Mi amigo el joven agricultor hetero Parte I

- Amigo mío, a ti te gusta chuparme la polla y yo estoy aquí para que tú me la chupes ¿Qué más quieres? - No, si estoy encantado¡ Pero me gustaría que que nos besáramos o que al menos tú también me toc...! - ¡Ahhh, no, pa’eso te buscas un novio!

Siempre me han gustado las plantas, las flores y la jardinería en general; lamentablemente, la primera vez que dispuse de un espacio para poner mis inquietudes hortícolas en práctica los resultados fueron penosos. “Ahora empieza un curso de jardinería en la Universidad Popular”, me dijo mi vecina con un hilo de voz para no herir mis sentimientos mientras contemplaba las raquíticas plantas con una mezcla de tristeza y decepción.

Fui decidido a matricularme, el curso incluía prácticas, era barato, justo al lado del trabajo y el horario me venía como anillo al dedo; sin embargo, el primer día de clase tomé la decisión de no volver más; en un almacén que aquello era un puto horno del calor que hacía, con un profesor pánfilo que no nos hablaba sino de historias que no tenían nada que ver con la materia y el resto de compañeros, compuesto por una treintena de mujeres con una edad media de sesenta años que estaban ahí por “pasar el rato” y que poco les faltó para desnudarme y asaltarme sexualmente, dos hombres de la misma edad, uno de ellos con pinta de ser un poco “especial” y el otro el típico parlanchín que sabía de todo, había trabajado de todo, todo lo que tú le contaras él ya lo había vivido y mejor que tú… Encantador, por lo que no tardé en llegar a la conclusión de que no pintaba nada en aquel lugar. Esperaba ansioso la hora de salida para irme de allí, maldiciéndome por haber perdido 35 euros y una mañana que habría podido invertir perfectamente en salir, hacer cosas de la casa, leer o masturbarme; cuando el calor ya era insoportable y aún quedaban como cuarenta y cinco minutos, oigo el ruido de la puerta y quién la abría no estaba nada mal, un chico de unos treinta años, llevaba un conrte de pelo militar, cabello oscuro, blanco de piel aunque venía rosado por el calor; no era demasiado alto, debía de medir 1,70 más o menos y sin ningún rasgo especial, rostro redondeado, ojos marrones, afeitado, barbilla algo prominente y la expresión de su cara transmitía una hombría y una masculinidad supremas. Su cuerpo era precioso, ancho y fuerte. Sin llegar a ser un culturista se le apreciaba una musculatura potente, podía intuirle sus pectorales bajo la tela de su polo, los brazos a punto de reventar las mangas al igual que sus piernas con el pantalón marcándole un culo inmenso y bien arriba que de espaldas parecía que llevara un flotador colocado bajo la cintura. A la jauría femenina poco le faltó para abalanzarse sobre la presa que, en una “maniobra de distracción” le pregunta al profe:

  • ¿Es aquí jardinería?

Su voz era grave, fuerte, profunda, poco característica para su edad y además pronunciaba con un acento muy cerrado de la región: “este es más del campo que las amapolas”, dedujo toda la clase al instante; su forma de vestir con ese polo celeste a punto de rajarse, esos pantalones largos con este calor y esos náuticos de “para la ciudad” confirmaban su procedencia rural. Pedazo de macho, este se debe follar hasta a sus cabras y a mí también. Como después del descanso me había puesto al lado de la puerta para largarme corriendo y no volver más, estuve rápido, quité mi mochila del pupitre de al lado y se lo señalé al recién llegado ante lo que se dirigió a él sin pensar, se sentó junto a mí y olía de putísima madre, a puro sudor joven masculino.

El profesor hablaba de normativas, productos químicos y veía como el recién llegado asentía, sin ser un bellezón era bastante mono y con ese cuerpazo, la peste a macho y esa presencia, me estaba empezando a empalmar, enseguida sentí la necesidad de congeniar con ese joven ejemplar de semental y le pregunté:

  • Oye ¿Tú te enteras de lo que está hablando?

  • ¡Claro! Exclamó mirándome estupefacto con cara de “este tío es tonto”.

Siguió mirando la diapositiva con interés cuando me da un golpe nada comedido en el brazo y me comenta:

  • Es que soy agricultor ¿Sabes? Yo toda esta parte de fitosanitarios y su normativa la trabajo.

  • Ah ¿De dónde eres?

  • De la Vega de Río Hondo. Respondió no sin cierta vergüenza en el tono.

  • ¡Ah, que bonito! Dije recordando sinceramente.

  • ¿¡Tú has estado en mi pueblo!?

  • ¡Claro! Mira, y perdona que te pregunte esto ¿Siendo agricultor, qué haces aquí? Se rió, los dientes no los tenía tan bonitos, sino un poco desordenados.

  • Es que los agricultores somos muy malos jardineros -dijo aún riéndose- vi el curso, aquí en la ciudad y dije… Me voy a apuntar y así le arreglo el jardín a mi madre, a mi suegra y el mío, obviamente… Ya luego el del vecino o si el Ayuntamiento me quiere dar lo que sea…

De repente me estaba pareciendo una situación fascinante, un tío de un pueblo de a unos noventa kilómetros y por carreteras medio complicadas, que es agricultor, se mete en un curso de jardinería porque “le gusta” y quiere arreglarle el jardín a medio pueblo… Al llegar la hora de salida ya no tenía ningún interés por irme, sino por seguir allí oliéndole los sobacos a ese moreno fuertote y rudo que encima cada vez me iba pareciendo más guapo e interesante. Al terminar la clase, mi repentino compañero se dirigió al profesor para darle explicaciones sobre su tardanza y confirmarle su asistencia al curso, cosa que hizo que me replanteara mi decisión de desaparecer. Lo esperé a la salida y nos presentamos, su mano era grande y áspera del trabajo en la tierra, su nombre Ismael. Fue él el que me sometió al interrogatorio, en qué trabajaba, que edad tenía, por qué me había apuntado al curso… Yo estaba encantado de hablar de lo que fuera con semejante personificación de la masculinidad.

  • ¡Pues que lástima que entres a trabajar ahora, amigo Rubén, pero otro día nos tomamos unas cervezas!

  • ¿Nos vemos mañana?

  • Hecho.

Me volvió a dar la mano mientras se metía en su coche, yo había rechazado previamente su ofrecimiento a llevarme a dónde fuera porque la academia estaba casi que a la vuelta de la esquina, “mañana lo invito a comer”, decidí mientras almorzaba yo solo un tupper calentado al microondas en un aula vacía. Esa tarde me costó muchísimo concentrarme en dar clases, no podía parar de pensar en él, en su olor corporal, su cuerpo ancho, su rostro joven y masculino, su pelo negro rapado por los lados y algo más largo por arriba y su voz, ese acento tan rudo y cerrado que me ponía a mil.

A la mañana siguiente fui con ilusión al curso y el toraco del campo Ismael no estaba. Una hora más tarde golpeaba la puerta y se encaminaba directo hacia el pupitre de mi derecha, venía vestido con el mismo pantalón del día anterior y que le marcaba ese culo inmenso y sus cuádriceps de bestia, unas botas de campo y una camiseta algo más moderna que mostraba un tetamen espectacular coronado por unos pezonacos que debían de ser como garbanzos; sin llegar ser gordo ni rellenito, le abultaba una tripita riquísima, no lacia y caída, sino dura y vertical, desde el diafragma hacia la cintura. Nos saludamos y en el descanso le propuse que comiéramos juntos ante lo que aceptó encantado, me estuvo hablando sobre él, 28 años y su novia 23, empezó ingeniería agronómica en Sevilla, pero lo dejó tras cuatro años entre primero y segundo de carrera cuando la vida le dio un golpe de realidad con el fallecimiento de su padre y desde entonces, cultivaba cítricos y hortalizas a la espera de que su novia acabara sus estudios para casarse e irse a vivir juntos. Al mediodía fuimos a un local de comidas para llevar y luego a almorzar a la academia en donde trabajo por las tardes, nada más llegar, le di una camiseta limpia que había traído desde mi casa:

  • Toma, para que te cambies y no te manches con la salsa.

Nunca llegó a tomar la camiseta, me miró con satisfacción unos segundos antes de quitarse la suya, era más fuerte de lo que intuía, los brazos musculosos y anchísimos, el pecho titánico, cubierto de un vello corto, lacio y muy disperso con los pectorales turgentes y rematados por unos deliciosos pezones ovalados y muy puntiagudos, de entre sus tetorras partía una estrecha fila de vellos cortos y densos que le bajaba por su ligeramente abombado abdomen y de blanquísima piel hasta un ombligo, grande hasta decir basta y con una bolita carnosa que le brotaba desde el interior. Más abajo la línea de vello formaba un triángulo hacia el cinturón luciendo a los lados sus oblicuos. Admiraba esos brazos fuertes, el pecho de toro cubierto por esa fina capa de vello con las dos guindas de sus tetillas, sus antebrazos venosos y también velludos, su barriga, no de esas flácidas y colgadas, sino dura y firme luciendo de lo más lamible y esa mirada de satisfacción sublime al contemplar la expresión de mi cara.

  • ¿Qué, que te parezco?

  • Estás buenísimo.

  • Espera a que veas mi polla.

Me acerqué para tocar sus tetorras, su brazo y levantárselo para descubrirle esas axilas, Ismael me la acercó sonriente y aquello era el puto Amazonas con matas de pelo largo, lacio y enmarañado que se disparaban en todas las direcciones, se las acaricié y el titán no tenía cosquillas, sino que me miró incrédulo al comprobar como podían llegar a gustarme sus sobacos peludos, levantó el otro brazo para que le explorara ambas axilas al mismo tiempo mientras sonreía de felicidad al comprobar como le magreaba sus fortísimos brazos o sus dorsales marcados alternando mis caricias con besos y algún pequeño lengüetazo, le di una buena chupada a sus sobacos tras haberlos olido bien de cerca y empecé a morder con mis labios esa pelambrera rebosante de hombría mientras que con mi mano jugaba con su tetilla saltona hasta dejársela bien durita y cubrírsela de besos a la vez que le sobaba la otra para tragármela a continuación y luego subir con mi lengua por su fuerte pecho, hasta su otro sobaco peludo. Lo abracé rodeando su espalda ancha como un ropero y acariciando su cuello lancé mis labios contra su boca; Ismael se apartó de mí con brusquedad y apuntándome con el dedo me dijo con autoridad pero con la ternura con la que se le habla a un niño pequeño o a una mascota:

  • ¡Rubén, prométeme que no vas a volver a hacer eso!

  • ¿No puedo besarte?

  • Esta boca tiene dueña.

  • ¿Y esta polla no?

  • Esta polla si te la presto pero es un secreto.

Me respondió lentamente en un susurro ronco, grave y que arrastraba sensualidad en cada una de sus sílabas a la vez que presionaba mis hombros para que me arrodillara ante él bajando con la punta de mi lengua por la línea de vellos de su barriga hasta su ombligo, que parecía una boca entreabierta con la lengua a punto de salir, comérselo con fruición era lo más parecido que iba a obtener a un beso suyo, por lo que antes de atacarlo le pedí que se lo humedeciera con su saliva, tras chuparle bien el ombligote mientras el macho se contorsionaba y jadeaba de placer, le desabroché el pantalón mientras lamía el vello de la parte inferior de su tripa, dura y cubierta de sudor, le bajé los calzoncillos contemplando su pubis peludo como el lomo de un oso negro y descubrir su pene en semierección, y con el glande que comenzaba a destaparse, tenía una polla larga, no muy gruesa, con algunas venas y un lunar casi en la punta del prepucio, se la acaricié mientras iba creciendo por instantes mientras que con la otra mano tomaba sus huevos peludetes, redonditos y como dos mandarinas, terminé de descubrirle el glande para cubrírselo de besos y bajar con mi lengua por la parte inferior de su pene, tenía un sabor exquisito a sudor rancio de macho premium, para lamerle bien los huevos y metérmelos en la boca, me los saqué y descubriéndole el glande de nuevo se lo chupé bien con movimientos circulares de mi lengua justo antes de tragármela entera cuando ya estaba bien dura, recta hacia arriba y apuntándome, le estuve mamando con precisión militar mientras que con una mano acariciaba sus glúteos duros y grandes y con la otra agarraba la base de su polla y acariciaba sus bolas con mis dedos.

El potranco sudaba a mares y gemía de placer, paré un poco para magrearle los pectorales, acariciar sus brazos y sus axilas, cubrirle de besos los dorsales y darle mordisquitos en la barriga mientras el semental resoplaba y me acariciaba el pelo para volverme a meter su rabo, rico, largo y con ese glande tan picudo, bien adentro hasta la arcada. Me agarró la cabeza con su mano grande y fuerte mientras que con la otra me introducía su rabo en la boca y empezó a marcar el ritmo de la mamada; por mi parte recorría ese cuerpo con las palmas de mis manos, sus nalgas, su pecho, su estómago, sus piernas; hasta que me tuve que desabrochar el pantalón para machacarme la polla como un babuíno. Se sentó en mi silla de trabajo mientras que con una mano se pellizcaba un pezón y se acariciaba la tripa de vez en cuando mientras que con la otra me machacaba la cabeza, yo me hacía el mejor pajote de mi vida con su polla en mi boca y mi mano y acariciando ese cuerpo áspero, musculoso y velludo en su justa medida, sentir la dureza de su cuerpo duro y sudoroso deslizándose bajo la palma de mi mano y su précum comenzando a brotar dentro de mi boca hizo que no tardará en correrme mientras me pajeaba con furia y el titán eyaculaba sobre su estómago. Yo le extendía la leche sobre su piel haciéndole círculos con las yemas de mis dedos en torno al ombligo de Ismael, que me acariciaba el hombro y el brazo mirándome satisfecho.

  • ¿Te ha gustado mi polla, eh?

  • Sí, y tú y tu cuerpo. Rápido, son casi las cuatro ya y mi socio no tardará en llegar a abrir, hay que recoger todo esto y te vas a tener que…

  • ¡Pero qué dices, me voy a ir yo de aquí con los huevos cargados como los tengo! Ahora llamas a quién seas, le dices que te sentó mal la comida y nos vamos a otro lado a que me sigas limpiando el manubrio.

  • ¡Vístete ya, vamos a comer y mañana nos vemos!

Comimos mientras planeábamos una visita a la Vega de Río Hondo ese sábado, cuando terminamos las hamburguesas ya frías le puse la camiseta no sin antes chuparle los sobacos y comerle las tetorras mientras marcaba pectoral, le besé el cuello y abrí la puerta.

  • ¡Qué no me puedo ir, estoy súper caliente, me voy a tener que parar a hacerme la paja por el camino!

Me arrodillé ante él le subí la camiseta y el desabroché el pantalón para sacarle la polla completamente dura de nuevo con el capullo apuntándome amenazante, nos fuimos al baño por si entraba mi compañero y tras unas chupadas y tragármelo enterito un par de veces no dejé que se corriera. Lo eché casi a empujones e ignorando sus protestas y solo logré que se fuera tranquilo después de haberle dado mi número de teléfono.

Esa tarde estuve radiante en el trabajo, sentía que fluía, todo se desarrollaba de manera armoniosa, era cerca de la hora de salida cuando miro el teléfono y veo que tenía varios mensajes de Ismael, una foto con su pene erecto en primer plano y una buena lefada sobre la selva negra de su pubis, el segundo mensaje era un texto: “ya te dije que tenía que parar por el camino a hacerme una paja sí o sí”. El tercero decía “quiero verte mañana” y el último era otra foto de varias horas más tarde con su pene alzado reinando sobre su abdomen y un paisaje de fondo que parecía una plantación de frutales con el texto: “Te ha gustado? Yo y mi polla estamos esperando por ti”. Le respondí a las diez, cuando ya estaba en mi casa.

  • Jejeje, estaba trabajando y no había podido ver tus fotos, me han encantado, igual que haberte conocido.

  • Me alegro mucho de que te gusten las fotos, mañana nos ves.

Justo acababa de sonar el despertador a la mañana siguiente cuando acto seguido me suena el teléfono, era muy extraño que alguien llamara tan pronto y para mi sorpresa era Ismael.

  • Buenas, Ismael ¡No me digas que hoy no vienes a clase!

  • Sí, ya he salido para allá ¿Tú por dónde vives?

Media hora más tarde estaba fuera apoyado en la puerta del coche delante de mi casa, tuve que reprimir mi impulso de no saltar a abrazarlo y besar su boca y obviamente solo estrechamos nuestras manos.

  • ¿Has desayunado, amigo Rubén?

  • Yo sí, pero ya llegamos un poco justos, mejor cómprate algo por el camino y te echas un café rápido.

Ismael me sonrió pícaramente y haciendo un gesto desdeñoso con la mano sentenció:

  • Hoy no hay clases, que me he enterao yo.

Nos reímos por lo evidente del embuste mientras lo invitaba a que subiera a mi casa. Después de haberse metido él solo una cafetera entera de café sin leche y como con cinco cucharadas de azúcar, seis tostadas con mantequilla, un revuelto de cuatro huevos con un tomate en rodajas a la plancha, dos plátanos y un yogur, se quitó la camiseta para mi alegría y se palmeó la barriga con orgullo:

  • ¡Esto sí es estar en la gloria! ¡Gracias, Rubén, cuando vengas a mi casa te va a salir la comida por las orejas, que estás muy flaco! Lo de flaco no te lo digo a mal ¿Eh?

Me dijo mientras me pellizcaba el abdomen con picardía y nos abrazábamos, me separé un poco de él para sobarle el estómago, duro como la madera, mientras le preguntaba sí se había quedado bien. Fue una mañana de pajas, acariciar su cuerpo y mamarle mucho la polla, Ismael se corrió tres veces en unas cinco horas, era un puto toro semental, no perdió del todo su erección en ningún momento presentando su rabo morcillón y con el glande a medio descubrir, me dio tiempo a explorar con las yemas de mis dedos cada rincón de su cuerpo, su fortísima espalda, su culo peludo y turgente que me permitió mamar a placer, me encantaba sentir mis nalgas comprimiendo mi cara mientras le lamía el agujerito negro, luego bajar por sus cuádriceps completamente envueltos en esa finísima mopa de vello castaño claro, lacio y disperso, morderle sus gemelos y besarle sus pies anchos y lampiños y con los dedos robustos y de formas redondeadas, había descubierto que mi nuevo compañero de clase tenía cosquillas en las plantas de los pies y decidí torturarlo un poco el corto rato que se dejó. Tuve tiempo para conocer sus pezones en profundidad mientras que Ismael me acariciaba la cabeza y la nuca yo diría que hasta con cierto cariño. Eran unas tetillas tan largas que sobrepasaban mis dedos cuando deslizaba la mano sobre su pecho, rosadas y sensibles al más mínimo aliento, de nada que se las trabajara un poco se ponían duras como garbanzos; se las estuve lamiendo largo rato hasta que me cansé y emprendí viaje hacia sus peludísimas axilas mientras Ismael frotaba su glande contra mi abdomen; le lamía una mientras atusaba el vello de la otra mientras el aroma a hormonas masculinas invadía mis fosas nasales, de vez en cuando quería chupar, succionar, morder su brazaco pero ya me advirtió de que tuviera cuidado con los chupetones: su novia. Me encantaba aquel hombre que me permitía tocar y lamer su cuerpazo todo lo que quisiera, acariciaba su sobaco de felpudo negro y de ahí hasta su pezón una y otra vez mientras el joven agricultor suspiraba con los ojos entreabiertos Por mi parte tenía la polla dura como una piedra, frotándola contra su pierna, me erguí y tras pasársela rápidamente por su pezón ante la mirada estupefacta de Ismael, mi glande se posó en su axila peluda para frotársela por toda la pelambrera, cerré su brazo y le obligué a presionarme la polla mientras le follaba el sobaco peludo, Ismael me miraba con enfado y parecía que presionaba su axila con toda la fuerza posible, se me salió la polla del cepo de su brazo y al volvérsela a introducir el agricultor me mostró su otra axila con la que restregué mi glande hasta que le regué todo el sobaco con el subidón del orgasmo recorriéndome toda la columna. Ismael seguía mirándome con desconcierto pero viendo toda mi leche deslizándose sobre su costado se encogió de hombros y se rió, tomé servilletas y mientras le limpiaba mi leche le pregunté:

  • ¿Alguna vez te has sentido atraído por un hombre?

  • No

  • ¿Y qué haces aquí conmigo?

  • Me gusta estar contigo

  • A mí también me encanta estar contigo, pero no sé, me encantaría follar algo más que tu axila.

La situación estaba superándolo por segundos, de estar más tranquilo que un estanque su mirada pasó a llenarse de angustia, quizás no era el lugar, ni el hombre para charlas profundas y a la ligera así como así, justo cuando yo cambiaba a otra conversación, Ismael lanzó un bufido y con cierto enfado sentencia con esa voz de las entrañas de la tierra:

  • Amigo mío, a ti te gusta chuparme la polla y yo estoy aquí para que tú me la chupes ¿Qué más quieres?

  • No, si estoy encantado ¡Pero me gustaría que que nos besáramos o que al menos tú también me toc...!

  • ¡Ahhh, no, pa’eso te buscas un novio!

Me gritó dándome un fuerte golpe en el costado que para él sería de cariño mientras se levantaba, iba a mirar la hora y buscaba sus slips blancos y semideformados por ese culo gigantesco. No es que tuviera mal carácter ni estuviese enfadado, es su forma de expresarse aunque por aquel entonces yo aún no lo tenía tan claro. Traté de mantener la mente más fría posible, asimilar quién era la persona que tenía ante mí y que esto no iba a ir más allá que de frotamientos con el pene y mamarle la polla, no tenía ningún tipo de interés en establecer una “relación” con Ismael tal y como él se imaginaba, pero por lo menos si un romance algo más completo.

  • Pero Isma… ¡Nadie ha hablado de que yo quiera que seas mi novio! No sé, me gustaría disfrutarte más, conocer el sabor de tu lengua, sentir tu saliva no solo en escupitajos, saber qué tal besas. Que me estimules tú a mí también…

Le dije mientras abrazaba uno de sus hombros mientras apoyaba mi cabeza en el otro. Se rió mientras se apartaba de mí levemente, no era una carcajada con maldad, sino de amarga resignación y negando con la cabeza me dijo:

  • ¡Esta boca ya te he dicho que no es tuya y ya has visto de sobra que a mí el cipote no me gusta! Pero oye, quiero que seas mi amigo y que vengas el sábado al pueblo para que veas mi casa, los frutales, la bodega y que conozcas a mi gente.

  • Claro, somos amigos con derecho a que te la chupe.

Dije resignado mientras me volvía a aproximar a él, nos juntamos en un abrazo que me resultó muy corto y cuando Isma se zafó, me mira y me pregunta sonriente:

  • ¿A dónde vamos a comer hoy?

Ismael estaba encantado con la comida coreana, no paraba de preguntar por todos los platos de la carta y se le veía más que contento, casi diría que eufórico. Yo sin embargo trataba de asumir lo que tenía delante: un amigo hetero al que le chupo la polla, me encantaba la idea sino fuera porque no sabía hasta que punto era mi “amigo” y lo que más me inquietaba aún, he estado con no pocos bisexuales como yo y este no será el primer gay al que saco del armario pero ¿Y si me equivoco?

  • ¡Pues todo buenísimo, Kim, pero la salsa no pica tanto como dices! ¿Eh? ¡También te voy a traer unas guindillas de mi casa que son puro fuego!

Le gritaba al camarero a quién ya le había prometido un surtido de hortalizas de su finca tras alabar la calidad de los platos pero decirme luego a mí por lo bajito que “la base era muy mejorable”.

¡Oye, Rubén! ¿Y a ti qué te pasa ahora con la comida? Siempre eres tú el que está hablando y ahora soy yo el que no se calla….

  • Pensando.

  • ¿En lo de antes, verdad? Mira, conmigo ya sabes lo que hay: ni eres ni vas a ser el primer tío que me ponga verraco.

Por una vez habló bajito. Traté de poner buena cara creo que hasta lograrlo. A pesar de las súplicas y ruegos de Ismael, esa tarde fui a trabajar “lo mío no es un campo de naranjos, Ismael, que si estás cinco días sin regarlo ni hacerles nada, da igual”, le dije con total hostilidad para enfurecerlo y que se marchara, pero para mi contrariedad, al joven productor de cítricos le hizo muchísima gracia la comparación y siguió insistiendo hasta que lo mandé a la mierda casi que con ira mientras el machazo se reía cada vez más en mi cara, me dejó en la puerta de la academia y quedamos en que al día siguiente tras salir del curso iríamos en su coche hasta su casa para quedarme a dormir, aunque intuía que más que dormir aquello iba a ser “noche de mamada al machote y paja”.

  • Pues Isma, nos vemos mañana en el curso, me imagino que llegarás tarde, yo tendré la mochila preparada y a la una nos vamos a tu casa…

  • No vayas a trabajar, vámonos ahora a donde vives a que me des grasa al manubrio.

  • Ismael, haz el favor de dejar de dar…

  • Dejo de darte la vara con una condición: mira la hora.

  • Anda y sube que te hago una mamada rápida en el baño y te vas pero te la terminas por el camino como ayer.

  • No me voy hasta que se abra el embalse y baje toda la riada.

Me decía mientras entrábamos en el zaguán. Se corrió por cuarta vez en menos de ocho horas, hay que reconocer que tampoco era tan abundante como las primeras de la mañana pero lo de ese hombre era sobrenatural, lo tuve que echar literalmente a empujones y a rodillazos en el culo y casi se cruza por las escaleras con mi socio acompañado de un posible cliente, a los que saludé con el sabor de la lefada del macho rural entre el final de la lengua y la garganta.

Ese viernes por la tarde no trabajaba, tenía solo a dos alumnos a los que cité para la semana siguiente por lo que nada más salir del curso me iría con el torete campestre de Ismael a beber su leche y sentir su cuerpo durante todo un fin de semana; la noche anterior había estado planteándome si por lo menos ofrecerle mi culo, por el que hasta el momento no había mostrado ningún interés, igual que hacia mi pene; no estaba en absoluto seguro de si iba a ser ninguna buena idea porque como le gustara mi orto, nuestra “relación” se iba a convertir en una follada continua. Intuía que no iba a ser “delicado” ni tampoco me lo imaginaba preocupándose excesivamente de si estaba sintiendo placer con su pene dentro de mi ano. Entré al almacén que servía de “aula de jardinería” y para mi sorpresa Ismael había llegado antes que yo. Estaba guapísimo, se había cortado el pelo y lo llevaba afeitado por los laterales, al dos más arriba y al uno por la parte superior de la cabeza, llevaba una camiseta blanca sin mangas luciendo sus anchísimos hombros, sus brazacos musculosos trabajados durante años en el ejercicio físico en el campo, un pantalón corto de chándal y chanclas luciendo sus pies robustos y macizos. De “pueblerino se me ha transformado en “cani veraniego”, pensé y la verdad que le favorecía muchísimo ese look más sexualizado y luciendo más piel. Estábamos los dos bastante motivados con irnos a su pueblo, por mi parte presentía que iba a pasar algo increíble ese fin de semana. En el descanso me anunció orgulloso que se había depilado “por mí”.

-¿En serio has hecho eso? Dije sin ocultar la decepción.

  • Jajajajajaja ¡Si en los programas estos de parejas, los realities, los futbolistas… Están “tós depilaos”! ¿No te gusta? ¡Qué antiguo eres para ser de capital!

Dijo mientras se levantaba la camiseta y la verdad es que su cuerpo lucía “diferente”, no digo ni mejor ni peor y me llamó la atención, le acaricié su dura tripita ahora lampiña y la verdad es que tenía su puntazo.

  • ¿Ves como sí te gusta? ¡Entonces pa’qué ostias te quejas sin haber visto ni ná!

  • Mira, Isma, creo que hagas lo que hagas me va a gustar.

  • ¡Búscate un novio y me invitas a la boda!

Seguía con su neura de que buscaba una relación con él, estábamos en un lugar apartado por lo que no dudé en subirle la camiseta hasta arriba nuevamente, la verdad es que el pecho le lucía más marcado, los pectorales más definidos, los pezonacos le destacaban como dos faros y el abdomen tenía una apariencia aún más firme y juvenil. Lo acaricié con lujuria mientras Ismael asentía satisfecho con la decisión que había tomado pensando en su compañero y yo por mi parte alabé sinceramente su torso rasurado, a fin de cuentas era algo que había hecho para mí.

  • ¡Pero de la otra forma también me gusta, Ismael!

Se rió mientras se bajaba la camiseta y negaba con la cabeza, al salir de clase yo ya estaba dispuesto a tomar carretera pero Ismael no paraba de preguntarme que si no “había olvidado nada” en mi casa.

  • ¿Estás seguro, amigo?

  • ¡Qué sí, pesao! Móvil, cargador, dos camisetas, esto por si hace frío, bañador, bolsa de aseo, dos mudas…

  • Seguro que se te ha olvidado algo, vamos a tu casa que hasta que no lo veas delante tuya no te vas a acordar.

  • ¡Qué no te voy a chupar la polla, coge la carretera y en La Vega ya hablamos!

Ismael no pudo disimular su contrariedad, podía apreciar la erección en su pene desde que lo toqué en el descanso y yo no tenía ganas de chupársela cada vez que a él le apeteciera, que se diera cuenta de que no se iba a hacer siempre lo que él dijese. Estuvo bastantes kilómetros conduciendo sin hablar y respondiéndome con monosílabos. Llegando al pueblo de Las Brañas (poco antes de la mitad del camino), Ismael me pregunta sonriente:

  • ¿Conoces la Cascada de Las Brañas?

  • ¿Hay unas cascada aquí? Primera noticia que tengo.

  • Hombre, no es el Niágara ni esas de Sudamérica…

  • ¿Iguazú?

  • ¡Esas, Iguazú! No es tampoco el Iguazú pero está muy bien ¿Seguro que no la conoces tú que has estado hasta en mi pueblo? Pues deberías….

  • ¡Vamos a verla! Dije verdaderamente ilusionado.

Ismael casi de un volantazo se salió de la carretera para acceder al centro del pueblo, lo atravesamos y a la salida de este, entre un bosque de pinos y un campo de cereal paró el coche.

  • ¿Pero que cascada hay aquí si esto es más llano que Holanda y el río además está al otro lado del pueblo?

  • La cascada es que te vas a cascar la polla ahora mientras me la chupas ¡Venga, vamos ya!

Qué cabrón, como estaba aprendiendo a tomarme el pelo. Nos adentramos en el pinar inmediato y nada más ocultarse el camino de nuestra vista, Ismael se apoyó en el tronco de un árbol se subió la camiseta colocándosela detrás de la nuca y se bajó los pantalones y los calzoncillos al mismo tiempo mirándome con impaciencia, también se había depilado la polla que lucía aún más oscura, arga y hermosa, me arrodillé ante él y admirando su rabo al palo, largo, con el glande de punta de lanza, ese lunar y esas venas, me lo metí en la boca.

  • Mama bien, hasta el fondo. Dijo casi con cólera.

Agarró mis manos con rudeza y me las colocó sobre sus pezones mientras él se acariciaba la tripa, no tardó en correrse y cuando terminó le pedí que se acostara boca a bajo sobre una manta que habíamos llevado para masturbarme con sus nalgas, menos mal que eso no se lo había depilado, presionando mi glande y sintiendo como iba subiendo al cielo cada vez que me apretaba la polla en ese culote duro y enorme, sacármela y pajearme para correrle luego toda la espalda mientras jadeaba en la primera vez que follaba en un bosque. Volviendo al coche le pregunté lleno de dudas por si yo fuera a abrir una puerta “peligrosa”:

  • ¿Alguna vez le has dado por el culo a una mujer?

  • No, nunca

  • ¿Y no te gustaría?

Se encogió de hombros poniendo cara de indiferencia; nos subimos al coche en silencio, Ismael estaba pensativo y retomando la carretera principal me pregunta:

  • ¿Qué quieres, que te folle el culo, no?

  • ¡No, simplemente tenía curiosidad! Además, Ismael, no te ofendas, pero creo que te gustaría probar.

  • ¡Qué va!; ¡por ahí cagas!; ¡qué asco!

Me estuvo hablando de su primera relación sexual con penetración y orgasmo con una compañera nada más llegar a la universidad, antes de eso en su pueblo había hecho algunas cositas con “las niñas y los niños de su edad”, según me dijo. Luego tuvo su primera novia a la que le ponía los cuernos sistemáticamente hasta que la dejó de puro aburrimiento; me contó además como durante años se consagró a la noche y a la vida universitaria (en ese orden) de la capital andaluza. También se explayaba hablando de como le gustaban las vaginas y el sentir su pene dentro de una boca con una lengua dándole brillo.

  • Oye, Isma, ¿Y en esos cuatro años en Sevilla, ningún tío te chupó la polla?

  • ¡Claro! Un par de ellos, había una pareja de gays en mi facultad que me dijeron que me hacían la entrega de un proyecto si me dejaba chupar la verga y yo encantado ¿¡Qué no tengo que trabajar y encima me la chupan!? Los tíos se creían que los iba a mandar a la mierda ¡Pero qué va! La única asignatura que aprobé el primer año y encima la más difícil.

  • ¿Solo con esa pareja?

  • Luego una vez de fiesta conocí a un viejo que me propuso 200 euros por hacerme lo que tú me haces, así tocándome por todo el cuerpo y chupármela ¡Y a ti te dejo que me lo hagas gratis, amigo, para qué veas! Por supuesto que le dije que sí y que por cincuenta euros más me comía el culo… ¡Y me los dio!

  • O sea, que has sido chapero.

  • ¿Eso es puto, no?

  • Sí, pero con otros hombres, si no serías gigoló.

  • Esa vez sola que te estoy contando ¡Ah, no, miento! El que me alquilaba el piso allí en Sevilla era maricón, pero maricón-maricón y siempre venía a cobrarme para verme, un mes que me había gastado el dinero del alquiler en putas y en fiesta, le dije que entrara y lo dejé ahí un rato, echándome las babas conmigo ahí sin camiseta, pues voy y le digo: ¡Chúpame la polla y dame el recibo de marzo pagado! Si eso es de chapero...

  • ¡¿Pero tú dejas que te chupe la polla el primero que pase?!

Me miró con displicencia y me respondió:

  • ¡No ves que me empalmo hasta contigo! Se rió como nunca.

  • Vete a la mierda, obseso.

Se volvió a reír de buena gana y dándome un fuerte golpe en el hombro (para él eran muestras de cariño) me dijo seriamente:

  • Yo creía que ustedes eráis más abiertos y a veces hablando contigo me parece que eres de la gente esa de mi pueblo de las que se pasan el día en la iglesia. Por eso me apunté en el curso, para estar con gente de la ciudad, te conocí, nos caímos bien y ya cuando me dijiste lo de que me quitara la camiseta supe: este chupa pollas y misión cumplida, aquí te estoy llevando a mi casa a darte leche fresca de La Vega con denominación de origen ¡Cómo mis parras!

Cada vez iba teniendo más claro quién era Ismael, un hombre noble y con buen corazón a pesar de su rudeza, su falta de sensibilidad y la brusquedad de sus formas. Me preguntó por mi vida sexual, me propuso follarnos a una tía entre los dos y yo le dije de hacerle un vídeo de “worship” en el que yo adorara y besara cada rincón de su cuerpo; me escuchó con interés pero cambió a otro tema y llevamos la conversación por otro lado.

  • Oye, Ismael, ahora estará tu novia ¿No?

  • ¡Qué va! Se queda en Granada estudiando porque el martes tiene un examen ¿Si no de qué estarías tú viniendo ahora?

Al llegar a la Vega del Río Hondo, uno de los pueblos más bonitos de la región tanto por la arquitectura como por el enclave natural en el fondo de un valle con un microclima que propicia una vegetación exuberante y cultivos impensables en pueblos vecinos, fuimos directos a su casa, la última del pueblo.

No voy a entrar en detalles de la familia de Ismael, solo diré que su madre, Angustias, es una “señora que impone”, Fulgencio, su padre, falleció hace unos años. Tiene tres hermanas mayores que él, por lo que siempre ha sido tratado como el niño“varón-emperador” de la familia lo cual ha definido en gran medida su carácter. Se sentaban a la mesa además varios sobrinos, cuñados... Una gente muy seca pero cálida al mismo tiempo, acogedores, y esplendidos. Comí carne asada con verduras de su huerta hasta que me salió por las orejas mientras Ismael se metía entre pecho y espalda una bandeja para él solo con un chorizo, una morcilla, costillar, entrecot, dos muslos de pollo, todo cubierto de pimientos y cebollas asados, bebíamos el vino de su producción, un tinto joven y sin pretenciones que entraba francamente bien.

  • Pues muy bueno tu vino, Ismael.

  • ¡Cállate, mentiroso! No te digo que sea una “mierda” o un “vinagre” pero esto tiene que mejorar una pila ¿Tú no conocerás a ningún enólogo, verdad? Pues me lo presentas y hablamos los tres.

Después de comer fuimos al campo inmediato a la casa, una extensión de unas tres hectáreas y media muy bien cultivada para obtener el máximo rendimiento. La mayoría eran cítricos y otros árboles frutales como higueras, granados, ciruelos y algún aguacatero joven, formando un auténtico vergel, pero también tenía varias huertas donde su madre sacaba en verano tomates, cebollas, pimientos, melones y otras verduras y en invierno acelgas y diferentes tipos de lechuga. Finalmente en la zona del terreno más inclinada y orientada al sur había una pequeña extensión de viñedos tras la bodega, adosada a una pequeña casa con un tejado a dos aguas.

  • Ahí vivo yo.

Esperaba encontrar la habitación de Ismael apestando a pie hediondo y a su axila brava, un desorden atroz y pósteres de coches, motos y tías en bolas en las paredes: todo lo contrario, su “santa madre” se encargaba religiosamente de tener todo impoluto, su cama de maderas nobles a juego con una cómoda y un armario cargados de volutas y las mesitas de noche con encimeras de mármol blanco, lámparas de cama de formas rococó brotando de la pared, un crucifijo y una pintura de la Virgen de La Vega, patrona del municipio y a cuya festividad en septiembre del próximo año estaba obligado por Ismael a asistir. Las únicas marcas personales del potro de la Vega eran una poca parafernalia del equipo de fútbol de mi ciudad, algunos trofeos deportivos sobre una estantería de libros, casi todos sobre agricultura aunque también había algunos de historia, dos o tres de autoayuda y el código de derecho agrario, una televisión anclada a la pared y una mesa con un ordenador y un equipo de música bajo la ventana. En el suelo había un colchón sobre una estera de esparto destinado a Ismael ya que me habían concedido el honor de ocupar “la cama”.

  • ¡Qué grande la habitación!

  • ¡Sí, pues en invierno me hielo los huevos aquí!

Dijo riéndose para a continuación quitarse la camiseta, aún no me había acostumbrado a verlo con el torso lampiño y menos mal que había tenido la deferencia de dejarse las pelucas de los sobacos “tú me matas como yo me deje la sobacada limpia” me respondió el joven machote rural cuando le comenté ese detalle. El banquete que se había metido él solito entre “pecho y espalda” le había dejado una panza considerable que sentí el impulso de tocar, me arrodillé a cubrírsela a besos y lametones para hacerle la primera mamada en su hogar a la vez que entre los dos acariciábamos su panza y jugábamos con su ombligo sin yo dejar de mamarle su rabo largo completamente recto y apuntando hacia arriba en ningún momento, Ismael jadeaba de gusto y yo del calor y la excitación, me desnudé mientras que mi anfitrión se tumbaba en la cama con los brazos detrás de la nuca, tras pasar con mi lengua desde su cuello a su rabo vía axila, pezón, panza hinchada, pubis, volví a tragármela enterita mientras Ismael me acariciaba el pelo y gemía de placer. Cuando el potranco empezaba a jadear y a pellizcarse un pezón con la mano izquierda sobarse la panza con la derecha significaba que se iba a correr y no se lo iba a permitir tan rápido, le di una torta en el costado y se acostó boca abajo en su cama, menos mal que tampoco se había depilado el culo ni las piernas, y tras masajearle un poco la espalda empecé a palmearle las nalgas cada vez más fuerte y el cabrón, aunque lo sentía con su musculatura tensa, no rechistaba, empecé a masajearle las nalgas grandes y duras y metí mi rabo erecto en la raja de su culo amasando sus glúteos mientras él frotaba el pene contra la colcha de raso verde, se aburrió pronto se dio la vuelta y junté su polla con la mía masturbándonos al mismo tiempo hasta que me la agarré y empecé a machacármela dándole golpes en la panza hasta que me corrí en cuestión de segundos de las sacudidas de mi glande en ese abdomen abombado por la ingesta de carne y vino.

  • Creo que es la primera vez que no te corres antes que yo, le dije aún resoplando mientras aún frotaba mi polla contra su panza sudada, brillante y lampiña.

No sé si se lo tomó como algún tipo de ofensa, porque se irguió y agarrándome la cabeza me volvió a poner a chuparle la polla como una máquina y sin decirme ni una sola palabra hasta que se la agarró para machacársela como un poseso mientras me agarraba la mano para que le masajeara la tripa dándose él tirones de las tetillas y emitiendo un rugido ronco, se vino entre mi boca y la cama.

Nos limpiamos un poco en el pequeño baño contiguo a la habitación y salimos a la huerta exterior para entrar a la misma edificación por otra entrada, al cuarto de aperos. Ismael me tenía preparado un mono de trabajo y unas botas, nos quedamos en ropa interior mientras admiraba las piernas fuertes y velludas de Ismael y sus brazacos, nos colocamos los monos y nos cerramos las cremalleras el uno al otro. Ismael se dio la vuelta un momento y al volverse me muestra dos sombreros de paja:

  • ¿¡No, de verdad!? Exclamé horrorizado.

  • Yo me lo pongo y así tengo la piel de cuidada, si sales todos los días al campo sin sombrero, te coges un melanoma “de esos” ¡Y además que lo pone la normativa!

  • Oye ¿Qué vas, a la Guerrilla del Vietcong?

  • Me tapo con el pañuelo para no quedarme con cara de lagarto.

  • ¿Y este hacha?

  • Yo llevo la grande

La verdad que a mis ojos de urbanita, teníamos unas pintas de lo más estrafalario andando entre los limoneros con un mono azul, botas verdes, sombrero de paja, hacha en la mano y encima aquel con la cara cubierta con un pañuelo rojo, parecía un psicópata de peli de Serie B. La finca a pesar de no ser “inmensa” era una maravilla, casi todo obra del difunto padre de Ismael, como él mismo humildemente reconocía; sin embargo, el potranco había sabido sacarle nuevas rentabilidades con la “denominación ecológica” de sus frutas y verduras y con proyectos de dedicarse a la producción vinícola y de miel.

  • La mayoría de los árboles están viejos, amigo, y hay que ir sustituyéndolos. Ese era un limonero de los primeros que plantó mi abuelo. Lo corté hace unos meses porque los últimos inviernos no daba más de sí, ahora la madera esta seca y la quiero vender ya.

  • Entonces vamos a hacer leña del árbol caído.

Lo cortamos entre los dos mientras yo seguía sus indicaciones, impresionaba verlo manejar el hacha como a un robot, desconociendo el cansancio, tras un buen rato dándole al hacha, nos tocó llevar la leña al cobertizo trasero de la casa principal, en donde habíamos almorzado, yo con la carretilla cargada hasta las trancas y él con el tronco central que debía de pesar casi cien kilos sobre sus hombros, antes de regresar a por la última carga de leña, Ismael tomó un azadón, volvimos, el potranco me dijo que llevara yo solo lo poco que faltaba, me indicó donde había un pequeño árbol en una maceta y me pidió que se trajese mientras él se dedicaba a cavar un hoyo.

  • ¿Un aguacatero? Le pregunté al volver descargando el árbol de la carretilla.

  • Injertado y todo ya, cada vez se adapta mejor con el cambio climático y se vende caro.

  • ¿Aquí se da?

  • Espero… A finales de febrero o principios de marzo te diré, este año he sacado casi 400 kilos, el pasado…. Pufff, espantoso.

Tras plantar el árbol entre los dos volvimos a casa donde le despegué el mono de trabajo para aspirar el aroma a machazo y comerme su cuerpo entero regalándole la mejor mamada hasta la fecha. Nos duchamos juntos y nos vestimos “bien” para ir a la plaza. Allí la gente se repartía entre el “bar” y el “café” que realmente era el mini supermercado que había en el pueblo pero por otra puerta atendían un minúsculo local con seis mesas y mucho encanto donde servían café, bollería, tés y tenían unas variedades de cervezas muy curiosas, contaba con una terraza en el exterior al igual que el bar y ahí fui dónde conocí a los amigos de Ismael, que realmente eran toda la generación nacida a finales de los ochenta y principio de los noventa que no había emigrado, unas doce personas más o menos.

Estaba claro que Ismael estaba entre los tres o cuatro tíos buenos de su generación del pueblo, de cara quizá el más guapo era Ángel “el de los Molino”, rubio, con los ojos claros, de 1,85, productor de quesos y Concejal de Economía y Hacienda en el “Ilustre” Ayuntamiento, como se empeñaba en remarcar con socarronería, Pancho estaba riquísimo también, moreno, muy alto, pelo corto, de rasgos felinos y con ese cuerpo atlético completaban al “Agente de la Policía Local del Ilustre”, tal y como me lo presentó Ángel, y después Eduardo que me encantó, licenciado en económicas, hijo de los dueños del “Café-minimercado”, pariente lejano de Ismael y no es que fuera guapo, pero tenía muchísima sensualidad, no muy alto, luciendo una barba cuidada con esmero, moreno de piel, con unas gafas plateadas, ojos grandes y expresivos y cuerpo anchote; había vivido en Berlín y en Lisboa, haciendo lo que le salía del nardo y encadenando trabajos basura y ahora se encargaba de ayudar a sus padres con los negocios y desarrollaba proyectos de ocio a nivel comarcal.

Me sorprendió el que Ismael fumara, “solo cuando estoy bebiendo”, me respondió a mi gesto de sorpresa, después de estar un buen rato a cervezas en la terraza del café, nos fuimos a cenar al bar donde nos pasamos al vino, luego nos sentamos en la terraza donde estos empezaron a beber whisky como cosacos después del atracón de tortilla, croquetas, empanadillas, jamón, callos, caracoles, carne estofada, boquerones, langostinos, calamares, aceitunas, ensaladilla rusa y me sigo dejando raciones atrás… Buenísimo y casi a precio de risa aunque no me dejaron pagar por ser “el visitante”. La tarde había sido calurosa y ahora la noche estaba fresca y muy agradable en la plaza. Me lo estaba pasando muy bien hablando con Pancho y con Eduardo cuando este miró la hora y a eso de las dos decidió cerrar; previamente, había sacado de la tienda contigua un par de botellas de whisky más, unas cervezas y algo de picoteo que me empeñé en pagarle, al final solo me cobró el whisky y nos fuimos al patio trasero de la casa de Ángel ubicada en un borde del pueblo y dónde por lo visto no se molestaba a ningún vecino.

Debían ser cerca de las cuatro cuando el cansancio y la borrachera empezaron a vencerme y me quise ir a la cama, sabía llegar perfectamente, primero llegando hasta la plaza que estaba a unos cien metros cuesta arriba y de ahí tomar la calle principal hasta la otra punta del pueblo, pero luego de cruzar los árboles y las huertas de Ismael en la oscuridad más absoluta, era algo de lo que no me terminaba de ver capaz. El potro de la Vega iba ya por su enésima copa mientras fumaba y hablaba animadamente con uno de sus cuñados y con Ángel, por lo que me daba reparo decirle que quería irme, fue Pancho el que se ofreció a acompañarme hasta la “Casita del Lagar”, como conocían en el pueblo a la habitación con baño de Ismael. Tras insistir Ismael en acompañarnos y que él volvería solo a la reunión, Pancho insistió aún más en que se quedara y que él me llevaba a la cama porque también quería irse.

Atravesamos el pueblo bajo una levísima llovizna en la madrugada con el joven policía local y además triatleta, según me contó, rodeamos la casa de Ismael y nos adentramos entre los árboles, luego llegamos a la zona de huertas y alumbradas por un farol, la bodega con la casita anexa aparecían fantasmagóricas tras la llovizna.

  • Cuidado no le pises los calabacinos a Angustias porque te revienta el lomo con la hoz.

Me advirtió muy seriamente mi acompañante mientras nos encaminábamos hacia la puerta.

  • Oye Pancho, muchas gracias ¿Vives muy lejos?

Le pregunté con la esperanza de una respuesta afirmativa y que compartiera el colchón, seguro que Ismael “el de los panaderos” (aunque esa no era la profesión de su familia desde hacía muchas generaciones) sabía hacer que Poli Pancho lo ordeñara si es que no lo había hecho ya…

  • ¿Lejos aquí, dices? Pasamos por delante, vivo tres casas más abajo.

  • Pues muchas gracias.

  • De nada, hombre, ya vendrás más veces y hablamos más o si bajo a la ciudad a comprar o a la playa le pido tu número al “panadero”.

Me despedí de Pancho agradeciéndole sus labores de “agente fuera de servicio” y pronto caí rendido del sueño. Cuando volvió Ismael yo dormía, se desplomó a mi lado despertándome y me alegré de tener al semental a mi lado, sentí como metía su mano por debajo de la tela de mi slip en busca de la raja de mi culo, Ismael apestaba a alcohol, a cigarrillos, a pies y a axila; una vez tenía el canto de su mano encajado entre mis nalgas mientras yo me hacía el dormido empezó a buscar con su dedo el agujerito de mi culo.

  • ¿Me quieres follar, Isma?

Respondió con un gruñido que transmitía pura lujuria y deseo, estaba completamente borracho y cachondo y la idea de que mi culo fuera el primero que penetrara la polla de ese torete campestre me estaba poniendo a mil. Me coloqué con las nalgas en pompa para darle un mejor acceso a mi ano que por supuesto no lamió, me introdujo un dedo yo diría que hasta con miedo, como si tuviera unas cuchillas en el interior que se lo fueran a cercenar, el segundo dedo lo metió con bastante más decisión y ya el tercero como si hubiera cogido confianza mientras yo empezaba a estremecerme del dolor.

  • ¿Esto es lo qué querías, verdad, mi polla en tu culete? Me dijo con la voz de borracho.

  • Te quiero dentro de mí.

Sentí como iba encajando su glande en mi culo con cierta torpeza, me lo terminó de introducir con una lentitud deliciosa, lo dejó unos instantes a esa profundidad mientras sentía como hacía movimientos circulares con su polla con un levísimo mete-saca para ponérsela más dura y yo empezaba a empalmarme, nunca había tenido dentro el pene de alguien “tan hombre”, se recostó sobre mí y me preguntó al oído que “si estaba bien así” a lo que le fui a responder que “despacio”. Demasiado tarde.

Me metió de un golpe su cipote lo más adentro que pudo mientras yo gritaba en mitad del campo, me pegó la cara contra una almohada con extrema violencia y empezó empotrarme con furia al tiempo que el dolor se iba haciendo cada vez más insoportable y al potro parecía que le gustaba ese ritmo, traté de pararlo presionando mi mano contra su estómago, cosa que le puso aún más cachondo e hizo que incrementara las embestidas, yo me retorcía de dolor, intentaba zafarme como fuera pero Ismael me tenía muy bien agarrado por las axilas entre el pulgar y el índice y los hombros con el resto de su mano grande, áspera y en aquel momento brutal. Paró en seco sin sacar su pene mientra tomaba aire, era una respiración honda y pesada, sentí la gloria cuando sacó su pene de mí y tras pegarme una nalgada fortísima se levantó a encender la luz.

  • Ismael, para, me has hecho muchísimo daño. Gemí reprimiendo el grito.

  • ¿Que pare, ahora? ¡Tú estás tonto, ponte boca arriba para que me toques!

  • No, te he dicho que no, termina con una paja.

  • ¡A mí no me calientas tú la polla y menos en mi casa!; ¡Date la vuelta!

Obedecí casi temblando, entre el alcohol en mi sangre, el sueño, el sentirme en un lugar ajeno, hizo que no sacara nada mi carácter.

  • No seas bruto.

  • Tssssssss, sin lloros que ya somos grandes ¿Vas a colaborar, verdad?

  • Vete a la mierda.

  • ¡Respeta a tu hombre, maricón! Así, muy bien con las patas para atrás que vea yo ese culito de golfillo.

  • Por favor, Ismael. Le dije a punto de llorar.

  • ¿Qué pasa, ya no te gusto? Despaciiiiiiito ¡Adentro!

Volví a gritar e Ismael me puso nuevamente primero las sábanas y después la almohada en la cara, me la quitó al poco cuando ya pude medio acostumbrarme al dolor, no era ni mucho menos la polla más gorda que había tenido en mi culo, pero si de las más largas y sin duda la más violenta y brutal. Me concentré en su cara y tenía la mirada completamente ida, no era él, me agarró una mano con suma brusquedad y me la puso sobre su pectoral y cuando estaba a punto de desvanecerme por lo insoportable que se volvió el sufrimiento de nuevo, justo empezó a emitir unos berridos de animal de establo mientras el líquido caliente de su leche me iba llenando por dentro. Se desplomó sobre mí sin sacar su pene de mi culo y con su cuerpo empapado de sudor y transpirando alcohol, respiró hondo uno segundos que me supieron a una tregua hasta que empezó de nuevo a mover su pene dentro de mí muy lentamente.

  • ¡Qué rico tu culo, que gustito me está dando, seguiría así hasta el lunes!

Era inútil suplicar, no oía, entre la borrachera que tenía encima, su personalidad del todo autocentrada y la lujuria que lo dominaba por completo, nada lo iba a detener. Decidí concentrarme en abstraerme lo máximo posible mientras me daba pollazos más suaves que la vez anterior pero durante mucho más tiempo, a veces paraba un poco, las menos se la sacaba y un par de ellas me preguntó con la pinga afuera que si “todo bien”; sin esperar respuesta ya estaba empotrando de nuevo y la última vez con una furia que provocó que volviera a chillar; no encontró otra forma mejor de callarme que golpearme con su puño en mi estómago para dejarme sin aire y volverme inconsciente durante unos instantes tras los cuales continuaba el tormento, me volvió a poner a cuatro patas y ya ni rechistaba, Ismael estaba tan borracho que ni eyaculaba pero su erección seguía ahí igual que mi dolor, me di cuenta que ya hacía tiempo que no me estaba agarrando como a una presa y logré zafarme para meterme corriendo su rabo en mi boca y que se corriera dentro. No fue un trabajo fácil el tragármela entera y con ritmo mientras el culo me ardía como el infierno, casi hasta lo insoportable. Se desplomó sobre el colchón y mientras aún jadeaba, me miró con la cara llena de satisfacción y me suelta con la voz pastosa de borracho:

  • ¿¡Qué bueno, eh!?

  • Me has hecho daño.

Me atrajo hacia él y me dio un beso en los labios, luego otro, y finalmente intenté abrirlos con ayuda de mi lengua, al sacarla se tropezó contra sus dientes así que no me quedó más remedio que frotarla por la cavidad exterior, Ismael se apartó levemente de mí y mirándome con profundidad juntó sus labios con los míos con un beso que me devolviendo algo de autoestima mientras el dolor aún seguía quemándome el culo. Se apartó de mí sonriente y tocándome la cara me dijo:

  • Vamos a dormir que mañana quiero que me ayudes con el goteo.

Se fumó un cigarrillo en completo silencio y en menos de un minuto ya estaba roncando como un puto animal en hibernación, me sentía fatal; no sabía como iba a tratar de hacerle entender que lo que había hecho era denunciable, que estaba mal, que me dolía mucho el culo… Y así, dándole vueltas a los sucedido con los ronquidos del animal de mi violador de fondo, no logré dormirme hasta después del amanecer. Horas más tarde, la voz de Ismael y un penetrante olor a café me sacó del sueño:

  • ¡Buenos días, bella durmiente! Lo de anoche me gustó mucho.

Comentaba pletórico de felicidad tratando de buscar mi culo de nuevo con sus dedos...

Fin de la primera parte