Mi amigo Leandro

Si grande era la excitación que sentí viendo su cuerpo desnudo desde mi cama, mayor si cabe fue la que experimenté cuando el mío se pegó a él.

MI AMIGO LEANDRO

El curso estaba tocando a su fin y yo estaba un poco agobiado con los exámenes últimos y siempre aprovechaba los ratos libres entre clase y clase para estudiar en la biblioteca por lo que apenas estudiaba en la habitación que tenía en la residencia.

Esta habitación la compartía con otro compañero, Leandro, estudiante de primero de Minas. Me llevaba bastante bien con él. Habíamos congeniado pues teníamos aficiones comunes, como la pasión por el teatro, la lectura y el coleccionismo de sellos. Nos importunábamos bastante poco pues, debido al horario distinto de clases, apenas coincidíamos en el cuarto. Sólo estábamos juntos los fines de semana que era cuando no había clases y, por supuesto, cada día en las horas de inicio y fin de jornada.

En lo único que habíamos tenido problema era en la costumbre que tenía Leandro de leer en la cama. Como para eso necesitaba mantener encendida la luz y me molestaba para dormir, lo solventamos gracias a que dormíamos en una litera y él ocupaba la cama de abajo. Como la litera estaba pegada a la pared, dispusimos una manta colgando desde debajo de mi colchón hasta el suyo cerrando los dos laterales libres; de esta forma podría leer todo lo que quisiera que la luz no me molestaba.

Una noche, ya llevaba yo un rato acostado pero no podía conciliar el sueño debido en parte a la tensión de los exámenes y otra a que empezaba a hacer calor. En el estado de somnolencia en que me encontraba, noté que la cama entera se movía. – Leandro tampoco puede dormir y no hace mas que dar vueltas – pensé, pero al cabo de unos instantes, me percaté de que el movimiento de la cama era mas continuo que el realizado al cambiar de postura el cuerpo.

El movimiento era de vaivén. Con la luz del techo apagada no podía ver si la lámpara también oscilaba pues había pensado que se trataba de un pequeño terremoto. Encendí la luz para comprobarlo e inmediatamente, el movimiento cesó. Por supuesto, la lámpara estaba inmóvil ni nada de lo que estaba colgado de la percha de la pared había sufrido variación alguna.

Volví a apagar la luz y me dispuse a seguir durmiendo.

No sé cuanto tiempo transcurrió cuando me apercibí del mismo movimiento de cama que me había preocupado anteriormente. Me mantuve inmóvil y me percaté que era Leandro el que, de manera consciente o no, causaba ese meneo de cama. Sigilosamente y procurando no levantar la sospecha de mi vecino de litera y cesara en su movimiento,- tal y como lo había hecho antes cuando había encendido la luz, - atisbé por la rendija que la manta dejaba junto a la pared de la cabecera de la cama.

Vi que Leandro, totalmente desnudo encima de su cama, la cabeza elevada ligeramente sobre la almohada doblada para facilitar la lectura, estaba hojeando una revista. Hasta ahí, todo me pareció normal. Cuando seguí observando vi que la revista que miraba estaba llena de fotos y que la mano derecha de Leandro se aferraba a su polla. ¡ Se estaba haciendo una paja!. Ahí radicaba el movimiento oscilante de la cama entera. El movimiento rítmico arriba y abajo de la mano al masajear el miembro, se trasmitía a la cama. A duras penas pude reprimir una carcajada. – Menudo terremoto que estaba generando -.

Por un momento pensé en interrumpir la tarea de Leandro, pero algo en mi interior me hizo desistir de este impulso. Seguí contemplando el espectáculo que se desarrollaba ante mis ojos y le dediqué un buen rato. Observé con detenimiento el cuerpo desnudo y empecé a sentir cierta fascinación y a la vez envidia por él. Era un cuerpo bien formado y musculoso gracias al deporte. Si a esto añadía la belleza de sus facciones la envidia estaba bien fundamentada.

Centré mi atención al masaje que Leandro se estaba haciendo. Era la primera vez que veía a otro meneándosela. Recordé que cuando era pequeño, estando una vez con un grupo de amigos, alguien hizo alusión de hacernos una paja en comunidad, pero sentí vergüenza y salí corriendo. Una cosa era cometer el pecado en solitario y otra el pecar delante de otros que también pecaban aunque no les importara el pecar. Esta vez, era distinto. El pecador, inconsciente de que era observado, seguía pecando en solitario. Yo me sentía cada vez mas hipnotizado, tal y como debería de sentirse cualquier pajarillo ante una serpiente que se preparaba para comérselo.

No sólo mis ojos se sentían hipnotizados. La escena que estaba viendo también influía en todo mi ser. Mi polla se puso tiesa a punto casi de dolerme de lo dura que estaba. Mi primer impulso fue comenzar a meneármela también, pero mi subconsciente me dio la orden de que no debía moverme lo mas mínimo pues se hubiera acabado el espectáculo que estaba contemplando.

Al fin, no pude mas y lancé una pregunta que, en ese momento, no consideré lo absurda que era por lo que estaba viendo.

  • ¿Qué haces?. -

Leandro se quedó envarado, tomando conciencia de que estaba siendo observado y que yo no estaba dormido como en un principio creyó. Dejó caer la revista sobre su cuerpo, tapando de esa forma la mano sobre su polla.

  • Viendo una revista- contestó intentando controlar el tono de voz para que yo no notara el grado de excitación en el que se encontraba.

-¿Tienes otra para dejarme?- le pregunté a mi vez.

  • No. No tengo mas que ésta. - e inmediatamente repuso –si quieres, podemos verla juntos.-

Esa respuesta me causó un momento de sorpresa, pero pasado un instante me agradó.

  • Vale, échate a un lado que bajo.-

Cogí la almohada, me bajé de mi cama y me metí en la suya. Leandro, con toda la naturalidad (que yo no hubiera tenido) no hizo ademán ninguno de meterse debajo de las sábanas y permaneció desnudo junto a mí. Se movió un poco hacia la pared, desdobló la almohada para ponerla sobre la mía y así poder ver los dos mejor la revista.

Si grande era la excitación que sentí viendo su cuerpo desnudo desde mi cama, mayor si cabe fue la que experimenté cuando el mío se pegó a él. Yo estaba en calzoncillos y el roce de los dos cuerpos hizo que mi polla alcanzara su máxima envergadura. Por fortuna para mi vergüenza, Leandro no lo notó (o al menos no dio muestra de ello.)

Leandro tomó la revista y la desplegó ante nuestros ojos. Estaba visto que esa iba a ser una noche llena de sorpresas para mí. ¡La revista mostraba unas fotografías de hombres haciendo el amor en diversas posturas!. -¿Sorprendido?- me preguntó.

  • Si te digo la verdad, sí. No me imaginaba que te gustara ver revistas pornográficas gays.

Volvió la cara hacia mí y me contestó - Hay muchas cosas que no sabes acerca de mí, Luis.- Lo hizo en voz baja, aunque no hiciera falta hacerlo así puesto que en la habitación estábamos solos los dos y siguió hojeando la revista. – Si no es de tu agrado, puedes volverte a tu cama cuando quieras, que no te lo reprocharé -.

  • No es eso- repliqué. – Es que no me lo esperaba.-

  • Si te soy sincero, no solo me gusta ver este tipo de revistas, sino que también me gustan los hombres. ¿De verdad que no te habías dado cuenta?.

  • Sinceridad por sinceridad, nunca se me pasó por la imaginación y me siento un poco defraudado no porque no me lo hayas dicho antes.-

Leandro dejó a un lado la revista y apoyándose sobre el codo izquierdo, clavando sus azules ojos en los míos me dijo:

  • Siempre he querido decírtelo, contarte mis sentimientos, pero he tenido miedo de que al saber mi tendencia homosexual rechazaras mi compañía y, no sólo eso, sino que lo comentaras con otros amigos y compañeros. En esta sociedad, ya sabes, es muy fácil hablar de la integración de los homosexuales cuando el tema se ve lejos de uno, pero otra cosa distinta es cuando se convive diariamente con uno de nosotros. Tengo la experiencia desagradable de la persecución y el vacío que me han hecho los que se consideraban mis amigos en mi pueblo.-

En sus palabras se notaba la angustia y el sufrimiento que había pasado.

  • No tengas ni miedo, ni reparo de haberte sincerado conmigo- le dije – es mas, te agradezco estos momentos de sinceridad y, por lo que a mí respecta, te sigo considerando mi amigo, para lo bueno y para lo malo. Siempre podrás contar son mi amistad.-

Leandro, permaneció en silencio unos instantes. Se enjugó unas lágrimas incipientes y tomó de nuevo la revista.

  • Bueno, vamos a seguir viendo la revista.- dijo, adoptando la postura que tenía antes de su confesión.

Yo hice lo mismo y así, empezamos de nuevo a verla.

Conforme íbamos mirando las fotografías, noté en todo mi ser las mismas sensaciones que cuando miraba revistas eróticas con escenas de prácticas heterosexuales. Contemplando a hombres haciendo lo mismo hizo que mi polla se enervara. Miré de reojo a Leandro y pude comprobar que a él le pasaba lo mismo que a mí. Ambos presentábamos una erección muy grande, con la salvedad de que en él era visible y a mí se me notaba por lo abultado del calzoncillo.

-¡Que coño!- exclamé. Liberándome del calzoncillo dejé al descubierto mi polla que estaba a punto de estallar del estado de erección en que se encontraba. Leandro, sorprendido un poco de mi reacción, estalló en una carcajada.

  • Parece que no te desagradan estas escenas a tenor de lo que estoy viendo.-

  • La verdad es que no me puedo aguantar mas tiempo.- dije y empecé a meneármela.

Leandro, por su parte, sosteniendo la revista con la mano izquierda comenzó también a masturbarse. Al cabo de unos momentos dejó la revista a un lado y se dedicó a sus propios juegos eróticos.

Ambos nos la estábamos meneando excitándonos el uno en la contemplación del otro. Al cabo de un rato me corrí y unos instantes después Leandro también lo hizo. Nos salpicamos mutuamente con nuestro semen lo cual hizo que ambos empezáramos a reírnos de nosotros mismos. En un gesto casi involuntario, restregué mi semen por el vientre de Leandro, el cual hizo lo mismo conmigo.

Hice también algo que nunca había imaginado. Entornando los ojos rocé con mis labios los de Leandro.

  • Me ha gustado la experiencia.- comenté.- Siempre he tenido prejuicios a la hora de masturbarme en compañía de otros. Ahora me he dado cuenta de que mi miedo era por reconocer que a mí también me agradan los de mi mismo sexo. A las chicas siempre las he visto con otros ojos. Me gusta verlas y reconocer la belleza en su especie, pero eso no hacía que me excitara. Por el contrario, cuando veo a algún chico bien parecido, no me canso de contemplarlo, a veces me excito y luego, en solitario, me masturbo pensando en ellos.-

  • Me gustas mucho- exclamó Leandro- siempre te he querido en silencio temiendo tu reacción. Lo que no quería al confiarte mi amor era que tú me rechazaras y perderte-

Me dio un beso largo, intenso al cual yo respondí abriendo mi boca dejando que su lengua jugueteara con la mía.

Noté cómo mi polla empezaba de nuevo a enderezarse desde el estado de flaccidez en que se encontraba después de la corrida anterior. Era algo inusual en mí, que no había experimentado nunca, siempre, después de haberme masturbado, o me había dormido relajado o había continuado con mi rutina diaria. Ahora, mi cuerpo reaccionaba normalmente ante nuevos juegos amorosos.

Restregué mi cuerpo con el de Leandro, mi polla dura contra la suya que también empezó a despertar ante los roces que estaba notando. Juntos, recostados uno frente al otro, continuamos con nuestras caricias.

Mordisqueé su oreja izquierda, chupando el lóbulo, lo que hizo que Leandro exhalara una exclamación de placer. Eso hizo que continuara con mis caricias. Pasé mis labios sobre su cuello a la par que con mi mano izquierda masajeaba sus pezones. -¡Mmm! ,- exclamé en voz baja susurrándolo al oído de Leandro- ¡están duros como pequeños garbancitos tostados en su punto para ser comidos!- y acto seguido empecé a darles pequeños mordisquitos que enardecieron aún mas a mi compañero.

Éste, ante mis caricias, quiso corresponderme acariciándome, pero le contuve.

  • No. Déjame que te haga gozar. Ya llegará el momento en que tú intervengas- le dije.

Continué deslizando mi mano sobre su pecho y vientre. Luego paseé mis dedos por su espalda a la vez que restregaba mi polla dura con la suya. Noté cómo de la mía habían surgido unas gotas de semen. Las recogí con mis dedos y los llevé a su boca. Leandro los chupó con fruición y eso hizo que yo me excitara aún más. Cogí mi polla y la acerqué a la suya. Con ambas manos empecé a menearlas las dos a un tiempo.

-¡No puedo mas, me voy a correr!- exclamó Leandro. Entonces, le propiné un pequeño pellizco en el nacimiento de su pene. ¡Me haces daño!, gritó él, pero no le hice caso. Yo había leído que, para retrasar la eyaculación, se empleaban trucos como estos y, efectivamente, la maniobra había dado resultado. La polla de Leandro se aflojó un poco. La tomé entre mis manos y la besé. Comencé a chuparle primero el glande y luego la fui besando lentamente, el glande, la corona deteniéndome en el nacimiento del frenillo para pasar a lamerla arriba y abajo. Ante mis caricias, pasó de nuevo a estado de erección.

Leandro, no podía estarse quieto, se retorcía de placer. Cambié de postura adoptando la ya conocida como la sesenta y nueve e introduje su polla en mi boca continuando chupándola. Sentí gran placer al notar cómo la cabeza tocaba mi garganta. Yo había hecho esto con plátanos al comerlos, pero notar el miembro caliente dentro de mi boca superaba con creces la experiencia.

Así continué un rato, subiendo y bajando mi cabeza, su polla enhiesta cogida con fuerza por su base. Noté cómo Leandro hacía lo mismo con la mía. Se la había metido en la boca y también me la estaba chupando. Creo que ese fue el detonante que hizo estallar a Leandro. Se vació dentro de mi boca entre espasmos de todo su cuerpo. Al notar el sabor mezcla de salado y dulce de la leche, yo también me corrí.

Saqué la polla de Leandro de mi boca y continúe meneándola hasta que no quedó mas leche dentro de su cuerpo. La lamí y tragué el fluido como si se hubiera tratado de miel que chorreara de un panal.

Terminamos exhaustos y nos tendimos uno al lado del otro. Besé nuevamente a Leandro, pero esta vez fue un beso distinto. Fue un beso lleno de ternura que, sin dejar de ser apasionado, demostraba mi amor por él. – Te quiero- le dije con dulzura.

  • Yo también te quiero, no desde ahora, sino desde que te vi por primera vez a principio de curso. Espero sepas perdonar el retraso con el que te lo he confesado.-

  • No seas tonto.- le dije -. Lo que no te hubiera perdonado jamás es que al acabar el curso te hubieses marchado sin confesar tus sentimientos hacia mí. Y ahora – exclamé con un suspiro hondo- a dormir, que, por lo menos yo, con dos corridas casi sucesivas estoy rendido.

Leandro me besó y me deseó buenas noches. No hice ademán ninguno de salir de su cama y regresar a la mía, sino que, cogiendo la sábana nos tapamos y me quedé dormido acurrucado junto a él.

Cuando desperté a la mañana siguiente, debía de ser bastante tarde, ya que, aunque la manta-cortina de la litera dejaba entrar poca luz, se notaba mucha claridad en el ambiente. Esa claridad me permitía ver a Leandro, dormido a mi lado. De verdad que era un magnífico ejemplar de hombre. Dormido, parecía un ángel de las pinturas de los grandes pintores del siglo de oro.

Recorrí con la vista y a mi entero placer todo su cuerpo: sus ojos cerrados hacían resaltar sus largas pestañas, su nariz perfecta, su boca entreabierta de labios carnosos que incitaban al beso, sus pezones grandes para ser masculinos rodeados de sus aureolas en un pecho desprovisto de vello, en su bajo vientre los testículos se entreveían debajo de una polla que, aunque estaba fláccida, era de unas dimensiones algo fuera de serie, entre unos muslos musculosos y largos al igual que el resto de las piernas. Ante esta contemplación, comencé a experimentar una nueva excitación. Mi polla, grande, pero no tanto como la de Leandro, empezó a ponerse dura en respuesta a mis ganas de acariciar de nuevo a mi amado. Me contuve pues no quería despertarlo.

Salí de la cama y me encaminé al cuarto de baño donde me duché y aseé. Cuando acabé, busqué en el armario unos calzoncillos limpios para ponerme.

Estando cogiéndolos del cajón, desnudo como estaba, con el cuerpo ligeramente encorvado debido a que el cajón estaba bajo, noté las manos de Leandro sobre mis hombros. Sus genitales pegados a mi culo.

-¿Sabes que estás en una postura muy erótica?- oí que decía a mis espaldas.

Restregando mi culo contra él, no le respondí. A los pocos instantes y debido a los movimientos circulares que emprendí a mi trasero, noté como su polla se iba agrandando y que la punta estaba pugnando por abrirse camino entre mis piernas. Flexioné mis rodillas a la par que abría un poco mis muslos. Así dejé el camino libre para que su polla jugueteara con la mía. Al poco rato me di la vuelta interrumpiendo con su juego.

  • Dúchate y no te aproveches de la situación. Luego habrá tiempo para mas juegos.- le dije dándole un ligero beso en los labios.

  • Mira como me has dejado- dijo Leandro mirándose su polla. Efectivamente, ésta estaba en todo su esplendor.

  • Yo no te he dejado así- le repliqué- eres tú el que se lo ha buscado. - Anda, hazme caso, aséate.- y le empujé hacia el cuarto de baño.

Cuando salió ya completamente afeitado, yo ya estaba vestido.

  • He pensado- le dije- que podíamos aprovechar esta mañana para estudiar un rato. Luego, te invito a cenar para celebrar nuestra nueva vida juntos. ¿Te parece bien?.

  • Lo que tú digas, mi amor. Me estoy dando cuenta de que he hecho una buena inversión al elegirte como mi compañero. También necesitaba a alguien que me impusiera lo que debo hacer

  • Yo no impongo nada a nadie- le interrumpí- Es que considero que cada cosa tiene su tiempo y no es plan de ir malgastándolo a cada momento.-

  • No era malgastar el tiempo lo que estaba haciendo antes. Al verte así, me entraron ganas de hacer el amor contigo. Yo lo considero recuperar el tiempo perdido- me dijo mientras me cogía ambas manos. –Es muy grande el amor y la pasión que enciendes en mí que quiero demostrártelo a todas horas.- Me miró a los ojos y, sin darme tiempo a contestarle, me besó en la boca. Sus manos empezaron a desnudarme tal y como él estaba.

Le dejé hacer respondiendo a sus besos mientras notaba cómo me iba quitando la camisa y el pantalón. Leandro se agachó y me despojó de los calzoncillos. Éstos se resistieron un poco pues la goma tropezó con mi polla que había respondido al estímulo y se hallaba en estado de erección. La introdujo en la boca y empezó a chuparla.

Me senté en una silla y me abandoné a las caricias de Leandro. Éste se arrodilló delante de mí para proseguir mejor con su tarea. Lamía mi polla arriba y abajo como si de un plátano maduro se tratara. Sus manos acariciaban la bolsa de mis testículos y eso hacía que mi excitación aumentara por momentos. Me sentía extasiado con estas caricias.

  • Te gusta, ¿verdad?- me preguntó, mientras alternaba el chupeteo con un masaje a todo lo largo de mi polla.- Anoche me dijiste que te dejara hacer, que ya que tocaría a mí. Pues te tomo la palabra. Disfruta.-

Leandro tomó mi polla con ambas manos y, como si tratara de encender fuego al estilo de los hombres primitivos, con una suavidad exquisita, la empezó a frotar entre sus palmas mientras sus pulgares acariciaban la punta. Unas gotitas de semen aparecieron sobre ella lo que hizo que el placer que yo sentía se elevara a grados que yo nunca sospeché llegar a sentir.

  • Ven, - me dijo, tomándome la mano e incorporándome de la silla me llevó hacia la mesa escritorio. Allí, se inclinó sobre ella. – Penétrame. Lo estoy deseando con todo mi cuerpo y mi ser.-

No me hice repetir dos veces el ofrecimiento. Mi polla, lubricada como estaba, se abrió camino entre las paredes del ano de Leandro. Costó un poco de trabajo introducirla.

-¿Te hago daño?- dije casi en un susurro.

  • Un poco- me contestó –pero no te preocupes. Nunca antes nadie me había follado. La primera vez cuesta un poco y es mas el placer que siento que el daño que puedas causarme. Sigue y hazme tuyo, como yo te haré mío a no tardar.-

Terminé de meter toda mi polla en el culo de Leandro y comencé a follarlo. Lo hacía lentamente, sin prisa, procurando retrasar todo lo posible la eyaculación que a cada movimiento de vaivén se hacía más inminente. Yo quería que esos momentos de placer se alargaran todo lo posible. Paré unos instantes, manteniendo mi polla dentro del culo, para acariciar el pecho de Leandro. Éste, a su vez se la estaba meneando presa de un estado de excitación que yo intuía era muy grande.

  • No pares, sigue follándome. –Me dijo.- Me está gustando. Nunca había follado con nadie, ni siquiera con una chavala que me tenía por novio suyo.-

Así lo hice. Posé mis manos sobre sus caderas e imprimí a su cuerpo un movimiento hacia delante y hacia atrás a la vez que yo hacía lo propio con el mío. Mi polla, con el parón que yo había realizado anteriormente, se había aflojado un poco pero, ante estos nuevos envites, había vuelto a ponerse turgente y recuperado el estado de total erección.

Continué follando a Leandro con movimientos de vaivén a veces lentos y a veces rápidos, hasta que todos ellos se transformaron en rápidos, mas por instinto que por propia consciencia que acabaron con una explosión de jadeos a la par que notaba los borbotones de leche que emanaban de mi polla e inundaban el ano de Leandro.

Me paré involuntariamente mientras mi polla se terminaba de vaciar, pero inmediatamente, proseguí moviéndome dentro de Leandro. Éste, a su vez, se la continuaba meneando y llegó al éxtasis. Gritó lleno de placer mientras de su polla salían grandes chorros de semen que caían indiscriminadamente sobre la mesa y el suelo.

El cabo de unos instantes, ambos nos quedamos quietos. Permanecí abrazado al cuerpo de Leandro mientras notaba como mi polla se iba quedando totalmente vacía y pequeña.

Poco después, Leandro me sacó de él y se sentó en la mesa. Yo me senté a su lado, respirando hondo, fatigado por el esfuerzo realizado.

  • He disfrutado como nunca había pensado hacerlo.- dije. – Es la primera vez que echo un polvo y estoy totalmente agotado.-

  • Me pasa lo mismo que a ti- repuso Leandro.- Pero bendito agotamiento. Solo espero que nos agotemos mucho haciendo el amor más veces.

  • Por mi parte- apostillé- habrá muchas veces. Y ahora, sí, vamos a ducharnos e irnos a desayunar. Yo, no sé tú, pero después del derroche de energías de anoche y ahora, me muero de hambre.

La mañana transcurrió como cualquier otra mañana, con la salvedad de que esperaba con impaciencia la hora de celebrar nuestra primera cena.

El restaurante al que yo iba siempre era acogedor. Yo lo había elegido por eso, por la sencillez con el que estaba decorado y, sobre todo, por la buena cocina. Ésta era el motivo principal por el que no cambié nunca de establecimiento.

Tomamos el menú del día. No podíamos permitirnos lujos de ninguna clase de extras que pusieran en peligro nuestra economía. Lo que sí pudimos escoger cada uno , fue el postre. Yo comí kiwis y Leandro pidió plátano. – De lo que se come se cría. dice el refrán – comentó guiñándome un ojo.-

  • Pues, por lo que he podido comprobar, no te hace falta comer mas plátanos, - le dije a mi vez, soltando una ligera carcajada. – Con la herramienta que gastas, creo que no necesitas más. Pero, en fin, haremos caso al refrán. ¡Camarero!. – llamé – Tráiganos unos kiwis y un par de plátanos más, por favor.- Los plátanos para mí – le dije a Leandro – y los kiwis peludos para ti. Si se hace realidad el dicho del refrán, vamos a ser los mejor dotados del mundo.-

  • No necesitas muchos plátanos para eso, - me dijo Leandro –

  • Ni tú tampoco kiwis, - le dije yo. – Pero por si las moscas, mejor es tener que no desear.

Riéndonos nos encontró el camarero que nos trajo la fruta. –Tráiganos también una botella de cava.- le solicité al camarero.

Cuando el camarero nos atendió, llené dos copas -. Por nosotros. –brindé alzando mi copa hacia Leandro.

Él tomó la suya y la chocó con la mía. -Por nosotros y el amor que ha nacido entre ambos. Que tengamos muchos días de felicidad y no tengamos nunca nada de qué arrepentirnos.

  • Por mí, no creo que ese momento llegue nunca. No me arrepiento para nada de lo sucedido y nunca me arrepentiré de ello. He asumido el ser como soy y nada ni nadie me hará cambiar. Ahora, menos que nunca. Tú me has dado la fuerza que necesitaba para ello. En la primera ocasión que tenga, le plantearé la situación a mi familia y me importa muy poco lo que pueda hacer o pensar. Gracias.

  • No me las tienes que dar. Al fin y al cabo eres tú el que ha dado el paso importante. Yo solo he servido de eslabón entre tú y tu yo interior que ha aflorado al fin.

Me tomó la mano encima de la mesa y me la apretó con fuerza. Yo hubiera querido besarlo y expresarle así mi agradecimiento y el amor que le profesaba, pero, como siempre, el entorno mandaba y no sé cómo hubieran reaccionado el dueño y la clientela del restaurante al ver a dos hombres besándose.

Salimos del restaurante sin rumbo fijo. Ambos deambulábamos por la acera, cogidos de la mano. Alguna de la gente con la que nos cruzábamos, se nos quedaba mirando. Eso hacía que sonriéramos.

  • Les choca ver a dos tíos cogidos de la mano. – comenté.

  • Eso parece. Mucho hablar de aperturismo y transigencia, pero a la hora de la verdad, la sociedad no acepta del todo el amor libre y que se manifieste en público. No sé cómo reaccionarían si nos vieran besándonos. Daríamos el espectáculo. Si ven a una pareja mixta dándose el pico, no dicen nada. Lo ven de lo más natural del mundo, pero si nos besáramos ahora mismo, no sé lo que nos dirían ni harían. ¿Probamos?.

  • Mejor no.- respondí.- No tengo ganas de que nos amarguen este momento tan feliz que estoy viviendo.

Continuamos andando. Pasamos por delante de un multicine y a Leandro le apeteció entrar. ¿Qué te parece si entramos?.

  • Vale, - le respondí.

Elegimos una entre las que visionaban. Resultó ser una película del montón, Eso sí, con fuerte carga emocional. El protagonista de la misma, moría al final, lo que resultó mas melodramático

Al terminar de verla, la estuvimos comentando..

  • Te noto un poco lánguido - me dijo Leandro.

  • Sí, me ha gustado mucho la película, pero, no sé, el final me ha resultado un poco triste. No me gustaría verme nunca en la situación de ninguno de los protagonistas y menos, si el final es el mismo que el del chico. Si nos ocurriera a nosotros y fueras tú el que desaparecieras así de mi vida, me volvería loco. Te quiero tanto.

  • A mí me pasaría lo mismo. Creo que yo me suicidaría, pues no podría seguir viviendo sin ti.

  • No digas tonterías. Pienso que nada en este mundo, por malo que sea, es motivo para inducir al suicidio. Aunque se llegue a una situación límite y sin atisbos de solución, siempre hay un rayo de esperanza. Aunque, no sé, nunca me he visto en ese trance.

  • Yo sí. Hace unos años, cuando notaba que era distinto de los demás, que me gustaban los chicos y veía que a mi alrededor todo eran trabas para manifestar mis sentimientos a los demás, cuando, en un principio mi familia no asumía mi forma de ser, pensé en poner fin a todo. No sabes los meses de angustia y desesperación que viví. He pasado muchas noches sin dormir, sin parar de llorar preguntándome el por qué era así, distinto de los demás. Luego, cuando mi familia cambió su actitud hacia mí y asumió la realidad de cómo era yo, ya fue otra cosa y ahora, al manifestarte mis sentimientos y tú corresponderme, mis ganas de vivir han aumentado. Gracias.

  • No tienes por qué dármelas. No he hecho mas que egoístamente dar rienda suelta a mis sentimientos. En realidad, si alguien tiene que agradecer a alguien lo que ha pasado, soy yo a ti, aunque no se trata de agradecimientos. Soy muy feliz de amarte y aún mas si cabe al saber que soy correspondido. Seguimos paseando sin decir nada. Como ya era tarde, entramos en un bar a tomar unas cervezas y nos encaminamos de vuelta a la residencia.

Estuvimos estudiando hasta tarde. Bueno, la verdad fue que no estudié mucho. No pude concentrarme en los libros. Mi pensamiento estaba en otro sitio. Por mi cabeza rondaban las escenas vividas desde la noche pasada mezcladas con las de la película que habíamos visto. Estas últimas me habían impactado bastante llenando todo mi ser de emociones difíciles de contener, por un lado, me sentía como el protagonista de la película, alegre, jovial y pletórico de alegría por haber encontrado el amor de mi vida y por otra acongojado por la muerte del mismo aunque hubiera sido en un acto de amor infinito.

Cerré los libros. Eché hacia atrás la silla y me desperecé.

  • Me voy a la cama.- dije- ¿Te vas a quedar mucho tiempo estudiando? – pregunté a Leandro-

  • No.- contestó- Voy a terminar de repasar este tema y enseguida me acostaré.

Estaba ya acostado, con los ojos cerrados intentando conciliar el sueño que no llegaba. A mis oídos llegaba el rumor de lo que Leandro hacía. El pasar las hojas del libro, cuando lo cerró y se levantó de su asiento para ir al cuarto de baño, el correr del agua de la cisterna, el lavado de dientes… Luego, no oí nada más. De pronto abrí los ojos un poco sobresaltado. Estaba desorientado, me había quedado adormilado. Al volver la cabeza vi que Leandro, apoyados los codos en mi cama, me estaba mirando.

  • ¿Sabes que tienes cara de ángel cuando duermes?.

  • Caído, - repliqué riendo. ¿No te acuestas?.

  • Sí, pero no quiero dormir solo. ¿Me haces sitio?.

  • ¡Cómo no!. También yo prefiero dormir junto a ti, - dije haciéndome a un lado para que cupiera Leandro.

  • Se me está ocurriendo –dijo Leandro una vez echado junto a mí – que debíamos mudarnos a un piso. Quiero siempre dormir junto a ti y esta cama es demasiado estrecha para hacerlo siempre. Sería chocante que pidiéramos una cama grande aquí en la residencia. Si nos vamos a vivir juntos a un piso amueblado, dispondríamos de una para los dos.

  • Me parece una buena idea. A partir de mañana mismo, podríamos buscar un piso donde tener nuestro nido de amor. Claro que no tiene que ser muy caro pues, no sé tu economía, pero lo que es yo no dispongo de mucho dinero.

  • No creo que haya mucha diferencia entre el alquiler de un piso y lo que pagamos en la residencia. Además, ahorraríamos en la manutención. Cantidad de compañeros viven en pisos de alquiler y se apañan bastante bien.

  • Sí, pero son varios los que se juntan para alquilar los pisos y nosotros somos solo dos.

  • Bueno, primero probaríamos a estar solos y luego, si no podemos costearlo, sería cuestión de buscarnos otros compañeros para compartir el piso.

  • Ya, pero a esos les chocaría que viviéramos juntos y al decir viviéramos, me refiero a dormir juntos.

  • Hombre, siempre podríamos seleccionar a los candidatos entre los que sean afines nuestras inclinaciones o que les dé igual que seamos homosexuales. Ten en cuenta que no somos bichos raros.

  • Vale, - dije- si a ti te parece bien, a mí, también. – y le di un beso rápido en la

boca.

Leandro me devolvió el beso. Seguidamente, se puso encima de mí y comenzó a darme besos cortos y rápidos por la cara y los ojos. Acarició con los labios mi cuello y mordisqueó los lóbulos de mis orejas. Esto hizo que mi polla empezara a despertar del letargo en que estaba. Cuando Leandro lo notó, arrodillado como estaba, me despojó del calzoncillo con mi ayuda. Me cogió la polla y empezó a menearla, alcanzando ésta su máximo tamaño.

  • Me voy a comer este plátano, - dijo y se la metió en la boca. Yo me retorcía y exhalaba pequeños gemidos de placer al sentir cómo sus labios besaban el glande y la recorrían toda entera.

-¡ Me muero! –Exclamé.

  • No te mueras todavía. Aún no he terminado. No he hecho mas que empezar y lo mejor está por llegar.- me dijo, quitándose el calzoncillo y quedándose completamente desnudo.

Hizo que pusiera mis piernas sobre sus hombros y, dándose un poco de saliva en su polla empezó a penetrarme.

Esto me produjo una sensación muy rara. En alguna ocasión, yo me había llegado a meter incluso una zanahoria en el ano, pero el sentir el cálido pene de Leandro dentro de mí, era mucho mas placentero. No había punto de comparación entre la turgencia y templanza del miembro a la dureza y frialdad de las zanahorias. Yo no sentía mas que placer. Siempre creí que la penetración anal iba siempre acompañada de dolor pero no era así. Leandro se movía dentro de mí con suavidad, sabiendo que era la primera vez que yo era penetrado y ponía gran delicadeza mientras me follaba. A la par que lo hacía, cogió mi polla con la mano derecha y la empezó a menear. El gusto que me estaba dando rozaba los límites de lo que podía aguantar. Yo por mi parte, no podía hacer otra cosa que acariciar su pecho. Con los dedos le masajeaba sus tetillas y notaba cómo esto le gustaba. Al poco rato, no aguantando mas, me corrí salpicando mi vientre de leche.

Leandro aguantaba la eyaculación mas que yo. Mientras mi polla se aflojaba poco a poco después de haberse vaciado, él seguía follándome siempre con la misma cadencia. Quería que yo disfrutara con el momento cosa que estaba logrando. Al poco tiempo, sus movimientos se aceleraron provocando que se corriera dentro de mí. El sentir su cálido semen en mi interior fue la culminación de mi gozo. En un acto reflejo me incorporé hacia él y lo abracé mientras gritaba de placer.

  • Me has hecho muy feliz, nunca pensé llegar a serlo tanto. Te quiero. – y le di un beso largo y profundo.

Leandro se tendió junto a mí y respondiendo a mi beso me dijo- yo también te quiero como no he querido a nadie. Espero que esto no se acabe nunca.-

  • Por mi parte, no tengas miedo de que nuestra relación se acabe. Deseo compartir mi vida contigo hasta el fin de mis días. –le contesté, y me dispuse a dormir, cogiendo su polla entre mis manos.- Buenas noches, picha mía, - dije, cerrando los ojos y durmiéndome totalmente agotado.

Tal y como habíamos deseado, encontramos un piso amueblado para poder vivir juntos. El piso se acomodaba a lo que queríamos. Tenía salón comedor, cocina, cuarto de baño un dormitorio con una cama de matrimonio y otro de dos camas pequeñas. Disponía también de una terracita lavadero. En fin, era un poco mas grande que lo que pretendíamos, pero el precio se ajustaba a nuestras necesidades. Así, con el piso decorado a nuestro gusto iniciamos nuestra "vida en pareja".

El tema de la comida del mediodía lo teníamos solucionado yendo a los comedores universitarios donde el menú era económico. Otro cantar era la cena, pero lo solventamos restringiendo las salidas de copas y preparándola en la casa. Así, ahorramos para contratar a una asistenta. Esta era una señora mayor y realizaba la limpieza aceptablemente. Para que no supiera que dormíamos juntos, cada día deshacíamos una de las dos camas del dormitorio doble. Al cabo de un tiempo acordamos con ella en que nos hiciera las compras para tener viandas para la cena. Ella lo hizo de buen grado sin costo alguno para nosotros. Le proveímos de una llave pues a la hora en que ella iba a limpiar nosotros ya estábamos en la facultad.

Todo esto hizo que nuestra vida de simples estudiantes pasara a ser como la de un matrimonio bien avenido que, en vez de trabajar, estudiaba. Estábamos viviendo una vida de ensueño en un perfecto hogar.

Cierto día en que era fiesta en la facultad pero era laborable, nos quedamos en la cama. Estábamos en plenos juegos amorosos cuando Leandro se percató de que la asistenta estaba en la puerta del dormitorio. ¡Con nuestros juegos no la habíamos oído entrar!.

Sin tiempo para reaccionar, nos quedamos sin decir nada. Fue la señora la que empezó a gritar llamándonos depravados y diciendo que así le pagábamos lo bien que se había portado con nosotros, que le diéramos la cuenta que ella ya no volvía mas a esa casa de perversión.

Yo, desnudo, salté de la cama intentando hacerla entrar en razón, diciéndole que no había nada malo en lo que hacíamos, que éramos así y que no molestábamos a nadie con nuestra forma de vida. La señora me miró primero a la cara y luego fijó su vista en mi polla que todavía estaba erecta y exclamó – lástima, con la cantidad de coños que se la rifarían, la malgaste en un culo de mierda. -

  • No me ofenda, - repliqué – Si me gusta mas un culo que un coño es asunto mío. Si no le gusta como somos, puede largarse con viento fresco.

  • Eso es lo que voy a hacer. Tengan su llave y se la meten por el culo, con el trajín que tienen, les cabrá de maravilla. – y sin mediar mas palabra, salió dando un portazo.

Leandro y yo nos quedamos mirándonos y soltamos al unísono una gran carcajada.

  • Sabía que esto tendría que ocurrir tarde o temprano- dijo Leandro.

  • Veremos los comentarios que hará con los vecinos. Igual tendremos que cambiarnos a otro sitio.

  • Me da igual. Que opinen lo que quieran. No pienso renunciar a este que ya considero mi hogar. No hagas caso de ello. Anda. Ven.

Cogidos de la mano nos encaminamos al dormitorio. Antes de volvernos a acostar, Leandro me atrajo hacia él y empezó a acariciarme. Comenzó a besarme en el cuello a la vez que sus manos recorrían mi espalda. Yo correspondí a sus caricias recorriendo con mis manos su pecho. Sus pezones se pusieron duros al igual que su polla. La notaba turgente apuntando a mi vientre. La mía se puso de igual forma. Ambas parecían dos pepinos de duras que estaban. Entonces las puse paralelas y las cogí entre mis manos. Empecé a moverme como si lo estuviera follando. El roce de mi verga con la de él y los pequeños golpes que daba su miembro en mi vientre me enardecieron como nunca. Se notaba que a Leandro le gustaba pues se retorcía de placer mientras acariciaba la espalda. Al poco tiempo, imprimí mayor rapidez a mis movimientos lo que produjo que nos corriéramos casi al mismo tiempo. Salpiqué de semen el cuerpo de Leandro y el suyo mi cuerpo. Me arrodillé y quise lamerlo. Entonces, Leandro me echó sobre la cama en postura encontrada, empezó a lamer su semen sobre mi cuerpo. Yo le imité, chupando sus testículos, su vientre y comenzando a lamer su pijo que todavía estaba duro.

  • Me asombras - dijo Leandro cuando terminó de tragar todo el semen. – Siempre encuentras motivos nuevos para calentarme. El menear las dos vergas la vez no se me hubiera ocurrido nunca.

  • Pues tú no te quedas atrás. Cada vez que me acaricias me pones a cien por hora. Tienes la virtud de tocarme siempre donde más placer me das. Voy a darme una ducha. Estoy pringoso.

Me encaminé al cuarto de baño y me dispuse a tomar la ducha deseada. Leandro se metió conmigo y empezó a enjabonarme. Ambos nos sentamos en la bañera y nos enjabonamos mutuamente.

  • Me recuerda cuando era pequeño. Siempre me bañaba con mi hermano y hacíamos lo mismo.

  • ¿Lo mismo?. –Preguntó Leandro enjabonándome los genitales.

  • La verdad es que no, - respondí. – Nosotros nos enjabonábamos el uno al otro solo la espalda. Nuestras partes íntimas nos las enjabonábamos cada uno las suyas. Estaba feo que nos toqueteáramos.

  • Pues yo sí lo hacía con mi hermano mayor. No por gusto, sino porque él me obligaba a ello. Muchas veces querría habérselo dicho a mis padres, pero mi hermano me la tenía jurada amenazándome con pegarme si me chivaba.

Me acuerdo que cuando lo enjabonaba, su polla se le ponía tiesa, pero nunca le llegué a hacer nada más. Cuando estaba así, con la picha erecta, me pedía que me saliera de la bañera, entonces, corría las cortinas y al cabo de un rato me llamaba de nuevo para seguir con el baño. Para entonces su falo se había quedado pequeño. Eso me intrigó por un tiempo. Yo no asociaba el correr de las cortinas con que su polla se aflojara. Un día, no cerró la cortina del todo y vi que el motivo de que se le aflojara su miembro era que, cuando yo me salía de la bañera él se la meneaba.

¡Me voy a chivar a papá!,- le dije abriendo la cortina. - Lo que estás haciendo es pecado.-

Mi hermano no se inmutó por ello. Al contrario. Me dijo que entrara en la bañera y que él haría que a mí me pasara lo mismo que a él. Entonces, me la empezó a menear. Fue la primera erección que tuve. Entonces comprendí que, aunque eso se tomara como pecado, era muy bueno. Yo noté como mi polla entre las manos de Joaquín, mi hermano, se ponía tiesa como la suya y que al poco rato de estar jugando con ella, soltó un líquido entre blanco y transparente. Yo me asusté, pero mi hermano me calmó. – No te preocupes, - me dijo – eso pasa siempre. ¿ Te ha gustado?.

Yo le contesté que sí, aunque dentro de mí sentía remordimientos por haber hecho una cosa así. Esa fue la última vez que nos duchamos juntos. Desde entonces, muchas veces me la he meneado solo mientras me duchaba recordando esa primera vez.

Como Leandro mientras me contaba sus recuerdos no había parado de enjabonarme e imaginando yo las escenas con su hermano, mi pija empezó a ponerse nuevamente dura.

  • Ponte de pie - me ordenó más que me dijo.

Yo le obedecí. Entonces, aclaró mi polla y se la llevó a la boca chupándola. Yo le cogí la cabeza con mis manos y le empecé a follar la boca hasta que al cabo de un rato me corrí en ella. Esta vez, Leandro no tragó el semen sino que aguantándolo en su boca lo expulsó todo entero dejando que le chorreara cobre su barbilla. Entonces, yo lo lamí como una gata lame a sus crías y me lo tragué.

  • Así es como los animales lavan a sus hijos,- dije riéndome.

  • Hazme lo mismo que mi hermano, me pidió Leandro, cruzando los brazos detrás de su cabeza y echándose hacia atrás en la bañera.

Yo le obedecí. Puse mas gel en mis manos, con la derecha le masajeé el nacimiento de los huevos mientras que con el dedo medio de la mano izquierda buscaba su culo. Cuando su polla estuvo bien grande, toda llena de espuma, incorporé a Leandro y dándome la vuelta le ofrecí mi culo.

  • Lávamelo por dentro, le dije agachándome para favorecer la penetración.

Así, yo, inclinado y cogido al filo de la bañera, acogí la polla de Leandro en mi culo. El jabón con que estaba impregnada la había lubricado por cual, de una sola embestida, entró toda ella. Leandro me folló ferozmente con lo cual ambos disfrutamos una barbaridad. El golpeteo rítmico de sus huevos contra los míos me enardeció sobremanera. Eso, unido al frenesí de sus movimientos hizo que alcanzara pronto el orgasmo. Esta vez mi pene, debido quizás a la postura y el engrosamiento de la de Leandro dentro del recto, chorreaba mansamente sin siquiera presentar la total erección. Recogí la leche en el cuenco de mi mano y se la ofrecí a mi compañero. Éste, lamió mi mano tragándose todo el líquido y comentó riendo si eso era para que tuviera él abundancia de leche.

  • Sí, es para que veas que te cuido bien.- le contesté

Al cabo de unos instantes, Leandro se corrió dentro de mí. Después, ambos nos recostamos en la bañera, dejando que el agua tibia nos relajara.

Así fueron transcurriendo los días. Al no tener nadie que nos ayudara en las tareas de la casa provocó que casi no tuviéramos tiempo de salir a la calle a pasear pues el tiempo libre del que antes disponíamos lo teníamos que dedicar a poner en orden la casa y preparar las comidas.

Pasaron los días de examen y de recogida de las notas. Ambos salimos airosos en todas ellas con lo que el verano lo íbamos a poder pasar sin preocupaciones de nuevos exámenes en septiembre. Ambos convinimos en que pasaríamos el verano juntos, la mitad del mismo en cada casa y así lo hicimos.

Mi familia ya estaba en la casa que teníamos en el campo desde que empezaron los primeros calores del verano. Tanto mis padres como mi hermano, recibieron afablemente a Leandro sin sospechar que entre ambos existía algo mas que el compañerismo.

  • Tendrás que sacar la cama supletoria para tu amigo –me dijo mi madre.- En el armario encontrarás sábanas para ella.

  • No te preocupes – le respondí, mirando con complicidad a Leandro.- ya nos arreglaremos.- Colocar otra cama en mi habitación me pareció innecesario, pero bien mirado, debíamos de guardar las apariencias al menos al principio y, además, como las camas eran pequeñas, nos vendría muy bien para poder dormir sin molestarnos el uno al otro por la estrechez y así no pasar excesivo calor.

Pasamos los primeros días holgazaneando. Nos levantábamos bastante tarde y dedicábamos las mañanas a bañarnos en la piscina y tostarnos al sol. Por las tardes, después de los rigores de la siesta las pasábamos paseando por los alrededores de la finca.

Con la familia charlábamos sobre todo en la sobremesa de la cena. En la primera noche hicieron lo que yo llamé la ficha de Leandro. Mi padre apenas nos preguntaba nada. Claro que no tuvo tiempo de ello pues mi madre no paró de hacer preguntas acerca de los estudios, de lo que pensábamos hacer cuando termináramos la carrera. Su interrogatorio, aunque lo hacía a los dos, iba dirigido mas hacia Leandro. Cuando éste respondía, mi madre lo miraba con fijeza. Yo, cada vez que sorprendía esta forma de mirada, notaba cómo mi corazón latía mas deprisa de lo normal. Sentía cómo la ansiedad anegaba todo mi cuerpo. Intuía que, su mirada, mas que contemplar sus facciones iba rebuscando en el interior de Leandro, como queriendo atisbar más cosas que con simples conversaciones. Mi temor estaba bien fundado. Mi madre conocía lo introvertido que yo era a la hora de hacer amistades y, era lógico que le sorprendiera el que yo llevara a casa a un simple compañero de clase. Creo que desde el primer momento supo lo que existía entre Leandro y yo. La expresión de su cara no mostraba desagrado a Leandro, al contrario, parecía que lo había acogido con entusiasmo. –Mejor es que sea así – me dije a mí mismo – de esta forma me será mas fácil expresar mis sentimientos.

Fue en la noche del tercer día en que, después de hacer el amor, Leandro me preguntó si ya había hablado con mis padres respecto a mis inclinaciones homosexuales. De sobra sabía que no lo había hecho pues siempre estaba delante en todas las conversaciones con mi familia.

  • No quiero presionarte – me dijo- pero es que, cuanto antes abordes el tema mejor será para todos, para tu familia, para mí y, sobre todo, para ti. Noto tu inquietud y tu lucha interna entre el querer y no querer decir nada a tu familia. Desconozco la reacción que tendrá tu familia cuando sepan la realidad, pero cuenta con todo mi apoyo y sobre todo, con mi cariño y que, pase lo que pase estaré a tu lado.

Le tomé la cara con mis manos y después de darle un beso mas por agradecimiento por su confianza que por amor, le di las gracias por el entusiasmo que ponía en ayudarme.

Así, a la noche siguiente, abordé ese tema. Mi hermano se había quedado en casa de unos amigos y no volvería en unos días. Leandro, se retiró pronto a la habitación aduciendo que estaba cansado, aunque, al despedirse hasta el día siguiente, al pasar por mi lado, me guiñó un ojo de complicidad como queriéndome dar ánimo para salir airoso de la empresa en la que estaba metido.

  • Hasta mañana,- dijo mi padre haciendo ademán de levantarse de su asiento. Mi madre estaba recogiendo la mesa tras la cena y no paraba de ir y venir a la cocina

  • Espera, papá. Tengo que deciros algo. Ven, mamá, siéntate. Es solo un momento. Luego, te ayudo a recoger.

Mi madre se sentó a mi izquierda y yo, con un acto reflejo como buscando su amparo, así con mis manos su mano derecha. A su vez, ella posó su otra mano sobre las mías. Este gesto me dio confianza en mí mismo. Con este acto, intuí que tendría todo el respaldo de mi madre aunque no sabía muy bien si ella conocía lo que yo iba a manifestarles.

-¿Qué tal os parece Leandro? – pregunté, mirando primero a mi madre y posando mi mirada en los ojos de mi padre.

  • No parece mal chico – me respondió éste.- Del montón. ¿Por?.

  • Es que – carraspeé – No sé como decíroslo. Leandro y yo somos algo mas que compañeros de estudios.

  • Hombre, - me volvió a contestar mi padre- si lo que quieres decir es que además de compañero es amigo, está bien. No todos los compañeros son amigos. Yo tengo varios compañeros en el trabajo y sin embargo no los tengo como amigos míos. Hay diferencia entre amistad y compañerismo.

  • Ya, ya lo sé, - le respondí.- Conozco esa diferencia. Leandro es algo mas para mí. Es alguien especial.

  • No sé que quieres decir.

  • Papá, mamá. Lo que quiero deciros es que quiero a Leandro. No es que yo lo quiera, es que ambos nos queremos. ¿Lo comprendéis?.

Mi madre me presionó las manos con firmeza. La miré cuando noté el apretón y vi que de sus ojos brotaron unas lágrimas mansas. No dijo nada, pero en esas lágrimas y en la fortaleza de sus manos sobre las mías noté todo su apoyo y amor.

-¿Pretendes decirnos que eres homosexual?.

La voz de mi padre se quebró en la última palabra. Debió ser un golpe muy fuerte para sus principios el tener que asumir mi tendencia homosexual. No dijo nada más. Se levantó de su asiento y salió de la habitación dando un portazo. Conociéndole como lo conocía, iba rumiando para sus adentros su rabia e impotencia. No me diría ni una palabra más, lo sabía. Puede que no me dirigiera la palabra en mucho tiempo o nunca. Era su forma de ser. Cuando su opinión o actuaciones no concordaban con el resto de la gente, lejos de mantener un diálogo acerca del tema suscitado, no mediaba palabra con nadie y se cerraba al mundo. Nunca se enfrentaba con ellos. Simplemente, los ignoraba. No era esa la forma correcta de actuar según pensaba yo, pero él era así.

  • No te preocupes, - dijo mi madre – ya sabes cómo es tu padre. Yo hablaré con él y entrará en razones.

-¿Cómo quieres que no me preocupe. Conociéndole, no querrá cuentas conmigo. No os he dicho hasta ahora nada de esto pues sabía cómo lo iba a tomar. Puede que él no quiera hablar mas conmigo, pero tengo que decirle todo lo que llevo dentro. Antes le tenía miedo. Pero debe de asumir cómo soy.

  • Ven.- dijo mi madre. Se levantó e hizo que yo me levantara también. Me abrazó estrechamente y me besó tiernamente. Sus lágrimas mansas mojaron mi mejilla. ¡Cuánta dulzura contenían!. Me mantuvo apretado contra su pecho durante unos instantes, en silencio. Al cabo de unos instantes, se separó de mí y cogiéndome la cara entre sus manos me miró a los ojos.

  • No me importa cómo seas. Es tu vida y la tienes que vivir según te convenga. Tus sentimientos son los que importan y si eres feliz así, yo también lo seré. Sí que me hubiese gustado que fueras como los demás. Que te hubieras enamorado de una chica y me hubierais dado nietos a los que mimar como lo hice contigo cuando eras pequeño. Pero tu felicidad es lo verdaderamente importante y no mis deseos. Anda, vámonos a dormir.

Me besó en la frente como cuando era pequeño. Yo me abracé a ella llorando como un crío. Se desligó de mi abrazo y me consoló volviéndome a repetir que no me preocupara que hablaría con mi padre y le haría entrar en razón.

De vuelta en mi habitación, me encontré a Leandro despierto. No hicimos comentario alguno. Se levantó de la cama y me abrazó. Yo di rienda suelta a mis lágrimas a medio contener.

  • Ya sabía que le iba a dar un fuerte disgusto a mi padre, -dije entre sollozos – No ha querido seguir hablando conmigo. Temo que lo he perdido.

  • Vamos, - me consoló Leandro- ya verás como mañana se le habrá pasado el berrinche y te volverá a hablar. A mis padres les pasó lo mismo. Sí estuvieron casi una semana sin hablarme, pero al final claudicaron y nos llevamos mejor que antes.

  • No, no creas que va a ser así de sencillo. Sé cómo es mi padre y no asumirá el mazazo, porque para él ha sido eso, un mazazo el que le he dado.

-¿Qué piensas hacer?.

  • Abrázame fuerte, - le dije y así hizo Leandro – así, me transmitirás la fuerza que a mí me hace falta para superar este trance. Te aseguro que así, con tus brazos rodeándome lucharé contra todos para lograr la felicidad completa.

Besé salvajemente la boca de Leandro y le mordí apasionadamente el cuello. Le debió de doler pues exhaló un leve quejido, pero no se apartó de mí. Al contrario, manteniéndome abrazado me despojó de la camisa. Empezó a mordisquearme los pezones que se endurecieron con las caricias y desasiéndose de mis brazos continuó desnudándome. Me besó el pecho y se arrodilló continuando con sus besos rápidos y suaves por mi vientre, muslos y rodillas. Mi polla, ante todas estas caricias, se puso en forma. Entonces la llevó a su boca y también la besó. Luego, empezó a mamármela como nunca antes había hecho, con fuerza rayana en rabia, como queriendo resarcirse del mordisco que yo lo había dado antes. Me gustó el arranque de dureza que estaba demostrando. Quizá era eso lo que yo necesitaba en esos momentos. Que me hicieran daño en vez de darme consuelo. Al cabo de unos instantes me corrí en la boca de Leandro. Éste se levantó y me besó, obligándome a tragarme mi propia leche, para poder respirar.

  • Al fin y al cabo es tuya- dijo riendo.

  • Sí, y así recupero energías.

  • Y ahora, a dormir. Mañana nos espera un duro día y tendremos que estar bastante descansados para afrontar el resultado de tu confesión, pues no solo te incumbe a ti, no olvides que y también estoy metido en el ajo y de tu padre depende el que sigamos juntos o no.

  • Te equivocas. Nadie va a lograr separarme de ti. Si mi padre no acepta nuestra relación, me marcharé de esta casa para siempre. Le daré un disgusto muy grande a mi madre. Pero ella misma ha sido la que me lo ha dicho. Lo primero es mi felicidad y luego, todo lo demás. Y mi felicidad es estar junto a ti.

  • Me alegra que digas eso. Me alegra infinito. Hasta mañana.

  • Que duermas bien, mi amor – le dije dándole un beso ligero.

  • Felices sueños. – me contestó mientras se echaba en su cama.

Yo hice ademán de acostarme con él, pero declinó mi compañía.

  • Mejor dormimos por separado, no olvides que tenemos que estar descansados para mañana, y si estamos juntos, pasaremos calor y no podremos dormir bien.

A regañadientes le hice caso y me fui a mi cama.

Me desperté sobresaltado. Estaba empapado en sudor. Tenía la boca pastosa así es que me levanté para ir a la cocina y beber un poco de agua. Miré hacia la cama donde dormía Leandro. Este lo hacía placenteramente.

Sigilosamente, para no despertarle salí al pasillo. Había luz en la cocina y pensé que alguien se había olvidado de apagarla al acostarse, pero cuando llegué, vi que mi padre estaba sentado a la mesa. Tenía la cabeza entre las manos y los codos apoyados en la mesa. Delante de él, una botella de brandy y un vaso a medio llenar me dieron una idea del estado de ánimo en que se encontraba. Mi padre no bebía casi nunca a no ser que alguna desazón le apesadumbrara. Caí en la cuenta de que la causa de su estado de ánimo era yo.

  • Papá - dije en un susurro.

No dijo nada. Solo levantó levemente la cabeza y me miró. Luego, dio un largo trago a su vaso y lo volvió la dejar vacío en la mesa. Tomó la botella y escanció de nuevo licor. Las manos le temblaban ligeramente no sé si era debido a cierto estado de embriaguez o por otra razón.

  • Papá - repetí de nuevo -. Es tarde. Deberías de estar en la cama.

-Y para ti, ¿no es tarde?. Tú también deberías estar en la cama, con tu chulo, haciéndoros arrumacos.

  • No digas eso. Me haces daño y lo sabes muy bien.

  • Y no piensas que eres tú, con tu homosexualidad el que nos haces daño a los demás.

  • No, papá. No pienso como tú. Cada uno es como es y punto. El tener una inclinación homosexual no perjudica en nada a los demás. Simplemente, los demás son los que deben aceptar ese hecho y dejarnos vivir la vida a nuestra manera, sin meterse con nosotros ni tratar de menospreciarnos. Somos personas como las demás, con inclinaciones sexuales diferentes, pero iguales a los demás.

  • Para mí, no. Todos los maricones sois iguales, unos violadores. Eso es lo que sois.

  • Papá, estás desvariando. No sé a qué viene esa afirmación.

  • Ni lo sabes, ni lo sabrás nunca.

  • Pues pienso que es hora de que se entere. - La voz de mi madre sonó muy clara y firme desde la puerta. - Luis es ya lo suficiente mayor para que le cuentes el por qué de tu actitud.

  • No, eso es cosa mía y de nadie más. - dijo mi padre amargamente y con un deje de cólera en su voz.

  • Ya no- respondió mi madre. -El chico tiene derecho a eso, Antonio, y si no lo haces tú, lo haré yo.

  • ¿Qué es lo que debo saber?- pregunté.

Hubo un silencio tenso durante algunos segundos. Mi madre miraba a mi padre conminándole a que me contara su secreto. Al final, al comprobar que mi padre no hablaría, apoyó una mano sobre el hombro de mi padre y me miró a los ojos.

  • A tu padre lo violaron unos muchachos cuando estaba haciendo el servicio militar.

  • ¡Violado! - dije en un susurro. Ahora me daba cuenta de la animadversión de mi padre hacia los homosexuales y su interés por inculcarnos desde pequeños el espíritu de hombría "que todo hombre que se precie debe de tener presente" decía el.

Nuevamente se hizo el silencio. Al cabo de unos segundos, lo rompí al acercar una silla a la mesa y sentarme frente a mi padre.

  • Papá. Eso fue hace mucho tiempo. Creo que es hora de que olvides esa experiencia por amarga que te resulte.

  • Para ti es fácil decirlo- la voz de mi padre sonaba distante, como si le costara trabajo hablar.- La experiencia que sufrí es difícil de olvidar. Me violaron, abusaron de mí todo l oque quisieron.- A mi padre se le ahogó la voz.

  • No te atormentes, Carlos. Lo pasado, pasado está. Ahora, sólo resta que olvides todo el sufrimiento que te causaron y que sigas viviendo tu vida al lado de los que te queremos.

  • No, Luisa, creo que si os cuento lo que me hicieron, descargaré mi pesadilla y así podré olvidar todo aquello.

  • Déjalo, papá. Es mejor dejar las cosas como están. Sin ahondar en las viejas heridas.

  • No, quiero contároslo. Como si estuviera en una sesión con el psiquiatra. Así, sacando de mi interior todos esos recuerdos podré deshacerme de ellos.

  • Si crees que es lo mejor, haz lo que quieras.

  • Sí, Luisa. Es lo que quiero.- La voz de mi padre sonaba firme, un poco ronca quizá, pero sin flaqueza. - Como ya sabéis los dos, fue durante mi servicio militar cuando me violaron.

Ocurrió una tarde. Yo había entrado en los aseos de la compañía para asearme. Estaba afeitándome cuando entraron en ellos "Los Manueles" -eran tres amigos inseparables y los tres se llamaban Manuel, por eso lo de "los Manueles", Manuel Feijoo, Manuel Cardeñosa y Manuel Parada.

Se fueron directamente a las duchas. Éstas consistían en grifos que salían directamente de la pared del fondo de la habitación y estaban separadas de la zona de lavabos por unos pequeños tabiques laterales. Se accedía a ellas por entre los dos tabiques, sin que hubiera puerta que las independizase.

Se desnudaron y dejaron caer el agua sobre sus cuerpos. No me extrañó lo mas mínimo, ya que había cinco grifos que podían usarse a la vez. De hecho, yo me había duchado en otras ocasiones en compañía de mas soldados y el andar en bolas entre los compañeros era de lo mas normal del mundo.

Terminé de afeitarme y me dispuse a tomar también una ducha. Cuando me dirigí hacia ellas, me quedé envarado. El Feijoo estaba bajo el chorro de agua, con los brazos en alto y estirados y las piernas abiertas, dejándose hacer: Manolo Cardeñosa estaba enjabonando su espalda mientras que Manuel Parada estaba arrodillado delante suya.

Feijoo tenía los ojos cerrados, como disfrutando de lo que le estaban haciendo. No era para menos, pues Parada le estaba chupando la polla. Me quedé atónito mirando. No podía dar crédito a mis ojos ya que el comportamiento homosexual estaba totalmente castigado en el cuartel y, en general en todo el régimen militar. Pero a ellos parecía importarle eso bien poco.

Estuve tentado de darme la vuelta e irme, pero algo mas fuerte me retenía en mi posición de observador. Ninguno de ellos se había percatado que yo estaba cerca, pero un inoportuno golpe de tos delató mi presencia.

"Vaya, tenemos un espectador "- dijo Feijoo con sorna a sus amigos. Parada había detenido su mamada y los tres me miraban con ojos burlones.

Antes que me diera cuenta, me encontré sujetado por ambos brazos por Cardeñosa y Parada. Estos dos actuaban como esbirros de Feijoo, el cual, envalentonado al verme sujeto por sus amigos, se acercó a mí, pegó su cuerpo desnudo al mío y me haló con fuerza del pelo hacia atrás.

" ¿Sabes? - me dijo. - Los espectadores, deben pagar por lo que ven. En este mundo, nada es gratis. ¿Comprendes?."

Me estaba haciendo daño, pero mas daño sentía en mi interior, cuando me mordió bajo mi oreja derecha, mientras apretaba más su cuerpo al mío. Fue un mordisco lleno de sensualidad, suave, intenso, lejos de producir dolor alguno. Yo notaba su polla tiesa junto a mis muslos. Entonces, ocurrió algo terrible para mí. Debió ser una reacción biológica al miedo que sentía en ese momento, el caso es que sentí una gran erección en ese momento.

¡Vaya, te ha gustado, no sabíamos que eras otro de los nuestros - dijo Feijoo.

-Nó, - balbucí- . No tengo nada que ver con vosotros y con los de vuestra clase.

Pues, ¿sabes lo que "los de nuestra clase", hacemos a los de tú clase?. ¿No?.... Les hacemos algo que no olvidarán en su vida.

Sin mediar mas palabras, me llevó hacia la zona de los lavabos. Allí, los dos esbirros me inclinaron sobre un lavabo. Yo comprendí de inmediato cual iba a ser el paso siguiente e intenté gritar, pero abrieron el grifo del agua y mis gritos quedaron ahogados en ella.

Feijoo, de un solo golpe, me hundió su polla en mis entrañas. Sentí el dolor mas grande de toda mi vida mezclado con un escozor no menos intenso. La rabia me iba corroyendo todo mi ser por verme sodomizado y no poder hacer nada por evitar que quien me había empalado, comenzara a embestirme una, otra, otra y otra vez imprimiendo en cada embestida mas aceleración. Además, no contento con haberme empalado, Feijoo comenzó a azotarme los glúteos cada vez con mas fuerza. No se cuanto tiempo duró aquello. Solo sé que al cabo de un rato que me pareció eterno, noté como la pija de Feijoo tuvo unos espasmos y su leche inundó mi interior.

El culo me dolía infinito. Apenas podía moverme de tanto dolor. No obstante, en el momento en que Feijoo sacó su polla de mí y se separó jadeante, saqué fuerzas de flaqueza y le propiné un soberbio puñetazo en el mentón que le derribó por los suelos. Inmediatamente, me vi sujetado de nuevo por Cardeñosa y Parada.

"Vaya, a la putita le han quedado ganas de mas juerga - exclamó, levantándose del suelo mientras se tocaba su zona dolorida.- ¿No has tenido bastante?,- me dijo, propinándome un gancho al estómago que me hizo doblarme de dolor.- Bien, veamos si ahora eres tan gallito. Le vas a chupar la polla a Cardeñosa, y ¡ay! de ti si le llegas a hacer una jugarreta."

Entre él y Parada me obligaron a arrodillarme ante Cardeñosa. Mi cara quedó a la altura de la pija de éste, la cual estaba algo fláccida.

"¡Vamos, chupa!." - me increpó Feijoo.- Yo hice caso omiso y apreté los labios. Entonces, Parada me tapó las narices por lo que, para respirar tuve que abrir la boca, momento que Cardeñosa aprovechó para meterme su pija dentro de ella..

"Procura no hacerle daño con los dientes, si no, te arrepentirás el resto de tus días."- me increpó Feijoo. En sus palabras se notaba una amenaza real. Otra vez fui presa del miedo y, para no provocar la furia de mis enemigos, ajusté mis labios a la verga de Cardeñosa. Éste me cogió la cabeza entre sus manos y, ante mi pasividad, la empezó a mover cadenciosamente hacia delante y hacia atrás.

Yo notaba cómo la polla iba tomando cuerpo dentro de mi boca. Sentía el glande, ahora en la entrada de ella, ahora en mi garganta. Cuando ocurría esto, unas ganas de vomitar hacían que mi cuerpo se arqueara, con lo que la excitación de Cardeñosa aumentaba. Lo percibía, porque su polla se ponía cada vez mas dura y sus movimientos de follarme la boca eran mas rápidos por momentos.

"Parada, - volvió a decir a Feijoo - menéatela y que tu leche lo riegue por entero."

Parada, que debía estar muy excitado con los acontecimientos anteriores, no se hizo de rogar. Se puso de horcajadas sobre mi espalda y empezó a masturbarse. Sus huevos me rozaban por los omoplatos lo que provocó que se me erizara el vello del cogote. Al cabo de un rato oí sus gemidos de placer a la par que en mi espalda noté resbalar los goterones de semen. Casi inmediatamente, Cardeñosa se corrió dentro de mi boca. Escupí el líquido seminal, lo que provocó que Feijoo me diera un puñetazo en la sien, que me hizo perder el conocimiento.

Cuando lo recuperé, minutos mas tarde y mientras medaba una ducha reconfortante, me juré a mí mismo odiar eternamente a todo aquel que tuviera un atisbo de manifestación gay.

Cuando mi padre cesó de hablar, se hizo un silencio total en la cocina, roto solo por unos ligeros sollozos de mi madre.

-Eso ya pasó, Antonio. Creo que lo mejor que puedes hacer, es olvidar el pasado y afrontar el presente. Luis necesita del apoyo de toda su familia ahora mas que nunca. Debemos estar unidos y juntos, derrotaremos los fantasmas del pasado. Es lo mejor que podemos hacer.

-Puede que tengáis razón- respondió mi padre. Pero no va a ser fácil. Lo sé.

  • Tras decir esto, mi padre se levantó y, sin mediar mas palabras con nosotros, se marchó. No era el mismo hombre que había visto yo antes de acostarme. Ahora se veía cansado, abatido, parecía como si hubiera envejecido diez años. Comprendí entonces el sufrimiento que le embargaba. Entonces, di rienda suelta a mis emociones contenidas durante el relato de mi padre y, abrazándome a mi madre, lloré.

-Venga, sé fuerte.- me consoló mi madre. - Verás como tu padre entra en razón y te acepta tal y como eres. Ya lo verás. - Me besó como solía hacer de pequeño. Me rodeó con su brazo y me acompañó fuera de la cocina.- Ahora, vete a dormir. Mañana, a la luz del día, verás el mundo de otra manera y volverá la alegría a tu semblante. Tu padre te quiere y, poco a poco cambiará su punto de vista respecto a ti. Respecto a vosotros dos.

El verano había quedado atrás. De nuevo estábamos con la rutina de los estudios. Los exámenes de Septiembre estaban a la vuelta de la esquina y debíamos de estudiar- Nuestra vida cotidiana era placentera y no existían nubarrones negros en nuestro horizonte.. Leandro y yo nos amábamos con mucha frecuencia. Casi todos los días y algunos de ellos incluso repetíamos. Cada vez encontrábamos formas nuevas que enardecieran nuestra pasión. Parecía que nada iba a echar por tierra nuestra felicidad.

¡Cuan equivocado estaba!. La vida reserva muchas sorpresas que echan por tierra los sueños añorados de las personas. Yo no iba a ser menos que el resto del mundo.

Una tarde, al regresar a casa desde la Facultad abrí el buzón de la correspondencia. Entre algunos folletos de propaganda había una carta para Leandro.

La carta procedía del extranjero. Concretamente de Copenhague en Dinamarca. -Algún conocido suyo - pensé yo - que ha viajado hacia allá y le escribe dándole noticias. La dejé sobre la pequeña mesita que había a la entrada del piso.

Oí el llavín en la cerradura de la puerta y ésta cerrarse tras la entrada de Leandro. Yo estaba en la cocina, preparando algo para cenar. Leandro, lejos de anunciarse con su: "ya estoy aquí" habitual y buscarme, tardó algunos minutos en hacerse visible.

-Hola.- me dijo, dándome un beso rápido en los labios, retirando su boca en seguida. Me desconcertó. Fijé mis ojos en los suyos inquisitoriamente. Ellos desviaron su mirada hacia la fuente donde yo estaba preparando la ensalada. Esta acción unida al saludo frío anterior, me pusieron en guardia. Algo sucedía.

-He dejado una carta para ti en la entrada - le dije. - Viene del extranjero.

-Sí, ya la he visto.

-¿Y....?

-¿Cómo y...?

  • No, nada. Pensé que sería de alguien conocido que te hubiera escrito.

-Sí, bueno, no. No es de ningún conocido.

En su voz había indecisión, ganas de no seguir hablando del tema. No insistí mas en ello.

Durante la cena, apenas me dirigió la palabra. Esto me causó una gran alarma ya que, por regla general, Leandro era muy hablador. ¿Qué ocurría?.¿Por qué se comportaba de esta manera?

-Venga, suéltalo ya.- le dije a los postres.

-No sé a qué te refieres.

-Sí. Claro que lo sabes. Llevas toda la tarde sin articular palabra. ¿De qué se trata?

Tras unos instantes de silencio, Leandro, que parecía haber estado librando una batalla en su interior, explotó.

  • Me han escrito de la Universidad de Copenhague. Me han concedido una beca y voy a continuar mis estudios allí.

La noticia me cayó como un jarro de agua fría. ¡Leandro se marchaba!. ¡Me dejaba!. No supe cómo reaccionar. Me sentía desolado. vacío. Todo mi mundo se estaba derrumbando a mi alrededor.

-¿Y...,cuándo te marchas?.- La voz apenas salía de mi garganta. Parecía como si unos garfios invisibles la atenazaran e impidieran que saliese sonido alguno por ella.

-El próximo lunes.

-Pasado mañana..., -Me acerqué a él. El permanecía sentado, desviando su mirada de la mía. Los ojos buscando Dios sabría qué cosas en el mantel. - ¿Tan de repente?.¿Así, sin mas avisos?.

-No, no es así. Han habido otras cartas.

Un arrebato de ira se apoderó de todo mi ser. Mi mano derecha cruzó la cara de Leandro de una bofetada. Se que le dolió. Lo hice para eso.

Leandro se levantó. Sin mediar palabra, cogió mi cara entre sus manos y me dio un beso en los labios. Yo intenté apretar los míos y no responder a su caricia, pero no pude. Su lengua estaba dentro de mi boca y no me dejaba juntar los labios. Yo no podía respirar. Su beso era salvaje. Con un ímpetu como nunca antes había mostrado. Me zafé de su abrazo y me llevé el dorso de la mano a mis labios.¡Estaban sangrando!. Cuando vi que la sangre manchaba los nudillos de mi mano izquierda, miré con odio a Leandro. Mi odio se tornó en sorpresa. ¡Su cara estaba radiante!. Le propiné otra bofetada que le hizo trastabillar. El flequillo del pelo, le cayó sobre la frente. Leandro, lejos de devolverme el golpe, empezó a sonreír. Sus ojos irradiaban un brillo especial. Ahora sí miraban los míos.

-Sí, pégame. Me lo merezco. Te he tenido engañado durante mucho tiempo.

Un revés de mi mano izquierda le abrió la comisura izquierda de sus labios. La sangre que brotó desapareció de inmediato en la lengua de Leandro. Éste no emitía ni un gemido, ni un reproche. Tampoco se defendía. ¿Qué ocurría?. Apenas un segundo después me dic cuenta. Mi amigo, se estaba desabotonando la camisa. Lo hacía con rapidez. Como si le faltara tiempo para hacer las cosas. Tras su camisa, llegaron los pantalones y, en seguida se quedó completamente desnudo frente a mí.

-¡Pégame!.¡Pégame!. -Su voz sonaba ronca.- ¿No ves que lo estoy deseando?.

Hasta entonces no me di cuenta de ello. Yo sólo le miraba a la cara mientras él se desnudaba, pero ahora, en respuesta de sus palabras, desvié mi mirada... La imagen que presentaba Leandro, me turbó. Totalmente desnudo, en pie. Las piernas separadas. Los brazos adelantados hacia mí, anhelantes. La polla estaba en toda su erección. ¡Mis golpes lo habían hecho ponerse así!.Lejos de provocarle dolor, lo excitaban o, dicho de otro modo. El dolor le producía placer.

Yo, inmerso como estaba en mi ira. Obedecí su súplica.. Me desabroché el cinturón y, con un movimiento rápido, lo empuñe en mi mano. Un trallazo sonó en el aire y la espalada de Lorenzo se vio marcada por el latigazo. El se arrodilló ante mí. Sus manos me tomaron por mi cintura mientras yo azotaba sin piedad su espalda. Me vi. despojado del pantalón. Yo golpeaba una y otra vez a Lorenzo y éste respondía a mis golpes con sus caricias. Acercó su boca a mi slip y empezó a moverla arriba y abajo sobre mi paquete fláccido. Yo le seguía golpeando .Sus hombros, espalda, muslos. Nada se escapaba de mi cinturón. A Leandro, le enardecían cada vez mas. Seguía con sus caricias a mi miembro. Éste, estimulado ya estaba erecto debajo del calzoncillo. Leandro lo liberó de su encierro y empezó a lamerlo tan largo era.

Cesé con los golpes. No podía concentrarme en ellos debido al estado de excitación al que me había llevado mi amigo.

-¡Sigue golpeándome!.¡Vamos, no pares!. Me ordenó Leandro con una voz entre autoritaria y suplicante. Yo me deshice de los zapatos y los pantalones que Leandro había bajado hasta mis tobillos. Las últimas palabras habían hecho renacer en mí la rabia que antes tenía y que había desaparecido. No me hice repetir el mandato. Mi pierna derecha salió disparada y le aticé una patada en el estómago. Esto hizo que Leandro cayera, retorciéndose de dolor. -Es esto lo que quieres, ¿di? - le pegunté mientras con mi talón derecho daba un pisotón en la frente del caído.

Leandro no respondió. Caído de lado, estaba hecho un ovillo, encogido. Sus manos juntas entre los muslos. Ligeros espasmos estremecían su cuerpo.

-¡Dios mío!.¡Lo he matado! - pensé yo, y me dispuse presto a auxiliarlo.

Cuando me estaba arrodillando junto a él, Leandro se tumbó boca arriba, las piernas estiradas. Sus manos todavía permanecían cerradas entre sus muslos. Por entre medio de ellas, asomaba el rojo glande de su polla. De él, manaba un abundante chorro de semen que se derramaba mansamente hasta caer al suelo.

Leandro estaba como dormido. Permaneció así unos instantes. Esa imagen me trastornó de manera infinita. Mi polla, reaccionó y se puso dura como si de un pepino se tratara. Y empecé a masturbarme, con fiereza, salvajemente. Al poco tiempo me corrí y disparé mi leche cobre el cuerpo de Leandro. Era mi forma personal de vengarme del sufrimiento que me estaba causando.

Durante el día y medio que restaba para su marcha, no dirigí la palabra a Leandro. Éste, por el contrario, me dio toda clase de explicaciones. Que era la oportunidad de su vida, que había cursado la solicitud de beca bastante antes de conocerme. Que el curso se pasaría pronto y que estaría de nuevo junto a mí. ¡Como si no supiera yo que un curso académico dura prácticamente lo mismo en un país que en otro!. Él seguía dándome ánimos. Me prometía que me iba a escribir, que con Internet seguiríamos estando cerca, que tan pronto pudiera vendría a reunirse conmigo. Pero sus palabras eran ya solo eso, palabras. Parecía un político en plena campaña electoral. Prometen muchas cosas, pero no cumplen ninguna.

Le acompañé a la estación. Su tren salía a las 21:45 con destino Madrid. Allí, tomaría el avión que unía esta capital con Copenhague, vía París y Berlín. No sabía cuanto tiempo duraba el viaje. Ni me importaba. Sólo me importaba el mantenerme sereno. No llorar delante de él aunque me costaba trabajo y a duras penas podía contener mis lágrimas.

El vestíbulo de la estación estaba casi vacío a esa hora. Un par de hombres trajeados con portafolios, posiblemente ejecutivos de alguna firma comercial. Una pareja joven que no hacía mas que besarse a cada minuto. Un joven cerca de las ventanillas de los billetes... Yo paseaba mi vista de unos a otros. No podía mirar a Leandro a la cara. Me echaría a llorar de inmediato si lo hiciera y no quería.

Sí, estaba con él en la estación, despidiéndole. Bien podía no haber ido, pero allí estaba. Retador. Como diciéndole: " Te vas, pero me dejas entero, sin producirme daño alguno". No sabía si lo estaba logrando, pero ya me daba igual.

Los altavoces indicaron a los viajeros que el tren iba a iniciar su marcha en breves momentos. Ahora sí miré a Leandro. Un leve sollozo se escapó de mi garganta. Los dos ejecutivos y la pareja caminaron delante de nosotros hacia el andén. Ya en él, retuve un segundo a Leandro. Le di un beso fugaz en los labios, me di la vuelta rápidamente y me encaminé a los lavabos para que no me viera llorar. Allí, di rienda suelta a mi sufrimiento reprimido y lloré.

-No llores.

La voz sonó a mis espaldas dulcemente. Casi en un susurro. No me había percatado que no estaba solo en los aseos. El muchacho que antes había visto en el vestíbulo, estaba allí y era el que me hablaba.

-No llores. - Volví a oír. - Sé por propia experiencia que todas las despedidas son tristes, pero siempre se encuentra consuelo para la tristeza.

Su voz era cálida. Me fijé en él. No era mal parecido, completamente distinto a Leandro. Era moreno, con el pelo en corta melena y unos ojos negros penetrantes. Sus labios finos dibujaban una línea sutil en su rostro lampiño. Me dio un vuelco el corazón. Había en él algo de ángel y diablo al mismo tiempo.

-¿Tienes un cigarrillo?- Yo asentí. Le di uno y se lo puso en la boca. -¿Fuego?.- Prendí el encendedor y resguardé la llama con mis manos. Él acercó la punta del cigarrillo para encenderlo, mientras colocaba sus manos sobre las mías. Estaban algo frías. Aspiró el humo del cigarrillo que prendió a la primera, pero no apartó sus manos de las mías. Continuó con otra chupada de cigarrillo más. No hice ademán alguno para retirar mis manos de las suyas.

-Tienes unas manos muy cálidas.

Las retiré y guardé el encendedor. Estaba turbado. Hacía pocos minutos que había despedido al amor de mi vida y allí estaba, escuchando halagos de un desconocido. Sus palabras me hacía vibrar. Mi corazón latía muy deprisa.

El desconocido entonces hizo algo que aumentó mi turbación aún más. Con su mano derecha, enjugó unas lágrimas que aún resbalaban por mi rostro y posó sus delgados labios sobre los míos.

-Te he visto besarlo y que él no te ha devuelto el beso. No te lo mereces. Un hombre que no devuelve los besos, no merece seguir siendo amado.- Mientras esto decía, iba besándome por toda la cara. Me abandoné a sus besos. Me gustaba lo que hacía y me dejaba hacer.

En un momento, me llevó hacia uno de los retretes. Cerró la puerta echando el pestillo. El lugar no era nada romántico, pero no me importaba en absoluto ni la suciedad del suelo, ni el olor característico a letrinas de aseos públicos. Todo eso quedaba enmascarado con la magia del momento que estaba viviendo.

Siguió besándome por el cuello mientras desabotonaba mi camisa. Dejó pronto mi torso al desnudo y me chupó las tetillas. Éstas, al contacto con los labios se erizaron igual que el vello de mi cogote. De veras que este bello desconocido sabía tocar las fibras sensibles de cualquier hombre. Mi excitación aumentaba por momentos. El se pegó a mí. Yo notaba a través de mis pantalones cómo su verga iba aumentando. La mía no le iba en zaga y estaba a punto de reventar.

-¿Cómo te llamas?- pregunté con voz entrecortada por la excitación.

-Héctor- respondió. No quería seguir hablando. Solo quería hacerme suyo. Tomó mi polla en sus manos y la empezó a masajear. No sé si fue por el embrujo del momento o por el cúmulo de sensaciones recibidas, el caso es que me corrí apenas en unos minutos.

-Lo siento- Le dije. No podía aguantar más.

Héctor se echó a reír.- No es gran problema eso. Lo importante es que te sientas bien.

  • No, no estoy bien - respondí con un deje de amargura en mi voz, despertando de nuevo a la realidad del momento. - El ser que más he amado en el mundo se está alejando de mí, y aquí estoy, en un retrete de mala muerte y pajeado por un desconocido. Me doy asco a mí mismo.

  • Pero, te ha gustado, ¿no?.

  • A sido puro instinto. Déjame.- Abrí la puerta del retrete y salí corriendo hacia la calle, los ojos arrasados de lágrimas. Ya no me importaba que me vieran llorar. No me importaba nada el mundo de mi alrededor. Mi mundo, el mundo de fantasía e ilusión que había estado viviendo con Leandro se había derrumbado bajo mis pies y no sabía si iba a poder soportarlo.

Camino de casa iba rememorando cada instante vivido con él. El amor que sentía era mas profundo que el odio que podía albergar en esos instantes de amargura y desolación. Cuando cerré la puerta del apartamento tras de mí, recordaba sus palabras de amor del primer día que nos amamos: ..."Si fueras tú el que desaparecieras así de mi vida, me volvería loco. Te quiero tanto."

También resonaba en mi interior mi respuesta: "A mí me pasaría lo mismo. Creo que me suicidaría, pues no podría seguir viviendo sin ti".

¿Sería capaz de hacerlo?. Estaba pasando por momentos de desesperación, de angustia y de miedo a enfrentarme con la realidad actual. Leandro se había marchado y Dios sabía cuándo le volvería a ver.

Me encaminé al cuarto de baño. Allí, en un pequeño botiquín. Abrí su pequeña puerta y destapé el frasco de Valium que teníamos para cuando no podíamos dormir. ¡Mierda!. Solo quedaban dos comprimidos, insuficientes a todas luces para lograr mi propósito.

Casi con desesperación abrí el cajón donde guardaba la maquinilla de afeitar. ¡Eso es!. Me cortaría las venas. No podía seguir viviendo sin Leandro y de esta forma acabaría con todo. Tomé el paquete de cuchillas y esgrimí una entre mis dedos. Abrí el grifo de la bañera, así, en el baño, con mi cuerpo sumergido en agua tibia, cortaría mis venas y me dormiría para siempre con el recuerdo de Leandro en mi pensamiento.

Me fui desnudando lentamente, mientras por mi mente pasaban todos los momentos tan felices que habíamos pasado juntos.

Introduje un pie en la bañera y en ese instante, sonó mi teléfono móvil. El corazón me dio un vuelco. La melodía que identificaba a mi interlocutor, correspondía a Leandro. ¡Mi Leandro!. Salí corriendo a la salita para alcanzar el teléfono.

-¿Sí, ? - pregunté aunque sabía muy bien quien me llamaba.

-Luis, cariño. -Su voz sonaba algo compungida- Te echo de menos. Al estar alejándome de ti, sé cuánto te quiero y cuanto daño te estoy haciendo con mi separación. Pero no te preocupes, las vacaciones de Navidad están cerca y pronto nos veremos.

-Yo también te echo de menos. No se si podré aguantar tanto tiempo sin tenerte cerca. - Estuve a punto de decir lo que pensaba hacer pero me contuve. De hecho, el intento de suicidio había desaparecido por completo. Me dirigí al cuarto de baño, para soltar la cuchilla de afeitar. -Sabes, - le dije- iba a cometer la estupidez mas grande de toda mi vida. Pero tu llamada me ha hecho desistir de ella.

-¿Qué pensabas hacer?. -Hubo un pequeño silencio, como el que se origina cuando alguien está intentado recordar algo.-¿Dime que no es cierto?

-¿El qué? -Le pregunté yo con ansiedad.

-En cierta ocasión, me dijiste que eras capaz de suicidarte si yo te llegara a faltar. No estarás pensando en eso ¿verdad?.¿No harás esa locura?. Yo te quiero. Aunque esté viajando a otro país, pronto estaré a tu lado de nuevo y ya no nos separaremos jamás. ¿ Me oyes?. Jamás.

-Sí, Leandro. Casi lo hago pero... tu llamada me ha salvado. No soporto estar lejos de ti. Necesito tus caricias, tus besos, sentirte dentro de mí. -No pude seguir hablando. Un nudo atenazó mi garganta y me eché a llorar.

-No llores, mi amor. Yo también te necesito. Pero debes ser fuerte. Piensa que en poco tiempo estaremos de nuevo juntos. -Cerré el grifo de la bañera. La voz a través de teléfono móvil, sonaba algo extraña. Como si quien hablaba lo hacía en sonido estereofónico.-... Quizá mas pronto de lo que te imaginas.

Esta última frase sonó muy distinta en mis oídos. Mantenía el móvil pegado a mi oreja, pero esta frase la oí desde el exterior de teléfono.

Me volví, y no podía creer lo que estaba viendo. ¡Leandro estaba junto a mí!. Dejé el teléfono encima del lavabo y me eché en sus brazos abrazándolo, besándolo en los ojos, mejillas, cuello, labios. Estos últimos los mantuve durante un tiempo apretados a los míos hasta que los dos abrimos nuestras bocas fundiéndonos en un beso largo, apasionado.

Cuando no pudimos estar mas tiempo sin respirar, alejamos nuestras bocas para comenzar a hablar.

  • ¿Pero y tu viaje, tu carrera?- le pregunté con vehemencia.
  • ¡Me has engañado haciendo como que estabas lejos!.

  • No me he podido marchar. Cuando me besaste en el andén y te refugiaste luego en los aseos para que nadie te viera llorar, comprendí que no podía irme. No fui detrás tuyo porque no quería ver tus lágrimas. Tampoco quería que tú vieras las mías. Comprendí entonces que no podía irme. Que te quiero y que nada ni nadie en este mundo logrará separarnos. Al cuerno con mis estudios en el extranjero. Aquí puedo cursarlos igual, junto a ti.

Esta vez fue él quien se abrazó a mí. Comenzó a acariciarme mientras su boca encontraba de nuevo la mía. Me besaba con fuerza, como queriendo resarcirse del tiempo que había estado sin besarme. Sus manos se movían suavemente por mi espalda desnuda. Yo le fui desnudando con rapidez. También quería recuperar el tiempo perdido. Desplacé su camisa hasta el suelo a la par que me iba arrodillando ante él para despojarle del cinturón. Desabotoné el pantalón y se lo bajé hasta los tobillos. Mi boca quedó a la altura de su polla que se mostraba grande bajo el slip. También éste siguió el camino de los pantalones para dejar su pija tiesa y dura, apuntando directamente a mi cara. Abrí mi boca e introduje el miembro erecto completamente en ella, hasta que tocó mi garganta. Era una delicia saborear tan dulce manjar. Comencé con movimientos rítmicos de cabeza hacia atrás y adelante, notando como en cada uno de ellos la polla de Leandro se enervaba mas y mas dentro de mi boca. El tomó mi cabeza entre sus manos y la movía cada vez con mas rapidez. Yo no quería que se corriera pronto. Paré la mamada que estaba haciendo a Leandro e incorporándome le ofrecí mi culo, ansioso como por recibir dentro de él el tremendo falo. Leandro no se hizo de rogar, tan pronto me vio en posición me embistió con todas sus fuerzas, penetrándome de golpe, sin miramientos. No me dolió ya que el estado de excitación en que me encontraba bastaba para superar todas las barreras. Mi amigo, mejor dicho, mi amor, bombeó una y otra vez. Yo sentía sus huevos golpear contra mis nalgas una y otra vez. ¡Dios, cómo había echado de menos estos momentos de placer!. Al sentir el pijo de Leandro dentro de mí, el mío e puso duro como un pepino. Mientras él me follaba como nunca lo había hecho, empecé a masturbarme al mismo ritmo que era penetrado.

-Así, no pares- le decía mientras sentía su miembro dentro de mí.- Fóllame hasta romperme por dentro. -Si mi amante descansaba unos instantes en su cabalgada, yo imprimía movimientos de rotación a mi culo lo que hacía que Leandro volviera a empalarme con mas ímpetu. Después de unos instantes de frenesí, noté cómo Leandro empezó a emitir gemidos de puro placer a la par que dentro de mi ano sentía el flujo caliente de su leche salir a borbotones. Yo tampoco pude aguantar mas tiempo y tuve la corrida mayor de cuantas recordaba.

Leandro se retiró de mi y me levantó de mi posición. Tomó mi cara entre sus manos y me besó. Fue un beso tierno, lleno de amor.

-Te quiero, - me dijo. Perdóname por haberte hecho sufrir. No sabía que te estaba haciendo tanto daño.

  • No. Eres tú quien deber perdonarme. El otro día no era yo el que te pegaba, era otro. Estaba como loco y...

  • Olvídate de ese día. Me lo merecí. Nunca debí de ocultarte mis intenciones. Pero te prometo que no volveré a hacerlo.

  • Estoy seguro de ello, mi amor. Y te advierto, - le dije sonriendo - que si lo vuelves a hacer... - le cogí los huevos en mi mano derecha

  • me los como a mordiscos.

Leandro comenzó a reírse también. Echó para atrás su culo queriendo zafarse de mi presa. Yo solté sus pelotas y di rienda suelta a mi risa.

  • Soy yo quien se los va a comer. -me dijo, mientras arrodillado comenzaba a lamer mis testículos. ora se metía uno en la boca, ora el otro, cuando no los dos. Su mano masajeaba mi pene arriba y abajo consiguiendo con ello que volviera a ponerse erecto como había estado hacía unos momentos. Cuando alcanzó su plenitud, Leandro se lo introdujo en la boca y empezó a chuparlo como si de una golosina se tratara. Yo notaba el roce de mi verga en su paladar y ello aumentaba mi excitación. Recostado contra la pared del baño, le dejaba hacer. Estaba disfrutando con ello. Casi a punto de estallar, saqué mi pijo de la boca de Leandro y cogiéndole a él de la mano lo llevé hacia el dormitorio. Lo recosté en la cama y elevé sus piernas por encima de mis hombros. De esta manera, su ano se mostraba redondo y apetitoso, apoyé mi glande contra esa abertura y de un golpe introduje toda mi pija en su culo. El iba a cogerse su pijo, pero aparté sus manos del mismo. Yo lo tomé y lo empecé a menear al mismo tiempo que imprimía a mi cuerpo movimientos de vaivén de tal forma que lo masturbaba a la par que lo follaba. Leandro se retorcía de placer mientras se pellizcaba sus tetillas. Al cabo de unos instantes, me corrí pero él no lo había logrado todavía. Mantuve mi pijo dentro un poco mas, mientras concentraba mis esfuerzos en lograr que se corriera. Su glande, rojo como una manzana aparecía y desaparecía en su funda de piel cada vez que mi mano bajaba y subía por todo el tronco de la verga. Las venas que la recorrían estaban a punto de estallar. En unos momentos, todo Leandro se convulsionó con espasmos de placer mientras chorreones de semen salían por su pijo cálido. Cuando ya no le quedó mas leche dentro, me eché encima de él, restregando mi cuerpo con el suyo, embadurnándome con su semen.

  • Igual que hice la primera vez que estuvimos juntos. ¿Te acuerdas?.

  • Casi. - Me respondió. - Cuando restregaste mi leche en mi vientre, solo nos la habíamos meneado. Tú tu polla y yo la mía. Aún no habíamos empezado a amarnos.

  • Sí habíamos empezado a amarnos. Lo que no habíamos empezado era a hacer el amor. Y no quiero que esto se acabe nunca

  • Te lo prometo. No se acabará nunca.

Y selló su promesa con un beso al que yo correspondí, permitiendo que nuestras lenguas se movieran juguetonas saboreando cada rincón de nuestras bocas.