un gran bulto debajo de su minúsculo calzoncillo y no pude evitar excitarme bastante yo tambien. Pero inmediatamente me puse una toalla sobre mi slip para que él no advirtiera que mi polla estaba dura y empalmada.

Saqué unas cervezas del frigorífico y nos dispusimos a devorar aquellos pasteles, con la intención de ducharnos y echar una buena siesta.

Después de comer, él se duchó primero, dejando abierta la puerta del baño mientras lo hacía. Cada vez eran más claros los síntomas de que él también quería hacer algo conmigo, pero yo todavía tenía mis dudas y no me atrevía a dar el primer paso. Tímidamente me asomé al baño para preguntarle si necesitaba algo. Pude ver cómo su polla había aumentado de tamaño, pero todavía no estaba totalmente empalmado. El, sin ningún rubor, se secaba delante de mi y dejaba ver aquella polla descomunal sin ningún rubor. Pero yo tenía mis temores al rechazo y seguía sin dar el paso final.

Disimuladamente y con toda intención, antes de ducharme dejé mi propia toalla sobre mi cama de matrimonio y me dispuse a tomar el baño. Cuando terminé de ducharme, llamé a Pedro para pedirle que me trajese la toalla que había dejado "olvidada" sobre mi cama. El lo hizo y pudo ver mi polla morcillota, que yo trataba de mantener "dormida" a toda costa para no asustarlo.

Cuando me sequé, salí del baño y le propuse echar una siesta, a lo que él accedió. Pero como solo habían dos acondicionadores de aire en la casa, uno estaba en el salón y el otro en mi dormitorio, le sugerí acostarnos en mi cama, pues aquella habitación era la más fresca de la casa.

Nos acostamos, el uno junto al otro, mirando hacia el techo, tapados solamente con el minúsculo calzoncillo y hablando de cosas sin importancia. Luego pasamos un buen rato, supuestamente intentando dormir. Pero ninguno de los dos dormía y, finalmente le dije a Pedro: "¿Tu tampoco duermes?." El me contestó: "No tengo sueño". Yo, tímidamente puse mi mano sobre su vientre, con el temor de que él apartase mi mano de su cuerpo. Pero él se quedó inmóvil. Ninguno decía nada y yo no sabía que hacer. Finalmente bajé mi mano, muy nervioso, hacia su pubis, casi con miedo a una reacción negativa de él, pero él ni se inmutó. Pude darme cuenta de su enorme erección, pues su capullo asomaba por el borde del pequeño slip. Aquello era descomunal; jamás había visto una polla tan grande. Y entre temeroso y excitado, comencé a pasar uno de mis dedos por aquel capullo sonrosado y delicioso. Entonces pude darme cuenta de que estaba comenzando a lubricar, pues su excitación era total. En eso, él se volvió y me dijo:"¿Porqué has esperado tanto?". Y agarrándome por el cuello, buscó mi boca con la suya y me propició un beso apasionado, metiéndome la lengua hasta el fondo. Luego comenzó a besarme y a pasar su lengua por todo mi cuerpo, comenzando por el cuello, bajando hacia mis pezones que estaban muy duros, luego por mi ombligo y finalmente se introdujo mi polla en su boca. Yo estaba tremendamente excitado y él comenzó a succionar mi verga con un rápido vaivén que casi me hizo correrme. Inmediatamente, yo le bajé el slip y pude ver aquel enorme rabo en todo su esplendor, mientras que por el hoyito de su capullo, no dejaba de manar un delicioso líquido pre-seminal.

Luego, él se puso sobre mí, colocando su polla entre mis muslos, al tiempo que hacía lo propio con la mía entre los suyos. Nos besábamos y abrazábamos con auténtica pasión. Estábamos como locos, lamentándonos del tiempo que habíamos perdido hasta llegar a este encuentro sexual maravilloso. Así estuvimos gozando y disfrutando, hasta que caímos rendidos de sueño, después de una maravillosa eyaculación que nos inundó de leche a ambos.

Cuando despertamos, él seguía empalmado y yo al verle también me empalmé. Pero él me dijo que debía marcharse, pues tenía una cita a esa hora y no quería llegar tarde. Le propuse volver a vernos a los dos días, pues el día siguiente yo tenía que volver a la playa con mi familia.

A los dos días, volvimos a quedar y él me esperó a la salida de mi trabajo. Y volvimos a hacer lo mismo que el primer día. Compramos unos pasteles, nos fuimos a casa, tomamos unas cervezas y, después de ducharnos, (esta vez juntos), nos acostamos juntos y disfrutamos al máximo del sexo. Pero en esta ocasión el me sorprendió diciéndome si me apetecía penetrarlo. Yo no sabía que hacer ni que decir, pues nunca había penetrado a ningún hombre y, era tan inocente en aquellos años que yo pensaba que una polla no podía caber en ningún culo. Ahora se que, no solamente una polla, sino una mano, un pie o lo que te propongas.

El caso es que el –casi- me suplicó que lo penetrase y, a tal efecto, venía preparado con un lubricante especial que él mismo se puso en el ano, así como en mi propio pene, brutalmente excitado ante la idea de penetrarlo. El se situó sobre la cama, con sus piernas sobre mis hombros para facilitar la penetración, y yo comencé a jugar con mi verga sobre su hoyito. Al principio solo restregaba mi polla contra su culito, para asegurarme de que aquello estaba bien lubricado. Pero, poco a poco, fui presionando con mi capullo, tratando de abrirme paso en aquel agujerito y lentamente me colé en sus entrañas, mientras que él gemía, conjuntamente, de dolor y placer. Debido al dolor que le producía mi pene dentro de su ano, su polla se había quedado flácida, pero tan pronto como mi rabo se coló totalmente dentro de él, ésta comenzó a crecer, mientras que yo mismo lo estaba masturbando. Aquella polla se volvió nuevamente grande y descomunal. Yo disfrutaba mucho tocándola y masturbándole, al tiempo que nos besábamos con toda pasión.

Al cabo de un buen rato de estos ejercicios, quise llegar más lejos aún. Y, sin sacarla, me volteé sobre él como pude y levanté sus piernas, de manera que ahora yo la tenía metida pero estaba de espaldas a él. El no dejaba de gemir, disfrutando como loco, pero yo no estaba disfrutando menos que él. Quería prolongar esa sensación durante mucho tiempo, pero la excitación era tal que finalmente me corrí dentro de él. No usábamos condón, pues había una confianza extrema entre ambos, y cuando sintió la venida de mi leche dentro de sus entrañas, hizo una exclamación de placer que nunca olvidaré.

Estos encuentros se repitieron unas cuantas veces mas, pero acabó el verano, mi familia regresó a la ciudad y a los pocos meses él vino a casa con una participación de matrimonio, pues se iba a casar a las pocas semanas. Toda mi familia asistimos a la boda, y celebraron un estupendo banquete. Yo le felicité por su enlace con un abrazo muy fuerte y apasionado. Nadie sospechaba que aquel abrazo mío era algo más que el de dos amigos que se aprecian. Pero él sabía que con aquel abrazo, le estaba diciendo lo mucho que yo le quería y lo que habían significado para mi aquellos encuentros del verano.

Después de casarse, Pedro abandonó el gimnasio y yo, un poco desilusionado, también fui espaciando mis visitas hasta que lo dejé igualmente. Ya no tenía ninguna ilusión por hacer gimnasia, pues uno de los motivos principales ya no estaba allí. Así que acabé por dejarlo.

Luego, con los años, nos hemos vuelto a ver unas cuantas veces, pero nunca más volvimos a comentar aquello. Hoy Pedro es un excelente padre de familia con un montón de hijos, directivo de una importante empresa multinacional y solamente nos vemos muy de tarde en tarde para tomar un café.

Hace cinco años, mi amada esposa murió aquejada de una grave y cruel enfermedad. Mis hijos se independizaron y hoy, con 56 años, puedo disfrutar del sexo como me apetezca. Recientemente he viajado por el norte, cuya experiencia queda reflejada en otro relato que aparece en esta misma Web y. ocasionalmente he mantenido relaciones sexuales con mujeres. Pero de una manera mas continua las he mantenido con hombres; (generalmente chicos de mas de 30 años). Jóvenes que, sin que yo me lo proponga y aunque pueda parecer una pedantería, se me suelen insinuar. Y, como la carne es débil y yo me dejo querer, vivo la sexualidad plenamente y con total libertad, pero con seguridad y todas las precauciones necesarias. A veces, son muchachos más jóvenes quienes me buscan; chavales de 18 años que prefieren la ternura que proporciona la madurez. Y éstos si que son -para mi- un auténtico regalo. Ellos disfrutan mucho conmigo y yo con ellos.

Pero otro día os contaré la aventura que mantuve con un muchacho boliviano, que fue mi locura durante algunos meses. Luego, se esfumó de mi vida y nunca más volví a saber de él. Pero esto, para más adelante.